La semilla en la discordia

Cuando Manuel delineò aquella última palabra, Miguel se quedó de piedra. Con las làgrimas aùn surcàndole por el rostro, abrió los labios, y no fue capaz de hilar nada en su cabeza.

Todo ello era demasiado sorpresivo.

¿Què había dicho Manuel?

¿Acaso... le estaba pidiendo matrimonio?

¡¿EN SERIO?!

—¿Q-què? N-no entiendo, y-yo...

De la conmoción, se echò de rodillas al suelo, cayendo a la misma altura de su amado sobre la arena. Manuel lo tomò, angustiado, pensando que se trataba de un desmayo.

Pero no; Miguel estaba màs consciente que nunca, solamente que, ahora se hallaba muy perplejo.

Y no era para menos. Una pedida de mano no ocurrìa todos los dìas.

Manuel sonriò.

—A-amor, ¿te sientes bien?

Aùn perplejo, Miguel asintió, con los labios separados.

Hubo un profundo silencio entre ambos. Miguel, que miraba pasmado al rostro de Manuel, no decía palabra alguna. Manuel, por otro lado, sonrojado y algo nervioso, se rascò la nuca.

Y dijo, avergonzado:

—Y-yo... este anillo es... lo que llamamos en Chile ''una ilusiòn'' —dijo, sacando la reluciente argolla de la cajita, y tomàndola entre sus dedos—. Yo... no sè si acà en Perù se haga, pero... pero en Chile sì. ''Las ilusiones'', son dos anillos, que usa una pareja, cuando quieren ya formalizar su relación, a miras de contraer matrimonio algún dìa. Este anillo, no es un anillo de compromiso, porque... bueno, hoy cumplimos tres meses. ¡Yo quería comprarte un anillo de compromiso! Pero... pensè que a ti te parecería, quizá, demasiado pronto. Digamos que... ''las ilusiones'', son dos argollas que se usan previamente al anillo de compromiso. Yo las comprè porque... yo sì quiero casarme contigo, Miguel. Yo sì me veo compartiendo mi vida contigo. E-es por eso que... comprè estas argollas, y sè que es pronto, pero... quiero saber si tù en un futuro te casarìas conmig...

—Si quiero.

Dijo Miguel en un susurro, y Manuel, observó descolocado. Hubo otro silencio entre ambos. Solo el suave oleaje del mar se oyò en el fondo.

Miguel, con expresión contrariada, volvió entonces a susurrar:

—S-sì quiero —Torciò los labios, sintiendo que de nuevo tenía ganas de llorar—. Si quiero, si quiero, Manuel; yo sì quiero... casarme contigo. Sì quiero.

Y esta vez fue Manuel, quien se quedó de piedra. Abriò los labios, y sus verdes ojos, brillaron entonces a la luz de la luna. Pequeñas làgrimas le revistieron.

No podía creerlo.

—¿Po-por què lloras, sonso? Di-dije que sì, que si quier...

Y rompió en llanto.

Miguel torció los labios, y se aguantò el llanto por un instante.

Pero no pudo.

Y ambos lloraron, como dos niños pequeños.

—No llores, mi amor, no llores... —dijo Manuel, entre sollozos.

—¡T-tù no llores, baboso! Deja de llorar tù primero.

Y cuando ambos pudieron estabilizar su conmoción interna, se observaron en silencio.

Y sin mediar palabra alguna, acercaron sus rostros, y se besaron los labios.

Se recostaron entonces en la arena, y siguieron besándose.

Ambos comenzaron a reír en medio de dicho acto.

—¿Eso es un sì, entonces? —musitò Manuel, a escasos centímetros del rostro de Miguel.

Miguel, que observaba con unos ojos azules inundados en ensoñación, entonces asintió.

—Sì... —susurrò—. Si quiero ser tu esposo, mi amor.

Manuel sintió que el pecho le brincò con fuerza. Y ante la luz de la luna, y la suave melodía del mar, ambos volvieron a besarse.

—Entonces, con esta ilusión... —dijo, tomando la reluciente argolla, y posàndole suavemente en el dedo anular, de la mano derecha en Miguel—. Expreso mi compromiso contigo, Miguel. De encaminar esta relación, a miras de un matrimonio, de vivir mi vida a tu lado, y de morir con tu recuerdo. Con esta ilusión, me declaro tuyo, mi amor. Tuyo, y solo tuyo.

Cuando Miguel sintió el suave tacto de la mano de Manuel, sobre su piel, y el tierno brillo de aquella hermosa argolla en su dedo, sintió que el corazón se le inundaba de fuego.

Y no pudo creer el importante paso que daba junto a Manuel.

Y de nuevo, se puso a llorar.

—Dis-disculpa por llorar tanto... soy un lloròn, un niño lloròn...

Manuel sonriò enternecido, y lo abrazò con suavidad. Miguel se aferrò a èl con fuerza, y se quedaron asì por varios minutos.

Miguel, entre medio de sus làgrimas, alzò suavemente su mano a contraluz de la luna, y con admiración, vio como la argolla de su dedo, resplandecía con fuerza.

Y aquello, le hizo sentir màs feliz que nunca.

—Te amo, te amo tanto, Manu... te amo muchísimo, mi amor... —sollozò en el pecho de su amado, y Manuel, sonriò.

Se separaron apenas un poco, y se besaron los labios. Manuel hundió su mano en el bolsillo, y de allí, sacò otra argolla idéntica a la de Miguel.

Miguel sonriò enternecido.

—Desde hoy... —susurrò, tomando la argolla, y con suavidad, posando esta en el dedo anular de Manuel; este sonriò ante ello—. Eres mi prometido. Ambos somos prometidos.

Manuel asintió.

Miguel se quedó observando por varios segundos la mano a Manuel. Despacio, entrelazó sus dedos a los de su amado, y con gran admiración, observó que ambos llevaban las argollas.

Sonriò.

—Po-por un momento... pensè que me dirías no. Casi me da un infarto.

Revelò Manuel, y Miguel, se echò a reìr.

—¡¿Por què eres tan dramático, sonso? —le tomò de la chaqueta, y lo atrajo hacia èl. Le beso los labios con un movimiento brusco; Manuel se sonrojò—. ¿Còmo voy a decirte que no?

—N-no sè po... tenìa un poquito de miedo —confesò—. Es que... amor, yo te amo, pero erì' jodidamente impredecible...

—¡Ya! Si tampoco soy tan malo, ¿o sì?

Manuel se echò a reìr, y le tomò por la cintura. Le volvió a besar los labios. Se observaron en silencio.

Miguel entonces, musitò despacio:

—Entonces... ¿si quieres formas una familia conmigo?

Manuel asintió, y Miguel desviò la mirada, avergonzado.

—Claro que sì, mi amor... —le dijo—. Tù, yo, y Eva. ¡Seremos una bonita familia! Quizà... podríamos buscar una pareja para Eva, también. ¿Vivirìamos en el Callao, o en tu apartamento? Bueno, yo sè que...

—No, en el Callao no, por fa... —dijo Miguel, suplicante—. Mira, yo sè que amas el Callao, y eso, pero... Manuel, de vivir en Miraflores, al Callao, para mì sería muy... dràstico.

Manuel se cruzò de brazos, le observó con una sonrisa a medias, y alzò una ceja.

Miguel sonriò nervioso, por la reacción que Manuel pudiese tener, pues èl amaba el Callao, y seguramente, el prejuicio que Miguel aùn tenía respecto de aquel lugar, molestarìa a Manuel.

Pero en lugar de regañarlo, solo comenzó a reir.

—Tranqui, ya sè... —suspirò—. Me he puesto en tal escenario. Y... pensè en este momento. Sè que no te gustaría vivir en el Callao —Miguel suspirò también, aliviado—. Yyy, no voy a juzgarte por eso; está bien, no hay mucho que hacer...

Hubo un silencio. Miguel sonriò expectante.

—¿E-entonces?

—Supongo que... viviremos juntos en tu apartamento, ¿no? —dijo Manuel, y Miguel sonriò apenado—. Despuès de todo... pasó la mayor parte del tiempo contigo allí. Son pocos los dìas que paso en el Callao, y...

—Manu... —susurrò Miguel de forma tìmida, con una expresión avergonzada. Manuel parò en seco, y observó atento.

—¿Què pasa, amor?

Miguel agachó la mirada, y fue evidente, que algo le inquietaba. Manuel le observó con preocupación. Hubo otro silencio.

—Yo... me da vergüenza decirlo, pero... no quiero vivir en ese apartamento...

Manuel observó descolocado.

—¿Por qué no, mi amor? ¿Qué pasa con el apartamento? ¿Crees que es un lugar muy pequeño para los tres? Yo creo que es adecuado, pero si crees que es pequeño, entonces deberíamos...

