Las consecuencias
Miguel se sintió reconfortado en un lecho inundado de calor y suavidad. En su oìdo, retumbaba de forma suave el ritmo cardiaco de alguien ajeno, y Miguel, sonriò en medio del sueño.
Los latidos de aquel corazón resonaban con fuerza, muchísima vitalidad, y de forma inexplicable, aquello hacia sentir a Miguel con mucha paz y sosiego.
De forma inconsciente, Miguel aferrò sus brazos con màs fuerza a aquello tan càlido que abrazaba, y de forma suave, sintió una leve caricia en su rostro.
Estaba abrazado a alguien.
—Mmh... —musitò dormido, y abrió los ojos de forma lenta. Cuando, ante su vista borrosa se extendió una expresión sonriente y, hermosamente somnolienta, Miguel se sobresaltò.
Y sintió que el corazón se le volcó. Abriò los labios, y quedó sin aliento por un instante.
Era Manuel.
Y se veìa tan jodidamente hermoso, allí, frente a èl, observándole recién despierto, con la mirada somnolienta impregnada en sus verdes ojos, con una sonrisa leve, el cabello desordenado, y a pocos centímetros de su rostro.
Miguel sintió ganas de gritar, y el rostro se le sonrojò de forma casi automática.
—Buen dìa... —susurrò Manuel, con la voz algo ronca, y acariciò suavemente a Miguel en el rostro—. ¿Què tal dormiste?
Miguel, que aùn no sentía el golpe de realidad, observó a Manuel un tanto contrariado.
¿De verdad habían dormido juntos? ¿De verdad había pasado la noche con Manuel? ¿De verdad había amanecido a su lado? ¡Aquello se sentía jodidamente irreal! ¡Còmo un sueño!
Manuel sonriò, ante la falta de respuesta.
—Aùn estàs algo dormido —le susurrò, y le depositò un tierno beso en la punta de la nariz; Miguel se sonrojò—. Te estuve observando mientras dormías, pero fue solo unos pocos minutos. Me despertè porque se me adormeció el brazo, contigo encima. Pensè en moverlo, pero estabas durmiendo tan plácidamente, que me dio pena moverme y despertarte.
Miguel aùn no podía decir palabra alguna.
Aquello era un jodido sueño. No podría ser real.
Manuel lanzó una divertida carcajada, ante la expresión descolocada de Miguel.
Miguel le parecía muy tierno en ocasiones.
Miguel entonces salió del trance, y frunció el ceño, ofendido por la risa de Manuel.
—¡O-oye! ¡No te rias de mì, huev...!
Y no pudo terminar su frase pues, Manuel, lo tomò suave por el mentón, y le depositó un tierno besos en sus labios.
Miguel volvió a quedar perplejo, abrió los ojos, y se quedó sin voz.
Manuel separò sus labios de los de Miguel, y le observó con expresión enamorada.
Hubo un silencio.
—Somos novios... —le dijo, y Miguel se sonrojò, con expresión perpleja—. Ayer me lo pediste...
Y hubo otro silencio.
Manuel contrajo sus pupilas, y entonces sintió una leve angustia posarse en su estómago.
—Oh... —dijo, con la garganta seca—. No me digas que... ¿Miguel, no recuerdas nada de lo de ayer? No me asustes...
Manuel sintió que el corazón se le detuvo. ''Se repite la misma historia''; pensó.
Y Miguel frunció el entrecejo.
—¡Cla-claro que lo recuerdo! —reclamò, y se abrazò fuertemente al pecho de Manuel, hundiendo su rostro allí, sintiendo vergüenza; Manuel suspirò, aliviado—. E-es solo que... ¡Me da vergüenza! ¡No lo digas asì, tan de pronto!
Manuel sonriò, y le acariciò el cabello.
—Es muy... raro —dijo Miguel, un tanto nostàlgico—. Decir que... ''somos novios''. Yo... yo nunca he tenido un novio, y...
Hubo otro silencio. Manuel observaba a Miguel con cierta ternura.
—Y aùn me cuesta creer que tù... —se detuvo un instante, y torció los labios—. Que tù realmente aceptaste ser mi novio...
Manuel arqueò una ceja.
—¿Por què no habrìa aceptado, Miguel? —le dijo—. Me gustas, y me gustas mucho. Lo sabes. Obvio que quería ser tu novio. Si tù no me lo pedías, te lo habría pedido yo.
Miguel se sonrojò, y volvió a abrazarse al pecho de Manuel.
—¡Ya! —le exclamò, enojado—. ¡No lo digas tan a la ligera! ¡Me da vergüenza! ¡Se oye raro!
Manuel sonriò con ternura.
—¿Vamos a desayunar? Es temprano, y hemos dormido bastante. Quizà debamos aprovechar el dìa...
Miguel se aferrò màs fuertemente al pecho de Manuel, y negó con la cabeza.
—Quedémonos un ratito màs acà... —le dijo, alzando la mirada, suplicante—. Solo cinco minutos...
Manuel no pudo evitar sentir ternura ante la suplica de Miguel, y asintió despacio.
—Està bien... —le dijo, y aferrò a Miguel màs hacia su cuerpo—. Solo cinco minutos màs...
Y allí se quedaron, sumidos en un profundo silencio, en donde solo eran perceptibles sus respiraciones un tanto agitadas, por causa de la conmoción.
Miguel jamás había sentido algo similar a ello. Estar asì, en un acto tan simple junto a Manuel, abrazado a èl, en la intimidad de su cama, por la mañana y recién despiertos, era algo que provocaba en èl una extraña sensación de paz, que se traducía en un agradable y extraño cosquilleo en su estòmago.
Supuso, Miguel, que aquello era las famosas ''mariposas'' que se sentían en el estòmago, cuando se estaba en la fase de profundo enamoramiento. Jamàs antes las había sentido, y aquella era su primera experiencia con dicha sensación.
