La cicatriz eterna

Santiago de Chile, año 2000.

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Para el año 2000, Manuel era un muchachito de tan solo once años de edad. En la flor de su adolescencia, Manuel era un muchacho extrovertido, arrebatado, y muy impulsivo.

Para aquellos años, Manuel vivía aùn, en Puente Alto, una de las comunas con màs pobreza en Santiago, y con unas de las tasas delictuales màs altas de Chile.

Manuel vivía en medio de la pobreza, en medio del consumo de drogas, y en medio de la carencia. Siendo el hijo mayor, de un matrimonio que, por una parte, se dedicaban a la venta de verduras, y por otra, al aseo de un colegio, Manuel aprendiò lo que era la carencia, el hambre, y el frio, en plena ocurrencia de las temperaturas bajo cero, en Santiago de Chile.

—Hoy tenemos de almuerzo fideos con sal, hijo —dijo un dìa la madre de Manuel, a su hijo, que yacìa sentado en la mesa, observando con hambre, el almuerzo que, por tercer dìa consecutivo, se repetìa—. Provecho, mi niño.

Manuel no reclamaba, ni chistaba. Comìa en silencio, con la garganta seca. Sabìa que, un plato de fideos blancos, era una bomba de carbohidratos, carente de los nutrientes que, en pleno desarrollo, su cuerpo necesitaba.

Pero aùn asì, Manuel lo agradecía. Y, en lugar de reclamar por aquel misero plato de comida, lo probaba con ahínco, para no hacer sentir mal a su madre que, con tanto esfuerzo, hacía durar el mísero dinero que ganaba junto con su padre.

—Estàn ricos los fideos, mamita —decía, intentando consolar a su madre, la que, con vergüenza, le acercaba la comida a su hijo—. Hoy están distintos, porque están suavecitos.

La mujer se acercò a su hijo, y le acariciò el rostro. Manuel era un niño de corazón noble, pero que, en la desgracia del azar, naciò en la pobreza.

Pero aùn asì, su corazón seguía siendo como un lingote de oro; puro, y muy valioso.

Con el pasar de los años, entonces la realidad se fue volviendo màs dolorosa, y la pobreza, fue para Manuel màs evidente y desgarradora.

El dolor de ver a sus padres llegar cansados a casa, el de verlos llorar a escondidas, el verles pasar hambre, porque el dinero no cundìa, y el ver a su nuevo hermano menor, vistiendo ropa que le quedaba grande, porque era ropa regalada por caridad de los vecinos, entonces impulsaron a Manuel a tomar malos pasos, y a sacrificarse en el peligro de la calle.

Malos pasos que, en el corazón de Manuel, se justificò por amor a sus padres, y a su hermano. Por amor a su familia.

Para el año 2003, Manuel tenía entonces ya, catorce años de edad.

Y, en las andanzas de su pubertad, y conociendo ya màs de cerca la realidad que le aquejaba, decidió algo que, a sabiendas de sus padres, jamás le habrìa sido permitido.

Y Manuel, se unió a una banda delictual, teniendo tan solo catorce años de edad.

—¿Cuántos celulares robaste, culiao? —dijo un compañero suyo, que también era delincuente.

—Robè tres de la tienda —contestò Manuel, sacándose desde la chaqueta, tres cajas—. Doscientas lucas por los tres.

—Te doy cincuenta por los tres.

—No, cagao culiao —contestò Manuel—. En la tienda, cada uno sale a doscientos. Te acepto mínimo cien por los tres.

—Te doy ochenta.

—Sale para allá, gil culiao. Son cien, o nada.

—Pasa la weà, weòn —dijo su compañero, intentando quitarle los celulares.

Y Manuel, en un acto reflejo, sacò desde su bolsillo una pistola, y la apuntò al otro muchacho.

—Yaaa weòn, tranquilo —su compañero retrocedió, y alzò las manos.

—No estoy pal' webeo tuyo, conchetumare —le dijo Manuel, frunciendo el ceño—. Son cien, o nada. Yo corrì el riesgo, yo los robè, weòn.

El compañero asintió, asustado, y se metió la mano al bolsillo. De allí, sacò cien mil pesos chilenos, y se los extendió a Manuel.

Manuel los recibió, y de un movimiento, le lanzó la bolsa con los celulares.

Y ambos quedaron a mano.

Aquel dinero, fue usado posteriormente por Manuel, para ayudar a sus padres al pago de cuentas, y para la compra de alimentos. Asi mismo, el hermano de Manuel fue vistiendo ropa màs digna, y abrigada, tras el duro paso del gèlido invierno.

Y a escondidas de sus padres, Manuel se desenvolvió en aquel mundo por alrededor de medio año. Hasta aquel entonces, Manuel aprendiò a utilizar todo tipo de armas blancas, y armas de fuego. Sabìa, y conocìa, todas las artimañas de robo y hurto, y era medianamente reconocido por compañeros delincuentes que, en las tardes por la ciudad, le acompañaban en la comisión de sus fechorías delictuales.

Manuel entonces, se desenvolvió luego en el micro tràfico de drogas, y fue usado por narcos màs grandes, como un peòn para transportarla de casa, en casa.

Y el dinero comenzó a llegarle. Por cada fechoría, Manuel recibía una buena cantidad de dinero. Con ella, Manuel compraba cada vez màs y màs alimentos para abastecer su casa, y, en una alcancía, guardaba dinero para la nueva ropa de sus dos nuevos hermanos.

Manuel entonces, asumió en algún momento, que èl era una especie de jefe de hogar, y que, si no fuese por èl, sus padres no aguantarían tanta presión en el trabajo, y que sus hermanos, morirían de hambre.

Y hasta que un dìa, Manuel fue descubierto por su padre.

—¿Es cierto que andai metido en weàs raras, Manuel? —le preguntò un dìa su padre, el que, lo tenía sentado en la mesa, regañàndole—. Contèstame po, weòn.

—N-no es verdad, papà...

—¿Còmo que no, Manuel? —le dijo, lanzando sobre la mesa, una pistola que Manuel tenía oculta en su mochila—. ¿Y esta weà que es, weòn? ¿Andas metido con los delincuentes, Manuel?

