Escala de Grises
De pronto, cuando cayó en el más profundo sueño, a su alrededor, aparecieron un montón de enredaderas con espinas. Cada paso que daba, era como un fango inamovible. Sintió que de pronto, sus extremidades quedaron atadas, y entre el olor a césped mojado, y lo húmedo de sus piernas, Miguel se hundía en un pantano de color grisáceo, y con textura a petróleo.
Comenzó a gritar en medio del sueño, pero su voz no sonó.
Como un grito sordo. Dios... que desesperación.
¿Qué ocurría? ¿Dónde estaba? ¿Qué significaba aquello?
Y cuando sintió desgarrar su garganta en un grito, a Miguel, le salió la voz.
Pero fue un llanto de un recién nacido.
Miguel entonces, cerró los ojos, y cuando volvió a abrirlos, se halló en una sala de hospital, en medio de los brazos de una mujer.
Miguel le observó el rostro; llevaba una sonrisa, pero el resto de su cara, era irreconocible.
Pero brillaba muchísimo.
''Hola, Miguel... bienvenido a este mundo, precioso. Eres el niño más bello del mundo. Mamá está aquí, contigo... y no te dejará jamás''.
¿Mamá?
Miguel vio ante él, dos brazos de bebé siendo alzados hacia el rostro de la mujer; la tocó despacio.
Sintió una sensación cálida y reconfortante, nunca antes sentida.
Volvió a llorar; esta vez, el llanto era el de un niño; ya no el de un bebé.
Y pronto, su escenario cambió. Se vio en la sala de su antigua casa.
Miguel observó descolocado, y despacio, alzó su mirada.
De nuevo, ante él, estaba la misma mujer.
Su mamá...
''¿Qué pasó, cariño? ¿Te caíste? Tranquilo, bebé... todo pasará. El dolor es temporal, porque siempre, tras la tormenta, sale el sol. Ven, levántate, debes seguir. Eres un muchacho fuerte como mamá; tu puedes contra todo, y todos. Yo te acompañaré; vamos...''
Miguel se levantó despacio, y con una sonrisa en el rostro, corrió al regazo de su mamá.
Se abrazó a ella.
Y de pronto, todo volvió a ser oscuro. Miguel se quedó en medio de la nada. Comenzó a caer en un pozo sin fondo, y desesperado, intentó aferrarse a las orillas.
Y de pronto, tocó fondo; se azotó con fuerza.
Cayó en el lodo. Despacio, se incorporó, y cuando vio una leve luz sobre su cabeza, de golpe, un cuerpo cayó desde arriba, y ante él, vio una silueta colgando con una cuerda amarrada al cuello.
Miguel miró horrorizado, y cuando quiso gritar, otros gritos estrepitosos se oyeron por encima de él.
Alzó la mirada, y por encima suyo, pudo ver en el exterior del pozo, a dos siluetas forcejeando.
¿Una persona estaba siendo asesinada? ¿Qué mierda estaba pasando?
Miguel quiso gritar, hasta que entonces, el fondo del pozo comenzó a ceder.
Y comenzó a succionarlo.
Miguel quiso luchar, pero el peso de todo a su alrededor, fue mucho más fuerte.
Comenzó a hundirse.
''¡Ayuda, por favor! ¡Auxilio!'', comenzó a gritar, pero en vez de obtener ayuda, antes de ser completamente succionado, solo oyó un susurro, diciéndole:
''No fui yo...''
Miguel contrajo los ojos, y pronto, fue tragado por el espeso fango.
''Y no es sangre, de tu sangre...''
(...)
Abrió los ojos de golpe, y lanzó un chillido sordo.
Cuando Miguel despertó, palpó la realidad al instante. La respiración se le agitó, y el cuerpo le sudaba con frialdad.
Había sido una pesadilla... y una pesadilla de mierda.
—¿Q-qué fue esa mierda? —susurró exhausto, llevándose una mano al pecho, e incorporándose con lentitud.
A sus pies, Eva aún dormía. Miguel intentó controlar su respiración, y lento, giró su cabeza al costado.
Gracias al cielo, a su lado, no dormía Antonio. Tal parecía, que él ya había bajado al desayuno; Miguel agradeció aquello internamente.
—¿Qué clase de sueño fue ese? —susurró, tomándose el pecho con fuerza, y sintiendo sus latidos con rapidez—. ¿Q-qué chucha? ¿Qué chucha esa huevada?
Miguel se quedó quieto en su cama, y paciente, esperó hasta calmarse.
Antes había sufrido parálisis del sueño, pero aquel sueño reciente, no se parecía a nada que antes haya vivido.
Porque las imágenes habían sido muy claras...
—Quizá fue por lo de Rebeca ayer... —intentó convencerse—. Lo de ella sí me afectó, y me dejó mal... —recordó con tristeza, y se quedó otro instante en la cama; como siempre, no tenía ganas de levantarse.
Se sentía como la mierda.
Si no hubiese sido, porque la vejiga daba aviso de orina, Miguel no se habría levantado. Despacio se incorporó, y caminó hacia el baño. Cuando terminó de hacerlo, se miró al espejo.
Bajó la mirada de inmediato.
—Me veo tan... destruido —se dijo a sí mismo, y pronto, agarró el cepillo para el cabello.
Comenzó a cepillarse.
Tenía que darse ánimos él solo, si ya nadie lo hacía, así que, convencido en arreglar su apariencia, comenzó a cepillarse su cabello.
Comenzó a canturrear un vals.
Intentó sonreír despacio, pero sus labios, no ayudaban en eso.
No se sentía feliz.
Miguel pegó un profundo suspiro, y de pronto, dejó el cepillo al lado.
Lo observó, y pronto, contrajo los ojos.
Se quedó de piedra.
—¿Q-qué mierda?
A Miguel el temblaron las pupilas, y volvió a tomar el cepillo.
No pudo creer lo que veía.
—¿M-mi cabello...? ¿Mi cabello?
A Miguel se le empezaba a caer el cabello de forma estrepitosa. Del impacto, soltó el cepillo, y este se azotó en el suelo.
Alzó la mirada, y se vio al espejo.
El corazón se le detuvo.
—¿Q-qué... qué es? ¿Q-qué?
Comenzó a pasarse las manos por el cabello, y con facilidad, comenzó a caérsele.
Miguel sintió que iba a morirse; no podía estarle pasando...
—N-no, no... —jadeó en un hilo de voz, pasándose las manos con desesperación—. Mi pelito no... no...
Miguel se sintió feo...
Porque ahora, no solo estaba más delgado, con expresión más cansada, y con labios resecos, sino que también, su pelo cedía con facilidad.
Miguel ahora, era un iceberg gigante, más frío que nunca, y un viejo árbol, al cuál se le caían los pétalos.
Se estaba marchitando.
—¡N-nooo! —sollozó, arrodillándose en el suelo, y tomándose la cabeza; Eva, alertada por los sollozos, llegó a su lado; le maulló preocupada—. ¡S-soy horrible! Mírame... me doy asco, que horrible...
Se quedó en silencio por varios minutos, sollozando muy avergonzado.
—A-así ya nadie me querrá... —se dijo a sí mismo, mientras que Eva, preocupada, observaba algunos mechones de cabello en el suelo—. I-incluso Manuel, él... me va a ver con asco; me va a ver con tanto asco, él... soy asqueroso...
La tristeza, el dolor, y el vivir bajo tanto estrés y violencia, habían provocado aquello en Miguel.
Miguel tenía un cuerpo pequeño, y un corazón gigante, que no cabía en su pecho. Sí, era cierto... Miguel en ocasiones era caprichoso, y muy infantil. También era inexperto, y a veces, algo egocéntrico, pero...
Miguel también era noble, y muy empático. Tenía un alma tan de niño, que muchas veces, confiaba a ciegas en la gente. No era capaz de hacer daño a una mosca, y aquello, le estaba cobrando ahora factura.
Su cuerpo y alma, estaban somatizando el dolor. Nadie podía hacer frente a una tormenta de esa calaña, sin sufrir estragos físicos. Ahora Miguel, estaba al punto del colapso.
Su cabello se estaba cayendo por causa del colapso emocional, así como cuando los pétalos de una flor, caen ante el frío de un violento invierno.
—Na-nadie puede verme así, n-no... —se dijo a sí mismo, levantándose del suelo, y recogiendo el cabello; lo envolvió en papel higiénico, y lo lanzó por el W.C—. N-ni Antonio, ni mi papá; mucho menos Luciano, porque se lo irá a contar a Manu... y solo van a burlarse; me veo horrible.
Rápido se devolvió hacia la habitación. Abrió el ropero, y con movimientos desesperados, buscó algo con qué ocultarlo.
Encontró su chullo; Miguel se lo puso. Se volvió a su espejo, y se observó con vergüenza.
Quiso llorar; se sintió ridículo, como un tonto payaso.
Aunque bueno, en realidad, el chullo se le veía muy tierno, pero Miguel, en su desesperación, no pudo reconocer aquello.
—¿P-por qué pasó esto? ¿Por qué? —jadeó, sintiéndose confundido.
Entonces, al observar en el escritorio, halló la laptop de Antonio.
Miguel contrajo los ojos.
Se giró hacia la puerta de la habitación, y rápido, la cerró con pestillo.
Tenía que buscar en internet, de qué mierda se trataba eso, y no podría hacerlo, con Antonio jodiéndole.
Así que se encerró allí dentro, y corrió a la laptop. La encendió, y rápido, se metió a internet.
Comenzó a buscar, hasta que entonces, halló información al respecto.
''La alopecia areata, es una enfermedad que consiste en la pérdida del cabello, en una zona determinada del cuerpo. Entre las causas detonantes más comunes a la alopecia, está el estrés, las crisis de ansiedad, desequilibrio nutricional, y mal sueño. Esta caída suele ser llamativa, pero es recuperable una vez que pasa el episodio estresante o traumático''.
Miguel suspiró contrariado. Comenzó a buscar algunos remedios naturales para curar aquello.
—S-si es por estrés... necesito urgente ir donde Martín, él es psicólogo —decía Miguel, mientras que Eva, le observaba curiosa—. Y podrá ayudarme con esto... estoy seguro...
De pronto, cuando Miguel buscó remedios caseros en internet, con el ratón del ordenador, pasó a llevar una carpeta oculta en la parte inferior de la barra de tareas.
Ante él, y de forma sorpresiva, se abrió una nueva ventana.
Miguel entonces, observó.
Volvió a quedarse de piedra.
No pudo creerlo.
Los ojos se le contrajeron, y separó los labios. Ni una sola palabra salió de su boca.
Ante él, y de forma grotesca, en el ordenador, se mostraban alrededor de treinta fotografías de él.
Y fotografías de él desnudo.
Y en todas, él aparecía durmiendo, o distraído.
Fotos de su trasero, de sus genitales, y de su torso desnudo. Incluso, a vista rápida, Miguel pudo divisar, pocas fotografías de él sollozando, mientras Antonio, lo violaba en ocasiones.
Miguel sintió náuseas.
—¿Q-qué mierda? ¿Qué mierda e-es esto?
Eva levantó sus patas, y curiosa, observó la pantalla de la laptop.
Ella también quedó sorprendida.
Miguel se llevó ambas manos a la boca, y sintió que no podía digerirlo. ¿Por qué razón, Antonio guardaba esas fotografías de él? ¿Qué mierda es lo que hacía con ellas?
Miguel se sintió en peligro, y muy vulnerable.
¿En qué clase de mente enferma, aquello podía ser normal?
De pronto, se oyeron pasos en la escalera. Miguel, asustado, cerró la ventana de la pantalla, y de un movimiento rápido, cerró la laptop.
Se echó en la cama, se puso las tapas, y se hizo el dormido. A los segundos, Antonio abrió la puerta; lo observó con seriedad.
Miguel, bajo las tapas, cerró los ojos con fuerzas. Se sintió vulnerable.
Añoró la protección de Manuel...
(...)
El reloj, sobre la sala de espera, marcaba ya el medio día. A su alrededor, unas cuatro personas esperaban su atención en la consulta del médico.
De pronto, se oyó la puerta de la consulta abrir. Tras ella, el médico en voz alta, dijo:
—¿Héctor Prado?
Héctor se alzó despacio, y desde su puesto, observó al médico. El médico observó con expresión contrariada; no dijeron palabras.
Héctor, por inercia, entró en la consulta. El médico tras él, cerró la puerta. Cuando Héctor tomó asiento frente al escritorio, el doctor imitó su accionar.
Y se observaron en silencio.
—¿Qué chucha, Héctor? —lanzó el médico, sin tapujos—. Viniste hace una semana con tu esposa, y tus hijos. ¿Quieres que te facilite otra falsificación de exámenes? ¿Quieres que altere un resultado?
Héctor pegó un profundo suspiro. Entrelazó sus manos, y movió sus pulgares. Tragó saliva.