Y Miguel, para su desgracia, no podía ya mantener en pie su implacable muralla de orgullo. Se sentía tan bien junto a Manuel, que la expresión adormilada y enamorada en su rostro, su sonrisa estúpida, y su voz que parecía mucho màs melosa, le dejaban a Miguel una clara señal de que comenzaba a amarlo sin retorno.
Y no podía ocultarlo.
—Umh, Manu... —susurrò Miguel, y alzò su vista hacia el rostro de Manuel, que yacìa igual de sonrojado que el suyo.
—¿Sì? —susurrò Manuel, y sonriò, algo apenado.
Miguel le observó un par de segundos, algo tìmido, y acercò sus labios a los de su novio.
Y los besò con lentitud.
Manuel cerrò los ojos, y correspondió al beso.
Ambos suspiraron con pesar entre medio del beso.
El corazón les comenzó a latir de prisa.
Y el calor les comenzó a subir rápidamente.
Y con el frenesì a flor de piel, Miguel entonces preguntò:
—Manu... ¿estàs comenzando a sentir lo mismo que yo?
Miguel era impulsivo, y ello bien lo sabía. Pero, hasta ese punto de su vida, había sido impulsivo en situaciones de riesgo, y mayoritariamente en peleas. Jamàs había probado la impulsividad en el romance, y por primera vez lo estaba haciendo, porque Manuel lo motivaba a ello.
Su mente, que en aquellos instantes trabajaba a un ritmo jodidamente veloz, le demandaba saber si es que Manuel, su novio, sentía aquella ilusión, aquellas mariposas, y aquella emoción que èl sentía, cada vez que le rosaba en la piel, o cada vez que sus miradas hacían contacto.
Miguel, solo quería saber, si Manuel se estaba enamorando tan perdidamente de èl, como èl ya lo estaba haciendo con Manuel.
Era una pregunta un tanto arriesgada —por la posible respuesta—, pero su conciencia demandaba saber lo que pasaba por la cabeza de su ahora novio.
Y Manuel, extrañado por dicha pregunta —sin saber a qué apuntaba específicamente Miguel—, contrajo levemente la expresión, y abrió los labios, con intención de aclarar.
Y de pronto, a Miguel le sonò con fuerza el estómago.
Tenía hambre.
Y sintió mucha vergüenza.
Se sonrojó por completo.
Manuel entonces comenzó a reír, enternecido.
—¿Quieres saber si siento hambre, como tú? —le dijo, y Miguel torció los labios, avergonzado—. Bien, entonces vamos a desayunar. ¡Si tenías hambre, solo tenías que decírmelo! Ahora esta es también tu casa. No seas tímido. —Besó rápidamente a Miguel en los labios, y se alzó de la cama—. Arriba, amor. Vamos.
Y Miguel, maldijo a su estómago por lo bajo.
Qué inoportuno que era.
Y èl, que tenía ganas aún de estar acurrucadito con Manuel...
(...)
—Ya hirvió el agua, ¿la pongo dentro del termo? —preguntó Miguel, estando junto a Manuel en la cocina.
—Sí, ponla ahí, amor —respondió Manuel, mientras buscaba pan en la alacena—. Con cuidado. No quiero que te quemes.
Miguel se sonrojó y torció los labios, un tanto nervioso.
Era la segunda vez, en muy poco rato, que Manuel le llamaba ''amor'', y no por su nombre. Aquello le sonaba muy raro, y cada vez que Manuel lo decía, le daba un intenso cosquilleo en el estómago, que por cierto, le costaba mucho disimular.
¿Cómo es que podía llamarle así con tanta facilidad, y no tener algún espasmo en el intento? Èl, Miguel, no podía aún llamar así a Manuel, pues los labios le temblaban tan solo de pensarlo.
¿Era aquello normal? Se preguntaba. Supuso, que podría ser pues, Manuel, a diferencia de èl, antes si tuvo relaciones con otras personas, y èl, en cambio, jamás las había tenido.
La relación con Manuel era su primera relación formal y romántica, y ese mundo era nuevo para èl.
—Umh... creo que tengo una mala noticia... —musitó Manuel, rascándose la nuca y sonriendo algo nervioso; Miguel le observó—. No tengo pan...
Miguel contrajo sus cejas, incrédulo.
—¿Y qué con eso?
No comprendía realmente el problema de eso. Podían perfectamente no comer pan, ¿verdad?
—Bueno... —respondió Manuel, riendo apenado—. Soy chileno, y... amo el pan.
Miguel sonrió divertido.
Olvidaba el pequeño detalle de que Manuel... era chileno.
¡Su primer novio era chileno! Qué memorable...
—¡Pero! —exclamó Manuel, alzando un dedo—. Todos los días, por las mañanas, pasa una vecina vendiendo pan por aquí cerca. —Alzò su mano, y observò el reloj de su muñeca—. Son las ocho y treinta... debería pasar en veinte minutos màs, ¿esperamos? ¿O tienes mucha hambre?
Miguel terminó de trasladar el agua caliente al termo, y lo cerrò, diciendo:
—No, está bien. Podemos esperar.
Manuel sonriò.
—Gracias, amor... —se acercò a Miguel, y le besò la frente con suavidad.
Miguel contrajo las pupilas, torció los labios, y sintió una leve electricidad en el estómago.
¿QUÈ RAYOS HABIA SIDO ESO?
¿UN BESO EN LA FRENTE?
Si había algún acto más representativo de ternura y romanticismo, era justamente, un beso en la frente.
Miguel tuvo que voltearse de forma brusca, ocultando su sonrojo.
Manuel le mirò extrañado.
—Yo, este... n-no importa... —dijo Miguel, temblándole ligeramente las manos—. Bu-bueno... llevaré esto hasta la mesa —dijo, y camino con el termo hacia el living, en donde yacía también el comedor.
Y allí se quedó, mirando el suelo, sintiéndose extraño.
¡Debía acostumbrarse a los tratos tan tiernos de Manuel! Y debía hacerlo ya. Le era muy difícil disimular su conmoción, y aparte, no es como si èl y Manuel fueran extraños ahora.
¡Eran novios, y se supone que aquellos tratos eran normales en los novios!
