El Ultimátum


Cuando los primeros rayos de sol, traspasaron las cortinas, Miguel sintió el leve calor en su rostro. Despacio abrió los ojos, y frente a él, pudo ver a Luciano durmiendo, y abrazado a su pecho.

Miguel pestañeó despacio, sintiéndose algo confuso; se talló despacio los ojos. Observó hacia el techo de la habitación; había amanecido.

Despacio se irguió, intentando no despertar a Luciano, que aparte, roncaba levemente a su lado, signo de un buen descanso.

Cuando giró su cabeza hacia la silla del rincón, Miguel pudo verla allí claramente; Eva tenía los ojos muy abiertos, y las pupilas muy dilatadas; llevaba sus orejitas caídas, y tenía una expresión de mucho sufrimiento.

A Miguel se le partió el corazón.

—Mi niña... —susurró, alzándose de la cama, y caminando hacia el rincón—. Mi bebé; mi pobre bebé...

Eva observó asustada, y dio un maullido gutural, signo de sufrimiento.

A Miguel se le contrajo la garganta; Eva estaba sufriendo...

Rápido, se irguió desde el suelo. A un costado de Luciano, Miguel observó un celular.

Era el celular de su hermanastro...

Despacio, Miguel lo tomó. Lo desbloqueó, y para suerte suya, el aparato no usaba contraseña. Observó la hora; eran las nueve de la mañana.

Era una hora razonable, para poder asistir de urgencia al veterinario; Miguel lo decidió.

—Te llevaré al veterinario ahora; te pondrás bien, Evita; lo jur...

Miguel guardó silencio de pronto, cuando a su pesar, entendió la situación por la que estaba pasando. ¿De qué serviría, llevar a Eva al veterinario, si luego, debían volver al mismo infierno? ¿Si luego volverían a la misma habitación con Antonio, y Eva, volvería a sufrir los mismos maltratos? ¿Si volvería a ser testigo, de la bestialidad de Antonio? ¿De qué serviría?

Miguel se sintió abatido. Se echó de rodillas al suelo, y se quedó observando a la pared.

¿Qué podía hacer entonces? ¿Qué debía hacer en esas circunstancias, en que se encontraba tan enjaulado, tan restringido, y tan vigilado?

De pronto, para aumentar sus ansias, Miguel oyó en la sala, una voz retumbar con fuerza, y objetos moviéndose.

Y la voz era de Antonio; sonaba con una desgarradora aspereza.

—¡¿Dónde mierda está Miguel?! —se oyó con rabia; al parecer, Antonio le hablaba así a Rebeca—. ¡¿Dónde está?! ¡No lo encuentro por ningún sitio! ¡¿Dónde?!

Antonio comenzó a formar un escándalo. Los gritos llegaban hasta la habitación de Luciano, pero este, que dormía plácidamente, ni cuenta se daba. En lugar de despertar, lanzó un leve quejido, y con la almohada, se tapó la cabeza; siguió durmiendo.

Miguel sintió miedo. No podría llevar a Eva al veterinario, ni mucho menos salir de casa, después de no pasar una noche con Antonio, pues este, ahora estaba enrabiado por ello.

Y los gritos, se fueron haciendo más prominentes. Miguel se desesperaba, y Eva, cada vez observaba con ojos más llenos de angustia.

Miguel miró a los ojos de su amiga, y en sus pupilas distendidas, vio el sufrimiento en carne propia.

Eva estaba sufriendo maltrato, y estaba siendo, al igual que él, apagada. A su vieja amiga, ahora el pelaje no le brillaba; los pelos se le caían, y su nariz estaba seca. Sus ojos se veían llenos de sufrimiento, y sus maullidos eran de dolor y suplicantes.

Eva ya no era feliz allí; estaba estresada, y ahora, estaba también enfermando...

A Miguel se le partió el corazón, y comprendió, que un acto inmenso de amor, era soltar a Eva...

Tenía que darle su libertad.

A Miguel se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Cuando Miguel aparezca, decidle que suba a la habitación. Lo estaré esperando arriba, ¡¿oyeron?! Y si aparece con su gata, que también la lleve. Tengo ganas de hacerle a ambos, unos cariñitos.

Se oyó la voz de Antonio con prepotencia en la sala, y luego, se oyó sus pasos en las escaleras. Miguel, en el cuarto de Luciano, sollozó en silencio. Se acercó a Eva, que miraba con ojitos aterrados, y le beso su cabecita.

Por largos minutos, Miguel le acarició las mejillas, y con la voz rota, le susurró:

—Te amo tanto, mi niña... que esto lo hago como una muestra de mi inmenso amor. Este lugar, ya no es sano para ti, Evita. Te agradezco tanto, el haberme defendido, pero... no quiero que sufras, mi amor. Ya no quiero...

A Miguel, le pareció ver en los ojos a Eva, pequeñas lágrimas retenidas. Dos amigos inseparables, que habían pasado muchos años juntos, ahora tomaban caminos distintos.

Miguel lo hacía por amor. El corazón se le partía; sentía que, con Eva, se iba una parte inmensa de él.

Dolía muchísimo...

—Te amo... —susurró Miguel, quebrándose por completo—. Te amo, preciosa. Te amo mucho, y quiero que seas feliz. Lo hago por ti, porque te adoro; ya no sé qué pasará conmigo, de ahora en adelante, Eva, y por eso... quiero que seas feliz. Ya no puedo hacerte parte de esto, Eva; estás sufriendo, y no puedo permitirlo. Todo lo que tenga que pasar, desde ahora en adelante, yo lo aguantaré solo. No tienes que sufrirlo; ya no más...

Rápido, Miguel rebuscó entre las cosas de Luciano. Encontró un lápiz, y un papel. Escribió una pequeña nota, y dobló la hoja. Se la amarró en el collar a Eva.

Luego, tomó prestado el celular de Luciano, y rápido, marcó un número. Se oyó resonar en la línea. Alguien contestó, y Miguel, habló por un par de minutos.

Eva observaba confundida; no sabía que ocurría a su alrededor.

Y cuando entonces, los minutos pasaron, Eva fue echada en una cajita, y pronto, Miguel estuvo en la puerta de su casa, con la caja en brazos.

Un hombre mayor, llegó hasta el lugar. Miguel le extendió la cajita al señor.

—Con cuidado, por favor; es una gatita, y está herida. —El señor asintió—. Esta es la dirección —indicó Miguel, extendiendo un papelito al hombre; este lo leyó—. El viaje se lo pagará el dueño de casa; dígale que es importante para mí, que él reciba esto.

—Disculpe, ¿cuál es su nombre? —preguntó el taxista.

—Miguel Prado. Dígale que lo envía, Miguel Prado.

El señor volvió a asentir, y Eva, con los ojos inundados en terror, alzó su cabeza por sobre la caja.

Miró, con expresión suplicante, a Miguel.

¿Su amo acaso... la estaba abandonando?

A Miguel se le partió el corazón, y no le devolvió la mirada; si lo hacía, iba a arrepentirse, y no había tiempo para ello.

Muchas veces, los mayores actos de amor, requerían dureza emocional, y mucha fuerza de voluntad.

El señor entonces, se alejó con la caja. Eva, con la cabeza hacia Miguel, observaba con tristeza inmensa. A Miguel, en la lejanía, le rodó una lágrima.

—Hasta siempre, hermosa...

Eva fue subida al vehículo, y luego, vio la figura de Miguel perderse en la lejanía. El vehículo comenzó a andar.

Una lágrima, le deslizó por el pelaje de su carita; lanzó un maullido repleto de dolor.

Dolor, en el corazón de un gato...

(...)

Aquella mañana, Manuel plantaba semillas en el jardín de su patio. Con delantal, y guantes de látex, recortaba además los tallos de unas flores, y las acomodaba en nuevas macetas.

Desde la ruptura con Miguel, que aquella era su práctica más habitual. La jardinería, siempre había sido uno de sus pasatiempos para despejar su mente, pero desde hacía exactamente un mes y medio, que aquella práctica, solo le propiciaba pensamientos un tanto masoquistas.

Y aquella mañana, especialmente, la imagen de Miguel, estaba muy latente en su cabeza.

—Miguel... —suspiró, frustrado—. Ayer te apareciste en el despacho, y... no sé qué fue todo eso. Dijiste que me amabas, pero... no te entiendo, Miguel. Si dices amarme, y que lo sientes... ¿por qué nunca me buscai? ¿Por qué no me hablai al teléfono? ¡Si te desbloquee hace tres días, ni siquiera un saludo, Miguel! —hablaba para sí mismo, mientras echaba fertilizante a una de sus plantas—. No entiendo qué chucha fue lo de ayer; pero sí, me sentí feliz... ¡pero no te entiendo! Agh...

Manuel comenzó a enojarse; dejó las plantas a un lado, y observó con las cejas fruncidas.

—Y más encima, ese culiao de Antonio... diciéndote ''mi amor''; ¿qué se cree, el mono culiao? Puta que le tengo rabia...

De pronto, entre su dilema mental, Manuel sintió a lo lejos, el timbre de su casa resonar. Despacio, se irguió, y observó curioso; el timbre volvió a oírse.

Manuel caminó hacia la puerta, y la abrió.

Al otro lado de ella, un hombre, con una caja entre sus brazos, le observó; Manuel miró extrañado.

—¿Sí?

—¿José Manuel Gonzáles Rodríguez? —preguntó el taxista, leyendo el papelito en su mano.

—Sí, con él.

—Llegó una encomienda a su nombre, de parte del señor Miguel Prado.

Manuel contrajo los ojos, y frunció el ceño. Quedó descolocado.

¿Una encomienda de Miguel? ¿Era una broma?

—¿C-cómo?

El taxista extendió la caja; Manuel, dubitativo, la tomó. Cuando la extendió, para ver el interior de ella, Manuel quedó de piedra.

Era Eva.

—Son quince soles —indicó el taxista, y Manuel, miró aún más desconcertado—. El remitente de la encomienda, dijo que usted iba a pagar el costo de la carrera.

—A-ah, bueno... —Manuel se metió la mano al bolsillo, y extendió un billete. El taxista asintió, y rápidamente, le dio el cambio; volvió a su vehículo; se perdió de vista a los minutos.

Manuel se quedó allí parado, afuera de su casa, y con miles de dudas en la cabeza. Observó la caja por encima, y contrajo las cejas.

¿Pero qué mierda pasaba? Aquello, jamás se lo habría esperado. ¡No esperaba recibir una encomienda de Miguel! ¡Y mucho menos a la pobrecilla de Eva!

El frío de la mañana, le obligó a entrar de nuevo en su casa. En el living, abrió la cajita, y por encima de ella, miró descolocado.

Eva, le observó con ojos dilatados, y una carita llena de dolor y miedo. A Manuel, de inmediato, se le contrajo el corazón.

—Eva bonita, tanto tiempo... —susurró conmovido, acariciándole la cabecita—. ¿Por qué Miguel te envió hasta acá? ¿Q-qué pasó?

Eva no maulló en respuesta, y solo cerró los ojos, en una mueca muy desesperanzada. Manuel observó con lástima, y rápido, intentó tomarla en brazos.

Eva pegó un maullido lleno de dolor; Manuel se asustó, y se sobresaltó.

La dejó de nuevo en su lugar; la miró con miedo

—¿Q-qué pasa, Evita?

Eva alzó su cabeza, y observó con ojos entristecidos. En su collar, Manuel notó una pequeña nota. La tomó, y la abrió.

Comenzó a leerla.

''Manuel; te confío a Eva con mi vida. En mi casa, todos se han vuelto alérgicos al pelo de gato, y quisieron regalarla a un extraño. Prefiero mil veces, que tú te la quedes, y la cuides; sé que lo harás con el mayor de los cuidados. Tú eres la única persona en el mundo, a la cual le confiaría a Eva; sé que contigo, ella será inmensamente feliz. Por favor, la dejo en tus manos. Ella necesita ir al veterinario; está herida de una de sus patas; anoche peleó con otro gato en uno de los techos. En cuanto pueda, te pagaré todo esto, pero por ahora, ella lo necesita con urgencia. Por favor, dale mucho amor. Te estaré infinitamente agradecido.

Miguel''.

Manuel contrajo los ojos despacio, y pestañeó descolocado. A él, jamás se le habría pasado por la cabeza, el tener que cuidar ahora de Eva.

Básicamente, Eva era ahora su gata; ahora él era su amo.

¿Cómo rayos, se pudieron invertir los papeles de aquella manera?

—Bueno, supongo que... ahora tú, eres mi nueva amiga —susurró Manuel con voz suave, acercándose a Eva, y revisándole su patita.

Y efectivamente, tal y como decía en la carta, Eva tenía en una de sus patitas, una herida considerable. Manuel torció los labios.

Rápido, marcó un número en su celular. Al otro lado de la línea, alguien contestó.

—Martín; trae tu vehículo. Es una emergencia; necesito llevar a una gata, hasta el veterinario.

(...)

La veterinaria terminaba de hacer su revisión a Eva, y con Manuel y Martín, en la consulta, muy preocupados observando, la profesional informó:

—Efectivamente, tiene una lesión en su pata. —Ante ello, Manuel torció los labios; se llevó una mano a la boca, y se comenzó a morder las uñas, del nerviosismo.

Martín observó algo agraciado; Manuel se mostraba muy nervioso ante el diagnóstico de Eva; era como si estuviesen diagnosticando a una hija suya.

¡Y eso se le hacía tierno! Porque ni siquiera, cuando tenía que enfrentar cirugías de gran complejidad en pabellón, Manuel se mostraba nervioso. ¡Pero ahora se mostraba nervioso por una gata! ¡Y por una simple lesión en su pata!

—Pero es una lesión que podremos fácilmente curar —dijo ella, y Manuel, suspiró aliviado—. Pondremos un vendaje en su pata, y le inyectaremos una solución para el dolor.

Manuel asintió, y pronto, la veterinaria volvió a hablar:

—Abriremos una ficha clínica para Eva. Tendrá que venir a sus controles, aunque sea una vez al mes. —Manuel asintió—. ¿Usted es dueño de Eva?

Ante aquella pregunta, Manuel no supo qué contestar exactamente. Observó a Martín, y alzó los hombros.

—Sí; vos sos ahora su dueño, Manu. Por algo Miguel te la envió a casa.

Manuel contrajo los ojos despacio, y asintió.

—S-sí... Eva es mi mascota.

Aquello se oyó raro; Manuel nunca pensó que diría eso.

La veterinaria asintió con una sonrisa. Inyectó la solución al cuerpo del animal, y pronto, regresó con una ficha; le pidió a Manuel llenarla. Eva, que observaba muy triste, sintió que su pata entonces era vendada.

—Con esto ella debería ponerse mejor —informó la veterinaria—. En la receta están las demás indicaciones. La gatita debe hacer reposo.

Eva fue puesta en una caja; Martín la tomó entre brazos. Manuel, por detrás del muestrario, vio varios productos para mascotas; comenzó a revisarlos.

Era la primera vez que Manuel, tenía una mascota. Cuando él era pequeño, tenía perros, pero eran de la casa, y los cuidaban sus padres; esta era la primera vez, que él solo, debía responsabilizarse por un animal.

Manuel sentía algo de nervios, ¡y peor todavía, cuando se trataba de Eva! Eva no era cualquier gata; era la antigua mascota de su mayor amor, Miguel. Y obvio, Manuel, sentía un apego especial por ella. Eva había sido como su hija, en los días, en que convivió junto a Miguel, en el apartamento de Miraflores.

Manuel quería cuidar a Eva, con el mayor de los cuidados, y dedicaciones.

—Disculpe... —musitó, a la veterinaria—; quiero comprar estos productos para gato.

Manuel, que llevaba un montón de cosas entre brazos, se acercó a la caja. La señorita de la caja, miró agraciada.

Manuel llevaba un saco de comida para gatos; shampoo en seco; cepillo femenino para gatas; caja de arena; arena especial Premium; un rascador para gatos; un masajeador para gatos; antiparasitarios; cascabeles; perfume para gatos; juguetes para gatos; y, para rematar, una prenda de vestir para gatos.

Martín comenzó a reírse; Manuel, básicamente, se había llevado todos los productos de la estantería, en la sección para gatos.

Ni siquiera un niño, era tan consentido como Eva, por Manuel.

—Cla-claro... —musitó la cajera, sorprendida por la cantidad de productos—. Pase por acá; los envolveremos ahora.

Pasada media hora, Manuel, Martín y Eva, entonces subieron al vehículo, y volvieron al Callao. En dicho trayecto, Martín conducía; Manuel y Eva, estaban en el asiento del copiloto.

Eva, muy cansada, y también aliviada pues, el dolor en su pata era mucho menor, dormía plácidamente acomodada en los muslos de Manuel. Manuel, por su parte, observaba con expresión vacía hacia adelante, mientras que, con una mano, despacio, le acariciaba el lomo a Eva.

Cuando el auto paró en un semáforo en rojo, Martín los observó; le asaltó la duda, y decidió preguntar.

—Estás raro, Manu... —le dijo, algo conmovido—. ¿Es por lo de Eva? ¿Te sientes nervioso? Boludo, la cuidarás bien; ten calma. Vos cuidaste a Panchito de niño; sos muy buen papá. No te atormentes; cuidarás bien de ella, ten calm...

—N-no es tanto por eso... —respondió Manuel, cabizbajo; Martín contrajo los ojos.

El semáforo volvió a cambiar; Martín avanzó con el vehículo.

Hubo un largo silencio.

Martín volvió a verlo de reojo; Manuel se veía melancólico. De pronto, sintió la necesidad de abrazar a Manuel; se veía como un niño pequeño, triste por algo que de verdad le toca la fibra sensible.

—No entiendo qué pasa con Miguel, Martu.

Dijo entonces Manuel, con voz suave. Martín alzó ambas cejas.

—Te escucho; habla.

—No te lo conté, pero... hace días atrás, yo y Miguel, conversamos por celular.

—¿Conversaron? ¿Fue una llamada?

—No, o sea... —Manuel alzó una mano, y se peinó el cabello hacia atrás—. No hablamos así. Nos mandamos unos pocos mensajes de texto; nada más.

—Ya... ¿o sea lo desbloqueaste?

—Desbloquee a Miguel hace cuatro días, o más —reveló Manuel, y Martín se mostró sorprendido—. Miguel, esa noche, me envió una canción de Adele.

—Já, que cursis —sonrió Martín, agraciado; Manuel se sonrojó—. Seguí.

—Y... era una canción bonita; me conmovió.

—¿A vos que no te conmueve, Manu?

Ambos rieron despacio.

—Después de eso... le dije que lo amaba. Él me contestó que también me amaba. Nos tratamos con cariño en unos cortos mensajes, y...

—¿Y luego?

—Y luego le escribí ''ahora es tu turno'', y al fin, lo volví a bloquear.

Martín guardó silencio por unos instantes; pensó sus próximas palabras.

—''Ahora es tu turno'' —repitió Martín—. Es una clara señal, Manu. Si Miguel, aún no entiende esas palabras, es porque es un verdadero pelotudo.

—¡E-ese es el tema! —exclamó Manuel, hastiado—. No lo entiendo, Martín. O sea, mira... —Se acomodó mejor en el asiento; Eva lanzó un leve quejido—. Yo... al día siguiente, lo desbloquee de nuevo. Lo tengo desbloqueado del celular, esperanzado, en que él me vuelva hablar. ¿Y qué crees que ha pasado?

