La Confesiòn


Martín tardó unos minutos en sacar a Manuel de la clínica. Cuando lo hizo, se aseguró —en compañía del personal de seguridad—, de que Miguel ya hubiese abandonado las instalaciones, para evitar otra agresión en contra de Manuel, que ya estaba lo suficientemente afectado, como para tener que soportar otro episodio.

Cuando pudo cerciorarse de su ausencia, entonces Martín tomó a Manuel, y lo acompañó hacia el estacionamiento, estando visiblemente afectado.

Allì, Martìn intentó hacer entrar en razón a Manuel.

—De-debo i-ir con Miguel... —dijo, aun temblando ligeramente, con los ojos llenos de lágrimas, y la expresión pasmada—. M-me odia, no... no quiero q-que me odie... no Mi-Miguel...

E ignorando la presencia de Martìn, Manuel intentò dirigirse a su moto, que yacìa estacionada un par de metros màs allá.

Con fuerza, Martìn lo agarró del brazo, y lo atrajo hacia èl, de un fuerte tirón.

Lo miró con severidad, y rabia contenida.

—¡Flaco, despertà! —le exclamò a Manuel, tomàndole por ambos hombros—. ¡Despertà! No podès irte a tu casa; no en este estado.

—Pe-pero a... al aparta...apartamento de Mi-Miguel, sì...

—¡No! —le gritò Martìn, con rabia contenida por ver a su amigo en ese estado tan poco digno—. ¡Tampoco al apartamento de ese boludo!

Y cuando Martìn pegò dicho grito, Manuel, aún preso del llanto, dio un brinco del susto.

Martín sintió que el corazón se le apretujó.

Se sintió una mierda.

—Lo siento, che... —susurrò, dando un profundo suspiro, e intentando calmarse; si èl no era capaz de calmarse, ¿còmo iba a calmar a su amigo?—. Vamos a mi casa hoy. Duerme allá.

Martìn sentía rabia; rabia por ver a Manuel en ese estado.

Manuel, que era siempre un hombre calmado, admirado por todos en la clínica, un hombre cuerdo, y siempre de temperamento muy armónico, ahora estaba deshecho en llanto —como nunca—, y volvía a estallarle un ataque de angustia, después de muchísimo tiempo.

Martìn sentía ira, porque Manuel no merecía dicha situación. Le conocía desde hace muchísimos años, desde su formación universitaria, y le dolía ver a Manuel tan fuera de sí.

Porque lo conocía; conocía su calidad humana, y también conocía su historia.

Y Martìn, de saber que el muchacho que vio antes fuera de la consulta de Manuel, no era nada màs, ni nada menos que, el chico que desató en Manuel dicha crisis de angustia, le habría agarrado a palos.

En parte, se sentía culpable también, pues fue èl quien dijo al muchacho la ubicación de Manuel, y había gatillado dicha situación.

—N-no puedo dejar mi moto acà, yo... yo no...

—Si podès —le dijo Martìn, y lo tomò del brazo, dirigiéndolo a su vehículo, que estaba estacionado cerca de la moto de Manuel—. No pasarà nada si tenès tu moto estacionada acà hoy; estarà dentro de la clínica, y bien protegida. Mañana la vendremos a buscar. Calma, Manu.

Manuel no parò de llorar, y guardò silencio, aun temblándole el labio inferior.

Estaba notoriamente afectado.

—Relájate, Manu... —le dijo Martìn, y abrió la puerta del copiloto; sentó a Manuel en el sitio, y le cerró la puerta, con suavidad—. Vamos a mi casa, estás con una crisis. Allà te voy a estabilizar.

Manuel asintió, entre làgrimas, y partieron a casa de Martìn.

Llegaron a casa media hora después, y apenas entraron, Martìn sentó a Manuel en su sofà, y partió a la cocina.

Preparò de forma ràpida una taza de yogurt y frutas.

—Come —le dijo, y le extendió la taza a Manuel—. El doctor Barraza me comentó que no has comido casi nada en el dìa; come...

Le acercò la taza a Manuel, y este volteò el rostro.

Lo rechazó.

—Manuel...

—No quiero... —dijo Manuel, en un sollozo—. No quiero una mierda, Martìn...

Martìn le observó en silencio, y se echó hacia atrás. Dio un profundo suspiro, y dejó la taza a un costado.

Acortò distancia hacia Manuel, y lo mirò a los ojos.

Manuel, avergonzado, desviò la mirada, sintiéndose patètico en aquellos instantes.

Martìn entonces comprendiò.

—Dentro de unos minutos, será medianoche... —dijo Martìn, observando la deshecha expresión de Manuel, con melancolìa—. Y será domingo...

Manuel, aùn entre làgrimas, asintió despacio.

Y Martìn dijo:

—Serà 13 de abril...

Y Manuel reventò en llanto.

Martìn lo abrazò.

—Ya, ya..., Manu... —susurrò Martìn, sosteniendo a Manuel entre sus brazos, que no podía dejar de llorar—. Era por eso que estabas tan triste, boludo... —dijo—. ¿Cómo pude olvidarme? Tenès que decirme. Se te juntò todo; el aniversario del accidente, un maldito dìa de trabajo agotador, la tragedia, y para terminar el día con la guinda del pastel, aparte el feo episodio con el boludo ese...

El dìa trece de abril, era para Manuel un dìa fatìdico. Cada año, Manuel vivía ese dìa con un profundo dolor. Para Manuel, dicho dìa simbolizaba los errores de su pasado, y constantemente, aquello intentaba ocultarlo, bajo una muralla de falsa tranquilidad.

Manuel vivía constantemente con pensamientos auto destructivos, y con el remordimiento de sus malas decisiones.

Y dicho origen, era justamente la noche del trece de abril.

—Mi-Miguel tiene razón... —sollozò Manuel, aferrándose a Martìn, y corriéndole las làgrimas—. So-soy un maldito criminal...

—¡No! No lo sos...

—¡Sì lo soy! —gritò Manuel—. Por más que huya de Chile, y por más que intente rehacer mi vida, los a-actos que he cometido, y el daño que he hecho a ge-gente amada, jamás se borraràn...

Martìn guardò silencio, y solo se dedicó a dar contención a Manuel.

Para Martìn, un psicólogo de treinta años, que llevaba una amplia carrera en su ámbito profesional, jamás se le había hecho tan complicada la rehabilitación de uno de sus pacientes.

Y, aunque Manuel no era exactamente su paciente —pues, màs bien, era su amigo—, a Martìn, le costaba mucho intentar sacar a Manuel de la cabeza, aquellos pensamientos de culpabilidad que llevaba consigo.

Manuel tenía una baja auto estima, y constantemente se culpaba por todo. No sabía perdonarse a sí mismo, y los fantasmas de su pasado le atormentaban. Por aquella misma razón, Manuel solía tener una actitud muy empática con el resto. Una forma de sentir que, de cierta manera compensaba sus errores pasados, era el dar contención y actos de caridad al resto.

Pero al final del día, eso jamás lo aliviaba, pues, la culpa que sentía era tan grande, que cada trece de abril, Manuel volvía a caer en un abismo muy oscuro.

Y se atormentaba a sì mismo.

—Miguel... èl... èl tiene todo el derecho de odiarme —dijo Manuel, dando pequeños jadeos—. Despuès de todo, no soy màs que mierda. Debí pudrirme en la cárcel; ese era mi sitio. Y, por màs que intento rehacer mi vida, no puedo hacerlo, Martìn, te juro que no puedo.

Martìn solo observaba en silencio. Tenìa una expresión melancólica en el rostro.

Hubo un largo silencio, y solo el llanto de Manuel fue perceptible.

Martìn, entonces preguntò:

—¿Querès de ''eso''? Sè que cuando la fumàs, te alivias...

Manuel asintió, muy avergonzado.

Se sentía patètico por tener que recurrir a ello, cada vez que sufría una terrible angustia.

—Espérame. La traeré ahora.

Y se levantò del sofà. Tardó apenas un minuto, y se la extendió a Manuel. 

Este la cogió.

—Es natural —le dijo, y Manuel, aùn con las manos temblorosas, lo encendió.

Manuel, comenzó a consumir marihuana.

Y al paso de unas pocas caladas, sintió que se relajó un poco, y que el dolor en su pecho, menguó.

Pero no podía parar de llorar.

Martìn le mirò con evidente làstima.

Esa era la única manera, en que Manuel podía controlar sus arranques de angustia.

—Hace tanto tiempo que esto ocurrió, y sin embargo... —Manuel dio una calada, y lanzó el humo, de forma lenta; las làgrimas aùn le corrìan, en silencio—. Y aùn me sigue doliendo, como si hubiese sido ayer...

—Tenès que dar vuelta la página, Manu... —le dijo Martìn, observàndolo—. Ya, che, avanza. Todos cometemos errores, Manuel. Has aprendido con el tiempo, y has madurado. Hoy eres un adulto distinto. No podès crucificarte a ti mismo por eso. Siempre intentas perdonar a todo el mundo, pero no eres capaz de perdonarte a vos mismo. —Martìn guardò silencio, y prosiguió—. Aprende a soltar, Manuel. Aprende a aceptar que las cosas ocurrieron de esa forma, y que es momento de rehacer tu vida.

—¡Pero no puedo! —Y de nuevo, Manuel comenzó a exaltarse; la mano, en donde sostenía el cigarrillo de marihuana, le comenzó a temblar, ligeramente—. No puedo, Martín. Yo podría rehacer mi vida, pero, ¿y ellos? ¿Ellos podrán rehacer su vida? ¡No! Y no podrán por mi culpa, yo les jodì la vida...

Martìn dio un largo suspiro.

—Tenès que avanzar. Tenès que superarl...

