Nada más que perder


Con la nostalgia conduciendo en su pecho, recorrió cada rincón de aquella casa, que tantos días en Lima le refugiaron de la melancolía de estar lejos de su país natal. Cuántos momentos, cuántos recuerdos, cuántas emociones enfrascadas en esas paredes; Manuel sentía algo de tristeza por tener que abandonar su hogar en el Callao, pero la emoción del futuro, y más aún junto a Miguel, le animaban por completo a migrar hacia otra ciudad, hacia otro nido, en donde ambos cultivarían nuevas experiencias:

Arequipa.

Allí, una nueva vida les esperaría, y todo, tras tantas barreras y tormentos; por fin comenzarían de cero, dando a ambos una nueva oportunidad de enmendar sus acciones, y salvar su relación.

Después de todo, no siempre se corría con la misma suerte; el coincidir perfectamente en alma y cuerpo con otra persona, no era un vínculo que ellos dejaran pasar de largo, no después de haberse tardado toda una vida en encontrarse...

Manuel estaba emocionado, eso era evidente en su semblante. Y es que, en presencia de Eva, iba de un lado a otro guardando cosas, hablando al aire, y con un ánimo que hace tiempo a Manuel no se le veía. Eva, su nueva gata, con mucho agrado lo veía, y más aún, sabiendo el motivo, y el nombre, de quien tenía con esos hermosos ánimos a Manuel.

Era Miguel.

—No pensé que tuviese tantas cosas... —dijo Manuel, abriendo en su dormitorio un cajón de la cómoda, sacando sus pertenencias, y lanzándolas sobre la cama—. Ya he usado dos maletas... creo que en total usaré tres, ¿tú que piensas, Eva? —preguntó a la gata, sonriendo enérgico; esta le respondió en un maullido—. No podré llevarme mis plantitas de cannabis, pero... ¿sabes? Creo se las dejaré a Martín. —Comenzó a reír—. Estoy seguro que él les dará un excelente uso...

Y entre risas y parloteos, Manuel, entre un desorden visible en su entorno, y canturreos de emoción, rápido se le pasó la tarde, y el reloj en su sala, marcó entonces las seis pm.

Cuando al fin concluyó, y el cansancio le golpeó de pronto en los sentidos, Manuel se echó a la cama, suspiró pesadamente, y observó hacia el techo.

Eva, a su lado, le lanzó un tierno maullido; Manuel ladeó su cabeza, la atrajó hacia sí mismo, y comenzó a acariciarla.

Se formó un silencio apacible.

Manuel sonrió despacio; un aura de nostalgia le revistió sus ojos esmeraldas.

—Me pregunto... qué tan emocionado estará Miguel con todo esto, e-él... —suspiró despacio, e infló su pecho, con emoción—. ¿Cómo estará? ¿Ya lo habrá conversado con su papá? Quizá él... esta tarde se lo diga, ¿tú qué piensas? —Eva no respondió, y en lugar de un maullido, bajó sus orejas, en señal de incertidumbre.

Manuel sonrió, se sentó en la cama, y tomó su celular; lo observó.

—¿Y si... lo llamo? —se preguntó, sosteniendo el celular con tacto endeble, y dudando de dicha acción—. N-no, no... muy probablemente podría esta misma tarde él hablar con su padre, podría ser una interrupción, capaz la cago... —Dejó su celular a un costado, exhaló ansioso y comenzó a caminar por su habitación, tomando más prendas y ordenando apresuradamente—. Pu-puta, el weon ansioso... —Se llevó una mano a la cabeza, y se rascó—. De verdad estoy ansioso, yo y Miguel, ambos, ma-mañana...

Se detuvo frente al espejo, y volvió a suspirar. Eva se sentó a su lado, y observó curiosa al semblante de Manuel; una singular emoción se veía en sus ojos, como si tras tantos días en la incertidumbre, al fin sintiese paz.

Y sí, Manuel por fin sentía algo de paz.

Manuel estaba haciendo un gran esfuerzo por permitirse sentir amor de esa manera, después de muchos días dudando, cuestionándose y en el limbo de la confusión.

Esta era la segunda oportunidad a Miguel. Con él se iba todo el sentimiento.

Manuel sonrió enternecido.

De pronto, el timbre sonó. Eva alzó sus orejas, y observó hacia la puerta. Manuel se puso algo rígido; ¿quién podría ser, y a esas horas de la tarde?

Con la cabeza más llena de ensoñación que de realidad, Manuel caminó rápido a atender. Al abrir, contrajo los ojos, y sonrió.

Al otro lado del umbral, otra sonrisa le recibió.

—Che... ¿y esa carita? —disparó Martín, alzando una ceja y apoyando su antebrazo en el umbral, agraciado por la emocionada expresión de su amigo—. Tenés los ojos de un cachorro enamorado.

Manuel se avergonzó un poco y lanzó una risilla. Martín, ignorando lo que ocurría tras ello, le dio una palmada en el hombro, y pasó de largo al interior de la casa. Manuel, tras él cerró, y rápido se coló en la cocina.

—Oye, pucha, no tengo mucho que ofrecerte, he guardado casi todo, pero... tengo un par de chelas en el refri, ¿te tinca? Están heladitas igual; ¡te acompaño con una!

Manuel, que parloteaba con semblante contento, no paraba de hablar desde la cocina. Martín, que estaba allí en medio del living, observando contrariado, se quedó callado de pronto, cuando vio como en la casa de Manuel, se hallaban desperdigadas prendas y objetos por doquier, con un par de maletas bien instaladas a un costado.

Martín alzó ambas cejas.

—¿Q-qué has guardado qué...? —lanzó Martín, con una voz algo endeble. Eva, a su costado, pudo percibir su energía; Martín estaba descolocado.

Manuel, en cambio, desde la cocina seguía hablando.

—¿Y cómo te está yendo con Luciano? —Manuel salió de la cocina con dos cervezas. Destapó rápidamente la de Martin, y se la entregó en las manos; Martín la recibió, aunque aún con las palabras mudas en los labios—. Él está viviendo contigo, ¿cierto? Me imagino que la convivencia ha sido buena, y...

—Eh, Manu...

—Me alegra harto que vinieses a verme. Sorry, no pude pasar a verte en la clínica. He estado lleno de trabajo, y... bueno, se me pasaron varias cosas y no pude preguntarte como ibas con Luciano, disculpa, yo...

—Manu.

Manuel se calló de golpe, y observó un poco más atento a Martín. Este, con la cerveza en la mano aún intacta, mantuvo una expresión algo contrariado en su rostro. Despacio se alzó, y comenzó a caminar por la sala, evidenciando el desorden que había, y los bolsos que yacían alrededor.

¿Acaso Manuel... iba a mudarse?

Martín se volvió hacia él, y lo miró directo a los ojos. Manuel observó incrédulo.

Hubo un silencio.

—¿Qué es todo esto?

Manuel se quedó intacto, y abrió los labios. Tragó saliva, y carraspeó su garganta.

Claro... ahora recién caía en cuenta; ¡Con tanta emoción en sus pensamientos, había pasado por alto cosas importantísimas! La ansiedad de ver a Miguel rápido al tercer día, y comenzar su vida de cero con él, le tenía los pensamientos dispersos e inconexos; había olvidado un importante detalle...

Contarle a Martín, su mejor amigo.

Hubo un silencio algo incómodo.

—Eh, pelotudo... ¿estás sordo, o...?

—Me... me voy con Miguel.

Disparó sin mayor temor. Alzó la mirada, y se mostró seguro. Martín alzó ambas cejas, y aún algo confuso se echó un sorbo a los labios.

Hubo otro silencio.

—Ya, ya... así qué con esas, ah —dijo en tono sugerente, sonriendo, tras salir del trance producido por la sorpresiva noticia—. Te irás a vivir con Miguel a su apartamento, ¿e-es en serio? ¿Tú y él por fin volverán, Manu? ¿Ya lo decidieron? ¿Lo conversaron? Me alegra saber que tú y él volverán a vivir juntos. Yo... yo sé que eso te hace inmensamente feliz a vos, y aparte...

—Nos iremos juntos... a Arequipa.

En dicho trayecto, Martín tenía de nuevo la cerveza en los labios, pero tras dicha revelación, la escupió de inmediato.

Manuel sintió que algunas gotas le cayeron en el rostro. Martín comenzó a toser.

—¡Levanta los brazos! ¡Eso funciona!

Y entre una tos reprimida, Martín a los segundos se repuso. Carraspeó su garganta, y con expresión algo shockeada, se volvió hacia Manuel.

Manuel sonrió algo nervioso. Martín le observó irritado, y con la camisa mojada en cerveza.

—Soltá todo ahora, o te rajo, pelotudo. Decime qué mierda, porque de pronto no entiendo nada; ¡Hablá!

Manuel tomó aire, y asintió. Al minuto, entonces soltó todo.

—No te conté, pero... desde la clínica, me han ofrecido trasladarme hasta Arequipa. Han abierto una nueva clínica allá, y por casi el doble de mi sueldo. Iré a trabajar y formaré parte del nuevo equipo médico.

Martín asintió rápido, procesando con algo de dificultad dicha información.

No le era fácil digerir el que Manuel se fuera a otra ciudad, pero supuso que era normal, pues era su amigo y lo quería; era evidente que iba a extrañarlo. Suspiró, y lo aceptó; con el pasar de los días, seguramente se iba a acostumbrar a dicha noticia; por ahora, quedaba aprovechar los días que quedaban junto a su amigo, para cuando dejase Lima, y varios kilómetros los separasen.

—Sí... oí de eso en la clínica, que abrieron una nueva sede en Arequipa...

—Sí, y es casi tan grande como la de Lima, así que... me pareció una oferta laboral importante. Lo dudé en un inicio, pero ya estoy seguro de ello.

—Sí, entiendo, es tentador... —Martín volvió a alzar la botella de cerveza—. ¿Y... en cuántos días más te vas? Me imagino que tendrás que dejar todo ordenado en tu despacho... ¿te irás en veinte días, un mes quizá...?

Y volvió a tragar cerveza.

—Me voy... mañana.

Y la volvió a escupir. Esta vez, a Manuel le cayó en la cara. Martín se mojó la camisa más aún, y un poco le escurrió en la nariz. Eva, quejándose a viva voz por también haber sido mojada, dio un salto y corrió a la habitación.

Manuel comenzó a reír.

—¡Chu-chucha! ¡Te parecís a esas weás que riegan el pasto! —Agraciado, Manuel tomó un pañuelo de papel, y se secó la cara. Martín a su lado, no reía; miraba hacia el suelo e intentaba respirar tranquilo, pues la cerveza aún le tenía medio ahogado.

Y, la noticia de que Manuel mañana mismo abandonaba Lima, no le había caído muy en gracia. Intentaba tomarlo con calma y naturalidad, pero era repentino... muy repentino.

—¿Te traigo otra chela? —preguntó, tomando la botella de Martín, que ahora era más espuma que líquido. Su amigo asintió en silencio, con la vista medio pegada al suelo—. Y... creo que te prestaré una camisa. La tuya ya está re mojada.