—Ah, ya sé... —dijo el médico, con una sonrisa—. Quieres que te desahucie, ¿verdad? Si quieres eso, debes venir con tu familia. Será mucho más dramático, si ellos escuchan la noticia directament...
—Quiero que me revises... —dijo él, en un susurro avergonzado.
El médico observó en silencio, y contrajo las cejas.
—Pero... si la vez pasada te ofrecí aquello, y me dijiste que...
—¡S-sí! Ya sé, carajo, lo sé... —jadeó, sintiéndose estúpido—, pero... bueno; cambié de opinión, y...
—¿Qué te hizo cambiar de opinión? —intervino el doctor—. Me dijiste que estaban bien, ¿no?
—Bu-bueno, pasa que... en realidad, hace muchas semanas, siento una leve molestia al costado, y en el estómago, pero...
—Me dijiste que era por causa psicológica, ¿lo recuerdas? Estás actuando, Héctor. Es normal si es que, estás haciéndote pasar, por un enfermo de cáncer terminal. Si sientes leves molestias, es normal que...
—E-ese es el problema... —dijo él, dando un suspiro ahogado—. N-no es... una molestia leve. A-ayer, mientras estaba cerrando contrato con unos ejecutivos... sentí un mareo terrible. Necesito que me revises, y...
El médico asintió despacio.
—Ya, o sea... de verdad te sentiste mal.
—Sí, ayer especialmente; y no qué se me pasa...
Hubo un silencio incómodo, y pronto, el doctor asintió.
—Ve a la camilla de atrás. Te voy a revisar.
El médico se incorporó, y rápido, caminó detrás de unas cortinas; encendió una máquina. Héctor, le siguió por detrás. Se sacó la camisa, y se echó en la camilla.
Se quedó allí, con las manos entrelazadas, y muy tensas.
El médico tomó el objeto de la ecografía, y luego, la posó en el vientre de Héctor. Rápido encendió la pantalla, y ante ellos, aparecieron las imágenes.
Ambos observaron.
Y, aunque Héctor no entendía nada de ello, el médico pronto, descompuso su expresión.
Quedó de piedra.
Héctor observó aquello, y con voz temblorosa, le dijo:
—¿Qué chucha pasa? —alzó levemente su cabeza, e intentó descifrar la expresión del doctor—. Oe, habla pues.
El médico trago saliva.
—¿Desde cuándo que... que no te haces un chequeo, Héctor?
Héctor lanzó un resoplido, algo molesto.
—¿Y eso qué chucha, ah?
—Responde, mierda —le dijo a secas, algo nervioso.
Héctor rodó los ojos.
—Hace como... dos años, creo...
El médico alzó ambas cejas, y luego, encendió otra pantalla. Tomó un envase, y con poco cuidado, lanzó gel frío en el estómago a Héctor; este dio un respingo.
El médico comenzó a ejercer movimientos más amplios, y de forma rápida, apretó varios botones en la máquina.
En la pantalla se divisaron nuevas imágenes; el médico pegó un jadeo sordo.
Héctor miró confundido.
—¿Has hecho orina oscura? —preguntó el doctor, y Héctor, asintió despacio—. ¿De qué color las heces?
—Qué preguntas huevadas tú...
—Responde.
—Como blancas salen, a veces como amarillas... —recordó—. Pero creo que es, por la comida que Rebeca, me ha cocinado. Como ella piensa, que tengo cáncer, me cocina cosas blandas. —Héctor alzó las cejas, y comenzó a reír—. Puta que huevona...
—¿Dolor en la zona abdominal? ¿Flatulencias?
—Sí, pero debe ser por la comida, o es dolor psicológico, no sé...
—¿Dolor en la espalda?
—Chucha, sí... pero es porque el colchón de la cama está re duro. Tiene como un resorte salid...
—¿Picazón de piel?
—Sí, pero es porque el baboso de Miguel, trajo a su gata Carlota a la casa, y me produce alergia. Siempre he sido alérgico a los gatos...
—¿Vómitos y náuseas?
—Sí, ayer vomité de hecho...
El médico dejó la herramienta a un lado, y posicionó sus dedos en el entrecejo. Suspiró con pesar.
Héctor observó asustado.
Hubo un profundo silencio.
—Oe ya pe huevón —le dijo, nervioso—. ¿Qué fue? ¿Qué pasa?
El médico dio un suspiro ahogado.
—Chucha, Héctor...
—¿Qué pasa, pues? ¿Qué fue?
El médico le observó con los ojos contrariados. Héctor se apoyó en el codo, y miró impaciente.
—No te lo voy a decir; necesito estar seguro primero de...
—¡¿De qué?!
—Escúchame bien —le dijo el médico—. Baja al laboratorio del primer piso, y pide de urgencias, una resonancia magnética al estómago. Dile al joven del laboratorio, que vas de mi parte. Se tardará alrededor de una hora. Cuando termine, me traes el examen de inmediato; te estaré esperando.
Héctor quedó de piedra, y luego, el médico se alzó de su puesto.
Se vio obligado a acceder a dicha orden, y pronto, bajó al laboratorio. Siguió las indicaciones entregadas por el doctor, y pronto, se sometió a dicho examen. Cuarenta minutos después, el examen le fue entregado. Héctor volvió a subir hasta el despacho del médico, y le extendió los resultados.
Cuando el médico abrió el sobre, y analizó los resultados por unos minutos, quedó finalmente impactado.
Hubo un silencio sepulcro; Héctor no aguantó más.
—¡¿Qué pasa, huevón?! ¡Ya dime! ¡Me has tenido todo el rato acá, con cara de mongol, esperando a qué chucha dirás!
El médico pegó un fuerte suspiro.
—¿N-no quieres llamar a tu esposa, Héctor? Será mejor que ella, te acompañe para recibir esta noticia, y...
—¡Escúpelo! —gritó él, ya hastiado; golpeó la mesa con fuerza—. ¡Yo soy fuerte, huevón! ¡Dilo ya!
El médico torció los labios.
—¡Ya dímelo! ¡¿Qué chucha teng...?!
—Un cáncer de páncreas en estado avanzado.
Aquello resonó con tanta fuerza por la extensión del despacho, que Héctor se quedó con una sonrisa estúpida en la cara.
Contrajo las cejas.
—¿Q-qué? —disparó, lanzando una risilla—. ¿Es broma, cierto? Ya pues, habla en serio. ¿Qué teng...?
—El cáncer se te ha ramificado al hígado también, Héctor. Está en... en un estado avanzado. El cáncer de páncreas, es el cáncer más agresivo de todos, y solamente presenta síntomas, cuando ya es demasiado tarde. Es por eso, que sentías todas esas molestias, y... probablemente no te hayas dado cuenta, pero... te metiste tanto en el papel de tu falso cáncer de estómago, que no hiciste caso a tus verdaderos síntomas, y...
Héctor, con fuerza brutal, golpeó la mesa del despacho.
De un movimiento fugaz, se alzó de la silla, y con violencia, tomó al médico de la corbata, y lo atrajo hacia sí mismo.
—¡¡No me jodas, conchatumare!! —gritó, eufórico; algunas gotas de saliva, golpearon en la cara al doctor—. ¡¡Déjate de babosadas, dime la verdad!!
—¡¡E-estás enfermo, Héctor!! ¡¡El cáncer de páncreas te avanzó a tal punto, que no podemos hacer mucho!! ¡¡Pero no te preocupes, podemos darte una muerte digna, y... y sentirás poco dolor!! ¡¡La morfina te ayudará, Héctor!! ¡¡E-este cáncer es el más agresivo y silencioso, y... y... yo intenté advertírtelo, pero tú!!
—¡¡Hueeevadaaas, no puede ser cierto, no pued...!!
De pronto, una sensación cálida le subió por el esófago. Héctor, de golpe, soltó la corbata del médico. Se contrajo en posición fetal, y de forma escandalosa, el vómito le salió desde la boca, y las fosas nasales.
Héctor vomitó todo en el basurero, que se hallaba al costado del escritorio. El médico observó aterrado.
El olor de su vómito, era similar al olor de la basura, que reposa con larvas bajo el ardiente rayo de sol, descomponiendo todo tipo de olores.
Héctor estaba podrido de adentro.
Y se quedó allí, sintiéndose abrumado.
El médico tembló del susto, y luego, Héctor lo miró con expresión suplicante, diciendo:
—¿Cuánto tiempo más?
El médico, sudando frío, se tomó la corbata, y la volvió a posicionar en su lugar.
—U-unos dos meses...
Héctor asintió.
—Nadie lo sabrá, ¿oíste? Nadie; solamente entre tú y yo, tal y como pasó, como mi historia con Miguel... ¿Entendido?
—Entendido.
(...)
Aquella tarde, parecía mucha más linda de lo habitual. Para Martín, cada día que pasaba, parecía ser lo mismo de siempre; de la clínica, a la casa; pacientes, casos clínicos...
No se quejaba de la vida que llevaba; era un hombre proactivo, y tenía a un buen amigo —Manuel—, pero ahora, extrañamente... sentía que la vida, tenía colores más bonitos.
¿Por qué sería?
Comenzó a reírse solo, en la soledad de su consulta. Se echó en el sofá, y observó hacia el techo. Las imágenes del día anterior, en donde se encontró con Luciano, le hicieron eco en la mente.
Martín lanzó una carcajada sonora, y se sonrojó.
Se sintió como un auténtico pelotudo.
—Ay, qué lindo que sos, Lú... —susurró, y rápido, se llevó un antebrazo a los ojos; todo se tornó oscuro—. So-sos tan lindo, y tierno. Tu carita es tan bonita, y tu cuerpo...
De pronto, la bonita figura de Luciano, se enmarcó en su cabeza. Martín sintió calor.
Abrió los ojos de golpe, y pronto, sintió que tenía pensamientos sucios.
Lanzó un grito escandaloso.
—¡Ah, no! ¡La concha de tu madre! ¡No puedo desviarme así! ¡¿Q-qué me pasa?! —se dijo a sí mismo, observándose de pronto la entrepierna, y notando el tamaño.
Martín se puso rojo; se sintió indigno, y perverso.
Se reprochó a sí mismo.
—Ay, no, no, no... —repitió, golpeándose la erección en el pantalón—. No, no... eso no está bien; no puedo sexualizar así a Lú; no está bien...
Se quedó sentado en el sofá, y luego, volvió a reír. Martín estaba tan ensimismado, que, durante varios minutos, se perdió en la pared de su consulta; allí donde colgaban todos sus diplomas, y distinciones académicas.
Entre risas, volvió a decir:
—Ay, pero su carita... que bonita piel tiene. Y sus ojitos, tan chinitos, y su boca, y... y...
Suspiró, y sonrió despacio.
Hubo un profundo silencio.
—Chuuucha, que estai' enamorao' voh; cagaste ya, weón...
Se oyó de pronto, desde la puerta de su consulta.
Martín dio un respingo escandaloso, y observó shockeado.
Manuel, desde la puerta, le observaba con una sonrisa burlesca, y una ceja alzada.
Martín pegó un grito dramático.
—¡¿Q-q-qué mierda, pelotudo?! ¡¿Sos mongólico?!
Manuel comenzó a reír.
—¡¿Cómo entraste?! ¡Cerrá esa puerta! ¡Dejáte de pelotudeces, Manuel!
—Ya, ya... —musitó Manuel, con voz calmada; tras él cerró la puerta, y caminó hacia Martín, que, desde el sofá, observaba furioso, y muy sonrojado—. Tranquilo; nadie más te escuchó, solo yo. No había nadie cerca.
—¡¿Pero que no sabes golpear, o cómo?!
—Weón te golpee la puerta cinco veces, sordo re culiao. No me pescaste, porque andai pensando en cómo se vería el Luciano en pelota.
A Martín, aquello le hizo quedar con la cara más roja aún.
Manuel, sin disimulo, bajó la mirada a la entrepierna de Martín, y notó la tensión en el pantalón; sonrió burlesco.
—Mira weón, si hasta la pichula se te paró.
—¡¡Aaaaahh, cállate, forro de mierda!!
A Manuel le volvió a dar ataque de risa. Martín, furioso, tomó un cojín del sofá, y se lo lanzó con fuerza.
Del impacto en la cabeza, Manuel sintió que se desnucó.
—Auch, weón; me dolió...
—Iiich, wiin, mi dilii —se burló Martín, hastiado—. Lo que oíste fue pura joda, eh; no te lo creas. Sabía que me estabas escuchando; no fue verdad...
Manuel rodó los ojos, y luego, acortó distancia hacia Martín; se sentó a su lado.
Martín, en el sofá, aún permanecía sonrojado, y muy rígido. Manuel sonrió.
—¿No crees que es momento, de que te des la oportunidad, de ser feliz junto a alguien?
Martín lanzó un resoplido burlesco.