—¡No puedo! —y de nuevo, Manuel reventó en llanto—. ¡¿Es que no lo entiendes, Martìn?! ¡Soy el responsable de la muerte de èl! ¡Y la volvì loca a ella!

Martìn sintió que el nudo se le aferrò a la garganta.

Sintiò ganas de llorar.

—¡Maté a mi propio hijo! —y Manuel, de nuevo, comenzó a entrar en una profunda angustia—. ¡Yo lo matè, lo matè, fue mi maldita culpa! ¡Ahora podría ser un hermoso niño, feliz, con sueños, y haberse convertido en una gran persona! ¡Podríamos haber tenido una hermosa familia! ¡Èl pudo tener una hermosa familia!

Martìn sintió que los ojos se le llenaron de làgrimas.

Manuel se transformaba, cada vez que hablaba de ello.

Porque lo recordaba con dolor.

—Fue mi culpa... —volvió a sollozar—. Yo lo matè...

—No lo mataste... —intervino Martín, tomándole de la mano—. Fue un accidente. El tribunal te declaró inocente...

Manuel se zafó del agarre de su amigo, y notoriamente afectado, gritó:

—¡¿Acaso importa lo que un maldito tribunal diga?! —exclamó—. ¡Mi hijo ya no está, Martín! ¡Ya no vive, y fue por mi culpa! ¡Jamás me perdonaré el haber ocasionado esto! ¡Y por más que el tribunal declare mi inocencia, yo sé que no lo soy! ¡Que soy un maldito criminal!

Martìn negó, con rabia.

—¡Fue un jodido accidente! —le gritó—. ¡Vos no tenès la culpa, Manu! Te entiendo. Entiendo que sentís el dolor de haberlo perdido, y que, dentro de todo, buscas a algún culpable, pero te aseguro que vos no fuiste, y que culparte a vos por lo que ocurrió, solo va a traerte más y más dolor. Las cosas pasaron asì, y simplemente avanzà... avanzà, Manu. No te destruyas de esa forma. Tu hijo no habría querido esto para vos...

Y Manuel, se tomó el rostro con ambas manos. Intensificó sus sollozos.

—Panchito no habría querido esto para vos..., èl te amaba.

Martìn se vio en la necesidad de abrazar a Manuel, cuando entonces, comenzó a jadear con mucho pesar.

Todo el agotamiento del dìa, y, en específico, el episodio con Miguel —y sus palabas dichas en la clínica—, le recordaron a Manuel aquel episodio.

Y por varios minutos, Martìn y Manuel, se quedaron así, en silencio.

Manuel sollozó por otros varios minutos, y al paso de un rato, entonces guardó silencio.

Y se sintió un poco mejor.

Martìn le retirò el cigarrillo de marihuana de la mano; Manuel lo soltó sin reclamar, y Martìn, lo escondió en su bolsillo.

No encontraba sano que Manuel controlara sus ataques de angustia de esa manera. Lo hacia dependiente, en cierta manera, de aquello.

—Ahora que te calmaste un poco... —susurrò Martìn, y soltò a Manuel; este se reincorporó, despacio. Tomó la taza que había dejado encima de la mesita de centro, y la extendió a Manuel—. Come. Y si no lo haces, me voy a enojar, en serio.

Manuel, sin tener ánimos para reclamar, solo tomó la taza, y con la cuchara, comenzó a revolver con lentitud.

Martín le miró con reproche.

—Come —le dijo, y Manuel comenzó a hacerlo, con desgano—. Bien... —sonriò, al ver que Manuel comenzaba a comer—. Ahora, Manu... ¿Què fue lo que pasó en la clìnica? El doctor Barraza me contó, mientras esperamos para irnos, pero sinceramente no le entendí del todo.

Manuel, teniendo la boca con comida, arqueó los labios.

Se volvió a sentir miserable.

—¿Quièn era ese pibe, Manuel? ¿Por què te gritò esas cosas? ¿Què pasó?

Manuel sintió que los ojos se le volvieron a llenar de lágrimas, pero las retuvo.

—E-es... es Miguel.

Martìn arqueò ambas cejas.

—¿Y quién es?

Manuel no supo qué contestar exactamente. ¿Qué eran èl y Miguel? ¿Eran amigos? ¿Estaban saliendo? ¿Simplemente conocidos? Oficialmente no tenían un nombre, pero entre ellos era evidente lo que nacía.

Se gustaban, o bueno, Manuel gustaba de Miguel, pero Manuel desconocía lo que Miguel sentía por èl.

Por ahora, solo tenía claro que Miguel le detestaba, y despreciaba.

Su actitud en la clínica le había dejado eso muy claro.

—E-es alguien a quien quiero mucho... —susurrò, y la voz le temblò—. Èl es Miguel...

Martìn no supo cómo tomar dicha respuesta, y preguntó:

—¿De dónde lo conociste?

A esa pregunta, Manuel contestó en varios minutos, relatando a Martín cada detalle del episodio en que ambos se conocieron, y las veces en que estuvieron juntos.

Al final de la historia, Martìn mostró una expresión contrariada.

Manuel le mirò, nervioso.

—Es un niño rico... —le dijo a Manuel, cruzándose de brazos—. ¿Y què pasó, Manu? ¿Por què el pibe te tratò tan como la mierda?

Manuel echò un gran suspiro, cargado de llanto retenido.

—Piensa que lo violè...

Martìn contrajo sus cejas. Quedó en silencio por unos minutos.

Fue un silencio incómodo.

Y Manuel se ofendió.

—¿Po-por qué no dices nada? —le dijo, con la voz temblándole—. ¿Tú me crees capaz de eso?

—¡No! —exclamó Martín—. No, no es eso, Manu. Es que... me parece simplemente ridículo. ¿Vos, violador? ¿Qué tiene en la cabeza ese pibe?

Manuel guardó silencio.

Y en ese trayecto, tomó su celular, que yacía en su bolsillo, y lo encendió, teniendo un poco de carga.

Lo primero que leyó, apenas lo encendió, fueron entonces los mensajes de Miguel.

Sintiò que una punzada le cruzó el pecho.

Sintiò el odio en las palabras escritas por Miguel.

—Es mi culpa... —susurrò, observando atònito la pantalla de su dispositivo—. Fui muy descuidado con èl...

Martín observó, contrariado.

—¿Por què lo decìs? ¿Te escribió?

Manuel asintiò, y echò un gran suspiro.

—Las cosas que me escribió, y hace un rato, las cosas que me gritò... —Manuel comenzó a recordar, y su pecho volvió a contraerse—. Que soy un violador, que lo golpeé, que lo abandoné...

Y lamentablemente, Manuel no pudo volver a retener sus lágrimas. Estas, comenzaron a caer por su rostro.

—Que soy un criminal, que por eso huì de Chile, que cambié las sabanas para borrar las evidencias, que está herido... —echò un gran jadeo, sobrepasado—. ¡Todo fue un mal entendido! Miguel...

—¿Què fue lo que pasó exactamente? Contame...

Manuel se limpiò las làgrimas, y comenzó a relatar a Martìn lo sucedido la noche anterior. Le contó sobre la pelea afuera del bar, del golpe que recibió Miguel en la cara —y por consecuencia, que cayó de espalda al suelo, y eso le producía dolor ahora—, por parte de un sujeto que lo había ofendido gravemente. También, contó a Martín, que, llegando a la casa, Miguel le intentó seducir —por causa de su borrachera—, y que Manuel se negó. Que, después de pasado un rato, Miguel vomitó, y tuvo que sacarle la ropa. Al final, le contó sobre el hecho de que Miguel también vomitó su propia cama, y que tuvo que cambiar las sábanas.

—¿Y vos le ayudaste en todo eso? —dijo Martín.

Manuel asintió, con tristeza.

—Che, pibe re mal agradecido. Ya va a ver...

—No, Martín... —dijo Manuel, melancólico—. Fue mi culpa, yo..., yo debí decirle, o dejarle un mensaje. Si yo hubiese quizá avisado a Miguel, que me iba por una urgencia, nada de esto habría pasado...

—¡Pero no se justifica, Manuel! —exclamó Martín, hastiado—. ¡Te trató como la mierda! ¡Te golpeó! ¡Te escupió en la cara! ¡Te humilló frente al doctor Barraza y todo tu equipo médico! ¡¿Me vas a decir que merecías eso, solo por salir muy temprano y apurado por la mañana?! ¡No me vengas a joder, Manuel! ¡Le estabas salvando la vida a todas esas personas! ¡No lo justifiques! ¡No es que no le hayas avisado porque no querías! ¡Estabas demasiado ocupado salvando vidas, Manuel!

Manuel no tuvo como justificar a Miguel entonces, y se callò.

Martìn estaba notoriamente enfadado.

Echò un fuerte quejido, y pateò un cojìn del sofà.

Manuel observó un tanto nervioso.

—Me cayó mal el pibe. Lo voy a cagar a palos.

—¡No! —cuando Martín dijo eso, Manuel se alzò del sofà, y le gritò con cierta ira retenida.

—¡No me interesa! ¡Lo voy a cagar a palos!

—¡Si lo golpeas, entonces te meterás conmigo, Martìn! —Martìn abrió los ojos muy grandes, y observó descolocado a Manuel—. ¡No lo toques!

Martìn le observó con enojo, y tras varios segundos manteniendo la vista fija en Manuel, lanzó un chasquido, y se volteò.

—No puedo creer que lo defiendas asì... —dijo, dolido—. El pelotudo te humilló, te trato como la mierda, y aparte... te golpeó, y te escupió en la cara; la muestra más grande de desprecio.

Hubo un silencio absoluto.

—No me digas que eso no te hizo recordar ese episodio... —dijo Martín—. Tu ex suegro hizo eso mismo con vos, hace siete años atrás...