Pero Miguel no estaba acostumbrado a muestras afectivas en su vida, y Manuel le estaba dando en muy poco tiempo, lo que toda su vida no obtuvo y anheló tener.
Manuel era un manojo de ternura y dulzura, y èl, no sabía cómo reaccionar o lidiar con eso.
Era demasiado para èl.
—¿Te molesta si...? —de pronto, Manuel apareció por la puerta de la cocina, y Miguel se volteó para observarlo—. ¿Si mientras tanto, voy a mi jardín?
Miguel le observó en silencio, y recordó.
Manuel tenía un bello jardín trasero.
—En las mañanas, suelo regar las plantas, y ordenarlas. Es muy vergonzoso... y quizá te parezca ridículo, pero...
—No me parece ridículo —dijo Miguel, y se acercó a Manuel—. ¿Te gusta la jardinería?
Manuel sonrió avergonzado, y asintió, desviando la mirada.
—M-me... me gustan las plantas... —dijo—. Martín me dice que parezco un viejo cuidándolas, y me da un poco de vergüenza...
Miguel negó con la cabeza.
—Es lindo —le dijo—. Las plantas son bonitas. ¿Me muestras tu jardín?
Manuel se sonrojó, y asintió con una gran sonrisa.
—Vamos.
(...)
Cuando ingresaron al jardín, Manuel llevaba las mangas de su camisa arremangadas, y llevaba en las manos un par de guantes de hule.
Miguel, en sus manos, llevaba una regadera con agua hasta la mitad.
—Este es mi jardín, te lo presento —le dijo Manuel, y Miguel, tuvo que disimular que no lo conocía.
El primer dìa en que conoció a Manuel, se había dado la libertad de recorrer la casa, pero no podía confiarle ello, pues le daba algo de vergüenza.
—Es un jardín bonito... —susurró—. Està muy bien cuidado.
Manuel sonriò con orgullo, y caminò hacia un lugar en donde yacìan unas macetas con tierra. Miguel le siguió el paso.
—Es una de las actividades que me relaja —le dijo, y se puso los guantes de hule. Tomò un paquetito, y se echò algunas semillas en la mano. Removiò la tierra de hoja, y las echò dentro. Le hizo una seña a Miguel, para que vertiera un poco de agua sobre la tierra—. Lo hago en mis días libres.
Miguel, con cuidado —y algo de torpeza—, vertió el agua, derramando un poco en el intento.
Manuel repitió dicha acción con las otras macetas. Hubo un largo silencio.
—Cuando vivía en Chile, tenía en mi casa un jardín también, aunque era mucho más pequeño. Mi casa era bastante humilde...
Miguel no pudo evitar sentir mucha curiosidad entonces.
—¿En què ciudad vivìas, Manu?
''Manu''... porque aùn no podía decirle ''amor''. Y no es porque no lo sintiera... ¡Era porque le daba mucha vergüenza decirlo! ¡Se iba a poner rojo como un pimentòn! ¡Y no iba a poder disimularlo!
—Nací y viví en Santiago. —Tomó una maceta, y comenzó a trasladar una pequeña planta hacia otra maceta nueva, que era más grande—. Viví en la comuna de Puente Alto.
Miguel le mirò, curioso.
—¿Y es lindo ahì?
Manuel le mirò, con expresión divertida.
—Digamos que... no se parece en nada a Miraflores.
Miguel entendió dicha referencia entonces.
Quizà por aquella razón, Manuel se sentía màs familiarizado en el Callao.
—¿Y tu familia...? ¿Còmo es?
—¿Mi familia? —susurrò Manuel, sacudiéndose los guantes de los restos de tierra mojada—. Yo soy el hijo mayor de cuatro hermanos. Somos tres hombres, y la menor es una niña. Vivìa con ellos, y con mi padre, y mi madre. Tambièn teníamos un perro, el Bobby se llamaba. Era un quiltro negro y grande.
Mientras Manuel recordaba sus vivencias familiares en Chile, Miguel no podía evitar observarlo con atención.
Oìr sobre Manuel, le provocaba una sensación muy càlida.
Se debía, quizá, a que Manuel tenía historia familiar que contar, y èl, en cambio, no tenía familia.
—Es por eso que estoy tambièn ahorrando dinero —dijo Manuel, levantándose y cogiendo una maceta que tenía muy bien escondida entre las otras—. Mi hermano menor va a entrar a la universidad en un tiempo màs, y quiero pagarle los estudios. Tambièn quiero comprar una casa a mi familia, en otra comuna en donde puedan vivir màs tranquilos y seguros. A mi papà, le ofrecì pagarle un local para que trabaje en otra cosa mejor, pero no aceptan que los ayude tanto. Dicen que debo preocuparme màs por mì... pero yo estoy bien. No los entiendo a veces. Les ofrezco ayuda, ¿por què rechazarla?
Miguel observò detenidamente la planta que ahora Manuel manipulaba, y le pareció extrañamente conocida...
¿Esa no era acaso una planta de marihuana?
—Supongo que ellos quieren que tambièn te preocupes por ti, y por tu vida —opinò Miguel—. Està bien que los ayudes, pero... ¿te has preocupado por ti, tanto como lo has hecho por el resto?
Manuel pestañeò algo perplejo, y guardò silencio por unos instantes.
—Creo que no...
—¿Lo ves? Ellos son tu familia, y te agradecen la ayuda, pero... deberìas comenzar a preocuparte por tu vida tambièn. Quizà, pronto, necesites invertir en algo para tu vida; quizá alguna proyección nueva...
Manuel mirò curioso a Miguel. Ambos se observaron por un instante.
—¿Te refieres a...?
Miguel desviò la mirada, algo avergonzado.
—¿Ahorrar para que vivamos juntos?
Miguel contrajo las pupilas, y se sonrojò.
Hubo un silencio, y de pronto, se oyò la voz de una señora a lo lejos.
Manuel entonces la reconoció.
—¡Es la señora del pan! —le dijo a Miguel—. ¡Irè tras ella! Deja todo aquí mismo, ya luego lo ordenarè. Ve a lavarte las manos, y vamos a comer.
