El nido vacío

—Pe-pensè que había traído mi dinero... —dijo Miguel, vaciando su bolso sobre la mesa, y percatándose de que no traìa su billetera consigo—. ¡Te jurò que pensè la había traído!

Manuel, desde la cocina, sonriò apenado, mientras lavaba los trastes, después del desayuno que habían comido juntos.

—No hay problema, amor. No es necesario que uses tus ahorros en eso...

—¡Claro que es necesario! —bufò Miguel, cruzándose de brazos, y maldiciendo por lo bajo—. Esa fotografía es importante para ti, y yo la rompì...

Manuel cerrò la llave del lavaplatos, se secò las manos con un paño, y se desabrochó el delantal.

—Tranquilo, amor... —susurrò, caminando hacia Miguel, que estaba melancòlico en la mesa—. De verdad, no es necesario que gastes dinero...

—¡Pero la fotografía! —exclamò, frustrado—. La rompì, y te pusiste triste por eso...

Manuel sonriò con tristeza, y acariciò el cabello a Miguel. Este último alzò la mirada, con evidente amargura.

—Hagamos una cosa —dijo Manuel, en un tono suave. Alzò un dedo, y apretò suavemente la nariz a Miguel; este lanzó una pequeña risilla—. Si tan culpable te sientes por lo que pasó, te darè cinta adhesiva. —Miguel contrajo sus pupilas, y sonriò de forma leve—. No es lo mejor que tengo, pero... tienes que esforzarte. Deja la fotografía, lo mejor que puedas con ella.

Miguel asintió enèrgico, sonriendo.

—¡Sì! ¡La dejarè como nueva, lo juro!

Manuel sonriò, y besò la frente a Miguel. Se incorporò, y caminò hacia su habitación. Al pasó de unos minutos, volvió con las mitades de la fotografía, con cinta adhesiva, y una pequeña tijera.

—Todo tuyo —le dijo a Miguel, extendiéndoselas en la mesa—. Muestra tu habilidad.

Miguel dio un beso fugaz en los labios a su novio, y al paso de unos segundos, comenzó de forma hábil a recortar pequeños trozos de cinta.

Manuel le observó en silencio, y con una gran sonrisa en los labios.

Miguel se veìa muy tierno asì, concentrado en reparar la fotografía.

—Amor... —dijo de pronto Manuel, mientras Miguel aùn seguía concentrado en la reparación.

—¿Mh? —respondió, no apartando su vista de lo que hacìa.

—Se me olvidò... mencionarte algo.

Hubo un silencio, en donde solo se oyò el sonido de las tijeras, recortando los trozos de cinta.

—¿Mh? ¿Què cosa?

—No te lo dije antes, pero... en mis dìas libres, suelo atender pacientes también...

Miguel alzò su mirada, extrañado. Alzò una ceja, y ladeò su cabeza hacia un costado, como un cachorrito.

—¿En tu dìa libre? ¿Atiendes pacientes? ¿Còmo es eso?

Manuel sonriò algo nervioso, y se rascò la barbilla.

—Este... sì; atiendo pacientes.

—¿En la clínica?

—No, no; en la clínica no.

—¿Y entonces?

Manuel se quedó pensativo un instante, buscando la forma de explicarle a Miguel.

—Mira, pasa que... desde que somos novios, paso muchísimo menos tiempo acà, en el Callao. ¿Recuerdas que ayer, te dije que no podía quedarme contigo en el apartamento? Es, justamente, porque hoy tengo que atender acà...

Miguel contrajo la expresión, aùn màs extrañado.

—¿Tienes dos trabajos entonces?

Manuel torció los labios.

—No... no lo llamarìa un trabajo, màs bien es...

—¿Què es entonces?

Manuel suspirò, un tanto frustrado, y dijo:

—Es caridad, amor. —Ante ello, Miguel alzò una ceja, escéptico—. En mis dìas libres, suelo atender a gente del Callao, acà en mi casa. Como últimamente, he pasado tan poco en casa, no he podido atenderlos. Por eso te pedì, el poder estar acà hoy; necesito atender a los pacientes. No puedo dejarlos abandonados asì, de un dìa para otro.

¿Caridad? ¿Manuel había dicho que lo hacía por caridad?

—¿Y les cobras? Supongo que sì... ¿no? Serìa raro que les dieras atención médica gratuita, digo...¡estudiaste ocho años en la universidad! Tu esfuerzo debe ser recompensado...

Manuel se rascò la nuca, y entornò los ojos.

—Bueno... no les cobro. Lo hago gratis.

—¿Gratis? —dijo Miguel, algo indignado—. ¿Ni siquiera les cobras un poco, aunque sea?

Manuel negó, con una sonrisa algo nerviosa.

Miguel bufò, exasperado.

—Te amo, pero me saliste medio huevòn...

Manuel no supo como tomarse aquello, y en su lugar, sonrió algo apenado.

—Deberías cobrar, aunque sea un poco. Quizá hacerles una rebaja, ¿pero hacerlo completamente gratis? No estoy de acuerd...

Miguel acallò sus palabras, cuando Manuel, posò un dedo en sus labios, obligándole a guardar silencio.

—Cuando entiendas la razón, del por què lo hago sin pedir nada a cambio, habràs querido no haber dicho esas palabras.

Manuel sonriò, y Miguel pestañeò, extrañado.

Y, al paso de unos pocos segundos, sonò un leve golpeteo en la puerta.