—Esa weà no es mìa.

A Manuel le llegó entonces una brutal bofetada en pleno rostro. Cerrò los ojos, y agachò la cabeza.

—¿Voh creì que yo soy weòn? ¿Creì' que yo y tu mamà, nos hacemos cagar trabajando, para tener un hijo delincuente, Manuel?

—Papà, escùch...

—¡No weòn! Escùchame tù. Yo y tu mamà, jamás les hemos enseñado esto, Manuel. Tienes catorce años, no puedes...

—¡Voy a cumplir quince!

—¡Sigues siendo un niño, Manuel! —le gritò su papà—. ¡Si quieres ganar plata, y salir de esta miseria, entonces estudia, Manuel! ¡El ser un delincuente, solo te llevarà a morir con los narcotraficantes! ¡A poner en riesgo nuestra familia! ¡¿Eso quieres?! ¡¿Querì' morirte, weòn?!

Manuel negó con la cabeza, y se tomò la mejilla, adolorido.

—Entonces estudia, Manuel. Esa es la única manera. Yo, como padre, podrè no dejarles dinero después de morir, pero si educación. Somos honrados, Manuel. No somos delincuentes.

Manuel asintió, y desde entonces, no volvió a estar màs en dicho mundo.

Y definitiva fue su decisión, cuando la misma noche en que su padre le regañò, la casa de ellos fue atacada por la banda rival, para la que Manuel trabajaba.

A los pocos dìas, todos se mudaron a otro barrio. Manuel entonces, dio un giro a su vida.

Porque sus malas decisiones pusieron en riesgo a su familia, y aquello, no podía permitírselo.

(...)

Para el año 2006, entonces Manuel tenía ya diecisiete años. Para aquel entonces, Manuel habìa retomado el rumbo de su vida y, paralelamente a la escuela, mantenía un trabajo de medio tiempo, siendo un estudiante.

Con el paso de los años, entonces Manuel aprendiò a controlar su temperamento. Despuès de poner en riesgo a su familia, en sus malas andanzas, comprendiò que debía controlar su impulsividad, su agresividad, y en ser màs reflexivo; el tener que pensar bien las cosas, antes de tomar una decisión.

Manuel aprendiò entonces, a tomar control sobre sus actitudes; a no ser explosivo, ni muy temperamental.

—¿Còmo va, hijo? ¿Aùn estudiando para la prueba? —le dijo un dìa su madre, cuando entraba a la habitación de Manuel.

—Sì, mamita —respondió èl, leyendo una inmensa cantidad de material, sobre biología y química.

—Al final... ¿què carrera va a elegir, mi amor?

Manuel sonriò, y con los ojos brillando en ensoñación, dijo a su madre:

—Quiero estudiar Medicina, mamà.

La mujer sonriò apenada, y acariciò el cabello a su hijo.

—Asì será, mi amor. Seràs un gran médico.

A los meses, entonces Manuel rindió como jamás pensó. En una encrucijada en donde, Manuel estudiaba dìa a dìa, sagradamente, material sobre biología, la química, y las matemáticas, pudo acceder a una beca gratuita en la universidad, después de sacar un puntaje muy favorable en la prueba de selección universitaria.

Y desde entonces, la osadìa de Manuel, estudiando Medicina en la Universidad de Chile, comenzó.

(...)

Para el año 2007, Manuel ingresò a la universidad. Su vida universitaria se desenvolvió con altibajos, pero, lo que realmente le mantuvo de pie, y con la cabeza en alto, en una carrera que demandaba mucha concentración y tiempo, fue que, a Manuel, realmente le apasionaba la medicina.

Para su segundo año de medicina, entonces Manuel conoció a Martìn, en una de esas famosas fiestas ''mechonas'', en donde se les daba la bienvenida a los nuevos integrantes de las carreras universitarias.

—Hola, che... —saludò Martìn, borracho—. Este... estoy re borracho, pibe. ¿Me podès ayudar? No sè ni donde ando, pibe, Se me perdió mi casa, bo-boludo...

Manuel le mirò divertido, y se acercò a èl, entre medio de la música, y el tumulto.

—¿En què puedo ayudarte?

—Decìme la hora...

—Son las... once.

—Chùpalo entonces —dijo Martìn, y se empezó a cagar de la risa. Entre medio de la risa, se atorò con su saliva, y se comenzó a ahogar. Manuel le mirò enojado.

—Andai chistoso, culiao. Àndate a la chucha.

—Ya, ya, no, venì, no te vayas —le dijo Martìn, y le tomò de la chaqueta—. No te enojes. Te vi desde allá, y... nada, sos guapo.

Manuel arqueò ambas cejas, y lanzó una risilla divertida.

—Che... ¡no soy gay! Bueno, medio gay, pero... nada, me diste buena vibra, boludo. Ya, a ver; decime tu nombre.

—Rodrigo. —contestò Manuel—. Me llamo Rodrigo.

—¿Rodrigo? —repitió Martìn.

—Si me la chupai, te lo digo.

Manuel le devolvió la broma inicial, y Martìn se cagò de la risa, y se volvió a atorar.

—Mentira, me llamo Manuel, ¿y tù?

—Martìn, y estoy borracho. De todas formas, boludo, estando borracho o sano, soy igual de pelotudo. ¿Vamos a tomarnos unas birras?

Ambos comenzaron a reìr, y se dieron un fuerte apretón de manos.

Y aquel, fue el inicio de su amistad.

(...)

Un tiempo después, Manuel conoció en lo que fue su vida universitaria, a Camila, una compañera de Medicina que, junto a Manuel, pronto iniciaron una relación amorosa, y un tanto conflictiva.

Y con el paso del tiempo, entonces un embarazo de ello resultó.

Manuel y Camila, no solían tener una muy buena convivencia. Manuel, era por un lado un joven que vivía en Puente Alto, una comuna de Santiago en la que, la pobreza y la delincuencia, eran bastante comunes, por lo que pronto, Camila sintió prejuicios hacia Manuel.

Camila, por su lado, vivía en Providencia, una comuna bien posicionada, y adinerada, con casi nulos índices de delincuencia, y en donde residía gente màs distinguida.