—Los recuerdos... —musitó Miguel, y Manuel no comprendió—. Los recuerdos que tengo de ese apartamento... son horribles. No quiero comenzar mi vida de cero contigo, en un lugar que alberga tanto dolor para mí. Sí, quiero que vivamos juntos, pero en otro sitio. En ese lugar, fue en donde... pasaron muchos hombres, y muchas malas experiencias. Contigo, mi amor, quiero formar nuevos recuerdos, y ese sitio no... no es para nosotros. No quiero que lo tomes a mal, pero... no quiero ese sitio; no para formar nuestra familia. Eres para mí algo demasiado hermoso, como para mancharte con los recuerdos de ese sitio...

Al entonar aquellas palabras, Miguel experimentó un pequeño quiebre en su voz. Manuel observó con tristeza. Hubo un silencio, y Manuel, entonces se aferró a Miguel, en un tierno abrazo.

—Está bien... —le susurró, acariciándole el cabello—. Haremos lo que tú quieras, mi amor. Y, sí ese apartamento no te hace sentir en paz, entonces buscaremos otro lugar, ¿dale?

Miguel asintió entre lágrimas; sonrió con tristeza.

—Gracias por entender... —dijo, y Manuel, con un movimiento suave, le secó las lágrimas—. E-entonces... —carraspeó su garganta—. ¿Debería vender ese apartamento, y comprar otro? Me darán un buen dineral por él, después de todo... el edificio es muy pituco, y está bien ubicado. Con el dinero del apartamento, nos alcanzará otro buen apartam...

Manuel negó con la cabeza.

—No, no, no... —dijo, y Miguel le observó, descolocado.

—¿No? Pero, el dinero que obtendré por la venta, será mucha, y...

—No gastes el dinero de tu apartamento, Miguel.

—Pero amor, necesitamos dinero para comprar otro, y...

—Escucha... —le dijo Manuel, y Miguel observó atento—. ¿Quieres vender tu apartamento? —Miguel asintió—, perfecto, hazlo, pero ese dinero, guárdalo para ti. Ocúpalo en tus cosas. De hecho, guárdalo para costear tus materiales en la carrera universitaria que elijas.

—Pero, Manu... ¿cómo compraremos otro entonces? No tenemos...

Manuel sonrió, y le besó la frente.

—Roma no se construyó en un día... —susurró—. Eso lo veremos luego. Tranquilo, pronto solucionaremos eso. Ahora, solo preocúpate de ti. Lo que es tuyo, déjatelo para ti. Necesitas ese dinero.

Miguel asintió, aún algo confuso, no entendiendo muy bien las palabras de Manuel. Prefirió no seguir discutiendo aquello, y cambió entonces radicalmente el tema.

—Manu, y... respecto de la boda, ¿dónde nos casaremos? —Manuel sonrió con tristeza—. Digo... ni acá en Perú, ni en Chile, el matrimonio para nosotros es legal...

Hubo un profundo silencio. Ambos agacharon la mirada.

—Sí, lo sé... —musitó Manuel—. Claro que pensé en eso.

—¿Entonces?

—Nuestro matrimonio, Miguel, no será ahora en el corto plazo, eso lo sabes, ¿verdad? —Miguel asintió—. Te juro que, de haber sido legal aquí, mañana mismo me habría casado contigo, pero...

—Pero este es un puto país retrogrado —alcanzó Miguel, con rabia—. Amo mi país, pero... odio lo conservador que es. Odio que siempre se quede atrás en esto. Pareciera que estamos en la puta edad media. Solo falta que nos apliquen tortura... ¡Agh, me caga!

—Tranquilo, amor...

—Es que me da rabia, Manu. Me da rabia. Anda y pregúntale al peruano promedio, qué es lo que opina de nosotros. Nos dirán putos enfermos, desviados, y un sinfín de mierdas. Esto me... me jode. Me caga. Hasta la religión meten, como si Jesús nos hubiese discriminado en su tiempo. Ese causa nos habría apoyado, ¿manyas? Jesús era bien hippie. Agh, algunos religiosos cagan todo, Manu...

Miguel lanzó un suspiro cargado de frustración. Manuel alzó sus brazos, y le frotó los hombros, con suavidad. Hubo otro silencio.

—En Chile... —dijo entonces Manuel— hace cuatro años es legal la unión entre homosexuales —precisó—. Muchas parejas se han unido, y tienen protección legal.

Miguel sonrió admirado.

—¡¿Allá es legal el matrimonio homosexual?!

—Emh, no —dijo, y Miguel observó descolocado—, no es matrimonio, precisamente. Más bien, se llama ''convivencia civil''. Las parejas homosexuales pueden unirse legalmente, como convivientes civiles. De dicha unión, se derivan derechos y obligaciones legales...

—O sea, un matrimonio —concluyó Miguel, y Manuel rio divertido.

—Bueno, es un matrimonio en pocos términos —dijo—, pero la clase conservadora de Chile, se negó a darle dicho nombre. El ''matrimonio es sagrado'', dicen, y que por tanto, solo es entre un hombre y una mujer; de todas maneras, nos han dado lo mismo que un matrimonio, pero con otro nombre. Allá en Chile es legal, tú y yo, podríamos oficializar nuestra unión ante la ley, y seríamos convivientes civiles legalmente. Muchas parejas celebrar esa unión igual que un matrimonio.

Al oír aquello, Miguel sintió su pecho brincar de la emoción, y admirado, observó con atención a Manuel.

Cuando pequeño, Miguel solía sentir cierto rencor hacia Chile —y los chilenos, por causa de la ya tan conocida historia que les unía—, hasta el día en que conoció a Manuel. Sin embargo, había algo de ellos que le admiraba, y decía relación, con lo liberales que eran.

Su país era más liberal que las políticas conservadoras del Perú, y si algo lo hallaban injusto, o les pasaba a llevar, sin dudar alzaban la voz, y se levantaban para luchar por lo que les parecía justo, incluso si debía costear difíciles luchas para eso.

A Perú, definitivamente le hacía falta la misma rebeldía, libertad y transformación que Chile, en esos aspectos. La pasividad de Perú, era la raíz de la problemática que les aquejaba.

Ojalá Perú algún día, fuese un lugar mejor para las mujeres, para los homosexuales, y para demás población de riesgo.

—¿Y... bueno? —dijo entonces Manuel, sacando a Miguel de sus pensamientos—. Allá en Chile es legal esa unión entre homosexuales, y allá, podríamos unirnos por la ley, pero... eso significa que, tendríamos que irnos a vivir a Chile, y yo no sé si tú quisieras...

—¡Sí! —exclamó sin titubeos—. ¡Sí quiero!

Manuel observó perplejo.

—¿C-cómo? ¿Tú de verdad?

—¡Sí! —Miguel asintió—. Y-yo... yo quiero irme contigo, a dónde sea, Manu. Mientras sea a tu lado, cualquier lugar me parece lindo. Acá en Perú... no tengo a nadie. No tengo razones para quedarme, y si tú te vas a Chile... yo te seguiré.

Manuel sonrió, y le abrazó con muchísima fuerza.

Se quedaron en silencio por unos instantes.

—Debemos manejar esto con calma, ¿sí? —musitó Manuel, y Miguel asintió—. Haremos todo esto, pero todo será con calma. Incluso... probablemente acá en Perú, sea legal muy pronto la unión entre nosotros, ¿te imaginas? No nos aceleremos. Lo importante, es que ambos somos conscientes de que queremos casarnos, Miguel. Hagamos esto con calma, ¿sí? —Miguel asintió, con un fuerte brillo en sus azules ojos—. Por ahora... concentrémonos en formar nuestra pequeña familia; el primer paso es...

—Comprar otro apartamento.

Manuel sonrió.

—Claro, sí... —susurró en respuesta— pero... eso ya lo veremos también.

—Yo creo que debemos conversarlo ahora, porque...

—Sssshh —susurró Manuel, y le posó los dedos sobre los labios—. Luego lo hablamos.

—Pero Manu —insistió, sintiéndose emocionado por todos los planes futuros junto a su prometido—. Nuestra casita tiene que ser grande, y linda, para tener muchos gatos, ¿y por qué no? Muchos cuyos, y... una piscina. Algo que sea lindo, y...

Manuel comenzó a reír.

—Oe', ¿qué te ríes, baboso?

—Amo verte feliz —dijo Manuel, y Miguel, sonrojó.

Y hubo otro silencio.

—¿Sabes qué más? Celebremos la luna de miel por adelantado —dijo Miguel, y a zancadas, atravesó por la arena, caminando hacia el vehículo, y sacando su bolso; Manuel le observó curioso.

—¿Qué traes ahí? —le dijo.

Miguel sonrió, y despacio, alzó una pequeña botella por sobre su cabeza.

Era el lubricante.

Manuel se sonrojó.