Le dio un beso fugaz a Miguel en los labios, y este se sobresaltò.
—Te quiero.
Y Manuel salió por la puerta trasera, tras la vecina que vendía el pan.
Y Miguel se quedó allí, perplejo, entre las plantas y los nomos del jardín.
¿Vivir con Manuel? Sì... claro que sería bonito vivir con èl, y, ahora que lo pensaba, realmente lo anhelaba.
Manuel vivía en el Callao, y rentaba esa casa. Èl, en cambio, vivía en Miraflores, un distrito muy bello y seguro, y aparte, tenía un apartamento para èl solo, y era suyo.
Èl y Manuel, podían perfectamente vivir ambos allí, y hacer vida de pareja, pero...
¡¿Pero cómo se lo podría plantear a Manuel?!
Y, lo más importante...
¿Manuel sería capaz de abandonar el Callao, por amor a Miguel?
(...)
Cuando ambos se sentaron a la mesa, Miguel comenzó a comer con bastante prisa.
Tenía realmente un hambre de los mil demonios, pero intentò retenerlo antes para no preocupar a Manuel.
—¿Vasd a ponerd lazj noticiasd? —dijo Miguel con la boca llena, y Manuel lanzó una divertida carcajada.
Miguel se ofendió, y tragò la comida.
—¡No te rìas asì de mì! —protestò, y Manuel se tapò la boca, con el dorso de su mano.
Y mientras Miguel seguía echándose comida a la boca —pero con màs cautela—, Manuel tomò el control de la televisión, y la prendió.
Se encendiò en la transmisión de un canal de noticias local.
Manuel no tomò mucha atención, a diferencia de Miguel, que comenzó a observar curioso.
Pasaron un par de minutos, en donde Manuel, que tomaba un te de hojas caliente, con esencia de canela, no podía despegar su vista de Miguel.
Era lindo incluso mientras comìa.
—Manu... —protestò Miguel, desviando la mirada—. Si me miras incluso cuando como, me da vergüenza.
Manuel contrajo las pupilas, y tosió despacio.
—Disculpa, amor... —le dijo—. Ando un poco embobado con tu presencia.
Y eso, solo provocó que Miguel se sonrojara aùn màs.
—Huevòn... —susurrò Miguel, en un tono algo meloso.
Manuel se echò a reir.
Y de pronto, algo llamó la atención de ambos.
El canal local de noticias comenzó entonces una transmisión en vivo.
—Estamos desde el distrito de Miraflores, reportando un terrible caso de violación por parte de un médico de la clínica la luz. Segùn testigos, la víctima de la violación, habrìa sido retirada de las dependencias de la clínica, antes de ayer, por la noche. La clínica se ha negado a entregar declaraciones, y a dar información acerca de la identificación del agresor. Sin embargo, gracias a una investigación hecha por nuestro equipo, y por colaboración de una trabajadora de la clínica, se sabe hasta el momento que el agresor sería un médico de nacionalidad chilena, que, según nuestros reportes, habrìa estado trabajando antes de ayer en el servicio de urgencias.
Miguel quedó entonces helado.
¿Què es lo que había oìdo? ¿Aquel alboroto había llegado a los medios de comunicación?
¡¿Y cómo pasó eso?!
Cuando Miguel, perplejo, observò hacia su costado, vio una expresión terrible en Manuel.
Sintiò miedo.
Manuel, con los ojos aparentemente sin expresión, y muy abiertos, tenía el rostro sumamente tenso.
Siguiò observando aquello en silencio, sin dirigir la vista a Miguel.
—Segùn reportes que nos llegan, se dice que el médico de nacionalidad chilena, habrìa violado a uno de sus pacientes. El paciente, en un intento de hacer justicia por haber sido violentado, acudió a horas de la noche hacia el servicio de urgencias, encarando al médico. El paciente fue golpeado por el personal de seguridad de la clínica, lo que habrìa sido orden directa del médico...
¡¿Què?! ¡Ni siquiera lo habían golpeado! ¡A lo màs lo tomaron y lo sacaron, pero jamás recibió ni siquiera un empujón!
¡Y menos Manuel lo habrìa ordenado! ¡Era èl quién había agredido a Manuel! ¡No Manuel a èl!
—Ma-Manu... —susurrò Miguel, algo asustado al ver la terrible expresión de Manuel—. Y-yo... yo te juro que no sè cómo pasó esto. Yo nunca hablè de esto...
Manuel, con la mano alzada que sostenía su taza de tè, la bajò ligeramente temblorosa, hacia la mesa.
Y bajò tambièn su mirada.
Guardò silencio por unos instantes, mientras la reportera, en las noticias, seguía inventando conjeturas sobre la violación, acusándole incluso de ser un enfermo sexual.
—Ma-Manu, te juro que yo no...
—Lo sè —le dijo Manuel, en voz baja y àspera, notándose su enojo retenido—. Sè que no has dicho nada a nadie, Miguel.
Miguel dibujò una triste expresión en su rostro; se sintió culpable.
De partida, nada de eso habrìa pasado, si èl no habrìa sido un maldito impulsivo, y no hubiese humillado a Manuel frente a todo su equipo médico.
Sus actos tenìan consecuencias, y ahora las estaba notando.
El problema, es que nuevamente, la consecuencia de sus actos hacìan daño a Manuel.
—L-lo siento... —dijo, con la voz rota—. E-esto es mi culpa... —y los ojos se le llenaron de làgrimas—. Si yo no te hubiese gritado todo eso... esto no estaría...
—No estoy enojado contigo, Miguel —le dijo Manuel, inhalando profundamente, e intentando controlar su temperamento—. Estoy enojado con ellos; con los medios de prensa.
Miguel asintió despacio, pero no pudo evitar llorar en silencio.
Manuel se quedó un rato observando la mesa, con las manos cruzadas sobre su mentòn, y con la mirada estàtica y seria.
Y entonces, después de un buen rato con Miguel llorando a su costado, lo abrazò y lo besò.