Ambos venían de lugares diferentes, y tenìan arraigadas en su persona, distintas visiones del clasismo, y de las diferencias e injusticias sociales-culturales.

—Mi papà te detesta, Manuel —le dijo ella un dìa, dándole a saber que, su padre, no era partidario de la relación que ambos mantenìan.

—Pucha... —musitò Manuel, apenado—. ¿Por què? Yo... he intentado todo para caerles bien, Cami. ¿Por què me odian tanto? Yo no les he hecho nada.

Camila agachò la mirada, y enarcò sus cejas.

—Ellos saben... que tu mamà trabaja haciendo aseo, y que tu papà vende verduras —dijo ella, mostrándose un tanto indiferente—. Ellos dicen que... eso es poco digno. Tù sabes; mi papà es gerente de una clínica, y mi mamà... tiene su propia marca de ropa. Para ellos, tus padres son... distintos.

Manuel se mordió los labios, y echò un bufido, enojado.

—Tu papà y tu mamà, Camila, son unos discriminadores de mierda —le dijo Manuel, hastiado—. Y me detestan a mì, porque yo soy hijo de obreros, estudiante con beca, y porque trabajo de medio tiempo en una tienda. Por eso me detestan, Camila, porque no aguantan ver que, su hijita, esté con un atorrante como yo.

—No digas eso, Manuel...

—Y me molesta tu actitud, ¿sabes por què? Porque yo sì te he defendido de mis amigos, cuando dicen que eres una cuica. No me gusta que te insulten, pero cuando lo hacen conmigo, a ti te da igual.

Y asì era. Camila, no sentía un real enamoramiento por Manuel, y màs bien, estaba con èl, por un fuerte gusto físico. No podía negarse el hecho, de que Manuel era bastante guapo y requerido por las féminas de su carrera, y que, según los rumores que se contaban en la universidad, Manuel gozaba de un gran ''premio'' allí debajo —su entrepierna—, según lo que las compañeras femeninas de Manuel, observaban por sobre el pantalón de este.

Por aquella razón tan superficial, Camila estaba con Manuel, y no por un enamoramiento real.

Por esa razón, a ella le era indiferente, si Manuel era o no querido por sus padres, o si era insultado, o burlado, por sus amigos, cercanos, y familiares.

—Quizà deberíamos terminar, Camila —le dijo Manuel, hastiado. Tomò sus libros, y quiso salir de la biblioteca—. No veo real interés en...

—No podemos terminar.

—¿Y por què no? Yo te quiero, pero tù a mi no. Lo lamento, pero...

—Estoy embarazada, Manuel. 

(...)

Cuando Francisco naciò, fue el mayor milagro para ambos. Camila, entonces cambió paulatinamente su forma de ser, pues parecía ser, que ''Panchito'' —como ambos le decìan—, llegó a iluminar el alma de ambos.

Y pasaron de tener una relación conflictiva, a tener una màs cercana, ya no como un romance, sino que como amigos, y como padres de Panchito.

El niño, pasó a ser para Manuel entonces, los ojos de su alma. Por èl, Manuel se desvivía, y doblaba turnos en el trabajo, solamente para poder dar a su hijo, todo lo que a èl le falto de niño.

De la misma forma, tuvo que calzar horarios entre su trabajo, y su carrera. Y, aunque terminaba exhausto al final del dìa, Manuel era feliz con su hijo.

Porque lo amaba.

—¡¿Quièn es el niño màs lindo de toooodo el mundo?! —alzò al niño en brazos, y este le sonriò en respuesta—. ¡¿Quièn es el papà màs feliz del mundo?! ¡¿Quièn es el niño de mis ojos?!

Manuel sonreía de oreja a oreja, y le brillaban los ojos. Panchito, por su parte, le tocaba el rostro, y con sus pequeños labios, le mordía el rostro a Manuel, como muestra de amor.

Camila los observaba, sonriendo con ternura. El parecido entre Panchito, y Manuel, era impresionante.

Indudablemente, Manuel era el padre de ese niño.

Y, a pesar de que el nacimiento de Panchito, significò para ambos un hermoso milagro, para los padres de Camila, ello no significò el tener con Manuel, una mejor relación.

Porque seguían detestando a Manuel, y despreciándolo.

—Cuando seas grande, panchito... —dijo Manuel una noche, mientras sostenía a su hijo entre brazos, arrullándole antes de dormir—, seràs un gran hombre, hijo. Yo, tu papà, siempre estarè contigo. Nunca te abandonarè, y prometo, siempre apoyarte en lo que decidas. Podràs contar conmigo, y quiero que sepas, que cometer errores es normal. Nunca, pero nunca, sientas miedo de hablarme lo que sientes. La vida, hijo mìo... es un vaivén, de errores, y aciertos. Cuando crezcas, aprenderàs todo ello. Estarè en cada paso, en cada error, en cada triunfo... —Camila, que observaba a ambos desde la puerta de la habitación, sonreía emocionada—. Porque te amo, panchito, y no creo poder amar con esta misma intensidad, a nadie, nunca màs. Siempre seràs la luz de mi alma, y te juro, que seremos muy felices, bebè.

Las palabras de Manuel quedaron grabadas en la memoria de panchito, y de Camila.

Pero al tiempo, aquellas palabras se extinguieron en la mente del màs pequeño.

Junto a su vida.

(...)

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13 de abril, del año 2011.

La noche fatídica.

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En verano del 2011, los tres, fueron invitados a una cabaña de veraneo de los tìos de Camila, allá por el sur del país. Para aquellos efectos, Manuel habìa conseguido comprarse un vehículo, después de mucho esfuerzo, y horas extenuantes de trabajo.

No era un vehículo lujoso, ni de último modelo, pero era útil al momento de transportar a Panchito, y era màs bien un vehículo pequeño, compacto, e ideal para una familia pequeña, como lo eran ellos tres.

Desde Santiago, entonces los tres emprendieron el viaje. Y aquella noche, llovía de forma estrepitosa. El camino se hacìa algo peligroso, pero Manuel, como buen chofer, siempre mantuvo la atención en el trayecto, y jamás excedió el lìmite de velocidad permitido para la carretera. Y, después de horas extenuantes al volante, Manuel, Camila y Panchito, llegaron a su lugar de destino.