—Soy feliz con vos, Manu; no me hace falta nada más, y..
—Me refiero a una pareja —dijo Manuel, tajante—. Tú y yo somos amigos; casi hermanos. Tú y yo no nos besamos, ni hacemos el amor, ni nos damos cariños.
—Si nos damos cariño.
—Pero no en plan para cogernos.
—Una vez nos dimos un beso.
—Fue hace años, Martín, y estábamos borrachos. Y aparte te terminé vomitando en la cara, porque a voh' se te ocurrió eructarme en la boca, cuando habías recién comido cebollas en escabeche, asqueroso re culiao.
Martín comenzó a reír. Manuel rodó los ojos, molesto.
—Pero fue un buen recuerdo, ¿me lo vas a negar?
—Ya po, weón; estoy hablando en serio. —interrumpió Manuel, con aura seria; Martín torció los labios—. Martín, llevas años sin pareja; es momento de que te des la oportunidad, hermano. Hazlo.
—No entiendo a qué viene todo esto.
—Te gusta el Luciano, más que la chucha. Así fue por años, Martín. Te gusta desde que se conocieron por internet, y simplemente, lo ocultaste muchos años.
—Es ridículo.
—Me da tristeza, que quieras negarlo. Cuando Miguel comenzó a gustarme, la primera persona que supo, fuiste tú, Martín; incluso antes que el propio Miguel —le recordó, y se cruzó de brazos—. ¿Por qué voh', no podí ser igual de transparente conmigo? Admite tus emociones; no tiene nada de malo. Siempre sospeché lo de Luciano, pero ahora, está más que claro; no intentes negármelo.
—Te lo niego, porque es mentira.
—Martín, te acabo de escuchar.
—Era pura joda, te dije.
—Mh.
Hubo un silencio fuerte entre ambos. Se notó la tensión. Manuel siguió de brazos cruzados, y con expresión molesta.
Martín suspiró cansado.
—Me da miedo, Manu... —confesó finalmente—. Porque sí... me gusta Lú. Hace años, cuando hablaba con él, me enganché, y años después, seguí pensándolo, pero pude superarlo. Pero ahora, que vuelvo a verlo... siento que realmente, nunca cerré ese ciclo con él, y...
—¿Qué estai' esperando entonces, Martu?
—¿No lo ves?
—¿Qué cosa?
Martín dio un fuerte resoplido.
—Luciano está re enamorado de vos; no de mí.
—No; no está enamorado de mí. Simplemente siente un gusto físico; el enamorarse, es algo distinto, Martu. Luciano está simplemente encaprichado conmigo, ¿por qué razón? No lo sé. No le he dado señales de nada, ni mucho menos le he dado alas. Solo es cuestión de tiempo, para que se le pase. Yo me muestro sumamente indiferente con él, y en algún momento, tendrá que aburrirse.
—No lo creo... —jadeó Martín, hastiado—. Si está siempre detrás de vos; te viene a ver a la clínica, te trae cosas para comer, te va hasta a ver a tu casa...
—Pero no me gusta, Martín. No me gusta.
Martín observó algo triste.
—El weón es lindo, sí... tiene bonito físico, una cara bonita; no te voy a mentir, sí; es lindo, atractivo, pero... pucha, no me gusta po. Tú sabí' que yo soy de otra onda, más...
—Sos de enamorarte.
—Sí po —contestó Manuel, algo tenso—. No soy de mete y saca; soy más de piel. Y aparte, para mí, no hay weón más rico en este mundo, que Miguel. Tremendo guachito; me lo culiaría ahora mismo, acá en tu consulta.
Martín alzó la mano, y le pegó en la nuca a Manuel.
Manuel comenzó a reírse.
—No en mi consulta, pelotudo. Ya usaron mi vehículo para coger, y lo dejaron con olor a pija, y a orto. Aparte después, me manché con toda tu leche. Sostuve a todos tus hijos crudos en la palma de mi mano.
Manuel siguió riendo.
—Nah, era bromita... —susurró Manuel, con una sonrisa triste—. Son cosas que no volverán; total... ahora Miguel hace eso con otra persona. Fue bromita, no más...
Martín observó nostálgico, y torció los labios.
Manuel agachó la cabeza.
Hubo otro silencio.
—Pero, bueno... cosas que pasan —sonrió Manuel, con expresión acongojada—. A ver, dime... ¿cuál es el miedo?
—¿Cómo puedo gustarle a Lú? —dijo Martín—. Él gusta de vos, supongo, porque tenés apariencia de chico malo, tenés tatuajes, perforaciones en las orejas... porque sos guapo, porque tenés una linda voz, un lindo rostro... no sé. Siento que entre tú y yo, no hay punto de...
—Weón, ¿qué chucha? —lanzó Manuel, algo ofendido—. Martín; tú eres sumamente guapo. ¿Nunca lo has notado?
—¿Guapo? Ah, sí; claro...
—Weón, mira... —Manuel se irguió despacio al lado de Martín, y quedó frente a él. Alzó las manos, y comenzó a desordenarle el cabello a su amigo—. Weón, tení el pelo rubio, eres de piel blanquita, de ojos verdes, tienes una bonita nariz, y un buen porte. Solo te hace falta, arreglarte un poquito más...
—¿Cómo así?
—El cabello, úsalo más desordenado, así —le revoloteó el cabello; a Martín le dio risa—. Utiliza ropa más atrevida; tienes buen cuerpo.
—¿Vos crees?
—Sí po, y aparte, tienes buen tamaño...
—Bueno; medimos casi lo mismo...
Manuel sonrió, y alzó una ceja.
—Tamaño de altura, y tamaño de abajo...
—¿De abajo?
Manuel comenzó a reírse.
—No; no entiendo, pelotudo, a qué...
—De abajo po, Martín.
Martín se quedó unos instantes, pensativo, y cuando captó, se sonrojó.
—Ay, qué pelotudo que sos...
Manuel volvió a reírse.
—Eres rico, weón; sácate partido. De verdad, las mujeres se voltean a mirarte.
—Se voltean a mirarte a vos.
—Nah, a ti también. Estai' entero rico, guachito, de verdad; ten eso en mente.
Martín sonrió, y asintió.
Hubo un silencio entre ambos.
—Y, bueno... entonces, ¿te fue bien ayer, con Lú?
Martín se sonrojó, y asintió despacio. Manuel sonrió enternecido.
—Sí... nos dimos nuestro tiempo de hablar algunas cosas. Pasamos una bonita tarde; me gustó...
Manuel sintió que se conmovió.
—Bakán, me alegro, amiguito...
—Y... bueno; también conversé con Miguel, Manu...
Manuel cambió su expresión en un segundo. Desvió la mirada, y se quedó en silencio.
Martín lanzó un leve suspiro.
—¿Cómo está él? —disparó tajante, mirando hacia el suelo.
Martín torció los labios; no supo qué contestar exactamente.
—Él... me dijo que estaba bien... —susurró—, pero, se oía algo cansado.
—Estaba con Antonio, supongo, ¿verdad?
—No —Manuel volteó a verlo, algo descolocado—. No estaba con Antonio.
—¿No? —Martín negó con la cabeza—. Ah, qué raro...
—Más bien... estaba en su habitación. Lú me dijo que, hace tres días, no bajaba a la sala.
Manuel quedó aún más descolocado.
—¿Y eso? ¿Por qué?
Martín se encogió de hombros.
—Miguel me dijo, que era porque se sentía algo enfermo, pero que estaba mejor.
—¡¿Enfermo?! —disparó Manuel, y se irguió de golpe—. ¡¿C-cómo que está enfermo?! ¡¿Se siente mal?! ¡¿Necesita atención médica?! ¡¿Necesita ir a urgencias?!
—N-no, Manu, él me dijo que estaba bien, y...
—Weón, si el Miguel está enfermo, sabe que tiene que venir a mi consulta; él lo sabe. No voy a cobrarle, ¿sabí' qué tiene? ¿Está muy mal? ¿Tengo que ir a verlo a la casa?
—Manu —dijo tajante Martín, intentando calmar a Manuel—. Está bien; el pibe está bien.
Manuel observó contrariado, y asintió despacio.
Hubo otro silencio.
—A-ah... —musitó, y se relajó; se sintió avergonzado—. Sí, obvio que sí. Yo te decía, no más...; no es que me haya preocupado por él, ni nada así...
Martín negó despacio, y sonrió.
Hubo otro silencio entre ambos.
—Oye, Martu... —dijo entonces Manuel, con tono más calmado—. Yo igual... vine a tu consulta, porque... quería pedirte un favor.
—Sí, dime, ¿qué pasa?
Manuel agachó la cabeza, y entrelazó sus manos. Apretó sus labios.
—Quería saber, si puedes prestarme tu vehículo para mañana. Tengo el día libre, y quiero irme lejos de aquí.
Martín observó algo descolocado.
—¿Irte lejos, con el vehículo?
—Sí; lejos de Lima. Quizá a alguna playa, o...
—No me digas que te vas a llevar a otro pelotudo, y te lo vas a coger en mi vehículo —dijo Martín, sin tapujos; Manuel rodó los ojos—. No voy a dejarte pasar eso de nuevo, Manu.
—No haré eso —contestó tajante—. Y aunque pudiese hacerlo, no lo haría; no estoy en condiciones de hacer eso...
Hubo un silencio.
—No ahora, que tengo aún a... a ya-sabes-quién, en el corazón...
Martín suspiró aliviado. Volvió a relajarse.
—¿Entonces? ¿Por qué te vas?
—He estado pensando en todos estos días, y... necesito paz, Martín. Quiero alejarme de la ciudad por unas horas, o una noche... y pensar bien las cosas. Tienes razón; he estado muy atormentado con esto, y de verdad, necesito mi espacio. Necesito reencontrarme conmigo, pensar bien las cosas, pensar en Miguel, en nosotros... en qué pasará. Librarme de mis rencores; necesito ese espacio, ¿y qué mejor, que hacerlo en medio de la naturaleza? Necesito darme un respiro; necesito ordenar mi cabeza.
Martín se alegró de oír aquello. Por primera vez, desde la ruptura, Manuel tomaba una decisión correcta, y una postura madura al respecto.
Manuel estaba tomándose su espacio, para priorizar sus emociones; Martín se alegró.
—Está bien —dijo, con una sonrisa—. Te felicito, Manu. Me alegra saber, que has decidido pensar las cosas con detenimiento, y madurez. Te felicito.
Manuel sonrió con tristeza.
—Llévate el vehículo hoy; déjame la llave de tu moto.
Manuel, desde el bolsillo de su bata blanca, sacó la llave de su moto. Martín, desde su bolsillo trasero del pantalón, sacó la de su vehículo; intercambiaron.
—Bueno; tengo que irme —dijo Manuel, tomándole la cabeza a Martín con cierta brusquedad, y dándole un beso en el cabello; Martín comenzó a reír—. Hay trabajo por hacer.
—¿Estás en urgencias?
—Sí; tengo dos cirugías para hoy. Ya mañana descanso.
—Nos vemos, campeón. Que mañana tengas una jornada muy reflexiva.
Manuel sonrió, y le lanzó un beso en son de broma. Martín comenzó a reír.
Y, antes de que Manuel, saliera de su consulta, Martín recordó algo.
—¡Ah! Manu, se me olvidaba...
Manuel se volteó sobre sí mismo, y observó curioso.
—Miguel me entregó un recado para vos. —Manuel contrajo los ojos—. Me dijo: ''Dile a Manuel, que recuerde las razones, por las que antes, nos amamos...''
Manuel, al oír aquello, quedó descolocado. Una sensación nostálgica le cruzó el pecho.
Hubo un profundo silencio. Manuel tragó saliva.
Martín observó impávido. Por la cabeza de Manuel, parecían cruzar muchas cosas, pero en el silencio de sus labios, Martín no pudo descifrarlo.
Manuel alzó la mirada, y con expresión tierna, susurró:
—Gracias...
Se volvió hacia la puerta, y salió.
Martín sonrió con tristeza tras ello.
(...)
Cuando terminó de arreglar su pequeño bolso de viaje, Manuel sintió a lo lejos, el resonar del timbre en su casa. Extrañado, asomó la cabeza, y observó la puerta.
¿Quién podría buscarlo tan temprano por la mañana, y en su día de descanso? Martín no podía ser, pues él, tenía turno en la clínica ese día. ¿Y algún vecino del Callao? Ese día, tampoco era día de atenciones en su casa.
Manuel observó extrañado; el timbre volvió a sonar.
—¡Ya voy! —exclamó, y rápido, se puso su chaqueta. Entre más se acercaba a la puerta, más incesante era el llamado.
Manuel entonces, abrió la puerta.
Y tras ella, apareció Luciano. Cruzó la puerta de forma fugaz, y rápido, se abrazó a Manuel.
Manuel quedó descolocado.
