Rencor, orgullo, y amor.

Cuando ambos llegaron al Callao, ya eran alrededor de las diez. Manuel estacionó la moto en el garaje, y pronto, se adentraron en la casa.

Luciano se veía más contento que nunca.

Y, aunque la casa de Manuel se veía desordenada, Luciano no le dio importancia a ello.

—Perdón por el desorden —le dijo, dejando el maletín sobre la mesa, y dirigiéndose a su habitación, para ponerse cómodo con otra ropa que no fuese del trabajo—. Hace días que... no tengo ánimos de ordenar siquiera, así que...

—Tranquilo, menino Manuel; eso no importa...

Rápido, Luciano comenzó a ordenar la sala. Se puso de rodillas, y comenzó a ordenar los productos de la bolsa, sobre la mesita en la sala. Manuel, a los pocos minutos, salió de su habitación.

Luciano le observó, y sonrió.

Manuel se veía lindo.

Y, además, la pequeña barba que se veía en su rostro...

Le venía de maravilla, aunque le sumaba un par de años más...

No dejaba de verse guapo, de hecho, se le veía un aura mucho más... ¿ruda?

—¿Por qué no te pones cómodo, menino Manuel? —le dijo Luciano, acercándose a él, e intentando llevarlo al sofá. Manuel, por inercia, caminó junto a él.

—Es que... tengo que traer las copas, están en la cocina, y...

—Sí, sí... calma; sé dónde están

Ante ello, Manuel observó curioso; ¿por qué Luciano conocía la ubicación de sus utensilios en la cocina?

—Recuerda que, el otro día... yo te cociné una sopa. Ya vi tu cocina...

—¡Ah! Verdad po... —recordó—. Oye, Lú... sobre eso... discúlpame, de verdad...

Manuel recordó el episodio anterior, cuando Luciano le llevó la sopa, y él la escupió. Se sintió culpable.

Luciano sonrió con ternura.

—Está bien... —respondió Lú, y despacio, tomó las manos de Manuel—. Yo sé que no quisiste hacerlo, menino Manuel... es más; entiendo tu reacción. Martín me explicó lo de tu estrés post traumático, y... está bien. Era normal tu reacción.

Manuel sonrió despacio, y asintió.

—Gracias, Lú... de verdad, gracias; eres muy amable...

Luciano observó admirado, y asintió.

—Sobre eso... ¿cómo te has sentido? Con lo que te pasó en la estación de policías...

—Ah, sobre eso... —Manuel torció los labios, y agachó la mirada—. Bueno... de pronto, en las noches... me vienen pesadillas, o cuando bebo agua, debo hacerlo de a poco, porque si la siento de golpe, se me contrae la garganta, pero... bueno, así ando. Lo que más me vienen, son las pesadillas, pero... estoy un poco mejor.

—Cuando te vienen las pesadillas, ¿cómo las manejas? —Luciano, a esas alturas, acariciaba las manos de Manuel sin pudor; Manuel se veía un poco rígido, pero no las alejó; no veía en Luciano malas intenciones.

—Bueno... es duro. Cuando tengo una pesadilla, me despierto muy asustado, así que... me tomo la pastilla que me prescribió el doctor Barraza, aunque, bueno... también me la puedo prescribir yo mismo, porque obvio, soy médico, jaja...

Luciano comenzó a reír.

—Que yo sea médico, no quiere decir, que no pueda sufrir algún malestar a mi salud. Es como los psicólogos; ellos también sufren problemas mentales. Es más usual de lo que se piensa, jaja...

Luciano sonrío, y se sonrojó. Manuel se veía un poco más espontáneo con él.

—Aparte... estoy durmiendo muy poco, así que... igual no tengo tantas pesadillas. Si tengo suerte, duermo cuatro horas... por lo general duermo tres horas. No puedo ni dormir... por eso me veo todo feo ahora, jajaja...

—¿Feo? —inquirió Luciano, extrañado.

—Sí, o sea... mírame; me veo súper cansado, ojeroso, somnoliento... y para variar, ahora me creció barba. No tengo ánimos para rasurarme, mucho menos ganas de asearme... me baño por inercia, y me lavo los dientes por inercia. No tenga ganas de nada, de ni una weá... ni si quiera el trabajo me hace sentir mejor, me quiero... apagar...

Luciano observó preocupado. Manuel, inexpresivo, observó a los ojos de Luciano.

Hubo un profundo silencio.

Luciano, despacio, alzó su mano al rostro de Manuel. Acarició con ternura, y aura compasiva.

A Manuel se le llenaron los ojos de lágrimas.

Se vio dolor en ellos.

—Manuel...

—¿Cómo está tu hermano? —disparó Manuel, en un susurro lleno de dolor—. ¿C-cómo está él?

Luciano contrajo los ojos; se sintió un tanto ofendido...

¿Por qué Manuel preguntaba por Miguel? Sintió rabia...

Rabia de Miguel.

Manuel entonces, se percató de lo que estaba haciendo. Pestañeó.

—A-ah, lo siento, Lú... disculpa...

—N-no, tranquilo; está bien...

Hubo un silencio. Manuel suspiró.

—Se supone que... esto es para que la pasemos bien, no para... llenarte de mis problemas; perdona... —Luciano, cabizbajo, asintió—. Yo... ¿puedes ir por las copas a la cocina? Para que tomemos el vino.

Luciano sonrió, y asintió enérgico.

—Ya po', bakán entonces... —Luciano se irguió del sofá, y caminó a la cocina—. ¡Oye, Lú!

Luciano se volteó.

—¿Fumai marihuana?

Luciano lanzó una carcajada, y sonrió coqueto.

—¿Bromeas? Eso no se pregunta, menino Manuel...

Manuel sonrió divertido.

—¿Natural?

—Sí po, obvio. Tengo mis plantitas.

—Maravilloso. Me gusta.

—Mientras traes las copas, voy a enrolar dos pitos; así fumamos...

Luciano sonrió, y guiñó un ojo a Manuel.

Manuel quedó extrañado, y al instante, echó una carcajada al aire.

(...)

Con el paso de las horas, ambos compartieron el vino, la comida, y por supuesto, la marihuana.

Y cuando el reloj marcó alrededor de las dos de la mañana, ambos ya habían bebido contundente alcohol.

Estaban borrachos, y para empeorar la situación...

Aparte volador; es decir, bajo los efectos de la marihuana.

Alcohol y marihuana, no era una buena mezcla...

—O-oye, voh cachai que... hay una weá que he pensado mucho tiempo, y es que...

—¿Mh? —Luciano, a duras penas, alzó su cabeza, y somnoliento, observó a Manuel. Comenzó a reír despacio, preso de los efectos alucinógenos de la marihuana—. Q-qué cosa... —dijo, en un divertido tono de voz.

—L-la... la... jaajajhgfsf; no, espera... jaajahgfdg.

Comenzaron a reír. Efecto de la marihuana; habían fumado mucha. Ni siquiera decían cosas con sentido, y el alcohol, empeoraba todo.

Y peor en Manuel, que, hasta ese momento, tenía el estómago vacío. El efecto del alcohol era mucho más potente.

—Ya po, no, calmao'... lo que pasa es que, ¿te has puesto a pensar, por qué la palabra ''separado'' se escribe todo junto, y la frase ''todo junto'' se escribe separado?

Luciano alzó la mirada, y contrajo las cejas. Manuel lo observó también, y sonrió.

Hubo un profundo silencio.

Había sido una pregunta filosófica...

Y de pronto, Luciano estalló en risa. Manuel también.

Rieron hasta quedar sin aire.

Bueno; sí... la estaban pasando bien; no podían quejarse.

Incluso, si eso era a costa de estar borrachos, y drogados...

Al final, la risa era lo que valía.

Y con el paso de los minutos, siguieron bebiendo más, y fumando más...

Hasta que, a las tres de la mañana, ambos ya estaban borrados. La consciencia la tenían fuera de cancha; desorientados, y ni siquiera eran capaces de moverse bien.

Ambos, ya estaban rendidos en el sofá.

Manuel, con los ojos cerrados, y con la cabeza hacia atrás. Luciano, por su parte, observaba desorientado hacia la pared.

Había silencio.

Hasta que entonces, entre su estado alucinógeno, y la confusión, Manuel susurró:

—Miguel...

Luciano, desorientado, lo observó, y pudo percatarse, de cómo una lágrima, caía por el rostro de Manuel.

Sí; estaba pensando en Miguel...

Luciano observó ofendido.

—Mi a-amor... mi Miguel... mi amor, mi amor...

Sobre los muslos de Manuel, yacía un cojín. Él lo tomó, y lo apretó con fuerza, al pensar en Miguel.

Luciano observó las venas marcándose en la mano de Manuel, e inevitablemente, sintió su boca hacerse agua.

Chucha... estaba...

Excitado.

Manuel le excitaba... y peor, si estaba en ese estado, en que apenas sabía si estaba vivo, o en un sueño, o muerto...

Ambos estaban presos de esos efectos...

Y, al parecer... Manuel pensaba en Miguel, pero en una situación sexual...

Y claro, en la mente de Manuel, se rebobinaban las imágenes de él junto a Miguel, mientras hacían el amor.