—Martìn.

Dijo Manuel, seco, intentando dar a entender a su amigo, que dicho comentario estuvo de más, y que le hirió.

Martín se arrepintió de inmediato, y volvió a mirar a Manuel.

—Disculpa... —le dijo, cabizbajo—. Perdón, no debí decir eso. Es algo que te duele. Me agilé.

Manuel asintió, con tristeza.

Hubo un largo silencio entre ambos. Fue incómodo.

—¿Qué le encontràs al pibe ese? —dijo Martín, un tanto celoso por ver que, recientemente, Manuel le había dicho que, de meterse con Miguel, èl iba a enojarse.

Manuel le mirò con melancolìa.

—No me digas que estàs enamorado de èl, porque te pasarías de boludo...

Manuel desvió la mirada.

Martín lo entendió.

—¡La puta madre, Manuel! —exclamó, llevándose ambas manos al rostro—. ¡¿Por què sos asì?!

Manuel guardó silencio, y luego dijo:

—Estoy enamorado de èl... —los ojos le lagrimearon, y dijo en un susurro—. Y lo quiero...

Martín quedó descolocado, no entendiendo el por qué Manuel solía enamorarse de quienes le producían cierto daño.

Era como si Manuel sufriera de algún jodido trastorno masoquista.

—Sos incorregible... —le dijo, y echó su cabeza hacia atrás, tomándose el cabello—. De verdad que lo sos...

Hubo un silencio absoluto en la habitación, y solo se oyó el tráfico vehicular en el exterior. Luego, Martín dijo:

—Pero si te hace feliz, yo nada puedo hacer. —Manuel, con los ojos llenos de lágrimas, alzó su vista hacia su amigo, sorprendido—. A pesar de que odio que sufras, si estás enamorado, es porque así vos lo decidiste. Sos un adulto, hecho y derecho, y vos elegís con quién quieres sufrir. Si lo quieres, estás en tu derecho. Solo me duele verte asì, Manu, tan..., tan triste por èl.

—Martìn...

—Pero bueno... —Martín se alzó del sofá, y se estiró—. A pesar de que seas un pelotudo masoquista, Manuel, vos sabes que siempre te apoyaré. Solo espero que ese chico sepa corresponderte.

Manuel bajó la mirada, y negó con la cabeza.

—Ya acabó... —dijo, en un sollozo—. Ya me odia, y cree que lo violè. ¿Què puedo hacer? No me dejó explicarle en la clínica, y solo... èl, solo...

—Te humillò.

Manuel contuvo un fuerte sollozo entre sus labios.

—Ahora me cree la peor mierda del mundo, y desconfiò de mì. Me... me duele, Martìn. Me duele aquí dentro... —se tomò el pecho, y continuò—: Ahora me bloqueò también de sus redes, y no puedo comunicarme con èl; ya no podrè explicarle nada. No querrà verme màs. Me detesta, y me duele que sea asì. Intenté por todos los medios demostrarle que lo quiero, pero èl...

Manuel sollozó en silencio, y Martìn sintió que el pecho se le apretujó.

Manuel sufría mucho ese día, y odiaba verlo así.

—Ya, ya... —le dijo, agachándose a la altura de su amigo, y quitando el celular de su mano, para luego abrazarlo ligeramente—. Tranquilo, Manu. No puedo decirte que todo estará bien, porque no lo sè, pero escucha... —se detuvo, limpiando las lágrimas de Manuel, y continuó—: Ahora tienes que descansar, ¿me entendès? Llevas mucho sin dormir, y ya estàs colapsando, Manuel. Comete eso rápido, y vete a duchar. No trajiste ropa, pero no importa, yo te presto la mìa; ambos tenemos casi la misma talla. Ocupa la habitación de huéspedes, está la cama limpia, y descansa hasta mañana.

Manuel intentó abrir su boca, pero Martìn lo interrumpiò.

—¡No! —le dijo, alzando un dedo—. ¡Esta noche no te irás al Callao! Dormiràs acà, en mi casa. Estás inestable emocionalmente, y dejarte solo esta noche, sería horrible. Dormite acà en casa, tengo una habitación extra.

Manuel sonriò entre làgrimas.

—Gracias, Martìn...

Martìn le guiñò un ojo, y sonriò.

—Sos mi amigo del alma —le dijo, y le dio un golpecito en la cara, como señal de cariño—. A vos te sigo hasta el culo del mundo.

Manuel le mirò con extrañeza.

—O sea, Chile. Chile es el culo del mundo.

Manuel le dio un golpe de puño en el hombro, y Martìn rio divertido.

—¡Aweonao!

—¡Ya, che! —rio Martìn—. Levantàte —tomò a Manuel por el hombro, ayudándole, pues Manuel tenía mucha debilidad corporal—. Sacàte la ropa y la bata. Andà a la ducha, que hueles a chivo. Te dejaré la ropa de cama en la habitaciòn, y dormite. Ya mañana volvès a tu casa, pero hoy, descansa.

Manuel sonriò con tristeza, y asintió.

(...) 

Cuando el reloj ya marcaba las dos de la madrugada, Martìn entró en la habitación de huéspedes.

Hubo un completo silencio.

En la cama, Manuel yacìa plácidamente dormido.

Martìn sonriò con cierta melancolìa, y se posò en el umbral de la puerta, observando —en completo silencio—, como Manuel descansaba.

Sintiò que el corazón se le reconfortò.

—Has sufrido mucho, Manu... —susurrò, y se acercò hacia una silla al costado de la cama, y allí, se sentò—. No mereces sufrir màs. Aùn no superas el episodio de hace siete años, y me duele ver que, siendo vos tan bueno, y después de haber ayudado a tanta gente, sigas creyendo que eres culpable.

Sonriò con melancolìa, y dijo:

—Sos muy noble, Manu.

Y con un movimiento lento, y muy sigiloso, Martìn tomò el celular de Manuel, que yacìa en la mesita del velador.

Lo desbloqueò, y accedió a los contactos.

Y allí, buscò el contacto de Juan, el taxista.

Y guardò el número de èl, en sus contactos.

Martìn sonriò.

—Soy tu amigo, y voy a ayudarte —le dijo, y volvió el celular a su lugar—. Como estàs tan inestable, yo voy a ayudarte. Te prometo que las cosas iràn mejor, Manu...

Y antes de retirarse, Martìn tocò la cabeza a Manuel, despacio, y le dio un leve golpecito, como muestra de cariño.

Manuel se removió entre el sueño, y Martìn salió de la habitación.

(...)

Al dìa siguiente, Manuel entonces despertó. Cuando lo hizo, el reloj marcò casi el medio dìa.

—Dormì bastante... —se dijo, mirando la pantalla de su celular.

Y apenas desbloqueó el dispositivo, Manuel abrió la conversación de Miguel, con la esperanza de estar desbloqueado.

Pero se equivocò.

Aùn estaba bloqueado.

Sintiò una terrible sensación de angustia en el estòmago.

—Miguel... —dijo, sintiendo un leve ardor en la garganta.

—¡Buen dìa, Manu! —exclamò Martìn, con una sonrisa radiante, y entrando de sorpresa en la habitaciòn—. ¡¿Què tal amaneciste?!

Manuel sonriò con tristeza, y bajò la mirada.

Martìn entendió dicho mensaje.

—Tranquilo... —le dijo, y le acarició el hombro—. Tomate tu tiempo, Manu. Sè que te sientes triste, y si deseas llorar, tenès que hacerlo.

Hubo un gran silencio, en donde Manuel, solo mantuvo la mirada fija en la pantalla, viendo la conversación con Miguel.

—No te avergüences de tus sentimientos... —le dijo Martìn, y una làgrima silenciosa le cayó a Manuel—. Està bien sentirse vacío, Manu.

Manuel se apoyò en el hombro de Martìn, y este, le dio una palmadita en la cabeza.

—Escucha... —le dijo Martìn, y Manuel le observó con desgano—. Hoy tus pacientes los atenderà el doctor Barraza. Ayer por la noche, hablè con èl. Tomate el dìa libre, y descansà, que lo necesitas.

Manuel mirò con sorpresa.

—Avisè a recepción que hoy te sentìas mal, y que necesitas tu espacio. Si querès, podès quedarte, yo no tengo problema con eso; pero... pero te conozco, y sè que cuando vuelva de mi consulta, vos ya estaràs en tu casa.

Manuel sonriò.

—Necesito ir a casa... —le dijo—. La gente en el Callao debe estar preocupada; dos noches sin llegar a casa...

Martìn sonriò.

—Lo sè, boludo. Ahora, vos ve a tu casa, y relájate... ¡Descansa! Nada de atormentarte, ni de hablar con Miguel, ni de pensar en esto, ni en aquello..., hoy consiéntete a vos mismo.

Manuel dio un fuerte abrazo a Martìn, y este sonriò.

—Yo ya me voy —le dijo Martìn—, en una hora tengo cita con una paciente. Nos vemos, amigo mìo. ¡Cuídate! ¡Y nada de pensamientos malos!

Manuel sonriò, y dijo:

—Gracias, Martìn...

Cuando Martìn entonces abandonò su casa, caminò hasta su vehículo, que se hallaba estacionado un par de metros màs allá.

Cuando ingresò al vehículo, bajò los vidrios, cogió su celular, y marcò a Juan, el taxista.

Este le respondió.

—¡Eh, Juan! ¿Te acordàs de mì? Soy Martìn, el amigo de Manuel. Oye, che, disculpà lo chismoso, pero..., alguien por ahí, me contó que vos sabes donde vive el tal ''Miguel'' —Juan, el taxista, respondió al otro lado de la línea, y Martìn, contestò—: ¡Ese mismo! Asì es... che, mira; necesito que me des su dirección. Le harè una visita amigable al pibe, ¿me la pasas?

