La vuelta al nido.
El reloj en la sala de la clìnica, marcò las 6:30 pm, cuando Manuel, en pleno horario laboral, ejercía sus labores mèdicas en sala de urgencias. Junto a una paciente, hacia leve tacto en la zona del tobillo, diagnosticando un posible esguince de segundo grado.
¿Duele? —preguntò, sosteniendo la planta del pie, y hundiendo con su otra mano libre, su dedo pulgar en la zona del tobillo, por debajo del hueso.
—Un poco... —se quejò la paciente, recostada en la camilla.
—No hay rotura de ligamento —dijo Manuel, y asintió despacio. Deslizò su dedo un par de centímetros, y volvió a presionar. La paciente lanzó un grito. Manuel asintió, y retirò su mano—. Es un esguince de segundo grado. Por fortuna, no hay rotura en el ligamento. La recuperación deberìa ser màs o menos ràpida.
La paciente, entre quejidos, asintió. Manuel se alzò de la silla, y se posicionó los anteojos por sobre el puente de su nariz. Tomò una pequeña libreta, y comenzó a escribir una receta.
—Reposo absoluto por siete dìas. Aplicar hielo en la zona, por veinte minutos, de dos a tres veces al dìa. Procure mantener el pie elevado, para evitar mayor hinchazón —decía, mientras escribía rápidamente la receta—. Voy a recetar analgésicos para el dolor también.
La paciente, que con ayuda de su madre volvía a incorporarse en la camilla, asintió.
—La fractura no requiere yeso. —Extendiò la receta a la paciente, y esta la tomò—. La enfermera de turno le pondrá el vendaje en la zona; yo debo retirarme a...
—Doctor Manuel.
De pronto, una enfermera le irrumpió, llegando de improviso al box. Manuel observó, y alzò una ceja.
—Hay una emergencia.
—Claro —respondió Manuel—. Dèjeme terminar de dar las indicaciones a la paciente, y atender a otro que tengo esperando en el box del lado, y...
—Nos acaba de llegar un paciente, al parecer, con una patología que requiere intervenciòn inmediata.
Manuel asintió.
—¿Es un caso crítico? —La enfermera dudò por unos instantes—. De no ser un caso crítico, podría esperar cinco minutos. Necesito dar el alta al paciente del box de al lado. Està esperando desde hace mucho tiempo, y...
—¡Manuel!
De pronto, al box llegó de improviso, otra persona.
Era Julio.
Manuel quedó descolocado.
—¿Julio? Pensè que... tu turno habìa terminado en la tarde, y...
—E-es Miguel... —dijo en un jadeo, sudando frìo—. S-se golpeò la cabeza, y...
Manuel quedó de pronto, tan gèlido como un tèmpano.
—¿Què?
—Mi-Miguel...
—El paciente es Miguel Prado —dijo la enfermera, extendiendo el informe a Manuel—. Ingresò recién a urgencias, y...
—¡¿Miguel?! —gritò Manuel, sintiendo su corazón latir con fuerza—. ¡¿Q-què pasó con èl?! Y-yo, debo irme rápido... per-permiso, y lo... lo siento, por favor...
Se disculpò rápido con la paciente, y sin esperar por màs tiempo, caminò a zancadas, saliendo del box. Por los pasillos de urgencias, entonces comenzó a correr. Julio le siguió por detrás.
La enfermera, se quedó con la paciente entonces, y comenzó a vendarle el pie.
Tras varios minutos de angustia, entonces Manuel llegó al box de Miguel.
Y allí, le vio en una camilla. Un enfermero yacìa a su lado.
Manuel sintió que el corazón se le fundiò en un intenso dolor.
—¡¿Mi-Miguel?! —jadeò, perplejo. Ràpidamente, se acercò a la camilla, y lo observó. Ver asì a Miguel, su prometido, le provocó una intensa desesperación. Manuel entonces, cerrò sus ojos, e inhalò aire, profundamente, y en silencio, se dijo a sì mismo—: Càlmate, càlmate... eres un médico. Miguel es tu prometido, pero en estas circunstancias, es un paciente màs bajo tu cuidado. Controla tus emociones, Manuel; càlmate... actúa como un médico en estas circunstancias. Este es tu turno, y ahora, Miguel es un paciente a tu cargo. Càlmate...
Exhalò con profundidad, y al instante, volvió a abrir los ojos. Al ver a Miguel, aùn inconsciente sobre la camilla, con expresión vulnerable, le produjo nuevamente un profundo dolor.
Pero debía actuar con profesionalismo. En aquellos instantes, Miguel era un paciente para èl, y debía proceder como un médico.
—Con permiso, voy a revisar al paciente —pidió al enfermero, y este asintió, tomando distancia de Miguel.
A los pocos minutos, Julio llegó corriendo al box. Jadeando, entonces dijo:
—S-se cayó al suelo, y se azotò la cabeza en el concreto, en las dependencias de-del edificio... la recepcionista dio aviso, y... y pensè que traerlo hasta acà iba a ser lo màs...
—Bien hecho —espetò Manuel, y comenzó a revisar—. ¿Sangrado?
Julio asintió. Y al instante, Miguel abrió despacio los ojos. Manuel sintió que el corazón se le contrajo.
Pero siguió revisando, y no perdió la cordura.
—Pa...pà....
Musitò despacio Miguel, apenas abrió los labios, sosteniendo la vista nublosa. El labio inferior le temblò, y de pronto, se vomitò sobre la ropa.
Julio lanzó un profundo jadeo —no muy acostumbrado a aquello, pues el trabajaba en la sección de laboratorio, analizando muestras, y no lidiando con pacientes—, y Manuel, torció los labios, preocupado. El enfermero, a un lado, tomò de inmediato indumentarias para proceder con la limpieza del paciente. Manuel, con cuidado, volteò a Miguel hacia su costado, y comenzó a acariciarle la espalda, con suavidad.
—Un escaner, de inmediato —ordenó Manuel—. Hay un tec cerrado.
Julio lanzó otro jadeo, preocupado.
—Miguel, escùchame —ordenó Manuel, y Miguel, que temblaba, comenzó a balbucear, desorientado—. ¿Quièn soy yo? —preguntò a Miguel, y este no respondió.
La lesión craneal, tenía a Manuel sumamente preocupado. Al haber un posible tec cerrado como lesión intracraneal, habìa probabilidad de pérdida de memoria, afectación de funciones psicomotoras, mareos, vèrtigo, vómitos, y pérdida de movimientos.
—Miguel —volvió a insistir, preocupado por una posible pérdida de memoria—. ¿Quièn soy yo?
Miguel comenzó a llorar, sintiéndose confundido, y a la vez, asqueado por su propio vòmito.
—M-Ma...nuel... —contestò despacio, y Manuel suspirò aliviado.
—¿En què año estamos?
—Papà...pa...pà...
—¿Cuàntos años tienes?
—N-no sè, m-mi pa...pà...
Manuel torció los labios. Supuso, que aquello era pérdida de nociòn temporal o espacial, pero, lo que Manuel no sabìa, era la reciente llamada que Hèctor, el padre de Miguel, habìa hecho.
Y, precisamente, aquella noticia tan sorpresiva, había provocado eso en Miguel.
—Julio, necesito un escaner, ahora. —Julio asintió, enérgico—. Lo quiero en la brevedad. Hay un tec cerrado, pero necesito saber qué corteza cerebral ha sido la afectada. —Alzò la vista a su enfermero, y le dijo—. Prepare al equipo médico, de haber un hematoma subdural, haremos una cirugía de emergencia.
El enfermero asintió, y rápido, se alzò de la silla, y corrió hacia el exterior.
Manuel se quedó junto a Miguel, y Julio. Ràpido, comenzó a limpiar a Miguel, y vestirlo con sumo cuidado.
Julio, observaba en silencio la escena.
—Ma-Manu... —sollozò Miguel, desorientado—. M-mi pa-pà... èl...
—Shhh, shhh... —susurrò—. Tranquilo, mi amor, tranquilo... —le dijo, besándole las manos—. Luego hablaremos, ¿sì? No puedo perder un minuto màs. Lo que te ha pasado, es grave. Es por tu bien.
Y en cuànto tuvo a Miguel listo, Julio arrastrò la camilla a su sección. Allì, a los minutos, le aplicò el escaner de emergencia. Al tiempo después, volvió con Miguel y el examen ya hecho. Se los extendió a Manuel, que nervioso, caminaba de un extremo a otro en el box. El enfermero, observaba desde la puerta.
Miguel, en la camilla, seguía balbuceando incoherencias, con la vista desorientada y nublosa. Manuel, con el corazón en la mano, tomò entonces el examen. A contraluz, entonces los analizò. Hubo un silencio sepulcro.
Quedò de piedra.
—Hematoma subdural —dijo en voz alta, y Julio, por detrás, observó descolocado. El enfermero esperó órdenes de Manuel.
—Y... ¿Y eso qué significa? —preguntó Julio, nervioso.
—Hay que hacer una cirugía de emergencia —anunciò—. Miguel tiene un coágulo por debajo de la corteza cerebral duramadre. Hay que descomprimir ahora, o puede empeorar. —Manuel se volteò sobre sì mismo, y observó a su enfermero—. ¿Està todo listo?
—Sì, señor.
Manuel asintió. El enfermero se adentró rápido, y tomó la camilla de Miguel. Julio observó descolocado.
Cuando ya todos salieron del box, en dirección al preoperatorio, Manuel se detuvo ante Julio, y con una sonrisa triste, le dijo:
—Gracias, Julio; esta te la debo...
Julio observó perplejo, y asintió.
Cuando Manuel entonces salió corriendo tras Miguel, Julio se sonrojò.
Y quedó a solas en el box.
(...)
Cuando ya el equipo médico de Manuel, se hallaba en el quiròfano, dispuestos a iniciar con la cirugía, Miguel sintió entonces miedo.
Ante su mirada nublosa, se extendía el blanco del techo. Por encima de èl, Manuel, que utilizaba las típicas indumentarias mèdicas necesarias para una cirugía, le observó con aura tranquila, dispuesto a transmitirle paz a su amado.
Y le susurrò.
—Tranquilo... —Tomò suave el instrumento para anestesiar, y lo posò por encima del rostro de Miguel; comenzó a sedarlo—. Todo saldrá bien, mi amor... tranquilo.
Miguel comenzó a sollozar, mientras que, lentamente, sintió los ojos cederle ante el sueño.
—M-mi pa-pà... —susurrò—. Tengo... mie-miedo; Ma-Manu...
Miguel comenzó a cerrar sus ojos, sintiendo el frìo tacto de la mano de Manuel, con los guantes de látex, acariciarle el rostro.
Y en el trayecto en que Miguel perdía su consciencia, lo último que sintió, fue las caricias de Manuel en su rostro.
Cuando todo entonces volvió a ser negro, la cirugía comenzó.
El proceso, dentro del quiròfano, durò alrededor de una hora.
En manos prodigiosas de Manuel, y con el profesionalismo de su equipo médico, entonces Miguel salió airoso de aquel episodio.
(...)
Lo màs temible de dicho episodio, entonces pasó. A los dos dìas posteriores, Miguel fue dado de alta. Para entonces, su vuelta al apartamento, fue pronta. Allì, por fin en el calor de su hogar, entonces pudo percatarse de la realidad. Tan pronto el efecto de la sedación terminò en èl, Miguel mostró desesperación por la última llamada de su padre.
—Ahora debes descansar —le dijo esa tarde Manuel, ingresando con èl al apartamento, y ubicando el bolso con la ropa de Miguel, en el sofà—. No fue una operación de alto riesgo, y tan solo te dejè una pequeña cicatriz en la nuca, pero, de todas maneras, si te esfuerzas podrías sufrir un alta de presión, y eso es lo que quiero evitar.
Miguel, que guardaba silencio absoluto, hasta el pasar de esos días, simplemente asintió, con expresión seria.
—Pedì a Martìn que viniese a ver a Eva ayer, asì que, ella deberìa estar por... —y de pronto, apareció Eva, maullando contenta—. Oh, está acà.
Manuel comenzó a reìr, y Miguel, no dijo nada.
—¿Tienes hambre? —musitò Manuel, acortando distancia hacia Miguel, y con cuidado, besándole el rostro—. Puedo prepararte algo, y después, deberìas descansar.
Miguel no dijo nada. Su expresión era de molestia.
—Te duele... ¿verdad? Te dejè una cicatriz muy pequeña, y la operación no fue complicada. Deberìas estar bien dentro de cinco dìas, y...
—Quiero hablar con mi papà.
Dijo tajante, y Manuel, alzò ambas cejas.
Hubo un profundo silencio.