Pero aquello, le generaba en parte, excitación, pero a la vez, mucha tristeza. Porque le dolía pensar en Miguel.

—Manu... —susurró entonces Luciano, y apenas, y con movimientos torpes, pudo acercarse a Manuel—. Ma-Manu...

Manuel seguía allí, con los ojos cerrados, y con la cabeza hacia atrás. Estaba estático.

Y Luciano, preso de su impulso, y bajo los efectos de la droga, y el alcohol, se aferró con fuerza a Manuel, y de un salto algo torpe, se subió encima de él.

Lo observó con expresión somnolienta. Manuel no hizo caso, y se sintió ensimismado.

Luciano entonces, tomó a Manuel por detrás del cuello, y acarició.

La situación se tornó erótica, pero Manuel, seguía con los ojos cerrados.

—Mi...guel... —repitió, ensimismado—. Mi... amor...

Luciano, sin hacer caso a las palabras de Manuel, entonces le besó los labios, de forma muy torpe. Manuel se percató poco después, y, en vez de alejarse, abrió despacio los ojos.

Y ante él, no vio a Luciano.

Vio a Miguel.

Y lo vio allí, frente a él... tan precioso como siempre, con su piel morena, con el brillo de sus ojos azules, y con su presencia, tan anhelada como siempre...

Era un sueño...

Manuel sonrió despacio, teniendo la vista borrosa. Lanzó un jadeo.

Y se siguieron besando.

—Migu-guel... —volvió a jadear, confundiendo a Luciano, con el hombre al que amaba—. Mi...amor...

Luciano no hizo caso a aquellas palabras, y se aferró con fuerza a Manuel.

Manuel, en su sitio, no paraba de repetir el nombre de Miguel. Y estático, y sin saber qué ocurría realmente, apenas seguía el ritmo del beso.

Parecía estar muy fuera de sí.

Luciano entonces, se despojó de su camisa. Quedó con el torso desnudo. Despacio, y con movimientos muy torpes, bajó por el mentón de Manuel, y repartió besos húmedos, hasta llegar a su cuello.

Y allí, comenzó a besar a Manuel.

Manuel, en su sitio, lanzó un profundo jadeo. Estiró la cabeza hacia atrás, y con la vista borrosa, no dejó de pronunciar el nombre de Miguel...

Creía que quien le hacía aquello, era Miguel...

Y no Luciano.

Y despacio, alzó sus manos, y en un movimiento torpe, abrazó la cintura a Luciano.

Y lo aferró a él, en movimientos muy temblorosos.

Manuel entonces, cerró los ojos.

Luciano, entre risas desorientadas, volvió a alzar su cabeza, y con lentitud, buscó los cálidos labios de Manuel.

Se volvieron a besar. Sintieron lo cálido de sus lenguas acariciarse, y el sabor del tinto en el paladar.

Hasta que entonces, entre la excitación del momento, Luciano gimió:

—Me-menino Manuel...

Y Manuel, abrió los ojos de golpe. El cuerpo se le puso rígido.

Aquella voz...

No; no era la voz de Miguel...

¿Entonces quién...?

Y ante él, Manuel vio a Luciano, con los ojos cerrados, y aún besándole los labios.

Y peor... estaba sobre él, y semidesnudo.

Manuel, desorientado, lo separó de un fuerte empujón.

Luciano lanzó un chillido, adormilado.

Ambos se observaron asustados. Manuel quedó shockeado.

¿Qué mierda estaban haciendo?

—T-tú... tú... no, Miguel, no eres Mig-guel... Miguel... Miguel...

Manuel de pronto, y por causa del impacto, experimentó una sensación caliente subirle por el esófago.

Era vómito.

Contrajo las pupilas de golpe, y rápido, se paró del sofá. Corrió hacia el baño —y se cayó en el camino, por causa de la confusión—, y vomitó de golpe en el inodoro. Se retorció del dolor, y pronto, del mareo.

Luciano, en la sala, comenzó a gatear. Se observó las manos. Quedó aún más confundido. Le dieron varias arcadas.

Y pronto, ambos cayeron ante la somnolencia, y se quedaron dormidos. Luciano en los pies del sofá, y Manuel, sentado en el suelo del baño.

Definitivamente; el exceso de alcohol, y de marihuana, no eran recomendable jamás...

Y menos, si uno de los consumidores, pasaba por el proceso doloroso de una ruptura...

(...)

Cuando al otro día, el sol entró fuerte por la ventana de la sala, Luciano abrió los ojos con mucha dificultad. Lo primero que sintió, fue una puta jaqueca de los mil demonios. Despacio, se irguió, y se tomó la cabeza. Observó a su lado, y se dio cuenta, de que había un montón de cigarrillos de marihuana consumidos, y las botellas de vino vacías.

Luciano se preguntó entonces, qué mierda había pasado la noche anterior, y luego, le asaltó la gran duda...

¡¿Por qué mierda estaba semi desnudo, y durmiendo en el suelo del living?

Observó confundido...

Pero, lo que sí recordó, fue que aquella casa, era de Manuel, y que la noche anterior, había ido hasta ella, para beber, y reír...

Acaso...

¡¿Había pasado algo más entre ellos?!

—¡¿Me-menino Manuel?! —gritó, sintiéndose mareado—. ¡¿Ma-Manuel?!

Desde el baño, se sintieron unos leves pasos. Por el umbral de la puerta, arrastrando los pies, y con una terrible expresión, apareció Manuel.

Su cara anunciaba una terrible jaqueca también, y aparte, un estado emocional terrible...

—O-oye, Manu... —musitó Lú, levantándose despacio, y caminando hacia Manuel; este le observó extrañado el pecho semidesnudo.

—¿P-por qué chucha estai semidesnudo? —inquirió Manuel, con la voz ronca—. ¿Q-qué chucha pasó anoche, Lú?

Luciano torció los labios, y se tomó la cabeza, en un intento por rememorar.

Pero no pudo acordarse.

—No... no sé... ¿Tú te acuerdas?

—No tengo ni la más puta idea —respondió Manuel, cerrando los ojos—. Solo sé que vomité, porque estaba el inodoro sucio, y... que dormí en el baño. Me duele todo...

Ambos se observaron extrañados.

—Espera... bebimos alcohol, y fumamos marihuana, así que...

—Nos borramos —completó Manuel, en un jadeo—. El alcohol y la marihuana, es una mezcla terrible.

Luciano entonces, tuvo fuertes sospechas. Se volvió a mirar el pecho desnudo, y pronto, vio las marcas en el cuello de Manuel.

Eran marcas de mordidas...

Luciano contrajo las pupilas, de golpe.

—Me-menino Manuel... —susurró, asustado, y Manuel, abrió los ojos, mientras se acariciaba las sienes—. Creo que... ya sé que pasó...

—¿Mh?

—Tú y yo... tuvimos sexo, o... o eso creo...

—¡¿Q-qué?! —lanzó, sorprendido—. N-nah... imposible... ¡¿QUÉ?! No... eso no pudo pasar, yo contigo, no...

Se observaron en silencio. De verdad sintieron miedo.

—¿Te duele el culo? —dijo Manuel, siendo más directo—. Solo dime si te duele el culo.

—No, no... —respondió Luciano, tocándose las nalgas—. ¿A ti? ¿Te duele el culo?

—No, no me duele.

Hubo otro silencio entre ambos. Se sintieron un poco más aliviados.

—¿Sueles hacer de... pasivo? Pensé que eras activo... —preguntó Luciano, alzando una ceja.

Manuel torció los labios.

—Puedo hacer de ambos. Depende del... contexto, supongo...

Luciano se cruzó de brazos, y sonrió.

—Oh, eres versátil... maravilloso. Las cosas buenas, siempre son versátiles...

—¡Ya Lú! Pero eso no es lo importante...

—Ah, bueno; yo decía...

—¿Cogimos, o no cogimos? Estamos en eso.

—No, al parecer no... a ti no te duele el culo, ni a mí tampoco.

—Y aparte, tú amaneciste en el sofá, y yo en el baño...

Ambos suspiraron. Manuel sintió alivio, y Luciano... un poco de decepción.

Le agradaba la idea de coger con Manuel. Internamente, maldijo la situación.

—Ya, entonces... quizá fueron besos solamente, porque tienes marcas en el cuello, menino Manuel...

Manuel se llevó una mano a su cuello, y apretó con fuerza. Torció los labios.

—Chucha, de verdad, no me acuerdo ni qué pasó...

—Yo tampoco, sinceramente...

Hubo otro silencio. Luciano tomó su camisa, y se la puso.

—Lo importante, es que Miguel no se entere de esto... —susurró Manuel, y se frotó el cuello—. Esto no puede saberl...

—¿Por qué te preocupas tanto, por lo que piense Miguel? Tú y él, ya no son novios, Manuel. Estás soltero; eres un hombre libre. Tú fuiste quien lo termino, ¿no? Ahora puedes acostarte con quién quieras, y, la verdad... créeme que nadie te diría que no, tú estás bastante guap...

—No se trata de eso, Lú —interrumpió, no haciendo caso a las palabras de Luciano—. Miguel es tu hermano, y...