—Llegaron los pacientes —anunció Manuel, y Miguel, contrajo las pupilas, nervioso.

—¡¿Q-què hago entonces?! —exclamò, alzándose de pronto—. ¡¿Me voy a tu habitación?! ¡¿Al patio?!

Manuel lanzó una risilla, y Miguel contrajo las cejas.

—Tranquilo, amor... —le dijo, posando sus manos en los hombres de Miguel—. Solo quédate allí, en donde estàs. No pasarà nada.

—Pe-pero... —musitò Miguel, exaltado—. E-es gente del Callao, y...

Manuel cambió de pronto su expresión. Alzò una ceja, y mirò a Miguel, reprochándole.

—¿Yyyy?

Miguel se mordió los labios, y desviò la mirada.

—La gente del Callao... me da miedo... —confesò, un tanto avergonzado.

Manuel rodò los ojos.

A Miguel, aùn le quedaba un poquito, lo discriminador de un pituco peruano promedio.

—Sièntate —le dijo, y Miguel asintió, un tanto asustado—. Ahora, es cuando te daràs cuenta, que todo lo que has pensado de esta gente, son, nada màs ni nada menos, que estereotipos muy estúpidos.

Miguel, con la expresión un tanto contrariada, asintió.

—Tranquilo; no pasarà nada. Solo quédate allí, y sigue con lo tuyo —le hizo un ademàn, indicándole las mitades de la fotografía, y la cinta adhesiva—. Yo estarè con mi paciente aquí, en el living. Todo estarà bien.

Miguel se reincorporó en la silla, y comenzó su trabajo con la cinta adhesiva, y la fotografía.

—Ya, bueno —dijo Miguel, rendido—. Pero si me quieren hacer algo, me defiendes.

Manuel rodò los ojos, y se echò a reir.

Miguel era muy dramático.

Y volvió a resonar el golpeteo en la puerta.

—¡Ya voy! —anunció Manuel, y rápidamente, caminò hacia la puerta.

Y la abrió.

En su lugar, Miguel se puso tenso, y miro de reojo a la entrada.

Y a la casa, entraron entonces tres personas.

Una mujer, y dos niños.

Y uno de ellos, venìa en una pequeña sillita de ruedas, y era evidente, que sufría algún grado de parálisis cerebral.

Y de una de las manos libres de la mujer, venìa un niño de unos dos años, dando pasos algo torpes.

Y Miguel, entonces quedó perplejo.

—Buen dìa, doctor —saludò la mujer, la que, a varios metros, le era visible unas grandes ojeras.

—Buen dìa, señora Rosa —saludò Manuel, sonriendo y dando un beso a la mejilla a la mujer—. Dèjeme ayudarla —dijo, tomando la silla de ruedas, y adentrándola en la casa.

Miguel, que observaba algo tenso desde su sitio, se sintió de pronto menos asustado.

Solo se trataba de una mujer, y dos niños.

—Hola... —saludò la mujer a Miguel, sonriendo, cuando le vio en la mesa, un tanto contrariado.

Miguel lanzó un alarido sordo, y bajò la mirada de inmediato.

—Èl estarà allí, si no le molesta —dijo Manuel, rebuscando en uno de sus cajones, un par de guantes de látex.

—Claro que no, señor Manuel —respondió la mujer—. Es su casa. Usted es quien pone las reglas.

Ambos rieron, y Miguel mirò con cierta vergüenza.

—Bien, veamos. —Manuel se dirigió hacia el sofà, y se sentó allí. Ubicó la silla de ruedas frente a èl, y sonrió a su pequeño paciente—. Hola, campeón, ¿còmo te has portado?

El niño, que tenía rasgos evidentes de algún grado de retraso, sonriò divertido.

Manuel le devolvió entonces una radiante sonrisa.

Y Miguel, sintió que de pronto el corazón le dio un fuerte brinco.

Si amaba ver a Manuel cumpliendo con su labor médica, el verlo ahora, cumpliendo aquello en compañía de niños, era otra cosa.

Manuel era jodidamente tierno, y comenzaba a amarlo con màs fuerza.

Y entonces entendió, porque Manuel tenía un corazón de oro.

—¿Còmo van los ejercicios en casa? —preguntò Manuel, mientras que, con un estetoscopio, oìa los pulmones al menor.

El menor sonreía a Manuel, y este, le dirigía tiernas muecas al màs pequeño.

Miguel se sonrojò entonces.

—Vamos bien, pero... —la mujer agachò la mirada, un tanto melancòlica—. Hemos bajado el ritmo. Ha sido asì desde hace un mes, cuando pasó todo esto, que usted ya sabe...

Manuel asintió en silencio.

Y el niño màs pequeño —el que había entrado caminando a la casa—, comenzó a hurgar por los rincones de la sala, peligrosamente cerca de Miguel, jugueteando con un carrito de juguete, que había traído desde su hogar.

—Lo entiendo, no se preocupe —dijo Manuel, y se retirò de la zona de la espalda. Llevò el extremo del estetoscopio, esta vez, a la zona del pecho, oyendo los latidos del corazòn—. No hay problema, si se hacen màs pausados los ejercicios. Hay un buen ritmo respiratorio, y por lo que veo, también un buen ritmo cardiaco. —Ante aquella noticia, la mujer suspirò, aliviada—. Por ahora, no hay riesgo de una descompensación. ¿Aùn tiene los medicamentos?