—Bom día, menino Manuel —Luciano sonrió enternecido, y sus ojos se achinaron; Manuel torció despacio los labios—. Vine a desayunar contigo.
Manuel se quedó quieto en su sitio, sosteniendo aún la puerta en su mano. Em su lugar, Luciano tomó la puerta, y la cerró de un portazo. Manuel contrajo las cejas.
Hubo un silencio.
—¿Vas... de viaje? —preguntó Luciano, observando el bolso a un lado del sofá—. ¿Te... te vas con alguien más? ¿Con quién?
Manuel dio un profundo suspiro, y se volteó. Caminó hacia la mesa; Luciano le siguió.
No tenía ganas de dar explicaciones a nadie.
—¿Irás de viaje con alguien, menino man...?
—Con todo respeto, Lú —intervino, con la voz algo rígida—. No... no creo que eso, sea de tu interés. Y...
—¿O sea que sí irás con alguien?
—¡¿Qué?! ¡No! —Manuel se maldijo, porque, de todas maneras, terminó contestando a dicha pregunta—. Agh... no; no iré con nadie, y... sí; iré de viaje.
—¿A dónde?
—Y, de hecho, Lú, me iba justo ahora a ese viaje.
Luciano contrajo los ojos un poco, y agachó la mirada. Manuel se sintió un poco malo por decir ello tan tajantemente; hubo un silencio entre ambos.
—Ya... entonces, te estoy estorbando, ¿verdad?
Manuel no supo qué contestar. Era cierto, que estaba algo molesto, pero, de todas maneras, no podía evitar, sentir empatía por Lú.
—Luciano, yo...
—Y yo que... traía para que tú y yo, desayunáramos juntos... —musitó, alzando una bolsa en sus manos, con expresión triste—. Fui hasta la clínica, y pregunté si estabas trabajando, y... desde allá, me vine a tu casa.
Manuel dio un largo suspiro; se frotó la cabeza.
—Menino Manuel...
—Ya; bueno... —terminó Manuel, cediendo—. Desayunemos, total... igual tengo hambre. Pensaba comprarme algo en el camino, e ir comiendo en el vehículo, pero... ya que estás acá; comamos.
Luciano sonrió enérgico, y rápido, se abrazó a Manuel. Este rodó los ojos, con algo de impaciencia; Luciano alzó su cabeza, e intentó besarle la mejilla; Manuel lo alejó de inmediato. Luciano observó con tristeza.
No entendía el poco tacto de Manuel, hacia él.
—Menino Manuel, ¿por qué hiciste eso? ¿Acaso no te gusta que yo...?
—Me parece conveniente, que estés acá, Lú —dijo él—. Porque justamente, necesito conversar contigo.
—¿Conmigo? —Luciano alzó una ceja—. ¿Por qué conmigo, yo...?
—¿Desayunemos? —irrumpió Manuel—. Comamos; de ahí, te cuento qué pasa.
Luciano asintió algo temeroso, y Manuel, fue a buscar un par de tazas, y platos hasta la cocina. Luciano se acercó a la mesa, y sacó lo que compró para el desayuno. Al paso de unos minutos, ambos tomaron té, y comieron medialunas, y unos sándwiches de queso y jamón.
Manuel entonces, decidió romper el incómodo silencio.
—Te quiero preguntar algo —anunció, y Luciano, observó impaciente—. ¿Yo te gusto, Lú?
Luciano sonrió despacio, y se sonrojó.
—¿Por qué esa pregunta?
Manuel alzó una ceja, y bebió otro sorbo de té.
—Porque eres muy meloso conmigo, me buscas, estás siempre al pendiente, y... el otro día, cuando viniste a mi casa, me besaste los labios, al despedirte.
—En Brasil es común besarse en los labios, como forma de saludo, o...
—Pero bueno, esto es Perú, no Brasil. Y yo no soy brasileño, soy chileno; para mí, un beso en los labios, no es signo de amistad, Lú.
Luciano guardó silencio. Nervioso, apretó la taza. Sonrió despacio.
—Sí... —jadeó despacio, y Manuel, observó con seriedad—. Me gustas, menino Manuel. Me gustas mucho.
Manuel observó sin emoción alguna. Luciano sonrió apenado, y en un movimiento atrevido, dejó la taza a un lado. Se acercó a Manuel, e intentó besarle los labios.
Manuel giró su rostro, y no se lo permitió. Luciano observó algo ofendido.
Hubo un silencio.
—¿Por qué no? —disparó Luciano, con la voz rígida.
—Tú sabes por qué no —devolvió Manuel—. Te lo dije la vez pasada, ¿no?
Luciano observó apenado.
—La razón por la que no puedo amarte, Lú; tú lo sabes.
—No lo entiendo.
—La razón número uno, es la que vive en tu casa, allá en San Isidro; ¿me explico? —Luciano torció los labios, y contrajo las cejas, algo ofendido—. Y la razón número dos, es la que trabaja conmigo en la clínica, y que me llama ''hermano'', hace quince años atrás.
Luciano observó extrañado.
—No puedo, simplemente, responder a tus sentimientos, Lú. Te lo comunico directamente a ti, y sin rodeos. No sigas buscándome con intenciones de enamorarme, porque no ocurrirá, yo no puedo...
—¿Me encuentras feo? —disparó, ofendido—. ¿Es eso? ¿Es porque tengo la piel oscura?
Manuel lanzó un bufido al aire.
—Dios mío, ¿qué weá estai' diciendo? —cuando Manuel hablaba con su jerga, era porque comenzaba a cabrearse—. ¿Me estai llamando racista?
—Solamente dime, si es por eso.
—Miguel es de piel morena, y eso, para mí jamás fue impedimento de nada. Por Dios, Luciano, ¿qué chucha me crees?
—¿Entonces?
—Yo te encuentro muy lindo, Lú; eres guapísimo. Pero...
—¿Entonces por qué no te acuestas conmigo?
—¿Eso quieres? ¿Qué nos acostemos?
Hubo un silencio profundo. Luciano suspiró; comenzaba a cabrearse también.
Manuel entonces, intervino:
—Eres muy lindo, y... creo que, en otras circunstancias, habría accedido, Lú. Claro que te encuentro atractivo, y si no accedo a tener sexo contigo, es por dos razones: la primera, es porque te respeto; no me siento capaz de ilusionarte, cuando sé, que no voy a corresponderte, Lú. Y la segunda, es porque no estoy enamorado de ti. Lo sabes bien.
—Es Miguel.
—Sí, es Miguel —contestó Manuel, ya hastiado, y sin ánimos de ser dócil—. Es Miguel; es su recuerdo. Es él, y es Martín.
Luciano observó extrañado.
—¿Martín? ¿Qué tiene que ver él acá?
Manuel entonces, supo que la había cagado. Sin pensarlo, había dicho el nombre de su amigo.
Tragó saliva.
—Y-ya, eso no importa... —dijo, restándole importancia—. Solo quiero que sepas, que estoy marcando el fin de esto, Lú. Es el fin; ya no más. No más tratos cariñosos, ni miradas coquetas de tu parte, ni regalitos, ni esto, ni lo otro...
—¿Cuándo es tu cumpleaños?
—El dieciocho de septiembre, pero eso no es lo importante, Lú; te estoy diciendo que...
—¡Anotado! —Luciano sacó su celular, y anotó la fecha—. Gracias.
Manuel observó descolocado; se sintió estúpido.
—Oye, ¿me estai' escuchand...?
—Sí, pero no me importa. —Luciano se irguió de su puesto, y con aura desafiante, se dirigió a Manuel—. No me interesa lo que digas, menino Manuel. Yo solo te diré una cosa...
Luciano acortó distancia hacia él, y con temple decidido, murmulló por lo bajo:
—Voy a ganarme tu corazón; solo espera...
Manuel rodó los ojos, y echó un resoplido.
Quiso ser entonces, más atrevido; ya le había cabreado. Luciano era la persona más terca que había conocido.
—Oye, si a ti te gusta el Martín... córtala, Lú.
Luciano observó descolocado. De la impresión, dejó caer la taza al suelo. Los ojos se le contrajeron.
Y, para sorpresa de Manuel, las mejillas se le pigmentaron de carmín.
Manuel lanzó una risilla al aire.
—¡Bingo! —le apuntó con el dedo, y Luciano, se sintió humillado—. ¿Por qué seguí' insistiendo conmigo, Lú? Yo sé que antes, tú y Martín, tenían una relación algo complicada, pero... ¿por qué no lo aceptas? Quizá a él, tú también le gustes, y...
—¡¡Sssh-ssshhh!! —exclamó, histérico—. ¡T-te dije q-qué iba a ti a conquistarte, no a él!
Manuel sonrió burlesco.
—Uy, mírenlo, se puso rojo... le gusta el Martín.
Luciano torció los labios, y miró con enojo.
Se avergonzó.
Y sí, efectivamente, era como Manuel, ya lo sospechaba. En la cabeza de Luciano, se desataba una batalla entre Manuel, y Martín.
Y, la realidad de todo ello, es que, por Manuel, Luciano solo experimentaba gusto físico, pues...
Manuel, de apariencia, era el típico chico rudo, y guapo, al que Lú siempre aspiró tener; alguien con muchos tatuajes, con perforaciones, que vestía a su gusto, y que tenía los mismos gustos musicales que él.
En su adolescencia, Luciano había sido un chico demasiado reprimido. Asistía a una escuela católica, había hecho el bautismo, y la confirmación, y todo ello, impulsado por Rebeca que, en años pasados, había sido muy religiosa con su hijo.
Por su puesto, con los años, Rebeca cambió, y ello, por causa de Luciano, pues entrada su mayoría de edad, él se rebeló contra todo y todos.
Sin embargo, Luciano ahora, tenía esa hambre; el de salir al mundo, y de vivir un romance intenso con alguien, que en físico y espíritu, fuese lo contrario a lo ''correcto'', y, muy erróneamente, Luciano creía que Manuel, era el típico chico malvado, que podría junto a él, vivir un romance de película.
Pero no; Luciano, en realidad no conocía bien a Manuel. Él, desconocía por completo, que, a pesar de su apariencia, Manuel estaba muy lejos de ser el típico ''fuck boy''. Más bien, Manuel, era, en palabras de Martín ''un pollito con corazón de mantequilla''.
Manuel era todo lo contrario, a lo que Lú creía. Luciano lo había idealizado erróneamente; no había enamoramiento, solo gusto por algo, que él mismo se había inventado en la cabeza, y que, por supuesto, no existía.
Pero, ¿y con Martín? Con él, las cosas eran diferentes.
Luciano, sí sentía un lazo profundo con él, pues en años pasados, Martín, había sido el confidente de Luciano, y el apoyo emocional más grande, que tuvo en momentos duros de su vida.
Martín conocía sus manías, sus miedos, y probablemente, lo que se ocultaba tras la nueva faceta, y el comportamiento, de chico rebelde e irreverente que Lú mostraba.
Sí... a Lú, le gustaba Martín. Con él se sentía en paz, y un aura apacible se formaba siempre entre ambos, pero... ¡A Luciano le daba vergüenza admitirlo! Porque...
Martín era medio ñoño. Sí; era cierto que, a él, también le gustaban los videojuegos, pero... ¡ya había cambiado! ¿O no?
A Luciano le daba un poco de vergüenza admitirlo, cuando, además, Martín no le mostraba claras señales de correspondencia. ¿Qué pasaba, si solamente él, era el enamorado? ¿Y Martín no sentía nada? ¡Qué horror! Y, aparte... Martín era un hombre siempre muy correcto, formal y protocolario; a Luciano, aquello le hacía recordar a su madre...
¡Y él buscaba un romance típico de película, no uno como lo que ofrecía Martín!
Pero Luciano, no sabía que, con Manuel, encontraría todo lo contrario; romance, sentimentalismo, y azúcar. Manuel no era lo que parecía, y Martín, tampoco era lo que parecía.
Las apariencias engañaban.
—¡Ya, basta! —gritó Luciano, hastiado—. Dieciocho de septiembre, ¿verdad? Espera ese día, menino Manuel; espera a ese día...
Luciano, indignado, tomó sus cosas, y caminó a la salida. Manuel, desde su sitio, observó con una ceja alzada.
Luciano, con el rostro acalorado, y antes de salir, entonces gritó a Manuel:
—¡Y... y Martín no me gusta! ¡¿Entendido?! ¡É... É muito chato!
Enojado, Luciano se fue, y dio un portazo.
Manuel, en la mesa, estalló en risa.
(...)
Cuando todo ello pasó, Manuel emprendió su viaje. Echó su marcha en el vehículo, y viajó fuera de Lima. Se dirigió hacia el sur, en busca de silencio, y de un lugar conciliador, en donde el factor de la naturaleza, le ayudase a centrarse en sus emociones, y en sus pensamientos.
El viaje duró alrededor de dos horas. Manuel tuvo claro su destino.