Entre risas, Manuel se alzó del living. Caminó hacia la cocina, y desde allá se oyeron algunas botellas ser removidas. Martín, aún empapado sobre el sofá, observaba hacia el suelo, intentando encontrar una respuesta clara en su cabeza, ante el alboroto mental que ahora le surgía.

Sí, estaba descolocado. La mera noticia de Manuel, yéndose de Lima, le descolocaba. Aquello no era un escenario que Martín esperase, y menos con Manuel amando el Callao. Allí, él era querido, y en la clínica era un buen colega, respetado y admirado. Para Martín, la repentina noticia de Manuel, le chocaba de frente, pues tampoco era como si él fuese un simple extraño; no, claro que no...

Era de su mejor amigo, de su hermano.

Y peor le descolocaba, si Manuel se iba mañana mismo. Era demasiado como para procesar en dicho instante. Martín no podía ocultar su conmoción.

—Listo, toma. —Manuel apareció de pronto con la nueva cerveza, se la extendió a Martín—. La camisa está algo arrugada porque tuve que sacarla de mi maleta, pero está seca, y...

—¿Te... te vas... mañana? —susurró Martín a su costado, alzando despacio la mirada, y encontrándose de frente con Manuel.

Ambos guardaron silencio. Manuel torció los labios.

—Sí... y me iré con Miguel, mañana mismo. Nos iremos a Arequipa.

Martín se quedó en silencio por varios segundos. Se cruzó de brazos, y observó hacia la pared del frente. Manuel, algo nervioso en su interior, comprendió en aquel instante que su amigo intentaba procesar la repentina noticia.

Al cabo de un rato, entonces habló:

—¿Esto te hace feliz?

Manuel sonrió.

—Tengo algo de susto, pero... sí; me hace inmensamente feliz.

Martín sonrió despacio.

—Entonces... ¿qué le vamos a hacer? Tu felicidad siempre será la mía. Siempre.

Ambos comenzaron a reír. Martín le cruzó un brazo por el cuello, y comenzó a desordenarle el cabello a Manuel. Eva, desde la habitación, volvió corriendo hacia ellos y se sentó en medio de ambos.

—¡Jamás te voy a perdonar que me lo dijeras así, tan de pronto, pelotudo!

—¡Ya... ya weón, mi pelo, me costó dejarlo ordenado! ¡Jaja, córtala, pesao culiao!

Y entre risas al aire, al rato ambos se calmaron al instante. Martín suspiró, y Manuel le observó algo melancólico.

Hubo un silencio.

—Igual... no es tan lejos, Martu. Te vendré a ver seguido, lo prometo. No es como si me fuese a vivir a otro país... estaré aquí, en Perú. Aparte... tendremos que venir seguido, ya sabes...

Martín sonrió despacio, y asintió. En parte, eso le consolaba bastante. Eran ciudades lejanas, pero dentro del mismo país al menos. Las visitas podrían ser recurrentes, o al menos en fines de semana largos.

—¿Y vendrías más seguido por qué? ¿Solo por mí? —dijo sugerente, alzando ambas cejas. Manuel rió.

—No, no... es que, bueno... por Miguel. —Martín contrajo los ojos y escuchó atento—. Miguel tiene a su padre enfermo, y yo sé que en el fondo el ama a su padre. Él no sería capaz de abandonarlo completamente. Sé que el querrá venir de vez en cuando a verlo, o a asistirlo. Eso está bien para mí... mis intenciones no son alejarle de su familia. Comprendo que él querrá seguir teniendo una comunicación más o menos cercana con él, después de todo... es su padre.

Martín asintió despacio. Se acarició la barbilla.

—¿Conversó con su padre? ¿Qué tal se lo tomó él?

—Y-yo... no sé si él aún haya conversado con su papá.

—¿Cómo?

—¡Digo! Él me prometió que así sería, incluso él... me lo prometió por el recuerdo de su madre, y yo sé... que él me ha hablado con la verdad, Martu. Y yo, bueno... no quiero presionarlo, ni nada por el estilo. Él me dijo que hablaría con su padre, y estoy seguro lo ha hecho, pero de ahí a inmiscuirme más, creo que no es correcto...; Miguel y su padre han tenido más comunicación, supongo... ellos viven juntos después de todo, así que sabrán entenderse en sus términos. Yo soy ajeno a eso.

—Creo que tienes toda la razón.

Manuel suspiró cansado. Hubo un silencio.

—A-aunque... sí, tengo algo de miedo, ¿sabes? —Manuel alzó la mirada con evidente nostalgia. Martín le sonrió con tristeza, y le acarició el hombro—. Pa-para mí... el volver a darme otra oportunidad para amar, después de todo lo que pasó ese día, y todo este tiempo...

—Lo entiendo, Manu... lo entiendo. —Empatizó su amigo, a sabiendas de lo que Manuel había pasado durante todo ese tiempo en soledad, analizando, reflexionando a solas acerca de lo que sentía, y su necesidad de reencontrarse consigo mismo, después de perderse en una relación con dinámica algo agobiante y absorbente. Manuel esperaba que esta vez, las cosas fuesen distintas; volvía a confiar en Miguel como antes, y se jugaba sus últimas esperanzas en poder comenzar desde cero junto a quién amaba—. Sé que para vos es... difícil dar esta oportunidad. Y es valiente de tu parte hacerlo, estoy seguro de que Miguel sabrá aprovechar esta oportunidad que estás dándole.

Manuel sonrió apenado, y asintió.

—Este tiempo a solas... me sirvió mucho para poder reencontrarme conmigo mismo, y entender mejor mi entorno. A veces... la gente le teme a la soledad, ¿sabes? Pero es buena, es muy buena cuando... en ausencia de muchas cosas, y personas, comienzas a entender todo mejor. Mucho mejor. Y... bueno, yo sé que a Miguel también le ha servido todo este tiempo lejos, supongo. Confió en él, sé que las cosas serán distintas esta vez.

Martín sintió de pronto, mucha ternura por las palabras de Manuel. Veía auténtica felicidad, y emoción por lo que pronto vendría.

—Bueno... imagino que te quedan cosas por empacar, ¿no? —preguntó Martín, echándose una cantidad abundante de cerveza a los labios, y tragando rápido. Lanzó la botella a un costado y se puso de pie. Manuel rio al ver dicha acción, y asintió—. Dale, entonces levanta ese culo flaco, y terminemos. Te ayudo a empacar, ¿A qué hora se irán mañana?

—Al mediodía. A esa hora nos reuniremos, y nos iremos.

Martín sonrió apenado, y suspiró.

—Dale, entonces apurémonos. Aprovecharé estas últimas horas con vos, y me iré. Para mañana tendrás... el mejor día de tu vida. Yo sé que sí.

Manuel sintió que la emoción le embargó los ojos, y las contuvo.

—Sí... claro que sí.

(...)

Cuando el humo por sobre su cabeza comenzó a inundar la habitación, ella apagó el fogón. El silencio en dicha casa era abrumador. La atmósfera era oscura, y cada vez la soledad le desollaba más en el alma.

Rebeca se sentía sola, y abandonada. La ausencia de Luciano, su hijo, le atormentaba con insistencia, y una lágrima solitaria le rodó por la mejilla.

Extrañaba a su hijo, y su indiferencia le torturaba. Rebeca, era una madre consentidora y emocional. No tenía la dicha de poder jactarse de que era una mujer y madre perfecta, pero todo lo que había obrado en vida, había sido con buenas intenciones, por proteger a los suyos, y ahora...

Estaba en dicha casa, sola, sintiéndose vacía, y sin su hijo Luciano.

Rebeca ahogó un sollozo, y observó la olla con comida. Torció los labios y tomó un plato. ¿A quién serviría comida esta vez? Brunito estaba dormido, y Héctor, su esposo, estaba enfermo. Ella no mantenía un contacto cercano con Antonio —y de hecho, él ahora se mostraba distante con ella, cuando en un principio, era muy carismático—, y Luciano, su hijo...

Había abandonado la casa, y la había abandonado a ella.

Rebeca se echó a llorar en silencio, y se apoyó en la mesa. En su cabeza había un revoltijo de culpa, soledad, y de incertidumbre. Y cada cosa le pesaba, y le hacía sentir mala persona.

Estaba arrepentida.

—Miguel... —susurró ella, cayendo en cuenta también, de que Miguel, que había sido un hijastro tierno, comprensivo y amable con ella, había recibido también daño de su parte. Rebeca no pudo ahogar un sollozo, y se derrumbó.

Sí, también pensaba en Miguel. En lo mucho que le pudo haber dolido su indiferencia después de haber sido tan cercanos, y en lo dulce que era su presencia...

Lo extrañaba mucho también, pues había llegado a quererlo como a un hijo.

—Ha-hace días que él... no baja a comer siquiera... —susurró ella, secándose las lágrimas y alzándose despacio de la silla. Caminó hacia la olla, y le sacó la tapa, dejando al descubierto el contenido—. Héctor ha de estar dormido, ¿y sí...? —Despacio, Rebeca se volteó y observó hacia el largo pasillo que daba a la habitación de Héctor—. ¿Y sí le llevo comida a Miguel a su habitación? Quizá así yo pueda... disculparme con él, y... Héctor no se enteraría si yo y él hablamos en secreto. S-sí, le llevaré comida...

Con ahínco y mucho detalle, Rebeca sirvió comida en un plato. Sirvió un vaso abundante de jugo, y los arregló en una bandeja. Al costado dejó una fruta para el postre. Al observar la bandeja, Rebeca sonrió melancólica.

—Espero le guste... y que pueda aceptarlo.

Y caminando con lentitud, Rebeca se acercó a la larga escalera, y comenzó a subirla. Cuando iba por el tercer peldaño entonces, oyó un estruendo provenir desde el otro pasillo.

Rebeca dio un respingo, y se asustó. Contrajo los ojos, y se quedó alerta. El ruido —similar al de cosas cayendo—, se oyó desde la habitación que antes era de Luciano, y ahora estaba desocupada.

Rebeca tragó saliva, y bajó despacio.

Se quedó en silencio unos instantes, y con cautela se acercó hacia la puerta.

Se oyó otro ruido provenir desde ahí, y Rebeca sintió que la mano le tembló.

¿Qué había dentro de la habitación, y por qué sonaban objetos ser removidos dentro de ella? Luciano, su hijo, ya no estaba viviendo en casa. ¿Entonces, quién podría estar ahí?

Rebeca se mordió los labios, y dudosa susurró:

—¿A-Antonio?

Pero no recibió respuesta, y en su lugar quedó de nuevo espantada. No... no podía ser Héctor, pues este descansaba en su habitación, y Brunito, su hijo menor, dormía en su cuna.

Rebeca contrajo las cejas, y observó extrañada. ¿Podría ser acaso que...?

—¿Mi-Miguel?

Hubo un silencio abrumador, y de nuevo, se oyeron objetos cayendo en la habitación. Rebeca apretó los labios, y de nuevo preguntó, pero esta vez con tono seguro y demandante:

—¿Miguel, eres tú?

Hubo otro silencio. Rebeca acercó su oreja a la puerta, y de nuevo, oyó como objetos caían. El pecho se le contrajo, y una potente corazonada le cruzó.