Martín, de reojo, observó.

—¡No me ha hablado, Martín! Miguel no me ha hablado nada. Aparece en línea, conectado, y no me ha hablado nada. Lo tengo ahí, para que pueda decirme algo; un te amo, un te extraño, un... no sé; algo, pero no hace nada... ¡nada!

—Mh, entiendo...

—Si dice que me ama, si dice que realmente soy el hombre de su vida... ¡¿por qué chucha no me lo demuestra, weón?! ¡¿Cuál es su puta barrera, Martín?! Dice que me ama, pero luego me olvida. Aparece después de tantos días, y me confunde de nuevo. Un día me dice algo, y a los diez días, desaparece. No entiendo, Martín, yo...

—¿Qué es lo que crees, que pase con Miguel ahora?

Manuel contrajo los labios. Agachó la cabeza. Hubo un silencio; solo se oyó los vehículos en la autopista, y a Martín conduciendo.

—Está jugando conmigo... —susurró Manuel—. A-ayer igual... en mi despacho, recibí al hijo de puta de Antonio, y al papá de Miguel.

—¡¿En serio?! —Martín se mostró contrariado—. ¡¿Y... y qué hiciste?!

—Los atendí no más po —respondió, desinteresado—. Si al final... eran pacientes, pero... ¿sabes que me molestó? Antonio comenzó a provocarme, y a decirme cosas que obviamente eran para molestarme. Luego apareció Miguel, y... todo fue tan jodidamente extraño. ¿Y si eso fue planeado para molestarme? No lo sé..., aparte, Miguel luego apareció, y me dijo que me amaba, y...; agh, ya no sé...

Martín estacionó el vehículo fuera de la casa en el Callao. Apagó el motor. Manuel se quedó con expresión entristecida. Martín extendió una mano, y apretó la de su amigo.

—Y... y ahora, ahora Miguel me envía a Eva hasta casa, y me la confía con su vida; ¿por qué? Si él sabe... sabe que, para mí, Eva significa mucho, porque... en los días en que los dos vivimos juntos, fue como nuestra hija. Miguel sabe dónde tocarme, para desestabilizarme...

—No creo que Miguel lo haga con esa intención, Manu...; debe haber una razón por detrás, que haga que Miguel, no pueda hacer eso, no sé...

—Miguel está jugando conmigo. —A Manuel se le quebró la voz; los ojos se le aguaron—. Está jugando conmigo, y no sé por qué. No ha hecho nada, absolutamente nada, para demostrarme que me quiere de vuelta. Yo estoy acá, pensándolo, y él... no viene a verme; y no me llama. Tiene todo para hacerlo, e intentar recuperarme, pero... ¿crees que le importa? Yo no le importo; nunca le importé.

Martín sabía que aquello, no era cierto. Si realmente Miguel, no tuviese interés por Manuel, aquel día, cuando lo atendió en su consulta, y cuando hicieron la sesión de terapia, Miguel no se habría mostrado tan afectado, por lo que provocó en Manuel.

Manuel sí estaba muy presente en los pensamientos de Miguel; eso bien lo sabía Martín.

—Disculpa... —susurró Manuel, alzando el dorso de su mano, y secándose una lágrima—. Te lleno de mis problemas, Martu; perdón. Te agradezco por ayudarme con Eva; de verdad.

—Nah... no te preocupes, Manu. Está bien, aparte... así como vos sufres por Miguel, yo sufro por Lú; comprendo cómo te sentís...

Manuel observó curioso; alzó una ceja.

—¿Pasó algo con Lú?

—Ayer casi nos besamos... —reveló Martín, sonrojado; sonrió emocionado—. ¡Casi nos besamos, Manu! Ay...; me sentí tan...

—¿Y por qué no se besaron?

Martín descompuso su expresión en un segundo; rodó los ojos. Lanzó un bufido.

—Me acuerdo, y me enojo...

Manuel comenzó a reír.

—Ya; mejor no te acuerdes.

Ambos guardaron silencio, y pronto, lanzaron al unísono, un fuerte suspiro.

Un suspiro, cargado de emoción, en dos amigos, que sufrían por un peruano, y el otro, por un brasileño.

—Los dos sufriendo por distintos pelotudos... —susurró Martín, agraciado—. ¿Quién diría, que estaríamos pasando por penas de amor, Manu?

Manuel sonrió.

—Cuando llegamos a Perú, tú y yo... pensamos que seríamos los amigos solterones, y que iríamos de fiesta en fiesta, rompiendo corazones por allí, y... míranos; aquí estamos ahora...

Hubo otro silencio entre ambos.

—Mejor no suframos más; seamos novios tú y yo. Alguien me dijo una vez, que tú y yo, hacíamos bonita pareja. Estoy seguro, que vos no me harías sufrir, o bueno... al menos no sufrir emocionalmente. Si yo fuese pasivo, si me harías sufrir...

Al oír aquellas palabras de Martín, Manuel no pudo evitar reírse. Se sonrojó hasta las orejas; lo último le avergonzó.

A Martín le hizo gracia aquello.

Sin bromas y joterías, no había amistad.

—Mi papá pensó, que tú y yo, éramos pololos.

Martín comenzó a reír.

—¿En serio?

—Sí.

—¿Y qué le contestaste?

—Le dije: ''Papá, no weí; ¿de verdad piensas que soy zoofílico?''.

Manuel comenzó a reír, y Martín, le pegó un manotazo en la cabeza; ambos lanzaron carcajadas.

Solían hacerse bromas de ese calibre.

—Igual Lú es más bonito que vos; no quería nada contigo.

—Y Miguel también es más lindo que tú.

Martín sonrió agraciado.

—Ya; vamos. Te ayudaré a bajar las bolsas de las compras.

(...)

Los días pasaron, y aunque a Eva, le costó aclimatarse a su nuevo hogar, finalmente, con el paso de los días, ella logró sentirme cómoda en casa de Manuel.

Vivir allí era distinto; la casa era mucho más espaciosa, y jamás, Eva había tenido tanto espacio disponible, como para dormir, comer, o jugar. En un inicio, Eva caminaba entristecida por las habitaciones, buscando la presencia de Miguel. En silencio, y a su modo, lloraba de la tristeza. Por las noches, maullaba con desesperación, en un intento, por llamar a su antiguo amo.

Pero Miguel, nunca aparecía.

Y, en lugar de Miguel, siempre aparecía Manuel.

—Ya, shhh, shhhh; tranquila, Evita. Vamos a dormir, vamos...

Manuel, con expresión gentil, y voz suave, siempre la tomaba, y la llevaba a dormir consigo. Finalmente, Eva logró acostumbrarse a Manuel.

Porque Manuel era tierno y dulce con ella, y aparte, Eva antes de aquello, ya lo quería mucho. ¡De hecho! Ella extrañaba ya muchísimo a Manuel, y no comprendía la razón, del porqué de pronto, su antiguo amo Miguel, y Manuel, ya no estaban juntos...

¿Por qué ya no vivían juntos? ¿En dónde quedó el apartamento? ¿Por qué ya no se abrazaban, ni se besaban? ¿Por qué ella ya no dormía entre ellos? Todo había cambiado, y Eva, no comprendía por qué. Ahora, en lugar de Manuel, junto a su antiguo amo Miguel, estaba Antonio; un hombre violento, despreciable, que maltrataba a su antiguo amo, y que lo hacía infeliz.

¡¿Por qué Miguel, había cambiado a Manuel por alguien así?! Eva, en su percepción de gato, no lo comprendía tampoco. Porque entre Antonio y Manuel, mil veces Manuel.

Porque ella también, amaba a Manuel. Aparte... Manuel estaba mucho más churrazo; ¡¿en qué estaba pensando su amo, cuando dejó ir a Manuel?!

—Hoy estaré muchas horas fuera de casa, Evita... —le dijo Manuel, el primer día en que, tuvo que comunicarle a la gata, su ausencia en casa—. Hoy habrá mucho trabajo; llegaré a dormir contigo en la noche. Mira... —Manuel tomó dos platos, y se los mostró—. Te dejé muchísima comida, y agua. Te dejé limpia la caja de arena, y dejé la puerta del jardín abierta, por si quieres tomar sol; allí podrás hacerlo. ¡Pero no te comas mis plantas de marihuana! Vi ayer, como las olías; no son comestibles; no te lo recomiendo.

Antes de irse al trabajo por la mañana, Manuel siempre le hablaba, y se despedía. Por las noches, él volvía cansado. Finalmente, cuando ambos tenían ya demasiado sueño, Eva se acomodaba en los brazos de Manuel, y así se dormían.

Manuel y Eva, dormían abrazados por las noches. A Manuel, le hizo bien la compañía de una nueva amiga, y Eva, sintió que, junto a Manuel, recobraba la paz que, en los días junto a los maltratos de Antonio, había perdido.

Eva era feliz con Manuel; él no la maltrataba, ni la pateaba, ni le decía cosas feas, como sí lo hacía Antonio con ella. En casa de Manuel, Eva no oía gritos, ni insultos, ni era testigo de maltratos. Junto a Manuel, Eva se sintió en paz, y protegida.

Manuel era un gran amo.

Y, aunque ella estaba ahora tranquila, había algo que aún le dolía en su corazoncito...

Miguel.

Porque Miguel era su gran amor; era como su hijo. Por aquella razón, lo protegía con su vida, y ahora, en la lejanía de su antiguo amo, Eva se preguntaba, qué ocurría con Miguel en la distancia.

En su ausencia; ¿cómo Antonio trataba a Miguel? ¿Quién defendía ahora a Miguel? ¿Cómo la estaría pasando? ¿Cómo se estaría sintiendo? A Eva, aquellos pensamientos le embargaban y atormentaban, porque, a pesar de vivir ella ahora tranquila, en paz, y protegida por Manuel...

Los pensamientos de Eva, en la distancia, estaban junto a Miguel...

Eva sabía que, en la lejanía, su gran amor, Miguel, sufría...

(...)

Desde aquel acontecimiento, siete días transcurrieron; en el calendario, entonces, el día actual marcó el dieciocho de septiembre.

Miguel aquel día, despertó con los ánimos en el suelo. Bien él sabía, que aquel día, era el cumpleaños del gran amor de su vida...

El cumpleaños de Manuel.

Los días desde entonces, pasaron con lentitud. En ausencia de Eva, Miguel sintió que lo gélido de su espíritu, se hacía más poderoso e inaguantable. Se levantaba desganado, y de cierta forma, se volvía cada vez más apático.

Los maltratos de Antonio, incluso ya no les importaba. Las palabras hirientes; las miradas despreciables, y el abuso, a Miguel incluso, ya no le surtía efecto.

Miguel estaba cansado.

Lo único, que al alma de Miguel daba paz, era saber, que Eva, su amada amiga, ya no estaba sufriendo a su lado. Porque Miguel sabía; sabía que, junto a él, Eva también sufría. Que, para nadie, era grato ser testigo de violencia, y que probablemente, si Eva hubiese estado aún con él, ella estaría ahora, varios metros bajo tierra.

Porque Antonio detestaba a Eva.

Bien había hecho, con confiar en manos de Manuel, el bienestar de su amiga. Miguel sabía, que Manuel la cuidaría con su vida, y que, en la nobleza de su alma, él iba a acceder, a cuidar de su vieja amiga...

Miguel confiaba su vida incluso, en manos de Manuel. Sabía cuál era su calidad humana. Ponía las manos al fuego por él.

—Hoy es tu cumpleaños, mi amor... —susurró Miguel, aquella tarde en su habitación, observando con muchísima melancolía, hacia la pared vacía—. Cómo me hubiese gustado pasarla contigo; el poder hablarte, besarte, abrazarte... —Miguel sintió de pronto, que los ojos se le humedecieron—. Mi amor; mi Manu... no sabes cuánto deseo, el tenerte aquí, conmigo...

Miguel se quedó acurrucado en la cama, y en el silencio de su habitación, de pronto, Miguel cedió ante el sueño.

Durmió por una hora entera, y en el paisaje de lo onírico, de pronto, Miguel se encontró en medio de un hermoso escenario.

Miguel comenzó a soñar.

En su sueño, todo había vuelto a su origen. Los días en San Isidro jamás ocurrieron, y en lugar de eso, Miguel se encontraba de vuelta, en el viejo apartamento de Miraflores.

Cuando Miguel reconoció su viejo hogar, sintió ganas de llorar por causa de la emoción. El episodio de su padre; la presencia de Antonio, y todo aquello que lo atormentaba en la actualidad, había sido una mentira; un espejismo...

Miguel se sintió feliz por ello.

''Mi amor...''

Oyó de pronto a un costado, y Miguel, se giró sobre sí mismo. Cuando se volteó, pudo ver allí con claridad, quien articulaba su nombre.

Una bella y añorada imagen, se extendió ante sus ojos.

Era Manuel; su amado Manuel...

Y a su lado, lo observaba con ojos llenos de amor, con una sonrisa gentil, y con ojos impregnados de ensoñación.

Miguel sonrió, sintiéndose lleno de amor. Corrió a los brazos de Manuel, y se fundió a su pecho.

Manuel lo recibió en su regazo, y lo acurrucó con sus fuertes manos. Miguel, allí, se sintió protegido, y lleno de alegría; su corazón estalló en pasión.

A su lado, Eva los observó. Ella comenzó a ronronear con fuerza, y a entrelazarse en las piernas de Manuel.

''Te amo, Miguel; siempre estaré contigo, mi amor''.

La voz tan dulce de Manuel, le encendió el alma. Dentro de él, Miguel ya no sintió oscuridad. Cada parte de su esencia, se encendió en una calurosa llamita, y Miguel, sintió que, de nuevo, volvía a su hogar.

Su hogar; su dulce hogar... junto a Manuel, y junto a Eva.

Junto a sus dos amores.

Miguel sintió, que las hojas caídas de su árbol, volvieron a sus ramas. La tempestad, junto al brutal hielo y la eterna nevazón, que en su espíritu se había desatado, de pronto cedió, y en lugar de ello, llegó la primavera, derritiendo los feroces glaciares.

Porque junto a Manuel, Miguel volvía a ser feliz, y a florecer en gloria y majestad. A su lado, valoraba todo aquello, que ahora en su ausencia, añoraba, y extrañaba.

''Te amo tanto, Manu. Eres el amor de mi vida. Junto a ti quiero estar, siempre''.

Manuel le sonrió, con expresión tan dulce, como siempre lo hacía. Le besó los labios a Miguel. Ambos se fundieron en un abrazo, y nada ni nadie, interfirió entre ellos.

Miguel entonces, supo que nada de lo que temía, había pasado. Todo había sido una ilusión.

San Isidro, había sido una mentira. El cáncer de su padre, había sido una mentira. La relación destructiva junto a Antonio, había sido una mentira, y...

Él y Manuel, jamás rompieron su relación.

Ellos siempre fueron novios, y pronto, iban a casarse.

Nada había cambiado.

(...)

Cuando Miguel abrió los ojos, sintió que la desilusión, jamás le había golpeado tan fuerte como en aquel instante. Cuando al ver el color de aquella habitual pared, en donde siempre se perdía su mirada vacía, Miguel entendió, que aquel hermoso escenario, había sido un sueño...

No estaba junto a Manuel; estaba con Antonio, allí en la habitación, y viviendo ese asqueroso martirio...

Miguel agachó la cabeza, y se acurrucó en la cama. Sintió un nudo en la garganta.

Y la rabia, le palpitó en las sienes.

Rabia de su putrefacta realidad; impotencia de estar allí, junto a ese infeliz hijo de puta.

Odiaba a Antonio.

—¿Ya despertaste? —preguntó Antonio, mirando la televisión—. Te la llevas durmiendo todo el día, chaval. Pareces un inútil.

Miguel, en su sitio, contrajo las cejas. Por debajo de sus labios, sus dientes rechinaron de la pura furia. De pronto, en su ser, algo ardía con fuerza, y Miguel, comenzó a entender, que ya estaba cercano a su límite.

Estaba cansado de ser el sumiso.

—Eh; te estoy hablando, gilipolla. Déjate de dormir; es lo único que sabes hacer; bueno para nada.

Odio, odio, odio...

Estaba cansado. Hoy era 18 de septiembre, y en aquella misma ciudad de Lima, Manuel, el amor de su vida, estaba pasando su cumpleaños...

¿Y él? Él estaba allí, en esa maldita habitación, junto a aquel asqueroso infeliz...

Miguel no pudo soportarlo más.

—Me iré de acá... —susurró para sí mismo, y Antonio, no alcanzó a oír con claridad.

—¿Qué dijiste? No te oí. ¡Eh, te estoy hablando, inútil!

Miguel lo ignoró. Y en lugar de hacerle caso, se levantó de la cama, y caminó hacia el espejo; se observó de cerca.

Antonio miró extrañado.

—Es tu turno —susurró, observándose con ojos llenos de rabia, en el reflejo del espejo—. Miguel; es tu turno. Este hijo de puta te ha quitado todo; todo... te quitó a Manuel, y ahora, te quietó a Eva. Basta; revélate, Miguel.

Antonio entonces, se levantó de la cama. Caminó hacia Miguel, y lo observó descolocado. Miguel cerró los ojos, e inhaló con profundidad. Al paso de unos segundos, entonces pegó un fuerte suspiro.

Y se volteó hacia Antonio.

Miguel lo decidió; era la primera vez, que tomaba tanto valor, para hacer algo como eso.

No pensaba quedarse allí, encerrado en la habitación, aquel día, en donde debía, demostrarle a Manuel, cuánto realmente lo amaba.

Ya no más.

—Mi hermoso bebé... —susurró de pronto Miguel, sonriendo seductor, y abrazándose al cuello de Antonio; este observó descolocado—. Soñé algo hermoso...

Antonio contrajo los ojos, y miró desconfiado; Miguel jamás, se mostraba así de tierno con él.

—Soñé que, tú y yo, hacíamos cosas ricas... —susurró Miguel, viéndose en su cara, un dejo de lujuria; Antonio sintió sobresaltarse—. Y la pasábamos tan bien, cariño. ¿Qué tal si... jugamos un ratito, tú y yo?

Antonio debía admitirlo; estaba descolocado. Miguel jamás, por cuenta propia, se mostraba de esa forma con él. ¿Qué es lo que le pasaba? Fuese, cual fuese la respuesta, realmente a Antonio, poco le interesaba.

Miguel se le estaba ofreciendo en bandeja; eso era lo importante. Era su oportunidad, para poder cogérselo como a él le gustaba, haciéndole una y otra acción vejatoria; el poder grabarlo, fotografiarlo, y exigirle le cumpliese absolutamente todos sus fetiches.

Era el momento para poder apoderarse corporalmente de Miguel.

—Estás cachondo, ¿no, zorrita? —murmuró Antonio, tomando de forma brusca a Miguel por la cintura, y jalándole el cabello.

Miguel se quejó despacio, pero no hizo mueca de sufrimiento. En lugar de eso, sonrió, y observó con expresión orgullosa.

—Cógeme —le dijo a Antonio, y este, contrajo los ojos; rápidamente, sintió la tensión en su entrepierna—. Quiero que me cojas, Antonio.