—De eso... quiero hablar contigo —susurrò Manuel—. Cuando llegaste al hospital, semi inconsciente, tù... nombrabas a tu papà. ¿Què pasó, amor? Pensè que el golpe en tu cabeza habìa sido un accidente, pero... ¿què tiene que ver tu papà? No lo ent...
—Mi papà se va a morir —dijo tajante Miguel, inexpresivo—. Se va a morir, ¡¿lo entiendes?! —alzò su voz a Manuel, con ira—. È-èl me llamó antes de ayer, y... y me dijo por teléfono que... que va a morirse, Manu. Va a morirse... ¡Y me llamó ''hijo''! Me lo dijo por primera vez, yo... necesito ubicarlo. Dame mi celular, ¿sì? Necesito llamarlo, y...
—No puedo dártelo... —musitò Manuel, apenado—. Mira, amor; yo sè que estàs preocupado... pero no puedes utilizar el celular, al menos hasta mañana. La radiación del aparato podría dañarte, y estàs recién en proceso de recuperación. Si estàs preocupado, yo mismo lo llamarè, ¿sì? Probablemente fue un mal entendido. No creo que èl... vaya a morir, quizá escuchaste mal, y...
—¡¿Crees que soy huevòn, Manuel?! —gritò, y Manuel lanzó un suspiro—. ¡Dame mi puto celular, tengo que llamar a mi padre!
—Miguel, por favor, no te alteres, no te hace bien; tu herida...
Miguel, iracundo, tomò su chaqueta, y la azotò contra el rostro de Manuel.
A Manuel le dolió, pues se golpeò con el metal del cierre, pero en vez de alterarse, cerrò los ojos, y aguantò la respiración.
Miguel estaba completamente irritable, y hasta violento.
Entendible, en parte, por la situación de su padre, y el proceso neurològico del tec cerrado en su cabeza.
—Vete a la mierda.
Le dijo a Manuel, y a zancadas, caminò a su habitación. Al cruzar la puerta, pegò un portazo.
Eva, que observó la situación, se encogió en su sitio, y observó a Manuel, preocupada.
Manuel, que se quedó estàtico en el lugar, alzò su mano hacia su mejilla, y se acariciò adolorido.
Y vio un poco de sangre. Se observó la mano, y suspirò.
—Miguel... —musitò, apenado. Un aura triste resplandeció en sus ojos. Eva, conmovida, se acercò a èl, y comenzó a ronronearle, como forma de consuelo.
Hubo un silencio sepulcro en la sala, y tras el paso de varios minutos, entonces Manuel decidió ceder ante Miguel.
—Miguel —dijo suave, tras la puerta; no recibió respuesta—. Voy a... dejarte usar el celular, pero solo un instante, ¿sì? No puedo permitirte usarlo mucho tiempo, al menos hasta mañana. Una llamada corta deberìa...
—No quiero verte.
Resonò con dureza al interior. Manuel suspirò, y sin seguir insistiendo, girò la perilla, e ingresò. De espalda a èl, observó a Miguel, que, con rabia, hacìa rayones grotescos en una hoja de papel, descargando su rabia en ello.
Manuel le observó con làstima.
—Amor... —le dijo, y suave, se acercò a èl. Tomò asiento a su lado, y despacio, deslizò su mano por la espalda, acariciando. Sacò el aparato de su bolsillo, y lo extendió a Miguel—. Llama.
Miguel, que tenía el ceño fruncido, torció los labios. Comenzò a profundizar los rayones en la hoja de papel, demostrando ira. Manuel quedó estàtico, aùn con el aparato extendido.
Y tras el paso de varios segundos, entonces Miguel recibió el celular. De inmediato, desbloqueò el aparato, y marcò a su padre.
Y esperaron por varios minutos.
Hèctor, el padre de Miguel, no contestò.
—Mierda, mierda... —repetía Miguel, desesperado—. Contesta, papà, por favor...
Manuel observó inquieto.
—Tranquilo, amor... —le dijo—. No debes alterarte. Por favor, guarda calma; èl va a contestarte en cualquier mom...
—¡¿Y cómo lo sabes?! —le gritò, ofuscado—. ¡Quizà ya murió, Manuel! ¡No me está contestando!
—Va a contestarte; no seas tan pesimista, amor. Relàjate, por favor. Quizà... está ocupado ahora, o descansando...
—Descansando en paz, será —respondió, sarcàstico—. No quiero que muera, Manu... no quiero, yo... fue mi culpa. E-èl... la última vez que hablamos, lo tratè pèsimo. ¡Le desee la muerte! ¡Le dije que se muriera, y ahora pasó esto! Es mi culpa, es mi culpa...
Y comenzó a sollozar.
Manuel, en un movimiento suave, le quitò el celular a Miguel, y lo dejó a un costado. Con aura apacible, entonces acurrucò a Miguel en sus brazos, prestándole contención emocional.
Miguel se echò en sus brazos, y comenzó a llorar desconsolado.
—Es la única familia que tengo...
—Lo sè... —le dijo Manuel, y le acariciò la espalda—. Pero por favor, tranquilo, mi amor. Esto no te hace bien. Èl está bien; seguramente lo está. No es tu culpa, ¿sì? Lo que pasó... no es tu culpa.
Manuel entendía, en parte, la irritabilidad de Miguel. No era fácil, para nadie, recibir una noticia como ella. A pesar de que Miguel y su padre, no se llevasen de maravilla, seguía siendo su única familia, y Miguel, que era tan sensible, seguramente se había tomado ello con mucho dolor. Aparte, la consecuencia de un tec cerrado, mèdicamente significaba irritabilidad en el paciente, por lo que el comportamiento de Miguel, era dentro de los parámetros biológicos, algo esperable.
Y Manuel lo sabìa.
—Debes descansar, por favor... —pidió Manuel, besándole el rostro—. Voy a prepararte algo rico, ¿ya? Cuando despiertes, y te sientas mejor, volveremos a llamar. Quizà ahora está descansando, y...
—Viajar a Brasil... —dijo Miguel de golpe, y Manuel, contrajo las pupilas—. Tengo que viajar a Brasil, eso es...
Manuel quedó descolocado.
—Y-yo... yo sè donde vive. En Sao Paulo; sì... —despacio, se separò de Manuel, y se alzò de la cama. Caminò hacia su ropero, y sacò su laptop. La encendiò, y comenzó a buscar en internet—. Aquì hay un pasaje... para mañana. Sì, para mañana.
Manuel se sacò de onda.
—Miguel, eso sì que no. Sobre mi cadáver.
Miguel observó desafiante, y volvió su vista a la laptop.
—Nùmero de DNI... —susurrò, y comenzó a escribir. Manuel entonces, se alzò, y le quitò la laptop.
Miguel se volvió entonces, una fiera contra Manuel.
—¡¿Què estàs haciendo?! ¡Dàmelo, conchatumare!
—¡No, Miguel! —dijo, tomando el aparato, y dejándolo en lo màs alto del ropero, en donde Miguel no alcanzaba—. Eso sì que no, Miguel. Podrè dejarte usar el celular, ¿pero viajar a Brasil? No, Miguel; eso sì que no.
—¡¿Por què no?! ¡Dèjame en paz!
—¡Porque estàs recién operado, Miguel! ¡Yo fui el médico que te operò! ¡Yo sè porque te lo digo! Te descomprimí del cràneo un hematoma, Miguel. El viaje en avión, te somete a un cambio de presión horrorosa; ¿sabes què va a pasar contigo? En pleno vuelo, podrías sufrir un derrame, ¿eso quieres? Un derrame es muchísimo peor, Miguel. Es incluso hasta mortal, y quienes sobreviven a un derrame, tienen secuelas. No pienso permitir que te arriesgues de esa manera, eso es...
—¡Dame mi laptop, huevòn! —se lanzó contra Manuel, y comenzó a golpearle el pecho con los puños—. ¡No te pedì que me cuidaras, dàmela! ¡Mi papà podría estar muerto, dàmela!
—No, Miguel. Golpèame cuànto quieras, pero te estoy cuidando. Te amo, y por eso lo hago, y-yo...
—¡¿Por què no entiendes que mi padre, es mi única familia, Manuel?! —gritò, sollozando—. ¡Despuès de èl, ya no hay nadie màs!
—Mi amor, yo lo entiendo, pero... estàs actuando muy impulsivamente, y...
—¡No, no lo entiendes! ¡No entiendes, porque a diferencia tuya, yo sì estoy perdiendo a alguien importante!
—Miguel, mi amor, por fav...
—¡¡Tù nunca has perdido a alguien importante, Manuel!!
Hubo un silencio. Manuel quedó de piedra. Miguel comenzó a perder el ritmo de su respiración.
—¡¡La muerte de tu hijo ni siquiera fue importante!! ¡¿Y sabes por què?! ¡Porque tenìas màs familia! ¡Daba igual la muerte de un chibolo, si después de èl seguiste haciendo tu vida normal!
Manuel sintió que los ojos se le humedecieron en làgrimas, y apretò los labios.
Hubo un profundo silencio.
Tragò saliva con dificultad, sintiendo una aguja en la garganta. Alzò su mano por sobre su cabeza, y empujò la laptop màs a fondo en el ropero, dejándolo imposible al alcance de Miguel.
Miguel frunció el entrecejo.
Se observaron con enojo.
—Que sientas dolor, Miguel... —susurrò, sintiendo un profundo ardor en el pecho—. No te da derecho a destruir con las palabras.
Miguel contrajo su expresión.
—Eso fue muy cruel de tu parte.
Manuel no dijo màs, y despacio, salió de la habitación, cerrando suavemente la puerta tras de sì. Miguel, a lo lejos, siguió gritándole. Manuel no hizo caso, y caminò hacia el balcòn.
Y tras varios minutos, en donde Miguel gritò un sinfìn de cosas, entre rencor, incertidumbre, y tristeza, se echò a la cama, y comenzó a sollozar.
Y se sintió una mierda.
Habìa sido cruel con Manuel, y lo sabìa.
Pero, en aquellos instantes, se sentía tan jodidamente confundido con todo lo que pasaba, que simplemente sollozò sobre su cama.
No quería hacer daño a Manuel...
(...)
En el balcón del apartamento, entonces Manuel prendió un cigarrillo de marihuana. Poco y nada le importò hacerlo en el apartamento de Miguel, y con la posible presencia de los vecinos. Aquella última ofensa dicha por Miguel, le habìa desollado el alma, pero en su afán de siempre esconder sus emociones, nuevamente se tragò la conmoción, y la retuvo en su pecho.
¿La única forma de lidiar con ello? El efecto sedante de la marihuana. Manuel entonces, inhalò el cigarrillo; suspirò con pesar.
Se quedó observando hacia la calle, sumido en una extraña sensación.
Manuel... ¿se estaba sintiendo de pronto sobrepasado?
—Meow...
A su lado, Eva le maullò.
La gata, con expresión melancólica, le hacía compañía a un lado. Manuel la observó por sobre el hombro, y le sonriò con tristeza.
A lo lejos, y desde la habitación, Miguel se oyò llorar. Manuel dibujò una triste expresión en su faz.
—Deberìas ir con tu amigo... —le dijo Manuel, y se agachò a la altura de la gata. Le comenzó a acariciar el lomo—. Èl... está llorando. Me acaba de tratar pèsimo. Me gustaría ir y abrazarlo, pero... es seguro que me va a echar a patadas. Estoy seguro que, si tù vas en mi lugar, va a recibirte bien.
Eva moviò sus orejas en respuesta.
—Lo amo mucho... —musitò Manuel—. Pero lo que me dijo, dolió.
Eva removió sus bigotes.
—Ve con èl, por favor, Eva bonita.
Eva maullò despacio, y tras lamer despacio la mano de Manuel, se volteò, y caminò rápido con dirección a la habitación. Ya afuera, hizo presión suave con su pata, y abrió la puerta. Pasaron unos segundos, y luego, la puerta se cerrò.
Manuel sonriò con tristeza, y volvió a dirigir su atención hacia el balcòn.
Y allí se quedó.
Y tras el paso de varios minutos, Manuel recibió una llamada.
Contestò.
—¿Hola?
—Señor Manuel.
Oyò de pronto tras la línea. Era una profunda voz masculina. Manuel, al reconocer al emisario de dicha voz, se puso tenso de inmediato.
Era el gerente de la clínica.
—¿Se-señor...?
—Señor Manuel —irrumpió el gerente—. Requiero su pronta presencia en mi despacho, acà en la clínica. ¿Està disponible? Necesito conversar con usted personalmente.
Manuel, que tenía las pupilas contrariadas, guardò silencio, algo descolocado.
—¿Alò?