—Ya, calma... —le dijo, y Miguel sollozò—. Ya estoy màs calmado. No estoy enojado contigo...
—Pe-pero... yo provoquè esto...
Manuel abrazò a Miguel con màs fuerza, y le acurrucò en su pecho.
Y se quedaron asì por unos instantes.
Y cuando Miguel, oyò que los latidos de Manuel se aceleraban por causa de la ira, tomò el control que se hallaba en la mesa, y se adelantò a apagar la televisión.
Ya estaban hablando demasiadas blasfemias sobre Manuel, y aquello, era una provocación muy fuerte a la paciencia de oro que Manuel tenía.
—Gracias... —suspirò Manuel, un tanto aliviado.
Miguel asintió con vergüenza, y acariciò a Manuel en el rostro.
Se sentía jodidamente culpable.
Mientras que Manuel le hacìa sentir amado, cómodo y en paz, èl solo le daba problemas a su novio.
¿Què pasaba si Manuel se llegaba a cansar de Miguel?
—Ya, no llores... —le susurrò, limpiándole las làgrimas—. Crèeme; no estoy enojado contigo. De verdad. —Miguel asintió, apenado—. Es solo que... ¿cómo se enteraron? Yo sè que fue un alboroto en la sala de urgencias, pero... ¿por què llegó a la prensa? ¿De què forma?
Miguel entonces respondiò, con la voz algo màs estable:
—Di-dijeron que, por colaboración de una trabajadora, o eso alcancè a escuchar...
Manuel entonces quedó extrañado.
—¿Una trabajadora de la clínica? —preguntò—. Ese dìa, solo estaban las de mi equipo médico, y...
Manuel entonces contrajo las pupilas.
—¿Habrà sido alguna de ellas?
Miguel alzò levemente sus hombros.
—Quizà...
Manuel suspirò con algo de decepción.
—Tengo que ir a la clínica —dijo Manuel, llevándose una mano al rostro, exasperado—. Tengo un asunto pendiente, y... y aprovecharé de aclarar esto. Le estoy dando problemas a la administración de la clínica, y no puedo quedarme callado.
Miguel mirò con expresión triste.
—V-voy contigo... —le dijo, y tomò a Manuel por el brazo.
Manuel negó.
—Està la prensa. Debe estar del asco. Sabes como son los periodistas... se te arriman, y no te dejan en paz. Quédate aquí, volveré rápido.
—Pero...
—No, Miguel. No quiero que te expongas as...
—¡Dèjame quererte tanto como tù me quieres, Manuel!
Y Manuel guardò silencio, sorprendido.
Miguel le observò, ofendido.
Hubo un silencio.
—Somos novios, ¿verdad? Eso quiere decir que, debemos acompañarnos en momentos buenos, y malos. O... o creo que asì funcionan estas cosas, creo...
Manuel observò descolocado.
—Yo... no sè bien cómo funciona esto, pero... pero sè que te afecta. Tù has hecho mucho por mì, y yo tambièn quiero hacer lo mismo por ti. Dèjame acompañarte, por favor. Si las cosas se salen de control, entonces te estarè acompañando. Déjame aprender a ser un buen novio...
Manuel sonriò con ternura, y suspirò profundamente.
Estaba siendo egoìsta con Miguel. Èl tambièn quería cumplir su rol en dicha relación que se formaba.
—Està bien... —le dijo—. Vamos juntos.
(...)
Cuando llegaron a las dependencias de la clínica, Manuel dirigió su moto de inmediato al estacionamiento. Allì abajo, entonces se dirigieron a la puerta de acceso trasera, pues, la entrada principal estaba llena de periodistas, y era evidente el caos que se formaba con los del personal de seguridad.
Cuando Manuel ingresò con Miguel tras de sì, entonces de inmediato apareció Martìn, y los interceptó, preocupado.
—¡Manuel! —exclamò, tomàndolo por el brazo, y arrastrándolo a un rincón de la sala—. Boludo... ¿ya viste todo este escàndalo? Escalò hasta niveles que no pensamos...
Manuel asintió despacio. Martìn observò a Miguel, que estaba tras Manuel, con expresión nerviosa.
Martìn se quedó helado de pronto.
—Trajiste a...
—Traje a Miguel —le dijo Manuel, sin saber que Martìn ya lo conocìa en persona—. Es mi novio. Por favor, no me regañes ahora. No lo necesito. Vine a solucionar esto, asì que...
Cuando Manuel quiso retirarse, Martìn le volvió a tomar del brazo, y lo volvió a posicionar frente a èl.
Miguel observò algo tenso.
¿Solìan ser asì de bruscos entre ambos?
—No vas a poder solucionar nada, pelotudo —le dijo a Manuel—. Mirà toda esa gente afuera. Piensan que en la clínica hay un violador. ¿Què querès? ¡No vas a solucionar nada! La prensa es asì, Manuel. Si sales tu a hablar, no vas a solucionar una mierda. No sos superman, boludo. No va a pasar nad...
—Voy a hablar con mi equipo médico —dijo Manuel, con la expresión seria—. Una de mis enfermeras fue quien ventilò la información. Ella tendrá que darme las explicaciones.
—Ajà, ¿y luego què? —le dijo Martìn—. ¿Mágicamente se iràn a sus casas? ¿Todos se creerán que fue un error?
Y ambos se observaron con un evidente enojo. Miguel se encogió en su puesto entonces.
El ambiente en la clínica era muy tenso, y el personal de seguridad luchaba por retener afuera a la prensa.
Entonces, Martìn observò a Miguel de reojo.
Se le ocurrió una idea.
—Vos... —le susurrò, y Miguel le mirò curioso—. Vos fuiste el que en parte ocasionó esto, aunque Manuel te diga lo contrario. ¿Por què no sales vos y das declaraciones a la prensa? Les decìs que vos fuiste la víctima, y que realmente las cosas no pasaron como ellos piensan. Seguramente las cosas entonces se pondrán mejor. Todos deberían creer en la palabra de la vìctim...