—Sì —asintió la mujer—, pero le quedan pocos.

—Entonces le harè la receta. Procure entregar el código que le darè al reverso, porque con ello, en la farmacia le harán el descuento.

La mujer sonriò.

—Muchìsimas gracias.

Manuel sonriò.

—No se preocupe; para eso estoy.

Al paso de otros pocos minutos, entonces Manuel siguió con su labor médica, revisando de forma extenuante al menor en silla de ruedas, y haciendo lo que parecían ser, ante vista de Miguel, algunos ejercicios kinesiológicos para el màs pequeño.

Y Miguel, al tener su atención en Manuel, y aparte, en la reparación de la fotografía, pronto no se percatò de algo.

De algo que estaba muy cerca de èl.

—Pa...pa-pà. Papà.

De pronto, Miguel oyò unos tiernos balbuceos provenientes desde su costado, y por la parte inferior.

Sintiò entonces que los vellos se le erizaron, y ladeò su mirada.

Allì, justo al lado de èl, y apoyado en sus piernas, yacìa el niño de dos años.

Miguel y el niño, entonces se miraron.

—Papà —balbuceò el màs pequeño, sonriendo—. Papà. Pa-pà.

Miguel contrajo sus pupilas, y separò sus labios.

¿Papà...? ¡¿Papà?! ¡No, èl no era su papà! ¡¿Por què le llamaba papà?!

—Y-yo no... no soy tu pap...

—Papà —volvió el niño a decir—. Papà. Pa...pà.

Miguel torció los labios, abrumado.

Y hubo un silencio algo tenso.

—¡Disculpe! —sintió Miguel a lo lejos, y vio de pronto, como el màs pequeño era alzado por la mujer—. Disculpe, por favor. Èl... èl últimamente le dice papà a todos...

Miguel alzò su mirada, algo perplejo, y asintió en silencio.

—Papà —volvió a decir el bebè—. Papà. Papà.

Y volvió a balbucear aquello muchas veces, incluso cuando Manuel también se acercò. Pero, en lugar de espantarse por ello, Manuel sonriò enternecido.

—Papà —volvió a decir el niño, y la mujer bajò la mirada, avergonzada.

—Realmente lo siento... —dijo ella, entristecida—. No sè como callarlo, èl va diciendo eso por ahì, y...

—Està bien, señora Rosa —le calmò Manuel, posando una de sus manos en el hombro de la mujer—. No hay problema con eso, ¿verdad que no, Miguel?

Miguel, que se había traumado un poco por ello, asintió sin chistar.

La mujer sonriò.

—Gracias... —dijo, con expresión melancòlica—. Es solo que... desde que mi esposo falleció, hace un mes...

Miguel entonces, contrajo sus pupilas.

—Mis hijos no dejan de pensarlo, especialmente el màs pequeño. Desde entonces, todo ha sido muy complicado. El dinero apenas me alcanza, y no puedo dedicarles todo el tiempo que me gustaría. He estado lavando ropa, haciendo aseo en casas, y... bueno, los niños extrañan a su padre...

Hubo un silencio absoluto, y Miguel, sintió que los ojos se le llenaron de làgrimas.

Aquellos eran dos niños, que extrañaban la presencia de su papà.

Niños que eran igual a èl, y especialmente el pequeño de dos años.

Dos años. La misma edad a la que èl había perdido a su mamà.

Pero, a diferencia de èl, aquel bebè que acababa de perder a su padre, tenía la bendición de una madre amorosa, que menguaba el dolor del vacío.

Èl, en el pasado, cuando era un bebè de dos años, seguramente también caminaba por los rincones de su casa, buscando la presencia de su madre, que, a voluntad propia, había decidido arrebatarse la vida, abandonándole a su suerte.

Miguel sintió entonces que los labios le temblaron, acallando un sollozo.

—Bueno... què tonta soy. Discúlpenme por llenarles con mis problemas, seguramente a ustedes no les interesa. De verdad, lo sient...

—Està bien —susurrò Miguel, con la voz algo rota—. Es usted una mujer muy... admirable. Y tiene hijos preciosos.

Manuel quedó boquiabierto, y la mujer, sonrió conmovida.

—Muchas gracias, señor...

—Miguel —sonriò, y se alzò—. Me llamo Miguel.

La mujer sonriò entre làgrimas, y Manuel, sintió orgullo por la actitud que ahora Miguel mostraba.

Estaba madurando.

—Bueno, creo que... ya debo irme —dijo la mujer, limpiándose las lágrimas con el dorso de su mano—. Yo y mis hijos, estamos interrumpiendo el dìa libre del señor Manuel, quien, muy amablemente, nos ha dedicado parte de su tiempo.

—No es molestia, señora Rosa —dijo Manuel, sonriendo—. Siempre es un placer ayudar.

—Muchas gracias, señor Manuel —volvió ella a decir—, si no fuese por usted... mucha gente aquí, no sabría què hacer. Es usted una persona con un corazón gigante.

Miguel sonriò admirado, entendiendo entonces, la razón por la que Manuel no cobraba sus consultas en aquellas ocasiones.

Era caridad, y altruismo que se justificaba por completo.