Antonio entonces, se desató. Le besó con voracidad, los labios a Miguel. Solo se oyó un leve quejido de Miguel, y pronto, el beso de volvió hambriento.

Miguel sintió asco, pero no lo demostró.

Esta era su oportunidad.

—Espera, espera... —dijo Miguel, y pronto, Antonio observó ofendido.

—¡¿Qué quieres que espere, gilipolla?! ¡Si dijiste que querías que te cogiera! ¡¿O acaso te arrepentist...?!

—No, no me arrepentí, cariño... —musitó Miguel, volviendo a besar los labios de Antonio—. Solo... quiero hacerlo en la bañera; ¿qué te parece? —Antonio observó curioso—. Siempre me lo haces acá en la cama, y... me gustaría que hiciéramos cosas nuevas. Hagámoslo en la bañera, con el agua cayendo sobre nosotros... ¿sí? Eso se me hace demasiado sexy...

Antonio se quedó pensativo por unos instantes, y sonrió con expresión maquiavélica.

Aquello se oía tentador.

—Me parece...

—Bueno, cariño... —susurró Miguel, separando suavemente a Antonio—. Ve al baño; por mientras me desvisto acá en la habitación, ¿vale? Cuando esté listo, me llamas, y entraré al baño; cogeremos hasta que no tengamos más fuerzas...

Antonio, de la pura emoción, dio un fuerte bramido. Tomó a Miguel por la cintura, y le dio una fuerte nalgada. Miguel cerró los ojos, sintiéndose asqueado por el tacto de Antonio.

Era demasiado brusco; parecía un maldito animal en abstinencia.

No solo cogía mal, sino que aparte, no tenía cuidado, ni sensibilidad. Solo se preocupaba de experimentar placer él solo; su pareja sexual poco le importaba.

—Voy al baño; te esperaré allí dentro. Cuando te dé la señal, entras. —Miguel, con una sonrisa fingida, asintió—. Te estaré esperando, pu-ti-ta.

Antonio pensó, que el decir aquello último, había sonado seductor. Miguel, en su interior, hizo una arcada. Antonio se perdió en el baño, y cerró la puerta. Miguel se quedó solo en la habitación.

Y apenas Antonio se perdió, Miguel sacó la lengua en una mueca muy desagradable, y se limpió la boca.

—Asco, asco, asco... —musitó, dándose palmadas en la lengua; recordando el beso con Antonio—. Que puto asco; huevón asqueroso; agh...

De pronto, en el baño, comenzó a oírse el agua llenar la bañera; Miguel contrajo los ojos.

Debía actuar rápido.

Se irguió de inmediato, y se cambió de ropa. Luego, desesperado, comenzó a rebuscar entre las cosas de Antonio. Halló su billetera; Miguel sonrió despacio.

—Tomaré algo prestado... —musitó, y sacó algo de dinero; devolvió la billetera a su sitio, y cerró el cajón.

Rápido, se lo echó al bolsillo, y luego, siguió buscando lo que le ayudaría en su coartada.

Por detrás de unas cajas, Miguel halló también una bolsa; la abrió, y allí dentro, encontró su celular; Miguel volvió a sonreír. Rápido, se lo metió al bolsillo, y prosiguió.

Sobre el mueble, Miguel halló el desodorante en aerosol de Antonio; a su lado, había un encendedor.

Miguel asintió, triunfante.

—Estoy loco... —musitó—, pero es lo que debo hacer; no puedo quedarme aquí, sin hacer nada. Tengo que ir hasta allá; lo voy a hacer...

Rápido, tomó ambos objetos. Y, con el agua resonando en el baño, Miguel salió de la habitación. En silencio, corrió por el pasillo, y bajó las escaleras. Antes de tocar el suelo de la sala, Miguel se detuvo en el último peldaño; desde allí, y entre la oscuridad, pudo ver como Luciano, su hermanastro, salía hacia la calle, con una sonrisa muy ancha en sus labios, y, aparentemente, muy emocionado.

Miguel se quedó descolocado; ¿hacia dónde iría Luciano?

Tras Luciano, la puerta hacia la calle, se cerró. Miguel alzó la mirada, y en el reloj, que yacía en lo alto de la sala, se vio la hora.

Eran las seis de la tarde.

Miguel contrajo los ojos; debía actuar rápido.

Cuando Miguel, entonces bajó el último escalón, observó muy sigilosamente, en la sala de su casa.

No había nadie; tan solo estaba él. Miguel lo decidió.

Rápido, caminó hacia un costado del sofá. Despacio, corrió este, sin hacer mucho ruido, y dejó al descubierto el enchufe que se ubicaba por detrás.

Miguel tragó saliva. Las manos le temblaron unos instantes, y luego, tomó valor.

—Lo siento mucho, papá... —musitó, sintiéndose culpable—. Sé que no debo darte problemas, pero... hoy es el cumpleaños del hombre al que adoro, y solo por hoy, seré un chico malo; esto lo hago por Manuel.

Abrió la tapa del desodorante en aerosol, y con el corazón palpitándole a mil, Miguel roció una cantidad abundante de desodorante sobre el enchufe —que actuaba como combustible pues, era inflamable—, y en un costado del sofá.

Miguel entonces, le prendió fuego.

Hubo una falla eléctrica de forma inmediata, y pronto, a su alrededor, el fuego comenzó a levantarse.

Miguel se alzó rápido, y atónito, observó su propia creación.

Sonrió nervioso.

Y gritó.

—¡¡Fuego, fuegoooo, un incendio, ayuda, por favor!!

Obviamente, la oscuridad, y el fuerte olor del humo, alertaron a todos. De pronto Rebeca, y Héctor por detrás, aparecieron, y observaron shockeados.

Miguel los observó con expresión asustada, actuando, obviamente, su miedo ante el fuego.

Rebeca comenzó a gritar. Héctor, apenas, caminó hasta allá.

—¡A-aléjate del fuego, Miguel! ¡Aléjate!

Miguel retrocedió asustado, y Rebeca, corrió hacia la cocina, en busca de agua. En la oscuridad de la casa, todo se hacía más difícil.

Se formó un tremendo barullo; todo comenzó a llenarse de humo, y de gritos.

—¡¡¡Antonio, Antonio, ayuda, haz algo!!!

Se oyó a Héctor gritar, y pronto, se vio a Antonio en la sala.

Quedó shockeado.

Y sin pensarlo por más tiempo, todos comenzaron a moverse, en busca de apagar dicho incendio que, poco a poco, se iba extendiendo.

Miguel, desde un rincón, observaba a todos enajenados.

—¡¡Hay un extintor en el garaje, ve a buscarlo, Antonio!! ¡¡Ve!!

Antonio, que se veía notoriamente nervioso, asintió. Rápido, desapareció de la sala, y se dirigió a la dirección contraria, allá, por donde se ubicaba el garaje.

Miguel entonces, sonrió.

Y entre gritos, y un espectáculo de su propia creación, Miguel, muy sigilosamente...

Se retiró.

Miguel entonces, se encaminó hacia el Callao.

Aquella noche, Miguel, el chico obediente, y sumiso de siempre...

Fue un chico malo.

(...)

Cuando la noche se ciñó por sobre el cielo, Manuel dormía plácidamente en su habitación. Aquel día, había trabajado tan solo hasta medio día; desde gerencia, le permitieron irse temprano a su casa pues, aquella era una regalía, por el día de su cumpleaños.

Temprano por la mañana, sus colegas le celebraron. En la consulta de Martín, comieron pastel, y se sirvieron cositas ricas para comer. Manuel, agradecido como siempre, disfrutó aquella pequeña celebración en su honor.

El resto del día lo pasó en casa junto a Eva. De hecho, había llegado tan cansado desde el trabajo, que pronto, se durmió. Eva, a su lado, le ronroneaba con fuerza, y le lamía la cabeza a Manuel; lo trataba como a un gato gigante.

Para Eva, Manuel era como un gato grandote, solo que más papacito, y sin tantos pelos, obviamente. Eso sí, Eva se preguntaba, si Manuel, tenía o no también una lengua áspera.

Le habría gustado saberlo, o bueno... al menos preguntárselo a su amo Miguel.

Su amo Miguel conocía la lengua de Manuel. Eva, en su memoria de gato, recordaba haber visto imágenes muy raras anteriormente, como la lengua de Manuel, chupar cosas de su antiguo amo Miguel.

Eva sacudió su cabeza; eran cosas de humanos, que ella no comprendía, ni deseaba comprender tampoco.

—Mmhh... —suspiró Manuel adormilado en su cama; Eva, que le lamía el cabello, le había despertado por ello. Manuel, con expresión tierna, y con ojitos de sueño, observó a la gata a su lado—. Ho-hola, Eva linda...

Eva observó con ojos brillantes; removió sus bigotes; le volvió a lamer el cabello a Manuel; lo estaba acicalando.

¡Debía acicalarlo! Eva, presentía, que debía hacerlo. Debía poner bello a Manuel —en realidad, más bello de lo que ya era—, porque era su cumpleaños, y Manuel, merecía ser atendido.

Y mucho más aún, después de lo tan bueno y noble, que Manuel era con ella.

Eva lo siguió lamiendo; de pronto, le daba pequeñas mordidas. Manuel, entre el sueño, sonreía agraciado.

—Ha-hace tuto, Eva; hace tuto... —resopló él, y pronto, se abrazó a la gata—. Hace tuto...

De pronto, a lo lejos, se oyó el timbre resonar. Eva levantó la cabeza, y paró sus orejas. Observó curiosa.

Manuel no hizo caso; siguió durmiendo. Por el costado del labio, le corrió un pequeño hilo de saliva. Llevaba el cabello desordenado.

El timbre volvió a sonar.

Eva lanzó un fuerte maullido, y se soltó de los brazos de Manuel. Dio un salto desde la cama, y corriendo, se dirigió hacia la sala; en frente de la puerta, Eva volvió a maullar.

Manuel entonces, ante tanta insistencia, se levantó. Se tomó la cabeza, y bostezó. Se puso las pantuflas, y se caló una chaqueta. Arrastró los pies hacia la sala, y con expresión aún somnolienta, abrió la puerta.

Manuel entonces, sintió de pronto una ola atracarle el cuerpo. Una fuerte presión le rodeó el cuello, y Manuel, quedó algo descolocado.

Al abrir la puerta, alguien se abalanzó a sus brazos de inmediato. Eva observó curiosa.

Era Luciano.

—Feliz aniversario, menino Manuel. Eu vim cumprimentá-lo. —''Feliz cumpleaños, Manuel. Vine a saludarte'', susurró Luciano, separándose despacio de Manuel, y observando con una expresión tierna.

Manuel, en un principio, no reaccionó. Se quedó de pie frente a Luciano, y pestañeó descolocado. Eva, al reconocer a Luciano, maulló.

Luciano agachó la cabeza, y observó extrañado; ¿qué hacía Eva allí?

—Ho-hola, Lú... —saludó Manuel, refregándose un ojo—. N-no sabía que ibas a venir, yo...

—¡Era una sorpresa! —exclamó Lú, volviendo a abrazarse a Manuel—. Te quería dar una sorpresa, menino Manuel; feliz cumpleaños. Martín me dijo, que querías estar solo, pero... no pensé que sería bueno. ¡Es tu cumpleaños! No todos los días se cumplen años; es lindo siempre pasarlo acompañado, y... quise venir a verte. Darte a saber mi aprecio; que te considero un buen amigo...

Manuel sonrió despacio, y luego, cerró suavemente la puerta. Caminó hacia el sofá, se metió las manos al bolsillo de la chaqueta, y observó por la ventana, hacia el exterior. En lo alto, pudo ver el atardecer; a Manuel entonces, le embargó mucha melancolía.

Quiso llorar.

Era su cumpleaños número veintinueve. Lo estaba pasando lejos de su hogar; lejos de Chile. No estaba con su familia, y en lugar de ello, ahora solo tenía a Eva en su casa. Martín, su mejor amigo, y casi hermano, menguaba esa soledad, pero Manuel, en el dolor de su pecho, y en su nostalgia...

Añoraba la presencia de Miguel. No pensó, que su cumpleaños número veintinueve, se sintiese tan vacío.

—Incluso tú, has venido a verme... —susurró, y Luciano, observó curioso—. Y él... no vino. El día ya acabó, y aun así... él no vino, ni me saludó; ni siquiera me escribió.

Manuel agachó la cabeza, y se quedó pensativo por unos instantes. Sonrió despacio, y una lágrima, se le asomó a contraluz.

—Que tonto fui al creer que vendría; como si yo le importase...

Luciano observó con tristeza, y despacio, caminó hacia Manuel. Se aferró a su brazo, y lo observó detenidamente. Manuel agachó la cabeza, y también lo miró.

Ambos guardaron silencio. Eva observó descolocada.

No se iban a besar... ¡¿o sí?!

—No llores, menino Manuel...

—¡N-no estoy llorando! —dijo Manuel, avergonzado—. S-solo... me entró algo al ojo; voh cachai po, jaja...

Manuel sonrió nervioso; Luciano rio agraciado.

—N-no tengo nada para invitarte, Lú. Yo, de verdad... hubiese preferido pasar el día solo, digo... —Luciano observó ofendido; alzó una ceja—. ¡N-no es que me moleste tu presencia! E-es solo que... no esperaba recibir a nadie, y... no tengo nada como para ofrecerte, más que un trago, o pollo, o quizá pan con algo, y...

—Tranquilo... —dijo Luciano, tomando a Manuel por un brazo, y frotándoselo despacio—. No vine para eso, menino Manuel.

Manuel contrajo los ojos, y observó curioso.

—Vine a darte tu regalo.

Ante la vista de Manuel, en la mesa de centro, Luciano volteó el contenido de su bolso. Allí, en el cristal de la mesa, se observaron distintas indumentarias que Manuel, por su experiencia y trayectoria en el mundo del tatuaje, ya perfectamente conocía.

Observó boquiabierto.

—¿E-eso es...?

—Mi regalo para ti, menino Manuel... —musitó Luciano, observando expectante—. Es un tatuaje. Te regalaré un tatuaje, de mi obra y diseño, para ti; feliz cumpleaños.

Manuel observó con ojos de ensoñación; aquello, no se lo habría esperado.

—¡O-oh, Lú! Te pasaste, de verdad..., no me habría esperado esto. Te lo agradezco tanto, y-yo...

Luciano sonrió muy sonrojado. En lugar de responder a Manuel, le depositó un beso en la mejilla. Manuel no alcanzó a ladear su rostro, para esquivarlo.

Aunque agradecía el regalo y el detalle de Luciano, aún le molestaba su insistencia, al tener el atrevimiento, de tener esas cercanías corporales. Manuel no estaba dispuesto a darle una oportunidad a Luciano; uno, porque no le amaba, y dos, porque él jamás sería capaz, de traicionar a Martín.

Ante todo, siempre la lealtad.

—¿Qué tal si... mientras ordeno las indumentarias, nos servimos algo? —preguntó Luciano, y Manuel, asintió despacio.

—Ya po; sirvámonos algo para brindar. Iré a...

De pronto, y sin que ambos lo esperasen, en la puerta, se oyeron resonar unos leves golpeteos.

Manuel y Luciano, giraron su cabeza hacia la puerta. Miraron atentos.

—¿Q-quién es? —preguntó Lú, por lo bajo.

Manuel contrajo las cejas; Eva, a un lado, alzó sus orejas.

Lanzó un poderoso maullido; en su sexto sentido, algo la alertó.

El corazón le brincó con fuerza a ella.

Toc, toc, toc.

Se volvió a oír; Manuel entonces, lo decidió.

—Abriré la puerta —anunció a Luciano, y pronto, caminó hasta ella.

Y cuando giró la perilla, y luego abrió, Manuel jamás se imaginó, lo que, tras ella, él encontraría.

Se quedó de piedra.

Luciano abrió la boca.

—Ho-hola, Manu...

Miguel, tras la puerta, saludó con expresión nostálgica. Manuel, que estaba allí parado, frente a él, no reaccionó.

Hubo un silencio entre ambos.

Eva, que miró por detrás, sintió que el corazón le latió con fuerza.

Y corriendo, y lanzando varios maullidos, se lanzó sobre Miguel.

Miguel la observó, y pronto, no pudo retenerse más.

Estalló de felicidad.

—¡E-Eva! ¡Eva!

Miguel dio tres pasos al interior de la casa, y se agachó en el suelo. Eva se le subió encima, y le comenzó a lamer el rostro. Manuel, en la puerta, se volteó y los observó atónito. Luciano, a un costado, contrajo las cejas.

Mierda... la presencia de Miguel, ahora le estropeaba todo.

—¡M-mi Evita, mi gatita linda, mi niña! —decía Miguel, casi al borde del llanto, por volver a ver a su amiga; Eva, encima de él, le propinaba muchos ronroneos, y lamidas.

Manuel sonrió apenado.

—¿Qué haces acá?

Disparó de pronto Luciano, rompiendo la atmósfera que yacía allí. Miguel contrajo los ojos, y despacio, alzó su mirada. En los ojos de Luciano, pudo ver cierta molestia. Desde el suelo, Miguel se alzó. Se giró hacia Manuel, y en él, pudo ver una expresión de desconcierto.

Lo miró en silencio; Miguel sintió que de pronto, el pecho se le llenaba de felicidad. Las manos le temblaron ligeramente, y Manuel, aún no fue capaz de reaccionar.

Hubo un profundo silencio entre ambos; se observaron, y no dijeron nada.

—Feliz cumpleaños, Ma-Manuel... —susurró él, sonrojándose, y dibujándose una expresión melancólica—. Feliz cumpleaños, Manu.

A Manuel le dio un profundo cosquilleo en el estómago. Las mejillas se le sonrosaron, y apretó los labios. Las manos también le temblaron.

Volvieron a guardar silencio.

Luciano, de pronto, se sintió muy ajeno en ese sitio. Manuel y Miguel, no paraban de observarse. En profundo silencio, ambos no despegaban sus miradas del otro, y en la incomodidad del momento, Luciano articuló:

—Responde, Miguel; ¿qué haces acá?

Miguel contrajo los ojos, y despacio, observó a su hermanastro. Luciano, a un lado, y con los brazos cruzados, observaba algo molesto.

Manuel carraspeó su garganta.

—O-oigan, no creo que sea momento de...

—¿Y a ti qué chucha te importa, si vine o no, huevón?

Manuel se llevó una mano al rostro; era obvio a dónde iba a llegar todo ello...

—¡Pues no debiste venir, idiota! ¡¿Qué crees que piense tu prometido de esto?!

—¡¿Y a ti qué chucha, oe'?! Me llega al pincho ese huevón, ¿oíste?

—Yaaaa, por fa; paren... —pidió Manuel, interviniendo entre ambos—. No en mi casa; por favor, par...

—¡Me estás estropeando lo que tenía planeado con Manuel! ¡Íbamos a tener una velada! ¿Verdad, menino Manuel? Dile a Miguel, que...

—¡¿Ah?! —exclamó Manuel, descolocado—. ¡¿Velada de qué, weón?! ¡Si viniste de improviso, y...!

—Oe' ya cállate cagada, ¿oíste? Manuel no quiere estar contigo; entiéndelo. A-aparte... ¿te lo ibas a cachar, o qué? Igual pueden conversar estando yo acá, ¿o no? ¿Tienes un problema con eso? Dímelo; ¿tienes un problema?