—¡Martìn, càllate! —le gritò Manuel—. ¡No le metas esas ideas a Miguel en la cabeza! ¡Èl no va a prestar declaraciones a la prens...!
—Puedo hacerlo —dijo Miguel, y ambos, perplejos, se voltearon a observarlo—. Martìn tiene razón. Yo ocasionè esto. Debo hacerme cargo de esto.
Martìn cruzò los brazos, y asintió, satisfecho.
—Sos valiente, Miguel. Asì, ellos creerán en lo que decìs. Sos la víctima, a ti te harán caso.
Manuel se volteò en su puesto, y mirò a Miguel de una forma un tanto severa.
—Miguel, no se te ocurra...
—¿Por què no? —le dijo Miguel—. Es solo salir, y hablar...
—Tù sabes cómo es la prensa, Miguel. Te van a comer vivo. Aparte, no quiero que te expongas. Si lo haces, realmente me voy a molestar.
—Pero Manu...
—Miguel, no —le dijo, suspirando—. Voy a solucionar esto. Si tengo que interponer una demanda por injurias, tambièn lo harè, pero no quiero que te expongas asì. Sè que no quieres hacerlo, y no quiero que te sientas obligado.
Martìn rodò los ojos por detrás. Y Miguel desviò la mirada, con tristeza.
Manuel sonriò apenado.
—Quèdate aquí, ¿està bien? —le dijo, y lo abrazò—. Irè a conversar con mi equipo médico. Voy a aclarar esto. No tardarè, ¿sì? Quèdate con Martìn...
Manuel observò a Martìn, y este se encogió de hombros.
—No me queda de otra, che —le dijo—. Acá me quedo cuidando a tu novio...
Manuel asintió, y caminò rápidamente hacia la sala de urgencias.
Y Miguel, entonces quedó a solas con Martìn.
Hubo un largo silencio, hasta que entonces, Martìn hablò:
—Asì que novios, ah...
Miguel se sonrojò, y le observò de reojo.
—S-sì...
—¿Quièn se lo pidió a quién?
—Yo a èl.
Martìn abrió los labios, sorprendido.
—¡A che, sos bravo! —le dijo, sonriendo—. No te veìa asì tan... tan valiente. ¿Vos sabes que Manu es un galanazo acà en la clínica? Y ni se diga en el Callao, las mujeres de allá hasta le dicen cosas sucias de pronto.
Miguel, no agradeció dicha información. Eso, solo intensificaba su inseguridad de no ser quizá suficiente para Manuel.
—La diferencia es que èl a vos te quiere, y está enamorado —agregò, y Miguel no pudo evitar sonrojarse—. Y èl haría cualquier cosa por vos.
Hubo un silencio algo incòmodo.
—¿Vos harías cualquier cosa por èl?
—Claro que sì —contestò Miguel, un tanto irritado.
Martìn enarcò una ceja.
—¿Ah, sì? —le dijo—. Entonces, si realmente querès a Manuel, anda y habla con la prensa. Vos sos consciente de que èl va a impedirlo, pero si realmente querès quitarle este problema de encima, andà y habla.
Miguel se quedó entonces pensativo, y se decidió.
Martìn tenía razón.
Aunque a Manuel eso le enojara, debía hacerlo.
—¿Sabes cuál fue el canal de prensa que comenzó con todo este alboroto? —le preguntò a Martìn.
Y Martìn apuntò hacia una cámara en el exterior, que tenía impresa el logo del canal de TV.
Miguel entonces quedó helado.
Reconocìa a la perfección dicho logo de TV.
—Ese canal... —y recordó entonces, que el dìa en que salió con Rigoberto, este le mencionò ser uno de los integrantes de la mesa directiva de dicho canal.
Miguel quedó perplejo.
¿Rigoberto tenía algo que ver con aquel alboroto en contra de Manuel?
¿Y de què manera se había enterado?
Y de pronto, a la memoria, una frase le hizo eco.
''Mi esposa es enfermera en una clínica acà cerca. Còmo nunca tiene tiempo de atenderme, quiero pasármela bien contigo...''
Miguel lanzó entonces un jadeo.
Habìa sido Rigoberto, y seguramente, se había enterado de aquello por medio de su esposa.
Y la esposa seguramente trabajaba en el equipo médico de Manuel.
Miguel se llevò ambas manos a la cabeza.
—¡Ay, no! —exclamò—. ¿Por què chucha el mundo es tan chico?
—Che, ¿què te pasa?
—Nada... —susurrò—. Bueno, Martìn; irè a prestar mis declaraciones allí fuera. Si llega Manuel, dile que no intente salir y detenerme.
Martìn asintió, y Miguel caminò hacia el exterior.
(...)
Cuando Manuel se adentrò en la sala de urgencias, las personas allí presentes lanzaron un jadeo sordo.
Manuel observò con expresión severa.
Y de pronto, todo se volvió silencio.
Y un silencio tenso.
—Buen dìa —dijo Manuel, con el ceño levemente fruncido, pero con la voz serena—. Requiero a todas las personas que pertenecen a mi equipo médico, en la sala de reuniones, del segundo piso. Los estarè esperando en cinco minutos allí arriba. Muchas gracias.
Y abandonó la habitación.
Y cuando Manuel salió, se formó un tremendo barullo en la sala.
Y cuanto pasaron alrededor de diez minutos, entonces la sala de reuniones del segundo piso en la clínica, se llenò.
Manuel cerrò entonces la puerta, y todos se observaron inquietos.
—Veo que no falta nadie... —dijo Manuel, observando a ocho personas alrededor de la mesa—. Serà algo corto. Relàjense. —Manuel se encaminò al centro de la sala, y desde allí, preguntò—: ¿Quièn de ustedes filtrò el escàndalo que se formó antes de ayer, en la sala de urgencias?
Ninguno contestò, y Manuel tuvo que refrescar memorias.