Y por aquella misma razón, Manuel era tan querido por la mayoría de vecinos en el Callao, pues, muchos de ellos, no tenían acceso a atención médica oportuna y personalizada. La gran mayoría, tenía que hacer viajes hacia Lima, cuestión que, en ocasiones se les dificultaba, porque o no tenían transporte particular, o bien, el dinero no alcanzaba para el transporte público. O pasaba, que cuando accedían a los servicios públicos de salud, no recibían la misma atención médica, que Manuel, de forma desinteresada, les otorgaba por mera caridad.

Y no es que, en el Callao, no hubiera servicios gratuitos de salud, porque claro que los había, pero... ¡realismo, pues! No eran de gran calidad, y, la mayoría de veces, estaba colapsado.

Y Manuel, por ello, era muy querido y respetado entre los vecinos.

Porque ayudaba a muchísima gente, en su propia casa, y en ocasiones, le había salvado la vida al hijo, al hermano, al padre, o incluso, a la abuelita de varios vecinos.

—Nos vemos, campeón —se despidió Manuel, tomando la mano del pequeño, que yacìa sobre la silla de ruedas. La sacudió levemente—. Pòrtate bien, nos vemos en unas semanas.

El niño sonriò agraciado, y la mujer, con el bebè en su otra mano, entonces se retiraron.

Y se despidieron haciendo un ademàn. Manuel les respondió con una seña, y se alejaron.

Y cuando la puerta se cerrò, Manuel se volteò, y se encontró con Miguel, observándole con un leve brillo en los ojos.

Hubo un silencio entre ambos.

—Eres maravilloso —le dijo Miguel, y se lanzó a sus brazos—. ¡Te amo, te amo, te amo mucho! ¡¿En dónde estuviste todo este tiempo?! ¡¿Por què no me salvaste antes de un violador?! ¡¿O porque no me accidente antes, y no me atendiste en tu consulta?!

Manuel le mirò perplejo, y al cabo de unos segundos, comenzó a reir, divertido.

—¡¿Què cosas dices?! —exclamò, agraciado, y con el rostro sonrojado.

—¡¿Es que no lo puedes ver?! —le dijo Miguel, admirándole con ojos de ensoñación—. ¡E-eres tan... tan distinto! ¡Distinto al resto!

Manuel abrió los labios, y perplejo, oyò las palabras de Miguel.

—Toda mi vida, conocí a gente tan mierda, y... sinceramente, en algún momento me decepcioné de todos, llegando a pensar que, las personas eran realmente malas. Y de pronto... de pronto te atreves a aparecer en mi vida, asì... siendo asì, tan... perfecto.

Manuel sonriò melancòlico, y sintió que de pronto, los ojos se le humedecieron.

—Eres la persona màs bonita que he conocido. Tienes un alma tan... brillante, y suavecita.

Miguel se sonrojò de pronto, percatándose de las palabras que había utilizado.

Porque Miguel, no pudo creer que, desde sus labios, alguna vez en su vida, podrían salir palabras tan bonitas hacia alguien.

''Un alma brillante, y suavecita''. Era, sin lugar a dudas, lo más cursi que había dicho en su vida.

Qué palta...pero bueno, estaba enamorado. Los enamorados eran así.

Manuel, sin poder mediar tèrmino alguno, ante las lindas palabras de Miguel, solo sonriò, y con un movimiento suave, tomò el mentòn de su novio, y le acercò a su rostro.

Y besò a Miguel en los labios, en un fuerte abrazo, signo de la pasión que le embargaba.

Y asì se quedaron, sumidos en un aura tan apacible, y sintiendo el dulce y suave roce de sus labios.

Y entre medio del beso, Miguel no pudo evitar suspirar.

Se sintió de pronto en el cielo, y creyó, que aquel momento era el màs bonito de su vida.

Y quiso grabarlo en su alma, para la memoria eterna.

Què bonito se sentía estar enamorado.

Y màs aùn si lo estaba de Manuel.

—Espera aquí un momento... —susurrò Manuel, besando fugazmente a Miguel, y alejàndose—. Quiero ponerte una canción.

Miguel, que tenía una tonta sonrisa en los labios, y un sonrojo muy notorio, asintió, sintiendo su cuerpo màs ligero que de costumbre.

—Ya está —avisò Manuel, cuando la canción, en su equipo de música, entonces comenzó a sonar—. Te la dedico, amor mìo.

Y Miguel no pudo ni siquiera percatarse, cuando entonces Manuel, lo tomó de la cintura, y comenzó a mecerse con suavidad.

Estaba... ¿bailando con èl?

—No sè bailar tan bien como tù... —susurrò, algo apenado— pero... me gustaría que bailaras esta canción conmigo. ¿Sì me concedes esta pieza?

Miguel quedó perplejo por unos instantes, y al paso de unos segundos, sintió demasiada ternura por la acción de su novio.

Se estaba comportando como un bonito caballero.

—Claro que sì, mi amor —respondió Miguel, y se abrazò a Manuel—. Te concedo esta pieza.

Y ambos rieron.

Y al son de dicha canción, comenzaron a bailar, meciéndose suavemente de un lado a otro, sumidos en un ambiente muy apacible y romántico.

Y parte de la letra de la canción, decía:

''El sentimiento de que no soy yo, y que hay algo màs cuando tù me miras. La sensación de que no existe el tiempo, cuando están tus manos sobre mis mejillas. Còmo me llenas, como me liberas, quiero estar contigo si vuelvo a nacer. Le pido a Dios que me alcance la vida, y me dé tiempo para regresar, aunque sea tan solo un poco de lo mucho que me das. Le pido a Dios que me alcance la vida, para decirte, todo lo que siento gracias a tu amor.''