—¿Acaso no te acuerdas en la mañana, cuando dijiste que trajera esto? —le recordó, acercándose a él, abrazándolo, y besándole el cuello—. Pues bueno... aquí está. Y... ¿sabes? Este ambiente; la playa, la oscuridad, el sonido del mar, la luz de la luna...

Manuel sonrió emocionado. Miguel le lamió el lóbulo de la oreja, y en un jadeo sexy, susurró:

—Me pone jodidamente caliente.

Listo.

Aquello fue suficiente, para que entonces Manuel le tomara con voracidad. Con un movimiento fuerte, entonces se aferró a la cintura de Miguel, y con hambre, le besó los labios, tornándos de inmediato en un aura sexual y ardiente.

Miguel sonrió triunfante.

—Al vehículo —ordenó.

—¿Ma-Martín no se enojará que nosotros dos, en su carro...? —quiso Miguel decir.

—Me vale pico ese weón, vamos a tirar.

(...)

Entre besos y risas traviesas, entonces se metieron al interior del vehículo. En la parte trasera, Manuel extendió los asientos, y cerraron los vidrios. Apagaron las luces, y tan solo la pasional luz de luna, alumbró aquel encuentro.

Sin esperar más tiempo, y sin mediar más acciones, entonces Manuel se quitó la ropa. Miguel observó emocionado, e imitó su accionar.

Y, cuando Miguel quedó descubierto de la parte de abajo, Manuel abrió la boca.

Y quedó sorprendido.

—E-eso que llevai' puesto...

Miguel sonrió excitado; amaba ver la cara de huevón que Manuel llevaba por causa de ello.

Sí; llevaba puesto el portaligas. El mismo que llevó la primera ocasión en que intentaron intimar, y no pudieron.

Se le veía jodidamente sexy, y Miguel, sabía que Manuel caería redondito a sus pies por ello.

—¿Te gusta? —canturreó, lamiéndose el dedo índice.

Manuel resopló excitado.

—Venga para acá, guachito rico —le dijo, y Miguel comenzó a reír—. Mijito rico, te pasai...

De un movimiento, se aferró a la cintura de Miguel, y con cierta brusquedad, lo atrajo hacia sí mismo. Miguel, quedó sentado en las piernas de Manuel, y en aquella posición, comenzaron a besarse.

Manuel, más extasiado que nunca, entonces bajó sus manos al trasero de su prometido, y allí, comenzó a tocar sin vergüenza alguna, dando apretones, nalgadas, y masajes con evidente lujuria.

Miguel sintió estremecerse, cuando se percató entonces, de que Manuel era menos cortés con él.

—Tamare, qué rico...

Pensó extasiado, cuando comenzó a experimentar, la faceta más ruda de Manuel en medio del sexo. Porque sí; aquello es lo que quería. Despertar la voracidad sexual de Manuel.

No podía negar el hecho de que amaba hacer el amor con él, entre caricias, movimientos suaves, y miradas de ternura, pero... ¡Manuel era un papacito muy rico, como para perderse la faceta ruda de él en el sexo!

Y al conseguirlo, Miguel sonrió triunfante.

—Mío... —jadeó Manuel, dando pequeñas mordidas en el cuello de Miguel, y dejando marcas en el trayecto.

—S-sí, tuyo... —gimió Miguel, complacido.

Y entre mordidas, gemidos, y apretones, pronto ambos sintieron la necesidad de consumar el acto carnal.

Y pronto, el lubricante fundió la entrada de Miguel, y con ello, el pene de Manuel se posó en aquel lugar.

Miguel gimió, ansioso.

Y una estocada profunda le sorprendió.

Lanzó un fuerte jadeo, y sin tacto, le mordió el hombro a Manuel, callando su voz en él. Manuel sonrió excitado, y con fuerza, abrazó entonces la cintura a Miguel.

Y con fuerza, y movimientos rápidos, comenzó a penetrar.

A Miguel entonces, le temblaron las piernas. Los gemidos no cesaron desde sus labios.

Y así, ambos se extendieron a lo largo de la noche. En distintas posiciones, en el vaivén de distintas velocidades e intensidades, entre un candente juego de miradas cómplices, suspiros, tacto brusco, y besos hambrientos.

De deseo mutuo, haciendo chocar la intensidad de dos signos ascendentes que, siendo por una parte uno fuego —aries—, y el otro agua —escorpio—, provocó finalmente lo cálido y efusivo del vapor sexual.

Cuando ambos sintieron que entonces llegaban a la cúspide, y se retorcían en la fusión máxima de placer, sellaron un fuerte gemido entre sus labios. Y a Miguel, entonces le mojó el vientre su propio fluido. Manuel siguió penetrando por un par de segundos más, hasta que entonces, se corrió en el interior de Miguel.

Ambos se quedaron en aquella misma posición por varios segundos, con la respiración agitada, y el cuerpo sudoroso. Cuando se separaron levemente, se observaron con expresión cansada, y sonrieron. Se besaron los labios con ternura, y Manuel, entonces sacó su miembro desde el interior.

De inmediato, cogió una prenda, y la posicionó bajo Miguel, para evitar ensuciar el vehículo. Luego tomó una toalla de papel, y se la alcanzó a Miguel. Este comenzó a limpiarse el vientre.

—¿No cayó semen por ahí? —dijo Manuel, poniéndose nuevamente su ropa, y observando con preocupación, el suelo del vehículo—. Si Martín se entera que cogimos acá, me va a matar.

—No creo, amor —le restó importancia Miguel—. Fuimos cuidadosos. No creo que tengamos tanta mala suerte...

—Eso espero... —suspiró Manuel—. O va a matarme.

Miguel entonces terminó de limpiarse. Echó lo que estaba manchado, en una bolsa de papel, y la guardó en su propio bolso. Cogió su ropa, y terminó de cambiarse.

Pasado aquello, ambos se observaron, y comenzaron a reír.

—Oye, que rico te ves cuando... cuando te pones así, bravo —le dijo, acercándose a Manuel, y acostándose en su pecho—. Para la próxima sácame la chucha; yo te doy permiso...

Manuel se echó a reír, cansado.

—¿Estás cansadito? —le dijo Miguel, y Manuel asintió.

—¿Descansemos un poquito? —le dijo, echando un bostezo—. Ya mañana, temprano, volvamos a Lima. Tengo turno en la clínica a eso del mediodía.

Miguel asintió.

—Bueno mi amor, descansemos —se alzó un poco, y le besó los labios a Manuel; este le correspondió, complacido—. Buenas noches, futuro esposito; te amo infinito.

Manuel sonrió.

—Y yo a ti, mi peruanito lindo. Más que a mi propia vida.

Y en medio de aquella silenciosa playa, después de hacer el amor, y oficializar un futuro matrimonio, ambos cedieron ante el sueño.

A la mañana siguiente, entonces ambos retornaron.

Y cuando Miguel, recostado en el asiento del copiloto, y con una gruesa manta acurrucándole el cuerpo, abrió los ojos somnoliento, observó ante él, viendo a Manuel despierto, y conduciendo por la autopista de regreso a Lima.

Sonrió despacio, más dormido que despierto.

A lo lejos, solo oyó la canción ''Bad'', de Michael Jackson sonar desde el equipo, y a Manuel cantarla por lo bajo.

El reloj digital del vehículo, marcó para esa hora, las 6:00 am.

Miguel entonces, volvió a dormirse. Cuando despertó, a las horas siguientes, para aquel momento, ya estaba en la cama de su apartamento.

Y Manuel, ya había partido a la clínica.

(...)

—Tenés una cara de orto, que, en cualquier momento, te sale un sorete por la boca, boludo.

Aquella fue la amigable manera, en que Martín saludo a su mejor amigo, aquella tarde en la clínica.

Manuel sonrió cansado.

—Te traje tu vehículo, sano y salvo —le dijo, sacando desde el bolsillo de su bata blanca, las llaves del carro—. Gracias, Martín.

Martín tomó la llave, y asintió, tomando un sorbo de su café.

—¿Cómo les fue? —preguntó, y Manuel bostezó.

—Bien, bien... —respondió Manuel, sonriendo—. Fuimos por ahí... algo tranquilo.

—Supongo que no hicieron nada... indebido —dijo Martín, alzando las cejas de forma sugerente—. Me refiero a... en mi vehículo. Me vale mierda si lo hicieron en la autopista, pero mi vehículo...

—Ah, no hicimos nada, weón pesao —le respondió, pegándole en el hombro.

Martín observó en silencio, dudoso. Desvió la mirada, hasta que entonces, miró la argolla en el dedo anular de Manuel.

Escupió el café.

—¡Ché! ¡¿Y eso?! —exclamó—. ¿Un anillo?