El lugar de destino, era cercano a Valdivia, una ciudad muy lluviosa que, conduciendo sin conocimientos previos, era propicio a accidentes.

El lugar era, màs específicamente, una cabaña cercana a un bosque. Alrededor, habìa muy poca gente, y tan solo, en medio de la noche, aquella cabaña estaba iluminada.

—Llegamos, familia —anunció entonces Manuel, estacionando el vehículo, justo al lado de la cabaña. Apagò el motor, y se volteò, mirando a Panchito, que yacìa bien sujeto en su silla de viaje, y a Camila, que tenía bien sujetado el cinturón de seguridad—. ¿Le avisaste a tus tìos que llegamos, Cami?

—Sì, les dije —respondió ella, desabrochando el cinturón a su hijo—. Manu... ¿còmo sacaremos al niño? Es de noche, y afuera está lloviendo horrible...

—Tranquila, yo lo saco.

—Pero te vas a mojar...

Manuel le restò importancia, haciendo un ademàn.

—Da lo mismo si me mojo. Lo importante es que Panchito esté bien, y bueno, que tù también lo estès.

Cuando los tres bajaron del vehículo, y se pudieron instalar en el interior de la cabaña, entonces llegó la tìa de Camila, y los recibió.

—Hola mi niña —saludò a su sobrina—. ¿Còmo está?

—Hola tìa, bien, muchas gracias —saludò ella, sonriente.

De pronto, apareció entonces Manuel. Venìa cargado de bolsos, y venìa también con Panchito en brazos, arropado en muchas mantas.

Manuel cuidaba tanto a Panchito, que siempre lo mantenía bien abrigado, incluso si era verano; tìpico de un padre primerizo.

—Eh... ¿èl es...?

—Es... el papà de panchito, tìa —ante aquellas palabras, la tìa de Camila hizo una mueca de desprecio hacia Manuel, observándole de pies a cabeza—. Se llama Manuel.

Manuel acortò distancia, y sonriò apenado.

—Ho-hola —dijo nervioso, y fortaleció el agarre a su hijo en brazos—. Es un gusto, soy...

—Sì, ya sè quién eres —interrumpiò la señora, observando con recelo—. Manuel... sì. Mi hermano, el papà de Camila, nos ha hablado bastante de ti, niño...

Camila agachò la mirada, avergonzada. Manuel, por su parte, quedó de piedra.

—¿Què está pasando aquí? —de pronto, llegó a la sala el tìo de Camila—. Hola, sobrina, ¿què tal?

Camila saludo con una sonrisa.

—¿Èl es...? —dijo, apuntando hacia Manuel.

—Es el niño Manuel —dijo la tìa, dèspota—. El mismo del que nos hablò ya-saquen-quièn.

—Ah... —dijo el tìo, mirando con cierto rencor a Manuel—. ¿No que no ibas a traerlo, Camila?

Manuel se sintió de pronto, sumamente humillado.

Torciò los labios, y aferrò a su hijo entre sus brazos.

Camila sonriò nerviosa.

—Tìo, por favor... —dijo ella, jugando con sus manos—. Manuel... es el papà de mi hijo, y èl... cuida bien a nuestro hijo. Venir sin èl, habrìa sido... muy cansado para mì, asì que...

—No necesitabas traerlo —dijo la señora, arrebatando a Panchito, de las manos de Manuel, de un movimiento muy poco cortés—. Nosotros podìamos ayudarte con el niño, Camila. Manuel no necesitaba venir.

Manuel se quedó entonces perplejo. ¿Le habìa quitado a su hijo de las manos?

Y sintió entonces, que la ira comenzó a subirle peligrosamente, pero se retuvo, y guardò silencio.

Manuel habìa aprendido, después del episodio hace años, a mantener la calma, y a no explotar. Porque, cada vez que Manuel daba rienda suelta a su enojo, algo malo ocurrìa.

La mujer, entonces caminò con el niño en brazos hacia una habitación, y Camila le siguió por detrás. Manuel se quedó de pie, perplejo, y, cuando quiso caminar tras ellas, el tìo de Camila se interpuso entre èl, y le dijo:

—No se te ocurra —levantò un dedo hacia Manuel, y articulò con modo amenazante—. Flaite atorrante, no se te ocurra meterte en las habitaciones, ¿oìste?

Manuel se quedó helado, sin saber què responder.

—Podràs ser el padre de Panchito, pero no dejas de ser un roto de mierda. El padre de Camila, ya nos advirtió sobre ti. Si algo desaparece en la casa, sabemos que tù lo has robado, asì que, siéntate ahì en el sofà, y espèrate tranquilo.

El hombre escupió todo ello con tanto desprecio, que cuando abandonò la sala, y fue tras ellas, Manuel sintió que los ojos se le llenaron de làgrimas.

Se sentía muy despreciado, y humillado en esos instantes.

Y en silencio, arrastrò los pies hacia el sofà, y allí, se sentó.

Y observó por la ventana hacia el exterior, viendo como en el frìo de la noche, la lluvia azotaba en el vidrio.

Y observó con aura nostálgica, el ambiente tan deprimente.

No quería estar ahì, en un lugar, en donde personas extrañas, le arrebataban a su propio hijo de sus brazos.

Porque nadie cuidaba mejor a panchito, que èl mismo.

Y, al paso de varios minutos, salieron los tres de la habitación, con panchito en brazos. La señora, caminò hacia la cocina, y lanzó un fuerte grito, diciendo a los primos de Camila, que bajaran a cenar.

Entonces todos, luego se sentaron a comer a la mesa.

Y Manuel, se quedó en el sofà, sintiéndose excluido.

—Manu... —se acercò Camila de pronto, con aura melancòlica—. Vamos a la mesa, ¿sì?

—No me quieren ahì, Cami —dijo èl, cabizbajo—. Està bien, no importa. Despuès de todo... son cercanos a tu padre. Supuse que las cosas serian asì.

—Por favor, Manuel... —suplicò ella, y tomò las manos a Manuel—. Vamos a comer. Cualquier comentario que te hagan...