''Playa El Silencio''.
Aquel sitio, era el de la vez pasada, cuando Miguel y Manuel, celebraron la oficialización del compromiso.
Apenas Manuel bajó por el camino hacia la explanada, sintió una ola de nostalgia invadirle el cuerpo.
El ruido de la playa, el oleaje, el aroma del mar, en lo alto el retumbar de las gaviotas, y la sensación de la fresca brisa.
A Manuel, aquello lo transportó de inmediato, a aquella noche, en donde junto a quien fuese su primer amor, celebraron la intensidad de su relación, en el calor de una fogata, en el calor de sus cuerpos, y en lo pasional de sus miradas.
A Manuel le dio una leve punzada; endureció su expresión.
Apenas estacionó el vehículo, abrió el maletero, y se sentó en él. El maletero del vehículo, era más bien sumamente amplio, pues el vehículo de Martín, era más bien una camioneta. Perfectamente cabían dos personas allí sentadas, y podían tener una buena vista hacia el mar.
Manuel tomó asiento allí, y prendió una pequeña lamparita a su costado. La oscuridad de la noche pronto sobrevino, y sobre él, solo se ciñó la luz de la luna sobre el mar, y la arena.
Manuel estaba completamente solo en ese sitio. Su única compañía, resultaban solo ser el mar, y las gaviotas en lo alto. Tomó el termo con agua caliente, y se sirvió una taza de té humeante. Se caló una frazada abrigada en las piernas, y pronto, despejó su mente.
Observó el agua; el ruido del oleaje le tranquilizaba.
Mierda, de verdad necesitaba estar solo; requería, hace muchos días, de ese espacio...
Manuel inhaló profundamente, y cerró los ojos. Despejó su mente, y agudizó sus sentidos; sintió la paz invadirle.
Exhaló despacio.
Y la mente le comenzó a rebobinar.
—Mi nombre es José Manuel Gonzáles... —comenzó a relatar a sí mismo, en una suerte de terapia que Manuel, comenzaba a practicarse—. Nací el 18 de septiembre, del año 1989, en Santiago de Chile. Tengo un padre, y una madre. Y dos hermanos menores; Edson, y Carolina.
Tomó la taza de té, y se sirvió más; comenzó a beberla.
—Cuando niño, viví en la pobreza casi extrema. Muchas veces pasé hambre, y frío. No vestía ropa bonita, y mucho menos tuve lujos. Veía a mis padres llegar cansados a casa, y los oía llorar en silencio. Cuando cumplí mis catorce años, decidí ayudarles, desviándome del camino, y me uní a una banda delictual. Aprendí a utilizar armas blancas, y de fuego. Y trabajé para una banda, dedicándome al microtráfico.
Manuel no comprendía la razón, pero hacer aquello, era liberador. En el silencio de aquella playa, él podía hablar hacia sí mismo, sin ser visto, ni juzgado.
—A los quince años, dejé aquello. Mi padre me descubrió, y me castigó; esa misma noche, mi casa fue baleada, y por mi causa, mi familia corrió peligro. Nos mudamos a otro barrio, y desde entonces, mi familia permanece allí. A los años, me esforcé, y mis esfuerzos dieron tantos frutos, que logré entrar a medicina en una de las universidades más prestigiosas de mi país. Sí, estudié con beca; hasta el día de hoy aún tengo deudas por ello, pero respondo por ellas.
Una gaviota bajó a la arena, muy cerca de Manuel, y lo observó con divertidos ojos. Manuel sonrió despacio.
—En mi segundo año de carrera, conocí a una de mis almas gemelas; a Martín, mi mejor amigo. El mismo año, conocí a Camila, a la madre de mi hijo. Y, a pesar de que nuestra relación no fue la mejor, ni llegué realmente a enamorarme de ella, respeto su recuerdo, porque ella, dio a luz al gran amor de mi vida.
Manuel agachó la cabeza, y sintió que la garganta se le apretó.
No retuvo más; dejó que las lágrimas cedieran.
—A mi hijo Francisco... —jadeó, y la gaviota a su lado, observó atenta—. Mi amado hijo Francisco... mi niño lindo...
Manuel dejó la taza al lado, y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.
—Solo tres añitos llegó a durar; Dios quiso llevárselo con él. Y, aunque viví muchos años atormentado, y sintiéndome culpable por su muerte, hoy sé, que no fue culpa mía. No... no fue culpa mía; yo solo quise siempre lo mejor para él, y yo sé, que en el lugar en donde se encuentre, él no está enojado conmigo, ni me odia...
Manuel alzó su mirada hacia el cielo, la gaviota, a su lado, entonces extendió las alas, y se echó a volar en la misma dirección. Contra la luz de la luna, Manuel la vio irse.
Sonrió despacio.
—Al tiempo de aquel accidente, me sometieron a un juicio, culpándome por un delito que jamás cometí. Estuve en prisión alrededor de un mes, hasta que entonces, mi abogado defensor logró mi libertad. Viví con el prejuicio, y la persecución de los padres de Camila; me hundieron, y me condenaron por mi pobreza. Me cerraron las puertas, y todos los años en que intenté surgir, y salir de ello, no valieron de nada. Fue cuando entonces, tomé la decisión de venirme a este país, que, aunque no sea mi hogar, se ha vuelto mi segunda casa, porque me brindó una oportunidad de oro; logré salir de la pobreza, y ahora, puedo ayudar a mi familia enviándoles dinero; puedo ser auto suficiente, y ayudar a más personas a mi alrededor.
Manuel sonrió despacio, e inhaló profundo. La brisa del mar le acarició el rostro.
—Y... y conocí a Miguel.
La garganta se le contrajo; Manuel apretó los labios. Endureció su expresión, y miró hacia el mar, que, a luz de la luna, expendía grandes destellos. Ante la vista de Manuel, todo se volvió acuoso.
Las lágrimas cedieron.
—Miguel... —susurró, con voz llena de sentimiento—. Un niño caprichoso en un inicio; maleducado, prejuicioso... —Manuel comenzó a reírse, divertido—. Que pensaba que yo era un narco; que controlaba el Callao...
Guardó silencio, y lanzó una risilla.
—Y aun así, me enamoré profundamente de él, y lo hice, porque supe ver detrás de su cascarón, como nunca antes, alguien lo había hecho. Fui su primer amor, y él fue también el mío. Con el tiempo, él cambió, y me sorprendí muchísimo. Pasó de ser alguien prejuicioso, a alguien juicioso en su mayoría de veces; comenzó a ser amable, y no se callaba cuando algo le parecía injusto. Era tierno conmigo, y siempre me acariciaba en las noches. —Los recuerdos sobrevinieron a su cabeza; los días conviviendo en el apartamento, las palabras, las miradas, el sentimiento que les embargaba; a Manuel se le hizo difícil parpar aquello—. Me confió sus miedos, sus alegrías, sus sueños... me hizo su familia. Nos bañábamos juntos, veíamos películas, jugábamos, hacíamos el amor, soñamos juntos, aprendimos juntos, nos comprometimos, tuvimos miedo, nos apoyamos, y también... peleamos...
A Manuel, las lágrimas le volvieron a ceder. Hasta ese punto de la ruptura, nada le había dolido así. Se obligó a sí mismo, a rememorar todo; tanto lo bueno, como lo malo.
—Es la primera persona a la que amo así... —jadeó—. Es la primera persona, que me motivó a hacer todo desde el corazón; a protegerlo, a amarlo, a ayudarlo, a apoyarlo, a escuchar sus miedos, sus sueños, sus quejas, sus alegrías; todo, todo... —Tomó la frazada, y se la caló hasta el cuello; comenzó a sollozar como un niño—. Y siempre lo hice... porque lo amé, y aún lo amo. Jamás podría odiarlo, e incluso, cuando le guardé rencor hasta hace poco, me es difícil odiarlo, porque no puedo...
Cerró los ojos despacio, y respiró con profundidad.
—Porque no se puede odiar, a quién te entregó los mejores momentos de tu vida. No se puede odiar, a quien viste el alma desnuda; no se puede, no se puede...
''Dile a Manuel, que recuerde las razones, por la que antes nos amamos...''
Al recordar aquello, Manuel abrió los ojos despacio. El recado de Miguel, hacia él...
Recuerdas las razones, por las que antes, nos amamos...
Manuel se quebró.
—Sí, lo recuerdo... —sollozó—. Te amé porque con tu ternura, lograste volver a darme esperanzas. Porque con tus detalles pequeños, me conmoviste. Porque también me defendiste... —recordó el episodio, cuando Miguel, fuera del bar, le defendió de ese par de mujeres, que lo habían tocado sin su permiso, y la vez, en que defendió a Manuel, frente a la prensa, fuera de la clínica—. Porque me devolviste el calor de un hogar, porque me ilusioné con tus manías, con tus sueños, con tu inocencia, con tu nobleza, con tu ingenuidad. Amé tus virtudes, amé tus defectos, abracé tus miedos. Porque te admiré como persona, que había sufrido una vida de abandono emocional, y aún así, seguía de pie. Admiré tu fortaleza, tu faceta de inocencia, y se erotismo en la cama. Te amé de todas las maneras, y hoy...
Manuel pegó un fuerte suspiro. Se frotó el rostro.
—Y hoy estás lejos, Miguel..., porque tu padre ha llegado, después de tantos años de abandono, a tu lado... y me has cambiado por otra familia, que nunca te fue dada. Y te quedaste al lado de Antonio, y de tu padre, y yo no sé... ¿por qué? ¿Me dejaste de amar? ¿Qué fue lo que te empujó así, Miguel?
Manuel comprendió entonces, que Miguel, tenía probablemente, más razones de fondo, para lo que había hecho. Porque Manuel sabía, que todas las palabras, y las demostraciones de amor pasadas, habían sido genuinas; que no habían sido falsas.
Él creía en el amor de Miguel, pero... ¿por qué? ¿por qué había sido así entonces?
—Siempre tuviste el vacío de la aprobación de tu papá... —musitó Manuel, rebobinando todo—. Siempre te dolió, que todos tuviesen una familia, y que tú, no pertenecías a una. Y hoy, después de tanto tiempo, de forma sorpresiva, y sin previo aviso, tu padre llega, y dice que te ama, y para variar, llega enfermo... porque claro; él lo sabe, Miguel, que tú, tan emocional como siempre, ibas a perdonarlo...
Manuel jadeó, y se pasó ambas manos por la nuca. Observó al cielo.
—Porque aún tienes alma de niño, a pesar de todo. Aún amas a tu padre, y por más daño que te hagan, no eres capaz de odiar; Miguel, en eso, tú y yo, nos parecemos tanto...
A Manuel de pronto, una idea le vino a la cabeza. Contrajo los ojos.
—¿Tu papá no estará... manipulándote, Miguel? —musitó—. Me cuesta entender, las razones del por qué decidiste esto, pero... yo sé que tus palabras, y tus acciones por mí, no fueron en vano. Sí, es cierto; te guardo rabia por lo de esa noche; el negarme así... me dolió, Miguel. No voy a culparte por lo de mi tortura en la estación de policías, porque... tú no lo sabías, ni lo habrías querido. Finalmente, fue solo una tragedia, que ni tú, ni yo, hubiésemos previsto...
Manuel, tenía la leve sospecha, de que Miguel, estuviese viviendo algún tipo de manipulación, pero sabía también, que supuestamente Héctor, estaba profundamente arrepentido.
Manuel no sabía ya en qué creer.
—También fue culpa mía, supongo... —susurró—. Yo jamás te marqué límites, Miguel. Y fallamos; fallamos en la comunicación. Tú, dentro de todo, intentaste hacer lo posible, dentro de tu inexperiencia; y yo también. Puse una carga pesada sobre tus hombros, sin quererlo, y también fue culpa mía. Tanto tú, como yo, cargamos con cosas sin querer; también fallamos...
Manuel comprendió entonces, que también había fallado en la relación. Porque el amar, era también poner límites, y con Miguel, él jamás los puso. Consentía a Miguel de una manera exacerbada, y en ello, cometió un error. Miguel, inexperto, obviamente normalizaría aquello, pues Manuel, era su primera relación formal.
Por otra parte, Manuel había también fallado en la comunicación. En su inexperiencia, Miguel siempre intentaba preguntarle cómo había ido su día, pero él, siempre en afán de protegerlo, jamás le contaba sus pesares. Miguel tampoco era un médium, ni leía mentes, como para saber que, bajo la faceta contenta de Manuel, se hallaban pesares; Manuel jamás supo comunicarlos a su pareja, y aquello, era también una falla.
Eso también estaba mal.
Y peor aún, cuando Manuel cayó en cuenta, de que inconscientemente, había puesto mucho peso en los hombros de Miguel, intentando llenar, el vacío del calor de un hogar, después de la pérdida de su hijo Panchito.
Manuel aceptó sus errores, y sus culpas; él también había fallado; ambos habían fallado.