Juan, el taxista, respondió tras unos segundos de espera.

—¡Te pasaste, Juan! —sonriò Martìn, escribiendo la dirección en un papelito—. Nos vemos, Juan. ¡Y no le digas nada de esto a Manuel, eh! Saludos.

(...)

Fue Eva quien, al llegar el medio día, le comenzó a morder las manos, en señal de preocupación.

Miguel, con un terrible dolor de cabeza, y con los ojos ardiéndole —por pasar la noche anterior llorando—, despertó.

—Eva... —susurrò Miguel, estando muy debil—. No te preocupes cariño, estoy vivo...

Eva, que estaba sumamente preocupada por Miguel, le dio un maullido tristón en respuesta.

Y es que Miguel, la noche anterior —y con lo sucedido en la clínica, con Manuel—, llegó severamente afectado al apartamento.

Apenas llegó, abrió una botella de pisco, y la tomó solo, dolido por todo lo que Manuel le generaba en esos instantes.

Al llegar, rompió cosas, se echò a llorar en la cama, y hasta altas horas de la madrugada, su llanto continuó.

Miguel estaba también deshecho con la situación.

—Manuel... —susurrò, tomando su celular, y abriendo la conversación que antes solìa tener con èl, y leyò sus mensajes.

Los ojos se le llenaron de làgrimas de inmediato.

—Manuel... —volvió a susurrar, ahora en un amargo sollozo; se pasó el antebrazo por delante de los ojos, y Eva se le acercò, dándole pequeñas lamitas en el rostro, como signo de cariño—. ¿Por què me dueles tanto, Manuel? Tuve que bloquearte, porque...

Hubo un silencio, y Miguel retuvo otro sollozo.

—Porque tan solo al ver tu fotografía, siento que quiero correr a tus brazos, y decirte cuànto te quiero...

Y por ello, Miguel tomò la decisión de borrar todo rastro de Manuel.

Odiaba a Manuel, y lo odiaba por haber sido capaz de abandonarlo, y por haber sido capaz de traicionar su confianza.

El hecho de que Manuel se hubiese aprovechado de su carencia emocional, para herirlo, para jugar con èl, por haberle ilusionado, y por haberle dado alas, sin tener intenciones de respetarlo, ocasionaba en Miguel una terrible ola de rencor.

Y eso, no podía soportarlo.

Pero a la vez, Miguel era consciente de que quería a Manuel en demasía.

Para Miguel, anoche, el espectáculo de la clínica, fue lo más doloroso de sobrellevar, pues, en el minuto en que Miguel vio a Manuel allí, frente a èl, una parte de èl, dudò un instante, y le pidiò a gritos abalanzarse a sus brazos, pero, por otra parte, Miguel era consciente de que Manuel no sentía nada por èl.

Porque había jugado con èl.

—¡Hijo de puta, Manuel! ¡Hijo de puta! —gritò, entre el llanto, y lanzó lejos su almohada, asustado a Eva—. ¡¿Por què te metiste tan dentro de mi alma, Manuel?! ¡Tengo que odiarte, debo hacerlo, pero me cuesta tanto!

Y volvió a sollozar.

No podía negar lo innegable.

Quería a Manuel con toda su puta alma, pero sabía que no era correcto.

Enamorarse de su propio violador, no era correcto.

Miguel estaba dispuesto a, por primera vez en su vida, darse su lugar; respetarse, amarse, y ponerse como prioridad.

Miguel quería ser, por primera vez, alguien valiente.

Y costara lo que costara, iba a sacarse a Manuel de la mente.

Y del corazón.

—Meeeooww...

Un fuerte maullido se oyò en la habitación. Eva, al lado de Miguel, le observaba asustada. Miguel dejó de sollozar, y la observó con tristeza.

Y se sentó en la cama.

—Perdòn, bonita... —le dijo, acariciándole el lomo—. Te asustè, lo siento...

Y con el desánimo más grande, Miguel salió de la cama.

Al levantarse, entonces observó el living, y estaba vacío, como siempre.

Y de pronto, se imaginó a Manuel allí.

Una imagen de le vino a la mente.

''Vìstete bonito. Lo de hoy es una cita''.

Lanzò una tierna risita de sus labios, y las làgrimas le corrieron.

Algunas imágenes de Manuel, aún le causaban felicidad.

''Eva Ayllòn. ¿Por què no me dijiste que te gustaba? Es bakàn''.

Y volvió a sonreìr. Las mejillas se le sonrojaron, cuando la belleza de Manuel se le dibujò en la cabeza.

Su sonrisa seguía siendo igual de bonita.

—Manu... —susurrò con dolor, y caminò hacia el sofà; encendiò el equipo, y comenzó a sonar Eva Ayllòn.

Encendiò un cigarrillo, y allí se quedó.

Comenzò a sonar la canción, ''Jamàs impediràs''.

''Tù me podrás negar la luz de tu mirada, también podrás negarme ese calor que ayer me diste, pero jamás impedirás que aún te ame como ayer, y que al oír tu nombre sin querer, me duela el corazón. Y aquí en este rincón yo miraré, atardecer mi vida sin tu amor, sin la fuerza que a diario me impulso, a luchar y a soñar. Si me fallaste tú, ¿ya en quien creer? ¿Para qué comenzar un nuevo andar? Si siempre tendré en miedo a tropezar, con otro como tú...''

Maldita sea, la letra le dolía.

Y cuando ya iba por la mitad de la canción, a Miguel las lágrimas le corrieron solas.

Se sentía tan jodidamente identificado...

—Maldito... —dijo Miguel, entre dientes, teniendo la vista fija, y con lágrimas, hacia su balcón—. Te odio, Manuel...

A su lado, Eva le observaba con aura melancólica.

Y cuando la canción terminó, Miguel comenzó con otra.

Y todas hablaban de desamor, de amores que no pueden olvidarse, y del dolor de la traición.

Y en todas, no podía dejar de pensar en Manuel.

A Miguel entonces, le dio un ataque de ira.

Y decidido en hundir a Manuel, y a consumar su última venganza, Miguel caminó hacia su habitación.

Y cogió su celular.

Volviò al sofà, y allí, marcò un numero para llamar.

La llamada tardò bastante tiempo en entrar, y al cabo de un poco más de cinco minutos, una voz se oyò al otro lado de la línea.

Miguel se puso tenso, y mantuvo su mirada fija y vacía, hacia un rincón.

No sabìa bien què estaba haciendo.

Estaba actuando por impulso.

—Hola, buenos días —dijo la voz, en la lìnea—. Usted está llamando a la Policìa Nacional del Perù. ¿Cuàl es su nombre?

Miguel entonces, sintió que la primera làgrima le rodò por el rostro. Guardò silencio.

—¿Hola? —volvió a decir la voz, ante el silencio en la lìnea—. ¿Es una urgencia? ¿Con quién tengo el gust...?

—Soy Miguel —respondió seco, apretando los labios—. Soy Miguel Prado.

Hubo un silencio largo en la línea, y Miguel sintió que su corazón latía a mil por hora.

—¿En qué puedo ayudarlo, Miguel?

Otro silencio se formó entonces; Miguel sintió que los labios le temblaron.

—¿Hol...?

—Me violaron —dijo Miguel, y luchó por mantener su voz.

Hubo otro silencio en la línea, y la señorita volvió a preguntar:

—Miguel, ¿usted reconoce la identidad de su agresor?

Y en aquel momento, la expresión de Miguel se rompió.

No pudo soportarlo màs.

—¿Hola? ¿Miguel? —insistió la mujer—. ¿El nombre de su agresor? ¿Cuàl es?

Y Miguel comenzó a sollozar, en silencio.

—No me sè su nombre... —mintió, apenas manteniendo su voz—. No me sè su nombre...

La mujer tardò unos segundos en contestar, y luego, dijo:

—¿Y su primer nombre? Podemos ayudarlo, solo basta si nos da el primer nombre de su agresor. También podemos tomar su denuncia, si nos entrega características físicas de la persona.

Miguel no contestò.

La mujer volvió a hablar.

—¿Hola? Migu...

Y Miguel cortò.

No pudo hacerlo.

Y comenzó a sollozar con fuerza.

—No puedo, no pu-puedo... no puedo hacerlo...

Y Eva, que le observaba con tristeza, caminó hacia Miguel, y se le posó en las piernas.

Comenzó a ronronear.

—Lo quiero tanto que... que incluso asì..., no puedo hacerlo; Ma-Manuel...

Quería con tanta fuerza a Manuel, que incluso a sabiendas de que le había hecho daño, y de que Manuel no le quería, Miguel no se sentía capaz de hacerle ese grado de daño.

Porque denunciar a Manuel por violación, significaba truncarle su carrera profesional, y hasta su vida.

Miguel no se sintió capaz de ello.

—Lo quiero tanto... —sollozò—; lo quiero, lo quiero, lo quiero...

Y se llevó ambas manos al rostro. Allí, en el sofá, se quedó mirando el techo del living.

Y se quedó ahí, sintiéndose vacío por varios minutos.

Manuel le hacía falta...

De pronto, uno leves golpecitos se sintieron en la puerta de su apartamento.

Miguel se sobresaltó, y Eva saltó desde sus piernas, y caminó hacia la puerta.

Los golpecitos volvieron a sonar.

Miguel miró extrañado, y se limpió las lágrimas.

¿Quién sería?

¿Acaso sería Manuel? ¿Manuel había ido a buscarlo? Miguel no lo creyó...

Èl había dejado ya, bastante claro, que no volvería a aceptar una visita de Manuel.

Aunque claro, por un lado —en realidad, demasiado—, Miguel deseaba ver a Manuel, pero...