—Ah... —musitó Manuel, extendiendo su mano, y observándose el anillo en la mano derecha—. Son ilusiones. Ayer yo y Miguel, formalizamos nuestra relación, en miras de un futuro matrimonio.

Martín, en aquel momento habría querido decir un sonoro: ''aaaawww'', pero, como él no era muy sentimental, en lugar de eso, dijo a Manuel:

—Qué felicidad, pelotudo. De lo feliz que estoy, te chuparía la pija, hasta dejarte los huevos arrugados como higos.

Manuel escupió también el café que bebía. Y de la risa, se le cayeron los anteojos al suelo.

Ambos comenzaron a reír, como auténticos pelotudos.

—Puta el weón maricón —rio—. Para tu weá, hermano. No homo.

—No homo —repitió Martín, entre risas.

Al paso de los minutos, entonces Manuel se retiró a su despacho, y Martín, con dirección a su vehículo.

Cuando bajó al subterráneo, vio entonces su vehículo estacionado. Emocionado, tomó las llaves, y activó la alarma. Cuando abrió la puerta del vehículo, abrió la guantera, buscando su vasito de mate. Cuando lo encontró, entonces lo retiró, y en el trayecto, cuando deslizó de casualidad su mano, por el borde del asiento trasero, sintió una sensación húmeda y viscosa, mojarle la mano.

Martín dio un fuerte brinco, y se golpeó la cabeza en el techo del vehículo.

Cuando se observó la mano, entonces se quedó de piedra.

Era un fluido blanco.

A Martín le tembló un ojo.

Y, con un movimiento muy despacio, y dudando con toda su alma de lo que haría, acercó su nariz al fluido en su mano, y olió.

Era semen.

—¡¡La reconcha de la re mil puta traga sable, Manuel hijo de cien mil camiones rellenos de cien generaciones de putas!! —gritó iracundo y asqueado, saliendo del vehículo, y volteándose en círculos—. ¡¡La re concha de su madre, noooo!!

En el mismo estacionamiento, entonces un carro se detuvo. De él, bajó Julio, y preocupado, se acercó a Martín, que vociferaba con un terrible sentimiento de desdicha.

—Oe', Martín, ¿todo bien, colega? ¿Pasa alg...?

Y Martín, asqueado a más no poder, y si pensar en lo que hacía, se volteó hacia Julio, y se limpió la mano en la camisa de este.

Julio observó descolocado, y perplejo, bajó la mirada hacia el pecho de su camisa.

Y ahora Julio, tenía el semen en él.

A Julio entonces, le tembló un ojo.

—¡¡¡Hijo de la re mil putas, Manuel!!! ¡¡¡Chileno forro de mierda!!! —gritaba, iracundo.

Y entre sus gritos de ira, Julio aún se miraba el pecho de la camisa, inexpresivo.

Martín entonces, cogió su celular, y marcó a Manuel.

—¡Vení ahora, pelotudo y la re concha de tu madre! ¡¿Qué?! ¡Me vale tres mil hectáreas de poronga que tengas a una paciente! ¡Vení ahora, chileno puto!

Y colgó, enojadísimo.

Julio le observó, descolocado.

—Es semen —le dijo a Julio, sin observarle—. Semen de Manuel.

Al oír aquello, Julio contrajo las pupilas.

—Disculpá, Julito. Ni culpa tenías. Tomá —le dijo, extendiéndole un pañuelo—. Limpiate esa mierda. Disculpá, en serio.

Julio cogió el pañuelo, y se quedó quieto, experimentando ahora, un leve sonrojo en sus mejillas.

—De Manuel... —se dijo hacia sus adentros—. Es de Manuel, el semen, de Manuel...

—¡¿Qué esperás, pelotudo?! —le gritó a Julio—. ¡Límpiate el semen de Manuel! ¡¿Querés quedar preñado de un chileno, o qué?! ¡Mirá que, si te preñas de Manuel, vas a desatar la segunda guerra del pacífico, pelotudo! Porque Miguel te va a buscar por cielo, tierra y... —Martín se calló, y sonrió despacio—. Por cielo y tierra no más, y... te va a reventar las pelotas, Julito.

Julio sonrió despacio. Y Martín, le observó descolocado.

Y es que, a Julito, Manuel le comenzaba a provocar cierta atracción. Desde aquel día, en que Manuel le insultó y amenazó, en la noche de la fiesta, Julito había sufrido una especie de flechazo y, cada vez que interactuaba ahora con Manuel en la clínica, amaba oír sus insultos hacia su persona.

Era masoquista Julito; ni cómo negarlo.

—Sos extraño, Julio —le dijo—. Sos extraño, boludo.

Y en eso, entonces llegó Manuel.

—¿Qué onda? ¿Por qué tanto show, weón? ¿Qué pas...?

—Vos sos un forro de mierda, Manuel —le dijo—. Pelutodo, hijo de la remil puta, cogiste con Miguel en mi vehículo.

Manuel torció los labios, y negó con la cabeza.

—¿Q-qué? N-no weón, nada que ver, yo...

—¡¡Toqué tu leche, pelotudo!! —gritó—. ¡¡Mirá al pobre Julito, tiene tu leche en la camisa!! —Apuntó a Julio, que observaba con una sonrisa tonta. Cuando Manuel se volteó a mirarlo, Julio contrajo las cejas, y rápido, se echó a caminar lejos; Manuel miró extrañado.

—¿Qué chucha el Julio? —dijo Manuel, riendo.

—Me vale poronga Julio —respondió—. ¡Lo que me importa es mi vehículo, pelotudo! Te lo presté para transportarte, no para que le llenes de leche el culo a Miguel, hijo de puta. Me dejaste el auto pasado a raja, a orto, a culo. ¡Sos un sorete, pelotudo! ¡Toqué todo tu moco! Agh...

—Ya, weón, sí —terminó confesando—. Pucha, sí... lo hicimos ahí, pero te juro que fuimos cuidadosos, y...

—¿Sabes qué? Cerrá el hocico, chileno forro, me tenés las pelotas llenas.

Manuel bajó la mirada, y asintió.

—Me tenés que chupar el pito como mínimo por un año, pelotudo, pero como sé que Miguel es más celoso que mi vieja, no quiero tu hocico cerca de mi preciada pija. —Martín sacó la llave de su bolsillo, y se la lanzó con rabia a Manuel—. Tenés media hora para limpiar mi vehículo, y lo quiero con olor a girasoles, ¿entendés? Si después de media hora, bajo acá, y todavía tiene olor a pija y culo, te juro Manuel, por los pibes caídos en Malvinas, que te meto el puño por el orto, y te lo saco por los ojos.

Aquellas palabras eran las de un Martín enojado, pero Manuel, se reía hacia sus adentros.

Los insultos argentinos le daban mucha risa, y peor si eran de Martín.

—Sí, tranqui... —respondió en un jadeo, conteniendo una carcajada.

—Sos un pelotudo, Manuel, sos un pelotudo...

Y entre reclamos, Martín se alejó.

Y Manuel, estalló en risa. En silencio, entonces comenzó a limpiar el vehículo.

Martín era un exagerado... el vehículo estaba limpio. Solamente, se le había escapado ese poco de semen, y...

Y ni Miguel olía a culo, y ni él olía a pija.

Blasfemias.

(...)

Cinco dìas después, cuando el calendario marcaba 18 de julio, Miguel se encontraba en el sofà de su apartamento, tomando su desayuno, y con la laptop en sus muslos. A su lado, Eva se limpiaba el pelaje con su carrasposa lengua, y ronroneaba a gusto.

En el transcurso de esa mañana, y con Manuel teniendo turno en la clínica, Miguel entonces comenzó la búsqueda de dos importantes asuntos por internet: 1. Su carrera universitaria, y 2. Su regalo de cumpleaños.

En diez dias màs, Miguel cumplía veinticuatro años, y Manuel, le habìa permitido elegir un regalo por internet.

Miguel estaba optando por un set de maquillaje. Ùltimamente, sentía una gran atracción hacia el mundo del make up, y el poder aprender màs profesionalmente acerca de ello, le llamaba enormemente la atención.

Quizà era hora, de poder invertir en su primer buen set de maquillaje, para poder poner ello en práctica, y el poder aprender nuevos estilos. Las reglas eran; un maquillaje de marca, no dañino a la piel, y libre de maltrato animal. Aquellos eran un poco caros... pero valían la pena. ¡De todas maneras, ese era su regalo de cumpleaños! Manuel iba a pagarlo... y bueno, no todos los dìas se cumplen años. Miguel estaba decidido a aprender màs a fondo sobre ello.

Y claro, Manuel era el principal candidato, para utilizar en la práctica. Quedarìa hermosísimo...

Mientras Miguel bajaba por la página web, entonces oyò resonar su celular. Curioso, ladeò su mirada, tomò el celular, y contestò.

—Mi amor, ¿què pasa?