Tomó con fuerza la perilla de la puerta, y temerosa la apretó. Intentó girarla despacio, pero al forjar resistencia, se dio cuenta de que estaba cerrada con llave.

Rebeca contrajo los ojos.

La corazonada entonces, se le hizo aún más intensa.

—¿Qué mierda creéis que estáis haciendo?

Una voz carrasposa y profunda le sacó de su trance desde la espalda. Del susto, Rebeca soltó la bandeja que sostenía en su mano, y el alimento cayó al suelo de manera estrepitosa. De un saltó se volteó, y apenas sus ojos se direccionaron hacia atrás, vio la silueta grande y temeraria de Antonio hacerle sombra.

Rebeca retrocedió asustada.

—¿Por qué estáis en mi habitación? ¿Se te ha perdido algo?

—Y-yo... yo... n-no, digo... esta habitación... —Rebeca se atoró con sus palabras. El miedo se le hizo espeso en la garganta—. E-está habitación e-era de mi hi-hijo Lu-Luciano, y...

—Tú misma lo dijiste: era. Él ya no está acá. Esta ahora es la habitación en donde trabajo. ¿Por qué intentabas inmiscuirte allí? Creo que Héctor no te ha enseñado la educación suficiente, ¿verdad? —Antonio, que mostraba un semblante realmente temerario, no quitaba su aguda mirada de la expresión asustada de Rebeca. Altanero, observó la comida desperdiciada en el suelo.

Hubo un largo silencio, y se oyó tan solo la respiración medianamente agitada de Rebeca.

Antonio frunció su expresión.

—Mira la mierda que has dejado, ¿Qué intentabas hacer? Te advierto que...

—¡N-no! Yo... lo siento. Prometo que no intentaba hacer nada malo, y-yo solo... —Rebeca sintió miedo por lo que diría, pero prefería decir ello, a revelar que intentaba entrar en dicha habitación—. Quería dar de comer a Miguel, y...y...

—¿A Miguel? —escupió Antonio, sintiendo la rabia apretar en sus sienes. Los puños se le volvieron rocas—. ¿Miguel? ¿Intentabas buscar a Miguel en esta habitación?

Poco a poco, Antonio se acercó más a ella, con paso firme y temerario. Rebeca asintió despacio, y se encorvó en su lugar.

Antonio la observó con aura asesina. Rebeca abrió la boca, asustada. Era la viva imagen de un lobo feroz acorralando a un pequeño conejo.

—¿Qué te hace pensar que Miguel está aquí, y no en su habitación como siempre?

—Y-yo... yo... no sé, yo solo...

—Si vuelves a acercarte a este sitio, haré que te arrepientes, Rebeca... no te metas en mis cosas.

—Y-yo... lo lamento, no qui-quise, y...

Y de pronto, otro estruendo se oyó provenir desde la habitación. Antonio contrajo las pupilas, y se quedó rígido. Rebeca se quedó quieta, con expresión de horror en su rostro.

Hubo otro silencio, pero esta vez, aún más abrumador.

Antonio tragó saliva apenas.

—Ha-hay... un gato hace días por acá, ¿sabes? —Quiso aclarar, notándose en su voz la rigidez. Rebeca, asustada, asintió obediente, sin cuestionar sus palabras—. Se... se está metiendo en las habitaciones y forma un alboroto. Entra por la ventana del techo, y mete mucho ruido...

Rebeca volvió a asentir aterrada. Y, aunque nada de ello le hacía sentido pues, el ruido de los objetos cayendo parecían más bien provocados por un cuerpo más grande y pesado, no quería indagar más allá...

No después de la terrible expresión que Antonio llevaba.

—De todas maneras... —volvió a decir Antonio, recomponiendo su expresión una vez terminó el ruido. Arrinconó a Rebeca, y con semblante amenazador, le dijo entonces—: Si te veo aquí cerca, de nuevo... te haré mierda con mis propias manos, ¿oíste? —Rebeca sintió que el terror se le espesó en la garganta; asintió entre alaridos—. Tú mejor... preocúpate de tu esposo que está enfermo, y de tus insignificantes hijos. Brunito es un bebé y merece tu atención, y este otro... ¿cómo se llamaba? Ah, ese tal Luciano, ¿verdad?

Rebeca sintió que las lágrimas le cedían de a poco. Tragó saliva con dificultad.

—A ese hijo tuyo... a ese especialmente... cuídalo, y cuídalo mucho... —Antonio sonrió con aura amenazadora—. No vaya a ser que, por hacerme enojar al venir aquí, a él le termine pasando algo. Eso sería una tragedia, ¿verdad?

Y de nuevo, las amenazas caían sobre Luciano. Rebeca sintió que los sentidos se le apagaron, y el terror se apoderó de su cabeza. No, con sus hijos no, por favor... ¡Sus hijos eran lo más sagrado para ella!

No podría vivir sin ellos...

—¿Verdad...?

Despacio, Antonio puso una mano suya sobre el hombro de la mujer, y poco a poco, comenzó a apretar de manera amenazante, hasta que entonces, produjo un intenso dolor. Rebeca observó asustada, y lanzó un grito sordo. Antonio, en su sitio, se quedó rígido y apretando.

Rebeca quiso gritar por ayuda, hasta que entonces...

—Rebeca...

Una voz cansada se oyó provenir un par de metros detrás de Antonio. Tras ello, se oyó el llanto de Brunito.

Antonio soltó de golpe a Rebeca, y esta echó un profundo respiro. Ambos se alejaron, y Antonio se volteó hacia Héctor.

—El niño está llorando, ve a verlo...

Temerosa, Rebeca asintió rápido. Y sin decir palabra alguna —y sintiéndose aliviada por dicha interrupción de Héctor—, recogió rápido el alimento del suelo, y lo dejó al costado de un mueble cercano. Rápido pasó por el lado de Antonio, sin hacer siquiera contacto visual con su presencia, y corrió hasta la habitación con su hijo.

Y tras ello, pegó un fuerte portazo.

Antonio y Héctor, se quedaron entonces a solas.

Se observaron en silencio.

—Esa mujer tuya... —murmuró Antonio, llevándose una mano al rostro, algo sobrepasado—. Casi descubre a Miguel.

Antonio echó un profundo suspiro, y Héctor se mostró tranquilo.

—Hiciste bien. Rebeca es fácil de atemorizar. Le nombras a cualquiera de sus hijos, y deja de serte una piedra en el zapato.

Ambos sonrieron malignamente. Y de nuevo, otro estruendo se oyó provenir desde la habitación.

Antonio observó hacia la puerta con expresión asesina. Héctor frunció el entrecejo.

—Tu hijo es un... tsk; ya va a ver...

—Necesitamos conversar. Te esperaré en el sofá. —Héctor se apoyó en su bastón, y con dificultad arrastró los pies con dirección al living—. Haz lo que tengas que hacer con él para tranquilizarlo. No tardes.

Antonio asintió en silencio, intentando contener el arrebato que poco a poco le tomaba los sentidos. Oyó otro ruido provenir desde el interior, y su enojo entonces, fue incontenible.

Miró hacia ambos lados del pasillo —cerciorándose de que nadie le viese—, y de manera muy imperceptible aflojó el seguro, y rápido se metió en la habitación.

Todo era oscuridad.

Antonio encendió la linterna de su celular. Levemente, la habitación se iluminó. Y entonces Antonio, allí vio lo que ocurría.

Miguel, que se hallaba aún bajo los efectos del poderoso sedante del que Antonio le proveía, intentaba con movimientos muy torpes y lentos, escalar por sobre los muebles de la habitación, para llegar en lo alto, y huir por una pequeña ventana que se instalaba muy cerca del techo.

Al darse cuenta de ello, Antonio mostró los dientes, enfurecido.

No podía creerlo...

—Ne...ce...sito i-ir... ir co-con él, yo...

En un débil jadeo, y acurrucado en el suelo —por el dolor producido en su cuerpo al caer varias veces desde una altura más o menos considerable—, Miguel suplicaba su libertad. Despacio alzó la cabeza, e hizo contacto visual directo con la enorme silueta que delante de él se alzaba.

Antonio lo miraba con expresión enfurecida, como si estuviese conteniendo peligrosamente un acto asesino en contra de Miguel.

Miguel agachó la cabeza —pues no tenía siquiera fuerza para sostenerla por mucho tiempo—, y se quedó quieto en su sitio por unos instantes.

Hubo un silencio, y tan solo se oyó la respiración irritada de Antonio.

—Ma-Manuel, y-yo... tengo que... ten...go... que...

Haciendo un gran esfuerzo, y moviendo de manera endeble sus brazos, Miguel intentó de nuevo subir sobre un mueble, con intenciones de alcanzar la ventana por sobre su cabeza.

Mirando con desprecio, Antonio le siguió de cerca sus movimientos. Miguel, entre jadeos intentó con todas sus fuerzas arrimarse al mueble, pero sus extremidades estaban tan rígidas y entumecidas por el efecto sedante de la droga, que pronto cedió por su propio peso y gravedad, y con fuerza cayó al suelo, oyéndose otro estruendo y dañándose en el acto.

Estando en el suelo, Miguel se quejó por el dolor producido, y Antonio al verlo, sonrió complacido.

Dios, como le producía placer ver de esa manera a Miguel, y más aún, le producía una sensación muy placentera y enfermiza, el ver como Miguel a pesar de todo, luchaba por huir.

Era como una pequeña rata desesperada dentro de una jaula, a sabiendas de que pronto, sus días terminarían.

Antonio lanzó una risilla, cargada de malicia.

Miguel en su sitio, observaba la espesa y gélida oscuridad a su alrededor. Su cuerpo estaba frío, y lleno de moretones producidos por cada caída. Intentó abrazarse a sí mismo, como una manera de auto consuelo en medio de la desesperación, pero ni sus brazos ni piernas, resistían otros movimientos.

Miguel estaba acabado. No tenía más escapatoria que dicha ventana por sobre el techo.

Una lágrima espesa y solitaria, entonces le mojó el rostro.

Su alma estaba fría. Miguel se sentía como un trozo de hielo en medio de la nada; sin esperanzas, sin escapatoria, y sin la posibilidad de seguir viviendo.

—Por haber hecho esta mierda, y todo este alboroto... —amenazó Antonio entre dientes, observando con desprecio e ira a Miguel, que yacía acurrucado a sus pies—. Yo... debería patearte en el suelo, hasta reventarte esa cabeza.

Al oír aquello, Miguel sintió miedo y se abrazó a sí mismo. Por un instante, sintió ganas de morir. ¿Qué más indigno que ello? ¿Para qué seguir viviendo? Ese no era su sueño de la familia ideal, no era lo que esperaba, ni lo que buscaba al regresar junto a su padre. ¿Qué sentido tenía la vida, si iba a terminar siendo una prostituta barata, contra su voluntad, prisionero y solo útil para saciar actos carnales y enfermizos de gente extraña?

Si Miguel hubiese podido matarse en aquel instante, lo habría hecho.

Pero Antonio, diligente como pocos, y a sabiendas de que Miguel podía tomar esa decisión antes que permitir ser ultrajado por varias personas, quitó todo tipo de objetos peligrosos de la habitación, y tan solo dejó los muebles alrededor.