—Bu-bueno... —susurró Luciano, nervioso—. Igual podemos celebrar los tres juntos, pero... ¡yo voy a dormir con Manuel! ¿Entendido? Dormiremos ambos en su cama; tú duérmete en el sofá.

Manuel miró shockeado; ¿de dónde sacaron ambos, que se quedarían a dormir?

—¡¿QUÉEE?! —disparó Miguel, ofendido—. ¡Tú vete a dormir al jardín, huevón! ¡Yo dormiré con Manu! ¡Yo tengo más derecho a...!

—¡No tienes derecho a nada! ¡Yo sí he hecho esfuerzos para poder ganármelo a él! ¡¿T-tú qué, ah?!

—¡Pu-pues claro que los he hecho! Por algo estoy acá, ¿no?

—¡Pero eso no es suficiente! ¡Mientras Manuel lloraba por ti, yo me encargué de consolarlo, y de...!

—¡¿Se pueden callar, el par de chuchesumadres?!

Ante tanto grito y escándalo, Manuel colapsó. Lanzó un fuerte grito, y tanto Miguel, como Luciano, pegaron un salto, y observaron descolocados.

Manuel, entre ambos, posó sus dedos en el entrecejo. Pegó un fuerte suspiro, y guardó silencio.

Ninguno dijo nada; Eva miró nerviosa.

—¿Pueden dejar de pelear? Ustedes dos son hermanos; los hermanos no se pelean.

Luciano se cruzó de brazos; Miguel torció los labios.

—No somos hermanos —dijeron al unísono—. Somos hermanastros.

—¡Hasta dicen las mismas cosas! —exclamó Manuel, enojado—. Déjense de pelear; mierda. Son un par de weones grandotes; ya viejos... no peleen, no en mi presencia. Es mi cumpleaños; no quiero, ni deseo, escuchar a un par de weones pelearse acá. Si van a pelear, váyanse a la calle. ¿Entendido? —Luciano asintió despacio; Miguel desvió la mirada—. Apaaarte; ¿quién les dijo, que ustedes iban a quedarse? Se van ahora; rápido. En diez minutos los quiero afuera. Ya vinieron a saludarme, ahora, chao.

Miguel contrajo los ojos; Luciano observó molesto.

—No es justo, menino Manuel. Yo estuve preparando tu regalo por muchas semanas. ¿Y Miguel? Él no ha hecho nada, y...

—¡¿Q-qué?! —intervino Miguel—. ¡Eso nunca, yo...!

—¡¡Aaaah, paren su weá, weón!!

Y de pronto, y sin previo aviso, en la calle, se oyó un fuerte estruendo. Manuel, Luciano, Miguel y Eva, pegaron un fuerte salto. Todos guardaron silencio, y con susto, se observaron.

A Miguel le temblaron las pupilas.

—E-eso fue... fue un cu-cuete, ¿cierto?

Manuel contrajo los ojos; se volvió a oír otro estruendo.

A Manuel, se le hacía muy familiar dicho ruido...

Luciano abrió la boca, aterrado.

Y de nuevo, otro estruendo.

Y tras ello, se oyeron muchísimos.

No, no eran cuetes.

Era una jodida balacera.

Y Manuel, al percatarse de ello, y al reconocer el ruido de una bala, gritó:

—¡¡Abajo!! —Miguel y Luciano, se observaron con miedo; no reaccionaron—. ¡¡Abajo, les dije, mierda!!

Rápido, Manuel extendió sus brazos, y se lanzó sobre ambos; los tres cayeron al suelo.

La luz se cortó de inmediato en toda la calle, y luego, se siguieron oyendo los balazos, ya demasiado cerca.

Miguel, bajo un brazo de Manuel, quedó congelado del miedo. Luciano, bajo el otro brazo, observó aterrado. Eva, por causa del fuerte ruido, salió disparada hacia la habitación; se escondió debajo de la cama.

Manuel, entre Luciano y Miguel, cerró los ojos con fuerza.

Cuando se terminó de oír aquel escándalo, y cuando ya no se oyó más balazos, Manuel levantó la cabeza, y entre la oscuridad, observó.

Miguel, a su lado, respiraba con fuerza. Manuel giró su rostro hacia Miguel, e ignorando a Luciano, en la oscuridad, y a muy poquitos centímetros, ambos se miraron.

—¿Estás bien? —susurró Manuel, con voz muy suave.

Miguel, con el corazón latiéndole deprisa —por el susto, y por el ímpetu de tener el rostro de Manuel tan cerca de su cara, sintiéndole incluso el aliento, y estando bajo su cuerpo—, respondió en otro susurro:

—S-sí; estoy bien...

Manuel sonrió despacio. Miguel se sonrojó.

Entre ambos hubo un silencio; se notó la tensión romántica.

De no ser por la presencia de Luciano, ya se habrían comido a besos.

Luciano entonces, se quitó el brazo de Manuel por encima. Y despacio, se sentó en el suelo. Manuel se alzó también, y Miguel, observó nervioso.

—Fue una balacera —dijo Manuel, suspirando—. Es algo... recurrente por estos lados, pero, aun así, hace tiempo, que no veía algo por acá. Seguramente se enfrentaron bandas rivales del Callao.

Miguel, que no estaba acostumbrado a esas cosas, torció los labios. Luciano se quedó quieto, observando la leve luz de la luna, que entraba por la ventana.

Manuel suspiró.

—Les dije que... debían irse, pero... creo que hoy, debemos dormir todos acá. Será mucho más seguro para ustedes.

Miguel contrajo los ojos, y sonrió despacio. Luciano observó expectante.

¡Dormirían con Manuel!

—Pero ninguno de ustedes dormirá conmigo, ¿oyeron?

Ambos descompusieron su expresión. La ilusión cayó al suelo.

—Pe-pero... ¡¿c-cómo dormiremos?! —reclamó Luciano—. ¿No-nos dejarás durmiendo en el jardín, o...?

—Ustedes dos, como buenos hermanos que son, dormirán juntos en mi cama —Luciano rodó los ojos; se sintió molesto. Miguel, por su lado, asintió despacio; estaba siendo obediente con Manuel—. Y yo, dormiré en el sofá.

—Pe-pero...

—Nada de peros, Luciano. Se acabó; fin. Dormirán juntos, y yo, en el sofá. Es peligroso que salgan a la calle, después de esto. Hubo un apagón en todos lados, y en plena oscuridad, y después de una balacera, es peligroso salir en estas calles. Lo más seguro, es que mañana puedan irse; por ahora, no.

Miguel no reclamó; en lugar de eso, asintió. Luciano se mostró molesto, y caprichoso.

Hubo un silencio entre todos. Eva, en la oscuridad de la casa, observó desde la habitación.

—Prenderé algunas velas; esperen aquí.

Manuel, con su propio celular, se alumbró. Caminó hacia la cocina, en busca de algunas velas.

Miguel y Luciano, se quedaron a solas en la sala. Se observaron con tensión.

—¿Qué haces acá, menino Miguel? Antonio se enojará contigo; ¿le avisaste que vendrías?

Miguel negó despacio. Luciano observó curioso.

—No le avisé, Lú. Y te quiero pedir, por favor, que no le digas nada. Si vine hasta acá, es porque amo a Manuel; tú sabes que es así; siempre fue así...

Luciano contrajo los ojos; observó a Miguel con aura melancólica.

—¿Q-qué dices? Pero... tú y Antonio son pareja, ¿no? Entonces... ¿por qué...?

—La razón por la que estoy con Antonio, Lú... es otra. Yo amo a Manuel, lo amo, y hoy... vine por eso. No sabes cuánto me costó, el poder venir. Por favor, no le digas a Antonio; va a enojarse mucho.

Luciano observó con lástima. De pronto, en su cabeza, algunas cosas tenían ahora sentido. Quizá, aquella era la razón, por la que Miguel, estando en casa, siempre llevaba una expresión triste, y no verdaderamente, por la enfermedad de su padre.

Entonces... ¿Manuel y Miguel, se amaban? ¿Eso era cierto? ¿Su amor era recíproco? ¿Por qué razón entonces, había ocurrido lo de la noche de su cumpleaños? ¿Por qué estaban separados?

—Logré encontrar algunas velas —anunció Manuel, llegando de pronto a la sala—. Ayúdenme a encenderlas.

Entre los tres, encendieron alrededor de cinco. Pronto, la sala en la que se encontraban, se iluminó con la tenue luz de las velas. El ambiente se veía muy tranquilizador; el silencio reinó por unos instantes.

—¿Quieren comer algo? —preguntó Manuel, y ambos, asintieron—. Prepararé algo para ustedes.

—Yo iré al baño; ¿puedo llevarme una vela? —preguntó Luciano.

—Adelante, Lú. Ya sabes dónde queda.

En otras circunstancias, oír eso, habría generado celos incontrolables a Miguel, pero la lejanía con Manuel, y las interminables horas a solas, que todos los días pasaba en su habitación, le habían servido para meditar acerca de sus comportamientos tóxicos, y que inevitablemente, habían dañado su relación; Miguel asumía su cuota de culpa.

Miguel era consciente de sus malas actitudes pasadas; ahora las había cambiado, y las estaba remediando. Quizá, para ello, era demasiado tarde, pero como dice el refrán; ''más vale tarde, que nunca''.

Sabía que ser tan celoso, no estaba bien. Ahora, podía controlar mejor su temperamento. Y aunque fuese difícil de creer, incluso sentía lástima por la golpiza que le había dado a Julito, ¡pero ojo! Sentía solo un poquito de lástima pues... Julio igual se merecía la golpiza, o sea... ¡estaba siendo demasiado descarado con Manuel en ese entonces! Así que, con lo de Julio, estaba arrepentido; pero solo un poquitito...

Aquello era un avance.

Pronto, Luciano abandonó la sala. Miguel y Manuel, entonces se quedaron a solas. Hubo un profundo silencio. Eva los observó atenta.

—Ma-Manu... —susurró Miguel, y Manuel, observó apenado—. ¿Qué tal si... te ayudo a preparar algo? E-este último tiempo, he aprendido a cocinar mucho mejor, y...

Manuel asintió despacio.

—Claro... acompáñame; vamos.

(...)

Cuando ambos estuvieron a solas en la cocina, y a la luz de una vela, el silencio fue total. Solo se oyó el ruido del agua escurrir, y el de los platos y cubiertos moverse. Entre Manuel y Miguel, el silencio absoluto, reinó.

Había tantas cosas por hablar; tanto por qué conversar. Tantas cosas que decirse, que reclamarse, tantos perdones por decir, y tantos te amo por soltar, que...

Ellos, no sabían por dónde comenzar. En lugar de ello, prefirieron guardar silencio; había tanto comprimido allí, que ninguno de los dos, era capaz de dar el primer paso. Había una olla de presión, dispuesta a ser soltada, pero ni Manuel, ni Miguel, querían dar aquel paso.

Y al paso de los minutos, Miguel entonces, tomó un profundo suspiro. Tomó valor, y luego, lo soltó:

—Y-yo... te quería agradecer, Manuel... por cuidar de Eva. Veo que, la tienes muy bien cuidada, y bonita.

Susurró con aura apacible, mientras que, a un costado de Manuel, cortaba unas verduras. Manuel, por otro lado, abría unos paquetes de fideos.

Hubo otro silencio.

—No te preocupes; está bien... —susurró Manuel con voz suave, sin dirigirle la mirada—. Ella se ha portado muy bien. Me ha hecho compañía.

Miguel sonrió enternecido. Un exquisito calor le abrazó el pecho. Manuel, a un costado, sonrió despacio.

Miguel entonces, dejó el cuchillo a un lado. Tomó un paño, y se secó las manos. Se volteó despacio hacia Manuel, y a su costado, con la yema de sus dedos, le acarició despacio el brazo.

Manuel, ante aquello, sintió un leve escalofrío en la espalda. Miró a Miguel.

Ambos se observaron.

Ninguno dijo nada.

En el reflejo de sus ojos, ante la luz de la vela, se pudo ver con claridad, todo el sentimiento comprimido en sus pechos; el aura era melancólica, y nostálgica.

Miguel alzó una mano, y la posó en la mejilla de Manuel. Manuel entonces, soltó la cuchara de palo. Despacio, se giró más hacia Miguel.

No medió ningún tipo de lenguaje verbal. Solos, y en la leve luz de una vela, ambos descifraron el universo de sus ojos. Manuel sintió que los ojos se le aguaron, pero ante Miguel, no lloró.

Había tanto sentimiento retenido en ambos; tanto que descifrar...

Y Miguel entonces, quiso hablar.

Pero de pronto, en medio de la cocina, se oyó:

—Ya salí del baño, y hasta allá, pude sentir el aroma; ¿qué están cocinando?

Miguel y Manuel, dieron un respingo. Luciano observó curioso. Ambos se separaron casi de golpe, y siguieron en lo suyo.

—E-emh... fideos con carne, y verduras. ¿Te gusta? —respondió Manuel, algo nervioso, y Luciano asintió—. Ya, bakán entonces po; que-quédate cocinando con tu hermano; yo voy al baño. Con permiso...

Tras unos minutos, Luciano y Miguel, entonces terminaron su labor. Cuando todo estuvo listo, los tres entonces, se sentaron a comer. La cena transcurrió casi en silencio, y con pocas interacciones muy banales.

Cuando el reloj entonces, marcó las once de la noche, Manuel dio la orden a ambos, que era momento de partir a la cama. Luciano reclamó por lo bajo pues, él había ido hasta el Callao, esperanzado por tatuar a Manuel.

—Pero, ¿cómo chucha me vai a tatuar con la luz cortada po, Lú? Otro día nos juntamos y lo haces; ahora debemos ir a dormir.

Luciano lanzó un bufido, y asintió de mala gana. Miguel, por otro lado, hizo caso sin mayores reclamos. Manuel se puso el pijama, y pronto, se llevó unas frazadas hasta el sofá. Cuando Luciano, en la cama se metió, Miguel, antes de ir a la habitación, a Manuel, le susurró:

—Buenas noches, Manu...

Manuel sonrió despacio.

—Buenas noches, Migue; descansa...

No intercambiaron más palabras, y pronto, ambos fueron a dormir. Manuel se acostó en el sofá, dando la espalda hacia la sala. Miguel, por otro lado, durmió de espaldas a Lú.

La noche transcurrió en silencio.

(...)

Miguel mentiría, si dijera que pudo conciliar el sueño aquella noche. Estaba con los ojos muy abiertos, y en la cabeza, miles de pensamientos le embargaban. Apoyado en la almohada, observaba directo hacia la pared de la habitación de Manuel. Eva, que yacía a su costado, observaba el rostro a Miguel.

—Lú ya se durmió, ¿verdad? —susurró muy bajito Miguel, y Eva, asintió despacio.

Miguel volvió a guardar silencio, y pronto, pegó un profundo suspiro.

¡Se sentía atado! Estaba allí, en la cama de Manuel junto a Luciano. Manuel, el amor de su vida, estaba durmiendo en la sala, y él... él estaba allí, durmiendo a pocos metros de su gran amor...

¡Estaban tan cerca! Había añorado por tanto tiempo el poder estar cerca de Manuel, y ahora, que estaban ambos tan cerca el uno del otro, Miguel no podía hacer nada.

¡Nada más que estar allí, acurrucado en la cama, pensando miles de cosas, y martirizándose por idioteces!

Miguel se sintió frustrado.

—Manuel está allí dentro, durmiendo en la sala... —susurró, y Eva, lo observó atenta—. Y yo estoy acá junto a Lú. A-ambos estamos tan cerca, y...

Despacio, Miguel alzó la mirada. En el reloj de la habitación, se marcó las 1:50 am; torció los labios.

—La noche está pasando rápida, Eva... —musitó, frustrado; se sentía contra el tiempo—. Y ahora, que tengo la oportunidad de ir con Manuel, después de tantos días pensándolo, y llorándolo..., de arreglar las cosas, de conversar, de pedirle perdón, yo...

Hubo un silencio; Miguel contrajo las cejas; apretó las sabanas.

—Estoy aquí, con Lú durmiendo.

Eva lanzó un leve maullido; Miguel la observó. En los ojos de su amiga, se vio un aura fuerte; Miguel se encogió.

Eva, a través de su mirada, quiso expresar: ''¡¿Qué haces acá perdiendo el tiempo, huevón?! ¡Ve donde ese hombre, y habla con él! ¡Para eso viniste!, ¿no?! ¡Ve con él!''.

Y Miguel, así lo entendió también.

Hubo otro silencio.

—¿Voy a la sala con Manuel? —resopló Miguel, expectante; Eva removió sus bigotes—. ¿Lú se despertará por eso?

Despacio, Miguel se sentó en la cama. Asomó su cabeza por sobre Luciano, que estaba de espalda a él. En la cara de su hermanastro, pudo ver como este, dormía de forma muy plácida e imperturbable.

Sería difícil, que Lú despertase. Miguel sonrió despacio.

—Iré con Manuel. Por favor, quédate aquí un momento. Cuida de Lú; como sea, él ha sido bueno conmigo de todas formas. No quiero herirlo tampoco.

Eva lanzó un leve maullido, y despacio, se acurrucó al lado de Luciano. Miguel asintió rápido, y le besó la cabeza a Eva. En silencio, y total oscuridad, se inmiscuyó en la sala; dejo la puerta entreabierta.

En la sala, todo era también oscuridad. Desde el exterior, y a través de la ventana que daba hacia la calle, entraba la leve luz blanquecina del alumbrado público.

Miguel observó entonces, que tal parecía, ya había llegado la luz en el barrio.

Despacio, Miguel se adentró más en la sala. Cuando observó a un costado, se dio cuenta entonces, de que Manuel yacía acostado en el sofá. Estaba dándole la espalda a la sala, y desde allí, Miguel no podía distinguir si Manuel dormía, o no.

Pero algo, dentro de él, le decía que no. Conocía muy bien a Manuel, y entre ellos, había una especie de conexión que, incluso a pesar del tiempo separados, no se desvanecía.

Miguel sonrió.

—Manu... —susurró despacio, y pronto, se acercó al sofá. Se sentó a los pies de este; hubo un profundo silencio. Miguel sintió una opresión en el pecho; observó el cuerpo de Manuel con timidez—. Manu; oye...

Susurró, intentando despertarlo; pero Manuel, inmóvil, siguió en su sitio. Miguel sonrió despacio.

—Veo que le has comprado muchas cosas a Eva... —dijo Miguel, observando a lo largo de la sala, los juguetes y accesorios que Manuel había comprado a la gata—. Me alegra mucho, saber que mi niña cayó en perfectas manos. Te lo agradezco mucho, Manu...

De nuevo, solo hubo silencio. Manuel estuvo inmóvil; Miguel, con la mano entre sus muslos, volvió a sonreír apenado.

—Siempre que duermes, roncas despacio. Odias dormir en esa posición en la que estás ahora. Siempre duermes boca abajo, y con un brazo cruzado por debajo de la almohada. No estás durmiendo, Manu; estás despierto. No trates de engañarme; no a mí... que, junto a ti, compartí la cama muchas noches, y que te sentí, y observé dormir muchas veces en mi pecho.

Manuel, que estaba de espalda a Miguel, contrajo los ojos. Apretó los labios. El corazón le dio un fuerte brinco.