—Amor —contestò Manuel, al otro lado de la lìnea—. Pucha... ¿te puedo molestar un poquito?

Miguel mordió un pedazo de su sándwich, y con la boca llena, dijo:

—¿Quej pajò?

—Es que... en tu apartamento se me quedó algo super importante. Y... lo necesito para ahora. Es una carpeta azul, se me quedó encima de la mesa. Es una carpeta con documentos confidenciales de la clínica.

Miguel alzò una ceja.

—¿Confidencial? —inquiriò—. Ya... eso suena a secreto.

—Es secreto —rio nervioso Manuel—. No podì... verlo, ¿ya? Es privado...

Miguel guardò silencio.

—Mh, ya —respondiò—. ¿Quieres que te lo lleve?

—Sì, mi amor, por favor; si no es mucha molestia...

—Dale, te lo llevo ahora —respondió, y se alzò del sofà—. Llego en unos veinte minutos.

—Gracias, amor. ¿Interrumpì algo? Perdòn...

—No, tranqui. Estaba revisando mi regalo de cumpleaños, jeje —respondiò—, pero ya elegí cuál. De ahì te cuento. Me voy ahora, te amo.

—Y yo a ti. Ven con cuidado.

Y se despidieron.

Miguel se cambió en pocos minutos, y antes de salir, cogió la carpeta azul sobre la mesa. ''Es confidencial'', recordó entonces. Y, no haciendo caso a la advertencia de su prometido, abrió la carpeta, y de curioso, comenzó a revisar.

—¿De la clínica? —inquirió, dándose cuenta, de que aquellos documentos y papeleos, no tenìan que ver con la clínica, o con la salud. Màs bien, eran documentos de un banco, y Miguel, no comprendía mucho de aquellas cosas—. Bueno... no entiendo ni jota —dijo—. Ya mejor se los llevo.

Dejò comida y agua a Eva antes de salir, y ya en el pasillo del edificio, tomò el ascensor. Cuando llegó la máquina, entonces ingresò en silencio, con la mirada hundida en la pantalla de su celular.

Cuando entró, la puerta del ascensor cerrò. Cuando Miguel entonces alzò la mirada, se dio cuenta de otro hombre en el interior.

Le observó, y sonriò.

—Oe', ¿Ju-Julio? —dijo, descolocado.

Julio, que vivía en el mismo edificio que Miguel, observó con sorpresa.

—Oh... —musitò—. ¿Miguel, cierto? Hola; què... sorpresa.

—¿Vives acà? —Julio asintiò—. Primera vez que nos encontramos. Què sorpresa.

Ambos rieron.

—Oye... ¿vas a la clínica? —le preguntò, percatándose de que Julio, llevaba puesta su ropa de trabajo—. Yo igual voy para allá, voy a ver a Manuel.

Al oìr aquello, Julio sonriò con torpeza. Se sonrojò.

—Ah... sì; voy para allá.

Hubo otro silencio.

—¿Còmo te llevas con Manuel? —preguntò Miguel—. Desde la noche de la fiesta, me quedè pensando en eso. Se supone que tù trabajas en... oe', ¿en què trabajas?

—Soy de la sección de laboratorio —mencionò—. Soy el encargado de la toma de muestras, y constantemente estoy trabajando de cerca con el personal médico.

Miguel observó admirado.

—Ah ya, entonces, trabajas de cerca con Manuel —Julio asintió, nervioso—. ¿Y cómo lo han hecho? Aùn lo odias, ¿o no? Con esa huevada de que es chileno, y que los odias, y que no te gustan... aparte que me coqueteaste en la jeta de Manuel esa noche, o sea, te pasas, Julito; te pasas. De pura suerte, mi prometido no te rompió el hocico, ah...

—Me encantarìa que me rompiera el hocico... —susurrò.

—¿Còmo? —inquirió Miguel, no escuchando con claridad—. No te oì.

—N-no, nada —respondiò—. Disculpa por coquetearte esa noche, estaba borracho. Ademàs, solo fue para joderlo. No me gustas, ¿vale? Estàs feo.

—¿Què te pasa, huevòn? Feo estàs tù —le respondió, ofendido—. Aparte no tienes mar.

Miguel comenzó a reìr, y Julio sonriò, aunque ofendido, también divertido.

—Me gusta tu novio... —volvió a susurrar.

—¿Còmo? —volvió a decir Miguel—. Oye, habla bien, baboso. No te entiendo. Habla fuerte. ¿por què los bolivianos hablan tan bajito?

Julio no comprendiò, que jugaba, muy peligrosamente, con fuego. Si Miguel llegaba a oìrlo, le rompìa el hocico de una patada, seguramente.

Jamàs se metan con el flaco de un peruano o peruana, causas.

—Jaja, no nada —respondiò—. Te decía que ahora nos llevamos normal. No hay rencor, pero me sigue pareciendo un asco, porque es chileno.

Miguel rodò los ojos, y ante ellos, las puertas del ascensor se abrieron, y dejaron a la vista el primer piso del edificio.

—Te llevo a la clínica —ofreció Julio, sonriente—. Aprovechemos el viaje.

(...)

Cuando Miguel llegó entonces a la clínica, tanto como èl, como Julio, fueron cada uno por su lado.

Miguel subió por el ascensor, y cuando llegó al tercer piso, en donde se hallaba la consulta de Manuel, vio en la sala de espera a unos cuàntos pacientes.

Miguel, con la carpeta azul entre manos, observó tìmido. Tomò asiento a un costado, y allí, esperò tranquilo. Observò la puerta de la consulta, con el letrero y el nombre de su prometido; inflò el pecho, sintiéndose orgulloso de èl.

A su lado, una señora le observó. Miguel entonces, le hablò:

—Disculpe... ¿sabe si el doctor está con algún paciente en la consulta?

La señora asintió.

—Està con una joven.

—Gracias.

Y tuvieron que pasar, alrededor de unos quince minutos, cuando entonces la paciente, salió del despacho. Tras ella, salió Manuel, tan característico con su presentación de médico.

La camisa carmìn, la corbata negra, la bata blanca, los pantalones negros y ajustados, y los anteojos en su rostro.

Miguel se sonrojò, y sonriò admirado.

Se observaron.

Y Manuel sonriò también. Quiso abrazar y besar a su prometido, pero en lugar de ello, guardò calma —por la presencia de sus pacientes—, y con voz calmada, dijo:

—¿Miguel Prado?

—Soy yo, doctor —respondió Miguel, alzándose de la silla.

—Pase, por favor.

Miguel rio hacia sus adentros, y con prisa, entró en la consulta. Algunos pacientes observaron. Tras ello, Manuel cerrò la puerta.

Y ambos, quedaron en el interior.

—Uy, doctorcito... —susurrò Miguel, volteándose sobre sì mismo, y abrazando a Manuel por el cuello—. Què rico que está...

Manuel se sonrojò, y sonriò agraciado.

—Gracias, señor paciente —contestò, y le besò los labios—. Ahora... —dijo, carraspeando su garganta—. ¿Trajo la carpeta?

Miguel asintió, y Manuel, extendió su brazo para alcanzar el objeto. Miguel se alejò despacio, y desvió la carpeta.

Manuel se quedó mirando curioso.

—Amor... —sonriò—. Necesito la carpeta...

—No —dijo Miguel, y frunció el entrecejo—. ¿Por què tanto misterio, huevòn? Hace dìas te veo extraño. Estàs... misterioso. ¡No me gusta el misterio, Manu! ¿Què me escondes? ¿Me estàs siendo infiel?

Manuel lanzó un bufido.

—¿Còmo te voy a ser infiel? Miguel, por favor...

—Ah, ¿y por què no podrías serlo?

Celos; de nuevo.

—Ya, ya... —Suave, le quitò la carpeta de las manos, y la dejó sobre su escritorio. Miguel, entre reclamos, fue entonces tomado por Manuel. Pronto, le besò los labios, y Miguel, se quedó sumido en sì mismo. Lanzò un suspiro enamorado, y sonriò como tonto—. No reclamì' tanto po, amor... estàs muy histèrico últimamente. Te van a salir arrugas asì.

Miguel sonriò, con el rostro inundado en un carmìn.

—Oe', huevòn... ¿te puedo decir algo ''confidencial''?

Manuel sonriò despacio, y alzò una ceja.

—Sì, sì... ¿què pasó?

Miguel sonriò avergonzado.

—Es que... nunca te lo he dicho, pero... cuando te veo asì —Alzò su mano, y tirò suavemente de la corbata a Manuel. Le acomodò los anteojos por sobre su nariz—. Con tu ropa de médico, y... con anteojos, y con la bata blanca, y ese pantalón... me pones ardiente.

Manuel se sonrojò de inmediato.