—Sì; ya sè... que los ignore —dijo èl, y Camila asintiò—. Lo intentarè.

Y al paso de los minutos, entonces Manuel se integrò a la mesa, y comenzó a cenar, estando èl en completo silencio.

Y Camila, con sus tìos y primos, conversaban en voz alta, riéndose y mofándose. Manuel, en cambio, comìa en silencio.

Hasta que entonces, Manuel fue el tema de conversación.

—Oye Camilita, ¿y cómo te ha ido en la universidad? —preguntò su tìa de pronto, mientras se servía màs pollo al horno.

—Bien, tìa —dijo ella—, desde de que naciò el Panchito, ha sido complicado, pero con Manuel, nos turnamos. Èl ha sido un gran apoyo, y si no fuese por èl, yo no podría...

—¿El Manuel? —dijo ella, rièndose—. Ah, verdad que el rotito también estudia medicina; curioso, ¿no? Un roto estudiando medicina...

Los tìos y primos, rieron. Camila torció los labios, y Manuel siguió en silencio.

—Oye, ¿y cómo estudia medicina un weòn asì de flaite? —lanzó, un primo de Camila—. ¿Pasa copiando, o no? Si los que viven de providencia para abajo, son puros weones rotos, y los rotos son tontos po. Te apuesto que pasa copiand...

—Manuel es super inteligente —interrumpiò de pronto Camila, algo hastiada—. Manuel es, de hecho, uno de los mejores cinco en la generación. Soy yo quien, casi siempre, necesita la ayuda de èl, cuando no entiendo un tema. Es muy brillante, y no necesita cop...

—Ya pues, niñita —dijo su tìo, irritable—. Deje de defender al Manuel, si ya sabemos que viene de una familia de delincuentes de mierda. Su papà ya nos lo dijo...

Manuel entonces alzò la mirada, y con aura densa, observó al tìo de Camila.

Ya estaba al borde del colapso.

Camila echò un bufido, exasperada. De pronto, Panchito comenzó a llorar, y Camila, lo tomò en brazos, y se lo llevò a la habitación.

—Con permiso... —dijo ella, un tanto sobrepasada—. Irè a... cambiar el pañal al bebè.

Todos comenzaron a reìr, y Manuel, fue tema de conversación durante todos esos minutos, en ausencia de Camila.

Y entre las cosas que hablaban, se burlaban de su procedencia, de su pasado, de su pobreza, y hasta en algún momento, de su apellido común y corriente.

Pero Manuel, se mantuvo quieto, sin responder, sin ofender, y sin reaccionar.

''Tranquilo, tranquilo, tranquilo''; se repetía a sì mismo, una y otra vez.

Hasta que entonces, sobrepasaron el lìmite, y Manuel, no pudo ignorarlo màs.

—Imagìnate pues, si el papà de este rotito, trabaja vendiendo verduras. Dime tù, ¿què clase de trabajo es ese?

Todos comenzaron a reìr, y Manuel, contrajo sus pupilas.

Le comenzó a temblar el labio inferior.

—Què atorrante, oye. Què clase de educación habrán recibido; no, pèsimo, pèsimo...

Manuel cerrò los ojos, y bajò la cabeza. Intentò hallar dentro de sì, una pequeña porción de paciencia, pero no la encontró.

Porque su paciencia ya se habìa agotado.

—¿Sabes tù, que es lo peor? Que la mamà de este weòn, trabaja haciendo aseo. O sea, què asco, pues. Trabaja limpiando mierda, ¡mierda! Le limpia la mierda al resto...

Manuel entonces abrió los ojos de golpe, y levantò la mirada.

—¿Limpia mierda? No, que asco la weà. La weona indigna...

—Una weona que limpia mierda, por algo tiene también una mierda de hijo, pues —dijo el tìo, alzando la mirada hacia Manuel—. No, e imagínate, si este Manuel es asì, como serán los hermanos màs chicos. Deben ser todos unos guachos de mierd...

Manuel entonces sintió que la ira le tomò preso, y de un movimiento, se alzò de la mesa, y empuñando sus manos como dos pesadas rocas, golpeò con fuerza.

Y la mesa completa, retumbò.

Todos lanzaron un grito, y hubo un silencio absoluto.

Manuel frunció el entrecejo, mostró los dientes, y observó directo a los ojos del hombre, diciendo:

—Càllense, cuicos de mierda. Dejen de hablar de mi familia, discriminadores culiaos. Antes de hablar de ellos, límpiense la mierda de la boca, weones arribistas. Arrogantes de mierda, càllense... ¡Càllense! ¡Me hartaron! ¡Nadie habla asì de mi familia! ¡Nadie!

Ante la expresión asustada de todos, entonces el tìo se alzò de su puesto, y, desde la otra esquina de la mesa, caminò hacia Manuel, con aura arribista.

Manuel entonces, le observó con un intenso odio, y le observó desafiante.

Y ambos se miraron.

—¿Què te crees, roto asqueroso? Que vienes a hablarme asì a mi casa, y a mi familia...

—¿Y tù, weòn? —le contestò Manuel, ya fuera de sì—. ¿Què te creì' que hablas asì de mi familia? Mi mamà no limpia mierda, weòn, y si la limpiara, habrìa limpiado ya tu boca llena de mierda. —todos lanzaron un alarido sordo—. Eres un discriminador, un arrogante, que no tiene idea de lo que es vivir en una familia honrada, y de gente trabajadora. Yo no soy ni tonto, ni flaite, ni delincuente, soy trabajador y estudiante, y mis padres son mi mayor orgullo. Ustedes, en cambio... —dijo Manuel, ladeando su vista ante la familia de Camila—. Son unos cuicos que, no entienden nada de la vida. Yo he conseguido todo con esfuerzo, y ustedes, todo lo han conseguido cagàndose en el resto. Ustedes, y el padre de Camila, son una verdadera mierda.

Hubo un silencio abrumador, y el tìo de Camila, respirò con dificultad por causa de la terrible ira.

Y de un movimiento brusco, lanzó un escupitajo en la cara a Manuel, como signo de humillación máxima, como si estuviese escupiendo al hedor de la basura.