Pero no podía aceptar el hecho, de saber que Manuel había abusado de èl.

Eso le rompía el corazón.

Y la puerta volvió a ser golpeada; Miguel salió de su trance, y se irguió del sofá. Despacio, acortó distancia hacia allá.

Dudó por unos instantes. No sabía si realmente quería abrir la puerta... ¿De verdad sería Manuel?

Y volvieron a golpear.

Miguel cerró los ojos con fuerza, y se dio ánimo entonces.

Y giró la perilla.

Apareció un hombre tras la puerta.

Miguel le observó.

—Hola —dijo el hombre, y sonrió ligeramente—. Eres... ¿Miguel?

Miguel asintió, descolocado.

—Hola, soy Martín —le dijo—. Ayer nos vimos en la clínica, ¿recuerdas?

Miguel quedó en silencio, aún sorprendido por dicha visita.

—¿Puedo pasar?

Miguel no dijo nada, y Martín, tomando la iniciativa, pasó hacia el apartamento, y cerró la puerta, suavemente.

Miguel sacudió la cabeza entonces, y frunció el ceño.

—¿Quién eres? —le dijo—. ¡Vete de mi casa! ¡Llamaré a seguridad!

—¡Eh, calma! —le dijo Martín, alzando sus manos—. Tranquilo, che. No te haré nada. Solo vengo a conversar unas palabritas, y me voy, pibe.

Miguel frunció el entrecejo, y cerró sus puños, en señal de estar tenso.

—¿Te acordàs de mí, pibe? Ayer nos vimos en la clínica, fuera de la consulta de Manuel.

Miguel, que poco recordaba —por haber vivido tantas emociones juntas ayer—, entonces rememoró.

Y se acordó. 

—Tú eres...

—Soy amigo de Manuel —dijo Martín, y sonrió—. Mi nombre es Martín, soy psicólogo. Quizá Manuel te habló antes de...

Miguel no le dejó terminar, y abrió la puerta de su apartamento, con fuerza.

Dio un portazo.

—Te pediré muy amablemente que te vayas de mi apartamento —le dijo, seco—. No quiero nada que tenga que ver con Manuel.

Martín pestañeó, descolocado.

Lanzó un silbido al aire.

—Me temó, pequeño amiguito... —dijo Martín, un tanto desafiante. Tomó la puerta, y la volvió a cerrar—. Que eso no pasará.

Miguel sintió tanta colera, que creyó que, en cualquier momento, uno de sus puños cerrados, chocarìa en plena cara de Martìn.

Pero este era igual de alto que Manuel, y aparte, Miguel no sabía si èl sería tan mansito como Manuel.

Quizá sí le devolvía el golpe...

—No quiero saber nada de ese maldito violador de mierda —dijo, escupiendo de forma hiriente—. Manuel es un jodido abusador. Un puto criminal. Una maldita rata que abusó de mi confianz...

—¡Ya, chè! —gritó Martìn, hastiado—. No vine para debatir tu opinión sobre Manuel, ¿está bien? Vine para contarte como pasaron las cosas.

Miguel le observó, iracundo.

—¿Tú que podrías saber, cojudo? —le dijo—. ¡¿Acaso estuviste esa noche en que Manuel me violó?! ¡¿Cuándo me desnudó, y me golpeó?! ¡¿La noche en que cambió las sabanas de mi cama, para no dejar evidencia de la sangre y el semen?! ¡¿Cuándo luego me abandonó?! —A esas alturas, Miguel volvía a tener los ojos repletos de lágrimas, signo de la rabia que sentía—. ¡No encuentro ni mi ropa, ni mis sabanas de esa noche! ¡Manuel se las llevó con èl, y seguro las ocultó! ¡Manuel es un maldito violador! ¡Por eso huyó de Chile!

Martín miró a Miguel con rabia contenida. Lo despellejó con la mirada.

Pero sabía controlarse. Era psicólogo; debía demostrarlo.

Obviamente no iba a caer en su juego de histeria.

—¿Estabas borracho esa noche, amigo?

—Sí, lo estaba —contestó Miguel—, y no soy tu amigo.

Martín sonrió, y caminó hacia el balcón.

—Tenès un apartamento re lindo —le dijo, y Miguel lo siguió por detrás, conteniendo su ira—. ¿Te molesta si enciendo un cigarrillo acá, en el balcón?

Miguel le miró con aura asesina, y guardó silencio.

—Tomaré eso como un sí —le dijo, y sacó su cajetilla; encendió un cigarrillo, y procedió—; bueno, Miguel... entonces sí estabas borracho esa noche. Eso quiere decir, supongo... que no recuerdas qué pasó exactamente. Llegaste a esa conclusión tú solo...

—¡Es obvio que me violó! —exclamó—. ¡Todo apunta a que sí lo hizo! ¡Cambió mis sábanas! ¡Amanecí golpeado y herido! ¡Con dolor de espalda y trasero! ¡Me abandonó en medio de la noche! ¡Mi ropa y mi sabana de dicha noche, ya no están! ¡Desapareció!

Martìn inhaló el cigarrillo, y con calma, exhaló el humo.

—Lo obvio no siempre es lo verídico, camarada. —Observó a Miguel, y le sonrió—. He trabajado muchísimo en psicología criminal, y con toda clase de criminales, y te aseguro que Manuel, lo que menos tiene, es la mente de un criminal. Manuel, es como un perro; arrastrado, y noble a cagar.

Miguel no pudo dejar de sentir ira.

—¿A eso viniste? —espetó—. ¿A defender a tu amigo violador?

Martín no le contestó, y volvió a fumar su cigarrillo.

—Esa noche, vos y Manuel tuvieron una cita, acá cerca, en un bar de Miraflores. Bailaron, y bueno... bebieron; es normal beber. —Martín dirigió su vista hacia la mesa de Miguel, y observó la botella vacía de pisco—. Y parece que vos lo haces habitualmente...

Miguel frunció el ceño.

—Es normal que, cuando uno bebe, suele transformarse. Por ejemplo, cuando yo tomo, me vuelvo el borrachito buena onda. El pibe simpático, el payaso... ¿Y vos? ¿Qué clase de borracho sos? ¿El filosófico? ¿El dormilón? —Martín guardó silencio, y luego dijo, con voz marcada—. ¿O sos el borracho agresivo?

Miguel contrajo sus pupilas.

Joder, sì; èl era en gran parte, el borracho agresivo.

—En fin... —dijo Martín, y prosiguió—. Ese día, vos te viste envuelto en una pelea afuera del bar, con un tipo que... bueno, que según me contó Manuel, fue en el pasado un ''sugar daddy'' tuyo...

Miguel quiso defenderse —pues ello le producía vergüenza—, y quiso hablar, pero Martín le interrumpió.

—El boludo este te cagò a palos, pibe, ¿lo entendès? Te golpeó la maldita cara, con tanta fuerza, que incluso a Manuel te le soltaste de las manos, y eso que Manuel tiene muchísima fuerza, eh. Te caíste de espalda, y te golpeaste entero, ¿podès recordar eso?

Y Miguel, que hasta ese punto ya estaba un tanto perplejo, entonces comenzó a recordar.

Y algunas imágenes difusas se le vinieron a la mente.

''¡Cà-càllate! ¡No le hables esas cosas a Manuel! ¡No soy una prostituta barata! ¡Jamás me acosté contigo, ni con nadie por dinero!''.

Miguel abrió sus ojos. Separó sus labios.

''Eres una perra sin dignidad, imbécil''.

''¡¡Pídele perdón, mierda!! ¡Miguel no es una perra, no es prostituta, ni es una mierda!!''

Y Miguel lanzó un alarido, sorprendido.

Las imágenes habían vuelto a su cabeza.

Lo recordaba todo.

Martín le observó, y se percató de la nueva expresión de Miguel.

Entendió entonces, que Miguel comenzaba a recordar.

—Luego de que ese pelotudo te golpeó, Manuel te defendió. Al final, terminaste desmayándote, porque pensaste que el otro pelotudo había matado a Manuel. Cuando despertaste, ya estabas acá, en tu apartamento. Manuel se dio el trabajo de traerte hasta acá, y de llevarte hasta tu cama, para cuidarte.

Sí, lo recordó también.

Ese era uno de los vacíos que Miguel tenía en su mente. Muy probablemente, el desmayo fue, en gran parte, el causante de las lagunas mentales que poseía.

Pero ahora todo comenzaba a aclararse.

—Luego de eso... bueno, tú y Manuel tuvieron creo que una larga conversación, algo más íntimo, pero..., pero a mí no me corresponde recordarte eso. Desconozco sobre qué habrá sido, pero luego, sé que Manuel te confesó algo que a vos te impactó tanto que... que bueno, te vomitaste encima, y te embarraste toda la ropa.

Y a la mente de Miguel, entonces se vino un recuerdo muy claro, que ya poseía antes de hablar con Martín.

''Te quiero, Miguel. Te quiero mucho''.

Y la imagen de Manuel, con su tierna sonrisa, con sus ojos brillando a la luz de la lampara, y de su expresión llena de nostalgia, se impregnó en la mente de Miguel.

La imagen de Manuel enamorado.

Y Miguel no pudo retener las lágrimas.

Se sintió el hijo de puta más grande del universo.

—Es por eso que amaneciste semi desnudo —le aclaró Martín—, porque te vomitaste completo, pibe. Eso pasa cuando bebes mucho. Y bueno... es obvio que Manuel iba a sacarte la ropa para dormir, ¿no? ¿O a vos te gusta dormirte encima del vómito? Manuel es tan corazón de abuelita, que se dio la molestia hasta de limpiarte. Hubiese sido otra persona, te deja tirado con tu vomito y todo, pibe.