—Esa vez... cuando por primera vez te vi acà, asì... te quería coger, huevòn. De hecho, hasta intenté seducirte, pero... ¡pero no caíste, baboso! Tenìa tanta rabia...

De forma lenta, Miguel, con expresión seductora, fue acorralando a Manuel. Despacio, ambos fueron retrocediendo, hasta que entonces, Manuel cayó sentado en la silla de su escritorio. Observò nervioso.

—Mi-Migue... —balbuceò, sonrojado—. A-afuera hay pacientes, no creo que...

—Ssssh, calla, huevòn —dijo, mordiéndose el labio—. Me excita verte asì vestido. Tengo un fetiche con esta parte tuya, yo...

—Pero Miguel, alguien podría entr...

—¡Ah! Todo cagas, Manuel; todo cagas. Puto chileno.

Dijo con rabia. Manuel sonriò asustado. Miguel se volteò, y puso el seguro a la puerta. De inmediato, volvió donde Manuel.

—¿Ahì sì? —espetò, molesto.

Manuel asintió, aùn asustado.

De inmediato, Miguel se echò de rodillas al suelo. Manuel observó descolocado, y con el calor carmìn aùn inundando en su rostro, abrió sus labios, sorprendido.

Miguel se re lamiò los labios, y con una expresión sugerente en su mirar, alzò sus manos, y tomò la correa en el pantalón de Manuel.

Manuel entonces, quedó gèlido.

—¿Q-què vai' a hacer, Migue?

Y Miguel, desabrochò el pantalón a Manuel. Ràpido, quedó la erecciòn a la vista, por debajo del bóxer.

Manuel se llevò ambas manos a la cara, comprendiendo lo que Miguel, entonces iba a hacer.

—A-ay, no; Mi-Migue... no e-es el lugar para ha-hacerlo, afuera tengo a pacientes, y...

Y de forma inesperada, Miguel bajò el bóxer, dejando el pene desnudo de Manuel ante èl.

Y sì, estaba erecto.

Y rápido, se lo echò a la boca.

Comenzò a chupar.

—¡Conchetum-¡ Aaa-aaahhh...

Gimiò profundamente, y rápido, se llevo ambas manos a la boca, perplejo.

Sintiò entonces de pronto, voces fuera de su consulta. Asustado, tomò a Miguel, y lo arrastrò por debajo de su escritorio, escondiéndolo.

Y por debajo del escritorio, y sin verse por fuera de este, Miguel comenzó a hacer sexo oral a Manuel, en la consulta médica.

Miguel entonces, ya màs acostumbrado al tamaño de Manuel, hundió casi por completo el miembro en su boca. Succionando despacio, deslizò su lengua por la cabeza del miembro, masturbàndolo despacio.

Manuel, que tenía el rostro màs sonrojado que nunca, gemìa despacio, intentando contener su profunda voz en la garganta.

Se sentía culpable. La consulta médica, no era un lugar como para hacer algo como eso, pero tampoco, podía negar el hecho, de que lo que Miguel le hacìa, se sentía jodidamente exquisito.

Echò la cabeza hacia atrás, y comenzó entonces a respirar con dificultad. Miguel, que lamìa su pene con gran ahincò, sonriò con malicia.

Manuel bajò su mano, y con cierta rudeza, tomò entonces el cabello a Miguel, y lo jalò. Comenzò a mover su pelvis con movimientos lentos y profundos, penetrando en la boca a Miguel.

Miguel sintió que se ahogaba, pero aguantò con satisfacción.

Se sintió orgulloso de sus propios dotes.

De pronto, se oyò la puerta abrir.

Manuel lanzó un jadeo, asustado, y deslizò la silla màs hacia dentro de su escritorio.

Miguel sintió que la punta del miembro le tocò la garganta, y se ahogò.

Entonces Manuel, apoyò sus codos sobre su escritorio, y haciéndose el tonto, sonriò a la nueva presencia en su despacho.

Miguel se maldijo internamente, por verse interrumpido en su hazaña.

Y... chucha; habìa puesto mal el seguro. Se maldijo nuevamente por ello.

Bueno... un error lo cometìa cualquiera.

—E-eh... Ju-Julio... —musitò Manuel, rascándose la nuca, y limpiándose el sudor de la frente—. ¿A-a... a què se debe tu repentina v-visita?

Julio, que venìa con unos documentos en la mano, observó curioso. Cerrò la puerta, y alzò la mirada a Manuel, que tenía una expresión perpleja.

Estaba actuando raro...

—Eh... doctor Manuel. Ya han llegado los exámenes de la biopsia, y se los venìa a entregar.

Manuel, que tenía los labios apretados, asintió rápido.

Miguel, por debajo del escritorio, frunció el entrecejo. Se enojò, y sintiéndose como un pequeño diablillo, sonriò pìcaro, y volvió a hundir el pene de Manuel, dentro de su boca.

Manuel gimiò.

Y Julio, observó congelado.

—A-ah, Julito, disculpa, e-es que... —Miguel volvió a chupar; Manuel comenzó a toser—. E-es que... me siento un poco... aaaahhhh —gimiò—. ¡Conchetum-¡ A-ah... Es, que....

Bajò su mano, e intentò alejar la boca de Miguel de su pene, pero Miguel, hizo fuerzas, y lo volvió a hundir.

—Y-yo... conchetumar-aaaahhh... weòn, digo, enfermo. Jaja.

Julio observó con cara de orto dicha situación. Y con los gemidos de Manuel ante su presencia, no pudo evitar sonrojarse.

Joder; que ardiente se veìa...

¿Y si Manuel se estaba insinuando a èl? ¿Y si ello era una invitación a serle infiel a Miguel? Julio comenzó a fantasear, observando atònito, la ardiente expresión de Manuel.

Hubo un silencio, y Manuel, aguanto los gemidos en su garganta. Miguel, por debajo del escritorio, siguió chupando, sin importarle la presencia de Julio.

—Bu-bueno, doctor... —siguió Julio, sonrojado—. Y... llegó la tomografía que ordenó. Se la... enviremos por el sistema. Los exámenes de orina están disponibles para...

Manuel volvió a gemir. Julio mirò descolocado.

—¡S-sì! Los exámenes, sì, los exà-me... aaahhh... nes. Sì, jaja.

Julio torció los labios.

—¿Me estàs tomando el pelo, chileno de mierda?

Manuel torció los labios, reteniendo otro gemido. Miguel sonriò divertido, con el pene de Manuel entre sus labios.

—S-sì, digo, no... ¡No! ¡¿Còmo crees?! Yo no podría, aaaahh...

Julio entonces, explotò.

—¡Deja de joderme, huevòn! ¡Me estàs obligando a chuparte el pito!

Tanto Manuel como Miguel, quedaron perplejos. Julio se sonrojò, y torció los labios, sorprendido por lo que había dicho.

Miguel se tornò furioso, pero supo, que no podía salir por debajo de la mesa. Y, en lugar de descargarse con Julio, que estaba allí, se descargò con Manuel.

Y con brusquedad, volvió a hundir el pene de Manuel en sus labios, y con velocidad, y un dejo de ira, comenzó a masturbarlo, y a chupar.

Manuel entonces, no aguantò.

—¡AAAH, CONCHETUM...! Julio, por la chucha, sì, s.... aaahhh, ándate, por fa, Y-yo mismo irè a... irè a retirar las weàs, las WEAAAASSS, CONCHETUMAREEE. Àndate, porffff...

Julio observó con vergüenza, y con enojo, lanzó las hojas en el escritorio a Manuel, y se retirò indignado. Al salir, dio un potente portazo.

Y Manuel y Miguel, quedaron de nuevo a solas.

Manuel entonces, dijo con ira:

—¡Te pas-pasaste, Miguel! —jadeò, alzándose un poco hacia atrás, y observando a Miguel entre sus piernas, que sonreía con malicia—. ¡Esto no te lo voy a perdonar!

Y con brusquedad, tomò de la nuca a Miguel. Se alzò de la silla, y con movimientos profundos, comenzó a penetrar en la boca a su amado.

Miguel, feliz de conseguir aquello, se ahogaba con el pene de Manuel en su boca. Y, aunque de sus ojos comenzaron a surcar pequeñas lagrimitas, en su interior, no podía sentirse màs realizado.

Y Manuel, entonces comenzó a gemir en silencio. Y, tras varios segundos de penetrar a Miguel de aquella manera, sintió que llegaba a su limita.

En un jadeo, entonces dijo:

—M-me vengo, Mi-Migue...

Miguel hizo presión contra los muslos de Manuel, y despacio, retirò el miembro de su prometido, desde el interior de su boca.

Sonriente, y con expresión seductora, abrió los labios, y sacò la lengua, señalándole a Manuel, que entonces se corriera en su boca.

Manuel cerrò los ojos, y con fuerza, comenzó a masturbarse.