Cuando Miguel, pudo oìr parte de dicha canción, sintió que los ojos se le llenaron de làgrimas.

Porque Miguel, jamás pensó que èl sería digno de una canción de amor. Que sería digno de un abrazo, de un beso, de una caricia, de una mirada llena de amor, como lo estaba mirando en aquel mismo instante, los bonitos ojos de Manuel.

Y Miguel se sintió dichoso, por entender entonces, que provocaba por primera vez en su vida, sentimientos tan bonitos a alguien.

Cuando entendió que Manuel lo amaba.

Y nuevamente, ambos se unieron en un tierno beso, mientras seguían meciéndose despacio, abrazados y fundidos en su propio universo.

Y al paso de varios minutos, Miguel comprendiò, que ya estaba preparado.

Preparado, para por fin, hacer el amor con Manuel.

Y de pronto, en la puerta, resonaron unos pequeños golpecitos.

Ambos ignoraron en un inicio, pero al paso de unos segundos, los golpes fueron màs insistentes.

Y no pudieron seguir ignorando.

—¿Esperas a otro paciente? —musitò Miguel, dando otro beso a Manuel, en los labios.

—Mh, no —susurrò Manuel, restándole importancia al asunto, y dejándose acariciar por Miguel—. No que recuerde.

Toc, toc, toc.

Y volvió a sonar. Manuel rodò los ojos, molesto.

—¿Quièn chucha webea tanto? —dijo, frustrado—. Estábamos en una velada...

Miguel sonriò, y le dio un último beso en los labios.

—Ve a abrir; podría ser importante...

Manuel echò un bufido, exasperado, y asintió.

A zancadas, se dirigió a la puerta, y abrió, un poco de mala gana.

Y cuando quedó al descubierto quién estaba allí, Manuel se descolocò.

—Che, ¿por què tardas tanto en abrir? —al otro lado de la puerta, Martìn, le miraba con reproche—. Abrì màs rápido, pelotudo. Afuera hace frìo.

Martìn ingresò a la casa, y lanzó su maletìn a un costado.

Y de pronto, cuando se encontró de frente con Miguel, contrajo sus pupilas.

Y sonriò.

—¡Che! ¡¿Còmo andas, pibe?! Tantas lunas...

Miguel sonriò un poco tenso, porque, si bien le alegraba la visita de Martìn, por otro lado, le molestaba; ¡èl quería hacer el amor con Manuel, al fin, después de muchísimo tiempo!

—Martìn, ¿en què andai? —le dijo Manuel, por detrás.

Y aquello sonò un poco tajante. Martìn se percatò de ello.

—Creo que interrumpì algo, ¿no? —lanzó, sin preàmbulos—. Si es asì, me dicen, y ya. ¿Para què tanto rodeo? Si no soy bienvenido, decímelo, pelotudo —le dijo a Manuel—. ¿Estaban cogiendo acaso?

Miguel se sonrojò, y Manuel comenzó a reir despacio.

—Nah... si hubiesen cogido, para empezar, Miguel no estaría de pie. Estarìa en silla de ruedas.

Ahora fue Miguel quien comenzó a reir, y Manuel quien se avergonzó.

—Te deja cojeando a vos, Miguel. Este pelotudo tiene pija de burr...

—¡Yaaaaa! —exclamò Manuel, con el rostro muy sonrojado, y tapándole la boca—. ¡Càllate, culiao!

Miguel comenzó a reir, y Martìn imitò dicha acción.

Manuel contrajo las cejas, y desviò la mirada, molesto.

—Ya che, no te enojes —le dijo, pasando un brazo por su cuello, abrazándolo de forma amistosa—. Bueno, ¿interrumpo o no? Para saber si me quedo, o me voy.

Manuel suspirò, y sonriò de forma leve.

—Obviamente eres bienvenido, aweonao.

(...)

Al paso de varios minutos, los tres rieron y conversaron en la sala del living, compartiendo aquella inesperada velada con una botella de vino.

—Che, hubieses visto la cara del doctor Gutierrez —dijo Martìn, riendo por una anècdota reciente que acababa de contar—. ¡Le sacaron una fotografía a la cara! Y lo hicieron meme. Ahì lo mandaron al grupo de WhatsApp de la clínica; te morìs de la risa.

Manuel comenzó a reir, sumamente agraciado. Martìn hizo lo mismo.

Y Miguel, que sonreía algo tìmido entre ambos amigos, recordó la fotografía que acababa de arreglar, gracias a la reciente anècdota de Martìn.

Y en silencio —y con las risotadas del par de amigos, en el fondo—, se alzò del sofà, y se dirigió a la mesa, tomando con mucho cuidado, la fotografía recién reparada. La mirò por unos instantes, y se devolvió con ella hacia el living, en donde yacìan Manuel y Martìn.

Y cuando se sentó de nuevo frente a ellos, Martìn dejó de reir, y le mirò con curiosidad.

—¿Què traes ahì, Migue? —le dijo, sonriente—. ¿Una carta de amor para mì?

Miguel rio despacio, y Manuel le dio un codazo. Martìn se echò a reir, y se quejò del dolor.

—Es... la fotografía —dijo Miguel, y con sumo cuidado, se la extendió a Manuel—. La reparè. No quedó como nueva, pero... hice lo que pude.

Martìn entonces, parò de reìr, y observó la fotografía que Miguel extendía.