—Mi hermanastro.

—Ya, la misma weá no más —lanzó Manuel, irritado—. No es linda la situación, y aparte...

Luciano observó a Manuel. Este dibujó una expresión triste en el rostro.

—Yo amo a Miguel, no te amo a ti.

Luciano torció los labios. Sintió un leve nudo en la garganta.

—Disculpa, de verdad... si pasó algo entre nosotros anoche... no recuerdo nada, Lú. Pero, si de verdad, pasó algo entre nosotros, te pido, desde el fondo de mi corazón, disculpas. No fue mi intención faltarte el respeto...

Luciano agachó la cabeza, y asintió. Hubo un profundo silencio.

—Y... bueno; ya es de día. Creo que es mejor que me vaya a casa. Mi mamá debe estar esperando...

Manuel sonrió cansado.

—¿No quieres descansar un rato? Reponerte antes de irte... quizá tu mamá se va a enojar, si te ve de esa maner...

—No —respondió Luciano a secas, enojado con Manuel—. Me iré ahora.

Manuel alzó las cejas, descolocado. Asintió en silencio.

—Ah, ya... bueno. Cómo quieras...

—Usaré tu baño para asearme, y me voy.

—Ah, sí... pasa; con confianza...

Luciano, con expresión enojada, pasó al baño. Manuel observó inexpresivo. A los minutos después, Luciano salió. Se paró en frente de Manuel; ambos se observaron.

Manuel se sintió un poco intimidado por el aura de Luciano.

Y, en un movimiento inesperado, Luciano tomó el rostro a Manuel, y le besó los labios.

Manuel contrajo los ojos; Luciano separó sus labios.

De cerca, entonces le susurró a Manuel:

—Vocé é um tolo... perceba como me sinto. Eu posso te fazer muito mais feliz. Pare de pensar nesse tolo, menino Manuel...

Manuel contrajo las cejas, no entendiendo las palabras dichas por Luciano. No entendía el portugués.

Las palabras de Luciano, fueron:

''Eres un tonto... date cuenta de lo que yo siento. Yo puedo hacerte mucho más feliz que él. Deja de pensar en ese tonto, Manuel''.

Luciano sonrió con tristeza, y pronto, y sin decir más palabras, se alejó de Manuel. Tomó sus cosas, y se fue.

Manuel observó inquieto, y despacio, se llevó las manos a los labios.

—Qué chucha el Luciano... es súper raro...

A los minutos, Manuel entonces, se metió a la ducha. Aquella tarde, tenía turno en la clínica. Debía alistarse para el trabajo.

(...)

El reloj, marcaba el medio día, cuando en la cocina de la gran casa, Miguel y Rebeca, estaban sentados, mientras unas ollas al fondo, en la cocina, humeaban.

Aquella tarde, Miguel ayudaba a cocinar a Rebeca. Por orden de Héctor, Miguel estrechaba lazos con su madrastra.

Y... no era que aquello le desagradase; al contrario...

Rebeca era muy agradable con él, y era una mujer cariñosa.

Era solo que Miguel, él... no tenía ánimos para nada.

Estaba tan jodidamente triste, que incluso, en esos días, había bajado unos tres kilos...

Porque básicamente no comía nada.

—¿Te gusta el grupo ABBA, hijo? —le preguntó a Miguel, mientras ella ponía música en su celular. Era música de su época.

Miguel sonrió cansado, y asintió en silencio.

Bajó la mirada hacia la tabla de picar. Comenzó a rebanar unas zanahorias, para el estofado. De reojo, en cada instante, observaba la pantalla de su celular, esperando, muy ansioso y esperanzado, de que Manuel, en algún momento respondiera sus mensajes...

Pero nada; Manuel nunca le respondía...

A Miguel, aquello le rompía el corazón.

En su rostro, se vio la tristeza profunda.

Rebeca entonces, lo observó. Dibujó una expresión preocupada.

Y despacio, se acercó a Miguel. Le susurró:

—Cariño... ¿qué te ocurre?

Miguel alzó despacio su cabeza, y observó con expresión débil. Sus ojos azules, se veían somnolientos, y sin brillo. Su rostro estaba un poco más delgado. Tenía los labios resecos.

—Te veo tan... triste. Desde el día de tu cumpleaños... han pasado un par de días, y tú... te ves tan mal, mi niño... ¿qué pasa? Te veo tan distraído, y cabizbajo... es como si algo horrible te hubiese pasado...

Despacio, Rebeca alzó una mano. Le acarició la cara a Miguel.

Miguel entonces, sintió que se rompía. El labio le tembló. Los ojos se le aguaron en lágrimas.

Rebeca observó con expresión maternal, y muy preocupada.

Algo pasaba con Miguel...

—Re-Rebeca... —dijo él, en un aliento débil—. ¿T-tú... te casaste amando a mi papá? —preguntó, con el labio temblándole—. ¿Está bien casarse con alguien, a quien no amas?

Rebeca alzó las cejas, y apretó los labios. Se puso pensativa.

—Bueno, mi amor... eso es... relativo, creo. Yo... cuando conocí a tu papá, yo era muy pobre... vivía en un lugar muy feo, ahí en Sao Paulo, y él... cuando conocí a tu papá, si bien no lo amaba en un inicio, luego aprendí a amarlo. A veces, en el camino, aprendemos a amar a las personas, después de conocerlas...

Miguel apretó los labios. Los ojos se le llenaron de más lágrimas aún.

—Pe-pero... ¿e-está bien casarte con alguien, cuando amas con locura a otra pers-persona? ¿Cuándo sientes un amor tan jodidamente intenso por otra persona? ¿C-cuándo esa otra persona, es el amor de tu vida, te roba el sueño, los pensamientos, y la amas como si no hubiese un mañana? ¿S-se puede, se puede, está bien así? No... ¿v-verdad?

Rebeca vio en Miguel, tanto dolor retenido, que de pronto, tuvo el impulso de abrazarlo. Miguel se aferró en el pecho de la mujer, y acurrucó su rostro allí.

Rebeca entonces, supo que algo muy terrible, pasaba en el interior de Miguel.

¿Por qué se oía tanta desesperación en sus palabras?

Miguel entonces, reventó en llanto.

Era un llanto desesperado. Rebeca sintió mucha compasión, y lo aferró con más fuerza.

—Cariño... ¿qué ocurre? Dímelo, con confianza... ¿qué pasa, hijo? ¿Qué ocurre?

Miguel no se sintió capaz de mentir más. Sentía tanto dolor, y miedo... tan atrapado, tan prisionero de sus miedos, y de la falta de aprobación, que pronto, su olla de presión, también estalló.

Y Rebeca, fue su primera confidente.

—No me quiero casar con Antonio, Rebeca... —sollozó amargo, abrazándose a la mujer—. N-no lo amo, no lo amo a él, me da miedo...

Rebeca observó preocupada.

—¿Por qué, cariño? ¿Qué pasa?

—A-Antonio me... me da miedo, me da miedo... el o-otro día... le dije algo feo, y se enojó, y me pegó una cachetada fuerte... y le pegó a mi gatita, le pegó a mi gatita...

Rebeca se mostró sorprendida.

—¿Antonio te hizo eso, corazón? —Miguel, desesperado, asintió—. Qué extraño, Antonio se ve tan... tranquilo, y agradable...

Hubo un silencio; solo se oyeron los sollozos de Miguel.

—Pero te creo, hijo... te creo que fue así.

—Y-yo no lo amo a él, Rebeca, no lo amo a él... no lo amo...

Rebeca de pronto, se sintió culpable, por haber sido participe de esa unión. Ella no sabía, ni conocía, esas actitudes de Antonio. Tampoco sabía del malestar de Miguel.

—Ay, mi amor... ¿No lo amas? Pero tú...

—Amo a Manuel...

Dijo entonces, y Rebeca, contrajo las pupilas. Se mostró sorprendida.

¿Manuel? ¿Aquel muchacho del día de su cumpleaños?

—Manuel, él era... ¿el chico de tu cumpleaños? Pero tú...

—S-sí, sí... lo amo, lo amo a él, más que a nada en este mundo, Rebeca... y no puedo vivir sin él, lo amo tanto, te lo juro por Dios, que no puedo... olvidarlo, intento, pero no puedo... lo amo a él, a él...

Miguel siguió sollozando por varios minutos. Rebeca le siguió haciendo cariño.

—Hijo... entonces, ¿por qué pasó eso el otro día en tu cumpleaños? ¿Por qué él...?

—Estoy tan arrepentido, mamá... —dijo al fin, soltándose con Rebeca—. Te juro que estoy tan arrepentido, pero... no sabía qué hacer. M-mi papá... mi papá dejó todo atrás, su vida en Brasil... incluso ustedes; tú, Brunito y Luciano... fueron sacados de su país, para esto... me siento tan presionado, por todos lados... mi papá se va a morir, y de mí depende, si él vive, o muere... él tiene tantas expectativas en mí, y yo no quiero matarlo...

Rebeca observaba perpleja. Las cosas que decía Miguel, eran terribles.