—Còmo sabrán, ese dìa sufrì una agresión por parte de una persona ajena a la clínica, y fui acusado de un delito que no cometì. La mayoría de ustedes estuvo presente en dicho episodio, y a estas alturas, y con el escàndalo que está formando afuera la prensa, no creo que haya alguno de ustedes que no sepa lo que pasó.
Hubo otro silencio.
—¿Todos saben lo que pasó? ¿Hay alguien aquí que no lo sepa? Para contarlo.
Todos asintieron despacio, entonces Manuel sonriò.
—Perfecto —dijo—. Entonces, ¿quièn fue? ¿Quièn de ustedes revelò a la prensa lo que pasó? ¿Y por què lo hizo?
Nadie dijo nada, pero fue notoria la tensión en el ambiente.
Entonces una mujer, levantò el brazo, y de forma tìmida, dijo en la sala:
—Doctor Manuel... hablarè por mì. Yo no he dicho nada a nadie, porque estoy segura que todo fue una equivocación. Usted sería incapaz de algo como eso.
—Pienso lo mismo —se animó a decir otra mujer del equipo—. Yo no he contado nada a nadie, ni siquiera cuando lleguè a mi casa. Usted es un jefe muy bueno con nosotros, y sè que usted no hizo eso. Es una persona muy íntegra, doctor.
El resto comenzó a asentir, y a hablar entre ellos.
Manuel entonces, sonriò, y dijo:
—Ingrid.
Una mujer, que estaba sentada en una esquina, en completo silencio, y con la mirada agachada, entonces alzó la vista, con timidez.
—¿S-sì? —dijo, con la voz un tanto temblorosa.
Todos entonces se percataron.
—¿Y tù? ¿Què piensas de lo que ocurrió?
La mujer, sin poder ocultar su sentimiento de culpabilidad, entonces comenzó a jugar con sus manos, y a sudar frìo.
Y ante la mirada inquisitiva del resto de sus compañeros, la mujer confesò:
—Y-yo le contè a mi esposo, doctor...
El resto lanzó un jadeo sordo.
—¡¿Eres tonta, Ingrid?! —disparó un enfermero—. ¡Pusiste al doctor en este problema!
—¡Ahora por tu culpa el doctor está siendo tildado de violador por la prensa! ¡Mira lo que provocaste, idiota! ¡El doctor es un hombre correcto!
—¡El doctor es muy buen jefe con nosotros! ¡¿Asì le pagas?!
Comenzò a formarse otro barullo entre ellos, y entonces, Manuel intervino.
—Es suficiente —dijo con voz suave, y todos guardaron silencio—. Muchas gracias a todos, pero creo que Ingrid, tendrá algo que decir al respecto.
Todos observaron a Manuel.
—Pueden retirarse. Muchas gracias por su tiempo —les dijo, y todos se alzaron—. Ingrid, tú quédate. Necesitamos conversar.
Cuando todo el equipo médico salió de la habitación —entre murmullos, y miradas tensas hacia Ingrid—, la mujer y Manuel se quedaron en la soledad de la habitación.
Y Manuel, entonces le dijo:
—¿Quièn es tu esposo, Ingrid?
—E-es un integrante de la mesa directiva de un canal de TV...
—¿Es, por casualidad, de uno de los canales de TV que está allí fuera?
Ingrid asintió, y bajò la mirada.
Manuel suspirò con pesar.
—P-por favor, disculpe, doctor... —la mujer comenzó a sollozar—. N-no pensè que todo se saliera asì de control... m-mi esposo está en casa hace varios días y-y... ¡Y está insoportable!
—Eso no es excusa, Ingrid. Usted ha puesto a la clínica en un grave problema. ¿Entiende eso?
—¡Lo sè! —sollozò, llevándose las manos al rostro—. ¡Yo no quería contarlo! ¡Pero mi esposo está tan irritable! Cada vez que llego del trabajo, me pide que le cuente todo lo que hice en mi dìa, ¡y se me salió! Cuando se lo mencioné quiso saber más, y me exigió saber los detalles...
—Usted debió negarlo, Ingrid. Mire la situación que provocó.
La enfermera sollozó más fuerte.
—¡Odio tenerlo en casa! ¡Desde que se hirió la vista de su ojo derecho, en una riña callejera, lo tengo todo el día metido en casa! Ya no lo soport...
—¿Qué? —disparó Manuel, perplejo. Ingrid, la enfermera, alzó su vista, entre lágrimas—. ¿Qué su esposo qué?
—Q-què me pidió saber los detall...
—No, no; eso no. Lo otro...
—¿Qué perdió la vista de su ojo derecho en una riña callejera?
—¡Eso! —exclamó Manuel—. ¿Qué ocurrió con èl? ¿Cuándo le pasó?
La enfermera se limpiò las làgrimas, y siguió.
—Sufriò una quemadura en uno de sus ojos —revelò—; fue hace varios días. Cuando me preguntò sobre lo que pasó... èl se mostró muy interesado en esto.
—¿Usted le dijo mi nombre?
La enfermera asintió, avergonzada.
—Y no sè por què, como nunca, se mostró interesado en la noticia. ¡Pero jamás pensè que iba a filtrarlo a la prensa! ¡Se lo juro! ¡De saberlo, jamás le habrìa dicho!
Manuel suspirò con pesar, y dijo por última vez:
—¿Còmo se llama su esposo, Ingrid?
—Rigoberto —contestò—. Su nombre es Rigoberto.
Manuel entonces lo entendió.
—Bien, puede irse, Ingrid...
—Doctor, se lo suplico, por favor, no me despida...
—Deberìa hacerlo —le dijo—, pero no lo harè, Ingrid. Vaya tranquila.
La mujer suspirò aliviada.
—Gracias, doctor; usted es tan bueno...
—Solo no vuelva a hacer cosas tan imprudentes, Ingrid. Y procure tener cuidado con su esposo, me da la impresión de que es un hombre peligroso.
La mujer observò extrañada, y Manuel abandonò la sala.
(...)
—Disculpe... —dijo Miguel al guardia, que a duras penas se interponía en la puerta, aguantando la presión de los periodistas—. Me gustaría salir...