No podía responsabilizar completamente a Miguel, por la ruptura de la relación. Había culpas compartidas, errores por asumir, y egos por excluir. Fallaron; fallaron ambos. Porque, así como ambos subieron hasta el cielo, y tocaron la felicidad con las manos, pronto taparon el sol con un dedo, y no vieron sus falencias; y de pronto, se hallaron en el lodo, y se embarraron con la culpa.
Así eran las relaciones; fallas, aciertos, errores, y de ello, el ego herido. ¿Quién asume la culpa? De allí sobrevenía todo; nadie nunca, quería asumirla.
Manuel ahora, estaba asumiendo su gran cuota de culpa.
—¿Qué si recuerdo las razones, por las que antes nos amamos? —Manuel sonrió despacio, sintió que el pecho, se le llenó de nostalgia.
¿Cómo no recordarlo? Si Miguel, en cada momento del día, vivía en su memoria.
Sí, lo recordaba.
—Yo te amo... —dijo finalmente, y suspiró—. Y sé que tú también aún lo haces, Miguel. Estoy dispuesto a asumir mis culpas, pero ahora...
Manuel se irguió despacio, y observó la luna sobre el mar.
—Pero ahora, Miguel; es tu turno...
(...)
Cuando el día siguiente llegó, Martín recibió un mensaje en su celular, que decía: ''Martín, hoy iré a verte a la clínica; voy a tomar la invitación de la terapia. Espérame, por favor''.
Aquel día, Miguel se levantó decidido. Partió al baño, y rápido, se aseó. Corrió al ropero, y volvió a ponerse su chullo; no quería que nadie, tuviese evidencia de su cabello.
Y, aunque solo se notaba un poco, a Miguel le seguía dando vergüenza; aquello era normal.
—Eva, ven aquí... —le dijo a su gata, que, a un costado, le observaba—. Tengo un plan para poder ir donde Martín, pero necesito tu ayuda...
Eva observó curiosa; maulló.
—Te voy a meter en tu caja transportadora; tienes que maullar lo más fuerte que puedas, ¿manyas? Lo más escandaloso que puedas, huevona. Me voy a salir de casa, con la excusa, de que te llevaré al veterinario, porque estás enferma; lo más escandaloso posible, ¿entendido?
Eva maulló en respuesta; Miguel sonrió.
Rápido, buscó la caja transportadora. Eva, en un salto, se metió en ella. Miguel la cerró con fuerza, y tras la rejilla, Eva observó con sus ojitos verdes.
Miguel tomó la caja, y bajó rápido al primer piso. Antonio, en la cocina, aún desayunaba. Héctor, en cambio, yacía sentado en el sofá, con la vista pegada a la pared.
Miguel lo observó; Eva entonces, comenzó su actuación.
Maullaba como una pobre alma ardiendo en el calor del infierno.
—Papá... —musitó Miguel, haciéndose el preocupado—. Eva está enferma, papá.
Héctor, con los ojos hinchados, y la mirada vacía, observó a su hijo; Miguel, contrajo los ojos; su papá se veía extraño.
Y es que claro, Héctor, estaba afectado con la noticia del día anterior. El saber que iba a morir de verdad, por un cáncer terminal que de verdad le aquejaba, le tenía con la cabeza en las nubes.
—¿Ah? —jadeó despacio, sin entender nada—. ¿Qué?
—Voy a llevar a mi gata al veterinario —repitió Miguel, subiendo la voz pues, los maullidos de Eva, eran escandalosos desde el interior de la caja—. Se va a morir, papá; tengo que llevarla. ¿Me das para el taxi?
Héctor observó desorientado, y asintió despacio. No tenía noción de nada.
—Sí, sí... —respondió desinteresado—. Toma.
Le lanzó un billete a Miguel, y este, lo cogió en el aire.
Sonrió despacio.
—Gracias, papá; nos vem...
—¿A dónde crees que vas? —apareció de pronto Antonio, desde la cocina, con aura molesta—. Héctor, ¿qué crees que haces? ¿Por qué dejas salir a Miguel? Él no puede...
—Mi papá me dio permiso —disparó Miguel, con expresión seria; Eva siguió maullando con fuerza—. Asi que me voy; adiós.
—¡No puedes irte, ven aquí, yo voy a acompañart...!
—Déjalo que se vaya... —jadeó Héctor, con la mirada pegada al suelo, y los ojos opacos—. Su gata Filomena se está muriendo; déjalo...
Antonio observó indignado. ¡¿Qué mierda pasaba con Héctor?! ¡¿En dónde tenía la cabeza?!
—¡¿Pero qué haces, tío?! ¡Que no puedes dejarlo ir solo! ¡Eso fue lo que acordam...!
—¿Por qué desautorizas a su padre? —disparó Luciano, apareciendo desde la cocina también—. Su papá le dio permiso; tú no tienes nada que ver.
Antonio se volteó, y observó a Luciano con bastante desprecio.
Hubo un silencio entre ambos.
—No te metas, negro de mierda —escupió—. Yo soy su futuro esposo; yo también tengo derecho a...
—Pero no eres su dueño —dijo Lú, tajante—. Miguel es libre de salir a dónde quiera; déjate de payasadas.
Miguel observó admirado a Luciano; hubo un silencio.
Antonio estaba que estallaba de la rabia.
—Llévate a tu gatita —le dijo Lú a Miguel, observando preocupado—. Está llorando mucho; apúrate.
Miguel sonrió a Luciano, y asintió despacio.
—Gracias... —le susurró, y rápido, Miguel salió de la casa.
Antonio, tras ello, comenzó a gritar, y a formar un escándalo.
Tras subirse a un taxi, Miguel ya no oyó nada más.
(...)
Cuando ambos llegaron a la clínica, todos observaron extrañados. Algunas enfermeras, en el ascensor, observaban muy enternecidas a Eva en el interior de la caja, y ella, por su puesto, posaba para recibir los halagos.
—Esa gata vanidosa... —musitó Miguel, divertido.
Y pronto, cuando llegó al piso que quería, Miguel bajó apresurado.
Mierda; se sentía tan jodidamente libre...
Caminó rápido a la puerta de Martín, y frente a ella, se detuvo. Se quedó en silencio por unos instantes.
Una idea rápida le cruzó por la cabeza.
—¿Y si voy al despacho de Manuel? —musitó para sí mismo, y las manos le temblaron.
Mierda; lo extrañaba horrible. El despacho de Manuel, quedaba en el piso de abajo; sintió el impulso de volver al ascensor, y de ir a ver a Manuel...
Pero, antes de que ese impulso fuese más fuerte, la puerta de Martín, se abrió.
Miguel contrajo los ojos, y observó sorprendido. Martín observó boquiabierto.
Miguel estaba mucho más delgado... ¿qué le pasaba?
—E-entra —le dijo, algo descolocado, y despacio, lo jaló del brazo; Miguel entró rápido, y Martín, cerró la puerta. Observó curioso la caja—. ¿Qué traes ahí?
Miguel, con una sonrisa nerviosa, levantó la caja; tras las rejillas, se vio a Eva, observando muy coqueta hacia el exterior.
Martín sonrió enérgico.
—¡Oh, una gatita! —dijo, y Eva, levantó sus orejas—. Qué bonita...
Eva entonces, se flechó también con Martín. Abrió los ojos muy grandes, y disparó un tierno maullido.
Miguel sonrió.
—¿Puedo soltarla? —pidió—. Ha estado mucho rato allí, y...
—Claro, che... soltala; no pasa nada. Dejá que camine.
Miguel bajó la caja, y abrió la rejilla. Ambos se sentaron en un sofá, mirándose el uno, frente al otro. Rápido, Eva dio un salto en las piernas de Martín; se acurrucó sobre él.
Miguel observó avergonzado.
—Qué tierna... ¿siempre es así?
—Solo con los hombres que ella, encuentra guapos.
Martín comenzó a reír. Eva, removió su naricita; en la ropa de Martín, sintió también el aroma de Manuel; comenzó a ronronear con fuerza, y comenzó a masajear las piernas a Martín, con la típica marcha que hacían los gatitos.
''Bakán; premio doble''; pensó Eva.
Miguel y Martín, sonrieron enternecidos.
Hubo entre ambos, un silencio. Martín lo rompió:
—Bueno, Miguel... es hora de que comencemos. —Miguel asintió, algo nervioso—. Yo, pienso que... deberíamos comenzar desde un inicio. ¿Te parece, si partimos por la noche, en donde ocurrió todo?
Miguel dio un fuerte suspiro, y asintió.
El ambiente cambió rápido, de uno tierno y relajado, a uno tenso.
Martín observó con aura paciente.
—Decime... ¿qué fue lo que pasó esa noche? Yo sé que... tú y Manuel, esa noche se separaron, ¿verdad? —Miguel, en su puesto, asintió—. Andá, contáme por qué.
—Esa noche... la de mi cumpleaños, yo y Manuel, queríamos oficializar nuestra relación ante mi familia. —Martín asintió—. Lamentablemente... no pude ni siquiera sentarme con Manuel, porque, mi papá... él me llevó a su lado. Lamentablemente, a mi otro costado, se sentó el imbécil de Antonio...
—El imbécil de Antonio... —repitió Martín—. ¿Él no es acaso... tu nuevo prometido?
Miguel asintió; Martín alzó las cejas.
—Para allá quiero llegar...
—Vale, vale; seguí hablando.
—La fiesta en sí... estaba bonita, ¿sabes? Yo estaba feliz. Mi papá se mostró conmigo muy amable, y... ¡hasta saludó a Manuel! ¡¿Puedes creerlo?! Me sentí tan feliz... y de pronto, cuando llegamos a un punto de la cena, todo se fue al carajo...
Martín, con Eva durmiendo, y ronronéandole en las piernas, observó impaciente.
—¿Qué pasó?
—Bueno, no sé si tú sabes, pero... mi papá tiene cáncer de estómago, y está en una etapa avanzada. Él... vino desde Brasil, y dejó todo atrás, para pasar sus últimos días a mi lado. Alquiló una casa, especialmente, para poder venir hasta acá, y él... esa noche de mi cumpleaños, me dio dos noticias que... Martín, te juro por Dios que... de solo recordarlo... agh.
Miguel agachó la cabeza, y se tomó las sienes. Martín le extendió una mano, y le acarició el brazo.
Hubo un profundo silencio.
—Tranquilo, Miguel; este es un espacio seguro. Aquí podés llorar, enojarte, decir todo aquello, que no te es permitido en otros lados. Soltalo; acá te voy a escuchar...
Miguel se quedó en silencio por unos instantes, y pronto, las lágrimas le cedieron.
La voz se le quebró de forma estrepitosa.
—M-mi papá empezó a hablar, de que me amaba, y... y que tenía u-un último regalo en vi-vida para mí. Y... y comenzó a llorar, y yo... yo me rompí; me dio... pena, y lloré... me sentí tan... amado por él, y...
Martín fortaleció el agarre en la mano de Miguel; este siguió sollozando.
—Mi papá me regaló una casa en San Isidro... —sollozó, y Martín, contrajo los ojos.
Ahora comprendía el por qué Manuel, habló anteriormente de otra casa, y la decepción en sus palabras.
—Y... y... a-anunció mi compromiso con A-antonio, y yo... no sé qué pasó... creo que Ma-Manuel luego, él... escupió todo de nosotros; le dijo a mi papá que eso no podía ser, que yo y él éramos prometidos, y...
—¿Manuel lo dijo en la cena?
—S-sí... —sollozó Miguel, contrariado—. Y... y no supe qué hacer; todos me miraban, y mi papá... me miraba, y Rebeca, y todos... y yo, no sé, me nublé, me bloquee... las manos me temblaban, y...
Martín posicionó una mano sobre su barbilla. Torció los labios.
—De-después Manuel, él... me decía; ''diles la verdad'', y mi papá, por otro lado, me decía ''dime que es mentira'', y... no sabía qué hacer, todo fue tan rápido, y... lo sentí como un sueño. Yo no pedí esa casa en San Isidro; no podía rechazarla, ¿cómo? Y lo de Antonio... simplemente me dejó sin palabras; no pude ni siquiera respirar, y...
—A ver, Miguel... —Martín, en su papel de psicólogo, se vio en la obligación de intervenir; Miguel lloraba desesperado, y estaba sufriendo una aparente crisis; le tomó la mano, y la acarició; Miguel se detuvo, y respiró agitadamente.
Hubo un silencio profundo.