—¡A-ah! S-sì, claro, señor... —respondió, nervioso—. Pero... ¿ahora? Es que...
—Sì, ahora —respondió con dureza—. Estoy de paso por la ciudad, y no tengo otro momento.
Manuel guardò silencio unos instantes. Estaba emproblemado. Miguel, que aparentemente estaba en medio de una crisis, estaba allí en la habitación. No podía dejarlo solo, y mucho menos con lo delicado que estaba de salud. Debìa cuidarlo.
—¿Señor Manuel?
—¡A-ah! Sì, señor; claro. Irè de inmediato a la clínica.
—Bien; lo espero. Nos vemos.
Y colgó.
Tras ello, Manuel lanzó una sonora maldición al aire. Se quedó pensativo por unos instantes. No podía dejar solo a Miguel en el apartamento... ¿y si Miguel sufría algún percance? ¡Estaba recién operado! No podía dejarle a su suerte... por màs que Miguel, probablemente, se lo mereciera por las ofensas dichas a su persona.
Lo amaba demasiado como para hacerle eso.
Pero... a la vez no podía dejar plantado al gerente. ¡Era el jodido gerente de la clínica! Su jefe directo...
¿Què podía hacer?
—Julio...
Recordò entonces, y los ojos le brillaron.
Julio, que también era personal de salud, sabría como lidiar con Miguel, en caso de algún percance, a lo menos con primeros auxilios. Y lo mejor; Julio vivía en el mismo edificio...
¡Claro! Julio podría hacerle el favor.
Ràpido, entonces le marcò al teléfono. Julio no tardo en contestar.
(...)
Para cuando Julio bajò al apartamento de Miguel, este último se hallaba recostado en su cama, acurrucado entre las sàbanas.
—¿Y... dónde está Miguel? —susurrò Julio.
—Està durmiendo, creo —respondió Manuel—. Voy a... a la clínica, Julio. Prometo no tardar, será rápido...
Julio asintió.
—¿Seguro podì' quedarte?
—Sì, anda tranquilo, bestia.
—Gracias, Julito. Tengo dos deudas gigantescas contigo —sonriò Manuel—. ¿Còmo te las podría pagar?
Julio sonriò apenado. Desviò la mirada.
Imàgenes obscenas pasaron por su cabeza. La expresión de Manuel, ese dìa en la clínica, mientras gemìa, le hizo eco en la mente, y Julio sintió un intenso cosquilleo en el estòmago.
Se tuvo que tapar el rostro con la chaqueta, disimuladamente.
—Nah... de ahì arreglamos, chileno huevòn. Anda en paz.
Manuel sonriò.
—Irè a dar aviso a Miguel.
Y Julio asintió.
Cuando Manuel entonces entró en la habitación, vio a Miguel recostado, con Eva por encima de èl. Despacio se acercò a èl, se agachò a su altura, y le susurrò:
—Debo ir a la clínica, Miguel. Serà rápido. Te quedaràs con Julio.
Miguel observó con expresión melancólica, y con los ojos llorosos. Torciò los labios. Manuel dibujò una expresión triste.
Hubo un profundo silencio.
—Nos vemos...
Y cuando Manuel intentò alzarse desde el suelo, con dirección al exterior, Miguel alzò su brazo, y le tomò por la manga de la camisa.
Manuel se detuvo, y observó descolocado.
—Te amo...
Le susurrò Miguel, con expresión melancólica y suplicante.
Y, aunque Manuel sentía enojo con Miguel, no pudo negarse a èl.
Siempre cedìa ante Miguel.
Manuel sonriò con tristeza, volvió a agacharse, y despacio, le besò los labios a su prometido.
El beso durò un par de segundos, y se separaron. Se observaron en silencio, y con aura tierna.
—Luego hablaremos... —susurrò Manuel, y le dio una suave caricia en el rostro—. Por favor, descansa. Julio va a cuidarte. Volverè pronto.
Miguel, sonrojado, y con expresión melancólica, asintió.
Manuel entonces, partió con rumbo a la clínica.
(...)
Cuando Manuel llegó a la clínica, el reloj en su muñeca, marcò las 5:26 pm. En la entrada al despacho del gerente, la secretaria ordenaba unas carpetas. Manuel, en el sofà de la sala, jugaba con sus dedos, nervioso por la reunión personal con el gerente.
—Señor Manuel —hablò de pronto la señorita; Manuel, de un respingo, la observó, algo inquieto—. El gerente ha dicho que usted puede ya entrar a...
—Gladys...
De pronto, en la habitación se oyò una profunda voz. Tras el umbral de la puerta, apareció un hombre alto, y corpulento. Manuel, al divisarlo, se puso tenso.
Era el gerente.
—Se-señor...
—Puedes retirarte, Gladys.
La secretaria observó descolocada. Su turno aùn no concluía.
—Pe-pero... señor; mi horario aùn no...
—Dije que puedes retirarte —insistiò—. Mi reunión con el señor Manuel, es la última agendada. Yo me encargaré de cerrar todo después de esto, Gladys.
Manuel observó algo tenso la situación. La secretaria, lanzó un divertido jadeo, y sonriò incòmoda. El gerente, observó con aura seria, y sonrisa impaciente.
—Bueno... —dijo ella—. Gracias... señor. Entonces me irè.
El gerente asintió. Y estàtico, esperò a que la secretaria terminase de tomar sus pertenencias. Al salir la mujer, entonces el gerente, hablò a Manuel:
—Lo estaba esperando, señor Manuel.
—Ho-hola... —musitò, algo nervioso—. Yo... vine en cuànto pude. Tenìa un asunto que atender, y...
—Claro; tranquilo... —dijo, restándole importancia—. Lo importante es que usted, ya está aquí. ¿Le sirvo un café, Manuel? Ahora que Gladys, mi secretaria, se ha ido, podremos tener una conversación màs amena, màs cercana...
Manuel sonriò, descolocado.
—A-ah; claro... ¿u-un café? Bueno, yo no sè si... sea muy educado de mi parte dejarle que usted me lo sirva; digo... es mi jefe, y...
El gerente lanzó una carcajada.
—Por favor, Manuel, deje la formalidad de lado. ¿Quiere un café, o no? —Manuel asintiò—. Perfecto; eso es todo.
A paso lento, el gerente acortò distancia hacia la cafetera. Hubo un silencio incòmodo en el intervalo en que ambas tazas, eran llenadas con el extracto. En cuanto ambas tazas se llenaron, el gerente acercò una a Manuel. Cuando fue a buscar luego la suya, a su paso, posicionò rápidamente su mano en la puerta de salida, y puso el pestillo.
Manuel observó aquello con inquietud.
Sostuvo la taza de café, con fuerza.
—¿Pasamos a mi oficina? —le dijo, extendiéndole una mano, e invitándole a pasar. Manuel dudò por unos instantes—. Señor Manuel, le hice una pregunta.
Manuel, que se sentía extraño en aquellos instantes, entonces sacudió levemente la cabeza.
—A-ah, sì.
Y pasaron.
Ya en el interior, el gerente volvió a cerrar la puerta. Manuel tomò asiento, y el hombre, se despojò de su vestòn.
Tomò asiento frente a Manuel, y sonriò agraciado.
Manuel sonriò incòmodo. Hubo un silencio.
—Señor Manuel; es grato tenerle aquí —dijo, tomando un sorbo de café—. Es un placer, al fin conocer al prodigioso médico del que todos hablan en urgencias. Dicen que usted ha tomado bajo su cargo, los casos màs críticos. Yo... antes solo lo habìa visto a través de fotografías, o conferencias a distancia. Es un placer sentarme con usted, y tomarme un café, en la intimidad de mi oficina...
—I-igualmente...
Manuel, incòmodo, no supo què contestar. Con torpeza, tomò un sorbo de café, y bajò la mirada.
Hubo un silencio incòmodo.
—He oìdo hablar de usted —dijo entonces el gerente—. Sè que... usted es bastante joven, ¿no? Si me disculpa... ¿què edad tiene?
—Veintiocho.
—¡Ah! Un jovencito; claro...
Hubo otro silencio. Manuel comenzó a incomodarse aùn màs.
¿Por què había tantos rodeos?
—Bueno... usted seguramente no sabe nada acerca de mì, pero... yo tengo cuarenta y cinco. —mencionò, y Manuel, asintiò—. No soy tan joven, pero... bueno; tengo una clínica, y eso es un logro, supongo.
Manuel sonriò nervioso.
—Tambièn supe... lo que pasó la noche de la fiesta de la clínica, con su... novio, creo, ¿verdad? Su nombre era...
Manuel abrió los labios, descolocado por dicha información que el gerente manejaba.
—Miguel, ¿verdad?
Manuel guardò silencio, atònito.
—Sì, ese era su nombre... —susurrò el gerente—. La noticia llegó hasta mi domicilio, allá en Europa. Claramente, iba a enterarme. El suceso no fue nada... gratificante, ¿sabe?
Manuel torció los labios, y apretò la taza.
—S-sì, claro... me imagino que no...
El gerente sonriò.
—Y... bueno. Supe también que, mi clínica, fue objeto de la prensa, hace unos meses... usted fue acusado de violación, ¿verdad? Esa noticia... también llegó hasta allá. Corriò el rumor de que usted... violò a un paciente, y...
—E-eso ya fue aclarado, señor, y...
—Claro, sì, le creo que fue aclarado —dijo el gerente, con una sonrisa a medias—, pero eso no evitò, que el seis por ciento de mis accionistas, decidieran retirar las acciones de la clínica.
Hubo un silencio inquisitivo.
—¿C-còmo dice...?
—Serè màs claro —disparò el gerente, alzándose de su puesto, y caminando por la oficina, posicionándose por la espalda de Manuel—. Usted, señor Manuel, ha generado pèrdidas a mi empresa. No solo fue el episodio de la prensa, y su acusación de violación, sino que, después, fue el vergonzoso episodio de su novio, en la noche del aniversario...
Manuel sintió de pronto, una fuerte punzada de angustia en la boca de su estòmago.
—Fue una imagen terrible para la clínica... —susurrò—. Para este periodo, la clínica bajò sus acciones en un seis por ciento, y... usted sabe cuánto dinero es un seis por ciento, ¿verdad? Suena como un número bajo, pero usted Manuel, que es un hombre de matemáticas, de química y biología, maneja el cálculo aproximado de ello.
Manuel, con una expresión hundida en angustia, asintió en silencio. Claro que lo comprendía.
—Miles de dólares.
El gerente guardò silencio, y encendiò un cigarrillo. Manuel, que estaba de espalda a èl, hundió su mirada en el escritorio, sintiéndose sobrepasado.
—¿Fumas, Manuel?
Le ofreció un cigarrillo, pero Manuel, negó despacio. El gerente, sonriò.
—Es usted un buen médico, Manuel —le dijo—. Yo sè de su labor en la clínica, y que su equipo médico es el màs eficiente. Por algo, se le es asignado los casos màs críticos. —Inhalò su cigarrillo, y despacio, posò una mano en el hombro a Manuel, por detrás. Manuel contrajo su expresión, y sintió su cuerpo gèlido—. Tranquilo, Manuel... está muy tenso.
El gerente caminò hacia su escritorio, y volvió a tomar un sorbo de café. Manuel alzo su mirada, inquieto.
Hubo otro silencio.
—Su pareja es un hombre, ¿verdad? Miguel... —Manuel asintió, nervioso. No entendía a què iba esa clase de preguntas tan personales. Realmente se sentía incòmodo—. Bueno, entonces usted es... ¿gay?
Manuel alzò una ceja.
—S-sì...
—Ah, perfecto... —suspirò—. Tranquilo, no es algo malo; no tengo nada en contra de ello... ¡me parece inclusivo que, entre el personal de la clínica, haya miembros de la comunidad lgtb!
Manuel sonriò algo rìgido. A pesar de que ello era incluso amigable, seguía sintiendo que, el cause de la conversación, era algo extraño.
—Deseo que usted y Miguel, sigan siendo una bella pareja, y...
—Señor —dijo tajante Manuel, apretando la taza de cafè—. No quiero sonar grosero, ni mucho menos insolente, pero... tengo un asunto importante que atender en casa. Mi pareja está convaleciente, y requiere mis cuidados. Necesito volver rápido y... le pido encarecidamente, que sea concreto. ¿Cuàl es la razón de su llamado?
Tras ello, hubo un silencio inquisitivo. El gerente, observó con expresión seria. Manuel entonces, tragò saliva.
Quizà habìa sido algo insolente...
El gerente comenzó a reìr. Manuel observó descolocado.
—¡Lo siento, Manuel! Claro, que desconsiderado soy. Solo intentaba ser màs cercano con usted; realmente lo siento...