Así, Miguel no tenía opción alguna; ni de huir, ni de acabar con su propia vida.

—Ma-maña...mañana, y-yo... debo i-ir con... Manu... por...fav-favor...

Entre jadeos débiles, y con un temblor perceptible en su cuerpo, Miguel susurraba compasión en el suelo. Antonio chasqueó la lengua, y se volteó sobre él mismo, ignorando sus palabras. Rebuscó entre un rincón, y rápido sacó una pequeña botella y un pañuelo. Se acercó a Miguel, y se sentó junto a él en el suelo.

—Te-ten...go q-que ir... Ma-Manu me... me estará... espe-esperand...

—Te tendré que subir la dosis del sedante, no puedo permitir que vuelvas a formar un alboroto así —sentenció Antonio, abriendo la botella y echando una cantidad abundante sobre el pañuelo. Lo dejó a un costado, y de un movimiento bruto y descuidado, tomó a Miguel por un brazo, y lo alzó, torciéndoselo en el acto.

Miguel lanzó un fuerte jadeo; contrajo los ojos.

Antonio sonrió.

—De-déjame... déja...me... ya... —Miguel sollozó abatido, sintiéndose perdido—. Y-yo... necesito i-ir con él... por...favor, n-no puedo fallarle a-así, por... por fav...

Y de un movimiento brusco, Antonio se subió a Miguel en su regazo, y le puso el pañuelo por sobre el rostro. Miguel contrajo los ojos de golpe, e intentó ejercer fuerza, luchando por su vida. Intentó aguantar la respiración, pero entre la fuerza física que ejercía, una bocanada de aire abrió paso al oxígeno, y el olor químico del sedante le ingresó por las fosas. Antonio, que lo tenía reducido entre sus brazos y ejerciendo gran resistencia, miró con expresión enfermiza a Miguel, que le observaba con ojos llenos de terror.

—¡N-no! No, no, no... no por fa-fav...or, te-tengo ma-mañana que, tengo que.... A me-mediodía con Ma-Manue... ngh...

—Cállate.... ¡Cállate, cállate malparido! —Gritó Antonio, con las venas marcándose en su sien. Con brutal fuerza, intensificó el agarre del pañuelo en el rostro de Miguel—. No quiero oírte más hablar de ese gilipolla, maldito... d-de ese maldito... —Y pronto, las venas en sus brazos también se marcaron. El pensar en Manuel, y en como Miguel mostraba rebeldía y resistencia por huir a su lado, generaban una ira incontenible en él.

Y entre jadeos, e intentos desesperados por rehuir del pañuelo con droga, Miguel intentó luchar por su libertad, pero la fuerza e ira de Antonio fueron tales, que, a los pocos segundos, Miguel se desvaneció nuevamente. 

Y su cuerpo, fue un estropajo sin movimientos. Tan solo sus ojos se mantuvieron levemente abiertos, y sus pupilas se dilataron al instante. Observó como un ser inerte, mientras Antonio se reía en su cara.

Solo una lágrima le rodó, signo de su alma destruida.

—Con eso te será suficiente... —musitó, una vez Miguel cayó preso del poderoso efecto. Dejó el pañuelo al costado, y despacio dejó a Miguel recostado en el suelo. Se limpió las manos, y se quedó un instante observándolo.

Y admiró a Miguel, en su estado más vulnerable.

Sonrió, y una idea fugaz y repulsiva le cruzó la mente. Acercó su rostro al cuello de Miguel, y metió la mano bajo su camisa. Con besos húmedos y desagradables, comenzó a incursionar sobre la piel fría del peruano.

Miguel cerró los ojos, y sintió el asco desollarle en el estómago.

Antonio quiso violarlo, pero ante la inacción de Miguel, entonces irritado, escupió:

—Tsk... no es divertido si no te resistes, ni lloras. Es más divertido cuando me suplicas que pare...

Tomó a Miguel por el mentón, y lo observó con desprecio. Miguel cerró los ojos, e internamente suplicó que rápido acabara ya aquel espectáculo humillante y vejatorio. Antonio le soltó el mentón con un movimiento brusco, y se alzó del suelo.

Miguel por dentro, agradeció que dicha tortura parase.

Pronto, Antonio abandonó la habitación, y Miguel, nuevamente quedó solo entre dicha espesa oscuridad, tan desolladora, fría y absorbente, que poco a poco, Miguel sentía que se volvía una cáscara vacía.

Y otra lágrima le rodó en silencio, cuando entendió entonces, que su futuro junto a Manuel ya no sería.

Y eso, le dolía como nunca había dolido.

(...)

—Tu hijo es un... —Antonio suspiró irritado, una vez llegó a la sala junto a Héctor, que le esperaba sentado en el sofá—. Por Dios, qué testarudo... ni siquiera teniendo los efectos sedantes de la droga se ha quedado quieto... ¿cómo es posible que sus ganas de irse junto a ese hijo de puta sean tantas? Tsk...

Con evidente frustración, Antonio tomó asiento, y posó ambas manos sobre su cabeza. A su costado, Héctor le observaba con expresión tranquila e imperturbable.

Hubo un silencio.

—Toma agua... —susurró con voz cansada, extendiéndole un vaso con el líquido—. Tranquilízate. Necesitamos conversar sobre el plan. Recuerda que es mañana.

Antonio asintió despacio, y tomó el vaso.

—S-sí, tío... disculpa. Es que... ¡Aich! Si no fuese porque a Miguel se le ha ocurrido a jugar al niño rebelde ahora, no tendríamos por qué haber acelerado el plan. Todo esto es culpa de él, y de... ese hijo de puta de Manuel, él...

—De nada sirve lamentarnos ahora —irrumpió a secas Héctor, mostrándose frío ante la situación—. Sí, es cierto. Yo... jamás esperé que Miguel hiciera esto. Pensé que podía manipularlo hasta el final, pero... creo que no había previsto que él tomase esta decisión.

—¡E-es un niñato, irreverente, irrespetuoso! ¡Él...!

—Pero debemos seguir con el plan, Antonio. De nada sirven tus lloriqueos. Estamos contra el reloj.

Antonio observó a Héctor un tanto ofendido, pero, al cerciorarse de la expresión que sostenía el mayor, sintió de pronto un aire gélido enmudecerle las palabras. Héctor se veía decidido, con ojos inexpresivos. Tal parece, que ahora una faceta aún más insensible y psicópata, afloraba en él.

Y todo, por la osadía de Miguel. Aquello ninguno se lo esperaba, y mucho menos Héctor, que contaba con un Miguel vulnerable, obediente y callado, para manipular y lograr sus planes.

Miguel le había dificultado las cosas esta vez.

—El doctor me ha dicho que me quedan tan solo días de vida. Tú mismo lo has oído. —Le recordó, manteniendo firme su expresión—. No tengo tiempos para equivocaciones, Antonio. Tengo tan solo unos pocos días para dejar las cosas bien hechas, y especialmente por Brunito.

Antonio asintió en silencio. Tomó un sorbo de agua, y dejó el vaso a un costado.

—Miguel... oí como él dijo que mañana al mediodía se iría con ese gilipolla de Manuel.

—Perfecto —musitó Héctor—. ¿Tienes en tu poder el celular de Miguel? —Antonio miró extrañado, y asintió—. Tráelo aquí.

—Eh, pero...

—Solo tráelo.

Antonio no se atrevió a dudar más de las palabras de Héctor, y en silencio, entonces obedeció dicha orden. A los pocos minutos, volvió al sofá con el aparato electrónico.

—Se lo tuve que quitar hace poco, me parecía peligroso que mantuviese contacto con ese gilipolla de Manuel, y...

—Ahora nosotros vamos a usar esto —dijo, tomando el celular de Miguel, y encendiéndolo. A los segundos, un montón de notificaciones comenzaron a sonar; Héctor lo silenció; Antonio le observó confundido.

¿Qué pretendía hacer Héctor con ese dispositivo?

—Me dijiste que mañana al mediodía se irían juntos, ¿no?

—Eso es lo que Miguel me ha dicho, o... bueno, lo que intentó decir.

Héctor asintió, y pronto, se metió al WhatsApp de Miguel.

Al abrir, la primera conversación que surgió, fue justamente una en donde el número no estaba agendado, pero la fotografía del usuario fue evidente.

Era Manuel.

Al observar ello en la pantalla, Antonio sintió que la ira le surgió peligrosamente desde el interior del estómago. Héctor lo observó de reojo.

—Relájate. No me sirves así. No puedes perder la cordura cada vez que veas a Manuel.

Antonio se mordió los labios, intentando contener su enojo. Desvió la mirada.

Antonio aún no olvidaba la humillación que Manuel, le había hecho pasar en su despacho en la clínica. Aquella vez, su ego había sido pisoteado, herido y expuesto, cuando frente a Manuel, quiso dárselas de vivo y presumir de la actividad sexual que sostenía con Miguel.

A los segundos, Manuel lo humilló en su despacho, como signo de ajusticiamiento a la dignidad de Miguel.

Antonio, esa vez, vio su ego muy herido. Le tenía más rabia que antes.

—Ahora... necesitamos estar bien con Manuel, o al menos yo —mencionó Héctor, sacando repentinamente al otro de sus pensamientos.

—¡¿Q-qué?! —deformó el rostro—, ¡¿Qué estáis...?!

—Créeme que esta será la mejor manera de solucionar todo, y de garantizar que el plan funcione. —Antonio chasqueó la lengua—. Déjamelo a mí.

Antonio asintió, sin poder oponer más resistencia. Héctor, por su parte, abrió la conversación con Manuel.

Había allí un par de mensajes, aún sin contestar. Héctor entornó los ojos.

Hubo un silencio.

''7:32 pm. Hola, mi amor. Sé que me dijiste que hablarías con tu padre acerca de nosotros, pero estoy tan ansioso, no te imaginas cuanto... y me preguntaba, solo si puedes... ¿qué tal te ha ido hablando con él? ¡Es que no puedo esperar a mañana! Si no puedes... no es necesario que contestes, sé que debes estar ocupado pasando tiempo con él antes de irnos. Te estaré esperando. Te amo mucho''.

Al leer aquel mensaje, Héctor sonrió. Antonio se mordió el labio, reteniendo su ira.

Poco a poco, Héctor fue deslizando la conversación hacia arriba, leyendo otro par de mensajes de Manuel, y revisando un poco la interacción que tenía con Miguel.

Un par de mensajes más arriba, entonces terminó la conversación. Héctor observó extrañado.

—¿Tan pocos mensajes que tiene con Manuel? —inquirió, alzando una ceja hacia Antonio—. Juraría que, si fueron prometidos, al menos hubiesen hablado más por aquí, ¿no?

Antonio rodó los ojos, y tras un leve silencio, suspiró.

—Yo... le borré los mensajes que tenía junto a ese gilipolla de Manuel... —reveló, agachando la cabeza—. Le he quitado el celular a tu hijo un par de veces antes, y... él ha borrado mensajes también. Cuando yo lo descubría le pegaba, así que...

—Ya, entiendo —murmuró Héctor—. Bien... veamos... —Volvió a revisar los mensajes que Manuel y Miguel sostenían, y poco a poco interiorizó la manera en que se trataban por escrito.