Y hasta ese punto, ella no había pensado antes, en la cantidad de presión que Miguel, sostenía hasta ese momento en sus hombros.

—M-mi papá quiere que Antonio sea mi esposo, y no pude negarme... tuve que rechazar a mi amor, a mi Manuel... porque mi papá, siempre que pasa rabia, se muere un poco más... se pone mal, se enferma... me da miedo, incluso me da miedo por Brunito, él es un niño, mi hermanito... y-yo, Rebeca; yo... cuando era un niño, mi mamá se murió... yo sé lo que es crecer con un papá o mamá muerta, es tan doloroso, y tan terrible... yo no quiero que eso pase con Brunito. Él es tan... puro y noble, no quiero que crezca sin su papito, como yo sí... porque yo crecí sin un padre, pero no quiero que Brunito pase lo mismo. Y ustedes... todos se arriesgaron por mí. Mi papá... me siento tan, atrapado...

Miguel rompió de nuevo en llanto, y Rebeca, lo aferró con fuerza.

Quedó, en cierta forma, shockeada.

Miguel estaba cargando con todo ello, y solo...

¿Héctor había hecho bien, en alejarle de su viejo apartamento, y hacerle esos regalos en su cumpleaños? Ahora que lo veía mejor...

No.

Aquello solo le hizo un feo daño a Miguel...

—Y-y ahora... mi Ma-Manu... él me odia, no quiere verme... piensa que soy una perra cualquiera, que le fui infiel, piensa que no lo amo, cuando me muero de amor por él... fui tan estúpido, no supe reaccionar... me siento terrible, no puedo dormir de la culpa, y no sé qué hacer, yo no quiero hacer daño a nadie, pero... cualquier cosa que haga, o deje de hacer, puede hacer daño a alguien, y no sé qué hacer... me quiero morir... esto no es lo que yo quería, mamá... yo amo tanto a mi Manu, y le hice daño... y no sé qué hacer, en esta jaula...

Volvió a sollozar, y Rebeca, comenzó a acariciarle el cabello. Al paso de unos minutos, entonces Miguel, logró tranquilizarse.

Y al decir todo ello... se sintió mucho más liviano.

Se sintió en paz.

Rebeca, despacio, lo alejó de su pecho. Miguel observó apenado. La mujer le sonrió despacio.

—Cariño... todo lo que has cargado en ti, esa presión, esa responsabilidad... es terrible.

Y sí; era cierto. Miguel, en la nobleza de su alma, quería hacer felices a todos.

Y de a poco, abandonaba su propia esencia y felicidad, para dar en el gusto a su padre, a Antonio, y a su familia entera.

Incluso en Brunito, pues él, como hermano mayor, quería velar para que Brunito, pudiese crecer junto a un padre presente.

Miguel pensaba en todos, pero no en él.

Y tampoco en su futuro junto a Manuel.

Y por no saber manejar aquello, se metió en un hoyo sin retorno. Y Manuel, el amor de su vida, rompió su relación.

Solo había conseguido más y más equivocaciones..., y mucho dolor en el proceso.

—Voy a tratar de hablar con tu padre... —susurró ella, compasiva.

Miguel se mostró asustado.

—¡N-no, Rebeca, por favor! —pidió, temeroso—. S-sí mi papá se entera de esto, él se va a enfermar más, y se va a poner peor... t-tú viste ese día, como se puso... comenzó a sangrar, tenía tanta sangre, se estaba muriendo, él...

—Tranquilo... —dijo ella, limpiándole las lágrimas—. Tranquilo, hijo. Yo soy esposa de tu padre, y sé cómo conversar con él. Le diré que, la decisión del matrimonio con Antonio, no te hace feliz. Le diré que no fue buena idea. Yo sé que él, lo entenderá. Él te ama, Miguel. Él comprenderá, y tu compromiso con Antonio, terminará. Todo estará bien...

Miguel observó con lágrimas en los ojos. Sintió una cálida sensación en su pecho.

—¿E-en serio? Mamá... ¿de verdad?

Rebeca le tomó las manos a Miguel, y las apretó. Asintió, con una sonrisa cargada de aura maternal.

Miguel sintió de nuevo ganas de llorar.

—Gra-gracias, gracias, gracias...

Se volvieron a abrazar. Rebeca le frotó la espalda.

—Está bien, cariño... solo no te desesperes. Las cosas mejorarán, y tú... podrás luchar por recuperar el amor de ese chico; Manuel...

Miguel sonrió entre lágrimas.

—¡Sí! —exclamó, con una sonrisa cargada de esperanza.

Ambos se observaron con aura contenta, hasta que entonces, se oyó a alguien entrar en la casa.

Ambos observaron curiosos.

Entró Luciano a la cocina. Observó con aura seria.

Rebeca le miró con enojo.

—¿Y tú? ¿Por qué no llegaste a dormir anoche?

Miguel observó descolocado; era cierto... anoche Luciano, no se vio en la cena.

—¿Qué te importa? —respondió Lú a secas—. Es mi vida, no la tuya.

—Soy tu mamá —respondió ella—. Deberías decírmel...

—Ah, ¿eres mi mamá? —dijo, lanzándose un fresco vaso de agua hacia atrás, y bebiéndolo con ahínco—. Pues parece que Miguel es tu nuevo hijo, ¿no? A él lo tratas mejor que a mí...

Luciano dirigió una mirada molesta a Miguel.

Miguel torció los labios. Desvió la mirada. Siguió rebanando las zanahorias sobre la tabla de cocina.

—Ah, sí, pues, ¿sabes por qué? Porque al menos Miguel, si es respetuoso con su padre... tú deberías hacer lo mismo conmigo; aprender a respetar a tus...

—Ay, que molesta eres... —dijo, restándole importancia—. Ya, ¿quieres saber dónde pasé la noche?

Rebeca asintió. Miguel, callado, siguió picando las zanahorias.

Luciano sonrió.

—Ayer pasé la noche con un buen amigo... —dijo, en tono sugerente—. Sí, pasé la noche con un amigo mío... y me lo cogí, y me lo cogí bien rico. ¿Feliz, mamá?

Rebeca quedó perpleja; el color le subió por el rostro. Miguel, de golpe, dejó de picar las zanahorias.

No pudo creerlo...

Luciano, él... ¿se refería a...?

—Es chileno, te lo presento un día si quieres, mamá...

Sí; se refería a Manuel.

Miguel se paró de golpe, y con expresión asesina, observó a Luciano.

Ambos se miraron en silencio. Rebeca sintió miedo.

Miguel se veía con los ojos de un homicida.

Apretó el cuchillo entre sus manos, pero una leve luz de conciencia, le iluminó, y soltó el cuchillo.

Con la mano desnuda, entonces tomó el antebrazo a Luciano, y lo apretó con fuerza brutal. Lo torció.

Luciano lanzó un grito, por el agarre brutal. Miguel, con rabia, lo torció aún más.

Sonó un hueso.

—¡¡Migueeeeeel!! —gritó Rebeca, temerosa—. ¡¡Suéltalo, no le hagas eso!!

Luciano, desesperado, intentó zafarse del agarre brutal de Miguel, pero este, simplemente no reaccionaba.

Luciano le había sacado de sus casillas.

—¡¡Ayuuudaaaa!!

De pronto, apareció Antonio. Al ver el alboroto, tomó rápidamente a Luciano, y lo jaló con fuerza. El agarre de Miguel, entonces se zafó.

Rebeca observó asustada.

—Lú, ¿e-estás bien? Tu brazo, está morado, y...

—¡¡Déjenme tranquilo!! —gritó él, iracundo. Observó a Miguel con expresión rabiosa. Miguel le observó inexpresivo, como reteniendo un impulso asesino—. Hijo de puta...

Miguel quiso de nuevo atacarlo, pero Antonio, lo retuvo. Rebeca pegó un grito.

—Ya, ya, tío... vete a tu habitación. Deja de provocar a Miguel; está fuera de sí...

Luciano echó una maldición al aire, y se encerró en su habitación. Miguel seguía observando, con los ojos inexpresivos.

Tenía una rabia descomunal.

—Rebeca, ¿qué pasó? ¿Por qué están peleando? —preguntó Antonio, aún reteniendo a Miguel.

Rebeca se hizo la tonta, y alzó los hombros. Se sacudió las manos, y luego, volvió a prestar atención a las ollas.

Miguel entonces, se zafó de Antonio. Le dio un leve empujón. Miguel, con la cabeza agachada, caminó hacia el antejardín. Antonio le quiso alcanzar.

—Eh, Miguel... ¿a dónde vas? Ven aquí...

—Déjame en paz —disparó, a secas—. Déjame solo. Quiero estar solo.

Y rápido, se encaminó al antejardín. Tomó asiento en la banca, entre las plantas.

Se quedó mirando a la nada. Sintió la rabia consumirle por dentro.

Quería matar a Luciano, y ahora...

También a Manuel.

¡¿Cómo era Manuel capaz de eso?! ¡¿De verdad había ocurrido?!

¿Manuel era capaz de, a los pocos días de haber terminado su relación... encamarse con alguien más? ¿Manuel se había acostado con Luciano? ¿De verdad se lo había cogido?