Y de golpe, dejó de reìr. Manuel, cabizbajo —y avergonzado—, tomò la fotografía, y guardò silencio.

Y Miguel, pudo percatarse que, de pronto, el aura divertida de ambos amigos, cesò de golpe.

—¿Què pasó con la fotografía? —musitò Martìn, al percatarse de que estaba pegada con cinta—. Esa fotografía, es...

Manuel se mordió los labios, muy tenso.

—Es muy importante para Manu, lo sè —sonriò apenado Miguel—, y yo la... la rompì. Fue un accidente, y... bueno, intentè arreglarla. No quedó igual, pero sì está reparada.

Manuel, quien ignoraba la conversación entre Martìn y Miguel, solo tenía la mirada agachada hacia la fotografía.

Y Martìn, entonces se percatò de que algo ocurrìa.

Pero Miguel no fue capaz de leer el ambiente.

—Ese niño... es un antiguo paciente de Manu. Yo sè que, para los médicos, es muy triste la muerte de sus pacientes, y màs si se trata de Manuel. Es por eso que... me esforcé en arreglarla.

Hubo otro silencio, en donde la expresión de Martìn, entonces cambió a una perpleja.

Manuel, que no era capaz de hablar, o alzar la mirada, siguiò cabizbajo.

—¿Un... antiguo paciente? —musitò Martìn, perplejo.

—Sì —respondió Miguel, con naturalidad—. Es un antiguo paciente de Manuel —aseguró Miguel, pero, cuando vio la extraña expresión en Martìn, entonces entró en duda—. O... ¿no lo es? Bueno, yo deduje que èl era un paciente de Man...

—¿Què? —Martìn disparò, de forma inconsciente—. ¿Quièn te dijo eso? Ese niño no es...

—Sì —interrumpiò Manuel, después de un buen rato en silencio—. Ese niño, tal y como dices, Miguel, es un antiguo paciente mìo.

Cuando Manuel alzò la mirada, tenía los ojos con làgrimas contenidas. De forma ràpida, se limpiò con el antebrazo, y endureció su expresión.

—Este niño... fue al primer paciente que perdí. Por eso, su muerte me dolió. Tù sabes que... para un médico primerizo, la muerte de su primer paciente, es dolorosa.

Martìn, que a esas alturas ya no pudo disimular la expresión en su rostro, lanzó un leve jadeo, por causa de la sorpresa.

¿Què mierda estaba haciendo Manuel?

—Sì, claro; lo entiendo —sonriò Miguel, apenado—. Por eso la reparé. Sè que tiene un significado para ti.

Y hubo otro silencio, en donde Manuel yacìa con una expresión vacìa hacia Miguel, y en donde Martìn, miraba el rostro de Manuel, de forma directa y con un aura muy tensa.

Ambos, a excepción de Miguel, sintieron la tensión en ese instante.

Y de pronto, el celular de Miguel, comenzó a sonar.

Alguien estaba llamando.

—Che, mira... ¡alguien te está llamando! ¿Què tal si contestas? —dijo Martìn, notándose su voz màs aspera que de costumbre.

—A-ah... no, no es necesario —contestò Miguel, restándole importancia—. Es un número desconocido, no suelo contestar...

—Anda, contestà —instò Martìn, y de un movimiento disimulado, tomò a Manuel por el brazo, y lo apretò con fuerza desmedida—. Podrìa ser urgente... nunca se sabe.

Miguel torció los labios, curioso, y asintió despacio.

Tenìa razón... quizá era una urgencia. ¿Y si era su padre? Quizà había cambiado su número, y quería comunicarse con èl...

—Tienes razón. Irè a contestar...

Y cuando Miguel se alzò del sofà, para encaminarse a un lugar màs alejado, Martìn, con su otra mano que estaba libre, le hizo presión hacia abajo, volviendo a sentarlo.

—No, no —dijo, teniendo una expresión muy endurecida—. Quèdate ahì, yo y Manuel nos vamos a... a la calle; acà afuerita no màs. Vos contesta tranquilo, eh. Nosotros nos vamos, con permiso...

Y con Miguel muy descolocado —y extrañado—, Martìn, de un movimiento un tanto brusco, levantò a Manuel, abrió la puerta, y lo arrastrò hacia la calle.

Miguel solo alcanzó a ver, por última vez, como Manuel llevaba una expresión vacía, y, por otro lado, la puerta cerrándose.

Y se quedó solo en casa.

Bajó la mirada hacia la pantalla de su celular, y observó el número que le marcaba.

No conocía aquel número, y al parecer, se trataba de un número de procedencia internacional, pues, el código que antecedía el número en sí, era extraño.

Miguel dudó por unos segundos, y después de otro rato, en donde el número marcó con insistencia, Miguel se decidió a contestar.

Y cuando contestò, oyò una voz al otro lado de la línea.

—Hola, ¿hablo con Miguel Prado?

Miguel tragò saliva, y apretò sus puños. Aquella voz era la de un hombre, y no; no era la de su padre.

¿Quièn era entonces?

—Ho-hola —contestò Miguel, algo tìmido—. Sì, soy yo. ¿Quièn es...?

Hubo una pequeña risilla traviesa al otro lado de la línea, y Miguel se descolocò.

—Buen dìa, Miguel. —Su voz sonò tan profunda, que Miguel sintió que un aura misteriosa le envolviò—. Mi nombre es Antonio. Te estoy llamando desde España.