Al cabo de un rato, entonces volvió abajo. Comenzó a escribir un mensaje.

Antonio observó descolocado.

—¡E-eh, tío! ¡¿Pero qué crees que haces?!

—Ssshhh, observa...

''Perdona por recién contestarte, estuve muy ocupado; ya conversé con mi papá. Mañana te espero en el paseo costero al mediodía. Descansa''.

Ante la mirada incrédula de Antonio, Héctor envió el mensaje. A los pocos segundos, entonces Manuel contestó:

''Allí estaré, descansa mi vida''.

Héctor sonrió.

—¿Q-qué crees que harás, Héctor? ¿Qué se supone que vais a hacer? —disparó Antonio, confundido—. ¿Te harás pasar por Miguel, le vas a coquetear y luego lo vas a matar? ¿Qué cojones piensas hacer?

—Vamos a hacer —replicó Héctor, mirando con severidad a Antonio—. Tú también vas a participar de esto.

—¿Q-qué? ¿De qué estás...?

—Escúchame. —Despacio, Héctor se incorporó en el sofá, tomó a Antonio por los hombros, y le dijo con voz tajante—: Si no podemos alejar a Miguel de Manuel, entonces... lo alejaremos a él de Miguel.

Antonio contrajo los ojos, y sonrió placentero, sintiendo auténtica curiosidad.

—Te escucho, tío...

—Mañana me acompañarás, pero estarás usando el celular de Miguel desde el auto. Yo me bajaré a conversar con Manuel, y mantendré mi celular encendido con una llamada, y lo guardaré en mi bolsillo; así podrás oír nuestra conversación. —Poco a poco, Antonio iba comprendiendo hacia donde apuntaba el plan. Escuchó atento, mientras asentía despacio—. Estacionarás el vehículo por allí, cerca, pero él no debe verte.

—Puedo sentarme en el asiento trasero.

—Me parece bien. Ahora, necesito que te leas los mensajes de Miguel y Manuel, y adquieras la manera de escribir que tiene Miguel. Desde ahora, tú le enviarás los mensajes, pero yo te daré la señal para hacerlo en el momento adecuado.

—Entiendo, entiendo...

—Bien, entonces... —Despacio, Héctor lanzó el celular de Miguel en manos de Antonio. Con algo de dificultad se irguió sobre su bastón. Sintió como el aire se le espesó en la nariz, y una tos intensa de pronto le atracó.

Antonio observó algo asustado, y le quiso socorrer. Héctor alzó una mano, y con expresión adolorida, detuvo el accionar de Antonio.

Hubo un silencio. Un fino hilo de sangre le escurrió por el labio; Héctor se lo secó de manera fugaz.

—¿E-estás seguro de que mañana... podrás seguir el plan? Te veo... te veo muy mal, tío. Quizá deberíamos cambiar a otro plan, o...

—No... —musitó Héctor, respirando con lentitud—. Nada de eso. Es-este es el plan definitivo. Ya... compraste los pasajes a Madrid, ¿no? —Antonio asintió—. Bien, todo está en orden; asegúrate de llevarlos. Mañana daremos el golpe de gracia, y a los pocos días, te llevarás a Miguel hasta Madrid, sin ningún tipo de distracción, y sin que él pueda huir.

—Pero, te ves muy enfermo, y... me da miedo, tío. ¿Y si te mueres de aquí a mañana? Tú...

—¿Recuerdas la medicina que nos dio el médico en la clínica? —Antonio contrajo los ojos, y guardó silencio por unos instantes.

Y recordó.

Le pareció una locura.

—¿Los... los revitalizantes? ¿Esas ampollas que nos vendió?

Héctor asintió despacio.

—Pe-pero... el médico dijo que, si los utilizabas, probablemente tu vida acabaría más rápido, y...

—Lo sé —disparó a secas, ya sin un atisbo de miedo—, y es el precio que estoy dispuesto a pagar. Esto, para mí es de vida o muerte.

Antonio se quedó callado, y tras unos instantes, sonrió admirado.

—Eres un auténtico psicópata hijo de puta, qué quieres que te diga...

Héctor sonrió agraciado.

—Tú también Antonio, tú también...

(...)

Cuando el siguiente día llegó, aún sintió su cuerpo preso del poderoso sedante. La noche anterior, Antonio se había ensañado con él, y una dosis realmente alta le había suministrado con el pañuelo. No podía mover ni sus piernas, ni sus brazos. Tan solo los ojos se le movían despacio, y lo único funcional en su cuerpo, era desgraciadamente dos cosas que Miguel hubiese preferido no funcionasen:

Su mente, y su corazón.

Porque... maldita sea; que doloroso estaba siendo.

Miguel podía percibir todo de su entorno, pero no podía moverse, ni hablar. Podía oír perfectamente ese silencio agobiante en su casa, y percibir esa espesa oscuridad entre dicha cuatro paredes que le mantenían cautivo.

Y sabía... sabía que aquel era el día. Era consciente de que hoy, era el día en que debía huir con Manuel, y en lugar de eso, estaba encerrado en dicha habitación, con las esperanzas extintas, con el corazón retorciéndose de dolor, y sintiéndose acabado.

¿Por qué... él había vuelto a esa casa? De saber, que terminaría cautivo en ese lugar, y preso por causa de un sedante, Miguel no habría vuelto, y habría huido ese mismo día con Manuel.

Pero no...

Nuevamente, su ingenuidad le ponía en peligro. De nuevo, de nuevo...

De nuevo era el mismo niño tonto, ingenuo, del que todos podían disponer, usar, utilizar, y exprimir hasta el hartazgo. Él... ¡Él solo quería actuar como un adulto, hacer bien las cosas! Él solo había vuelto para... poder pasar esos últimos días junto a su padre, para poder explicarle que, a pesar de la decisión que estaba tomando de irse junto a Manuel, él aún lo amaba... ¡Qué aún era importante en su vida, y que prometía volver a su lado, apenas su enfermedad lo requiriese!

Miguel quiso hacer las cosas como un adulto, con buenas intenciones, y con la pureza de sus intenciones, pero... al intentarlo, solo recibió nuevamente la humillación en su rostro.

Se sentía tonto, realmente tonto... e impotente. ¿Entonces... cómo era vivir? ¿Acaso las personas no decían que, a quien bien obra, bien le iba? ¿Qué todo lo bueno se devuelve? ¿Qué siempre quien haga las cosas con amor, obtendrá sus recompensas?

¡¿Qué clase de mierda barata era esa?! ¡Mentira... mentira, UNA BURDA Y ASQUEROSA MENTIRA!

Era... mentira. La vida no era así, la vida era...

Imprecisa, y dolorosa.

¿Por qué...? Si él había obrado desde el amor por su padre... si había regresado a esa casa, para demostrarle que lo amaba, que, a pesar de elegir su libertad, él...

Lo amaba...

Miguel sintió entonces, caer en un vacío tan oscuro y deprimente, que prefirió morir en esos instantes. Una lágrima le rodó por el costado. Sus ojos se impregnaron de un dolor profundo, y en silencio, con el cuerpo frío y sin movimiento, lloró en dicha jaula.

¿Acaso... el amor así dolía? ¿Por qué amar a su padre, le dolía tanto...?

¿Por qué?

—Pa...pá... —Un débil hálito arrancó de sus labios, entre su llanto silencioso. Con un movimiento muy endeble, Miguel alzó la mirada hacia la puerta. A pesar de que allí todo era oscuro, por debajo de la puerta, algo de luz exterior entraba—. Pa... pá...

¿Por qué su padre no lo buscaba? ¿De verdad él creía, que Miguel estaba en su habitación? ¿Acaso su papá no sabía que Antonio, en sus tendencias enfermizas sexuales, pretendía convertirlo en prostituto, raptarlo, llevarlo a Europa y explotarlo en trata de blancas? No... seguramente su padre nada sabía de eso, de otra manera...

Miguel estaba seguro, su padre le salvaría de dicho lugar y de las manos de Antonio. Miguel... entendía. No era fácil, tener que sostener una enfermedad tan devastadora como el cáncer; seguramente, su padre ignoraba todo ello, pues su enfermedad no le permitía estar atento de su propio hijo.

—Pa...pá... —sollozó en silencio, sintiéndose de nuevo, como un niño de cinco años que pide auxilio—. Pa...pá... ayu...d...

Se quedó allí, deshaciéndose en un llanto silencioso. Le dolía estar así, y en especial, le dolía Manuel a la distancia.

—Eh, tío... ¿ya estás listo?

De pronto, entre el abrumador silencio de la casa, Miguel sintió la voz de Antonio por fuera de la habitación. Entre lágrimas, movió despacio sus ojos, y por debajo de la puerta, pudo observar la sombra de la presencia de Antonio.

—Sí, ya estoy listo...

Una nueva voz oyó Miguel allí fuera; era la voz de su padre. Contrajo los ojos, y se quedó observando, sintiendo los latidos a mil por hora. Quiso moverse, para suplicarle ayuda, pero en lugar de eso, su cuerpo no respondió.

—Pa...pá...

Quiso gritar, pero solo un débil hálito salió de sus labios. Antonio y Héctor, no oyeron nada por fuera.

—¿Ya te has... puesto las ampollas? —inquirió Antonio, observando a Héctor, que se veía con mucho mejor aspecto, y que solo se venía apoyando casualmente de su bastón.

—Sí —respondió a secas—. Me las he puesto dos horas antes, así que ya me ha hecho efecto —sonrió.

—Sí, tío... veo que sí. Tienes buena pinta. Es como si... no estuvieses tan enfermo.

¿Ampollas? ¿De qué ampollas hablaban? Miguel, desde el interior, oyendo cada palabra de la conversación, se sentía perdido.

¿De qué se trataba?

—Pa...p-pá...

Quiso volver a gritar por auxilio, pero de sus labios, solo un susurro débil salió.

Miguel se sintió en una pesadilla. En una de esas, en las que deseas gritar, pero de tus labios nada sale.

—Entonces... ¿ya podemos irnos? —preguntó Antonio, mirándose el reloj, y sintiéndose ya algo impaciente.

—No aún... —respondió Héctor en un suspiro. Hubo un leve silencio. Antonio observó algo de melancolía en ojos del mayor, y miró confuso.

—Eh... no me digas que te estás arrepintiendo de hacer esto, porque...

—Quiero... pasar tiempo con mi hijo, antes de poder irme...

Al oír aquellas palabras, Miguel sintió de pronto una bocanada de fuego abrazarle el corazón. En su ingenuidad, pensó que su padre subiría por esas escaleras, y llegaría hasta su habitación, en busca de su presencia.

Así, el vería que Miguel allí no estaba, y comenzaría a buscarlo. ¡Iba a encontrarlo! ¡Al fin saldría de ahí!

Miguel sintió alegría, y sus ojos se inundaron en lágrimas.

Pero, antes de poder sentir dicha felicidad genuina, a los pocos minutos, Miguel vio regresar la sombra de su padre por debajo de la puerta, y el corazón le dolió.

—¿Quién es el bebé de papá, mh? ¿Quién es?

Por fuera, Miguel oyó los balbuceos de Brunito. El corazón se le detuvo. Una lágrima le cedió.