Manuel, el amor de su vida... ¿se había cogido a su hermanastro?

Miguel no era capaz de concebir tal grado de maldad... porque sí, el hecho de que Manuel, pudiese intimar con alguien más, le generaba rabia, tristeza, unos putos celos de los mil infiernos...

Pero, si ello se lo hacía a Luciano...

Era aún peor.

Porque Manuel, sabía que ello le dolía.

¿Lo había hecho como forma de venganza?

¡¿De verdad había pasado?!

Miguel lloró de la impotencia. Estaba enrojecido de la ira. Apretó los dientes, y las lágrimas le cedieron.

Tenía que ir a hablar con Manuel; debía hacerlo...

Necesitaba explicaciones.

—Eh, tío... —de pronto, y muy inoportunamente, llegó Antonio a su lado. Miguel suspiró con dificultad, reteniendo su ira—. Vamos adentro; tienes que...

—Déjame tranquilo, conchatumadre...

Miguel no estaba para retenerse. Estaba furioso. Era una fiera en esos instantes.

—¿Qué me dijiste, gilipollas?

—¡¡Qué me dejes tranquilo, viejo asqueroso, déjame en paz!!

Le gritó iracundo, empujando a Antonio con fuerza. Miguel estaba fuera de sí.

De verdad, la posibilidad de que Manuel y Luciano, hubiesen tenido sexo, le generaban una rabia abrumadora.

—¡¡Te odio, te odio!! ¡¡Nada de esto hubiese pasado, si no te hubieses aparecido, pedazo de mierda!! ¡¡Nada de esto estaría pasando con Manuel!!

Antonio quedó pasmado, y pronto, Miguel salió de su casa.

Lo último que Antonio vio, fueron lágrimas de rabia en sus ojos.

(...)

Al paso de una hora, y cuando Héctor volvió a la casa, Antonio esperaba sentado en el sofá del living.

Cuando Héctor le vio, le sonrió. Antonio observó con expresión seria.

Llevaba un aura muy densa en su cara...

—Hola, Antonio... —le saludó Héctor, simpático—. Este... ¿Y Miguel?

—Salió —sentenció, en tono seco—. Héctor; ven, siéntate.

Héctor se acercó temeroso. Antonio fumaba un cigarrillo, y mantenía su cabeza apoyada en su mano. Tenía una expresión terrible.

Héctor tuvo miedo.

—Este, sí, claro... ¿qué ocurre, Antonio? —tomó asiento frente a él, y sonrió despacio—. ¿Quieres otra habitación? ¿La cama que compartes con Miguel es muy pequeña, o...?

De pronto, Antonio le lanzó una bofetada a Héctor.

Eva, que observaba por debajo de las escaleras, dio un salto.

No había nadie en la sala; solo ellos dos...

Héctor recibió el golpe en silencio. Agachó la cabeza.

Antonio le miró con desprecio.

—Tu mierda de hijo, es un irrespetuoso, Héctor. Me ignora, y me trata como si yo fuese un perro. Así no era el trato, Héctor.

Héctor, que tenía el rostro rojo de la vergüenza, asintió en silencio.

—Y-yo... hago lo que puedo, Anton...

—¡¡No!! ¡¡No has hecho lo suficiente!! ¡¡Si deseo, puedo mandar el trato a la mierda!! ¡¿Sabes?!

Héctor cerró los ojos, retuvo la respiración.

Hubo un silencio.

—S-sí, tienes razón; lo siento...

—Yo soy quien manda acá, ¿lo entiendes, gilipollas? —Héctor asintió—. Haz lo que sea necesario, para que Miguel, comience a darme mi lugar. Si quiero, puedo terminar esto de una vez. El trato aún no está cerrado. No te he dado mi parte, y no te la daré, hasta que esto termine.

Héctor asintió, como un perro faldero ante Antonio.

Hubo un silencio muy tenso.

—Hoy conversaré con él —sentenció Héctor, nervioso—. Hoy... le diré lo que necesitas para... que él te respete.

—Es por el bien de ambos —respondió Antonio—. Te conviene mantener las cosas bien conmigo. Tú conoces bien a Miguel; tú sabes cómo manejar la situación.

—Sí.

Hubo otro silencio.

—¿A-algo más? ¿Algo más, A-Antonio?

—Sí —respondió a secas—. Trata de mantenerlo a raya; está saliendo mucho a la calle. Él debe estar acá, conmigo; bajo mi supervisión. Él es mío; me debe respeto, y compañía exclusiva. No puede frecuentar a nadie más que no sea yo.

—Sí, señor...

Al instante, Héctor se levantó. Arrastró los pies a su habitación, y se encerró. Eva, desde debajo de las escaleras, observó con miedo, el aura de Antonio.

Antonio era un humano horrible...

Y Eva, podía sentirlo. Tenía una energía muy densa...

Pero... ¿qué escondía?

(...)

Cuand

o el reloj sobre su despacho, marcaba las tres de la tarde, Manuel, en el escritorio de su consulta, cayó dormido.

El trabajo, las pocas horas de sueño, y la noche anterior, en donde básicamente no tenía recuerdo de nada, le generaron un cansancio abrumador.

Y sobre las fichas clínicas, y teniendo un pequeño lapso desocupado, Manuel comenzó a soñar.

Su mente, en el mundo de lo onírico, comenzó a divagar.

Ante él... se veía el edificio del apartamento en Miraflores; su antiguo hogar junto a Miguel...

Manuel sonrió; sintió su corazón lleno de felicidad.

¡Todo lo que había pasado antes, había sido un amargo sueño! No estaba peleado con Miguel, y no estaba separado de él... aún estaban juntos. No había roto su relación...

Manuel se sintió lleno de alegría.

En el sofá del apartamento, estaba también Eva. Manuel sonrió agraciado. Tomó a la gata, y despacio, la abrazó; le acarició el pelaje.

De pronto, a su lado, llegó Miguel.

Se observaron, y ambos sonrieron.

Se miraron con ojos de amor. Todo estaba bien entre ambos...

Y entonces, se besaron despacio. Eva los observó con aura tierna. Se entrelazaron, y se abrazaron con ternura.

Manuel se sentía feliz...

Te amo, mi amor...

Le susurró Miguel, y Manuel, sintió el corazón saltarle con fuerza.

Yo también te amo, mi niño...

Miguel sonrió como siempre, mostrándole esa bonita expresión tan tierna que tenía...

Y de pronto, entre risas, Miguel corrió a la habitación. Manuel intentó alcanzarle, con una sonrisa en el rostro.

Y, cuando Manuel entró en la habitación, se quedó pasmado.

El sueño entonces, se volvió pesadilla.

Manuel quiso gritar en medio del sueño, pero el grito, no salió desde sus labios.

Y observó con rabia, y con mucho dolor...

En la cama de la habitación, en donde él y Miguel, antes se amaban, ahora...

Miguel tenía sexo con Antonio.

Y se revolcaban ambos, como unos animales con el instinto a flor de piel. Antonio lo penetraba, y Miguel, gemía a viva voz, y besaba los labios a Antonio, con desesperación.

Manuel veía eso con lágrimas en los ojos...

Y cuando ambos llegaron al orgasmo, Antonio se giró, y observó con expresión burlesca a Manuel.

Miguel, finalmente, observó también a Manuel. Se comenzó a reír en su cara, humillándolo.

Todo fue mentira, imbécil; jamás te amé...

Manuel abrió los ojos de golpe. El corazón le latía con fuerza. Sintió un vacío en el pecho.

Todo había sido una terrible pesadilla...

Una pesadilla que se sentía jodidamente real...

Despacio, se irguió en su asiento. Se tomó el cabello, y lo hizo hacia atrás. Comenzó a sudar. Su respiración era agitada.

Y pronto, sintió una terrible rabia...

Rabia, porque, aunque había sido una pesadilla, aquello era real...

Miguel ahora se revolcaba con Antonio, y quizá, desde cuando lo hacía...

¿Desde cuándo le miraban la cara de imbécil?

Manuel apretó los dientes, y en un acto impulsivo, empujado por los celos y la rabia, lanzó un manotazo en su escritorio. Las fichas clínicas salieron disparadas.

Tenía tanto odio en su alma ahora...

Manuel llegó a desconocerse a sí mismo.

—Conchetumadre... —dijo, entre dientes—. Maricón conchetumadre, Antonio, hijo de perra maldito... te odio...

Apretó los puños, se quedó pensativo en su escritorio.

La rabia le subió por las entrañas. Se hacía difícil controlar el maldito rencor que le crecía en el interior.

—Miguel... weón traicionero, traicionero culiao... —cerró los ojos, y aguantó el llanto—. Me da rabia, me da rabia, me da rabia...

Suspiró. Se quedó en silencio. Pronto, la rabia se volvió tristeza, y sintió ganas de llorar.

Una lágrima le cedió.

—Te quiero odiar... —susurró, derrotado—. Pero entre más lo intento, siento que más... más te amo...

Qué patético..., pensó.

Qué jodido era intentar superar la ruptura, del primer gran amor de tu vida.

Y peor aún... cuando había un tercero de por medio, y el dolor de la traición.