Sì, aquello era evidente, pensó Miguel.

El acento de aquel hombre era, precisamente, el de alguien procedente de España, pues tenía ese inconfundible aspecto de marcar las ''S'' y variantes, como si sonaran como ''Z''.

Hubo un silencio muy largo en la línea, en donde Miguel, no supo què contestar.

¿Por què alguien le estaría llamando desde España?

—Veo que te has quedado sin palabras... —dijo, divertido—. Seguramente me conoces. Mi nombre lo has escuchado por ahì, segurament...

—Ni chucha idea de quién seas, sinceramente.

Contestò Miguel, ya un poco hastiado. Le molestaba el tono arrogante que utilizaba el hombre, y aparte, èl ya estaba màs acostumbrado a ese tono dulce —y esa aura humilde—, que Manuel siempre le mostraba. Ahora, ya no soportaba a hombres engreídos y egocéntricos, y aquel hombre de España, parecía ser todo ello.

—¡Vaya! Què feroz, chaval —le dijo, riendo, y Miguel contrajo las cejas—. No importa, no importa...

Hubo otro silencio en la línea, y Miguel se mordió los labios.

—Serè directo, primor. Desde hace tiempo... he estado averiguando sobre ti. Sè que eres un sugar baby, y también vi tu anuncio en internet, en donde ofreces servicios sexuales a cambio de dinero. —Miguel quedó entonces perplejo, sintió una punzada cargada de angustia en la boca del estòmago—. ¿Tienes dieciocho años? Ya tienes la mayoría de ed...

—No —irrumpió Miguel, con la voz àspera—. No tengo dieciocho años. Soy un hombre de veintitrés, y no ofrezco servicios sexuales. —Miguel se detuvo, y volvió a hablar—, o mejor dicho, ya no los ofrezco. Eso ya pasó, y es una vieja oferta. Ahora, le pido que deje de molestarme, y no vuelva a llamarm...

—Soy millonario —le dijo, y Miguel se detuvo—. No me interesa comprar tus servicios, cariño. Quiero ofrecerte algo màs digno que eso. Voy a pagarte, para que seas mi sugar baby; piénsalo...

Miguel quedó extrañado, y tuvo una extraña fusión de sensaciones.

Aquel hombre le molestaba muchísimo, pero, por alguna extraña razón, no podía colgarle.

—Y no voy a pagarte, las mismas miserias que antes te pagaban... yo, estoy hablando de dinero de verdad. Y propiedades. Mansiones, carros, yates, y viajes al extranjero. Y todo eso, solo si deseas ser para mì, y de nadie màs. Si estàs de acuerdo con eso, mañana mismo, un avión solo para ti, irà a recogert...

—¡Càllate, cojudo de mierda! —gritò Miguel, hastiado—. ¡Ya conozco a los viejos de tu calaña, asqueroso! ¡Crees que puedes comprarme con mentiras! Seguramente, no tienes ni dónde caerte muerto...

—¿Quieres que te envíe la lista de mis propiedades, cariño? Para que veas que no miento. Acà en Europa, soy una eminencia...

Miguel lanzó un ruido de desprecio, haciéndole el asco al hombre.

—Pièrdete, huevòn —le dijo—, aparte, como te dije, ya no soy un sugar baby. Tengo un novio, al que amo muchísimo, y no voy a volver a esa clase de vida, ¿me entendiste? Soy muy feliz con èl, y ya no necesito tu cochino dinero, ni el de nadie. Asì que, toma tus propiedades, y tu dinero, y te las metes por el culo, ¿me entendiste? Y si es necesario, le pones lubricante, porque seguro te va a doler.

Antonio, entonces comenzó a reir divertido.

A Miguel, eso le hirvió en la sangre.

—Encantador, chaval. Eres encantador; me has gustado màs aùn.

—¡Pièrdete! —le gritò, ya hastiado—. Aparte... mi novio tiene el pene màs grande. Tù, seguramente, eres un viejo todo feo. Tendràs una oruga toda deprimida ahì entre tus piernas. Chao, conchudo.

Y colgó, màs molesto que nunca.

Y después, bloqueó el número telefónico.

¿Una llamada desde España? Eso sì, que nunca jamás en la vida, se lo habría esperado.

Ojalà ese molesto hombre, nunca jamás le volviese a buscar, o tendría que acusarlo con Manuel, y èl, Miguel, no se haría responsable del homicidio resultante de eso.

Porque allí, Chile ganaría por sobre España. 

(...)

Cuando Martìn y Manuel salieron de casa, Martìn aprisionaba entre sus manos, tan fuerte el brazo de Manuel, que este último hizo una mueca de dolor.

—¡Su-suèltame, weòn! ¡Me duele!

Martìn lo soltò en seco, y lo observó, con evidente expresión de reproche.

Hubo un silencio entre ambos.

—¿Me podès explicar què mierda fue eso? —escupió, un tanto alterado—. ¿Què fue eso, Manuel? ¿Còmo que un ''antiguo paciente''?

Manuel torció los labios, y agachò la mirada.

—Mírame cuando te hablo, pelotudo. ¿Qué fue eso?

—No es de tu incumbencia —respondió Manuel, con la expresión molesta—. Deja de meterte en weàs que no te importan. No es tu asunto.

Martìn posò las manos en su cintura, y rodò los ojos.