—Ya oíste... lo que dijo el médico. Estas ampollas solo me dan este poder revitalizante un par de horas, luego de eso...

Antonio comprendió sin necesidad de más palabras. Posterior a esas ampollas, probablemente Héctor iría en declive, y ya nadie sabría qué ocurriría.

—Quiero aprovechar estos momentos junto a mi hijo. Luego de esto... ya no podré. Solo déjame estar solo con él, un momento...

Y por petición de Héctor, esperaron un par de minutos más. Risas y balbuceos de Brunito, se oyeron por el pasillo. Héctor, sonriendo, lo alzaba y le daba cariños.

Se formó entonces, un ambiente tierno.

Pero, en cambio, Miguel por dentro, se preguntaba...

¿Y... por qué no a mí?

—¿Quién es el bebé más lindo de papá, ah? —Brunito echó una risita como respuesta, y Héctor sonrió—. ¿Quién es mi hijito, ah? Mi lindo Brunito...

Antonio observaba aquello contrariado. A pesar de que era tierna dicha interacción, no podía él percibirla de dicha manera. Su confusión era realmente grande, y curioso como muchos, Antonio no pudo más morderse la lengua, y extrañado, preguntó entonces:

—¿Por qué... eres así con Brunito?

—¿Mh? —Héctor lo miró, y alzó una ceja. Brunito se abrazó al rostro de su padre.

—A-así... ya sabes; así tan... cariñoso...

—Porque es mi hijo.

Antonio apretó los labios, y observó a un costado. Pudo haberse conformado con dicha respuesta, pero sin pensarlo mucho, volvió a decir:

—S-sí, tío... entiendo, pero... Miguel también es tu hijo, ¿no? —Al oír aquello, Miguel contrajo los ojos. Héctor desvió la mirada, y endureció su expresión—. Y en cambio, con él, tú... no actúas de la misma manera que actúas con el más chico. ¿Por qué...?

—Miguel es asqueroso —disparó sin mayor cuidado. Miguel, que oyó eso, sintió que una daga le cruzaba el pecho. Hubo un silencio incómodo—. Mi-Miguel es... vomitivo, él...

—Pe-pero... es tu hijo también, ¿no? Di-digo... no me interesa que lo trates bien ni nada, eh, es solo mera curiosidad. —Aclaró Antonio—. Pero a diferencia de Brunito... a Miguel lo has forzado a contraer matrimonio conmigo, y... me ayudaste a ocultarlo, y ahora... me lo entregas para llevarlo a España, y convertirlo en prostituta, y...

Al oír aquello, Miguel no pudo creerlo.

No era cierto, no, no... no podía ser cierto. Su padre, él no... él no podría...

—¡Haz lo que te dé en gana con ese malparido! —alzó la voz, irritado—. ¡Prostitúyelo, qué se yo! Dale algún maldito uso a ese inútil. Pero llévatelo... llévatelo lejos de mi Brunito. E-ese maldito de Miguel, e-él...

Héctor se mostró afectado al respecto. Por fin, después de mucho fingir, su máscara se caía, y no podía seguir sosteniendo su repulsión hacia Miguel.

Pero, para lo que otros eran palabras llenas de rencor, para Miguel eran en cambio...

Desgarradoras.

Sentía, como poco a poco, su alma era arrancada a pedazos, y su humanidad reducida a la nada misma.

Su padre... su amado padre, él...

¿De verdad estaba diciendo eso? ¿Era... realidad, o una pesadilla?

—Yo... jamás podría amar a Miguel. Nunca. —Antonio contrajo los ojos.

—Pero... es tu hijo... ¿no?

Héctor endureció su expresión, y guardó silencio. Tan solo Brunito se oyó balbucear.

Miguel, por dentro, era un trozo de hielo humano.

—E-es tan... asqueroso, él... el solo verlo... me produce asco. Me produce odio, me produce... ganas de... —Se detuvo, intentando contenerse— Agh... es tan inútil y sentimental como su madre. Verlo a él... a... a Miguel, es como... ver la viva imagen de su madre, y... es tan poca cosa, me da tanta vergüenza. Niño imbécil, tan manipulable, emocional y... realmente jamás podría amarlo. No me da el estómago como para hacerlo.

Todas aquellas palabras, terminaron por sepultar el amor que Miguel sentía. Una parte tierna de él, entonces murió. Ahora, entre dicha espesa oscuridad, su alma se desbordó en dolor.

—Solo... preocúpate de tener lejos a Miguel, muy lejos de mi hijo Brunito. Llévatelo a donde tengas que llevarlo. Va a servirte como un actor porno; quizá sea una de las pocas cosas que sepa hacer bien. Si te cansas de él, véndelo a cualquiera, pero... no permitas que vuelva a Perú. No permitas que vuelva cerca de mi hijo Brunito...

—Tranquilo, que tu hijo va a ser el mejor actor porno. Ya lo tengo ofrecido para varias películas.

—Como sea —disparó Héctor, sin tomar mayor importancia—. Pero llévatelo, y lejos. Que nunca más vuelva a ver la luz del sol por su propia voluntad.

Antonio asintió, y hubo otro silencio. Héctor, tras ese amargo instante, entonces volvió su atención de nuevo hacia Brunito.

Y, entre risas y parloteos, sus voceos se oyeron cada vez más lejanas, hasta que entonces, la puerta de la sala resonó, y nada más fue perceptible.

El silencio de la casa, entonces nuevamente reinó. Y Miguel, en el suelo de la oscura habitación...

Sintió que moría, y su primer encuentro con la verdad, fue tan desolador, que sintió que la vida era realmente cruel...

Su padre, él... realmente...

No lo amaba, y jamás lo amó.

¿Tan difícil era él de amar?

 (...)

Cuando el reloj marcó cerca de las doce, Manuel ya estaba en el lugar citado. Se ubicó en un sitio del paseo costero en Miraflores. Sintiendo como la fría brisa marina cruzaba el cielo, se caló una chaqueta, y con actitud serena, se apoyó en sus codos, y observó hacia el mar.

Qué bonito que se veía el mar. La brisa era refrescante. Sentir el ruido de las aves, del oleaje, y del viento soplar, traían a Manuel viejos recuerdos de un sitio lejano, también apegado a la costa, ahí en Lima.

Allí, en donde todo dio inicio...

Y conoció a Miguel.

Manuel sintió que sus mejillas sonrosaron ante el hermoso recuerdo de conocerlo. Sonrió como un niño por tal estímulo.

—Nunca antes... me había sentido tan emocionado... —lanzó una risilla, y bajó la mirada. Comenzó a juguetear con sus manos, nervioso—. Me... me cuesta creer que realmente esté pasando. ¡Qué esto hoy esté pasando! Ho-hoy... por fin, después de tanto, yo y Miguel...

Inhaló profundamente, y cerró los ojos. Alzó su cabeza, y por un instante se limitó a sentir la naturaleza en su entorno.

Manuel se sintió dichoso, dichoso de vivir.

Una enérgica sonrisa ensanchó sus labios. Sus ojos brillaron por causa de la tímida luz del sol colándose entre las nubes. El esmeralda de sus orbes, resplandecieron con un brillo tierno.

Manuel suspiró.

—¿Cómo será Arequipa? —musitó entonces, perdiéndose en sus pensamientos, que estallaban de emoción ante lo que sobrevendría—. ¿A... a Miguel le gustará nuestra nueva casa? ¿Cómo vamos a decorarla? Quizá él... quiera tener un espacio para poner su salón de belleza, o... o quizá... su restaurante. Sí... voy a trabajar duro para que pueda cumplir su sueño, o más bien... nuestro sueño...

Despacio agachó su cabeza, y con un tacto suave, se acarició el dedo anular. Sutilmente, y a la luz del sol, el anillo de compromiso relució en su mano.

Manuel sonrió emocionado.

—Me he vuelto a poner el anillo... —susurró, observándose enternecido como allí relucía—. Ha vuelto al lugar, en donde siempre debió estar...

Un profundo suspiró le arrancó de los labios. Su emoción era tal, que un pequeño hormigueo le hacía cosquillas en el estómago. Manuel se sentía profundamente emocionado por lo que aquel día representada; por fin, después de mucho tiempo, se sentía capaz de perdonar, de comenzar de cero, y de darse una segunda oportunidad después de tanto...

Y mejor aún, con Miguel a su lado. Otro cosquilleo se le posó como una mariposa en el estómago; similar a la sensación, que experimentó la primera vez que pudo besar a Miguel.

¿Qué les depararía su nueva vida? ¿Cómo sería su nuevo hogar? ¿Cómo sería su nueva convivencia? ¿Cómo organizarían su futuro matrimonio? ¿Quiénes serían los padrinos? ¿Cómo le gustaría a Miguel que fuese su salón de belleza? ¿irían a conocer Arequipa juntos? ¿Viajarían a conocer el volcán Misti? Manuel estaba lleno de preguntas por doquier. Su cabeza, que estallaba poco a poco de la emoción, no dejaba de divagar en lo que el futuro les depararía.

Sí, claro que tenía miedo, pero... junto a Miguel, sentía que las cosas volvían a tomar un sentido. El pensar que, dentro de poco, la vida de ambos, tal y como la conocían antes del suceso, volvería hacia ellos, llenaba el pecho a Manuel de expectativas, y sentía que no podía esperar más por ello.

Amaba a Miguel, y lo había elegido a él, para ser su compañero de vida, para amarse en los buenos momentos, para sostenerse en los malos, y para ser uno en la intimidad de su hogar.

Manuel sonrió enamorado. Sintió que los ojos se le aguaron de la pura emoción, pero pronto, respiró profundamente, y se contuvo.

—N-no... —musitó hacia sí mismo, reteniendo sus lágrimas, y secándoselas al instante—. Hoy no es un día para llorar, ni siquiera por la emoción...

Volvió a mirar hacia el mar, y toda clase de pensamientos sobre el futuro junto a Miguel, le invadieron dulcemente la consciencia. Y, cuando el paso de los minutos se hizo más evidente, algo ansioso, Manuel revisó la hora en su reloj.

Eran las doce y quince.

Suspiró nervioso, al ver que Miguel tardaba más de lo normal.

—Y sí... ¿no encuentra transporte? Quizá deba ir a buscarlo a su casa, y...

De pronto, algo acalló de inmediato las palabras de Manuel. Un tacto suave se le posó en su hombro, y Manuel contrajo sus ojos.

El corazón le brincó con una fuerza intensa, y una energía tierna.

Sí... era él. A quien había estado esperando no solo aquel día, sino que una vida entera...

Sonrió, y al instante, se volteó hacia la nueva presencia que por detrás se encontraba.

—¡Migue...!

Sus palabras quedaron a medio decir, cuando de frente, se encontró con otra presencia.

Con otra presencia distinta, a la tan anhelada presencia de su amado Miguel...

Manuel contrajo los ojos, se quedó impávido en su sitio.

Hubo un agudo silencio.

—Hola, Manuel. Disculpa la tardanza.

En su sitio, Héctor sonreía con semblante gentil. Estaba bien vestido, bien perfumado y se veía más enérgico de lo usual. Mantenía bien su postura, y tan solo se apoyó levemente en su bastón.