—Detengámonos un poco... —susurró, con voz calma—. Ese día de tu cumpleaños, tú y Manuel, anunciarían su compromiso. Lamentablemente, por causa de tu padre, no pudiste hacerlo. Al rato, Antonio, se sentó también a tu lado, y quedaste aislado de Manuel, ¿verdad? —Miguel, entre lágrimas, asintió—. Bueno... después, me decís que, tu papá dio una especie de discurso, en donde decía que estaba a punto de morir, que todos lloraron, y todo muy emotivo, ¿verdad? —Miguel, hipando del llanto, asintió—. Y luego... anunció tu regalo de cumpleaños; una casa en San Isidro, y tu compromiso con Antonio, ¿verdad? —Miguel volvió a asentir—. Y finalmente, me decís que Manuel, se negó a todo; que él, en medio de todos, te pidió hablar con la verdad, y que dijeras a tu padre, todo lo que había entre ustedes, ¿entendí bien?
Miguel volvió a sollozar, y asintió. Martín comprendió.
Había sido una situación muy fea, tanto para Manuel, como para Miguel.
—Y... y yo sé, que mi papá me dio esos regalos con las mejores intenciones, pero... fue una mierda, Martín. Y-yo no quería una casa nueva de él, no quería... ni mucho menos a ese huevón de Antonio.
—¿Por qué te comprometió con Antonio?
—Po-porque él dice que, cuando muera, Antonio me hará feliz, y... porque tiene dinero, y él podrá mantenerme. Que tiene miedo que, después de su muerte, yo quede abandonado, y a la deriva. Quería asegurar mi futuro, y...
—¿Y cómo reaccionó tu padre, cuando Manuel habló?
Miguel se llevó ambas manos a la boca, y ahogó otro sollozo. Martín lo vio muy afectado.
—Vomitó sangre... —dijo, sintiéndose culpable—. Comenzó a toser, a ahogarse; luego Antonio y Manuel, comenzaron a pelear, y al lado, mi papá se estaba muriendo, y...
Estalló en llanto. Martín suspiró con pesar.
Miguel estaba demasiado estresado con la situación.
—Ya, ya... Migue; pibe, calma...
—De-después, me llevé a Manuel para afuera, y le pedí que... que no dijera nada más, que... que... no sé, no recuerdo...
Miguel tenía vacíos temporales en su cabeza. Martín supo de inmediato de qué se trataba.
Observó preocupado.
—¿Qué recuerdos tienes de ese momento? ¿Qué es lo que sentiste?
Miguel guardó silencio, y se limpió las lágrimas. Se quedó en silencio por varios segundos; volvió a relatar.
—Sentí un pitido en las o-orejas, y... como que no sentí las manos. Y... y la vista se me puso borrosa, y... sentí como que no era yo. Miraba a Manuel, y sentía que era... ¿un sueño? Miré a todos en la mesa, y... me sentí fuera de todo, no sé...
—¿Sentiste taquicardia? ¿Falta de reacción? ¿Temblor?
Miguel observó con los ojos inundados en lágrimas, y con dolor, susurró:
—S-sí...
Martín lo comprendió entonces.
Despacio, tomó a Eva, y la posicionó en el sofá; la gata se quejó despacio, y volvió a dormirse. Miguel siguió sollozando, y Martín, se acercó más a él.
Le tomó las manos.
—Miguel, escúchame...
—No pude reaccionar, Martín... —repitió, con la voz rota—. Manuel me pidió ayuda, y no pude... no pude... me sentí raro; no sentía las manos, me ahogaba, todo, todo es mi culpa, mi Manu por eso me odia... lo negué; lo negué, lo negué... lo negué... le di donde más le dolió, y todos lo rechazaron, a mi Manu, se lo llevaron los guardias, luego, y...
—Miguel...
—Por eso me odio ahora, no merezco a Manuel, no lo ayudé, fui cobarde, y...
Martín suspiró despacio, y se levantó. Caminó a la cafetera, y rápido, sirvió una taza caliente. Se la llevó a Miguel, que desesperado, aún sollozaba.
Se la extendió.
—Toma —le dijo, y Miguel, observó con los ojos hinchados—. Toma café; ya no hables más. Déjame hablar a mí ahora, ¿bueno?
Con el rostro empapado, Miguel asintió despacio. Tomó la taza, entre sus manos temblorosas, y comenzó a beber.
Martín miró con lástima.
—Lo que pasó ese día, Miguel... fue horrible; horrible... tanto para Manuel, como también para ti. Tú también, fuiste víctima de las circunstancias, Miguel; no te culpes ni te atormentes de esa manera; no tuviste toda la culpa...
Miguel agachó la cabeza, y volvió a ahogar un sollozo. Siguió bebiendo café.
—Lo que pasó contigo ese día, Miguel, se llama estado de shock mental, o, lo que, en psicología, conocemos más formalmente como desorden de estrés agudo.
Miguel levantó la mirada, y observó con expresión cansada.
Martín sonrió con tristeza.
—¿Q-qué es eso?
—El estado de shock mental, es una reacción emocional y fisiológica de gran intensidad, ante sucesos altamente estresantes y traumáticos, que acaban de ocurrir. Las reacciones pueden incluir la pérdida de la consciencia, la visión borrosa, síntoma disociativos, llanto, temblor, taquicardia, indiferencia, y falta de reacción.
Miguel observó descolocado. Abrió los labios.
—Es por eso, que no acudiste al llamado de Manuel. La falta de reacción, es lo más común en ello. Por eso sentías que te ahogabas, y por eso sentías taquicardia, y que no estaba ocurriendo; el síntoma disociativo fue el más fuerte allí. Hay pacientes, que incluso, sufren estados de violencia fulminante; gracias al cielo, este no fue tu caso.
—¿Y... y eso por qué ocurre? ¿Por qué?
—Porque la impresión del momento fue tanta, que te produjo un estado de colapso mental. Probablemente, para ti, la noticia de la casa, del compromiso con Antonio, la situación de Manuel en la mesa, ver a tu papá tosiendo sangre, ver la pelea, y todo ello... fue demasiado. Te sentiste presionado al punto, de que tu mente estalló, y se produjo el choque mental.
Miguel observó asustado.
—Por ejemplo, el estado de choque mental, puede ocurrir cuando recibimos la noticia de una muerte, de un ser amado, o bien, por un accidente, una violación, una ruptura, o un rechazo... siempre va a depender, de cuán importante, sea para el paciente, ese evento. Y yo, entiendo que, para ti, esa cena era importante; estabas por primera vez con tu familia, y para variar, estabas con Manuel, emocionados por anunciar su compromiso; es normal que colapsaras, cuando todo, resultó ser contrario a lo que querías. Y más en tu cumpleaños, en donde tú querías estar tranquilo, en paz, feliz, y con tu gente amada...
—Y... y era la primera vez en la vida, que me celebraban un cumpleaños... —añadió Miguel, apenado.
—Mucho peor entonces —precisó Martín—. Un estado de choque mental, es fuerte, Miguel. La gente se desconoce, y créeme, que recibo pacientes muy a menudo con esto.
Miguel observó curioso; se limpió otra lágrima que caía.
—¿E-estoy enfermo, entonces? ¿Tengo que ser internado? —preguntó, asustado.
Martín sonrió enternecido; Miguel, en ocasiones, parecía ser demasiado inocente.
—No, pibe... —jadeó, despacio—. Esto es muy normal; no es patológico. Toda persona puede sufrir de un estado de choque mental. Cuando joven, yo sufrí uno, porque presencié un accidente. A Manuel, le ocurrió cuando su hijo murió, y a ti, te ocurrió ahora. Es normal, Miguel; no estás enfermo.
Miguel asintió despacio, aún con lágrimas en los ojos.
Aún no terminaba de convencerse, de que aquello de verdad había ocurrido. Por aquella razón, tenía algunos vacíos temporales.
Y peor aún, si es que se tomaba en cuenta, que días anteriores, Miguel había sido operado por un coágulo en su cabeza; aquello era un factor de riesgo, para el shock mental.
Pero Miguel, eso no lo sabía.
—¿Cómo te sentís con todo esto? —le dijo entonces Martín, con expresión amable—. Ahora que sabes, que sufriste un shock mental. No estás libre de culpa, pero tampoco fue tuya completamente. Tanto tú, como Manuel, fueron víctimas de las circunstancias, Migue...
—No puedo dejar de sentirme culpable... —jadeó, en un sollozo—. Porque Manuel me amó tanto, Martín, y yo... no estuve a su altura. Él me ayudó, me amó, me protegió, y yo... no sé, sentí que le fallé, le fallé...
—Sí, le fallaste —dijo Martín, y Miguel, torció los labios—, pero él también te falló, Miguel. Ambos se equivocaron; no hay buenos, ni malos en esta historia; no los hay.
—Yo fui el malo, Martín...
—No... —sonrió Martín, agraciado—. Miguel, creer que, en una historia como la de Manuel y tú, hay buenos o malos, es una pelotudez tremenda. Habla de una mente básica que no puede analizar más allá de sus propias narices; mirá...
Martín se levantó, y caminó hacia un estante con libros. Sacó uno, y lo llevó frente a Miguel; se observaron.
—La vida, Miguel, es una escala de grises.
—¿Escala de grises? —repitió él, con la nariz constipada.
—Sí, ¿conoces las escalas de grises? Todos tienen distintas tonalidades, y versiones, y todo eso..., bueno, la vida es igual. No hay ni buenos, ni malos, solamente, personas distintas, intentando librar sus propias luchas. En tu caso, no fuiste una persona mala, Miguel, solo alguien inexperto. ¿Y cómo podría yo, juzgar tus acciones, si no estoy en tus zapatos? Viviste una infancia de carencia afectiva, que es muchísimo peor que la carencia económica. ¿Cómo podría yo, juzgar tus decisiones, si no siento como vos, el mismo grado de empatía, por ejemplo, que tu padre que está enfermo? Cada ser humano es un mundo, Miguel. Cada persona es un universo distinto, con taaaantos pensamientos, y emociones, que es imposible prever. Por eso estudié la psicología, porque amo la diversidad de emociones, lo imprevisto de la gente; por eso la vida es como una escala de grises, pibe. En tu historia con Manuel, ni tú eres malo, ni él lo fue... solo fueron ignorantes, e inexpertos, y están aprendiendo. ¿Sabes que me caga?
Miguel, que escuchaba admirado, y muy atento a Martín, negó despacio.
—Me caga que las relaciones se idealicen —confesó Martín—. Se ha dado la tendencia, de que todos dicen que ''tal cosa es tóxica'', pero... así es el aprendizaje. Errores y aciertos; es verdad, debemos evitar hacer daño al resto, y alejarnos cuando algo, nos hace daño, pero es sumamente normal equivocarse, Miguel. La vida no trae un instructivo, las relaciones humanas fallan, duelen, te hacen feliz; eso es lo lindo de la psicología, trabajamos todo eso, y entendemos, que el humano es tan imperfecto, que, de ello, surgen muchos factores. Vos no sos el malo acá, Miguel, creer eso es ignorancia, y muy simple; sos ahora, probablemente, una escala distinta de los grises, y estás aprendiendo, en tu debido momento. Porque todos los tiempos de Dios son perfectos, Miguel. Todos pasamos por situaciones dolorosas, y en algún momento, fuimos personas no agradables, pero de ello se aprende; nadie nace perfecto, pibe. Todas las personas, quieren enterrar una versión antigua de ellos, porque aprendieron a base de errores, y está bien. Nadie es perfecto.
Miguel sonrió despacio, y asintió.
—Gracias...
—Mira esto —le dijo Martín, abriendo el librito, y mostrándole a Miguel, algo que se titulaba: ''Las fases del amor''—. Me gusta mucho, trabajar con esto.
—¿Q-qué es?
—Las fases del amor —repitió—. Te las voy a leer rapidito; solo escucha.
Martín carraspeó su garganta, y alzó la voz:
—Las fases del amor son cinco, pero, para explicaciones a los pacientes, las resumimos en tres. —Martín se acercó más el libro, y comenzó a leer:
''Etapa número uno: Enamoramiento.
Felices para siempre; esta es la etapa más radiante de la relación. Aquella en que se experimentan todas las emociones con intensidad. El cerebro, aquí libera una graaaan cantidad de endorfinas, lo que produce una felicidad absoluta. En esta fase, se crea la ilusión de convivir toda la vida junto a la pareja, y que se superarán todos los conflictos.
Etapa número dos: Convivencia.
Aquí, las parejas adquieren ciertas responsabilidades entre ellas, y ambos se comprometen a esforzarse para que la relación funcione. La pareja se conoce de forma más íntima, se sienten amados, y protegidos.
Etapa tres: Etapa crítica; la decepción profunda.
Llegamos a la etapa crítica... la decepción. En esta etapa, la mayoría de parejas fracasan, y terminan la relación. Aquí, los defectos salen a la luz, y la idealización de la pareja, se cae. Aquí ya no nos parece tan bonito, los defectos que antes romantizamos, y nos molesta. Se nos cae la imagen del otro, y eso ocasiona dolor, y decepción. Esto puede ocurrir de forma lenta, o abrupta. Aquí, se define si, amas tanto a la otra persona, como para pasar a la siguiente etapa...