Y, de pronto, de un solo golpe, se abrió la puerta del despacho.

Manuel dio un brinco, asustado.

Tras la puerta, se oyó un escándalo.

Miguel entró sin previo aviso, hecho una fiera.

Manuel quedó petrificado.

—¡¡Do-doctor Manuel!! —gritó la secretaria, sosteniendo a Miguel, que había ingresado en el despacho de Manuel—. ¡Intenté detenerlo, se lo juro, pero él... él insistió, e incluso...!

Miguel se zafó del agarre de la mujer, y furioso, caminó hacia Manuel.

Manuel, al lado de su escritorio, se puso de pie. Observó shockeado la situación.

Jamás espero que eso ocurriese...

Miguel se paró en frente a él. Lo observó de cerca. Se miraron en silencio.

La secretaria, volvió a hablar.

—¡¡Se-señor!! ¡¿Llamo a segurid...?!

—No... —musitó, observando directo a los ojos de Miguel, que le veían de cerca, y con aura furiosa—. Tranquila... yo... atenderé a este paciente. Puedes ir tranquila.

Se observaron con una terrible tensión. La mujer, rendida, asintió. A los segundos, cerró la puerta.

Manuel y Miguel, entonces, quedaron a solas en el despacho.

Manuel habló:

—¿Qué mierda te crees, que vienes así a mi despacho, y formas un escándalo? ¿Con qué derecho?

—¿Te cogiste a Luciano?

Respondió Miguel a secas, no quitando su mirada del rostro de Manuel.

Manuel contrajo las pupilas de golpe.

Miguel, con expresión muy rencorosa, no se movió ni un centímetro.

Hubo un profundo silencio.

—¿Q-qué chucha estai diciendo?

—Luciano me lo dijo hoy —respondió Miguel, con lágrimas de ira en sus ojos—. Ahora, cuando llegó a casa. Que pasó la noche contigo. Que te lo cogiste ''bien rico''.

Manuel quedó de piedra. Contrajo las cejas. Internamente, maldijo a Luciano.

Mentiroso de mierda...

—Responde, responde ahora... —pidió Miguel, entre dientes, y poniéndose rojo de la rabia—. Dímelo... ¿te lo cogiste? ¿Te cogiste a mi hermanastro?

Manuel lanzó un suspiro; ¡era obvio que eso era mentira! ¡¿Cómo Miguel podía pensar algo como eso?!

Y, de todas maneras...

¡¿Por qué eso le preocupaba?!

—¿Y a ti qué chucha te importa? —respondió Manuel, desafiante—. Tú y yo no somos nada. Y aparte... no es de tu incumbencia a quién me coja, o no.

—Ya, o sea, sí te lo cogiste...

—Y tú a Antonio, ¿o no? Ustedes dos se cogen, ¿verdad? Todas las noches...

—Eres un huevón, de verdad...

—No sé cómo te atreves, a venir hasta mi consulta, a hacer este escándalo, y aparte a preguntarme si me cogí o no, a Luciano. Y, te lo dije la última vez, Miguel... que, si te volvía a ver, no iba a ser amable contigo. Ándate ahora.

—No me voy a ir.

—Ándate, seguro te está esperando abajo Antonio. Tienen que irse a su casa, a ya sabes qué...

Miguel, de un movimiento inesperado, tomó a Manuel por la bata, y lo acercó más hacia él. Manuel observó tenso.

—Respóndeme, Manuel... ¿te lo cogiste, o no?

Manuel sintió rabia. Tenía tanto rencor en su interior, que, sin pensarlo, respondió:

—Sí, me lo cogí... —sonrió despacio, y Miguel, quedó de piedra—. Y me lo cogí bieeeen rico, Miguel. Super rico.

Mentira; eso no era verdad...

Miguel le soltó la bata, por causa del shock. De pronto, su expresión de rabia, se transformó inmediatamente, en una llena de dolor.

Eso le había quebrado el alma.

—Y lo hace más rico que tú... —siguió, sin controlar su ira. Manuel tenía tanto rencor, que impulsivamente, quería ocasionar daño, para remediar su orgullo pisoteado—. Mucho más rico que tú. Y lo hicimos toda la noche...

A Miguel, pronto las lágrimas le cayeron. Su cara se deshizo en dolor.

El corazón le dolía mucho.

Manuel se sintió una mierda. Torció los labios.

¿Por qué mierda había dicho eso? ¡No era verdad!

¡¡NO ERA VERDAD!!

—¿Cómo pudiste...? —jadeó Miguel, con la voz quebrantada. Manuel observó con el alma en la mano; sintió que sus ojos, al igual que Miguel, también se llenaban de lágrimas—. Y-yo... todos estos días... he estado en casa, llorándote... sufriéndote, pensándote, ¿y tú...? ¿Te cogiste a mi hermanastro? ¿E-esa es tu forma de venganza, Ma-Manu...?

Manuel sintió un terrible nudo en la garganta. Se mordió los labios.

Ambos se observaron en silencio.

—¿Cómo pudiste? —repitió, quebrándose su voz, y llorando—. Yo... yo nunca voy a perdonarte esto, te lo juro, Manuel...

—¿Y por qué te quejai? —dijo Manuel, con la voz quebrantada—. Si tú también me pusiste los cuernos, ¿o no? Es-estamos a mano...

No; mierda. Así no funcionaban las cosas. Ambos estaban actuando muy infantil, e imbécilmente...

Estaban actuando desde el rencor, y desde los celos.

Manuel estaba diciendo mentiras. Él no se había cogido a Luciano, y en su sano juicio, tampoco lo haría.

Porque amaba a Miguel...

—S-sí... —dijo Miguel, destrozado, y con el orgullo roto—. Me cojo a Antonio, ¿algún problema, huevón?

—¿Viste? —disparó Manuel, con los ojos llorosos—. Y yo me cogí a Luciano, estamos a man...

—Y Antonio me lo hace más rico que tú —dijo entre dientes, temblando, también preso del orgullo roto—. Y me provoca muchos orgasmos, y me hace gritar... no como tú...

Mentira...

Manuel le había provocado los mejores orgasmos de su vida. Manuel le excitaba, y le prendía sexualmente a más no poder.

¿Antonio? ¡¡No, para nada!!

Y aparte, ahora...

Con esa barba que llevaba, se veía inmensamente atractivo. Se veía exquisito. Se lo quería comer a besos, y se lo quería coger ahora ya, encima de la mesa, si era necesario.

Pero no; no podía decirle eso...

No después de que Manuel, se burlase de él, cogiéndose a su hermanastro.

—¿Ah, sí? ¿Te lo hace mejor que yo? Bakán po... igual Luciano. Me lo hizo mucho mejor que tú ¿y quién sabe? Hasta capaz nos repetimos otra noche, no sé... creo que le pediré que sea mi novio. Quizá él SÍ VALORE MIS ESFUERZOS, no como tú... que me cambiaste por ese weón asqueroso, feo culiao, aweon...

—Bueno, ¿y Luciano es el mister universo, o qué? Está horrible.

—¿Y tú? ¿Te crees muy lindo?

—Sí, lo soy; no como tú, huevón feo; pene chico —¿Quéeee? Eso sí que era mentira, pero Miguel, infantilmente, decía lo primero que se le ocurría—. Antonio está más lindo —Miguel hizo una arcada en su mente; la verdad de las cosas, es que Manuel era hermoso, pero en una pelea, todo valía, incluso el insulto más estúpido—. A mí él sí me gusta, no como tú...

Que imbécil discusión. Estaban rosando en lo infantil. Y estaba claro... estaba claro, que ambos mentían monumentalmente.

Ambos eran conscientes, de la poderosa atracción que tenían el uno por el otro, de la complicidad sexual que tenían, pero en momentos en donde, el rencor, y el orgullo roto prevalecían, las palabras estúpidas, los insultos sin sentido, y las mentiras para herir orgullos, eran las que más abundaban...

Y ambos lo sabían.

—Así que me odias...

Dijo entonces Miguel, y despacio, alzó su mano hacia el rostro de Manuel. Comenzó a acariciar con suavidad.

Manuel suspiró, y cerró los ojos. Alzó su propia mano por sobre la de Miguel, y comenzó a acariciarla también.

Disfrutó aquella caricia. Una lágrima le rodó por el rostro.

Y, de un movimiento impulsivo, tomó a Miguel por los hombros, y lo arrinconó en la pared.

Ambos quedaron pegaditos, y se observaron de cerca. Sintieron el aliento caliente del otro.

Se observaron con una poderosa pasión retenida. Se observaban con tanto deseo, que en su mirar, era evidente lo que sentían.

Era jodidamente intenso...

—Te... dejaste crecer barba... —musitó Miguel con dificultad, sintiendo su respiración entre cortada, por causa del ímpetu—. Se... se te ve... horrible...

Manuel sonrió despacio. Miguel se mordió levemente el labio.

¿Horrible? Se veía más hermoso que nunca...

Y Miguel... también se veía hermoso.

Manuel quiso comérselo a besos.

—Tú también... te ves... horrible...

Repitió Manuel, observando a Miguel, con ojos inundados en deseo y amor. Ambos se aferraron con más fuerza. Sus labios estaban peligrosamente cerca.