Manuel, tras un silencio incómodo, pestañeó descolocado. Miró sutilmente hacia los costados, intentando rebuscar una segunda presencia.

—Pasa que tuve unos percances por trabajo, y...

—Disculpe, señor... —Manuel sonrió incómodo—. Mi intención no es ser grosero, pero... estoy esperando a otra persona, y no tengo tiempo para convers...

—Esperas a Miguel, ¿no es verdad?

Manuel contrajo un poco los ojos.

—Sí; estoy esperando a su hijo.

—Pues bien... ¡Aquí está! —sonrió Héctor, pegándose despacio con una mano en el pecho.

Manuel torció los labios despacio, intentando retener su irritación. No entendía de qué iba todo ese repentino escenario, pero si era una broma por parte de Miguel... no le estaba haciendo nada de gracia.

Hubo un silencio incómodo.

—Jajaja; señor... Héctor, ¿verdad? —Héctor asintió enérgico—. La verdad me gustaría quedarme con usted un momento, pero su hijo Miguel debería llegar dentro de poco, y...

Héctor lanzó una risilla cómica al aire. Manuel quedó aún más descolocado.

—Oe'... muchacho, no entiendes, ¿verdad? No seas sonso.

Manuel sintió entonces, mucha más irritación. Por dentro de sus bolsillos en la chaqueta, sus manos se empuñaron lentamente. Sentía que aquella era una pésima broma; una horrible broma de mal gusto.

Y eso pensó, hasta que entonces, su celular vibró.

Contrajo los ojos, y lo tomó de inmediato. Ansioso abrió el mensaje que le había llegado. Cuando vio que se trataba de un mensaje de Miguel, Manuel sintió alivio instantáneo, y su corazón saltó de alegría.

Héctor observó ello con una sonrisa en el rostro.

Manuel abrió el mensaje.

''12:21 pm. Manu... lo siento, lo siento mucho''.

Manuel sintió que su sangre se heló por un instante. Volvió a leer el mensaje una, dos, y hasta tres veces. Esperó por un instante, pensando que otro mensaje de Miguel llegaría a su celular y le aclararía la intención de dicho mensaje anterior.

Pero, en lugar de ello, otro mensaje llegó, diciendo:

''12:22 pm. No quiero irme contigo. Por favor no me odies''.

Manuel sintió como una cadena de espinas le aprisionó la garganta. Alzó la cabeza, y observó en el rostro de Héctor una expresión compasiva. Se pasó una mano por el rostro, aun no creyendo lo que leía. Con la mano algo temblorosa, volvió a meter el celular en su bolsillo.

Tras unos segundos en completo silencio, Manuel miró a su alrededor.

¿Dónde...? ¡¿Dónde, dónde, dónde?! ¡¿Dónde estaba Miguel?! No podía ser, realmente... no podía estar pasando. Miguel, seguramente, estaría por allí cerca, intentando jugarle ese tipo de broma. Porque... era una broma, ¿verdad? Manuel, dentro de sí mismo, sostenía un torbellino muy peligroso de confusión. No entendía de qué iban esos repentinos mensajes de Miguel...

No podía ser, Miguel no podía; se lo había prometido...

Entonces, ya no pudiendo contener más su sentir, expresó:

—¿D-de... de qué chucha va esto? ¿Do-dónde está Miguel? Es una... pésima broma, esto...

—Manuel, Manuel, ay... Manuel... —despacio, Héctor le rodeó con un brazo, y le dio pequeños golpeteos en la espalda. Manuel, que se hallaba aún confuso por lo que pasaba, no respondió—. Hijo... mira; el amor es así, ¿sabes? Yo, como ya te habrás dado cuenta...

—N-no... Miguel me dijo que vendría... es una broma, tiene que...

—Yo he venido en lugar de mi hijo, Manuel. —Al oír aquello, Manuel sintió entonces la dosis de realidad golpearle fuerte. Ya entendía hacia donde se dirigía la situación—. Él... no ha querido venir hasta acá, porque... no se sentía capaz de decirte todo esto, que yo voy a decirte...

—No... —resopló Manuel, consternado—. N-no, no... Miguel me dijo que vendría, e-é...

—Miguel no quiere irse contigo —sentenció Héctor, con tono compasivo—. Tú mismo... lo leíste; él te lo dijo, ¿no es así?

Manuel contrajo los ojos, y agachó la cabeza. Miró a sus alrededores un poco más, cerciorándose realmente, de que Miguel no se hallaba cerca, y no se trataba de una pésima broma.

Cuando entonces obtuvo la respuesta, Manuel se apoyó en la baranda, y se quedó cabizbajo y en silencio.

Héctor se acercó más a su lado, y le cruzó el brazo por la espalda. Le dio unos leves golpeteos.

Hubo un silencio.

 —Ayer... Miguel y la familia, tuvimos una larga conversación en la mesa... —comenzó a relatar Héctor su ficticia historia—. Y fue... difícil, ¿sabes? Miguel me explicó algunas cosas, Manuel. Me dijo... que te quiere mucho, que sí, mh... le gustas, pero... hay otros asuntos de los que Miguel no te contó, y te escondió por temor a herirte, por ese cariño que te tiene...

Manuel se quedó en silencio, y con la vista pegada hacia el mar. Su expresión endurecida decía todo, y nada a la vez.

Siguió escuchando, sin decir palabra.

—Yo y Miguel... somos padre e hijo, y tú lo sabes. Pues... mira, yo me he estado mejorando de mi cáncer; ¿Lo ves? Estoy mucho mejor que antes, y con Miguel tenemos planes muy importantes a futuro. Ahora que... él sabe que viviré, ha reconsiderado muchas cosas, e incluso, ha mejorado un poco su relación con Antonio...

Manuel lanzó un leve jadeo. Mientras oía en silencio, y con una rígida expresión, sintió que las lágrimas le impregnaban los ojos.

—Entre muchas cosas que ayer hablamos, Miguel me dijo que quería quedarse a vivir conmigo, para poder restablecer nuestra relación de padre e hijo. Tú, Manuel... si fueses padre, sabrías que lo más hermoso del mundo, es la relación de padre e hijo...

Manuel, en completo silencio, asintió con la cabeza.

Una lágrima le cedió.

—Lo sé...

Héctor sonrió.

—Tú mismo viste como Miguel sufrió cuando se enteró de mi enfermedad, y peor aún... cuando supo que yo moriría. He podido asistir a los mejores médicos gracias a mis ingresos, y... bueno, ahora estoy muchísimo mejor, ¡Y hasta me dijeron que voy a vivir! Así que... Manuel, ¿quiénes somos nosotros, para decirle a Miguel que no tiene derecho a querer quedarse con su padre?

Manuel se mordió los labios, y no respondió.

Un montón de emociones negativas y muy confusas pasaban por su cabeza en ese instante.

—Además... Miguel también me expresó lo muuucho que quiere ver crecer a su hermano Brunito. Miguel nunca tuvo un hermano, y bueno... él quiere tener una familia, Manuel. Y, después de años... Miguel por fin la tiene, y con su padre vivo. Fueron muchos años de soledad para él, ¿y sabes? Yo sé que me equivoqué con él... pero Miguel me ha perdonado, y la vida le está ofreciendo esta oportunidad de tener a una numerosa familia...

¿Y ellos? ¿Y ellos no iban a ser acaso una familia?

¿Por qué? ¿Por qué Miguel haría eso? ¿Por qué lo estaba haciendo?

¿Por qué le hacia ese daño?

Por qué no se lo había dicho antes... por qué ahora...

—En cambio, tú... él no quiso decírtelo antes, porque te quiere y te tiene cariño, y no quería herirte tus sentimientos, pero... ¿tú cómo le darás una familia? Eres un hombre, y no puedes darle a nadie más. Y, Miguel siente que quizá lo estás reteniendo a tu lado, y es obvio... él no te iba a decir que no, porque te quiere; pero sabes cómo es Miguel... es tan sentimental y empático, que no supo nunca cómo decirte todo esto...

Hubo un silencio, en donde Manuel no tuvo como procesar todo ello tan de pronto. Su respiración era entre cortada, y sus ojos impregnados en lágrimas se alzaban sobre una expresión rígida, que contenía dolor, confusión, y rabia.

Manuel sentía de todo en esos instantes.

Y pronto, no pudo contener su angustia.

—N-no puede ser verdad... es mentira, todo es mentira... ¡Es mentira! —Alzó la voz, sintiendo espeso el nudo en su garganta, y apretando con fuerza la baranda con ambas manos—. Miguel me prometió, yo y él... escúcheme; yo y él debemos hoy irnos a Arequipa, él me lo prometió, lo hablamos, él me dijo que hablaría con usted sobre esto, y... N-no; me niego a esta weá... ¡Me niego! ¡Él lo hablaría con usted, lo hablaría todo, y...!

—Lo hablamos, Manuel —respondió Héctor, con aura tranquila, intentando traspasar esa tranquilidad a Manuel, que comenzaba a salir de sus casillas—. Sí, a Miguel le gustaba la idea de irse contigo, pero... ¿qué quieres que haga? Finalmente... él puso las cosas en una balanza, y... decidió que quiere quedarse con nosotros, con su familia de sangre, Manuel. Yo incluso, te juro por Dios, le he dicho que vaya contigo, pero... él me eligió a mí, y ha elegido a su familia. Y ahora... yo he venido a decirte esto. Miguel no quiso venir, dijo que le daba mucha pena y vergüenza hacerlo, y que no se sentía capaz de herir tus emociones, mirarte a la cara... así que... como soy su padre, he venido en su lugar. ¡Tú y yo sabemos cómo es Miguel! Es muy sentimental, y no se sintió capaz de venir a hacer esto, así que...

—Sí, conozco a Miguel —disparó Manuel, con aura tajante y lágrimas visibles—, y porque lo conozco, sé que esta mierda no es así. No es así; voy a oírlo de la boca de Miguel. Vamos a casa; que él me diga todo lo que usted...

De pronto, un celular comenzó a sonar en el bolsillo trasero de Héctor. Manuel se calló de pronto, y Héctor sacó el aparato.

—Mira... justo me llama Miguel... —le dijo, mostrándole fugazmente a Manuel, el nombre del contacto que le llamaba—. Permíteme un momento...

Héctor, ignorando el semblante y palabras de Manuel, se alejó tan solo un poco de Manuel, y comenzó a actuar una conversación con su hijo.

Manuel observó aquello con los ojos aún en lágrimas, y lanzó un quejido lleno de frustración. Se mordió los labios, reteniendo su ira. Se apoyó en la baranda y agachó la cabeza, mientras que, a lo lejos, era capaz de oír la conversación que Héctor, y Miguel —que, en realidad, era Antonio, que hacía su aparición en el plan—, sostenían.

—Sí hijo, tranquilo... ya me iré a casa. Sí, en eso estoy; conversando con Manuel. Sí, eso le estoy explicando... ya, ya... no llores, hijito; Manuel no va a odiarte por esto, no lo creo, ¿O sí? No estás haciendo nada malo, cariño... solo quieres ser feliz, sí... —Hubo un silencio, en donde Héctor hizo como que Miguel ahora le hablaba—. Ya, hijo, tranquilo. Ve y empaca tus cosas, ¿sí? Ya está. Le daré tu recado a Manuel... oka, te quiero; nos vemos en un rato.