Etapa cuatro: Superación de la crisis, y el amor real.
Son pocas las parejas, que logran llegar a esta etapa. Y, quienes logran superar la crisis, construyen relaciones sólidas y más estables.
Las idealizaciones de la pareja perfecta terminan, y ahora se ven con perspectiva realista, con sus virtudes y defectos, y con ellas se aceptan. Aquí el amar se vuelve una decisión, y las peleas y discusiones, se solucionan de forma madura. Aquí ves a tu pareja como lo que es: una perfecta con defectos, pero, aun así, decides amarle.''
Martín cerró el librito, y observó a Miguel. Este, llevaba una expresión algo sorprendida.
Martín sonrió.
—La mayoría de parejas, termina cuando llega la crisis —dijo, y dejó el libro a un costado—. Porque idealizan a su pareja, de forma tal, que no son capaces de entender, que son imperfectos. Quienes superan la crisis, suelen tener relaciones duraderas.
Miguel tragó saliva.
—¿Dónde crees que estuve con Manuel?
—Pasaron a la crisis de golpe —disparó Martín—. Ese episodio fue la ruptura, y la crisis. Pasó de forma abrupta, y por ello, ahora sienten tanto dolor; es como si fuese el fin del mundo, ¿no?
Miguel, con expresión triste, asintió.
—Si son capaces de pasar a la etapa de la superación, y del amor real, dependerá de ustedes. Allí verán, si el amor que sienten, es realmente tan fuerte como pensaron, o si solo fue un espejismo...
Miguel agachó la cabeza; hubo un profundo silencio.
—Entiendo... —susurró—. Esto... me ha servido mucho, Martín; muchísimas gracias...
Martín asintió, y sonrió despacio. Carraspeó su garganta.
—Miguel, yo... bueno; te lo dije antes, pero... me quería disculpar con vos, por... bueno, ya sabes.
—¿Por lo de Antonio?
—Sí... —confesó Martín, avergonzado—. Yo... pensé que, de verdad, tú a Manuel... le habías sido infiel, y me precipité. Pensé, de verdad, que tú y él...
Miguel sonrió con tristeza.
—Yo no le fui infiel a Manuel —dijo esta vez, con muchísima seguridad—. Ni lo sería jamás. Yo lo amé mucho, Martín, y aún lo hago. Manuel fue el hombre que siempre esperé; Antonio no le llega ni a los talones. Nunca podría engañarlo, no a él...
Martín sonrió.
—Por eso, lo siento...
—Está bien... —sonrió Miguel—. No te culpo; solo querías lo mejor para él, y te lo agradezco...
Ambos se observaron, y sonrieron. Quedaron en paz.
—Yo... ya tengo que irme —dijo Miguel, levantándose despacio, y tomando a Eva; con cuidado, la metió en su cajita—. Ha pasado mucho rato, y mi papá, y Antonio, son algo aprehensivos conmigo; no les gusta que pase afuera...
Martín observó extrañado.
—¿Y eso?
—No... no lo sé; bueno... mi papá, es porque es sobreprotector. Desde que llegó de Brasil, siempre me cuida mucho... —sonrió Miguel, enternecido—. Y Antonio... bueno; mejor no digo nada...
Martín observó preocupado; Miguel suspiró cansado.
No podía hablar sobre lo de Antonio.
—Martín... ¿sabes si Manuel está en su consulta? ¿Crees que... podría pasar a verlo? Mierda, lo extraño más que la chucha... quiero verlo...
Martín sonrió con tristeza.
—Está en urgencias, pibe... —susurró—. Está en cirugía ahora; tenía mucho trabajo. Ayer tuvo su día libre, pero hoy, está amarrado en pabellón.
—Ah... —Miguel agachó la cabeza, y asintió despacio—. Bueno... está bien. Pensaba en quedarme, quizá, pero... si vuelvo tarde, me van a matar, y...
—No creo que Manuel se quede hasta tan tarde, de todas formas. Últimamente solo pasa en la casa, después del trabajo. Ha estado durmiendo mal, Miguel. Porque... él también está sufriendo con esto, y aparte, está tomando pastillas para dormir, porque tiene pesadillas; ya sabes, desde que lo torturaron en la estación de policías, él...
—¿Qué?
Miguel quedó de piedra. Observó atónito. Martín contrajo los ojos, y abrió los labios.
Chucha; la había cagado.
¿Acaso Miguel no sabía de aquello?
—¿Qué dijiste?
—¿D-de qué?
—¿Cómo que lo torturaron? ¿Q-qué? ¿Qué pasó?
Martín tragó saliva; Miguel quedó helado.
Hubo un silencio sepulcro.
—¿D-de qué tortura hablas? Martín, por favor, responde...
—¿Ma-Manuel no te lo dijo, acaso? Yo pensé que él...
—¡¿De qué tortura hablas?! —A Miguel se le llenaron los ojos de lágrimas; observó descolocado—. ¡¿Qué le pasó a Manuel?! ¡¿De qué tortura?!
Martín tragó saliva. Torció los labios.
De verdad, pensaba que Miguel ya lo sabía...
—¡Martín, por favor! ¡¿De qué tortura habl...?!
—A Manuel lo torturaron, Miguel... —jadeó, temeroso— Esa misma noche, de-después de tu cumpleaños... a Manuel, se lo llevó la policía. Creo que, los guardias del recinto, llamaron, y se lo llevaron. En la estación de San Isidro, a Manuel lo to-torturaron, y...
—Me... me estás mintiendo, ¿verdad? No puede ser; Manuel me lo habría dicho, yo... yo no...
—Sí lo torturaron, Miguel... —Miguel quedó horrorizado—. Le hicieron beber agua hasta más no poder. Lo dejaron enfermo por unos días, y con un trauma. Ahora tiene pesadillas, pero para eso, toma pastillas de dormir. Está mucho mejor que antes, pero... igual le quedaron ciertas secuelas; ahora él...
—No puede ser... —jadeó Miguel, sintiendo la sangre helada—. No... no puede ser, no puede ser... ¿P-por qué no me lo dijo? No puede ser...
En la cabeza de Miguel, todo comenzó a unirse; sí, conocía a un policía que trabajaba en la estación de San Isidro; el mismo imbécil que, fuera del bar, hace meses atrás, se enfrasco en una pelea con Manuel.
Miguel lo supo de inmediato.
Y en su interior, sintió rabia absoluta. Su expresión descolocada, cambió a una llena de rabia. Sintió deseos de correr a la estación, e incendiarla. Matar son sus propias manos al verdugo de Manuel, y hacerlo comer mierda.
Miguel sintió impotencia.
—Miguel... —susurró Martín, temeroso por la expresión que Miguel, ahora mostraba—. Pibe, relájate...
—¿Cómo quieres que me relaje? —disparó, con la voz en un hilo—. A... a mi Manu, a m-mi amor, a mi amor, me... me lo torturaron; yo... yo voy a matar a ese hijo de puta, te juro que...
—Miguel... —volvió a repetir Martín, con aura conciliadora. Apretó los hombros de Miguel, e intentó transmitirle paz; Miguel cerró los ojos, y respiró con profundidad.
Intentó calmarse.
—Manuel recibió nuestro apoyo... —susurró Martín, con voz suave—. Lo peor ya pasó, Miguel. Manuel estuvo muy mal, y lo ayudamos. Ahora está mucho mejor, y escúchame...
—Voy a matar a ese hijo de puta...
—Escúchame...
Hubo un profundo silencio entre ambos. Miguel tembló de la rabia.
—La venganza no traerá nada bueno, Miguel... —dijo Martín, apretando sus hombros—. No ahora, Miguel. No en estos momentos, en que ambos están dañados. No creemos una espiral de odio y daño, Miguel. Ese hijo de puta, pagará en algún momento, pero no ahora. Lo que Manuel ahora necesita, es un abrazo de vos, una disculpa, y contención. —Miguel, entre lágrimas de ira, asintió—. Manuel se hace el orgulloso ahora, pero yo sé, que lo que más desea, es que vos actúes, Miguel. Quiere que lo abraces, que lo contengas, y que te disculpes; eso es lo que él quiere...
—Sí... —jadeó Miguel, llorando despacio.
—Cuando lo vuelvas a ver... conversen, y discúlpense. Si luego de eso, deciden o no seguir su relación, es decisión de ustedes, pero no terminen odiándose, porque ustedes, nacieron para otra cosa, Miguel.
Miguel, entre lágrimas, sonrió.
—Para amarnos...
Martín sonrió nostálgico; hubo un silencio.
El celular de Miguel, entonces sonó de pronto. Miguel lo tomó, y observó la pantalla.
Antonio estaba llamando; Miguel contrajo los ojos.
—Debo irme —le dijo, y rápido, abrazó fuerte a Martín; este sonrió—. Te quiero, Martín; gracias, yo... rápido, debo irme, y...
—Cuídate, pibe; cualquier cosa, acá estamos.
Apresurado, Miguel salió eyectado del despacho, junto con Eva en su caja. El ascensor estaba cerrando sus puertas, e imprudentemente, se metió, chocando con las personas en el interior.
Martín, desde su despacho, observó con una sonrisa nostálgica.
(...)
Cuando la noche llegó, Manuel, en su casa, no pudo conciliar el sueño. Echado en su cama, y con la lamparita de su velador encendida, observaba su celular.
El día anterior, en la tranquilidad de la playa, había llegado a muchas conclusiones realmente valiosas.
Manuel ahora, se sentía mucho más tranquilo.
Y, mientras aquello ocurría entre la lejanía, entre el Callao y Miraflores, allá, por donde se ubica San Isidro, otro joven, se desvelaba en el living de su casa.
Miguel.
Él, en la leve luz que provenía desde la calle, y en la soledad del salón de su casa, Miguel también observaba nostálgico la pantalla de su celular.
Ambos se pensaban en la distancia.
Miguel entonces, abrió la ventana de Manuel, decidido, en enviarle un mensaje, por enésima vez.
Y escribió:
''Sé que no leerás mi mensaje, pero... solo quiero que sepas, que cada vez que escucho está canción, pienso en ti, mi amor...''
Miguel envió un archivo, en donde la canción de Adele ''Make You Feel My Love'', resonaba. Él, en la soledad de su living, comenzó también a escucharla.
Y de nuevo, no se marcó el mensaje como leído, pues Manuel, desde hace ya más de un mes, que lo mantenía bloqueado.
Miguel suspiró con pesar, y en la oscuridad de su living, se abrazó las piernas.
Y, de pronto, su celular vibró.
Miguel contrajo los ojos, y observó extrañado.
Cuando observó la pantalla, el corazón se le salió del impacto.
Manuel le contestó...
''Qué bonita esa canción... me hace recordar a alguien, que es igual de bonito''
Escribió, y a los pocos segundos, volvió a enviar:
''A ese bonito niño, yo solía llamarlo, mi peruanito de canela...''
A Miguel le brotaron las lágrimas de inmediato. Su corazón se llenó de felicidad.
No pudo creerlo.
E, impulsado por el ímpetu, y el amor que por Manuel crecía, más pasional que nunca, escribió:
''Me imagino que ha de ser bonito, pero... yo conozco a alguien más bonito aún. Yo, a ese niño bonito... solía llamarlo, mi chilenito de vainilla...''.
En la distancia, ambos sonrieron entre lágrimas. Manuel sintió que el corazón le saltó con fuerza, y Miguel, sonrió de alegría, después de muchísimo tiempo, sin sonreír genuinamente por dicha emoción.
Porque Manuel le daba alegría.
Y con los rostros sonrojados, y bajo el mismo cielo, y luna, ambos siguieron hablando solo por un momento.
''Te amo'', escribió Miguel.
''Y yo te amo a ti'', respondió Manuel.
Ambos observaron, en la distancia, las pantallas de sus celulares, hasta que entonces, Manuel escribió:
''Es tu turno...''.
Y de nuevo, Miguel vio que Manuel, le bloqueó.
No se escribieron más.
Y, aunque la interacción fue corta, Miguel sintió que su corazón estalló de alegría.
''Es tu turno''; decía el mensaje, y Miguel, ahora lo comprendía con claridad. Era su turno, de poder hacer algo, para que Manuel lo perdonase.
Miguel sonrió nostálgico.
Porque, entre el Callao, y Miraflores, un chico, en la lejanía de su hogar, sonreía contento, por al fin, haber hablado con el peruano al que amaba.
Y, en la lejanía de San Isidro, otro muchachito, en la soledad de su living, sonreía contento en medio de la madrugada, por haber por fin hablado, después de mucho tiempo, con el chileno que conmovió a su corazón.
Eran un par de bobos...
Pero un par de bobos, que, contra viento y marea, simplemente no podían dejarse a la deriva.
(...)
N/A;
Espero que los capítulos les hayan gustado <3 gracias por leer, y darme su apoyo. uwu
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