Miguel comenzó a llorar en silencio.

Martín sintió lástima, y prosiguió.

—Después Manuel te acostó en tu cama, y te exigió dormir, porque creo que ya estabas muy aturdido, pibe, y tenías que descansar. Al paso de un rato, te volviste a vomitar, y embarraste tus sábanas. Y... pues, adivina qué; Manuel las tuvo que cambiar.

Miguel asintió despacio, y otro recuerdo le vino a la mente.

''¿Dónde tienes más sábanas, Miguel? Te las cambiaré. No puedes dormir con esas''.

Y recordó también, lo patético que se sintió en ese momento, y que, a pesar de sentirse asqueroso por estar embarrado, Manuel le ayudó, sin reclamar por su apariencia u olor.

Miguel entonces sintió que el alma se le quebró en muchos pedazos.

Había sido un grandísimo imbécil...

—Yo..., bueno, yo no sé donde Manu habrá dejado tu ropa y las sábanas manchadas, pero... si después de esto ya no me crees, entonces ya no sè como hacerte creer que Manuel no es un violador. Ve a buscar en tu habitación, no sè, el baño...

Miguel se quedó en silencio por varios minutos, sintiendo como la culpa le carcomía el alma.

—Martín... —susurró, derrotado; Martín le observó—. ¿C-cómo sabes todo esto?

—Manuel me lo contó ayer, por la noche —le dijo—. Después de lo que pasó en la clínica, me lo llevé a mi casa, e intenté estabilizarlo.

Y Miguel, entonces recordó...

Ayer, cuando èl le gritaba a Manuel que era un violador, un criminal, y que lo detestaba, Manuel intentó en algún momento explicarle la situación.

Pero no le dio la oportunidad para poder oírlo, siquiera.

En su lugar, en vez de darle la palabra a Manuel, le escupió en pleno rostro, y lo humilló frente a todos.

Había sido muy injusto con Manuel.

—¿Cómo está Manuel...? —preguntó Miguel, con la vista fija hacia la nada, y con los ojos llorosos.

—Deshecho —le confesó Martín—. Ayer Manuel sufrió un ataque de angustia, y tuve que intervenir yo. Soy el único que logra estabilizarlo, o llora hasta desmayarse y quedar inconsciente.

Al oír eso, Miguel sintió un profundo dolor.

—Muy pocas veces le pasa, y es cuando algo le duele demasiado —le dijo—. Lloró muchísimo, y peor ayer, porque...

Miguel le observó, con los ojos llenos de lágrimas.

—Porque hoy es trece de abril, y a Manuel, esta fecha le ocasiona un dolor muy profundo. Y las palabras que vos le dijiste... el hecho de haberle golpeado en la cara, y haberle escupido, es algo que, para el trece de abril, alguien hizo también con Manuel. Lo heriste mucho, Miguel. Manuel es un hombre muy fuerte, pero lograste romperlo.

Aquellas palabras también rompían a Miguel, que se sentía absolutamente torturado por la culpa.

Había hecho un daño profundo a Manuel...

Y èl, que quería tanto a Manuel...

—Manuel siempre se muestra fuerte, alegre, amable... y bueno, no sé si vos sabes, pero... es un hombre muy querido en la clínica, y en el Callao. Hace actos de beneficencias en el Callao, y donaciones a fundaciones. —Martín sonrió—. Es un buen pibe... pero no vale la pena que yo te hable maravillas de èl, ¿verdad? Vos seguís creyendo que èl es un violador, y...

—No... —susurró Miguel, y comenzó a llorar—. No creo que lo sea..., yo... ya recordé todo. Y lo que dices... lo que dices es verdad. Eso es lo que pasó. Manuel no me violó...

Y Miguel reventó en llanto.

Martín le acarició la cabeza, con aura paternal.

—Tranquilo, pibe... —le dijo—. Yo debería estar furioso con vos, por haber hecho daño así a Manuel, pero..., pero todos cometemos errores. Lo importante es pedir perdón, de corazón, y redimirlos.

Miguel asintió, sollozando como un niño pequeño.

—Manu te quiere mucho, ¿lo sabes? —dijo Martín, con aura simpática—. Ayer sollozó como Magdalena, porque vos lo odiabas... ¡Pero no le cuentes! ¡Es un secreto! Sí llega a enterarse de que te conté, me va a matar...

Miguel comenzó a reír entre lágrimas, divertido.

—Y... ¿Y por qué razón Manuel se fue a la clínica sin avisar? —dijo Miguel, limpiándose las lágrimas—. Èl me había dicho que... que no tenía trabajo ese día...

Martín posó su mano en el mentón, pensativo.

—Sobre eso... bueno, no tengo mucho como justificar a Manuel —dijo Martín—. Estuvo mal que no te avisara, pero la razón fue, que hubo un terrible accidente, ¿te enteraste?

Miguel, no muy enterado de la noticia, solo asintió. Había oído la noticia de pasada, pero no sabía los detalles en específico.

—Hubo un accidente múltiple vehicular —le dijo—, fue horrible, pibe. Hubo muchos muertos, y muchos pacientes de gravedad, y la mayoría de ellos llegaron a la clínica. Bueno... yo no sé si Manuel te ha contado, aunque no lo creo, porque este pibe es muy discreto con sus labores profesionales...

Y desde ese punto, Miguel comenzó a oír con atención a Martín.

—Manuel es uno de los médicos principales de la clínica. Èl también trabaja en el servicio de urgencias, eso quiere decir, que debe estar disponible para cualquier día, o cualquier hora, independiente de si trabaja o no ese día en su consulta. Manuel lidera un equipo médico, en donde practican cirugías. Es un buen médico cirujano, y por ello le encomiendan los procedimientos médicos más complicados y de alto riesgo. Y bueno... esa madrugada lo llamaron, y debió partir de inmediato a la clínica. ¡Les salvó la vida a muchas personas, pibe! El pobre salió tan rápido, que ni pudo bañarse, ni cambiarse de ropa. Sí... debió avisarte al menos, pero... en parte lo entiendo, ¿sabes? Estaba tan nervioso, que se le pasó por alto, y se fue. Pasó como quince horas trabajado. Quedó maaaal; cansado...

A Miguel, que observaba atónito a Martín, le brillaban los ojos al escuchar todas aquellas lindas virtudes de Manuel.

Era un médico importante —y a Miguel, ya nada le importaba si tenía o no poco dinero, pues comenzó a amar la capacidad intelectual de Manuel; lo admiraba—, era muy querido, bueno en lo que hacía, era humano, noble, y amado entre sus pacientes.

Y suspiró sin quererlo. Martín lo oyó, y a Miguel se le sonrojó el rostro, notoriamente.

—¡Ese fue un suspiro de enamorado, che! —le dijo Martín, riendo.

Miguel sonrió nervioso, y escondió su rostro.

Hubo un largo silencio entre ambos.

—Bueno, che... —dijo Martín, abandonando el balcón, y dirigiéndose al interior del apartamento—. Tengo que irme, pibe. Le dije a Manuel que tenía una cita con un paciente, pero... lo que no supo, es que el paciente fuiste vos.

Miguel sonrió, admirado.

—Me tengo que ir. Ahora sí, de verdad, tengo cita con un paciente. Cuídate, Miguel. Sos un buen pibe. Medio bravo al principio, pero se te nota el corazón noble.

Y cuando Martín quiso abandonar el apartamento, Miguel le dijo:

—Espera, Martín... —Martín se volteó, curioso—. Gracias por venir, y disculpa por ser tan grosero...

Martín rio divertido, y dijo:

—¡No pasa nada, che! Despreocúpate. ¿Sabes de qué debes preocuparte? De Manuel. Si te interesa saberlo... èl debe estar ahora, en su casa. Vos sabes dónde queda.

Miguel contrajo sus pupilas.

—Así es, en el Callao... —le dijo Martín—. Ya sé que es medio peligroso, y todo... pero, si querès ganarse su perdón, creo que ya sabes lo que tienes que hacer.

Miguel asintió.

—Ahora sí, ¡adiós! ¡Y que todo salga bien!

Miguel sonrió, y Martín abandono el apartamento.

Y apenas Miguel vio la puerta cerrarse, corrió a su habitación.

Se echó en la cama, y lanzó un grito ahogado en la almohada.

Se sintió feliz de pronto.

—¡Eva, Eva, Eva, huevona! —gritó, alzando a su gata, que le había seguido los pasos—. ¡Manuel no me violó! ¡No es un criminal! ¡No me abandonó! ¡No jugó conmigo! ¡De verdad me quiere!

Eva maullaba, como diciéndole: ''Me alegra mucho, ¡pero suéltame!''

—Manuel... —susurró Miguel, y se quedó observando el techo de su habitación—. Ay, Manuel, Manu, Manu... —sonrió con tristeza—. Te quiero tanto, Manu...

Y de pronto, a Miguel se le ocurrió hacer algo.

Y de un salto, se alzó de la cama.

Comenzó a buscar en la habitación la mayor prueba que demostraba que no había sido violado por Manuel: su ropa, y la sabana manchadas con vomito.

Pero después de varios minutos hurgando en su habitación, no halló nada.

Se quedó pensativo.

Y luego, el foco se le prendió.

—La habitación del lavado... —susurró, y a zancadas, se dirigió hacia el lugar.

Allí, entonces vio una bolsa arrinconada, con mucho detergente encima.

Miguel se acercó, y abrió la bolsa.

Del interior, salió un hedor asqueroso.

Miguel dio una arcada, y se tapó la nariz.

Era un olor ácido.

—Puta madre, què asco...

Dijo, y sonrió.

Era extraño, lindo, y asqueroso. Aquello, era la prueba de que la defensa de Manuel, era la realidad.