El guardia le miró, descolocado.
—¡¿Estàs loco?! —le dijo—. ¡Afuera te van a comer vivo! Si quieres salir, ve por la puerta traser...
—Quiero prestar declaraciones a la prensa.
El guardìa quedó perplejo por unos instantes, y entonces, luego comenzó a recordar.
Habìa visto antes a Miguel.
—Oye... ¿tù no eres el muchacho que agredió al doctor Manuel?
Miguel asintió avergonzado, y bajò la mirada.
—¿Còmo ingresaste acà? ¡Ya ves todo el alboroto que ocasionaste!
—Che... —Martìn apareció por detràs—. Calma, el chico es el novio del doctor Manuel. Ese dìa fue un malentendido de pareja. Déjalo salir a aclarar las cosas. Serà mejor para todos.
El guardia mirò extrañado. ¿El novio del doctor Manuel?
¡¿Manuel era gay?!
¡¿EL DOCTOR MANUEL?!
EL DOCTOR GALANAZO DE LA CLÌNICA... ¡¿ERA GAY?!
—Dèjalo salir, che.
El guardia asintió un tanto perplejo, y abrió la abertura de la puerta.
Miguel se mordió los labios, y se encaminò hacia el exterior.
—Ànimo... —le susurrò Martìn, y Miguel sonriò nervioso.
Y apenas salió, Miguel fue interceptado de forma brusca.
Se le posò un micròfono por el frente.
—¿Usted es paciente de la clínica? Dígannos: ¿no le da miedo estar en una clínica con un médico que es violador?
—Mi nombre es Miguel Prado —dijo Miguel, sintiendo como le temblaba el labio inferior—, y soy la víctima de la que ustedes hablan. Yo fui quién acusò al doctor Manuel de haberme violado.
Hubo una exclamación sonora entre los periodistas, y entonces, todos comenzaron a lanzarse encima de Miguel.
Martìn observaba perplejo desde el interior de la clínica.
Si Manuel regresaba en ese intervalo, seguramente, habrìa golpeado a Martìn por haber permitido aquello.
—¿Es cierto que el doctor Manuel es un enfermo sexual?
—¿Es cierto que lo golpeò mientras lo ultrajaba?
—¿Còmo se siente usted? ¿Odia al doctor Manuel?
—¿Es verdad que otras víctimas le contactaron a usted, para denunciar colectivamente al doctor?
—¿Què tan cierto es que el doctor Manuel es un criminal muy peligroso?
Miguel retrocedió despacio, con expresión asustada.
La prensa era una jodida basura, y aquello lo podía ver ahora màs claro que nunca.
¿De dónde habían sacado tanta basura acerca de Manuel?
—¡Càllense! —exclamò, hastiado, y de pronto, todos guardaron silencio; Miguel suspirò, nervioso—. P-por favor, càllense. No puedo hablar si no me dejan hacerlo.
Y sorprendentemente, todos se callaron, y en lugar de hablar, todos enfocaron sus cámaras en Miguel.
Miguel tragò saliva entonces, y con las manos temblorosas, por detrás de su espalda, comenzó a hablar.
—E-el doctor Manuel es inocente —dijo, y carraspeò su garganta, intentando estabilizar su voz—. Todo fue un mal entendido. La verdad es que èl no me violò. Al contrario, èl me salvò, y es un hombre inocente.
Todos se miraron descolocados.
—¿Por què razón usted le gritò entonces?
—Fueron celos —dijo Miguel, y desde ese punto, su lengua se moviò sola—. Yo y èl somos novios —al instante, se arrepintió de haberlo confesado. ¿Què tal si Manuel quería mantener ello en secreto?—. Y ese dìa, tuvimos una discusión. Fue imprudente de mi parte hacer eso. El doctor es inocente, en realidad èl no me hizo nada. Màs bien fui yo quien... quien le ocasionò problemas.
Algunos periodistas, decepcionados por no obtener alguna información con la que hacer màs rating televisivo, entonces comenzaron a abandonar las dependencias de la clínica.
Y Miguel entonces, aprovechò la ocasión.
—¡¿Pero quieren saber quién sì es un violador?! —exclamò, y los periodistas, se voltearon nuevamente hacia èl—. ¡Hay un hombre que sì intentò violarme! ¡Me abusò sexualmente! ¡Y èl es un pez gordo, de esos importantes!
Los periodistas volvieron hacia Miguel, y se armò otro alboroto.
Aquello sonaba como un gran escàndalo.
—¡Dígannos! ¡Quién es ese hombre!
Y Miguel, sonriendo algo extasiado —y dichoso, por la venganza—, exclamò:
—¡Rigoberto es el hombre que intentò violarme! ¡Y èl es uno de los dueños de ese canal televisivo! —y apuntò hacia un periodista, que llevaba el logo del canal—. ¡Èl intento violarme, y el doctor Manuel me salvò de ser violado por ese asqueroso! ¡Ese si es un violador! ¡RIGOBERTO ES UN VIOLADOR! ¡Y AMA METERSE CON JOVENCITOS, CUANDO ÈL ES UN HOMBRE CASADO!
Todos quedaron sorprendidos, y al paso de pocos segundos, todos comenzaron a trasladarse hacia la casa de Rigoberto, y a transmitir la última noticia de contingencia:
Rigoberto, uno de los dueños del famoso canal de TV, era violador, y pederasta.
Y la esplanada de la clínica quedó vacìa.
Miguel entonces sonriò, dichoso por lo que había logrado.
Y cuando se volteò para entrar a la clínica, se encontró de frente con Manuel, que no llevaba una expresión amigable.
Le había estado observando por detrás de los cristales de la entrada, junto a la expresión nerviosa de Martìn, y el guardia.
Miguel quedó perplejo.
—Ma-Manu... —dijo, un tanto asustado—. Y-yo estaba...
Manuel sonriò, y suspirò profundamente, diciendo:
—Eres una caja de sorpresas, Miguel. —Miguel sonriò, como un niño pequeño que es halagado por quién admira—. Realmente me gustas.
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