—A-aahhh, Mi-Migue...

Y cuando sintió, que llegaba al mayor punto de excitación, el semen salió. Una gran cantidad del fluido cayó en la boca de Miguel. Un poco de èl, manchò el resto de la cara a su prometido.

Finalmente, Miguel sonriò satisfecho.

—Come màs piña —susurrò Miguel, saboreando el fluido, y finalmente tragàndolo—. Està muy ácido.

—¡Nooo! Conchetumare, Migue, ¿còmo te tragai la weà? N-no...

—Ya càllate, baboso —le dijo—, a mì me gusta tu semen, ¿algùn problema?

Manuel, sonrojado, negó con la cabeza.

—Mejor alcánzame una toalla de papel, para limpiar el resto. Me cayó hasta en el ojo.

Ambos rieron.

Y tras el paso de varios minutos, finalmente Miguel quedó limpio.

Conversaron por unos instantes, y en una escena revestida de ternura, entre abrazos y caricias, Manuel se vio en la obligación, de volver a su tarea habitual de médico.

Y, antes de salir Miguel del despacho, musitò con aura asesina a Manuel:

—Cuando vea a Julio, lo voy a matar a patadas en el orto. No sè la razón del por què dijo eso, pero lo voy a matar.

Manuel sonriò nervioso, y le beso los labios. Y, finalmente, volvió a su jornada de trabajo.

Miguel volvió entonces al apartamento, y contento por su hazaña, volvió a revisar su regalo de cumpleaños.

(...)

Al dìa siguiente, entonces Manuel partió temprano a la clínica. Y, aunque tenía turno recién a las dos de la tarde, en la sección de urgencias, aquella mañana partió màs apresurado, y nervioso que nunca.

Miguel se percatò de su extraño semblante, y curioso, entonces le preguntò la razón de su nerviosismo. Manuel, como de costumbre, le restó importancia al asunto.

—Es tu imaginación... —le dijo—. No estoy nervioso, solo... cansado, mi amor.

Miguel se alzò de hombros, y no siguió insistiendo. Y, tras concluir con su desayuno, Manuel partió entonces. A la salida del edificio, Martìn le estaba esperando.

—Sube al carro —le dijo, y encendiò un cigarrillo—. Vamos a tu destino.

Manuel y Martìn, anduvieron por alrededor de media hora. Arriba del vehículo, Manuel no podía parar de fumar. Nervioso, revisaba una y otra vez, los papeles en el interior de la carpeta. Las manos le temblaban ligeramente. Un nudo se le aferraba en la boca del estòmago.

—Tranquilo, cheee —canturreò Martìn, agraciado—. Tenès que estar tranquilo, Manu.

—Pe-pero... ¿y si todo sale mal? He... he estado preparando esta sorpresa para Miguel, por un tiempo, y... y si me niegan esto, no podrè volver a pedir hasta otro tiempo màs. No sè si todo salga como quiero, yo...

Martìn alzò una mano, y le pegò en la espalda. Manuel dio un brinco.

—Tranquilizate, Manu —le dijo—. Todo va a salir bien. Ya veràs. Miguel va a amar lo que has hecho por èl. Todo va a funcionar.

Y al paso de otros diez minutos, entonces llegaron a su destino. Manuel se puso rìgido, y Martìn, llegó por detrás, abrazàndolo.

—Ya, che... respira. Mente positiva, Manu. ¿Ahora va a atenderte el ejecutivo?

Manuel asintió.

Y, cuando alzò la mirada, leyò por encima de su cabeza un gran letrero, que decía: ''Banco central de crédito del Perù''.

Sintiò un fuerte cosquilleo en el estòmago, y nervioso, entonces se adentrò.

Ya en el interior, Manuel esperò en una sala. Con sus manos, sosteniendo con fuerza la carpeta, entonces oyò una voz entonar su nombre.

—Josè Manuel Gonzàlez Rodrìguez.

Manuel tragò saliva, y con voz firme, contestò:

—Yo soy.

El ejecutivo asintió, y con un ademàn, le indicó pasar a la oficina. Manuel asintió, y a paso firme, acortò distancia.

Ya en la oficina, esperò nervioso. Cada minuto, parecía ser eterno, hasta que entonces, el ejecutivo tomò asiento frente a èl.

—Buenas tardes —le dijo—. Disculpe la tardanza.

—S-sì, claro... no se preocupe.

—¿Me permite? —dijo el ejecutivo, extendiendo su mano.

Manuel entonces, le entregò la carpeta. El ejecutivo, abrió el objeto, y comenzó a leer el papeleo.

Y tras varios minutos en silencio, comenzó a hablar.

—Usted es chileno, ¿verdad? —dijo, y Manuel asintiò—. Dos años y medio viviendo en Perù... ¿tiene residencia definitiva?

—Aùn estoy en eso —contestò—. Pero estoy legal. He hecho los tràmites pertinentes, y estoy imponiendo desde hace muchísimo tiempo. Tengo incluso un trabajo formal, sujeto a contrato laboral indefinido.

El ejecutivo asintió, y siguió leyendo.

—¿Antecedentes penales?

Manuel contrajo sus pupilas, y torció los labios. Hubo un silencio.

—Ya cumplì mi condena —contestò—. Estoy libre de alguna orden de arresto.

El ejecutivo asintió. Manuel comenzó a sudar frìo.

—Revisamos sus antecedentes, señor Manuel... —comenzó a hablar, y Manuel jugueteò con sus manos, inquieto—. Formamos una mesa ejecutiva para su solicitud. Hace un mes que usted nos hizo llegar dicha petición, y hemos observado su comportamiento financiero. Tiene un buen comportamiento financiero.

—No soy un deudor moroso —alcanzó Manuel—. Estoy al dìa con mis deudas.

—Claro, eso lo hemos observado —contestò—. Entonces usted... mostró una casa que se sitúa en...

—Miraflores —dijo Manuel—. En Miraflores está. Es una casa blanca, con dos pisos, una piscina, un patio grande...

—Con tres habitaciones, y una terraza —finalizò el ejecutivo, y Manuel asintiò—. Sì, claro. Està ubicada en un buen sector, y... es bastante cara.

Manuel suspirò.

—Revisamos la solicitud, y llegamos a una respuesta.

Manuel entonces, sintió que el corazón acelerò sus latidos. Apretò los dientes, y con expresión rìgida, esperò la respuesta.

El ejecutivo revisò en el sistema, y con una sonrisa leve, dijo entonces:

—Felicidades, señor Manuel.

Manuel contrajo las pupilas, y separò sus labios.

—El banco ha aceptado darle el crédito hipotecario. La casa en Miraflores, es suya, señor Manuel.

Aquella tarde, Manuel volvió a la clínica con el corazón lleno. El banco, le habìa cedido el crédito hipotecario, para la compra de una nueva casa en Miraflores. Aquella humilde morada, sería entonces el nuevo sitio en donde èl, y su amado Miguel, emprenderían una nueva historia.

Y aquella tarde, Manuel fue sumamente feliz. Con la emoción a flor de piel, entonces volvió a la clínica.

Los sueños junto a Miguel, pronto comenzarían a dar sus frutos.

Aquella sorpresa a Miguel, debía ser pronto comunicada.

(...)

A las horas siguientes, y cuando ya la tarde comenzaba a pigmentarse de un intenso carmìn en el cielo, por causa del atardecer, Miguel decidió ir al supermercado. Habìa bastante por abastecer en la alacena del apartamento, y Eva, tenía hambre.

Miguel debía comprarle comida. Y aparte, quería preparar una rica cena para Manuel, al dìa siguiente.

—Pollo, carne, aceite... —musitaba, leyendo la lista de compras, y arrastrando el carro del supermercado.

Echò los abarrotes en el interior, y con calma, comenzó a caminar por los pasillos, hasta que de pronto, entró en los pasillos de los licores. Allì, tomò atención a los vinos tintos.

De pronto, Miguel se percatò de que alguien màs estaba en el pasillo. Era un hombre de cabello castaño, con una altura similar a la de Manuel, y con ancha espalda. Parecìa tener uno cuarenta años, y de reojo, aquel hombre le observó. Miguel se quedó pensativo, y al paso de los segundos, le restò importancia.

¿Aquel hombre no le estaba acaso siguiendo? Lo habìa visto también en el pasillo de los abarrotes...

—Podrìa comprar un vino para Manu... —susurrò—. A Manu le gustan los vinos...

Comenzò a buscar vinos chilenos, y leyò las etiquetas. Tragò saliva, inquieto, cuando se percatò de los caros que eran.

—¿Estas huevadas son de oro, o què? —inquirió, molesto—. Cabernet Sauvignon, Concha y toro, Carmenere...

—El cabernet Sauvignon, es un buen vino.

Oyò de pronto Miguel, a su espalda. Torciò los labios, y a la defensiva, se volteò.