—Estás despierto, Manuel.

Manuel sonrió despacio; mierda, Miguel... lo había atrapado.

Era obvio que Miguel lo notaría, ¿y cómo no notarlo? Si después de todo, ellos dos, se sabían a la perfección cada maña, y cada detalle del otro, incluso al momento de dormir.

Despacio, Manuel, se volteó hacia Miguel. Se sentó en el sofá. En la oscuridad de la sala, ambos entonces se observaron.

Hubo un silencio.

—¿No podías dormir? —susurró Miguel, sonriendo nostálgico; Manuel, en silencio, y con expresión seria, negó despacio.

¿Y cómo rayos iba a poder dormir, si a tan pocos metros de él, y en la misma casa, tenía durmiendo a Miguel? Tanto Manuel, como Miguel, se morían de ganas por tenerse cerca. No podían pegar un ojo por ello.

—¿Estás durmiendo cómodo en ese sofá? Recuerdo que, cuando estábamos en el apartamento, odiabas dormir con pocas almohadas. Tú eres de utilizar muchas, y...

—Miguel, ¿por qué viniste hasta acá?

Manuel, que observaba con expresión contrariada, preguntó de forma directa.

Debía, y quería, oír la respuesta de Miguel. Quería saber la razón, por la que él, estaba presente allí; la razón de la ida hasta su casa.

Manuel sintió la necesidad de ser más directo; la noche pasaba rápido, y ambos, estaban contra el tiempo. Ya no había más espacio a la retórica innecesaria, ni a los rodeos.

Y más aún, con Luciano entre ambos.

—Porque es tu cumpleaños, Manu... —susurró Miguel, sonriendo apenado—. Y sentí que... no podía no saludarte en tu día. Cumpliste veintinueve años, mi amor, y...

De pronto, cuando Miguel se percató, de que había dicho ''mi amor'', se tapó la boca con ambas manos. Se sonrojó. Manuel contrajo los ojos.

Hubo un silencio.

—Lo... lo siento, Manu. Es la costumbre; ya... ya sabes.

Manuel lanzó una pequeña risilla; los ojos se le pusieron chinitos; Miguel se sonrojó hasta las orejas.

Manuel tenía una risa tan bonita... ¿cómo pudo olvidar ese detalle?

Ambos volvieron a mirarse; hubo un silencio profundo.

Manuel pegó un profundo suspiro, y agachó la mirada. Miguel supo entonces, que debía hacerlo.

Era complicado para él, pero... era lo que debía hacer. Era momento de ser un hombre valiente.

—Manuel, yo... sé que te debo explicaciones, y... quiero que conversemos, por favor. ¿Puedes escucharme? Yo...

—Adelante... —susurró Manuel, alzando la mirada, y observando atento—. Quiero oírte, Miguel. Quiero oír qué es lo que tienes para decirme.

Miguel tragó saliva, y asintió. Guardó silencio por unos instantes, y luego de encontrar las palabras para proceder, inició:

—Quiero que sepas, Manuel, que lo siento muchísimo. Sé que te fallé, y sé que te decepcioné a más no poder. Sé que fui caprichoso, que fui apático contigo, y que probablemente no merezca una segunda oportunidad. Manuel, quiero pedirte perdón, por lo que ocurrió el día de mi cumpleaños. Yo sé que... ese día, tú estabas muy emocionado por lo que ocurriría. Tú y yo, teníamos otros planes, Manu, y... todo se fue al tacho de la basura. Me equivoqué, Manuel; me equivoqué muchas veces. Perdóname, Manuel; fue por mi causa, que ahora, tú y yo... estamos así.

Manuel sintió que la garganta se le tensó. Miguel observó con expresión melancólica.

—No debí negarte, y no debí dejarte a la deriva. Es cierto, te juro que no lo hice con esas intenciones, Manuel. Yo jamás, te lo juro por Dios, habría querido dañarte. Hasta hace unos días atrás... comprendí realmente lo que ocurrió conmigo. Si no reaccioné como debía, fue por...

—Martín ya me lo mencionó —intervino Manuel, en un susurro—. Me contó todo; sufriste de un shock mental.

Miguel asintió despacio.

—Y yo, quiero que sepas, que...

—Y yo también sufrí de un shock mental —agregó Manuel, con la voz apretada—. No sabes cómo me sentí, Miguel. Me sentí tan mal.

—Manu, por favor, déjame terminar; quiero que sepas, que...

—No... ¡tú déjame terminar! —agregó Manuel, visiblemente afectado; Miguel asintió despacio; en otras circunstancias, habría arremetido contra Manuel, pero ahora, sabiendo que debía darle su espacio a él, y oír sus descargos, Miguel guardó silencio, y con humildad, recibió dichas palabras—. T-tú sabías, Miguel... cómo estaba yo de emocionado ese día. Lo nervioso que estaba. Me sentí tan... humillado. Te confié ese miedo, Miguel, y como mi prometido, me apoyé en ti. Me sentí tan... destrozado.

—Lo siento...

—Me hicieron sentir, igual a como me sentí, en la noche que murió mi hijo.

Miguel apretó su garganta; los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Lo siento...

—Yo fui tan cuidadoso contigo, Miguel; siempre...

—Lo siento...

—Me sentí muy basureado.

—Lo siento...

—Y me dolió...

—Lo siento, Manu, lo siento...

—¡I-íbamos a casarnos, Miguel! —exclamó en un susurro, sintiéndose su voz endeble—. ¡Íbamos a vivir juntos, había comprado nuestra propia casita!

—Lo... lo siento, lo siento...

—Me dejaste con el corazón roto, Miguel...

—Lo siento, lo siento, lo siento...

Manuel tenía los ojos llenos de lágrimas. Llevaba una expresión muy rígida, signo del llanto que tenía retenido. Miguel, en su sitio, observó con aura melancólica, y con la culpa oprimiéndole el pecho.

Hubo otro silencio entre ambos; se oyó la respiración agitada de Manuel.

—Manuel...

Susurró Miguel, y despacio, entrelazó sus manos a las de Manuel. Se bajó del sofá, y se arrodilló en el suelo; desde allí, Miguel observó a los ojos de Manuel, con aura suplicante.

Miguel quería llorar; tenía unas inmensas ganas de llorar; pero no lo haría. Con aire valiente, se tragó el llanto. Observó con aura decidida, y con voz suave, susurró a Manuel:

—Lo siento mucho, Manuel.

Manuel sintió que colapsaba.

—Lo siento mucho. Perdóname, Manuel. Me equivoqué; perdóname.

Aquellas tan simples palabras, eran las que Manuel, deseó escuchar por tanto tiempo. Una simple disculpa, sin excusas de por medio. Una simple disculpa, era todo lo que Manuel pedía, y esperó por tantísimo tiempo.

Solo era eso...

Y sin previo aviso, y por las palabras de Miguel, Manuel reventó en llanto. Como un niño pequeño, se deshizo en dolor, y despacio, se llevó ambas manos al rostro.

Miguel entonces, no pudo tampoco retenerse. En silencio, las lágrimas le cedieron a él.

Por unos instantes, solo se oyó llorar a Manuel. Miguel observó a poca distancia de él, con expresión dolorosa.

—Abrázame... —pidió Manuel, en un profundo sollozo, y Miguel, en un instante, se aferró a él en un abrazo.

Ambos se abrazaron.

Manuel entonces, se sintió tan protegido y comprendido en brazos de Miguel, que, en la desnudez de su alma, dejó al descubierto uno de sus más grandes dolores recientes.

Y estalló.

—M-me... me torturaron también, e-en la estación de po-polícias, y... y... tuve miedo; me dolió... te necesité tanto, Mi-Miguel... sentí miedo, miedo... tuve miedo...

Miguel se aferró a él con más fuerza; lo posicionó en su pecho, signo de protección. En aquellos momentos, en Manuel, no veía a un hombre adulto.

Veía a un niño herido.

—Lo siento tanto, mi amor... —susurró Miguel, con la voz rota; en sus palabras, y en la valentía que mostraba al entonarlas, era evidente un arrepentimiento sincero—. Lo lamento tanto, tanto... rompí nuestra relación; la hice trizas, y no supe lo valioso de esto, hasta que los días pasaron, y me di cuenta que, a tu lado, yo lo tenía todo, Manu...

Ambos se enfrascaron en sollozos; siguieron abrazados.

—Te amo, te amo, te amo infinitamente, Manuel... te lo juro por Dios, que te amo. Y me arrepiento tanto de no haber sabido actuar en ese instante; te juro por Dios, que, si pudiese revertir el tiempo, lo haría. Merezco todo lo que quieras decirme; i-incluso, si deseas despreciarme, yo...

Despacio, Miguel soltó a Manuel; este, contrariado, observó con lágrimas en los ojos. Miguel cerró sus ojos, y en un susurro, dijo:

—S-sé que sufriste mucho, y por eso, s-si tú, deseas golpearme, para poder sentirte en paz... está bien.

Ante aquellas palabras, Manuel observó descolocado. Abrió los labios.

—A-aquí tienes mi rostro, Manuel. Golpéalo; probablemente no sea suficiente para remediar el daño que te hice, pero... creo que es lo que merezco hagas conmigo. Está bien si así lo quieres; lo recibiré sin decir nada. Me equivoqué, y te hice daño; eso es imperdonable, Manu... así que, por favor, si lo deseas... golpéame.

Manuel quedó con la sangre helada. Contrajo las cejas.

¡¿Qué?! ¡¿Acaso había oído bien?! Miguel le estaba diciendo que, si él lo deseaba, podía golpearle el rostro, como forma de desahogo al dolor producido por la ruptura.

Manuel quedó de piedra por unos instantes; Miguel, en su sitio, siguió con los ojos cerrados, y esperó a la golpiza. En sus muslos, tenía ambas manos empuñadas; estaba asustado.

Lo que Manuel, no entendía sobre aquella acción de Miguel, es que él, en los días junto a Antonio, había ya lamentablemente normalizado, el hecho de ser castigado a golpes.

Manuel se quedó mudo; las lágrimas le siguieron escurriendo.

Y, tras el paso de unos instantes, Miguel se quedó rígido. Sintió que, en cualquier momento, el impacto llegaría en su cara. Puso rígida su mandíbula, y por dentro, contrajo su garganta; se quedó allí, esperando recibir el impacto del puño de Manuel en su rostro.

Pero, en lugar de eso, otro impacto llegó.

Miguel entonces, sintió de pronto, unas suaves manos acunarle las mejillas. Al instante entonces, Miguel sintió una sensación cálida, suave y húmeda en la boca.

Abrió los ojos de golpe.

No pudo creerlo.

Manuel le besó los labios.

Miguel contrajo los ojos, y como si de una explosión nebular se tratase, sintió su pecho estallar en tantas emociones, que lo único que su cuerpo somatizó por aquello, fue una simple lágrima caerle.

Miguel se sintió en un sueño. Quedó frío.

—¿Cómo piensas que yo, sería capaz de golpear, al hombre que más amo en esta vida? —susurró Manuel, separándose levemente de Miguel, y pegando su frente a la de él; Miguel, con los ojos aún contrariados, observaba atónito—. Te amo, Miguel. Desde aquel día, nada ha cambiado. Al igual que tú, durante todo este tiempo lejos de ti, he aprendido muchas cosas, pero... el sentimiento, esto que siento por ti, jamás se ha ido. Sigue ahí, con tanta fuerza...

Miguel entonces, se rompió. Un pequeño sollozo salió desde sus labios.

—No te desprecio, ni podría golpearte. No te odio, Miguel. Yo solo... quería oír unas disculpas de tu parte; sin excusas de por medio, sin peticiones egocéntricas, y... veo que, al fin, después de un tiempo, has comprendido las cosas. Has cambiado, has crecido, Miguel, y eso me gusta. Yo ahora, ya no te amo de la misma forma en que lo hacía antes, y...

Al oír lo último, Miguel quedó de piedra. ¿Qué ya no le amaba de la misma forma? ¿Qué quería decir con eso? ¿Qué ya no le amaba? ¿Lo amaba menos? A Miguel, aquello le entristeció; los ojos se le volvieron a llenar de lágrimas. Tampoco podía culpar a Manuel, si es que ya no le amaba como antes, era simplemente una consecuencia de la distancia.

Estaba bien; no podía juzgarle aquello a Manuel. Miguel sabía, que existía aquella triste posibilidad, por más que le destrozara en el alma...

—No te amo de la misma forma en que te amaba antes; porque antes, te idealicé tanto, y me hice una imagen tan irreal de ti, que, dentro de mi cabeza, formé a un Miguel que no existía. —Miguel contrajo los ojos; la idea reciente que se había hecho, era la equivocada; Manuel apuntaba hacia otro sentido—. Ahora, con el tiempo... aprendí cosas, Miguel. Y ahora, te veo real; por eso, no puedo decirte hoy, que te amo igual. Hoy te amo de esta manera; como el Miguel imperfecto que eres. Como esa persona con defectos, de la cual me enamoré. Antes yo... yo también fui tonto, Miguel. Sin darme cuenta, me hice daño a mí mismo, y también, te lo hice a ti.

Miguel lloró, pero esta vez, de la emoción. Manuel, en aquellos instantes, le decía cosas sumamente valiosas.

—Te exigí demasiado, Miguel, y esperé que tú, te hicieses cargo de mis vacíos emocionales. Te traté como a un niño, cuando siempre, yo te ocultaba mis problemas. Fallé en la comunicación contigo; tanto tú, como yo, tuvimos errores. La ruptura en nosotros, fue culpa de ambos; y, por eso...

Despacio, volvió a acariciar las mejillas de su amado. Miguel miró con pasión retenida.

—Quiero que también, tú me disculpes. Perdón, Miguel. Por favor, perdóname.

Miguel torció los labios, y asintió entre lágrimas.

—S-sí, mi amor...

Manuel sonrió despacio, y Miguel, en un acto impulsivo, se lanzó sobre él; luego le besó los labios.

Ambos entonces, se enfrascaron en un hambriento beso. Manuel, entre medio de aquello, sonrió enternecido. Miguel lanzó un leve suspiro, signo de la alegría que sentía, al tener a Manuel entre sus brazos, y sentir de nuevo el dulce elixir de sus labios.

Y entre caricias, y suaves besos, Manuel abrió despacio la frazada del sofá. Miguel, con una sonrisa imborrable en sus labios, se metió con él adentro. Ambos se acurrucaron, y se abrazaron. Manuel entonces, le pidió a su amado:

—¿Me podís hacer cariñito? —Aquello lo pidió en un tono tan meloso, que Miguel lanzó una pequeña risilla—. Extrañé mucho tus cariñitos; por favor...

Miguel, en una sonrisa tierna, asintió. Manuel se acomodó en el pecho de Miguel, y pronto, pudo oír los fuertes latidos de su corazón. Miguel, despacio, comenzó a acariciarle el cabello a su amado.

Ambos se quedaron en dicha posición por varios minutos. Miguel se sintió lleno de felicidad; cerró los ojos, y respiró profundamente el cabello a su amado.

El olor de Manuel; su dulce fragancia; su tacto, su cuerpo, sus manos, sus besos...

Dios; cómo lo había extrañado. El tenerle así, de nuevo, era simplemente un sueño; un privilegio único.

Y más aún, porque el corazón de Manuel, en aquellos instantes, le pertenecía; Miguel sintió una cálida sensación en toda su alma.

—Te extrañé muchísimo, mi Manu... —susurró Miguel, con voz muy suave—. Tanto, tanto... te soñaba todos los días. No había día, en que no pensara en ti, mi amor.

Manuel sonrió; sintió un fuerte cosquilleo en su estómago. Se sonrojó notoriamente.

El tener así a Miguel, entre sus brazos, y sintiendo todo lo que, de él, siempre le embriagaba, era hipnotizante.

Manuel también, se sintió en un profundo sueño. Ambos suspiraron despacio.

—Yo también te extrañé, mi vida... —susurró Manuel, y Miguel, sintió un fuerte cosquilleo—. Todos los días, en todo momento...

Despacio, Manuel alzó la mirada hacia Miguel; ambos hicieron contacto visual directo. El choque entre sus miradas esmeralda, y azul, provocaron un lindo matiz romántico. Miguel le acarició el rostro; Manuel se dejó mimar, como un pequeño gato.

Ambos sonrieron.

—¿Un besito? —susurró Miguel.

—¿Para que un besito, si puedo darte miles?

Ambos sonrieron con expresión enamorada. Manuel entonces, se incorporó despacio; posicionó a Miguel en su pecho, y luego, le tomó el rostro.

Acercaron sus rostros, y en un susurro, Manuel le dijo:

—¿Amas a Antonio?

—No lo amo.

—¿De verdad no lo amas?

—Lo detesto... —susurró Miguel, observando directo a los ojos de su amado, y sintiendo su cálido aliento en sus labios—. Es un asqueroso; un ignorante...; jamás podría compararse a ti, mi amor. Tú eres, para mí, todo lo que está bien en este mundo.

Manuel sonrió despacio.

—¿Y... y Lú? —se atrevió a preguntar Miguel, avergonzado—. ¿Es verdad que te lo cogiste? ¿U-ustedes tuvieron algo?

Manuel negó despacio.

—Te dije eso, la vez pasada, solo porque yo... estaba muy enojado. —Miguel observó curioso—. Estaba tan enojado de que, tú hubieses preferido a Antonio, que...

—Yo no preferí a Antonio, Manu...

Manuel guardó silencio. Desvió la mirada.

—Si estoy ahora en San Isidro, es por mi padre, Manu. A Antonio jamás lo pedí; me desagrada. A quién amo, es a ti. Tú lo sabes, mi amor. Te adoro; solo a ti. Tus besos, tus abrazos, tu sexo, tus caricias, tus palabras... todo de ti amo, mi amor. Él jamás podrá compararse a ti; yo solo tengo ojos para ti...

Manuel sonrió despacio; los ojos se le cristalizaron; Miguel, con expresión muy melancólica, le acarició por detrás de las orejas.

—Y lo mismo contigo... —susurró Manuel, y despacio, le depositó un beso en los labios a su amado—. Nunca tuve nada con Luciano; es más, he sido muy tajante con él, al decirle que no habrá nada entre nosotros. En algún momento, quise olvidarme de ti, teniendo una vida más bohemia, pero... no me funcionó.

Miguel lanzó una pequeña risilla.

—Lo único que conseguí con eso, fue pensar más en ti. Nada me ayudó; solo Martín, en mis peores momentos, me ayudaba a olvidar, y...

—¿Cómo está Martín?

—Él está bien... —susurró Manuel, riendo—, pero... ¿Por qué hablaríamos de Martín? Mira... —Despacio, deslizó sus cálidas manos, y se aferró a la cintura de Miguel; lo atrajo más hacia su cuerpo; Miguel sintió la calidez en el cuerpo de su amado, y se sonrojó—. Tenemos la noche para nosotros, mi amor. Después de tanto extrañarnos, ¿crees que debamos hablar de otras personas?

Miguel sonrió divertido; despacio, se aferró al cuello de Manuel. Le dio un beso de lengua a su amado.

Ambos se sonrojaron, y suspiraron.

—Mañana tenemos todo el día para conversar... —musitó Miguel, y apegó su naricita a la de Manuel; se hicieron cariñito con ellas, similar a la de los gatitos—. Ahora... solo vivamos este momento, después de tantos días estando lejos, yo solo quiero vivirte. Nada, ni nadie, me importa ahora; solo tú...