En el interior de la bolsa, yacía su misma ropa de la noche, y las sábanas, embarradas en su vomito.

Y Miguel entonces no tuvo más espacio a dudas.

—Manuel... —susurró, y se alzó del lugar, caminando hacia el living—. Fui muy injusto contigo, Manuel...

Miguel se echó en el sofá, y miró hacia el techo.

—Esa noche me cuidaste, te diste el tiempo de protegerme, de hacerme sentir bien, y yo... al día siguiente, solo te traté mal. —Se volteó, y abrazó una almohada, intentando imaginar que era Manuel—. Manu, Manu... algo muy dentro de mí, sabía que tú no serías capaz de eso...

Pasaron unos minutos, y luego, a Miguel se le vino a la mente, la triste realidad que había ignorado.

—¿Y si no quiere perdonarme? —se dijo, de pronto—. Ayer le hice tanto daño... tanto daño que, Manuel tiene todo el derecho de rechazarme.

Miguel sintió que el corazón se le estrujó.

Se sentía feliz, por saber que Manuel seguía siendo la misma persona a la que quería, y que podía sentir ese amor hacia èl sin ningún tipo de barrera, pero... ¿Había pensado en cómo Manuel se sentía ahora? Pensar solamente en la felicidad de èl, y no pensar en lo triste que Manuel se sentía, era muy egoísta...

Miguel estaba acostumbrado al corazón blandito de Manuel. Estaba acostumbrado a tratarle mal, a ser orgulloso con èl, a menospreciarlo en ocasiones, y a hacerle daño, pero... ¿Y si Manuel se había cansado? ¿Y si Manuel se iba sin más?

NO.

A Miguel aquello le aterró.

No, èl no era digno del perdón de Manuel.

Y hasta ese punto de su vida, Miguel entendió que se comportaba como un estúpido niño caprichoso. Había hecho daño a Manuel, y ahora esperaba conseguir su perdón, ignorando si Manuel se lo daría, o no.

Manuel no siempre iba a estar para èl, porque todo tiene un límite, y el amor también lo tiene.

Miguel entonces comenzó a llorar.

—No... Manu... —susurró, llorando—. ¿Y si no me perdona? ¿Y si me dice que ya no quiere nada conmigo? ¿Y si después de esto, me abandona de verdad? Quien se equivocó fui yo... lo traté mal, lo humillé, le hice daño, y lloró mucho por mi culpa...

Y Miguel, se quedó allí, echado en el sofá, lamentándose por haber sido tan imbécil.

—Manu...

Y Eva, a su lado, le maulló.

Miguel la observó, con los ojos llorosos.

Eva le volvió a Maullar, con enojo.

Le mordió los pies a Miguel, y este se levantó de un salto.

—¡¿Qué haces, huevona?!

Eva le volvió a maullar, con rabia.

Y Miguel entendió.

''¡En vez de lamentarte ahí, ve y pídele perdón! ¡Gánate su jodido perdón! ¡Métete el orgullo en el culo, y haz lo que tu corazón te dice! ¡¿Lo quieres, no?! ¡Pues demuéstralo! ¡Pònele huevos, macho peruano!''

Si Eva hubiese hablado el lenguaje humano, seguramente sus maullidos se habrían traducido en eso.

Y Miguel lo supo.

—Tienes razón... —dijo, limpiándose las lágrimas, y frunciendo el ceño—. No puedo quedarme acá...—Se llenó el pecho de aire, y dijo con decisión—: Si la caguè, tengo que arreglarla.

Miguel se levantó, corrió hacia el baño, y se mojó la cara con abundante agua.

Corrió hacia su habitación, y vacío el ropero. Buscó el outfit más lindo, y con ella, se vistió.

—Si voy a pedirle perdón a Manuel, lo haré con todo —le dijo a Eva, que le observaba con una expresión que, en lenguaje facial gatuno, sería felicidad—. ¡Manuel hoy día va a perdonarme! ¡Y lo hará, porque me la voy a jugar!

Miguel sintió tanta valentía de pronto, que la felicidad comenzó a fluirle por todo el cuerpo.

Y Miguel supo entonces, que ser orgulloso le hacia menos feliz.

Y èl, el día de hoy, quería ser feliz.

Feliz con Manuel.

—¡Ya, Eva! —exclamó Miguel, perfumándose—. ¡Ya me voy! Me voy al... al Ca-Cal-Callao...

Lo último lo dijo con la expresión tensa. Jamás pensó visitar el Callao por cuenta propia.

Y menos en busca de un amor.

—¿Te das cuenta, Eva? —le dijo, sorprendiéndose—. Las cosas que hago por Manuel...

Y cuando el Uber de Miguel llegó, entonces este se despidió de Eva con un fuerte abrazo, y le susurró:

—Deséame suerte, bonita.

Eva la maulló en respuesta.

(...)

Cuando Miguel llegó a casa de Manuel, vio una lucecita prendida en el interior.

Supo entonces, que Manuel ya estaba en su casa.

—Muchas gracias por traerme, señor —se despidió, y bajò del vehículo.

Cuando el vehículo partió, Miguel se quedó parado allí, observando la explanada de la casa, sin ser capaz de moverse.

Las manos le sudaban. Estaba nervioso.

Nunca antes había pedido perdón... ¿Cómo se hacía? ¿Qué hacía una persona que pedía perdón a otra?

Y le comenzaron a temblar las manos.

—Vamos, Miguel... —se dijo a sí mismo, acortando distancia hacia la puerta de Manuel—. Solo tienes que mi-mirarlo y... y pedirle perdón. No es tan complicado, ¿verdad?

Se detuvo justo frente a la puerta de Manuel, y se quedó quieto por un par de minutos.

—Vamos, Miguel... —se dijo—. Sé valiente.

Y golpeó la puerta.

En un inicio, golpeó tan suave, que al parecer Manuel no oyò.

Pero entonces, Miguel, más decidido que antes, volvió a golpear, pero esta vez con más fuerza.

Y se oyó una voz desde el interior de la casa.

—¡Ya voy!

Y Miguel sintió que el corazón se le regocijó...

Era la voz de Manuel... ¡De su Manuel!

—Disculpe la tardanza, estaba regando las plantas de mi jard...

Manuel abrió la puerta, y cuando vio a Miguel allí parado, abrió los ojos muy grandes, y separó sus labios, en signo de sorpresa.

Del impacto, soltó la regadera de la mano, y esta cayó al suelo.

Ambos se observaron.

—¿Mi-Miguel...?

Miguel sonrió con tristeza.

Y Manuel no pudo creerlo.

—Hola, Manu...

E intentó retener su voz quebrada, y las lágrimas de sus ojos.

Volver a ver a Manuel, así, tan lindo y brillante como siempre, expendiendo esa aura noble, ese rostro con expresión tierna, y vestido con ropa tan común, como siempre lo hacía, le llenaba a Miguel el corazón.

Lo quería demasiado.

Y Manuel, al paso de varios segundos, pudo entonces reaccionar.

—¿Q-què haces aquí? —disparó, sin pensar lo suficiente—. ¿Viniste al Callao? ¡¿Tú solo?!

Miguel asintió. Sonrió con tristeza.

Manuel estaba estático de la sorpresa.

¡¿Miguel fue al Callao por su propia cuenta?!

—¿Puedo...? ¿Puedo pasar? —dijo Miguel, desviando la mirada, ante la expresión perpleja de Manuel—. Aquí hace un poco de frío...

Manuel pestañeó confuso, y sacudió la cabeza.

Salió de su trance.

—¡Ah! Sí, claro que sí... —dijo, dando paso a Miguel, y agachándose para recoger la regadera que se le había caído de las manos. Tras Miguel, Manuel cerró la puerta, y se volteó para observarlo.

Ambos se miraron en silencio. Manuel desvió la mirada.

Se sintió avergonzado.

—Miguel... —susurró, y sintió que un nudo le oprimió el estómago, por los nervios—. Yo... yo quería pedirte perdón. No debí irme esa noche, sin siquiera avisart...

—Manu —Miguel, acortó distancia hacia Manuel, y lo observó de cerca. Manuel le mirò, y dibujó una expresión triste en el rostro, nervioso—. No me pidas perdón, Manu.

Y ante aquellas palabras, Manuel sintió sorpresa.

¿Acaso no lo odiaba?

—Soy yo quien debo disculparme contigo... —le dijo—. Recordé todo, y... y no es cierto que me hayas violado.

Manuel sonrió con tristeza. Un brillo se le posó en los ojos.

—¿Lo... lo recordaste?

Miguel asintió, avergonzado. Manuel dio un leve suspiro.

—Esa noche me cuidaste, Manu. Fuiste muy amable conmigo, y te diste el tiempo de defenderme, cuando ese imbécil me golpeó fuera del bar. Y, por si fuera poco, cuando llegamos a mi apartamento, me ayudaste cuando me sentí mal.

Manuel sonrió.

Se sintió aliviado.

—Miguel...

—Y, a pesar de eso... —le interrumpió Miguel, y bajó la mirada—. Te hice daño, Manu. Incluso cuando te fuiste porque tu deber era salvar vidas, yo..., yo te humillé frente a todos, y te hice llorar...

Manuel bajó la mirada, con tristeza.

Miguel tenía razón con ello.

Le había hecho sentir muy mal...

—Y por eso, te pido perdón, Manu —dijo, armándose de valor, y alzando su vista hacia Manuel—. Perdóname. Perdóname por ser tan... tan imbécil...

—No eres un imbécil, Miguel...

—Todo este tiempo has sido tan bueno conmigo, y yo solo te he hecho daño, pero... pero se acabó, Manu.

Miguel, con decisión, tomó las manos de Manuel, y las entrelazó a las suyas.