Y observó.

Tras èl, el hombre que estaba a un par de metros en el pasillo, le miraba con aura tranquila.

Miguel ahogò un grito.

—Disculpa, ¿te he asustado?

Su acento; pensó entonces Miguel...

Su acento no era peruano.

—Los vinos chilenos, son considerados uno de los mejores en el mundo —precisò, tomando una botella—. Por eso el precio que tienen. Si me permites una recomendación, el cabernet Sauvignon, es una buenísima opción.

Era español.

Miguel no fue capaz de hablar, y en su sitio, siguió con la mirada fija hacia el rostro del hombre.

Se sintió entonces extraño.

—Disculpa... no he querido molestarte, chaval.

Miguel torció los labios, y negó con la cabeza.

Su voz se le hacìa extraña...

¿Aquel tono de voz, no era el mismo que, hace meses atrás, oyò de una llamada a su celular, precisamente, de un hombre que también le llamaba desde España? No... seguramente era una simple coincidencia.

—Me llamo Antonio —dijo, con una sonrisa a medias—. ¿Còmo te llamas tù?

Miguel sintió un escalofrìo recorrerle la espalda. Frunciò el entrecejo, y dijo:

—Gracias por el vino. —Le arrebatò la botella de las manos al hombre, y la metió al carro—. Tengo prisa; adiòs.

Y se echò a caminar con prisa. En el trayecto, sintió que las manos le temblaron. Aquella voz le parecía familiar, pero se negaba a pensar que, realmente, se trataba de aquel hombre.

No podía ser tanta la coincidencia. La misma voz; el mismo nombre...

Nervioso, parò en otro pasillo. Comenzò a sacar manzanas, y las echò en el carro. En una acción torpe, Miguel rajò el saco de manzanas, y estas, rodaron por el suelo.

Lanzò un quejido, frustrado.

—¡Por la chucha! —dijo, y se agachò, recogiendo las frutas.

Y en el accionar de recoger manzanas, Miguel se topó con otra mano en el suelo, haciendo contacto directo ambas manos, en una misma manzana.

Miguel contrajo las pupilas.

—Tened cuidado.

Oyò entonces. Y Miguel, alzò su mirada, y ante èl, estaba el mismo hombre.

Antonio.

Miguel, ensimismado, entonces observó directo a los ojos de aquel hombre.

Tenìa un par de ojos verdes, al igual que Manuel. ¿La diferencia? El aura que Manuel expendìa en su mirar, era un aura tierna, y noble. El aura de aquel hombre, en cambio, era inquietante.

Miguel tragò saliva.

—Di-disculpe, tengo prisa, yo...

—¿Còmo te llamas? —volvió a preguntar, y comenzó a recoger las manzanas.

Miguel torció los labios, y frunció el entrecejo.

—¿Puedes dejar de preguntar mi nombre? —le dijo—. No voy a dártelo; y ahora, si me permites...

Miguel alzò su mano, e intentò alcanzar la manzana, desde la mano de Antonio. Este esquivò el tacto de Miguel, y sonriò sugerente.

Miguel se quedó perplejo.

—Lindo —susurrò—. Mucho màs que en las fotos.

Miguel se quedó de piedra, e inexpresivo, observó a los ojos del hombre.

Se sintió entonces intimidado.

—¡Vete a la chucha, oe'! —le gritò—. No sè quién eres; déjame en paz.

Con rabia, tomò una manzana, y se la tirò en el pecho a Antonio. El hombre sonriò agraciado, y Miguel, entonces huyò del sitio.

A los minutos, pagò los productos en caja, y se retirò.

Y, cuando pasaron varios minutos, y Miguel se encontraba ya en la explanada del edificio, oyò resonar su celular.

Lanzò un profundo jadeo, y notò que las manos le temblaban despacio.

El reciente episodio con aquel hombre en el supermercado, le habìa afectado, aunque no quisiese admitirlo.

No lo conocìa; le intimidaba; y ahora Miguel, tenía susto.

¿Y si era un puto psicòpata?

—¿Quièn chucha es? —maldijo, dejando las bolsas del supermercado en el suelo, y sintiendo su celular resonar—. ¿Quièn molesta?

Y, cuando Miguel sacò el celular de su bolsillo, y observó la pantalla del aparato, quedó, por segunda vez en el dìa, gèlido.

Abriò los labios.

—¿Pa...papà? —musitò, sintiendo un nudo en la garganta—. ¿Po-por què?

De la impresión, Miguel no contestò. Se quedó por varios minutos, en la explanada del edificio, observando la pantalla. Hasta que entonces, de nuevo, el celular comenzó a sonar.

De nuevo, era su papà.

Miguel se llevò una mano al rostro.

—¿Po-por què me llama? —susurrò, perplejo—. N-ni siquiera esta Manu, como para... para apoyarme ahora. N-no puedo contestar. ¿Y si de nuevo me insulta? ¡¿Para què me vuelve a llamar?! ¡Èl dijo que yo ya no era su hijo! ¡¿Por què me llama?!

La llamada volvió a cortarse. Miguel quiso llorar. Aquella situación, le provocaba una terrible ansiedad.

Su papà, siempre llegaba para provocarle mal, y aquella, era la sensación que Miguel ahora, experimentaba.

El celular entonces, volvió a sonar.

—¡Hijo de puta! —gritò, iracundo—. ¡¿Para què me llamas?! Y-yo...

Lanzò un gruñido, y cerrando los ojos con fuerza, intentò respirar. Y, tras varios segundos sonando el celular, Miguel entonces, decidió contestar.

Con voz firme, entonces dijo:

—¡¿Què quieres?! —la voz se le quebrò—. ¡¿Para què chucha me llamas, Hèctor?! ¡¿Quieres de nuevo insultarme, es eso?! ¡¿Quieres venir a decirme que Bruno es solo tu hijo, y que yo soy una maldita zorra?! ¡Dèjame en paz! ¡Ya no me hagas sufrir m...!

—Mi hijito...

Miguel se callò de golpe. Aquello, sonò con voz cansada, y rendida. Contrajo las pupilas. La respiración, al otro lado de la línea, se oìa muy pesada.

Hubo un silencio.

—Miguel, mi hijito, mi hijo...

Miguel torció los labios, y los ojos se le llenaron de làgrimas.

—¡¿Q-quièn es?! ¡¿Quièn está llamando?! ¡No me hagas broma, huevòn! ¡Yo no caigo en bromas telefónicas, yo...!

—Soy tu papà, Mi-Miguel...

Y sì; era èl. Miguel pudo reconocerlo por su voz.

Miguel entonces, volvió a quedar perplejo.

—M-mi hijito... —dijo el hombre, con la voz rota; Miguel sintió que el alma se le partiò—. Mi niño, y-yo, tu papà... yo...

Miguel comenzó a llorar. La conmoción era absoluta.

¿Què mierda estaba pasando?

—¿Pa-papà? ¿Q-què pasa? ¿Por què me tratas de esta forma, t-tù? No entiendo...

—Hijo... —volvió Hèctor a decir—. Mi hijo Miguel...

Miguel se quedó en silencio. El labio inferior le temblò, y las làgrimas le cedieron.

—Pronto voy a morir, Miguel. Me han diagnosticado una terrible enfermedad. Yo... —lanzó un sollozo—. Voy a morir...

Miguel abrió la boca, horrorizado. Sintiò que el pecho se le contrajo, y la mente se le nublò.

—¿Què? —disparò, en un hilo de voz.

—Voy a morir, Miguel. —sollozò—. Pronto... morirè.

Miguel sintió entonces, que las manos le fallaron. Soltò el celular, y este cayó al suelo. Se mordió los labios, y las làgrimas no cesaron. Y de pronto, sintió que todo le sobrepasò.

El pensamiento se le esfumó, y de un momento a otro, cayó al suelo.

Demasiada conmoción para èl.

Miguel entonces, lo último que sintió, fue un fuerte golpe en la cabeza. Un líquido cálido le impregnò el cabello. A lo lejos, oyò el grito de la recepcionista.

Miguel no despertó entonces, hasta nuevo aviso.

Aquel fue el momento, en que Miguel entonces estaría pronto a experimentar un giro de ciento ochenta grados en su vida.

Si Miguel hubiese sido consciente, en aquel minuto, de todo lo que sobrevendría en los próximos dìas, jamás habría querido despertar de ello.

Ni haber tampoco contestado esa llamada.

(...) 

N/A;

Hola, ¿còmo estàn? Espero que bien uwu para finalizar esto, les quiero mostrar algo bien lindo que me hizo llegar una lectora, y que se relaciona directamente con el segundo arco de esta historia. 

Esta hermoso ;3; eso les quería mostrar, jaja. Nos vemos en otro capitulo. Se cuidan~

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top