Ambos entonces, se enfrascaron en interminables besos, y caricias. En el silencio de la sala, solo se oyeron suspiros, jadeos, y el suave sonido de dos bocas acariciándose.

La pasión, en aquella habitación, era palpable. Los días estando ambos tan lejanos, extrañándose en la distancia, añorándose con fuerza, provocó que, en aquel instante, ambos estallaran en emociones, y en pasión.

Y, obviamente...

También en excitación.

Porque en la lejanía de Miguel, Manuel extrañaba sus caricias, su cuerpo, y su erotismo. La forma en que lo embriagaba, y aquella conexión natural e inigualable, que ambos experimentaban al momento de conectarse en la intimidad.

Solo ellos podían llegar a entender aquello.

Y Miguel, más que nunca, añoraba también aquella forma tan erótica, sensual y sensible, en que Manuel lo deleitaba en el acto íntimo. Su virilidad, su forma de proceder siempre en acciones placenteras para él, y ese fulgor sexual que siempre lo dejaban sin aliento...

Porque a diferencia de Antonio, Manuel si lo complacía totalmente. Antonio, en cambio, era una maldita bestia, un bruto, y no sabía hacer nada más que saciarse a sí mismo, en desmedro de Miguel; lo hacía sentir basureado, humillado, y poca cosa.

En brazos de Manuel, en cambio, Miguel se sentía saciado, y perfecto. Junto a su amado, Miguel no necesitaba más. Manuel lo deleitaba, lo ensalzaba, y lo hacía sentir apreciado, y hermoso.

Con Manuel, él se sentía en el cielo.

—¿Estás excitado? —preguntó Miguel, en un jadeo caluroso, cuando después de un largo beso, lleno de fulgor sexual y pasión, ambos se separaron un poquito, y se observaron con ojos adormilados.

Manuel, que llevaba una expresión lujuriosa, y mejillas sonrojadas, asintió despacio.

Miguel sonrió.

Manuel, despacio, tomó la mano de Miguel; la llevó cerca de su entrepierna; Miguel sintió un fuerte cosquilleo en su estómago, y en un impulso, deslizó su mano hacia la entrepierna de Manuel.

Miguel entonces, sintió la erección de Manuel.

Sintió ganas de gritar; chucha, chucha, chucha...

¡Cómo extrañaba sentirle la erección a Manuel! El volver a tocarla, por encima del pantalón, y marcándosele tan claramente...

Dios, Miguel quería hacerlo ya. La boca se le hizo agua.

Añoraba ser tomado por Manuel, y sentir su exquisita esencia, después de pasar tantos días martirizado por el repulsivo y torpe sexo de Antonio. Necesitaba a Manuel, para limpiar aquel rastro que mucho asco le provocaba; necesitaba sentir a Manuel; y poder volver a tocar el cielo.

—Hazme el amor, Manu... —jadeó, dando un firme y lento apretón al pene de Manuel, por sobre el pantalón.

Manuel jadeó despacio; las manos le temblaron. Sonrió extasiado.

Y sin mediar más palabras, Manuel, con aura sensual, deslizó una mano al trasero de Miguel; apretó con fuerza. Volvieron a besarse, y entre medio del beso, Miguel gimió, sintiéndose extasiado.

Y ambos, comenzaron a intensificar sus jadeos, y sus caricias eróticas, en medio de la sala. Y muy probablemente, ambos hubiesen terminado en el acto íntimo, sino fuese porque, a los minutos, Eva llegó al lado de ellos.

El cascabel de su collar, les alertó.

Manuel y Miguel, pararon de golpe. Con el rostro sonrojado, despeinados, muy acalorados, y semidesnudos, observaron a Eva; ella les observó con expresión descolocada; Manuel, que ya estaba por encima de Miguel —y hasta ya había subido sus piernas al hombro—, sonrió nervioso.

Miguel contrajo las cejas.

—Amorcito, ¿por qué paras? Estaba rico; démosle...

—E-es que la Eva nos está mirando po, amor; y...

—Pero... si cuando vivíamos en al apartamento, Eva nos veía coger todos los días, ¿cuál es la diferencia? Ya pues... —reclamó Miguel, en un tono muy meloso; bajó sus piernas, se alzó, y le besó el cuello a Manuel; este lanzó un leve gemido, y luego sonrió—. No me dejes con las ganas; no seas malito, mi amor...

Eva lanzó un sonido gutural, típico de los gatos.

—Es que amor, la Eva está...

—Hazme el amor, pues..., ¿o de verdad no quieres?

—Obvio que quiero, mi amor; he estado esperando esto por cuánto tiempo; lo único que quiero, es hacértelo toda la noche, y...

Eva esta vez, lanzó un maullido fuerte. Manuel torció los labios. Miguel, por otro lado, creyó entender el mensaje.

Hubo un silencio.

Eva los estaba regañando.

—Mh, ya... —susurró Manuel, y asintió despacio—. Tenemos que parar.

Miguel miró apenado.

—Pucha... —se lamentó, y Manuel, rio por lo bajo; le depositó un suave besito en los labios—. Yo quería hacerlo.

—Y yo también, mi amor... —respondió Manuel, tomando la parte superior de su pijama, y colocándosela de nuevo—. Mira po, si me quedé con las ganas.

Manuel bajó sus manos, y se apuntó la entrepierna. Por encima del bóxer, se vio la gran erección. Miguel miró apenado, y excitado.

—Tamare' que rico... —susurró Miguel, sonriendo—. Una chupadita al menos.

—¡Mi amor! —exclamó Manuel, riéndose; Miguel se sonrojó. Eva volvió a lanzar otro maullido, esta vez enojada—. Disculpa, Eva; sorry. No te enojí.

Manuel, ya había aprendido a descifrar el lenguaje de Eva. Ella, intentaba decirles a ambos, que se oía perfectamente todo lo que hacían, hasta la habitación en donde dormía Lú.

Debían parar; no podrían intimar esa noche. Luciano podría estar oyéndolos, y por respeto a su presencia, no era bueno que lo hicieran. Para nadie, era cómodo oír a dos personas tener sexo, y menos, cuando se trataba de tu propio hermanastro, junto al chico que intentabas conquistar.

Y peor, era si se admitía el hecho, de que Manuel y Miguel, estaban absolutamente excitados, y con el furor sexual muy comprimido, a punto de estallar. Si volvían a tener sexo, después de tanto tiempo en abstinencia sexual del otro, no tendrían una simple cogidita; sería una cogidota; con todo, o si no, ¿pues para qué?

Era una decisión sabia, el retenerse por el momento.

—Tiene razón la Eva, mi amor... —musitó Manuel, poniéndose los pantalones del pijama; Miguel, a su lado, y con expresión entristecida, se ponía su camisa—. Podemos despertar a Lú; no sería correcto hacerlo ahora.

Miguel, con ojitos tristes, asintió. Manuel lo tomó por la cintura, y le besó la mejilla. Miguel sonrió con ternura.

—Mi niño bonito... —musitó Manuel, besándole el cuello a Miguel—. ¿Quién es mi peruanito de canela?

Miguel comenzó a reír enternecido; se sonrojó.

—¡Me haces cosquillas, Manu! —exclamó, en un susurro.

Manuel, en tan solo unos pocos minutos, le devolvía la felicidad que, en todos los días junto a Antonio, se había desvanecido.

Miguel, no quería que aquella noche terminase nunca. Manuel tampoco lo quería.

—Pero... podemos dormir juntitos, ¿verdad? —susurró Miguel, con los ojitos azules impregnados en ensoñación—. E-eso no estaría mal, ¿verdad?

—¿Puedes dormir en un sofá?

—Contigo, puedo dormir en donde sea, mi chilenito hermoso.

Manuel se sonrojó hasta las orejas, y lanzó una pequeña risilla.

—Entonces durmamos, mi peruanito lindo; véngase pa' cá; vamos a dormir.

Entre risas silenciosas, y miradas llenas de enamoramiento, ambos se acurrucaron en el sofá. Se taparon con la frazada, y Miguel, se aferró con ahínco al pecho de Manuel. Manuel, por su lado, aferró a Miguel con fuerza a su cuerpo; ambos quedaron fuertemente abrazados. Miguel sonrió, sintiéndose protegido en brazos de su amado.

Y en medio de la madrugada, ambos se dieron muchos besitos revestidos de pura ternura. Durante muchos minutos, se observaron directo a los ojos, se acariciaron el cabello, y se susurraron palabras de amor. Cuando entonces, el cansancio corporal, les obligó a ceder, Manuel y Miguel, abrazados, cayeron ante el sueño.

Eva, cuando ambos yacieron dormidos, se subió sobre ellos, y en medio, se acurrucó.

Manuel, Miguel y Eva, entonces durmieron en el sofá, y la imagen que allí se vio, fue la réplica exacta, de los días en Miraflores, cuando los tres eran una familia, y compartían su cama en aquel lecho de amor.

Para los tres, nadie más existió en aquel instante.

(...)

Cuando el reloj en la sala, marcó las 3:30 am, Luciano, desde la habitación, se inmiscuyó en la sala.

Al no sentir a Miguel dormir a su lado, Luciano se preocupó, y curioso, por donde Miguel podría estar, Luciano se alzó, y con expresión somnolienta, caminó.

Grande fue su sorpresa, cuando al caminar a la sala, Luciano vio aquella imagen sobre el sofá; Manuel y Miguel dormían abrazados, y sobre ellos, acurrucada, Eva también dormía.

Luciano se detuvo por unos instantes, y pestañeó. Se acercó aún más al sofá, y quedó frente a él. Eva, alertada por su presencia, despertó. Alzó su cabeza, y observó a Luciano; bostezó.

Luciano miró aquella imagen con expresión melancólica. El corazón se le contrajo; Eva le miró curiosa.

—Manuel... Miguel...

Susurró, y despacio, se sentó en el suelo; los siguió mirando, en total silencio.

Miguel llevaba una leve sonrisa en sus labios. Tenía una expresión inundada en paz, y muy plácidamente, dormía sobre el pecho de Manuel.

Manuel, por otro lado, llevaba una expresión llena de sosiego. Con ambos brazos, tenía abrazado a Miguel por sobre su pecho. En la posición que ambos estaban, era evidente que se aferraban con fuerza el uno al otro. Y, como cereza del pastel, Eva, durmiendo sobre ambos, daba una imagen completamente tierna.

Luciano los observó por varios minutos en silencio. Eva lo miró con expresión somnolienta.

A Luciano le cayó una lágrima; su expresión se descompuso. Eva sintió lástima, y rápido, bajó al suelo. Caminó hacia Luciano, y entre sus piernas, se posicionó; comenzó a ronronear despacio.

Luciano lanzó una pequeña risilla; otra lágrima le cedió.

—No estoy llorando de tristeza... —susurró con voz bajita, hacia Eva—. Estoy llorando porque... me conmoví.

Eva alzó la mirada, y observó confundida. ¿Por qué Luciano, lloraría de la emoción?

—Ellos se ven tan... felices. Puedo verlo en ambos; mira a Miguel... —susurró Lú, sonriendo despacio, y cayéndole otra lágrima—. Está sonriendo, como nunca antes, lo vi sonreír. Y, menino Manuel, él... mira su cara; está feliz, y la forma en que abraza a Miguel... es como si estuviese protegiéndolo.

A Luciano le rodó otra lágrima; se la limpió suavemente.

—Se ve que ellos se aman tan intensamente, y... y yo... —Luciano agachó la cabeza; se sintió culpable—. Intenté interferir entre ellos; fui un idiota...

Despacio, Luciano se alzó desde el suelo. Mantuvo su mirada fija hacia ellos.

—Yo... debería estar así; abrazado, y durmiendo con... —Luciano se mordió los labios; las palabras se le atascaron en la garganta—. C-con menino Martín, po-porque yo...

Eva miró a Luciano. En él, pudo ver cómo su rostro de piel morena, se había sonrojado notoriamente. Otra lágrima le cedió.

—Me... me gu-gusta Martín, y... y... me gustaría es-estar de esta forma, como lo están Manuel y Miguel, pe-pero con Martín...

Luciano se llevó ambas manos al rostro. Se tapó con vergüenza. Hubo un largo silencio.

Pegó un fuerte suspiro.

—Hay cosas que, por más que evitemos, siempre están destinadas a ocurrir... —susurró Luciano, con mirada nostálgica—. Y... lo de Martín, tarde o temprano, debía afrontarlo...

Eva lanzó un leve maullido; Luciano sonrió.

—Me gusta Martín, y no puedo seguir ignorando aquello. Es hora de afrontarlo.

Despacio, Luciano caminó hacia Manuel, y Miguel. Deslizó su mano por el cabello de Manuel, y lo acarició. Repitió aquello con Miguel. Les sonrió con ternura.

—Espero que sean verdaderamente felices... —susurró, con los ojos impregnados en ternura—. Como escribió una vez Einstein a su hija: ''El amor, es la mayor fuerza universal''; el amor, siempre es más fuerte que todo. Luchen por ello, menino Manuel, y menino Miguel...; luchen por ello.

Eva observó con admiración a Luciano, y luego, este volvió a la habitación. Minutos después, Luciano salió con sus cosas; tomó su celular, y marcó un número. Tras unos minutos, alguien detrás de la línea, contestó.

—Hola, buenas noches, ¿dan servicio de radio taxi a estas horas de la madrugada? —Un hombre, al otro lado de la línea, contestó—. Perfecto, entonces... quiero contratar el servicio, por favor. Necesito ir a un lugar, ahora. Los estaré esperando.

(...)

A eso de las 4:10 am, el timbre de su casa, comenzó a resonar. Martín, en medio de la madrugada, lanzó maldiciones entre dormido; no hizo caso, y siguió durmiendo. A los pocos segundos, el timbre volvió a sonar. Martín abrió los ojos, y levantó el torso; miró con los ojos somnolientos; encendió la lamparita de su velador.

—Pero, ¿quién carajos molesta a esta hora? —jadeó, bostezando luego—. Son las cuatro de la mañana...

El timbre volvió a sonar; Martín contrajo las cejas. Se sentó en la cama, y se puso los zapatos de descanso. De mala gana, arrastró los pies hacia la puerta.

El timbre volvió a sonar.

—¡Ya, la concha de tu madre! ¡Qué son las cuatro de la mañana, che! ¡¿Quién es?! —Martín acercó el rostro al ojo mágico; al otro lado de la puerta, vio a Luciano.

Martín quedó de piedra; contrajo los ojos.

¡¿Pero qué mierda hacia Luciano allí, a esas horas de la noche?!

En tres tiempos, Martín abrió la puerta. Tras ella, Luciano observó avergonzado; sonrió despacio.

Martín, despeinado, con saliva seca en la boca, y con expresión aún somnolienta, se quedó allí parado, mirándole.

Luciano se echó a reír.

—Voce parece muito engracado —''Te ves muy gracioso'', dijo Lú, riendo enternecido; Martín se sonrojó, y contrajo las cejas.

—¿C-cómo quieres que me vea, Lú? ¡Mirá la hora que es! Me desperté de golpe, pibe; hasta pensé que era un ladrón, porque... testigos de Jehová no vienen a esta hora, eh, o... bueno, no hasta el momento, que yo sepa.

Luciano siguió riendo; luego agachó la mirada, y guardó silencio.

—Quizá... te estoy molestando, ¿verdad? —Martín contrajo los ojos—. No debí venir hasta acá...; lo siento, menino Martín. Realmente creo que fui muy imprudente; volveré a casa. Buenas noch...

Martín extendió su brazo, y tomó a Luciano de la mano. Ambos se observaron. Martín dio un leve salto.

—¡A-ah! Perdón, Lú... no quise tocarte así, pe-pero...

—No... está bien; tranquilo.

Luciano se llevó ambas manos tras la espalda; observó tímido. Martín se rascó la cabeza; agachó la mirada.

Hubo un silencio entre ambos.

—Lú, entra. Afuera hace frío; vení, vamos...

—¿Está bien si paso?

—Si no pasas, te haré pasar a la fuerza —dijo, y Luciano, sonrió—. Entra; vamos.

Luciano ingresó a la casa, y Martín cerró la puerta. Despacio, Lú comenzó a caminar, observando por todos los rincones. Martín caminó tras él.

—Lú, ¿ocurrió algo? ¿Tuviste un problema? —preguntó Martín, nervioso pues, la presencia de Luciano, a altas horas de la noche, no podría significar otra cosa, que quizá un problema con Luciano—. ¿Necesitas mi ayuda? ¿Alguien te está persiguiendo? ¿Alguien te hizo algo?

Luciano comenzó a reír; Martín observó descolocado.

—No seas tan trágico, Martín; yo estoy bien.

—¿De verdad? —inquirió, preocupado—. Si alguien te hizo algo, me decís; lo cago a piñas; vos sabes.

Luciano se sonrojó; agachó la mirada. Martín miró confundido.

—Es-estoy bien, menino Martín... —Martín suspiró aliviado—. Pe-pero... sí, hay algo que ocurre conmigo.

Martín observó atento.

—¿Te sentís enfermo? ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?

Luciano asintió despacio.

—¿Me... me puedes traer algo de beber? Tengo sed; después de eso, te contaré...

Martín asintió despacio, y sonrió.

—¿Mate, té, café, jugo, soda?

—Un jugo.

Martín asintió.

—Enseguida, Lú. Ponte cómodo.

Tras la cocina, Martín se perdió. Luciano, muy curioso como de costumbre, siguió caminando. Pronto, y sin darse cuenta, estuvo en la habitación de Martín. En el interior de ella, yacía una lamparita del velador encendida; el ambiente allí, era muy tierno, y aquella leve luz, daba una sensación muy relajante y cálida.

Luciano inhaló despacio; suspiró.

—Ah, acá estabas. —Se oyó de pronto la suave voz de Martín, desde la puerta—. Pensé que aún estabas en la sala; te estaba...

—¡Jugo! —exclamó Luciano, y Martín, se lo extendió; sonrió agraciado.

Rápido, Luciano lo bebió. Martín observó con expresión enternecida; se sonrojó.

¿Qué hacía allí Luciano? Su sola presencia, y a esas horas de la madrugada, realmente le ponía ansioso...

Y más aún, después del último episodio que tuvieron en su consulta. Desde aquel día, no volvieron a hablar.

Hasta ahora.

—Lú, ¿estás seguro de que, estás bien? ¿No pasa nada contig...?

—Menino Martín... —susurró Luciano, y despacio, dejó el vaso a un costado; se limpió los labios con su antebrazo, y luego, observó a Martín; ambos se miraron en silencio—. Ha-hay algo importante q-que... que quiero que sepas.

Martín asintió despacio; observó impávido. Luciano se sonrojó.

Hubo un intenso silencio entre ambos.

—Y-yo... desde hace un tiempo a-atrás... agh —Luciano se tapó el rostro con ambas manos; se maldijo por lo bajo; Martín contrajo los ojos.

—¿Todo bien, Lú? ¿Está todo...?

—¡N-no, no está todo bien! —respondió Luciano, sintiéndose frustrado; Martín miró asustado.

—¿Q-qué pasa, pibe? Decíme; me estás preocupando. ¿Necesitas ayuda, un préstamo, alguien te hizo algo, o acaso...?