Y cerraron los ojos.

Podían sentir lo caliente del aliento del otro. Disfrutaron aquella cercanía.

—Jamás... jamás... nadie te amará como yo... —musitó Miguel, en un hilo de voz—. N-ni Luciano, ni nadie... nadie te amará de esta forma, de esta manera, en que yo me derrito por ti...

Manuel sintió que los ojos se le llenaron de lágrimas. Respirando con dificultad, tomó el rostro de Miguel, y con fuerza, acarició por detrás de sus orejas.

Miguel sintió que moría de ganas, por ser besado ahora mismo.

Y Manuel, moría de ganas por besarlo.

Pero cada uno, esperaba que el otro, tomase la iniciativa.

Porque en aquellos momentos, eran muy orgullosos. No querían dejarse ver débil ante el otro.

No después de toda la sarta de idioteces, que se habían dicho.

—Lo mismo digo... —musitó Manuel, apenas—. Nadie jamás... va a amarte, de esta manera en que te amo, pero tú... preferiste a Antonio...

Miguel volvió a sentir rabia. Estaba harto de esa puta mentira.

—Ajá... —susurró, observándole los labios a Manuel, muerto de ganas por comérselo a besos—. Y tú a Luciano, ¿no?

—Mh... sí po...

Despacio, rosaron sus labios. Comenzaron a acariciarse con movimientos profundos. El deseo, de unirse ambos carnal, y emocionalmente, se hizo muy fuerte.

En parte, por lo pasional del momento, y por la fuerte conexión emocional que poseían, y, por otro lado, por la abstinencia que llevaban hace varios días...

Después de todo, cuando convivían, ambos estaban acostumbrados a hacerlo a diario...

¿Pero ahora? Ahora llevaban días sin hacerlo...

Y no les apetecía hacerlo, con otra persona que no fuesen ellos dos...

Y de pronto, cuando ambos ya estaban demasiado cerca, como para consumar un beso...

Manuel giró el rostro. Y se negó. Miguel quedó con el deseo en los labios.

Se sintieron frustrados.

—No te he perdonado... —susurró Manuel, alejándose despacio de Miguel, y quitando su mano del rostro; Miguel observó con tristeza—. No te has ganado mi perdón; no has hecho lo suficiente para eso...

Miguel se quedó observándolo. En sus ojos, se vio un brillo de nostalgia.

—No puedo perdonarte una infidelidad, Miguel... y tampoco lo que pasó ese día... no puedo... por más que te ame...

Miguel agachó la mirada, y guardó silencio.

—Duermes con Antonio, y haces el amor con él... yo no puedo soportar eso, ni perdonarl...

—Eres tan ingenuo...

A Miguel le deslizó una lágrima en el rostro. Vio con dolor a Manuel.

Manuel observó descolocado.

A Miguel, le dolía muchísimo, que Manuel no creyera en sus palabras. Sí, entendía su enojo por la situación de esa noche, pero...

¿Infiel? Le dolía pensar que Manuel, creyera que él era un cualquiera...

Tal y como pensaban los otros hombres, antes que él...

Manuel, ahora pensaba sobre él, al igual como lo hacía Rigoberto, o el imbécil fuera del bar...

A Miguel, eso lo mataba...

—Me duele mucho, que pienses como el resto de hombres... —susurró, y se acercó a Manuel, con lágrimas en los ojos—. Pensé que me conocías... pensé que realmente me conocías...

Manuel observó con tristeza.

—Miguel, espera...

—Te entregué mi primera vez haciendo el amor, y solo a ti... me duele tanto, que pienses que te fui infiel antes, ¿Y con Antonio?

Hubo un profundo silencio. Manuel observó descolocado.

—Mi-Migue...

—Cada abrazo, cada beso, cada palabra, mientras hacíamos el amor... nada de eso fue mentira, pero tú... tú insistes en creer lo contrario. Y yo... yo ya no sé cómo hacerte creer lo contrario, ¿y sabes por qué? Porque en tu cabeza, ya tienes el pensamiento de que yo, soy una maldita zorra...

—Yo no he dicho eso, Miguel...

—Es lo que piensas —le dijo, dolido—. Yo jamás mentí acerca de lo que sentía. Sí, te amé, y te amo profundamente...

Manuel agachó la mirada.

—Pero tú quieres creer, solo lo que quieres...; eres un terco, un baboso...

Y con lágrimas en los ojos, Miguel salió del despacho.

Y tras él, cerró la puerta.

Manuel se quedó con la cabeza fundida en el interior. Los pensamientos le asaltaron, y el remordimiento por las palabras de Miguel, le afectaron.

Porque sí, tal parecía que Miguel...

Le decía la verdad.

Al parecer; no le había sido infiel antes con Antonio...

Pero, entonces, ¿qué pasaba realmente? ¿Por qué habían visto antes a Antonio con Miguel? ¿Y por qué Martín había dicho eso?

Y peor... ¡¿Por qué Miguel, ese día, prefirió a Antonio, antes que a él?!

Manuel creía en las palabras de su mejor amigo, pero ahora...

Ahora las dudaba.

¿Y si él, estaba siendo también injusto con Miguel? ¿Y si Miguel le estaba diciendo la verdad?

Sí; era cierto... Miguel le había hecho daño, pero...

Él ahora, también le estaba haciendo daño a Miguel.

Manuel, el resto del día, se sintió como un pedazo de mierda.

Lo que menos deseaba, era hacer daño a Miguel, y ahora...

Ahora también lo estaba haciendo.

(...)

Cuando casi al anochecer, Miguel llegó a casa, pasó directo a su habitación. Tenía el pecho tan comprimido, y las dolorosas palabras de Manuel tan insertas en la mente, que lo único que quería, era apagarse, y no pensar en nada.

Y cuando se dispuso a subir por los escalones, alguien le tomó por el brazo, y lo jaloneó con fuerza.

Miguel, pensando que se trataba de Antonio, lanzó un fuerte manotazo, y enojado, gritó:

—¡¡Déjame en paz, huevón, no quiero vert...!!

—Miguel.

Miguel contrajo los ojos, y se volteó perplejo. Ante él, Héctor estaba de pie.

Miguel se asustó.

—Pa...papá...

—¿Por qué me contestaste así, Miguel?

Miguel torció los labios. Agachó la cabeza.

—Yo... perdón, papito. Pensé que eras Antonio.

Hubo un silencio entre ambos. Héctor contrajo las cejas.

—¿Así le hablas a Antonio?

Miguel torció los labios. Guardó silencio.

—Respóndeme, Miguel.

Miguel asintió despacio. Héctor se mostró furioso.

—No vuelvas a hablarle así a Antonio, ¿me oíste? Queda prohibido.

De golpe, Miguel levantó la mirada. Quedó descolocado.

—¿Q-qué? Pe-pero, papá...

—Es una orden —dijo, sin titubeos—. Antonio es tu futuro esposo, Miguel. Aprende a respetarlo.

—Pe-pero, papá...

—Cállate —le ordenó, y Miguel, cerró la boca—. Desde ahora, cualquier falta de respeto hacia Antonio, será una falta de respeto hacia mí. A él le debes tanto respeto, como me lo debes a mí.

Miguel asintió, cabizbajo.

—Complace a tu futuro esposo; ese es tu deber.

—Pe-pero, papá, yo no...

—¡¡¡Deja de contradecirme, y cállate!!!

Miguel asintió, sintió una opresión en el pecho. Sintió miedo.

—Déjate de llegar a estas horas a la casa, y deja de faltarle el respeto a tu prometido. No salgas de casa, si no es con él. Complácelo; eso debes hacer. Complacerlo, después de todo, en la relación de ustedes... tú eres como la mujer.

¡¿Qué?! Aquello era ridículo...

Miguel observó impávido.

¿''Una mujer''? ¿En una relación de dos hombres? Eso era prejuicioso...

—Como tu rol de mujer, debes obedecer a tu hombre. Respeta a Antonio. Si le faltas el respeto, él está autorizado a informarme, ¿me entendiste?

—Pero papá, yo no creo que...

Héctor comenzó a toser desesperado. Lanzó sangre desde su boca. Miguel se quedó rígido.

—Pa...papá... papá...

Se agachó a su altura, para socorrerlo. Héctor, enojado, lanzó un manotazo. Miguel retrocedió.

Héctor le observó con profundo desprecio.

—Estás matándome de a poco...

Miguel torció los labios, y agachó la cabeza.

Se sintió culpable.

—Lo siento, papá...

—Compórtate, y respeta a Antonio.

Miguel guardó silencio.

—RESPETA A ANTONIO.

—S-sí, papá...

Héctor, enojado, caminó hacia su habitación. Miguel se quedó en la oscuridad de la sala, cabizbajo. A los minutos, y cuando sintió la fuerza para seguir, subió hasta su habitación.

En el interior, estaba Antonio.

Miguel lo observó inexpresivo, y pronto, se desvistió. Comenzó a ponerse su pijama.

Y los recuerdos de la reciente tarde, en donde conversó con Manuel, se hicieron presentes...

Quiso llorar.