¿Empacar? ¿Por qué Miguel empacaría sus cosas ahora? Se supone que debía hacerlo mucho antes, para irse junto a él a Arequipa...

Manuel sintió que de nuevo la angustia se le posó como una mariposa nocturna en el estómago. Las espinas volvieron a arder en su garganta.

Un terrible llanto retenido.

A la distancia, y por detrás de un árbol, estaba el vehículo de Héctor estacionado. Desde allí, Antonio observó escondido la escena de lejos; una maliciosa sonrisa ensanchó sus labios.

Dios, estaba amando ser parte de dicho momento en donde destruían a Manuel.

—Miguel dice que... no quiere que lo odies. —Por detrás, Héctor volvió al sitio, con tono compasivo—. Dice que... te quiere mucho, y te tiene un inmenso cariño, pero... él no quiere, Manuel. Miguel ha decidido quedarse con su familia, debes entenderlo, hijo... el amor es así, no siempre vas a...

—¿Por qué Miguel empacará sus cosas?

Disparó Manuel, harto de tanta cháchara. Su rostro, con una expresión ya visiblemente irritada, era signo de aquello. Héctor sintió un leve temor; retrocedió un paso.

—Bu-bueno... Miguel pronto se irá lejos de Perú; todos nos iremos; la familia Prado...

—¿Q-qué?

Manuel sintió que la presión le bajó un poco. Con disimulo, apoyó un brazo en la baranda, intentando recomponerse.

Hubo un silencio.

—¿De... de qué estás hablando? No puede ser, Miguel... tsk... —Harto de tanta mierda, Manuel entonces sacó de sus bolsillos la evidencia; ante los ojos de Héctor extendió los pasajes hacia Arequipa, uno a nombre de él, y el otro, a nombre de Miguel—. ¿Lo ve? Yo y Miguel tenemos que viajar, hoy... muy pronto. A las cuatro tenemos nuestro vuelo, hacia Arequipa; nuestro nuevo hogar...

—Ay... hijo... —susurró Héctor, frotándole suavemente el hombro a Manuel, en señal de apoyo; Manuel contrajo los ojos. Despacio, Héctor sacó del interior de su bestón dos pedazos de papel. Lo extendió ante la mirada contrariada de Manuel, y allí, él pudo verlo con claridad.

Dos pasajes a Madrid, uno a nombre de Antonio, y el otro...

A nombre de Miguel.

Y en dicho pasaje, bien estampada la huella dactilar de él.

Manuel sintió que la presión nuevamente la bajó, pero en lugar de desvanecerse, sintió que una lágrima le rodó por la mejilla.

Hubo un silencio.

—Dentro de poco nos iremos todos a Madrid —reveló Héctor, volviendo a guardar los pasajes—. El resto de pasajes, los tengo en casa. Como verás... todos nos iremos pronto a Europa. Mis empresas han logrado estabilidad allá, en el viejo continente, así que... me llevaré a Miguel a Europa. Allá estoy seguro que podrá estudiar en una prestigiosa academia para aprender a maquillar, ¿eso es lo que le gusta, no?

Con las lágrimas ya desbordándoles, Manuel asintió.

Hubo otro silencio.

—Y... lo hace precioso...

Recordó con dolor, cuando en la soledad de su antiguo hogar en Miraflores, Miguel lo usaba como una musa, para practicar con el maquillaje.

Recuerdos innecesarios, en medio de un momento tan doloroso.

Y peor, si se trataba de recuerdos tan preciosos, pero ya tan inútiles...

¿De qué mierda servía recordar todo eso? ¿Ya para qué?

De qué mierda había servido todo ese tiempo...

Manuel se quedó quieto mirando hacia el mar. Lo que en un inicio le parecía una imagen hermosa, inspiradora e hipnotizante, ahora era acallada por sus pensamientos confusos e impregnador en un dolor incomprensible para Manuel hasta el momento.

Solo sus lágrimas, que caían en silencio, eran signo de todo lo que se desataba en su fuero interno.

Héctor le observó en silencio, y por un instante, le acompañó mirando hacia el mar.

Nadie se oyó hablar, y tan solo el olaje del fondo, menguó la atmósfera.

Héctor entonces, susurró con voz compasiva:

—Sé cómo... debes sentirte, Manuel. —No contestó. Tan solo siguió mirando hacia el mar—. Yo... hace tiempo, también amé con locura a alguien, y sentí de cerca el dolor de la traición, el odio, el... rencor...

Por un momento, Héctor también endureció su expresión. Un montón de recuerdos le cruzaron la mente, y lanzó un fuerte suspiro.

—Miguel... él es idéntico a su madre, tanto por fuera como... por dentro. Son idénticos...

Observaron por otro rato el mar en silencio. Pronto, la tarde comenzó a caer, y el frío fue más prominente. La brisa se hizo un poco más intensa.

—Miguel es mi hijo, y lo amo, pero... he de admitir que aún es muy inmaduro, Manuel. Yo creo que tú... quizá merezcas otra persona. Mi hijo ha decidido libremente ir con nosotros a Europa, pero... sé que esto te está doliendo mucho, me imagino cuánto, y...

—Ni usted, ni su hijo... se imaginan, ni podrán imaginar cómo me siento.

Escupió Manuel, sintiéndose el dolor en sus palabras. Siguió mirando hacia el frente, y Héctor, tras un leve silencio, continuó:

—Pero... creo que esto es lo mejor para él, Manuel. Lo llevaré a Europa, y allí, él podrá estudiar lo que él quiere. Aquí, en Latinoamérica... ¿realmente es un buen lugar para personas como Miguel? Yo no lo creo, y aparte... nosotros, su familia... estaremos siempre con él. Así lo ha decidido Miguel, y... nosotros, su familia, hemos decidido apoyarlo.

Manuel torció los labios. Calló un sollozo.

Héctor le frotó la espalda. Manuel hizo un leve movimiento para quitárselo de encima.

—Es lo mejor para todos, Manuel...

Despacio, Héctor metió su mano al bolsillo. Manuel, que difícilmente contenía su dolor, le siguió despacio con la mirada.

Pronto, Héctor extendió su mano; Manuel observó dubitativo un instante, hasta que entonces, extendió apenas su mano.

Héctor entonces, dejó allí el objeto; Manuel observó.

—Miguel te ha enviado esto... —En la palma de Manuel, entonces relució el anillo de compromiso que pertenecía a Miguel. Antonio, entre sus pertenencias, lo tenía guardado de aquel día en el restaurante, y se lo pasó a Héctor para dicho momento—. Dice que... agradece todos los momentos contigo, pero... que quizá esto servirá para otra persona...

¿Otra persona...?

Manuel sintió que dicho acto era la daga definitiva en su alma. No pudo evitarlo, y un jadeo le arrancó de la garganta. Quería llorar, deshacerse en un llanto amargo, pero...

Aparte, en esos instantes, se sentía terriblemente humillado.

Observó el anillo sobre su palma, y un montón de recuerdos le cruzaron por la mente; quiso sonreír por la belleza de dichos momentos, pero en lugar de eso, solo las lágrimas le cedieron. Cerró su mano, y despacio, guardó el anillo en su bolsillo.

Hubo un largo silencio.

El frío comenzó a ser más evidente. La brisa marina, propia de la tarde costera en Lima, entonces se intensificó, y el viento comenzó a ser un poco violento.

Héctor entornó los ojos, y observó por sobre su cabeza. Era ya momento de regresar a casa...

Y, cuando se dispuso a irse, observó al rostro de Manuel.

Juró que nunca antes, había visto a alguien tan deshecho y ensimismado en sus pensamientos. Por conseguir aquello, sonrió internamente.

Desde el auto, Antonio comenzó a reír por lo bajo.

—Eres un gran muchacho... —susurró Héctor, como manera de consuelo, antes de poder irse—. Algún día encontrarás a alguien que te merezca, solo tienes que...

—Si ese conchesumadre... —musitó Manuel en un hilo de voz, incorporándose después de varios minutos en silencio. Alzó su cabeza con orgullo, y las lágrimas le cedieron—. Si él... no hace feliz a Miguel, y-yo... —suspiró profundo, y finalmente, dijo—: Voy a matarlo, lo juro...

Y sin poder contenerse más, y no aguantando más el estar allí, Manuel se volteó sobre sí mismo, y con paso firme y cabeza agachada, caminó hacia su motocicleta que se hallaba un par de metros más allá.

Héctor alzó su brazo, y quiso alcanzarlo, pero luego se detuvo. Manuel entonces, sin voltearse, se puso el casco, echó a andar el motor de tu motocicleta con un evidente dejo de ira, y al instante, se echó a correr lo más rápido que pudo.

Y en un abrir y cerrar de ojos, Héctor lo perdió de vista.

Y sonrió.

—Jaja... —comenzó a reír, una vez Manuel se perdió de vista, y fue consciente, de que lo había logrado—. Jajajajaja.

Y risa tras risa, Héctor sintió la verdadera victoria. No pudo contenerse, y como si de una emoción inigualable se tratase, sintió que su lengua sola se movía, y articulaba las risas.

Y apoyándose despacio en su bastón, Héctor entonces se volteó con camino al vehículo.

Y tan solo, cinco metros pudo avanzar, cuando en la costilla izquierda, un terrible dolor le punzó por todo el organismo.

Héctor lanzó una tos seca y potente, y al avanzar otro poco, entonces sangre le brotó de la boca.

Y cuando quiso pedir auxilio, las cosas pasaron demasiado rápido.

—An...to...nio...

Fue lo último que logró musitar, antes de que en un abrir y cerrar de ojos, Héctor sintiera su cuerpo colapsar.

Y cayó al suelo un par de pasos más allá.

Mientras, en la lejanía, un motor se oía fuertemente tronar. Y, sin importarle a Manuel nada más, ni siquiera su propia vida...

Excedió el límite de velocidad, y sin tener noción de nada, hundió lo que más pudo el pie en el acelerador.

Y se le perdió de vista.

Ya no tenía nada más que perder.

Ya no había nada más importante para él... que perder.

Después de Miguel, ya nada más...

.

.

.

Lo que un día, en el alma nos unía ya no está,

Aunque estás... es momento de afrontar la realidad.

Tú me quieres, pero... ¡Yo te amo!

Esa es la verdad... tu presencia aquí me está matando.

Sentirte a la mitad, me he cansado de intentar y no lograr,

Que te vuelva a enamorar.

Sé que no me quieres lastimar, pero tengo que soltarte.

Hoy te dejo en libertad.

''Te dejo en libertad''.

HA-ASH.

(...)

N/A; 

Para empezar, pedir perdón por la tardanza en la actualización. Digamos que tuve un mental breakdown y me costó tiempo recuperarme, pero no me olvidé de este fanfic y les traje actualización. Ya estamos en el final, así que solo quedan dos capítulos más y el epílogo. 

Gracias a quienes siguen leyendo esto después de tanto hiatus jajaja, los últimos capítulos tardarán mucho menos, lo prometo. 

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