—Sí; alguien me hizo algo.

—¿Quién? Decíme, y lo cago a piñas. Decíme, Lú; yo te defiend...

—Tú.

Martín, que tenía los puños en alto, dispuesto a luchar en defensa de Luciano, contrajo los ojos, y se quedó con una expresión muy estúpida en la cara.

Guardó silencio.

Luciano, por otro lado, estaba sonrojado hasta las orejas.

Martín no supo qué decir.

—¿Q-qué? ¿Yo qué...? ¿Cuándo...?

—Me gustas —lanzó tajante Luciano, ya hastiado de tanto formalismo, y rodeos—. Me gustas, ¡me gustas, me gustas! ¡¿Tienes algún puto problema con eso, argentino de mierda?! ¡Me gustas, me gustas! ¡¿Qué vas a hacer al respecto?! ¡Dímelo!

Martín quedó con una expresión muy graciosa en su rostro. Abrió la boca; la sangre se le heló.

¿Qué?

¡¿QUÉÉÉÉÉÉ?!

¡¿ESCUCHÓ BIEN?!

—A-ah, ah... ah... ¿q-qué? ¿U-uh?

Luciano apretó los puños, y se quedó en silencio. Cerró los ojos, y lanzó un fuerte quejido. Martín aún no pudo creerlo.

Hubo otro largo silencio.

—¿E... es jo-joda? ¿Es joda, Lú? ¡¿POSTA, ES JODA?!

Luciano entonces, estalló. Para él, aquello ya era lo suficientemente complicado y vergonzoso, como para que además Martín, pensara que era una broma; le estaba tomando el pelo.

¡Porque no era una broma!

—¡¿C-cómo piensas, que va a ser una joda, menino Martín?! ¡¿Eres tonto?! —Martín torció los labios; tragó saliva; el corazón le dio un fuerte brinco—. ¡Te... te estoy diciendo que me gustas! ¡¿Qué tiene eso de gracioso?!

—¡N-no es gracioso, Lú! ¡No me estoy riendo! ¡Te juro que no!

—¡Pe-pero piensas que es una broma! ¡Y... y no es broma! Desde hace tiempo, que... que tú... me llamaste la atención y... y después de llegar acá a Perú, yo... comencé a sentirme extraño contigo, y... y creo que, ya entiendo que... me gustas, porque... pues te pienso mucho, y... cuando estoy contigo, me siento en paz, y a gusto, y muchas veces, te imagino junto a mí en situaciones bonitas, y ... y... ¡AGH, VOCE É UM VERDADEIRO IDIOTA!

Luciano gritó aquello con mucha fuerza, pero Martín, que estaba realmente impactado con la revelación de Luciano, no se movió. Ni siquiera pestañeaba.

En su lugar, Martín yacía quieto, con los ojos muy contrariados, y con el rostro sonrojado. Tenía la boca levemente abierta, y el corazón latiéndole de prisa.

Luciano, que se sintió muy sobrepasado, sintió ganas de llorar. Jamás se habría imaginado, llegar a ser capaz de eso. Agachó la cabeza, y se llevó ambas manos al rostro. Dio un pequeño respingo; se oyó un leve jadeo.

Al parecer, iba a llorar.

Martín salió de su trance.

Y Luciano, se sintió realmente mal. Ante la falta de reacción de Martín, Luciano sospechó algo que temía; Martín no sentía lo mismo.

Es más, probablemente, a Martín, aquella confesión le parecía patética. A Luciano le rodó una lágrima; se la guardó en silencio.

—Lú... —susurró Martín, con voz muy suave; despacio, intentó tomar el rostro de Luciano, pero este, lo siguió ocultando entre sus manos—. Lú; mírame...

—N-no... —respondió, con la voz rota—. De-déjame... no debí venir; no debí hacer esto. Soy un idiota... no he cambiado nada desde entonces. N-no debí, no debí...

—Lú, por favor, mírame. Luciano...

Después de insistir por unos instantes, Luciano entonces cedió. Martín le observó a los ojos, y ambos, hicieron contacto visual directo.

Luciano tenía muchas lágrimas contenidas en sus ojos; Martín sintió que el corazón se le quebró.

No podía dejar pasar más tiempo, sin que Luciano no lo supiera.

—Lú; nada de lo que has dicho, es verdad. No pienso que tu confesión sea graciosa, ni tampoco eres un idiota. Yo pienso que...

—Pero no sientes lo mismo que yo... —susurró, con la voz rota—. Me siento tan idiota, porque tú...

—Lú, yo te quiero mucho.

Ante aquellas palabras, Luciano quedó de piedra. Contrajo sus ojos castaños, y abrió los labios. Martín sonrió.

—Yo te quiero, Lú; siempre te he querido. Desde hace muchos años, que yo te pensaba. Cuando dejamos de hablar, yo realmente sufrí, y, desde que te vi por primera vez aquí, en este país, ese sentimiento, que yacía muy escondido en mí, volvió a aparecer. Me gustas, Lú; siempre fue así, y no sabes, cuánto pesar sentí, cuando me preguntabas por Manuel. No pienses que no siento lo mismo, Lú; porque yo si te quiero; te quiero en sentido romántico...

Luciano lanzó un pequeño jadeo; tragó saliva.

Esta vez, Luciano quedó de piedra. Martín sonrió enternecido.

Hubo un largo silencio.

—Y-yo... te quiero, Lú. De verdad, me gustas...

—¿Q-qué haremos ahora? —jadeó Luciano, sonrojado hasta las orejas—. ¿Q-qué se hace, luego de confesarte, y después de que la otra persona, corresponde a tus sentimientos? —Martín lanzó una pequeña risilla; Luciano se veía shockeado—. N-no pensé, en llegar tan lejos contigo; ¿q-qué se hace a-ahora? ¿Q-qué...?

—Cerrá los ojos.

Luciano cerró los ojos, y torció los labios. Las manos le temblaron despacio. La respiración se le volvió más agitada.

Martín entonces, respiró profundamente. Alzó sus manos despacio, y tomó el rostro a Luciano. Lento, se acercó a él, y pronto, ambos sintieron el cálido aliento del otro.

Luciano entonces, sonrió.

Ambos se unieron en un tierno beso; cerraron sus ojos.

Luciano lanzó un leve suspiro, y sintió un fuerte cosquilleo en su estómago. Martín se aferró más a Luciano, y lo abrazó.

Ambos se unieron, y no fue hasta un par de segundos más tarde, cuando decidieron separar sus labios.

Ambos se miraron; respiraron con dificultad. Sus rostros estaban sonrojados.

Sonrieron.

—Eu gosto muito... —''Me gustó mucho'', susurró Luciano, con el rostro acalorado, y con el corazón latiéndole de prisa; Martín sonrió.

—Gostei muito tambem, meu amor... —''A mí también me gustó mucho, mi amor''; respondió Martín, con expresión enamorada.

Ambos rieron despacio, y luego, volvieron a besarse.

Dicen que el primer beso, siempre es un beso tímido, tierno, y revestido de sutileza. A partir del segundo, y cuando ya todo está dicho, viene realmente lo bueno.

Y con Martín y Luciano, las cosas no fueron distintas.

Y cuando ambos, ya dejaron todo zanjado, y sin lugar a más dudas, sus besos se volvieron hambrientos, y entre el silencio de la habitación, jadeos, suspiros y gemidos, se oyeron.

Pronto, ambos estuvieron sobre la cama, y las prendas de vestir, en sus cuerpos ya no existieron.

Tan solo la noche, fue entonces testigo, de lo que allí se concertó. Y como si, de un dulce café con leche se tratase, ambos unieron sus pieles en un tierno y erótico vaivén; entre lo blanco, y lo canela, ambos llegaron al éxtasis, y en susurros tiernos, y sensaciones placenteras...

Ambos hicieron el amor.

Cuando entonces, Luciano sintió a Martín en su interior, con el paso de los minutos, sintió que tocaba el cielo con las manos; ambos estallaron en sensaciones, y cayeron rendidos en un mismo lecho, con los cuerpos sudados, y jadeos entre cortados.

La madrugada transcurrió, y hasta el siguiente día, ambos durmieron en la misma cama, aferrados con fuerza y ternura.

Aquella mañana, en los labios de Martín, una sonrisa se concertó.

(...)

Cuando los primeros rayos del sol, extendieron sobre su rostro la sensación cálida, Miguel, en el pecho de su amado, abrió los ojos.

En un primer instante, Miguel sintió que aquello no era real. Ante su mirada, se extendía una imagen que, a su parecer, era casi celestial; Manuel, a su lado, dormía placenteramente. Miguel sintió una cálida sensación en su pecho; sonrió enamorado.

Cómo añoraba esa imagen por las mañanas; el ver a Manuel, el hombre al que amaba, durmiendo en sus brazos.

Aquella belleza, era una imagen muy distinta, a lo que Miguel, últimamente estaba ya acostumbrado; el encontrarse de frente con la nauseabunda e indeseable presencia de Antonio; de solo recordarlo, a Miguel le daba escalofríos.

¡Pero! ¡¿Para qué recordar eso?! Era mejor olvidar, y por el momento, disfrutar aquella hermosa regalía, que la vida le concedía. Ante él, ahora tenía a Manuel; a su Manuel, allí, con su expresión tan bonita, y son su típico ronquido leve, que, a Miguel, le deleitaba incluso, pues le parecía tierno.

Despacio, apegó su rostro al cuello de Manuel; inhaló profundamente, y suspiró. Manuel siempre llevaba el aroma de aquel perfume que tanto le embriagaba; una mezcla de un perfume marino, y de menta.

Miguel sonrió como un chiquillo enamorado.

—Mi Manu... —susurró despacio, alzando su mano, y acariciándole el rostro a su amado; Manuel dio un leve jadeo, y siguió durmiendo—. Mi hermoso Manu; mi amor, mi amor...

Miguel no pudo evitar soltar una pequeña lágrima por ello. El volver a ver a Manuel entre sus brazos, durmiendo, y en aquella cercanía, le traía inevitablemente, viejos recuerdos de los días vividos en Miraflores.

A Miguel aquello, le formaba un fuerte nudo en la garganta.

Cómo extrañaba aquellos días...

—Te amo tanto, mi amor... —susurró a Manuel, y despacio, le besó la comisura del labio—. Te amo, te amo tanto, tanto, tanto...

Eva, a un lado, observó a Miguel. Con ojos somnolientos, pestañeó conmovida. Hace muchísimo tiempo, que no veía así de feliz a Miguel.

Ella, en su interior, también extrañaba muchísimos los días de antaño, cuando los tres, en las mañanas, amanecían durmiendo en el apartamento de Miraflores.

Hace muchísimo tiempo, que no veía llorar a Miguel, de la pura felicidad, pues, en el último tiempo, él solo lloraba de la tristeza por causa de Antonio, y Héctor.

—No quiero volver; no quiero... —susurró, abrazándose con fuerza al pecho de Manuel; al poner su oreja allí, sintió los latidos de su corazón—. Quiero quedarme aquí por siempre, a tu lado, contigo, mi amor; por siempre, por siempre...

Miguel se aferró con fuerza a Manuel; cerró los ojos, y una lágrima le cedió. Se quedó así por varios minutos, disfrutando cada segundo que, junto a su amado, le llenaban de paz el alma.

Porque cada minuto junto a Manuel, era pura paz. Su presencia le entregaba a Miguel, tanta paz, seguridad y protección, que, en brazos de Manuel, Miguel se sentía como en su verdadero hogar.

Manuel le daba mucha seguridad, porque sabía que, junto a él, jamás viviría los malos tratos de Antonio.

Miguel suspiró.

—Eres tan distinto a él... —susurró, acurrucándose más a los brazos de Manuel—. Tan distinto, porque... eres tan humano —despacio, alzó su mano, le acarició la mejilla a Manuel—. Antes de ti, yo era una persona tan horrenda, y... me enseñaste a cambiar, Manuel. No puedo no amarte; me tomaste, y ahora, soy solo tuyo. No tengo ojos para nadie más, nunca más...

Eva, a un lado, se posicionó. Observó a los ojos de Miguel; hicieron contacto visual directo.

A Miguel entonces, le cedieron más lágrimas.

—No quiero volver, Eva... —sollozó en silencio, con expresión muy dolorosa—. No quiero, no quiero... en este lugar, estás ustedes dos; a quiénes yo más amo; a quiénes me dan paz...

Hubo un profundo silencio; solo se oyó el ruido de la calle. Miguel se quedó en el pecho de Manuel, aferrado con muchísima fuerza.

—Pe-pero... no puedo dejar solo a mi papá; él confía en mí...

De pronto, Manuel se movió ligeramente. Miguel alzó su cabeza, y lo observó. Manuel abrió los ojos despacio; pestañeó confundido.

Miguel sonrió.

—Buenos días, amorcito mío... —susurró Miguel, besándole la frente a su amado.

Manuel se sonrojó, y de inmediato, los ojos se le impregnaron de aura nostálgica; al parecer, él tampoco podía creer, el hecho de que, a su lado, Miguel estuviese.

—Mi amor... —susurró, cansado—. Buenos días, mi niño hermoso...

Ambos se volvieron a abrazar; se quedaron pegaditos, y se dieron muchos besitos en la cara. Se miraron con semblante muy tierno.

—¿Qué hora es, amor? —preguntó Manuel, con voz muy suave; Miguel extendió su brazo, y cogió su celular que yacía en el suelo; observó la pantalla.

Miguel contrajo los ojos; sintió un fuerte escalofrío recorrerle la espalda.

''Antonio: 24 llamadas perdidas''.

Antonio no paraba de llamarlo, y el celular, que estaba en silencio, no le avisaba sobre ello. En la pestaña superior, Miguel pudo observar de reojo, uno de los tantos mensajes en su WhatsApp.

''Cuando llegues, vas a ver de lo que soy capaz''.

Miguel torció los labios; el corazón se le detuvo; sintió pavor.

Manuel, a su lado, observó curioso.

—Amor... —susurró, deslizando una mano por el rostro de Miguel, y acariciando—. ¿Pasa algo?

Miguel contrajo los ojos. Con expresión rígida, observó a Manuel; se quedó en silencio por unos instantes.

Manuel se preocupó.

—¿Qué pasa? —Se alzó, y se sentó en el sofá; Miguel quedó frente a él—. ¿Qué pasa, Miguel? ¿Por qué esa cara? ¿Ocurre algo?

Miguel tragó saliva; se mordió el labio. Agachó la cabeza, y cerró los ojos. Respiró profundo, y con el nudo en la garganta, respondió:

—N-no, nada, mi amor... —Su voz sonó algo apretada; Manuel entornó los ojos—. Todo bien; me quedé sorprendido porque, son casi las diez de la mañana, ¿puedes creerlo? Dormimos bastante, y...

—No me mientas —dijo Manuel, tajante—. Te conozco mejor que nadie, Miguel. ¿Qué ocurre? Esa cara que pusiste, no fue de impresión; fue de miedo. ¿Alguien te dijo algo? Déjame ver...

Manuel extendió su mano, intentando tomar el celular de Miguel; este, de un movimiento rápido, lo alejó.

Ambos se observaron; Manuel contrajo las cejas.

—Ya... eso me dejó más que claro todo.

—¡No pienses mal! —exclamó Miguel, sintiendo un nudo en la garganta—. Lo que pasa, es que... mi papá me dijo, que anoche, hubo un incendio en la casa.

Manuel contrajo los ojos; se quedó pensativo.

—¿Un incendio? —Miguel asintió, con la mirada baja—. Chucha, amor; ¿están todos bien?

—S-sí, sí... —respondió, evadiendo la mirada de Manuel—. Pasa que... no fue tan grande; solo fue una parte de la sala. Están todos bien.

Manuel suspiró aliviado.

—Así que era eso...

—Sí, mi amor; te estoy diciendo que no es nada para preocuparse...

—Ya... —respondió Manuel, y pronto, hubo otro silencio entre ambos; Miguel mantuvo la mirada agachada; el mentir así a Manuel, le provocaba una absoluta vergüenza, pero se encontraba en la obligación de hacerlo. Si Manuel, se enterase de los maltratos de Antonio, y del infierno que vivía, seguramente su padre caería aún más enfermo, y Miguel, no quería aquello—. Amor, y... mira; yo no soy de hacer comentarios sobre el peso de la gente, pero...

Despacio, Miguel alzó la mirada; Manuel llevaba una expresión muy preocupada.

—¿Por qué estás tan delgado?

Miguel guardó silencio por unos instantes; luego, al pensar una respuesta convincente, habló:

—Últimamente, no he sentido tanto apetito. —Aquello era cierto, pero el origen de ello, era aún más profundo; Miguel había dejado de comer, porque en ocasiones, Antonio lo privaba de alimentos, o bien, a veces su estado anímico era tan deplorable, que Miguel ni siquiera comía—. Creo que... es porque me siento triste.

Manuel torció los labios, y asintió.

Hubo un silencio.

—Es por lo de tu papá... ¿cierto? —Miguel, con expresión triste, asintió; Manuel lo abrazó—. Yo entiendo que, el vivir el proceso de una persona con cáncer, es estresante, mi amor, pero... por favor, tienes que comer.

Despacio, Miguel se ocultó un moretón en su brazo; aquel, era producto de una golpiza anterior de Antonio. Si Manuel lo veía, iba a volver a preguntar, y era seguro, de que iba a sospechar. Masacraría a Antonio a golpes, y Miguel, quería evitar aquello.

No por protección a Antonio —por él, que Antonio se muriese—, sino que, por salud de su padre.

Y le dolía mentir así a Manuel, porque, por más que él quisiera decírselo, simplemente aquella realidad de su padre, aún le atormentaba, y no se sentía capaz.

Miguel tenía miedo por ello.

—O-oye, ¿y Lú? —mencionó de pronto Manuel, y Miguel, contrajo los ojos—. ¿Aún sigue durmiendo? El weón flojo.

Miguel comenzó a reír. Rápido, Manuel se alzó del sofá; caminó a su habitación. Al ver la cama vacía, quedó descolocado.

—Lú no está en la cama.

Miguel contrajo las cejas; ambos se observaron.

—¿Y si lo llamas? Quizá se fue temprano —propuso Miguel, y Manuel, asintió.

Al instante, Manuel marcó al celular de Luciano. Se oyó el ruido en la línea, y pronto, su voz:

—Oye, Lú; ¿dónde estai? Nos tienes asustados; ¿dónde and...?

—Pasé la noche en casa de menino Martín... —contestó, con voz somnolienta; ante aquella respuesta, Manuel se sonrojó levemente, y sonrió; decidió, que no era apropiado, preguntar las razones, así que solo, asintió.

—Ah, ya po... —contestó, en una leve risa—. Bakán; ¿estás bien entonces?

—Sí, menino Manuel; muchas gracias.

—Ya; entonces cuídate. Mándale saludos al Martín de mi parte; nos vem...

—¡Menino Manuel! —interrumpió Luciano, y Manuel, paró en seco—. ¿Puedes pasarme a Miguel? Por favor...

Manuel asintió, y rápido, le extendió su celular a Miguel; este observó curioso. Se puso el celular a la oreja.

—Yo iré a preparar algo para el desayuno... —susurró Manuel, y le besó la frente a Miguel; este se sonrojó, y asintió. Manuel se perdió en la cocina. Miguel se quedó solo en el sofá, junto a Eva.