Y no sintiéndose satisfecho con ello, alzò su mano, y dio una brutal bofetada a Manuel.

Entonces la tìa de Camila, se alzò, y retuvo al hombre.

—¡Tranquilìzate, no le pegues asì tampoco! ¡Tranquilo!

—¡¿Què te has creido, roto asqueroso?! ¡Ven acà, mierda!

Manuel se mantuvo entonces de pie, shockeado, y abrumado. Contrajo las pupilas, y se quedó de piedra.

No podía creer lo que acababa de pasarle.

¿En serio habìa pasado aquello? ¿De verdad le estaban humillando de esa forma, solo por su procedencia humilde?

¿Còmo podían ser las personas tan crueles?

Manuel entonces, sintió decepción de la vida, del humano...

Manuel sintió un sentimiento terrible de desesperanza, e ira, y no pudo contenerse màs.

Y el Manuel impulsivo de hace ocho años atrás, floreció.

Y en medio del escàndalo que se formaba en la mesa, llegó Camila, corriendo, alertada por los gritos de sus tìos.

—¡¿Q-què pasó acà?! —dijo, abrumada—. ¡Manuel! ¡¿Què pasó?!

Manuel no dijo palabra alguna, y abrumado por la humillación extrema, se girò sobre sì mismo, y corrió hacia la habitación en donde se hallaba Panchito.

Mientras corrìa, Manuel pudo oìr de fondo el alboroto. Y, cuando entró a la habitación, tomò a su hijo, y lo arropò con muchas mantas. Tomò con brusquedad los bolsos faltantes, y con todo ello, caminò a zancadas hacia el vehículo, aùn en medio de la lluvia.

Manuel estaba cegado. Cegado de la pena, y de la ira.

¿De què servía el nacer pobre, y el intentar surgir de forma honrada sì, de todas maneras, te trataban como si fueras una mierda?

¡¿De què habìa servido el consejo de su padre, cuando le dijo un dìa, que la educación cambiarìa su destino?!

¡¿De què servía ser una jodida buena persona?!

—¡Manuel! ¡¿A dónde vas?! ¡Ven aquí! ¡Vuelve, Manuel! —le decía Camila, mientras intentaba retener a Manuel, que caminaba hacia el vehículo.

—Me voy de aquí, Camila —le dijo, y se zafò de su agarre—. Me voy de esta mierda. No estarè acà, y mi hijo tampoco.

Camila se interpuso ante èl, y bloqueò la puerta del vehículo.

—¡No puedes irte, Manuel! ¡¿Què van a pensar mis tìos?! ¡¿Què va a pensar mi papà?!

—¡Tu familia me vale mierda, Camila! —gritò Manuel, al borde de las làgrimas—. ¡No estuviste, y no viste como me trataron! ¡Insultaron a mi padre, a mi madre, y mis hermanos! ¡No seguirè aguantando esto, Camila! ¡Es el fin! ¡No seguirè rebajando mi dignidad! ¡He soportado mucho, pero a ti, esto te vale mierda! ¡No quiero que mi hijo aprenda de ellos, el cómo ser una persona horrible!

Y de un movimiento brusco, la alejò de la puerta, y metió a Panchito en su sillita, pero no se la amarrò. Luego se salió, y echò los bolsos en el asiento delantero del vehículo. Caminò con rapidez hacia adelante, y se sentó en el asiento del chofer.

Camila entonces, se metió también en el vehículo, con intenciones de sacar al niño, pero Manuel no se lo permitió.

—¡Dèjame sacar a mi hijo! —le amenazò Camila, fuera de sì—. ¡Es mi hijo!

—¡Tambièn es mi hijo! —le dijo Manuel, iracundo—. ¡Y se irà conmigo, Camila! ¡Mi hijo no se quedarà con estas personas!

Camila mirò con denso odio a Manuel, y tras varios segundos observándole con aura iracunda, decidió meterse en el vehículo, y cerrò la puerta con tanta fuerza, que pudo oírse por sobre la torrencial lluvia.

Manuel entonces, no esperò màs, se cruzò el cinturón de seguridad, y apretò el acelerador hasta el fondo.

Y los tres, se alejaron del sitio. Y tras varios minutos, llegaron a la carretera. La lluvia era estrepitosa, y Camila, yacìa con los brazos cruzados, y con expresión enojada. Panchito, por su parte, observaba curioso, haciendo sonidos divertidos con su boquita.

Manuel, en cambio, mantenía la mirada fija hacia adelante. Las manos le temblaban ligeramente sobre el volante, por causa de la adrenalina. Sentìa un nudo en la garganta, signo de llanto retenido.

Se sentía jodidamente triste y enrabiado. Una pequeña làgrima, le rodò por el rostro, pero en silencio, se la limpiò con el antebrazo.

—Cami, por favor... —pidió Manuel, con la voz apagada—. Abróchale el cinturón al panchito. No le amarre su sillita. Amárrasela, para que viaje seguro. Y tù, ponte el cinturón de seguridad

Hubo un silencio largo, y Camila dijo:

—No. No se la voy a amarrar. 

Manuel echò un fuerte suspiro, y mirò por el espejo retrovisor.

—Camila, por favor... —pidió, en un suspiro cansado—. No quiero estacionar el vehículo, y hacerlo yo. Hazlo tù, estàs al lado del panchito. Hazlo, por favor. Es por la seguridad de nuestro hij...

—Si tanto te importara la seguridad de Panchito —dijo Camila, con voz àspera—, para empezar, no habrìas abandonado la casa de mis tìos, y mucho menos con esta lluvia, Manuel.

—Yo sè conducir en estas condiciones, Camila. La lluvia no es un problema, pero, de todas maneras, amàrrale la sillita al bebè, por favor. Es para que viaje segur...

—No voy a hacerlo —volvió a decir ella—. Volvamos a la casa de mis tìos, ahora.

—No Camila, no lo harè.

—¡Hazlo, weòn, hazlo!

—No, no lo harè. Se acabó, Camila. Siempre hago lo que dices, pero ahora, ya no. Me dijiste que tus tìos me tratarìan bien, y...