—Manu... —susurró despacio, sintiéndose ajeno a aquella realidad—. Mi Manu... mi amor... mi amor...

Se abrazó despacio, y cerró los ojos. Le rodó una lágrima.

—Te siento tan... frío, y lejano..., en este invierno, me congelo sin ti...

Antonio, desde la cama, le observaba extrañado.

Y de pronto, decidió alzarse.

Caminó hacia Miguel.

—Tío, ¿por qué te abrazas? —preguntó, curioso—. ¿Acaso sientes frío?

Miguel le ignoró, y con los ojos cerrados, siguió aferrado a sí mismo. En sus pensamientos, solo se hallaba Manuel.

Su amado Manuel...

Se sintió con la necesidad de ir hacia él, y renunciar a todo ello. Necesitaba estar con él. Necesitaba a Manuel...

—Eh, tranquilo... —susurró Antonio, y de pronto, abrazó a Miguel por detrás. Miguel puso su cuerpo rígido, y sintió un rechazo automático.

Pero no podía irrespetar a Antonio...

No después de la reprimenda de su papá...

—¿Quieres un abrazo? —le susurró por detrás, y aferró a Miguel hacia él. Miguel corrió el rostro, y apretó los labios—. Que, lindo eres, chaval... ven; hagamos algo entretenido...

Y de pronto, Miguel sintió los labios húmedos de Antonio, en su cuello.

Se puso rígido, y los labios le temblaron. Cerró los ojos con fuerza.

Y en un instante, intentó pensar en Manuel...

Que quien lo besaba, era él...

Pero no pudo; su cuerpo, ante el tacto de un hombre ajeno a Manuel, le generaba rechazo y asco automático.

Nadie le tocaba, en la forma en que Manuel lo hacía...

Y Antonio, con poca delicadeza, comenzó a lamerle en el cuello. Miguel, al instante, se rindió.

No podía con Antonio. Le generaba rechazo.

—Su-suéltame, ya... —pidió, ejerciendo leve fuerza—. No quiero, por favor...

—Ssshhh, shhhh, te va a gustar, tío...

—No, no me va a gustar. Ya déjame, por fav...

—¡¡Ya está, gilipollas!! ¡¡Estoy harto de ti!! —De un movimiento violento, giró a Miguel hacia su cuerpo. Lo tomó de los hombros con fuerza, y lo zamarreó; le gritó. Miguel le miró asustado—. ¡¡Soy tu futuro esposo, te vas a entregar a mí, y no me interesa si no quieres!! ¡¡Yo soy tu hombre ahora, no ese gilipollas de Manuel!!

Miguel contrajo las pupilas. Se quedó de piedra.

—D-déjame, déjame...

No; Antonio estaba harto.

Miguel le tenía harto. Lo iba a tomar ahora, y nada más le importaba.

Y con hambre voraz, tomó a Miguel, y con fuerza, lo echó en la cama. Miguel intentó correrse de lugar, pero Antonio, lo tomó con ira, y comenzó a besarlo.

Miguel arqueó su espalda; intentó defenderse.

Se sintió abrumado.

—¡N-no quiero, no quiero! ¡D-déjame! ¡Ya, ya, no quiero! ¡Déjame, por favor!

Antonio estiró su mano, y la puso en la boca a Miguel, acallando sus palabras.

Miguel comenzó a sollozar. Las pupilas se le contrajeron del terror. Su cuerpo se puso rígido.

Y pronto, Miguel fue preso del hambre sexual de Antonio.

Y cuanto más pasó, más terrible se sintió.

—¡¡Ayuda, por favor, a-ayudaaaa!! ¡¡N-nooo quiero, por favor!! ¡¡Ma-mamá, Manuel!! ¡¡Maaanueeeel!!

De nada sirvió...

Porque en cada movimiento, Antonio era más brusco. Al quitarle la ropa; al besarlo, al tironearlo, al zamarrearlo...

Y cuando entonces, llegó el momento crucial de penetración...

Miguel se sintió asqueroso.

Le dolió terriblemente.

Y quiso gritar, pero Antonio, le tapó la boca. A Miguel le escurrieron las lágrimas.

Y, aunque en tamaño, Antonio no era más grande que Manuel, incluso así, Miguel sintió muchísimo dolor.

Porque no estaba excitado; porque no hubo preparación previa, porque todos los músculos de su cuerpo estaban contrariados, y porque Antonio era violento al hacerlo.

Miguel sangró mucho.

Esa noche fue violado por Antonio.

Y Miguel, volvió a revivir el trauma, de cuando tuvo dieciséis años.

Y el cuerpo de Miguel, extrañó la forma en que el cuerpo, y alma de Manuel...

Solían hacerle el amor, con tanta dulzura y dedicación, que, en aquel entonces, Miguel se sintió amado, pero ahora...

Se sintió basureado.

Cuando Antonio acabó, Miguel fue entonces, una masa inerte, sin voz, y sin alma. Y en la oscuridad de la habitación, sangrando, y con la vista vacía, se quedó mirando al techo.

Se quiso morir.

(...)

Cuando el día siguiente llegó, Manuel, en un acto temerario, para poder enfrentar el proceso de ruptura, decidió meter el dedo en su propia yaga.

Y visitó la casa en Miraflores...

Tenía que afrontar aquello. No podía seguir martirizándose con lo que ''pudo haber sido''. Tenía que hacer frente a eso...

Y, de todas maneras...

Iba a devolver la casa. Estaba dispuesto a pedir al banco, la revocación del crédito. Tenía que entregar esa casa, tal y como la había recibido...

Era necesario hacerle dicha visita...

—Durante todos estos días... se ha llenado de polvo...

Susurró, adentrándose en ella. Al ingresar, de inmediato, sintió una ola de nostalgia.

Observó con tristeza.

Tomó asiento en el sofá. Se quedó allí, observando hacia la sala.

Sonrió despacio.

El ver la casa vacía, sin Miguel, sin Eva, y sin todo aquello que, algún día, él soñó...

Era doloroso.

—Aquí... habríamos vividos los dos... —susurró, sintiéndose abrumado—. Aquí... aquí nos hubiésemos amado...

Se quedó en silencio. Observó en cada rincón, desesperanzado, por lo que, en algún momento, pudo haber sido...

Pero que ya no ocurrió, ni ocurriría jamás...

Manuel sintió un vacío terrible.

—Voy a devolver esta casa... —dijo, en un jadeo, sintiendo una lágrima caer—. Y con ello... devolveré todo, todo lo que soñé en algún momento junto a ti, Miguel...

Se quebró. Comenzó a sollozar como un niño.

—Con esto, renuncio a ti; ya no te amaré...

Hubo un profundo silencio. Manuel echó la cabeza hacia atrás.

—O eso me gustaría decir, porque... porque no puedo...

Se llevó ambas manos a la cabeza. Torció los labios.

—Porque me cuesta tanto olvidarte... ¿Por qué? No lo entiendo, no lo entiendo... no puedo hacerlo... cuesta tanto... esta mierda duele tanto, no lo entiendo... ¡Si fui yo quien decidió que ya no más! ¡Fui yo quien terminó esto! ¡¿Por qué mierda me siento peor?! Se supone que debería sentirme mejor, pero... solo me duele más... y no puedo sacarte de mi mente...

No podía, por más que quisiera...

Pero debía hacerlo, incluso contra todo el dolor que le oprimía en el pecho.

No podía olvidar a Miguel, y Miguel, no podía olvidarlo a él.

Así no funcionaba el amor.

Y, aunque ambos estuviesen dañados, eran conscientes, del amor profundo que se profesaba el uno por el otro.

Porque en sus almas, tenían muy inmerso, y grabado, el calor del otro...

Jamás se podrían olvidar.

Amores así, no se olvidan...

Y Manuel, por primera vez, experimentaba aquello...

No podía olvidar la ternura, ni la espontaneidad de Miguel. Su risa, sus besos, sus chistes, su comida, las tardes junto a él, sus ojitos bonitos, su sonrisa, sus hoyitos en sus mejillas, su dulce voz, sus gemidos en medio de las noches cuando intimaban, las veces en que lo contuvo, cuando todo el mundo se caía a pedazos, y Miguel, estaba ahí para él, cuando lo apoyaba, cuando eran los dos solos, frente a la fiereza del mundo...

Manuel no podía...

Y no podía, porque Miguel, era simplemente, el primer gran amor de su vida.

.

.

.

''Entre el cielo y el suelo hay algo, con tendencia a quedarse calvo de tanto recordar, y ese algo que soy yo mismo, es un cuadro de bifrontismo que, solo da una faz.

La cara vista es un anuncio de signal, la cara oculta es la resulta, de mi idea genial de echarte, me cuesta tanto olvidarte, me cuesta tanto...

Olvidarte me cuesta tanto, olvidar quince mil encantos es, mucha sensatez,

Y no sé si seré sensato, lo que sé es que me cuesta un rato hacer, las cosas sin querer...

Y aunque fui yo quien decidió que ya no más,

Y no me cansé de jurarte, que no habrá segunda parte, me cuesta tanto olvidarte,

Me cuesta tanto olvidarte...

Me cuesta tanto...''

Mecano.

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