Manuel abrió los ojos, sorprendido, y entonces oyó:

—Me gustas mucho, Manuel —se confesó—, y no es un simple gusto físico. Te quiero mucho, y comienzo a verte con otros ojos. Te pienso cada día, cada hora, e incluso en mis sueños, siempre apareces.

Manuel entonces no pudo creerlo.

¿Miguel se le estaba confesando?

Manuel contrajo sus pupilas, y las mejillas se le sonrojaron.

—Dèjame redimir este daño, Manu. Quiero cambiar; ser distinto, y quiero hacerlo para que, en algún momento, también sientas admiración por mí, como yo lo siento ahora por ti.

Listo, ya lo había dicho.

Y por primera vez en su vida, Miguel se armó de valor para confesar su amor a alguien.

Nunca antes Miguel había hecho eso por otra persona, y Manuel, por primera vez, le ocasionaba sentimientos así de bellos, como para motivarle a decirlos.

—Te admiro mucho, Manu, y eres importante para mí... —A esas alturas, Miguel tenía los ojos llenos de lágrimas. Jamás se había sincerado con alguien para confesar sus sentimientos, y ahora, Miguel solo dejaba fluir todo. Decidido, entonces comenzó a entonar las palabras que le nacían del alma—. Te preocupas por mì, y eres la primera persona en la vida, que me ha demostrado un cariño sincero. De ti, he aprendido muchas cosas, y te agradezco por ser así de lindo.

Manuel aùn no daba crédito a lo que oìa, y solo observaba, perplejo.

Miguel sonriò, avergonzado, y siguió hablando.

—Cuando pensè que me habìas abandonado... se me rompió el corazón. No te quería ver más, y estaba decidido a olvidarte, pero... a pesar de ello, no pude hacerlo, y eso, Manu, es porque te tengo tan dentro de mi alma, que entendí que quiero pasar mis días contigo. Sin ti, todo se me hizo vacío.

Manuel comenzó a llorar.

Estaba conmovido.

—Es por eso, Manu, que te pido perdón. ¿Perdonarías a este estúpido niño caprichoso? —Miguel sonrió entre lágrimas, y Manuel lanzó una risita—. Sé que sufriste mucho por mi culpa, que te hice llorar, y... y está bien si no quieres perdonarme, estás en todo tu derecho... —Miguel dibujó una expresión melancólica, y continuó—: Solo quiero que sepas, que te quiero mucho, y que realmente lo siento...

Tras ello, hubo un largo silencio.

Manuel, que tenía los ojos llenos de lágrimas, entonces sonrió.

Y dijo a Miguel:

—Claro que te perdono... —susurró, y Miguel sonrió, no creyendo lo que oía—. Y te perdono, porque también me gustas, y porque te quiero muchísimo.

Miguel lanzó un sollozo, y se lanzó a los brazos de Manuel.

Se fundieron en un tierno abrazo.

—Manu... —sollozó, y se aferró con fuerza a los brazos de Manuel—. Te quiero, te quiero mucho...

Manuel tomó a Miguel por detrás de su nuca, y lo aferró con más fuerza a su cuerpo.

—Solo no vuelvas a desconfiar así de mí, por favor... —le dijo, muy dolido, mientras acariciaba a Miguel en la espalda—. Me dolió muchísimo creer que me odiabas. Yo jamás te haría daño, Miguel. ¿Cómo pudiste siquiera dudarlo? Te quiero, y no podría hacerte jamás algo como eso.

Y estuvieron así por un largo rato, uno aferrado al otro, unidos en un intenso abrazo, y en donde se negaban a separarse.

Se sintieron entonces fundidos en un aura de calma. Y el corazón les latió con fuerza.

Y de pronto, se separaron, para poder admirar sus rostros.

Ambos tenían los ojos llenos de lágrimas. Comenzaron a reír.

—No llores, tontito... —le dijo Manuel a Miguel, y le limpió las lágrimas.

—¡Tú también estás llorando! —dijo Miguel, divertido, y aferró sus brazos al cuello de Manuel.

Y ambos quedaron muy cerca del otro.

Y Miguel se sintió en paz.

—Manu... —susurró, y Manuel sonrió—. Quiero pre-preguntarte algo...

—¿Mh?

Miguel guardó silencio por varios segundos, y con el rostro sonrojado a más no poder, tomó todo el valor que jamás en su vida pensó tomar.

Y con la pasión en su máximo nivel, Miguel entonces se quitó todo rastro de orgullo, y preguntó a Manuel:

—Manu... ¿Quieres ser mi novio?

Manuel quedó entonces perplejo. Contrajo sus pupilas, y separó un poco sus labios. El rostro se le sonrojó, y el corazón se le volcó.

No podía creer lo que había oído.

Y Miguel, dándose cuenta de lo que había preguntado, entonces se tapò el rostro con ambas manos, nervioso. 

¡¿QUÈ CHUCHA HABIA DICHO?!

—¡A-ah! L-lo siento... lo di-dije sin...sin pensar. Soy t-tan impulsiv...

—Sì —contestó Manuel, y Miguel, abrió los ojos de la impresión—. Sí quiero ser tu novio, Miguel.

Y ambos guardaron silencio.

Miguel no pudo creerlo.

Y cuando entendió, lo que estaba ocurriendo —y lo que acababa de hacer, pues, jamás había pedido noviazgo a nadie; solo lo hizo como un acto impulsivo—, Miguel se soltó de los brazos de Manuel, y comenzó a gritar.

—¡Ma-Manuel aceptó ser mi novio! —exclamó, sonriendo y dando pequeños saltitos—. ¡Manu me quiere! ¡Manu me quiere mucho! ¡Somos novios!

Y Manuel comenzó a reír, enternecido por las acciones del más pequeño.

Y entre tanta conmoción, Manuel, de un movimiento un tanto brusco, tomó a Miguel por la cintura, y lo atrajo hacia sí mismo.

Y lo observó detenidamente.

Miguel sintió que el corazón le iba a estallar.

Y Manuel, sin mediar absolutamente ninguna palabra, acarició el rostro de Miguel, y acercó su rostro hacia el de èl.

Y con un movimiento suave, besó a Miguel en los labios.

Y se fundieron en un beso.

Miguel, que por primera vez besaba a Manuel —estando consciente, pues la vez anterior fue estando borracho, y no pudo disfrutarlo como correspondía. Ahora, en cambio, estaba en todos sus sentidos—, se sintió en el cielo.

Y cerró los ojos, con el rostro sonrojado.

Y entre medio del beso, a Miguel se le escapó un ligero suspiro, signo de la pasión desbordante que le embargaba.

Y aferró a Manuel más hacia su cuerpo.

Quería que Manuel lo tomara, y que jamás lo soltara.

Y al paso de varios segundos, ambos se separaron de forma leve. Se observaron con una expresión un tanto adormilada, signo de lo enamorados que estaban.

—Te quiero tanto... —susurró Miguel, y volvió a juntar sus labios a los de Manuel, en un tierno beso—. ¿Entonces somos...?

—Novios... —susurró Manuel, y le dio un beso fugaz en los labios a Miguel—. Ahora somos novios...

Miguel suspiró, y sintió que los ojos se le llenaron de lágrimas.

Aquello era un sueño.

—¡Y como somos novios, ahora dormiremos juntos!

Y de un movimiento juguetón, y sin dar previo aviso, Manuel tomó a Miguel en brazos, y lo apoyó en su hombro, tomándolo por los aires.

Y comenzó a caminar hacia su habitación.

Miguel lanzó un gritito ahogado, y comenzó a golpear la espalda de Manuel, jugando.

—¡Casi me botas, huevòn! —le gritó, riéndose—. ¡Si me caigo por tu culpa, ya verás!

Cuando llegaron a la habitación, Manuel tiró en la cama a Miguel, y este rebotó en el colchón, con suavidad.

—¡¿Me estás amenazando?! —le dijo Manuel, jugando—. ¡No le tengo miedo a un pollito con metralleta como tú! ¡Le tengo más miedo a Eva!

Miguel comenzó a reír, y tomó una almohada. Golpeó a Manuel en la cabeza con ella.

Manuel se la quitó, y la lanzó a un rincón de la habitación; comenzó a hacerle cosquillas a Miguel.

Hubo una intensa risotada en el dormitorio.

Hasta que entonces, ambos se cansaron, y se echaron en la cama.

Ambos se quedaron de frente, observándose el uno al otro.

Se quedaron en silencio.

—Gracias por llegar a mi vida, Manu...

Susurró Miguel, con una expresión que denotaba enamoramiento.

—Te quiero para siempre conmigo...

Y volvió a besar a Manuel en los labios.

Y Manuel le correspondió.

Y por varios segundos, ambos se besaron.

Y al paso de unos minutos, los besos pasaron de ser tímidos, a estar más revestidos de pasión.

Y sus cuerpos acortaron distancia, acariciándose y fundiéndose en un cálido abrazo.

Y así se quedaron, sumidos en aquel pequeño universo que comenzaban a crear.

Porque Miguel y Manuel, entonces se enamoraron.

Manuel, para dar una segunda oportunidad a su vida, y rehacerla al lado del hombre al que quería; y Miguel, decidido a cambiar para bien, aprender, y ser digno del amor de Manuel.

Porque entonces Miguel supo que, cada día, era un nuevo día para cambiar, para aprender, y para redimir nuestros errores.

Y los iba a redimir en compañía de Manuel.

Y las horas pasaron, y ambos se fundieron en un profundo sueño. Y con la leve luz de la lamparita, ambos se abrazaron, y se quedaron allí, en el nuevo nido que habían armado.

Y con fecha trece de abril, ambos se convirtieron en novios.

Para entonces, el trece de abril, tomó un nuevo significado para Manuel. 

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