—¡Devuèlvete a la casa de mis tìos, ahora! —gritò ella, y el niño, comenzó a llorar, asustado—. ¡Hazlo, weòn, hazlo!

—Cami, deja de gritar, el niño está llorando. Lo estai' asustand...

—¡Vuelve ahora! ¡Ahora, mierda!

Camila comenzó a gritar, viéndose un tanto enajenada. Manuel, comenzó a ver por el espejo retrovisor, nervioso.

Le preocupaba su hijo.

—Camila, amárrale la silla al niño, por favor —volvió a pedir, desesperado—. Y ponte el cinturón de seguridad, Cami.

—¡No, hasta que volvamos a la casa de mis tìos, Manuel! —gritò de nuevo, y panchito, volvió a llorar por causa del grito.

—No lo harè, Cami. Me humillaron. No voy a hacerlo, asì que, por favor, compórtate, estàs asustando al niño. Iremos a un hotel cercano, y mañana volveremos a Santiago. Por favor, amàrrale la silla al...

Y cuando Manuel menos lo espero, Camila se lanzó sobre èl, desde el asiento trasero. Con ira, Camila tomò el volante, y comenzó a forcejear con Manuel, con intenciones de girar el vehículo, con dirección hacia la casa de sus tìos.

El vehículo patinò en el asfalto, y Manuel luchò por mantenerlo en equilibrio.

—¡CAMILA, CÒRTALA! —gritò Manuel, desesperado. El niño comenzó a gritar, asustado. Camila, estando enajenada, no hizo caso—. ¡Suelta el volante, Camila! ¡Preocúpate del niño! ¡Mira al niño!

—¡Noooo, volvamos a la casa de mis tìos, Manuel! ¡Volvamos!

Y con un movimiento aùn màs brusco, Camila rodò el volante del vehículo, forcejeando con Manuel.

Y en un movimiento repleto de ira, Camila golpeò por accidente a Manuel en la sien, con uno de sus codos.

Y Manuel, perdió la orientación, por tan solo tres segundos, y de forma inevitable, soltò el volante.

Camila entonces, girò el volante, con intenciones de dejar el vehículo, en la dirección contraria de la pista, pero, en lugar de ello, algo totalmente distinto, pasó.

El vehículo, por causa de la lluvia, patinò en la autopista, y con una velocidad impresionante, el vehículo cayó fuera de la carretera.

Y el vehículo se volteò.

Y todos gritaron dentro del vehículo.

Y tras caer un par de metros, la màquina chocò con el suelo, y Manuel, sintió que todo fue negro.

(...)

Cuando abrió los ojos, Manuel vio de inmediato el vapor del vehículo. Por encima de èl, se oyò el fuerte ruido de la lluvia golpear en la lata de la máquina. Por el costado de su sien, sintió la càlida sangre escurriendo. La cabeza le dolía tanto, que Manuel sintió que iba a estallar.

Y entonces, Manuel tuvo el golpe con la realidad.

Y vio, que habìa tenido un terrible accidente de tránsito.

Y abrió los ojos de golpe.

—¡¿Panchito?! —gritò, removiéndose en su asiento, y sintiendo un terrible dolor en todo su cuerpo. Dio un fuerte grito, e intentò desabrochar el cinturón de seguridad, que le aprisionaba—. ¡¿Pa-panchito?! ¡¿Hijo?!

Manuel se quitò el cinturón, y con una mano sosteniéndose una costilla rota, se volteò, jadeando apenas.

—¡¿Hijo?! —gritò, entre làgrimas—. N-no, no... ¡¿por què?! Por què...

Se bajò del vehículo, y en medio de la lluvia, comenzó a hurgar en las latas del vehículo.

—A...yu...da...

Manuel oyò de pronto la voz de Camila, la que yacìa, por debajo de las ruedas del vehículo, el que estaba casi por completo destruido.

—¡¡Camila!! —gritò Manuel, lanzándose sobre ella, con una fusión de sentimientos inexplicables—. ¡¿El niño?! ¡¿Panchito?! ¡Camila, por què lo hiciste!

Camila sollozaba desesperada, mientras la sangre le caìa por las sienes.

—Ayu...da...

Volviò a decir, y Manuel, desesperado, rebuscaba el cuerpo de Panchito.

En el bosque y, en medio de la noche, entre medio de una lluvia estrepitosa, difícil le fue encontrarlo.

Pero, cuando Manuel entonces lo vio, sintió que todo había acabado.

A unos cinco metros màs lejos, entonces Manuel vio a Panchito.

O mejor dicho, el cuerpo de su hijo.

Y cuando arrastrándose por el suelo, Manuel pudo ver el rostro de su hijo màs de cerca, supo que ya no había nada màs que hacer.

Su hijo estaba muerto.

—Hi-hijo... ¿hijo? Pa-Panchito, n-no...

Y cuando pudo darse cuenta de ello, Manuel dio un grito sumamente desgarrador, proveniente desde lo màs profundo de su alma rota.

Y con actos desesperados, intentò hacer re animación, pero Manuel pudo ver, que era ya demasiado tarde. El no amarrar la silla a su hijo, habìa provocado que su pequeño cuerpecito, saliera eyectado desde el parabrisas, y por dentro, estaba todo destrozado.

Manuel entonces, comenzó a besarle, desesperado. Y bajo la lluvia que le empapaba, Manuel comenzó a gritar, entre làgrimas incesantes. 

En aquellos instantes, Manuel habrìa querido morir junto a su hijo.

Y ni siquiera el brutal sonido de la lluvia, pudo acallar el dolor de un padre, que acababa de perder a su hijo que ama.

(...)

Al tiempo de sucedida dicha tragedia, entonces Camila comenzó a perder los estribos. El dolor del perder a su hijo, hizo estallar en Camila un terrible cuadro psicopático, presentando un profundo cuadro de estrès post traumàtico y, posteriormente, un cuadro que devino con reiterados intentos de suicidio, para acabar entonces, en un psiquiátrico.

Camila entonces, ya no siguió estudiando medicina, y abandonò su carrera.

Para Manuel, las cosas no fueron menos dolorosas. A los pocos dìas del deceso de quien fuese el mayor amor de su vida —su hijo—, Manuel tuvo que, en medio de una terrible depresión, enfrentar a la justicia chilena.