—N-no, tranquilo... es solo que... —Manuel rio, nervioso—. Debo volver a casa, y...
—Bien —dijo tajante el gerente, dando un golpe en la mesa, y dirigiéndose al lado de Manuel. A su lado, tomò asiento sobre su mesa, quedando pegado, y por sobre Manuel. Cruzò las piernas, y los brazos. Manuel alzò su vista desde su asiento, inquieto por la cercanìa corporal del gerente—. Serè concreto entonces, Manuel.
Se miraron. Manuel sintió de pronto, un aura algo inquietante.
—Usted ha provocado pèrdidas millonarias estos últimos meses a mi empresa, Manuel —declaró, con tono inamistoso—. ¿Còmo piensa retribuirme eso?
Manuel sintió de pronto, la garganta seca. Sintiò una punzada en el estòmago.
—Y-yo... puedo pagárselo, señor. Quizà... haciendo horas extras, en cuotas, y...
El gerente lanzó una carcajada; Manuel mirò descolocado.
—Son miles de dólares, Manuel —le dijo—. Ni siquiera con miles de horas extras, podrá retribuìrmelo...
Manuel agachò la mirada; se puso tenso. La cabeza comenzó a trabajarle a mil por hora.
—Puedo pagarle en cuotas. Pedirè un crédito al banco, y...
—No Manuel —decreò el gerente—. No podràs. Son miles de dólares; te repito. Tanto tù, como yo, sabemos que no es viable.
Manuel se quedó en silencio, observando hacia el frente, en un estado medio de colapso. Sintiò un leve temblor en sus manos.
—Me temo que, con el dolor de mi alma, Manuel, tendrè que despedirte.
Manuel contrajo sus pupilas. Abriò los labios, y se quedó gèlido en su sitio.
Hubo un silencio.
—Estàs despedido, Manuel.
Manuel sintió de pronto, que todo se venìa abajo.
No, no podía ser despedido.
No podía permitirse ese privilegio.
¿Què iba a hacer de ahora en adelante? Todos dependìan de èl. Manuel, era el sostén económico de muchas personas.
Debìa pagar los estudios universitarios de su hermano. Debía pagar el psiquiatra a Camila. Debìa enviar dinero a su familia. Debía pagar la cuota mortuoria del lugar que ocupaba Panchito en el cementerio. Debía pagar los estudios a Miguel. Debìa sostener su futura convivencia con su prometido, y ahora, que habìa adquirido una nueva obligación...
Pagar el crédito hipotecario, por la casa que habìa adquirido en Miraflores, como regalo sorpresa para Miguel.
No podía ser despedido.
Y desesperado, Manuel alzò la mirada, suplicando a su gerente un tanto de compasión.
—Po-por favor, n-no... —balbuceò—. No pu-puede despedirme, y-yo...
El gerente alzò una mano, haciendo un ademàn, indicando silencio.
Manuel parò en seco. Observò con expresión contrariada.
El gerente sonriò, y entonces sugerente, dijo:
—Quizà... pueda reconsiderar mi decisión, Manuel...
Al oìr aquello, Manuel sintió que su pecho se descomprimió. Sintiò algo de paz invadirle. Sonriò con suavidad.
—Gra-gracias, señor... juro que, encontrarè la forma de pagarle, y...
—Silencio —decretò el gerente, y Manuel observó, descolocado—. Voy a reconsiderar mi decisión, pero... debes pagar algo a cambio, ¿sabes?
—Claro, yo... pedirè un crédito. Tengo mis ahorros, y... y puedo pagar lo que me pida. Solo debo ir al banco, y pedir el retiro de mis fondos, asì podrè...
—No, no... ¡No, Manuel! No estàs entendiendo. Dèjame explicarte...
Manuel entonces, sintió de pronto mucha confusión. El gerente, alzò su mano, y despacio, deslizò sus dedos por detrás de la oreja de Manuel. Comenzò a acariciar.
Manuel quedó gèlido.
—Yo... soy un hombre de cuarenta y cinco años, que ha sostenido una vida familiar tradicional. Tengo dos hijos, y estoy casado, pero... —sonriò de forma suave, observó a Manuel con una expresión sugerente—. En este punto de mi vida... me llama la atención experimentar. Despuès de tantos años de matrimonio, la rutina se hace aburrida. Ahora... me llama la atención probar carne màs ''fresca'', y ''distinta''.
Manuel observó descolocado. No entendía las palabras del gerente, ni la caricia por detrás de su oreja.
El cuerpo se le paralizò.
—Eres guapo, Manuel —le susurrò, y despacio, deslizò su mano desde la oreja, a los labios de Manuel. Con el pulgar, acariciò su labio inferior. Manuel estaba shockeado—. Eres un jovencito muy lindo... ¿sabes? Se te ve que eres muy jovial, y varonil. Yo sè que tù eres gay, y pensè que tù... eras un candidato perfecto para esto. Si tù cedes ante mi petición... voy a reconsiderar tu despido, Manuel.
Manuel observó perplejo. La caricia en su labio, entonces se hizo màs desvergonzada. El gerente, introdujo entonces un dedo en el interior de su boca.
Manuel lanzó un jadeo, shockeado.
Las manos le temblaron. Se sintió una mierda.
—Acuèstate conmigo, ahora —le ordenò—. Quiero verte por debajo de mì, gimiendo, y pidiéndome màs. Tu voz en un gemido debe ser... dulce. Y tu rostro... —Se bajò del escritorio, echò la silla de Manuel hacia atrás, y desvergonzado, se sentó en sus piernas; Manuel sintió que el labio le temblò—. Tu rostro acalorado, por debajo de mi cuerpo, debe verse tan bonito...
Manuel no pudo creerlo.
Estaba siendo humillado de una terrible forma.
Èl, que era un profesional, un médico, un hombre que, con esfuerzo intelectual, habìa logrado ser respetado por sus pares profesionales, ahora era acosado, y tratado como un simple trozo de carne, ante las peticiones de su jefe.
No podía permitirlo.
—Acuèstate conmigo, vamos... —susurrò, quitando a Manuel la taza de café, dejándola en el escritorio, e intentando desabotonar la camisa de este—. No va a dolerte... serè gentil. Vamos, muchac...
Manuel, de un manotazo, le alejò la mano.
Le observó con ira.
Las làgrimas le cedieron.
Hubo un silencio abrupto. El gerente observó perplejo. Manuel, que en su interior sintió miedo, entonces comprendió que su dignidad, estaba, ante todo.
En el pasado ya habìa sido humillado, y èl, no permitiría nuevamente algo como ello.
—Alèjate de mì, cerdo conchetumadre —disparò, alzando la barbilla, y deslizàndole las làgrimas por el rostro. Y, aunque Manuel lloraba del impacto, no demostró màs expresión vulnerable.
El gerente observó perplejo.
—Ah... asì que te niegas a mi petición. Bueno, entonces tendrè que...
—¡Alèjate de mì, asqueroso culiao! —gritò, empujando a su gerente contra el escritorio, y alzándose violento—. ¡No vuelvas a tocarme asi, ni a hablarme de esa manera! ¡Puto acosador de mierda!
Manuel se alzò, y observó con ira. El gerente, entre quejidos, se alzò. Le mirò desafiante.
—Ten cuidado, Manuel —le dijo—. ¿Estàs seguro de que quieres que te despida? Piènsalo... una noche de placer para ambos, es mucho màs conveniente que...
—¡Me vale una mierda! —contestò—. ¡No soy una prostituta, soy un maldito médico, un hombre que estudió por casi diez años en una universidad, que se quemò las pestañas en largas noches de estudio, y que intelectualmente tiene los dotes para sumir cualquier jefatura de este sitio! ¡Si me querì' despedir, adelante po, cochetumare! ¡Pero no voy a rebajarme a tus peticiones asquerosas! ¡Despìdeme, y date cuenta del error que cometeràs! ¡Yo, Josè Manuel Gonzales Rodriguez, soy el cerebro de la unidad de Urgencias! Nadie, y absolutamente nadie, se mueve si yo no doy órdenes. Vamos, adelante; despìdeme, y veràs como el personal médico no sabrà què hacer. Soy el funcionario màs competente, y el màs dedicado de la clínica. Despìdeme, y veràs como la clínica va en picada. Maldito cerdo violador, vete a la mierda. ¡Àndate a la mierda, conchetumadre!
Y sobrepasado, Manuel intentò salir del despacho. Cuando girò la perilla, entonces el gerente le detuvo, jalándole del brazo.
Manuel lanzó un quejido. El gerente intentò encerrarlo.
Manuel se volteò, y le pegò un puñetazo en la quijada. El hombre quedó un tanto aturdido, y se balanceò sobre su escritorio.
Ambos se observaron con enojo.
—E-Est...estàs despedido... —le dijo apenas.
Manuel, con una fusión de emociones, entre susto y adrenalina, le contestò:
—Me vale mierda. Desde ahora, tu cagà de clínica irà en picada. Sin mì, nada funcionarà como antes. Àndate a la chucha.
Y ofuscado, Manuel salió del despacho. Al salir, dio un portazo ensordecedor. El gerente entonces, maldijo por lo bajo.
(...)
Cuando Manuel caminò por los pasillos de la clínica, supo entonces que aquella, había sido su última visita.
Caminaba observando hacia el suelo, con el corazòn latiéndole a mil, y con los pensamientos hechos un revoltijo.
Cuando Manuel pasó entonces, por recepción, una enfermera intentò saludarle. Manuel la ignorò; estaba demasiado conmocionado, como para detenerse a conversar.
Una vez fuera de la clínica, entonces Manuel llorò en silencio. Se detuvo ante la fría brisa nocturna, y sintió el choque de realidad.
Habìa sido despedido. Ahora estaba cesante. Ya no tenía un trabajo.
Rendido, se apoyò en una pared. Las làgrimas le cedieron en silencio, y despacio, alzò su vista al cielo. Deslizò su espalda por el frìo cemento, y se sentó en el concreto.
Se quedó mirando al suelo por varios minutos, sintiéndose perdido.
¿Por què las cosas tenìan que ocurrir de esa manera? Èl, que era un hombre intelectualmente con dotes màs que suficientes para ejercer su cargo. Que, con arduo trabajo, se había ganado el respeto de sus colegas. Que era amado por los pacientes, que era reconocido por su expertiz, ahora...
Era despedido de su trabajo, por no ceder ante el chantaje de alguien que, tenía mucha menos preparación profesional que èl, pero que, por tener màs dinero y poder, podía disponer de su futuro a su antojo.
Se sintió impotente. Y ahora, la rabia le hizo llorar.
A su lado, dos enfermeras le observaron. Comenzaron a conversar entre ellas. Manuel, para su infortunio, oyò sus venenosas palabras.
—¿El novio del doctor? —preguntò una.
—Sì —contestò la otra—. El novio del doctor Manuel. El chiquillo ese... lo vi con otro hombre en el supermercado el otro dìa. Se miraron muy... extraño. ¿Deberìamos decirle? Digo...
—No sè, es mejor que no te metas, ¿sabes? —contestò la otra—. El doctor no es tan baboso... el otro dìa, con lo que pasó en la fiesta, y el anuncio en la pantalla, deberìa saber que ese muchacho es de... otra clase de vida, digo... es prostituto, y...
—Càllense, cahuineras culiàs —contestò Manuel con fuerza, esta vez ya no ignorando las palabras—. Déjense de hablar del resto, y preocúpense de sus cagàs de vidas.
Las enfermeras observaron perplejas, y algo asustadas, ingresaron a la clínica. Manuel, que tenía una terrible expresión en su rostro, siguió estàtico en su sitio.
Comenzò a sentir muchìsima rabia.
¿De què ''otro hombre'', hablaban esas enfermeras? Seguramente eran, de nuevo, invenciones sobre Miguel. Tenìa rabia; rabia de todo. De su despido, de los chismes baratos sobre Miguel en la clínica, rabia con el padre de Miguel, y rabia incluso por su estadía en Perù.
En ese instante, Manuel fue un ser lleno de amargura. Querìa ser arrollado por un camión, y apagarse.
De pronto, una persona se parò ante èl. Manuel, aùn con el cejo fruncido, no alzò su vista, observando los pies de esa persona.
—Che, ¿y esa cara? —oyò de pronto—. Tenès una cara de orto, Manu. Ademàs, ¿què haces ahì, pelotudo? Parate del concreto. Sos un médico, boludo, no un vagabundo pidiendo limosnas.
Era Martìn. Manuel entonces, alzò su mirada. Martìn le extendió la mano. Manuel la tomò, y se alzò desde el suelo.