—¿Aló? ¿Lú?

—Miguel, hermano —respondió al otro lado de la línea Luciano, y Miguel, se sonrojó.

''Hermano...''

Miguel sonrió; no supo por qué, pero se sintió feliz por ello.

—Hola, Lú... —respondió con voz suave—. ¿Cómo estás?

—Miguel, dentro de una hora, encontrémonos en la esquina de casa. Lleguemos ambos juntos a casa, ¿okay? Ambos pasamos la noche afuera, y eso no le hará ninguna gracia a Antonio. —Miguel, al oír aquello, contrajo los ojos; sintió miedo. Se olvidaba de aquello que debía enfrentar, al llegar a casa; Antonio iba a estar hecho una bestia—. He observado a Antonio, y he visto que es algo violento al reaccionar; lleguemos juntos a casa; le diremos que estuviste conmigo, así no sospechará que pasaste la noche con Manuel, ¿te parece?

Si Luciano hubiese estado frente a él, lo habría abrazado. Miguel se sintió seguro ante la propuesta de su hermanastro.

—Sí, sí... —respondió, suspirando—. Gracias, Lú; te lo agradezco muchísimo.

—No hay problema, menino Miguel. En una hora más nos vemos, ¿okay? No tardes; ahora aprovecha el tiempo, que te queda junto a menino Manuel. —Miguel sonrió enternecido—. Tchau.

—¡Chau, Lú! ¡Muchas gracias!

(...)

Cuando a los pocos minutos, Manuel y Miguel terminaron de desayunar, entre risas, palabras tiernas, y besitos fugaces, el momento que ambos temían, tuvo que llegar.

Y cuando ambos estuvieron de nuevo en el sofá, acurrucados el uno al lado del otro, Manuel, con voz serena, dijo:

—Hay algo que aún no hemos conversado, Miguel. Y es importante que lo hagamos; al menos para mí lo es, y mucho...

Miguel alzó la mirada. Manuel le besó los labios. Se observaron con tranquilidad.

Miguel sabía de qué se trataba, o al menos, tenía sospechas.

Y, aunque aquella parte de la conversación, le generaba cierto temor, Miguel sabía que debía enfrentarlo.

Miguel, a diferencia de antes, estaba mucho más dispuesto a enfrentar situaciones que, en la cobardía de antes, no era capaz de digerir.

—Te escucho, mi amor. —Tomó las manos de Manuel, y las besó con suma ternura—. Escucharé lo que debas decirme.

Manuel asintió despacio. Se quedó en silencio por unos instantes, y en la templanza del ambiente, él susurró:

—Sé que hemos conversado muy tranquilamente sobre lo que ha pasado, y quiero que sepas, que, desde el fondo de mi corazón, si te perdono, Miguel. Si te perdono. —Miguel sonrió despacio, se acurrucó al lado de Manuel; este le sonrió, y le besó el cabello; Miguel volvió a su sitio—. Hice un gran esfuerzo, por sacarme el rencor, Miguel. Todo este tiempo, que no estuviste a mi lado, en un punto, fui una persona incluso irreconocible para mí mismo; te guardé muchísimo rencor, y de verdad, estaba muy enojado. Hoy estoy mucho más tranquilo, y siento que, de verdad, hoy puedo perdonarte.

Hubo un silencio; Manuel suspiró. Miguel observó atento.

—Pero, no se trata solo del perdón, mi amor. ¿Sabes que viene después del perdón? —Miguel contrajo los ojos; no respondió. Tenía fuertes sospechas de lo que Manuel diría, porque al igual que él, Miguel había pasado demasiado tiempo reflexionando sobre el futuro de ellos—. Después del perdón, siempre viene la redención; la redención, el poder cambiar aquella parte de nosotros, que generó un daño a la otra persona. Revertir el daño, la situación, o el hecho, que ocasionó ese dolor en la otra persona.

Miguel asintió despacio; aquello que Manuel había dicho, era exactamente lo que él pensaba diría.

Y estaba bien; Manuel tenía razón.

—Después de perdonarte, Miguel, mi pregunta es... ¿Qué sigue para nosotros? Ayer tuvimos una noche maravillosa; nos dijimos lo que queríamos decirnos; nos perdonamos, nos besamos, y volvimos a amarnos, pero... ¿y ahora qué, Miguel? ¿Qué sigue ahora? ¿Te irás hasta tu casa, a vivir una vida de mentiras con Antonio? ¿Volverás a ignorarme por otros diez días? —Miguel agachó la cabeza; sintió un nudo en la garganta—. ¿Volverás a aparecer en un mes más? ¿De nuevo vendrás a escondidas? ¿Qué pasará, Miguel? Dímelo...

Miguel de pronto, sintió unas intensas ganas de llorar. Manuel tenía razón, al reprocharle el futuro de su relación. Sí, aquella noche había sido hermosa, pero... ¿Qué pasaba ahora?

¿Iba a tener a Manuel en la incertidumbre de nuevo? ¿Miguel realmente, soportaría otro tiempo lejos de Manuel? ¿Se sentiría capaz de aquello?

No; Miguel no se sentía capaz. Después de aquella noche mágica, en donde durmió entre los brazos de su amado, Miguel confirmó por enésima vez, que simplemente, no podía vivir lejos de Manuel. Lo necesitaba a su lado; su cuerpo y espíritu, lo exigían.

No podía vivir lejos de Manuel.

—Quiero que actúes, Miguel. Si estamos, tú y yo separados, es por tu situación. ¿Me tendrás en la incertidumbre? ¿Por cuánto tiempo más? ¿Cómo crees que me siento, al saber que volverás a esa casa, y Antonio, se atribuirá el derecho de tocarte? Tú me amas a mí, Miguel. Me amas a mí.

—Te adoro como no tienes una idea...

—¡Entonces, Miguel! —exclamó Manuel, con ímpetu; tenía un gran sentimiento de injusticia, por la situación de Miguel—. ¡¿Qué harás?! ¡¿Por cuánto tiempo seguirás así de dormido, de cabizbajo?! ¡Despierta, Miguel!

—Manu... —susurró Miguel, queriendo hablar él esta vez—. Mi papá está enfermo de cáncer, y últimamente, lo he visto más enfermo. Él dice que su médico de cabecera ha hecho un buen trabajo, pero... no sé, Manu. Te juro, que me encantaría quedarme contigo ahora, mi amor. Te lo juro por Dios, yo te amo, pero... mi papá; me da miedo abandonar a mi papá, mi amor. Él a veces, cuando se siente muy mal, me busca, ¿Qué pasará con él, si yo no estoy allí? Tengo miedo, de que algo pase con él. No puedo simplemente abandonarlo, y...

—No te estoy pidiendo abandonarlo, Miguel —respondió Manuel, con voz firme—. Jamás te pediría que abandonases a tu familia; yo jamás haría eso, mi amor, por Dios.

Miguel, con lágrimas en los ojos, observó.

—Solo te estoy pidiendo, que me des una respuesta clara, Miguel. Te perdoné, pero tras eso, espero de tus esfuerzos, para que nuestra relación tenga un futuro, porque sino... ¿Qué somos? Dime, ¿Qué somos?

—Do-dos personas que se aman... —respondió Miguel, con la voz rota.

—¿Para ti, eso es suficiente?

—No... —Miguel aguantó un sollozo.

¿A quién quería engañar? Ser de Manuel, simplemente alguien a quien amaba, y sin vínculo estable, era triste. Ni Manuel, ni él, merecían vivir con esa incertidumbre. El amor de ellos, que era tan noble, y tan fuerte, no merecía no tener un vínculo estable. No merecían un romance a medias. No merecían ese grado de inseguridad, acerca del futuro que les unía.

—Antes de todo esto, Miguel... tú y yo éramos prometidos; íbamos a casarnos. —Miguel, entre lágrimas, asintió—. Ni tú, ni yo, merecemos esta situación. Lo sabes bien.

—Yo... yo lo sé, Manu. Lo sé... tienes tanta razón. Pero... no sé qué hacer; mi papá... él...

—¿Por qué no puedes, simplemente explicarle a tu padre, que yo soy a la persona que amas, Miguel? Tu padre debería entenderlo. Su enfermedad, no es justificación para que sea así de terco; él ya no es un niño; deberá entenderlo. La única persona, que acá sobra, es Antonio. A pesar de lo que ocurrió, en la noche de tu cumpleaños, yo estoy dispuesto a formar lazos con tu familia. Estoy dispuesto a ser cercano a tu padre, a tu madrastra, a tu hermanito pequeño... ¡estoy dispuesto, Miguel! El hecho de que cuides de tu padre enfermo, no es impedimento para que tú y yo, volvamos a ser novios. Inclusive, si tu padre necesita realmente mejores tratamientos, yo puedo convivir contigo, en lugar de Antonio, y te juro por Dios, que haré todos los esfuerzos para salvar a tu padre; seré su cuidador personal incluso si me lo pides, pero Miguel, por favor, esto depende de ti. De ti depende, el conversar con tu padre, explicarle, convencerlo, hacerle entender que Antonio no es para ti; que yo soy para ti; Miguel, por favor...

Miguel agachó la cabeza, y se llevó ambas manos al rostro. Se puso a llorar.

Manuel observó apenado.

Hubo un silencio entre ambos.

—¿Vi-viste como se puso el día de mi cumpleaños? Mi padre, él... cuando tú le dijiste que eras mi novio, él comenzó a toser sangre. No quiero que vuelva a pasar eso con él, Manu. Hoy se ve mucho más enfermo, y...

—Tu padre... ¿no estará manipulándote, Miguel?

Miguel contrajo los ojos; se quedó de piedra.

—¿Q-qué dices?

—No te lo tomes a mal, mi amor, pero... me di cuenta, después de muchos días, que aquella noche, todo se concertó, todo se manipuló, para que tú y yo, nos distanciáramos.

—¿P-por qué dices eso? ¿por qué?

—Tu padre estaba bien en un inicio, y de pronto, cuando supo que tú y yo, éramos novios, se puso enfermo. Es cierto; en el cáncer, es importante la tranquilidad del paciente, pero... me dio la leve impresión, Miguel, de que tu padre sobreactuó; dramatizó demasiado su malestar, y...

—¿Crees que... crees que mi padre, está manipulándome con su enfermedad?

Aquello sonó demasiado tajante. Manuel agachó la cabeza.

Asintió.

Hubo un largo silencio.

—No es de esa forma, Manu...

—No quise ofenderte, por favor. No te lo tomes a mal.

—No me lo he tomado mal, mi amor, de verdad... —Le acarició las manos; Manuel sonrió apenado—, pero... no creo que sea de esa manera, Manu. ¿Sabes por qué? —Manuel negó despacio—. Porque mi papá, vino hasta Perú, solamente por mí. Dejó todo atrás; su vida hecha en Brasil, sus negocios, su sociedad comercial... y vino hasta Perú, solamente por mí. —Lo que Miguel desconocía, era que Héctor, ganaba una gran recompensa por volver a Perú; el poder ingresar su cadena de hoteles en Europa—. Incluso... él y yo, fuimos a la tumba de mi mamá. Yo sé que mi papá está haciendo esto de corazón, Manuel; él no jugaría con el recuerdo de mi madre. Confío en mi papá; él no está mintiendo sobre esto.

Manuel agachó la cabeza, sintiéndose apenado. Miguel lo miró con aura tranquila.

Hubo un silencio.

—¿Entonces qué? —jadeó Manuel, quebrándose su voz; los ojos se le llenaron de lágrimas; Miguel observó con el corazón en la mano—. ¿Seguimos igual, Miguel? ¿Irás hasta tu casa, jugarás a la pareja feliz con Antonio, y yo me quedo aquí, en la soledad de esta casa, esperándote a que aparezcas en treinta días más?

A Miguel, también se le llenaron los ojos de lágrimas. Manuel tenía mucha razón en sus descargos.

—Así no son las cosas, Miguel...

—Yo te amo, mi amor...

—Amar no es suficiente, Miguel... —jadeó, con la voz endeble—. Solo te estoy pidiendo, que, por favor, hables con tu padre. Yo te amo, también te amo, pero merezco que me des seguridad. Dame seguridad; es lo único que te estoy pidiendo. Yo te di seguridad, Miguel; ¿aún no lo comprendes? Solo te estoy pidiendo, que me des mi lugar; dame seguridad. No merecemos, ni tú, ni yo, un amor a medias. No hacemos daño a nadie amándonos, Miguel; dime, ¿nuestro amor hace daño a alguien? ¿Nuestro amor acaso está mal?

Miguel, entre lágrimas, negó despacio.

Manuel sollozó a un lado, y se llevó ambas manos al rostro.

Se quedó sollozando como un niño pequeño; Miguel lo abrazó.

Hubo un largo silencio.

A Miguel, le rompió el corazón oír así a Manuel.

Ninguno de los dos, merecía dicha situación.

—Voy a conversar con mi padre... —jadeó Miguel, observando con aura decidida, al rostro de Manuel—. Voy a conversar con él, Manu. Te juro que lo haré en algún momento.

—¿Cuándo? —jadeó Manuel, alzando su mirada—. ¿Cuándo será eso, Miguel?

Miguel suspiró; tragó saliva.

—No puedo decirte cuándo, Manu; pero lo haré. Encontraré el momento adecuado para hacerlo. Te juro que sí.

Despacio, Miguel llevó una mano al rostro de Manuel; le secó las lágrimas. Manuel, con expresión triste, sonrió.

Ambos se observaron en silencio.

—Te amo tanto, tanto... —susurró Miguel, deslizando sus manos por el rostro de su amado—. Que te juro, no puedo pasar más días lejos de ti, Manu. Te amo, y te quiero conmigo. Para mí, esto también es muy duro. Sé que tú y yo, merecemos más que una relación a medias, y a escondidas. No estamos haciendo nada malo, y no deberíamos ocultarnos para amarnos. Nuestro amor no debe ser una prohibición; te juro que, cuando encuentre el momento, hablaré con mi padre, pero por favor, dame tiempo...

—Darte tiempo... —susurró Manuel, acercándose al rostro de su amado, y depositándole un suave beso en los labios—. ¿Cuánto tiempo, mi amor? Dime... ¿Cuánto tiempo?

—El que sea necesario... —respondió, uniéndose en otro beso a Manuel; esta vez, fue más largo, y hambriento—. Solo dame tiempo, mi amor...

De nuevo, ambos se enfrascaron en apasionados besos. En medio de ellos, se oyeron leves suspiros. Tenían la pasión a flor de piel.

—Yo quiero amarte hoy, Miguel... quiero amarte hoy, porque quizá, ya no habrá un mañana... —jadeó, con la respiración agitada—. No sé qué podrá pasar mañana, Miguel. Yo te amo, pero... hoy es el día, para amarnos. ¡Yo tengo tanto amor, tanto amor que darte! Y no quiero, ni pienso, esperar más tiempo para esto, Miguel. No quiero esperar más; te amo, aquí, y ahora. No mañana, no en mucho tiempo más. Hoy me entrego a ti; hoy soy tuyo, y hoy, estoy dispuesto a compartir mi vida contigo. No quiero vivir en la incertidumbre, y vivir en la inseguridad, de que algo pueda pasar mañana. Te amo, te amo... —volvió a besar los labios a su amado; Miguel suspiró—. Quiero amarte hoy, por si no hay un mañana...

Miguel jadeó despacio; observó con pasión retenida.

—Solo espérame...

—Apresúrate... —le susurró Manuel, sonriendo entre lágrimas—. Porque yo te amo, Miguel, pero... mi paciencia tiene un límite. No sé si pueda soportar tanto tiempo lejos de ti, y... no sé, si dentro de mucho tiempo, yo esté dispuesto a esperarte.

Miguel contrajo los ojos. Observó descolocado.

—¿Q-qué dices, Manu...?

—Es hora de que te liberes —dijo tajante—. Es hora de que te liberes, Miguel. Es hora de crecer; ahora, esto depende de ti. Es hora de que luches contra tus miedos, contra el temor de enfrentar a tu padre, y contra esa forma que tienes de ser, siempre tan cabizbajo. Ser desobediente, Miguel, a veces es necesario. No te esperaré por la eternidad, quiero que sepas eso. Puedo esperarte, pero no por mucho tiempo. Ahora es tiempo, de que te reveles, Miguel. Ahora, es tu turno...

Manuel estaba poniendo un límite a Miguel, y dicho límite era...

El tiempo.

Aquel era su ultimátum.

Manuel amaba a Miguel con toda su alma, pero en su amor a él, también Manuel inspiraba, y empujaba a Miguel, a revelarse. A tomar las riendas de su vida, a enfrentar la situación que le aquejaba, y a luchar por su propia felicidad.

Porque bien Manuel sabía, que el único responsable de la felicidad de Miguel, era él mismo Miguel. Manuel no podía tomar por él, las decisiones que a Miguel le correspondían. Era hora de que Miguel, pusiera fin a esa vida de mentiras e infelicidad. Era hora de tomar fuerzas, de tener valentía, y marcar límites.

Y Manuel, no esperaría por la eternidad a Miguel. Su paciencia también tenía un límite, y hoy, Manuel...

Claramente se lo había expresado a Miguel.

Aquel, era el ultimátum de Manuel.

Él no estaba dispuesto, a esperar mucho tiempo a que Miguel, tuviese al fin la valentía, de soltarse de dichas cadenas. Manuel le dio el leve empujón; le inspiró, y le ayudó a darse cuenta, pero ahora, el encargado de llevar a fin dicha liberación...

Era Miguel. Él mismo, era el encargado y protagonista de su historia; era tarea suya, el poder reivindicar su vida, y ser feliz junto a Manuel.

A Miguel se le lleno el pecho de fuego. Sintió las ansias embargarle el alma.

—Te amo, Manuel. Espérame; te juro que volveré dentro de poco. Espérame, por favor.

Manuel sonrió entre lágrimas; asintió.

—Aquí estaré, como siempre lo he estado...

Ambos se unieron en un beso apasionado. Se dedicaron, por últimos minutos, palabras revestidas de amor, y besos insaciables.

El tiempo entonces, llegó a su límite; Miguel se vio en la obligación, de abandonar la casa de Manuel. En la salida, volvieron a besarse, y con expresión melancólica, ambos se alejaron.

Y cuando sus manos, dejaron de tocarse, el incesante paso del tiempo, transcurrió.

Manuel y Miguel, jamás esperaron, lo que, tras ello, el futuro les depararía. 

.

.

.

.

Nada es para siempre amor, y hoy nos toca compartir la misma luna,

Y mañana quién sabrá, si hay una separación, o habrá fortuna,

Nadie sabe amor, nadie sabe que podrá pasar mañana,

Quiero amarte hoy, quiero abrir todas las puertas de mi alma,

Te quiero hoy; quiero abrirle al corazón una ventana,

Esto es amor, y es tan grande que no cabe en mis palabras,

Quiero amarte hoy, quiero amarte hoy, por si no hay mañana...

Nada es para siempre, Luis Fonsi.

(...)

N/A; 

Con esto, llegamos a la recta final de esta historia. Con esto concluimos, y estamos muy cerca al final. Quedan 3 o 4 capítulos. 

Agradezco a todas las que han llegado hasta este punto de la historia. Muchas gracias por leer <3 

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