¿Què cargo se presentò en su contra? Parricidio —homicidio a su propio hijo—. Cabe decir que, el proceso judicial, no fue justo para Manuel, pues, cuando el padre de Camila, se enterò de lo sucedido, arremetió contra Manuel, culpándolo de todo.

Culpàndole por la muerte de su amado nieto, y del deceso de su amada hija.

Y Manuel, conoció en carne propia, la injusticia de quienes tienen poder e influencias en los altos cargos.

El padre de Camila, gerente y dueño de una clínica en Santiago, moviò sus hilos y contactos, y logró hacer del proceso judicial, algo turbio y poco transparente, de forma tal, que toda prueba se alterò, como para que, lo sucedido aquella noche, no pasara como un simple accidente, y para que el criterio del juez, no fuese imparcial.

En la sentencia condenatoria del tribunal penal, entonces se dictaminò la condena por cuasidelito de parricidio, hacia su propio hijo. La razón por la que, Manuel no fue condenado a pasar sus dìas a la cárcel, fue porque la defensa de Manuel, logró demostrar que Manuel, tenía una conducta irreprochable anterior, y porque este, no tuvo directa intención en ocasionar el accidente. Sì, habìa sido imprudente el haberse aventurado a altas horas de la noche, en medio de la carretera, y con una lluvia voraz, pero, incluso asì, Manuel no quería el resultado de la muerte para su hijo.

En pocas palabras, el tribunal declaro a Manuel como autor de dicho delito, pero no le condenaron a pasar sus dìas en la cárcel. En lugar de ello, Manuel pudo acceder a otro tipo de penas, como, por ejemplo, el de firma mensual, y el de no poder abandonar el territorio de la república, por el periodo de un año.

Y aunque ello, en parte fue positivo —sin quitar la injusticia de que, Manuel fuese condenado por un homicidio que no ocasionò—, Manuel no logró sentir paz en su corazón.

Tanta fue la culpa que Manuel sintió, que, de forma voluntaria, comenzó a pagar un psiquiatrico privado para Camila, lo que, siguió haciendo, hasta incluso en la actualidad. El pensar que, en parte por culpa de èl, Camila habìa perdido los estribos, y que, por su causa, ella ya no sería la médica que soñò alguna vez, provocaba en Manuel un terrible sentimiento.

Porque dentro de èl, una parte había muerto. Y aunque los dìas pasaran, y su rutina volviese a la normalidad, Manuel no volvió a hallar consuelo, después de la muerte de su hijo.

Y por causa de todo ello, Manuel tardò màs de la cuenta en sacar su carrera, y utilizó el estudio, como una forma de escape, para no pensar màs en el dolor de la pérdida, y el dolor de la culpa.

Y Martìn, fue en gran parte su principal apoyo. Durante aquellos años màs tristes para Manuel, entonces Martìn siempre estuvo ahì para èl, y dentro de toda aquella tragedia, ambos afianzaron un hermoso lazo de amistad.

Para el año 2015, entonces Manuel finalizò medicina, concluyendo ocho años de estudio. Para aquella fecha, entonces Manuel salió al mundo laboral.

Y cuando comenzó a postular a distintos hospitales y clìnicas, Manuel se encontró de frente, con una dolorosa realidad.

—No podemos aceptarlo en el hospital, señor Manuel —dijo un hombre de la gerencia, por telèfono—. Nos consta que, usted ha sido uno de los mejores alumnos de su generación, pero...

—¿Pero què? Dìgame...

—Nos ha llegado información de que, usted, fue autor de un homicidio hace unos pocos años atrás. No podemos aceptar que... que usted tome a nuestros pacientes; ya sabe...

Aquella historia, entonces se repitió una y otra vez, y todo, por causa del papà de Camila. El hombre, que era dueño de una clínica, se encargò de llamar a todas las clìnicas, y hospitales de la ciudad, e informar a los altos mandos administrativos, de que Manuel Gonzàlez, no podía ser contratado por nadie, o de lo contrario, tendrían una mala reputación.

De que no podían contratar a un asesino.

Y aquella persecución, se extendió incluso hasta por un año, y hasta otras ciudades de Chile, en donde Manuel, no pudo jamás ejercer su profesión.

Manuel fue perseguido por su pasado, y en todo momento, fue hostigado por el papà de Camila.

Manuel fue víctima del odio de aquel hombre, y no pudo entonces, rehacer su vida en Chile.

—Me irè a Perù —dijo un dìa, estando con Martìn en un cafè—. No puedo seguir aquí, Martìn. Acà en Chile me persigue mi pasado. El papà de Camila, èl...

—Ha dicho en todas las clìnicas y hospitales, de que sos un asesino —se adelantò Martìn, y Manuel asintiò—. Lo sè, Manu, pero... ¿crees que irte a Perù, sea la solución?

Manuel alzò la mirada, y asintió con tristeza.

—La razón por la que estudie Medicina, Martìn, es porque quiero sacar a mi familia de la pobreza. Estando acà, en Chile, no podrè hacer nada. El papà de Camila, me tiene tanto odio, que no va a parar hasta verme destruido. Debo huir de aquí. Sè que estando en Perù, al menos podrè librarme de èl, y podrè ejercer lo que estudiè. Fueron ocho años, Martìn. No puedo desperdiciar mis ocho años de estudio.

Martìn sonriò.

—Tenès razón, boludo —extendió su mano por sobre la de su amigo, y la apretò—. Yo te sigo; vámonos.

Aquel dìa, entonces todo quedó zanjado. Martìn, que ya era psicólogo de profesión, entonces siguió los pasos de Manuel, y juntos, emigraron al Perù.

Para finales del año 2016, entonces Manuel emigrò a Perù, dejando en Chile, el peso de su condena, y el dolor de la distancia con su amada familia.

Y dejando el triste episodio, de lo que significò, ser culpado por la muerte de su hijo, incluso cuando èl, no quería aquel terrible resultado.

Y Manuel, cargò con el peso de dicha falsa condena, convirtiéndole en un hombre abrumado, y atormentado. 

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