Ambos se observaron.
—¿Què te pasó? —preguntò entonces Martìn.
—Nada.
—¿Còmo que nada? —respondió tajante—. Mira, pelotudo. Vos podès mentirle a Miguel, ¿pero a mì? No jodas, Manuel. Te conozco mejor que tu mamà. Te conozco los malos humores, y cuando algo te pasa. Ya, dale; disparà.
Manuel siguió estàtico. Le temblaron los labios.
Martìn lo entendió.
—¿Viniste en la moto?
—No...
—¿Viniste a pie? —Manuel asintiò—. Dèjame adivinar... ¿querìas tomar aire fresco camino a la clínica? —Manuel volvió a asentir—. Ya... ¿querès que te lleve a casa? Quizà en el camino... podamos conversar.
—S-sì...
Martìn sonriò, y despacio, posò un brazo por la espalda de Manuel, dándole unas palmaditas. Caminaron hacia el estacionamiento. Ambos subieron al vehículo.
—Che, como podès ver —dijo Martìn, encendiendo el motor del carro—. El vehículo está limpio. Le saquè todo el olor a sexo que vos y Miguel, dejaron acà, par de pelotudos calenturientos.
Martìn comenzó a reìr, y Manuel, guardò silencio.
No; no estaba de humor. Martìn torció los labios.
—¿Seguro que querès ir a casa? No te ves bien, flaco...
—¿Podemos...? —dijo en un jadeo—. ¿Ir a una tienda? Que-queda acà cerca...
—¿Una tienda?
—Es... para retirar el regalo de Miguel.
Martìn observó extrañado.
—E-es... su regalo de cumpleaños. Lo comprè por internet, y ya está listo para retirar. Èl... se siente triste, y quería subirle el ànimo —sonriò cansado—. Quizà... si llegue a casa con ello... podrá sentirse feliz.
Martìn sintió las palabras de Manuel con cierta aspereza. Observò extrañado, y no insistió màs.
—Vale, me indicàs la dirección. Para allá vamos.
(...)
No tardaron demasiado en llegar a la tienda. Tuvieron que pasar alrededor de cuarenta minutos, para que entonces Manuel, volviese con el objeto al vehículo. Estaba envuelto en papel de regalo, y con una linda rosa de papel. Martìn, curioso, observó desde su puesto.
Manuel, con el regalo entre manos, sonriò con tristeza.
Se quedó en silencio.
—¿Què es? —disparò Martìn.
—Es un set de maquillaje —sonriò Manuel, cansado—. Seguro le va a gustar. Està muy bonito...
Hubo otro silencio. Manuel entonces, sacò su celular del bolsillo, y marcò un número. Martìn prendió el motor del vehículo, y emprendieron de nuevo su viaje.
—¿Alò, Julio? ¿Còmo sigue Miguel? —hablò Manuel, cuando la llamada por fin logró entrar.
—Bien, está durmiendo. ¿Llegas pronto?
—Voy en camino —le dijo.
Se oyò la conversación de ambos desde el puesto de Martìn, y este, observó inquieto. Cuando la llamada terminò, entonces Manuel volvió a quedarse callado.
Martìn frunció el entrecejo, y hablò:
—¿Me vas a decir què te pasa?
Girò su mirada hacia Manuel. En sus ojos verdes, observó un aura melancólica.
Se veìa intranquilo. Un poco enmarañado. Su atmòsfera era pesada.
Manuel contrajo su expresión. Los labios le temblaron.
Martìn supo entonces, que no estaba equivocado.
—Manu...
—No sè què voy a hacer, Martìn... —susurrò, asustado—. N-no sè... estoy... acabado...
Martìn observó descolocado.
—¿Què decìs, Manu?
—Me despidieron de la clínica —disparò, y los ojos se le llenaron de làgrimas—. No sè que voy a hacer, y-yo... no puedo seguir asì, y...
—¡¿Còmo que te despidieron?! —gritò Martìn, descolocado—. ¡¿Quièn te despidió?! ¡No jodas, pelotudo!
—E-el gerente, èl... —Manuel recordó entonces, el traumàtico episodio en el despacho de su jefe. Sintiò un frìo recorrerle la espalda—. Me... despidió. E-Èl intentò acosarme, le dije que no, y...
—¡¿Què intentò què?!
Manuel hundió su rostro en el regalo. Se quedó allí por varios minutos. Comenzò a llorar en silencio. El auto se detuvo en un semàforo en rojo, y Martìn le abrazò.
Manuel se deshizo en llanto.
—Manu, tranquilo, pibe, escuchà... —intentò consolarle—. Seguramente el gerente, va a reconsiderar tu despido. Si te despide a vos, sale perdiendo màs èl, que vos. Vos sos el cerebro en urgencias, si no estàs vos, el equipo entero se desarma. Escucha... èl no va a despedirte, Manu, seguro èl...
—¡Soy una mierda, weòn! —gritò—. Me de-despidieron, y ahora... estoy acabado. ¡¿Què voy a hacer, Martìn?! ¡Tengo muchas responsabilidades! M-mi hermano, mi familia, Miguel, la... la casa que comprè, y...
Martìn guardò silencio. El semàforo cambió. Avanzò con el vehículo.
—Manu... —susurrò, temeroso por lo que dirìa—. Yo... yo creo que tenès que priorizar ahora.
Manuel le observó entre làgrimas, incrèdulo.
—Vos sabes que contàs conmigo para cualquier cosa. Ahora, que estàs en esta situación, voy a ayudarte. Puedo prestarte mi casa. Mi casa es tu casa. Mientras encuentras algo, sabes que podès quedarte en...
—¿Y Miguel? —dijo entonces Manuel, preocupado.
—¿Miguel què?
—Yo me hago cargo de Miguel —dijo Manuel—. Y-yo... necesito pagar la casa que comprè para nosotros, y... su carrera. No puedo dejarlo, Martìn. Debo trabajar, ahora; ya. Debo pagar la casa que comprè para nosotros, y...
—Pensàs en Miguel solamente —dijo tajante Martìn—. Te despidieron, pelotudo. No podès pagar una casa. No podés pagar sus estudios universitarios. Miguel tendrá que entender, que simplemente no se puede. Manu, tenès que priorizar, ahora estàs cesante, y...
—No puedo hacerle eso a Miguel.
Martìn comenzó a exasperarse.
—¿Sabes què? Sos un pelotudo. Dejate de pensar en Miguel, Manu. Mira que, incluso, estando hecho mierda, pensaste primero en Miguel, y fuiste a retirar su regalo, para hacerlo sentir mejor, pero, ¿còmo te sentìs vos? Priorizate, Manuel; estàs del orto, y pensàs en hacerlo feliz a èl, cuando vos estàs hecho mierda.
—Dices eso porque estàs celoso.
—Probablemente —dijo Martìn, y Manuel, observó descolocado—. Estoy quizá, algo celoso de que le prestes demasiada atención a èl, y a mì, que soy tu amigo, no consideres ni siquiera los consejos que te presto.
—Mejor càllate. No necesito escucharte ahora.
—Me vale mierda —disparò Martìn—. No me gusta la forma en que estàs haciendo las cosas, Manu. Te lo digo como amigo. Fìjate como has actuado. Cumplieron apenas tres meses de noviazgo, y compraste anillos de ilusiones. Le ofreciste pagar sus estudios. Compraste incluso una casa para èl.
—Para nosotros —corrigiò Manuel.
—¡Para èl, pelotudo, para èl! —gritò Martìn—. Antes de èl, vos vivìas en el Callao. Antes de èl, vos llevabas una vida austera, Manuel. Antes de èl, vos tenìas una vida simple, sin lujos, servìas a tu gente, y no necesitabas nada màs. Miguel es un buen pibe, pero te has dejado absorber demasiado por èl, Manu. Hay veces en que siento, que vives por èl, y ya no por vos. Fijate... has ido demasiado rápido con èl. Haces y deshaces por Miguel. Ten precaución, Manu. Lo digo como psicólogo, y como tu mejor amigo. Ten precaución, pibe. No des todo por Miguel, siempre guarda un poco de precaución; nunca se termina de conocer a alguien. Sos muy consentidor con Miguel. Tenès que...
—Yo lo amo; por eso lo hago.
—¿Y èl te ama a vos, como tù a èl?
—Sì.
—¿Seguro?
—¿Por què mejor no me dejas acà? Me irè caminando.
Martìn le puso seguro a las puertas, y siguió conduciendo.
Estaba enojado.
—Dèjame salir, aweonao.
—¿Estàs seguro de que Miguel, te considera tan importante, Manu? ¿Vos sos su prioridad?
—Sì, lo soy.
—No lo creo.
—¿Puedes dejar de atormentarme, ''amigo''?
—¿Y vos podès dejar de ser un pelotudo, ''mejor amigo''? —le repitió Martìn, sarcàstico—. Te estoy diciendo, Manu, que por favor pienses en vos. Pensàs mucho en el bienestar de Miguel, pero vos te estàs dejando de lado. ¡Mìrate, che! Siento que estàs perdiendo el rumbo, Manu. Céntrate. Pon los pies en la tierra, vos...
—¡¡Dèjame tranquilo, conchetumare!!
Manuel gritò tan iracundo, que Martìn entonces dio un brinco. Manuel le mirò con odio. Martìn dibujò una expresión triste en el rostro.
Guardaron silencio.
Ninguno volvió a hablar hasta que entonces, llegaron a su destino.
Martìn quitò el seguro a las puertas, y despacio, susurrò:
—Bájate de mi vehículo.
Manuel tomò rápido su bolso, y antes de bajar, oyò por detrás:
—No vuelvas a contar conmigo nunca màs. —Manuel se detuvo, sintiò aquello con dolor—. La última vez, te apoyè, Manu. Pero esta vez, es diferente. Vos mismo te estàs poniendo la soga al cuello. Te estoy advirtiendo que vas demasiado rápido, pibe. Y te lo digo por amor, por amor a vos. Porque quiero que estès bien...
Manuel guardò silencio, y no dijo nada màs.
Saliò del vehículo, y despacio, respondiò a Martìn:
—Buenas noches, amigo.
Se distanciaron, y no volvieron a hablarse en lo que restò de la semana.
Manuel caminò a la entrada del edificio. Bajo un árbol, entonces se fumò un cigarrillo. Allì, se quedó unos minutos, intentando contener sus emociones que desbordaban en aquel dìa de mierda.
Manuel, estaba al abismo del colapso.
(...)
Julio, que, en dicho transcurso se quedó dormido en la mesa de la sala, sintiò de pronto una pesada aura frente a èl. Despacio, abrió los ojos, y alzò su mirada.
Cuando Julio, se percatò de lo que ante èl se extendía, lanzó un grito ahogado.
Era Miguel. Estaba parado frente a èl, y le observaba con aura asesina. En su mano, con fuerza, sostenía un uslero de madera.
Julio sonriò nervioso. Suspirò.
—Casi me matas del susto, Miguel... —sonriò—. ¿Estàs mejor? Manuel hablò conmigo, y me dijo que ya va a...
—De todas las personas que habrìa odiado tener aquí en mi casa —dijo Miguel, rencoroso—; tù eres la menos bienvenida.
Julio observó descolocado. Al cabo de unos segundos, sonriò incòmodo, pensando que Miguel le jugaba una broma.
Hubo un silencio.
—Jaja... —musitò—. Este... ¿te sientes bien? Deberìas ir a...
De un movimiento brusco, Miguel alzò el uslero de madera, y con fuerza, lo azotò contra la mesa.
Un terrible estruendo resonò en la habitación. Julio dio un fuerte brinco, y gritò. Miguel se acercò, y lo observó con expresión homicida.
Hubo otro silencio. Julio sintiò miedo.
—Oe', oe... —dijo, nervioso—. ¿què te pasa, pues? No jodas, Miguel. Me asustas. Estàs convaleciente; mejor deberìas descans...
—¿Te gusta mi prometido?
Disparò entonces Miguel. Julio, descolocado, alzò ambas cejas.
Se sonrojò.
—¡¿Q-què?!
Miguel siguió en su sitio, con una expresión desolladora.
—O-Oe', no sè que estàs hablando, ¿vale? Asì que...
—¡No te hagas el huevòn, conchudo! —gritò Miguel, y de un fuerte movimiento, tomò a Julio por el cuello de su camisa, y lo azotò contra el suelo. Julio lanzó un grito, y asustado, se volteò como una tortuga. Quedò boca arriba, y Miguel, se sentó sobre èl. Acercò su rostro a la asustada expresión de Julio, y con odio, susurrò—: ¿Crees que soy imbécil, hijo de puta? Mi prometido; sì, a Manuel... ¿crees que no lo sè?
Julio se mordió los labios. Las pupilas se le contrajeron.
—O-oe', Miguel, paz, amigo, paz...
—No hay paz para un hijo de perra que coquetea con mi novio, ¿manyas?
—N-no he coqueteado con ese papito rico, yo...
Apenas Julio se percatò de lo que dijo, se tapò la boca. Avergonzado, contrajo las pupilas. Eso fue màs gasolina para la furia de Miguel, e iracundo, alzò el uslero de madera por sobre su cabeza, y de un golpe, lo posò en el cuello a Julio.
Comenzò a estrangularlo.
—¡L-lo siento! Mi-Mig..g —comenzó a toser—. ¡Huevòn, déjame res-respirar!
—¡¿Còmo que papito rico?! —gritò, ofuscado—. ¡Nadie habla asì de ''mi papito rico''! ¡Èl es mìo! ¡¿Entendiste, cagada?! ¡Es mìo!
—¡S-sì, lo siento!
—¡¿Te gusta mi novio?! —fortaleciò el agarre en el uslero, e hizo màs presión en el cuello a Julio. Un aura asesina se posò en sus azules ojos—. ¡Respòndeme, cagada! ¡¿Te gusta mi novio?!
—¡N-no!
—¡¡Dime la verdad, conchudo!!
Julio sintiò que el paso del aire se le hizo casi nula.
—¡S-sì! —terminò confesando—. ¡M-me gusta Manuel! ¡¿V-v...ale?! ¡D-dèjame ir! El aire no... no tengo, ¡dèjame!
Miguel contrajo las pupilas. Los celos se le intensificaron.
Furioso, tomò el uslero, y con fuerza lo lanzó lejos. Este chocò contra la estufa, e hizo un estridente ruido. Eva lanzó un fuerte maullido, y asustada, corrió a la habitación. Julio lanzó una bocanada de aire, y tosió desesperado. Miguel, que aùn se encontraba por encima de èl, le siguió observando con expresión de odio.
—Di-Dios... ¡Miguel! Ti-tienes fuerza para ser tan pe-pequeño, y... y estar recién operado. Eres increí...
Un puñetazo.
A Julio se le sacudió el rostro. Miguel sonriò. Se hizo sonar los puños, y dijo:
—Golpeo como un hombre —advirtiò—. Levàntate, boliviano de mierda, y pelea. Pelea como un hombre.
Julio pestañeò, sorprendido por la fuerza de Miguel. Despacio, intentò retomar su compostura, después del potente golpe.
—N-no quiero pelear, Mi-Migue...
—¡Aunque no pelees, te voy a terminar sacando la chucha igual, conchudo! —le gritò—. ¡Nadie le echa el ojo a mi prometido! ¡¿oìste?!
Otro puñetazo. Julio quedó aturdido.
—¡Pelea, baboso!
—¡N-no! ¡Estàs operado, no puedo golpeart...!
Otro puñetazo en la cara. Julio comenzó a taparse el rostro con las manos.
—¡Si te vuelves a acercar a mi novio! —gritaba, mientras propinaba màs golpes—. ¡Voy a molerte a golpes, cagada! ¡Nadie! —otro puñetazo—. ¡Le coquetea! —otro màs—. ¡A mi futuro esposo!
Y otro puñetazo.
Julio comenzó a tener una risa nerviosa. Miguel no parò de golpearlo. Entonces, la puerta se oyò resonar.
Miguel se detuvo en seco, y observó la puerta. Julio, con la sangre escurriéndole por la nariz, y con un ojo machucado, sonriò aliviado.
Volviò a sonar la puerta.
Y tras èl, la voz de Manuel.
—¿Hola? ¿Julio?
Miguel contrajo el ceño. Julio sonriò gustoso, al oìr la dulce voz de Manuel.
—Ay, Manu...
Susurrò Julio, y Miguel, murió de celos ante ello, y por última vez, le dio un fuerte puñetazo a Julio.
Este lanzó un fuerte jadeo.
—Escùchame, cagada... —dijo Miguel, tomando a Julio por el cuello de su camisa, y levantándolo, amenazante— Yo soy el futuro esposo de Manuel, ¿manyas? Yo me lo cojo. Yo lo beso, y solo yo le chupo el pito. Tù no se la chupas, yo sì. YO SÌ. Y me lo cojo, me lo requeté cojo, tù no. Cagada, vuelve a echarle el ojo a mi Manuel, y a la próxima le voy a dar mar a Bolivia, pero un puto mar de llanto con tus lloriqueos, ¿me entendiste? No te metas con mi hombre, conchudo.
Julio no respondió, algo aturdido por los golpes.
—¡¿Entendiste, huevòn?! —dijo Miguel, con aura amenazante.
—¡S-sì!
—Bien... ahora; abriràs esa puerta, y diràs a Manuel que te caìste en la cocina. Yo no te golpee, ¿vale? Me irè a dormir. Y ahora vete, cagada.
De golpe, soltò a Julio, con evidente rabia. Ràpido, se hizo el tonto, y caminò hacia la habitación. Se metió en la cama, y se hizo el dormido.
Julio quedó echado en la sala, herido, y esperando retomar fuerzas para erguirse.
La puerta volvió a sonar.
Al cabo de unos minutos, entonces Julio sintiò fuerzas mìnimas para erguirse. Tras ello, entonces abrió la puerta.
Manuel lanzó un jadeo sordo.
—Julio, ¿què weà? Estai' hecho mierda... ¿estai bien? ¿Te llevo al hospit...?
—Nah —dijo Julio, y un hilo de sangre le corrió por el labio. Alzò la mano, y se lo limpiò, restándole importancia—. Estoy bien oe'. Me siento fresco como una lechuga.
Manuel observó descolocado. Julio tenía incluso un ojo amoratado.
—Loco, ¿en serio? ¿Alguien te pegò? Es como si te hubiesen sacado la chucha.
—Nah, estoy bien, jeje —mintiò—. Me peguè yo mismo. Es BDSM, ¿lo conoces? Es rico pues.
Manuel lanzó una risa. Se disculpò al instante.
—Disculpa, es que... que raro. Nunca vi algo igual. No me reì de ti, me reì de... la situación.
—Yo soy raro, jaja. Me golpeo a mì mismo. Lo disfruto.
¿Què mierda estaba diciendo? Julio se sintiò avergonzado. Era la peor excusa que habìa inventado. Ante Manuel, estaba quedando como un autèntico enfermo de mierda.
—Ah, mira tù...
Con fuerza, Miguel comenzó a toser desde el cuarto. Julio observó asustado hacia la habitación.
Aquello, fue una forma de decir a Julio: ''apúrate, huevòn, o te vuelvo a pegar''.
Julio lo entendió.
—Este... tengo que irme, Manuel. Es tarde.
—Ah, claro... tranqui. Ve a tu casa. Muchas gracias, Julito. Te lo debo.
—Jaja, sì...
Julio se sonrojò, y rápido, volvió a limpiarse la sangre del labio. Saliò disparado hacia el ascensor, y subió hasta su piso.
Tras ello, Manuel cerrò la puerta. Ingresò en silencio al apartamento. Vio el uslero al lado de la estufa, y contrajo su expresión.
—¿Julio se estaba pegando con un uslero? Puta, el weòn pa' raro...
Despacio, se dirigió a la habitación de su amado. La luz estaba apagada. Caminò hacia la lámpara del velador, y la encendió. La imagen de Miguel dormido, entonces se extendió ante èl.
Manuel sonriò con ternura.
Despacio, le acariciò el rostro. Miguel, sin quererlo, sonriò.
Abriò los ojos. Ambos se observaron.
—Mi amor... —susurrò Miguel—. ¿Cuándo llegaste?
—Recièn... —le dijo—. Y... te traje esto.
Extendiò el objeto, que estaba envuelto en papel de regalo, y con una linda rosa. Miguel contrajo su expresión, y despacio, se irguió en la cama.
Observò curioso.
—Es para ti... —sonriò cansado—. Sè que estàs triste por lo de tu papà, y... y quise darte ànimos. Es mi primer regalo de cumpleaños para ti.
Miguel, ansioso, comenzó a abrirlo. Al paso de unos segundos, entonces el objeto quedó al descubierto. Cuando lo vio, quedó maravillado. Era su set de maquillaje.
—Ma-Manu... este es el regalo que yo...
—Sì... —le dijo—. Quise ir a buscarlo antes.
Miguel sonriò. Ladeò su cabeza hacia Manuel, y se observaron en silencio. Las làgrimas le cedieron.
—No llores... —le dijo Manuel, compasivo—. No llores, mi amor...
—¡Gracias!
Y rápido, se abrazò a Manuel. Llorò en silencio por unos instantes, y le besò el rostro a su amado.
—Perdòn por comportarme como un imbécil hoy, perdón... —dijo, arrepentido, y acariciando el rostro a Manuel—. Perdòn por decirte eso, Manu. Fui un imbécil, perdón, perdón...
—Ya, tranquilo... —musitò Manuel, sonriendo ante las cosquillas que, los besos de Miguel en su rostro, le generaban—. Està bien, mi amor.
—¡No, no está bien! Te hice sentir mal...
Hubo un silencio. Manuel sonriò con tristeza. Lanzò un leve suspiro.
—Sì, me hiciste sentir mal —confesò, melancòlico—. Tù, mejor que nadie, sabe cuànto me afectò la muerte de mi hijo. No seguì haciendo mi vida normal después de èl. Me dolió que dijeras eso, Miguel.
Miguel bajò la mirada, y guardò silencio. Suave, tomò las manos de Manuel, y las acaricio.
En torno a ellos, un aura melancólica se posò.
—Realmente lo siento... —dijo—. Lo que dije... no tiene perdón. Lo lamento.
Manuel sonriò.
—Està bien...
Alzò una mano, y suave, le limpiò las làgrimas a su amado. Miguel ladeò su rostro, y le besò las manos; se observaron por varios segundos.
Todo se sentía muy apacible.
—Te amo... —susurrò Miguel, sumido en los ojos de Manuel que, a su juicio, en aquel dìa estaban cargados de un aura muy triste—. Te amo mucho, mi Manu...
Manuel sonriò cansado, y asintió.
Hubo un profundo silencio.
—¿Pasa algo, amor? —preguntò, ante la triste expresión de su prometido.
Manuel contrajo las pupilas. Se reprochò internamente; estaba actuando de forma muy evidente.
—No, nada... —mintiò—. Estoy bien. Quizà solo cansado...
—¿Seguro?
Manuel asintió. Ràpido, le besò los labios a Miguel. Este lanzó un divertido jadeo, y cerrò sus ojos.
Se besaron en silencio.
—¿Por què no utilizas tu regalo? —le instò—. Quizà podrías practicar ahora...
Miguel sonriò, y abrió el set de maquillaje. Ante èl, se extendieron muchos tonos de sombras, delineadores, màscaras de pestañas, y labiales.
Quedò maravillado.
—¡Què bonito es! —exclamò, tan emocionado como un niño—. Los colores están preciosos...
Manuel sonriò con ternura. Le dio una leve caricia en el rostro a su amado.
—No son tan preciosos como tù, mi amor.
Miguel se sonrojò, y observó coqueto. Sintiò un leve cosquilleo en el estòmago.
—¿Puedo probarlos en ti? —preguntò, juntando sus manos, y suplicando a Manuel—. Por favor, amorcito... es que, quiero primero practicar en piel blanca. Y tù tienes la piel bien blanquita, eres como un hombrecito de vainilla. Siento que, si tù fuese un sabor de helado, serìas un sabor bien dulce y suavecito. Serìas mi sabor favorito. Yo siempre te elegiría.
Manuel sonriò con ternura, divertido por dicha referencia.
—Claro. Me verè divino, y suavecito.
Miguel sonriò entusiasmado.
(...)
Al paso de una hora, y cuando ya ambos cenaron, Manuel y Miguel, se sentaron en el living. Allì, Miguel terminaba de afinar los últimos detalles en Manuel.
—No abras los ojos, mi amor —le dijo, con el delineador líquido en las manos, y pasando despacio por encima del pàrpado de Manuel—. Esta parte es difícil.
—Tranqui, no me mover...
—¡No hables, amor! —le dijo, y Manuel sonriò nervioso—. Que esta parte es complicada. El delineado es lo màs difícil, pues...
Al paso de unos minutos, entonces Manuel quedó listo. Con los ojos cerrados, entonces esperò. A su lado, Miguel llegó con un espejo. Saltando de puntitas, entonces Miguel le dijo:
—¡Ya, abre los ojos!
Cuando Manuel abrió los ojos, de forma casi automática, lanzó un jadeo. El verse en el espejo, tan distinto, le tomò por sorpresa.
Y sonriò.
—¡Ooooh, què chucha! —dijo, agraciado—. ¡Me veo hermoso! Oh, amor —le empezó a dar un ataque de risa.
—¡¿De què te ries, huevòn?! Me haces sentir mal...
—No, no amor —volvió a mirarse en el espejo, y comenzó a posar—. No me rio en tono de burla, sino que... estoy sorprendido. Tienes talento, amor. De verdad, el cambio es... impresionante.
Miguel se sonrojò, y sonriò.
—Me veo preciosa —rio Manuel—. Soy una bella mariposa.
A Miguel le dio risa, y le pegò un puñetazo en el hombro a Manuel. Este se quejò, pero siguió riendo.
—Dèjame sacarte fotos —le dijo—. Asì, la próxima vez podrè ver mi avance. ¿Me dejas tomarte fotos con tu celular? —Manuel asintió, y le extendió el aparato.
Tras unos minutos, Manuel posò para la cámara. Ambos reìan agraciados, entre chistes, besos, y jueguitos infantiles.
Al paso de los minutos, entonces Miguel le extendió desmaquillante. Manuel cogió aquello, y con un algodón, comenzó a limpiarse. Luego fue al baño, y finalizó con jabón. Al regresar, ya tenía su rostro sin rastro alguno de maquillaje.
—¿Mañana puedo volver a maquillarte, mi dulce hombrecito de vainilla? —pidió Miguel, juntando sus manos, y suplicando a Manuel.
Manuel sonriò, y le dio un tierno beso en los labios.
—Claro, mi amor.
—Ah, pero... mañana tienes turno en la clínica, ¿no?
Manuel contrajo las pupilas, y torció los labios.
—N-no. Tengo libre algunos dìas... —mintió.
—¿Y eso?
—Decisión de gerencia.
Miguel observó extrañado. Manuel desviò la mirada.
—¡Y bueno! —irrumpió Manuel, algo inquieto—. Quizà sea momento de... de descansar. Deberìamos ir a...
—Quiero llamar a mi papà... —dijo Miguel entonces, suplicante—. Me prometiste que, cuando yo despertara... íbamos a llamar...
Manuel torció los labios, y asintió. Lanzò un profundo suspiro.
—Llamemos. Te acompaño.
Ambos tomaron haciendo en el sofà. Se acurrucaron ante la estufa encendida, y se taparon con un grueso cobertor. Mientras Miguel llamaba por teléfono, Manuel, por detrás, revisaba la herida a Miguel, cerciorándose de que todo estaba en orden.
—¿Te duele la herida? —preguntò Manuel, mientras la llamada seguía sonando en altavoz.
—No... casi nada —contestò Miguel—. Pucha, papà... contesta, por favor.
—¿Has sentido molestia? Si te duele, debes decirme. Tengo analgésicos.
—No, amor. No duele nada. Tienes manos de àngel. No siento casi nada. —la llamada volvió a cortarse. Miguel lanzó un quejido, frustrado. Volviò a marcar.
—No te duele porque, intentè hacer la abertura muy pequeña. El coàgulo que tenìas no era grande, pero era peligroso. Me alegra saber que no duele nada. —Manuel volvió a poner el vendaje en la zona, y luego, besò la cabeza a Miguel. Lo abrazò por detrás, y quedaron como un par de gatitos acurrucados que, en pleno invierno, se consuelan en el calor corporal del otro.
—Mi papà no contesta, Manu... —musitò Miguel, con la voz algo rota—. No contesta, tengo miedo... no quiero que se muera...
Miguel volvió a ser vulnerable entonces. Manuel le abrazò.
—Tranquilo... —le dijo—. Volveremos a intentar mañana.
—¿Y si mañana no contesta?
Manuel suspirò. Hubo un silencio.
—Entonces iremos a Brasil —le dijo, y Miguel se sorprendiò—. Pero no ahora, Miguel. Serà al menos dentro de una semana. Siento, de verdad, ser tan hostigoso con esto, pero tengo que cuidarte. Un viaje en avión, es peligroso para ti ahora.
Miguel asintió. Con una sonrisa triste, acercò sus labios a los de Manuel, y los besò con suavidad.
Ante la luz, y el calor de la estufa, ambos se besaron por largos minutos. Miguel de pronto, sintiò deseo sexual. Coqueto, entonces susurrò:
—Oye, chilenito de vainilla...
—¿Mh?
Miguel sonriò, y se sonrojò. Despacio, alzò un dedo, y comenzó a acariciar los labios de Manuel. Los volvió a besar.
—Tù, que tienes manos de àngel... no los tienes solo para operar. ¿Què tal si, con tus manos de àngel, también me haces llegar al cielo en un orgasmo?
Manuel sonriò. Por un instante no entendió. Se sintiò weòn.
—Ah, que baboso eres —dijo Miguel, molesto—. Intentè ponerme poètico, y la cagas. ¿Còmo no vas a entender?
—Pucha, amor; disculpa...
—Que me cojas; que me metas el pene. Asi tengo que ser, ¿no? Ahì si me entiendes.
Manuel estallò en risa. Miguel mirò serio.
—¿Què te ries, mongólico?
—Te amo, jajaja.
Se besaron de nuevo. Miguel comenzó a reìr ahora.
—Agradezco tu petición, mi dulce peruanito de canela, pero esta vez, creo que paso de largo.
—¿Què? —Miguel sintiò aquello como un terrible desaire—. ¿Còmo que no quieres coger?
—No es que no quiera... —dijo Manuel—. Es que... no debemos.
—Ah, ya no jodas, Manuel. Si nos encanta coger. Te lo hago rico; admìtelo.
—Riquìsimo —contestò Manuel—, peeero, ¿què pasa si, en un movimiento brusco, y por la presión sanguínea, la herida te sangra? No Miguel. Al menos, por tres dìas màs, debemos aguantarnos.
—Ah ya, basta, Manu. ¿Tù te aguantas tres dìas? Porque yo no. Terminarè metiéndome un pepino en el orto de las puras ganas.
Manuel volvió a estallar en risa.
—Ni un pepino. Un grifo, con esa pinga que te traes, un grifo recién le hace el tamaño.
—¡Ay, Miguel, no po!
Volviò a estallar en risa. Miguel también comenzó a reìr.
Ambos, eran un dùo dinàmico de puro drama-sexo y humor.
—No puedo, amor. De verdad, muero de ganas, pero debo ser responsable contigo.
—Pero hagámoslo suavecito, aunque sea...
—¿Suavecito? —disparò Manuel—. Amor, esa ni tù te la creì. Siempre decì, ''ay Manu, suavecito'', y a los cinco minutos estai ''aaaayy que rico, dale, màs fuerte, màs fuerte, daleee, màs durooo''.
Miguel le golpeò con un puñetazo. Manuel se echò a reìr.
—No es mi culpa que se sienta rico.
—Despuès, no sè si estamos haciendo el amor, o estoy exorcizando a alguien debajo mio. Me dan ganas de lanzarte un rosario.
—Oe', ya te estàs pasando, baboso —le advirtió Miguel.
Manuel siguió riendo. Miguel, enojado, se puso a reìr hacia sus adentros. Muchas veces, las bromas pesadas de Manuel les daba risa, pero no podía admitirlo, por orgullo.
—Prometo que en tres dìas màs, cogemos con hartas ganas —le dijo Manuel, y le besò los labios. Miguel, finalmente asintió, y recibió el beso—. Ademàs... ahora debo meterme a la laptop. Tengo algo que hacer.
—¿Trabajo de la clínica? —preguntò Miguel, y Manuel, se mordió el labio inferior.
—Mh, sì... —mintiò—. Tengo trabajo, y... debo avanzar.
—Bien... —dijo Miguel—. No hay problema.
—Pero me quedarè acà, en la mesa del living.
—Ajà —respondiò—. Voy a acompañarte; no quiero dejarte solito. Me quedarè acà en el sofà. Me voy a acurrucar con el cobertor, y me quedarè revisando el Facebook. Hay buenos memes.
Manuel sonriò, y asintió. Le besò tiernamente los labios a Miguel, y se alzò del sofà. Se encaminò a la habitación, busco la laptop, y se preparò un tè. Al rato, volvió al living. En la mesa, entonces prendió el aparato, y se quedó estàtico en su sitio.
Miguel por su parte, se enroló en el cobertor. Divertido, comenzó a revisar memes en internet.
Y ambos, compartiendo el mismo espacio, pero cada uno ocupado en sus asuntos, se quedaron asì por mucho tiempo.
Y, al paso de dos horas, en donde Manuel ingresò a múltiples portales de trabajo en línea, buscando empleo, y compartiendo su currìculum, entonces se sintiò cansado, y bostezó.
Cuando los ojos le ardieron, de tanto postularse a otros empleos, entonces cerrò la laptop. Cansado, se acariciò el entrecejo, se retirò los anteojos, y cerrò los ojos. En silencio, hizo una pequeña oración, suplicando a Dios, que le ayudase a encontrar otro empleo, rápido.
Realmente lo necesitaba.
A los pocos segundos, se irguió de la silla. En silencio, caminò hacia el sofà, y con expresión tierna, pudo ver como Miguel, acurrucado en el cobertor y frente a la estufa encendida, dormía plácidamente, con el celular en su mano.
Manuel acortò distancia hacia èl, y se agachò a su altura. Le quitò el celular, y le besò la frente. Lo observó por unos instantes, con una expresión enamorada. En un movimiento suave, tomò a su prometido en brazos. Miguel se removió un poco, y siguió durmiendo. Manuel lo alzò, y se lo llevò a la habitación.
Mañana, sería otro dìa para ambos.
(...)
Dos dìas pasaron desde aquello. Una tarde entonces, cuando Manuel y Miguel miraban la película ''El camino hacia el dorado'', sintieron el timbre del apartamento sonar. Ambos se observaron.
—¿Esperas a alguien? —dijo Manuel, echándose una porción de papas fritas a la boca.
—No, ¿y tù? —contestò Miguel, echándose un sorbo de Inca Kola.
—Tampoco.
—Quizà Eva sì —dijo Miguel, sonriendo sugerente. Eva, que estaba entre ellos, observó ofendida—. Seguro la viene a buscar el novio. Ea, coquetona.
Comenzaron a reìr. Eva, ofendida, los ignorò.
—¿Serà Julio? —dijo entonces Manuel, y Miguel puso una expresión sombrìa—. Como es tu vecino... quizá vino para...
—Que no se le ocurra venir —disparò tajante Miguel—. Si viene, le voy a sacar la chucha; ya sabe ya.
Volviò a sonar el timbre. Manuel lanzó un suspiro.
—Pucha, ¿quièn webea? Està re buena la película po.
—Voy a abrir yo...
—No, tranqui; voy yo. Mira la película, de ahì me decì' què pasa.
—Bueno, pero no tardes. Te espero acà, papito rico, gggrrr —Miguel extendió su brazo, y le apretò la entrepierna a Manuel. Este sonriò avergonzado.
El timbre volvió a sonar. Manuel se levantò.
—¡Ya voy! —gritò.
Se puso las pantuflas, y rápido, se encaminò a la puerta. El timbre volvió a sonar, y Manuel entonces, abriò.
Cuando quedó al descubierto el otro lado de la puerta. Manuel cambió su expresión de pronto.
Era Martìn. Ambos se observaron. Hubo un silencio incòmodo.
—Hola —saludò seco Martìn, y Manuel, pestañeò descolocado.
—Ho-hola, Martu... —''Martu''; es asì, como solìa decirle antes, en los años de universidad.
Ambos se observaron con evidente incomodidad. Manuel entonces, hablò:
—Entra, por fa.
—No, tranqui. Es rápido. Me voy, y yo...
—Por favor, entra.
—No quiero molestarte —disparò tajante—. Sè que mi presencia te molesta. Estàs seguramente con Miguel, y... los interrumpì. Vine solamente a...
—Martìn, por favor...
Hubo un silencio. Manuel, con expresión suplicante, observó a Martìn.
Martìn agachò la mirada.
Martìn, era vulnerable ante Manuel, como Manuel, era vulnerable ante Miguel.
—Martìn...
—Estoy enojado con vos.
—Discùlpame, por favor.
Martìn torció los labios. Siguiò con la mirada agachada.
—Fui sumamente aweonao —dijo Manuel—. Ese dìa... fue un dìa de mierda. Y-yo... me descarguè contigo.
—Siempre te descargas conmigo.
—Lo sè, y por eso...
—Que nunca demuestre mis putas emociones, no quiere decir que tengas el derecho de ser un hijo de puta conmigo.
Hubo otro silencio. Manuel asintió. Martìn sintiò un nudo en la garganta.
Manuel sonriò triste, y despacio, avanzò hacia Martìn.
Lo abrazò.
—Discùlpame, hermano...
Martìn, que era un manojo de emociones, pero que, por fuera parecía tan frìo, asintió en silencio. Las làgrimas le cedieron solas, pero no emitió ruido alguno.
—Sos un forro de mierda.
—Lo sè. Merezco que me saques la chucha.
—Voy a hacerlo, te juro que sì.
Y comenzaron a reìr. Se separaron. Martìn se limpiò las làgrimas, avergonzado.
—¿Ahora vas a pasar? —preguntò Manuel; Martìn asintió.
Ya dentro del apartamento, entonces Martìn tomò asiento. Manuel le acompañò. Desde la habitación, se oían las risotadas de Miguel. Seguramente, la película estaba en una parte muy còmica.
—Mi visita es ràpida —anunciò—. Te traigo buenas noticias.
Manuel observó, inquieto.
—Los dos dìas que no estuviste en la clínica, fueron suficientes para que, el pelotudo del gerente, se diese cuenta de que, como ya te lo dije, vos sos el cerebro en urgencias.
—¿Què?
—Tomà —dijo Martìn, y de su bolsillo, sacò una carta; la extendió a Manuel. Este comenzó a leerla en silencio—. En dos dìas, urgencias funcionò como la mierda, Manuel. Tuvieron tres complicaciones en pabellón. Tuvieron que derivar pacientes. No dieron abasto. Los casos críticos no fueron atendidos. Tuvieron màs perdidas de las usuales. El libro de reclamos se llenò. El gerente, se dio cuenta que faltas vos. Vos sos el puto genio ahì, no el doctor Gutierrez, y... bueno, el doctor Barraza hace lo que puede.
Manuel, mientras leìa la carta, sintiò su pecho llenarse de paz. Y, aunque en la carta decía, que volvía a ser contratado, lamentablemente, aquella contratación, iba también con un castigo impuesto.
Ahora tenía muchas menos horas laborales a su cargo. Lo contrataban, pero por menos horas. Y menos horas, quería decir menos sueldo.
Lo contrataban a medias. Un castigo del gerente, seguramente, por no ceder a su chantaje sexual.
—Me quitaron casi diez horas laborales —suspirò, resignado—. Es mucho menos sueldo, pero... supongo que es algo al menos.
Martìn torció los labios, y asintió.
—Es mejor que nada, Manu.
—Mh, sì; supongo.
—Lo importante es que, el pelotudo del gerente, sabe que vos sos el que tiene las riendas ahì. Vos sos quien tiene el poder, Manu. Déjate eso en la cabeza. Y, aparte... mirà el lado positivo. Tenès màs horas libres. Podès disfrutar con Miguel.
Hubo un profundo silencio. Martìn le dio unas palmadas en la espalda, como signo de apoyo.
—Mañana mismo tenès turno. En la tarde. —Manuel asintiò—. Bueno, te dije que mi visita era corta. Ya me tengo que ir...
—¿Tan rápido?
Martìn asintió.
—Tengo hora, che. Hay pacientes por atender.
Ambos se despidieron con un abrazo. Caminaron hacia la salida.
—Salúdame a Miguel de mi parte.
Ambos sonrieron. Martìn se alejò, y Manuel, entonces volvió a la habitación con Miguel. Esa tarde, la película quedó a medias. Lo que iniciò, en un principio, como un inocente juego de cosquillas entre ambos, terminò al final, en un fogoso intercambio de besos.
Aquella tarde, ambos volvieron a hacer el amor.
(...)
El otro dìa, entonces llegó. El calendario, en aquella fecha, marcaba entonces el 24 de julio. Manuel, se vestía para volver a la clínica, en sus horas laborales. Miguel, en el living, volvía a llamar a su padre por enésima vez en la semana, recibiendo, de nuevo, la voz del buzòn en la llamada.
Lanzò un quejido frustrado, y lanzó lejos el celular.
—De nuevo no contesta... —jadeò, sobrepasado—. Estoy harto, Manu... de verdad, ya no sè què hacer...
Manuel, que estaba ya vestido para partir hacia el trabajo, se acercò a èl, y lo abrazò.
—Cuando llegue del turno, hablaremos. Podrìamos comprar pasajes para la semana que viene.
Miguel, con expresión triste, asintió. Manuel le tomò de la barbilla, y le besò los labios. Miguel suspirò.
—Tengo que irme.
—¿Què quieres cenar hoy? —preguntò entonces Miguel—. Para esperarte con algo rico...
Manuel sonriò, y coqueto, susurrò:
—A ti, gggrrr... —le abrazò por la cintura, y le besò el cuello; Miguel comenzó a reìr.
—¡Ya, huevòn! ¡Si ayer me comiste a mì!
—Es que eres un postre, que siempre me quiero repetir.
Comenzaron a reìr, y a juguetear divertidos. El reloj de mano, sonò. Manuel supo entonces, que ya estaba en la hora.
—Ahora sì, me voy.
—No has respondido a mi pregunta —dijo entonces Miguel.
—Un lomito salteado, què rico —respondió Manuel, relamiéndose los labios—, y de postre... tù.
Miguel se sonrojò, y sonriò sugerente.
—Ya, pero si me dejas maquillarte hoy también.
—Todos los dìas que quieras, mi bello peruanito de canela.
Miguel sonriò, y se puso tan rojo como un tomate. Manuel le tomò por la cintura, y le besò la mejilla. Miguel se sintiò de pronto, muy amado por su prometido. Se despidieron con un tierno besito en los labios, y Manuel, tomò su bolso.
—Nos vemos en la noche. Te amo, bonito.
—Chau, mi chilenito de vainilla. Nos vemos; te amo.
Y salió del apartamento. Tras ello, Miguel lanzó un gritito ahogado. Se abrazò a sì mismo, y canturreando, se dejó caer en el sofà.
Suspirò enamorado.
Joder, ¿còmo se podía están tan jodidamente enamorado de alguien? Manuel era... perfecto. Joder, ¡era perfecto!
Era detallista, amoroso, un buen novio, paciente, tierno, inteligente, apuesto, sexy, amable, se dejaba maquillar, le consentía en todo, lo trataba con la punta de un pètalo, le aguantaba sus putos caprichos, le consolaba en los malos momentos...
¡Y tenía un gran corazón! Un gran corazón de veintitrés centímetros...
Miguel sonriò.
—Mi Manu... —musitò, cerrando los ojos. Maripositas imaginarias comenzaron a revolotear a su alrededor. Se sintiò en una bella ensoñaciòn—. Recièn se fue... y ya lo extraño.
Comenzò a canturrear. Despacio, se levantò, y le cepillò el pelaje a Eva. Luego, agarrò su celular; volviò a llamar a su papà.
—Papito, por favor... —suplicò, sosteniendo el aparato, y sintiendo como cada ruido en la interferencia, era una tortura lenta para èl—. Por favor, por favor; contéstame...
La llamada se cortò. Miguel se llevò ambas manos a la cabeza.
Sintiò un nudo en la garganta.
Se sintiò culpable.
Èl, en la última interacción con su padre, le había deseado la muerte. Le habìa dicho que lo odiaba, que lo detestaba, y que deseaba con toda su alma, que su vida se extinguiese.
Miguel se sintiò una reverenda mierda.
—E-es mi culpa, papito... —musitò, con la voz algo rota—. En su última llamada, èl... me dijo hijo. Me estaba suplicando ayuda, y yo...
Los ojos se le pusieron llorosos.
—Ay, papito...
Lanzò un débil sollozo. Eva, que estaba recién cepillada a su lado, observó melancólica. Despacio, se acurrucò al lado de Miguel, y comenzó a ronronear.
Consuelo felino.
—No quiero llorar en presencia de Manu... —sollozò Miguel— pero me da mucha pena, E-Eva... no quiero que mi papito se muera. Y-yo... le dije cosas feas, pero es porque estaba enojado. ¡No quiero que se muera! M-mi papito, mi papito lindo...
Miguel siguió sollozando por varios minutos. Eva, que observaba con expresión triste, le acariciaba con las patas, intentando consolarlo.
La tarde, pasó triste para Miguel. Entre llamadas cortadas, el dolor, la incertidumbre, y la culpa de no saber el estado de su padre, Miguel supo entonces, que probablemente, su padre ya habìa muerto.
Miguel ahora... estaba solo en este mundo.
Ya no tenía una familia.
Cuando el reloj en la sala, marcò entonces las seis de la tarde, Miguel se sentó frente a la estufa. Melancòlico, se arrullò en el calor del cobertor. Eva, a su lado, le ronroneaba. Miguel tomò su pequeño álbum familiar. Tenìa tan solo tres fotografías.
Tres fotografías; esa era su historia familiar. Nada màs.
—Yo me parezco mucho a mi mamà... —susurrò, volviendo a llorar.
En la fotografía, èl, de dos años, aparecía abrazado a su madre. Una mujer de cabello castaño, y llamativos ojos azules. Tenìa una bonita piel canela, igual a la de Miguel.
Miguel dio vuelta la página. La segunda fotografía se extendió ante èl.
Miguel sintiò un profundo dolor en su pecho.
Una fotografía de èl siendo un niño, su mamà, y su papà.
Sonriò. Una làgrima le surcò la mejilla.
—¿Por què no nos quedamos asì? —susurrò—. Si mi mamita no se habrìa suicidado, y si mi papà... me hubiese amado un poco... solo un poquitito...
Volviò a llorar. Eva se le acercò, y le lamiò el rostro; Miguel sintiò su lengûita carrasposa.
Miguel volvió a sentirse un niño pequeño; nostàlgico, vulnerable, y deseando la protección de sus padres.
Amaba a Manuel, sì... pero no lo amaba de manera fraternal. Lo amaba de forma romántica, lo deseaba sexualmente, y lo miraba con otros ojos.
Esa parte vacìa en su corazón, que pertenecía a la familia, estaba vacìa. Y le dolía.
—Mi papito... —susurrò, dando vuelta la otra página, y mostrándose ante èl, una fotografía de èl cuando niño, junto a su padre.
En la fotografía, tanto èl como su padre, tenìan una expresión sombrìa. Esa fotografía, habìa sido tomada el dìa del funeral de su madre.
Què triste...
—Papito... —sollozò entonces, dándose cuenta que, al final de cuentas, de aquel diminuto álbum familiar, solo èl quedaba con vida—. Me duele mucho...
Y por largos minutos, Miguel sollozò. Cuando rendido, se dejó caer en el sofà, y ante el calor de la estufa, comenzó a quedarse dormido.
Cuando entonces Miguel, estuvo al borde del sueño, un golpe en la puerta, resonò.
Miguel alzò la cabeza, curioso. Observò a Eva.
—¿Q-què hora es, Eva? —La gata removió sus bigotes—. Son las... seis y treinta. Manuel no deberìa llegar aùn a casa, y aparte... èl tiene llave del apartamento. Manu tiene turno hasta las nueve.
La puerta volvió a resonar. Un enèrgico golpe la sacudió.
Miguel observó curioso.
—¿Y si es...? —se detuvo, frunció el entrecejo—. ¡¿Julio?! ¡Le dije a ese baboso que no lo quería ver acà, nunca màs! Creo que vino a buscar la segunda dosis de golpes...
La puerta volvió a sonar. Miguel lanzó un quejido, frustrado.
—¡Agh, ya voy! —gritò, furioso—. No sè quién chucha molesta. No estoy de humor para nadie. Estoy apenas acà... con los ojos todos hinchados por mi papito, y todavía webean. A la única persona que aguanto, es a mi Manu. Si es otro huevòn, lo echo a patadas.
Se alzò, se cubrió con el cobertor, y despacio, avanzò a la puerta.
Volvieron a sonar varios golpes.
—¡Ya voy, dije!
Se quejò, y despacio, girò la perilla. La puerta volvió a sonar.
—Oe', ¡¿quièn trae tanta plata?! Ya te dije que esper...
Miguel quedó de piedra.
Y, cuando la puerta se abrió, y ante èl quedó al descubierto la identidad de quién golpeaba, Miguel sintiò que su alma abandonò el cuerpo.
Hubo un profundo silencio.
—Buenas noches, hijo...
Miguel no reaccionò.
Era su padre.
Y, tras èl, había tres personas màs.
Rebeca, la esposa de su padre. En brazos de la mujer, Brunito, el hermano menor de Miguel. Y, al fondo, escuchando mùsica con audífonos, y sin prestar atención a la situación, estaba Luciano, su hermanastro.
Miguel entonces, se encontró con su familia.
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