—Claaaro, ahora no es mi asunto, pero, hace seis años atrás, cuando pasó lo que pasó, si fue mi asunto, ¿verdad? —Manuel quiso responder, pero Martìn no le permitiò—. No fue mi asunto, pero el único pelotudo de mierda, que te siguió hasta Perù, cuando tuviste que huir de Chile, fui yo, ¿verdad? ¡El único boludo que te siguió, apoyándote y cuidándote, fui yo! ¡Y aùn asì, no es mi asunto! ¡Porque ni tu propia familia fue capaz de seguirte hasta acà, y yo que soy tu amigo, lo hice! ¡Y lo hice porque te amo, porque sos mi amigo, y porque quise ayudarte! ¡Y de pronto, no es mi asunto! ¡Andate a cagar, hijo de puta!

Manuel sintió entonces el golpe de culpa. Y, sintiéndose la mierda màs grande del mundo, agachò la mirada.

Hubo un largo silencio entre ambos.

Estaban demasiado alterados; debían calmarse.

Porque cuando ambos se alteraban, fácilmente llegaban a los golpes. En ocasiones anteriores, ya habían llegado a eso, y sabían que, antes de que el volcán explotara, debían respirar, y agachar la cabeza.

Ambos tenìan una personalidad bastante amigable y calmada, pero cuando chocaban, se generaba el apocalipsis.

—Che... —susurrò Martìn, posándose los dedos en el entrecejo—. Disculpà...

—No... —susurrò Manuel, con la voz inestable— Y-yo... disculpa, Martìn. Tienes razón.

Guardaron silencio, y respiraron con màs calma.

Martìn acortò distancia hacia Manuel, y le posò una mano en el hombro.

—Decime que estàs haciendo... —susurrò, esta vez mucho màs calmado—. ¿Por què le mentìs asì a Miguel? El pibe no lo merece...

Manuel, que sintió que las làgrimas le cedieron de pronto, asintió despacio.

Se sentía culpable.

—Lo sè... —susurrò, con la voz apagada—. No lo merece, tienes razón...

—¿Entonces por què?

—Tengo miedo... —dijo Manuel, y el labio le temblò ligeramente—. Tengo miedo de que se aleje, no quiero...

Martìn le mirò con làstima.

—¿Tù estarìas con el homicida de un pequeño niño? Claro que no..., tengo miedo. Me da miedo de que se aleje, que me abandone...

—Manu...

—Miguel piensa que soy... que soy una buena persona, pero no es asì. Vivo dìa a dìa con este peso, ¿còmo me deshago de èl? Ya no quiero...

Martín fortaleció el agarre en el hombro de Manuel, y hablò:

—Primero; vos no sos un homicida. —Manuel quiso hablar, pero Martìn le hizo callar, con un ademàn—. Los homicidas son asesinos, y vos no sos un asesino. Vos salvas, dìa a dìa, la vida a muchas personas, y eso, no lo hace un asesino. Y segundo; fue un accidente. La única forma de deshacerte de esa culpa, es aceptar, Manuel, que aquel dìa, todas las cosas se dieron mal, muy mal, y las cosas pasaron. Vos no quisiste que ese resultado fuese... asì. De hecho, la gran culpa fue de Camila, vos sabes que...

—No digas su nombre, por favor —musitò Manuel, y cerrò los ojos, visiblemente afectado.

Martìn asintió en silencio, y acallò sus palabras.

Por un momento, ambos observaron hacia el suelo.

—Ese niño, el de la fotografía, es tu hijo, y lo sabes —susurrò Martìn, y Manuel asintió, con las làgrimas escurriéndoles, en silencio—. Tenès que decirle la verdad. No le mientas, Manuel. Hace las cosas bien; èl va a entenderte. Si le explicas como fueron las cosas, èl va a entender...

Manuel asintió entre làgrimas.

—Miguel te ama —dijo, y con tristeza, Manuel sonriò—. Te ama mucho, y va a entenderte. Solo, por favor, no vuelvas a mentirle, y menos en mi presencia, che... ¡Vos sabès que yo no puedo ocultar mi expresión, cuando escucho una mentira en mi cara! Asì que, toma valor, y en algún momento, díselo. Si vuelvo a oìr esa mentira, tendrè que decírselo yo...

—No —pidió Manuel, en un hilo de voz—. Dèjame hacerlo yo, Martìn...

Martìn le mirò, con cierto reproche.

Manuel suspirò.

—Tù sabes que... que desde que pasó esto, yo no pude volver a enamorarme. Pasè estos seis años completamente solo, sin ningún tipo de interés romántico, y... y ahora, estoy intentando rehacer mi vida con Miguel, por primera vez, después de ese episodio. Estoy intentando, tal y como me dijiste una vez, rehacer mi vida, y encontrar de nuevo la felicidad que perdí. —Martìn sonriò, orgulloso al ver que su amigo, hacía esfuerzos por retomar el rumbo de su vida—. Y con Miguel... con Miguel estoy logrando sentir, que la vida es muy bonita, de nuevo. Èl, de verdad, me hace sentir feliz, y lo amo muchísimo, por eso...

—Por eso, no le mientas.

—No lo harè —dijo Manuel, limpiándose las làgrimas—. Lo de ahora... me vi acorralado, pero cuando tenga la oportunidad, le dirè. Juro por mi hijo, que lo harè.

Manuel entonces retomò su compostura, y volvió a ser el mismo de siempre; un hombre calmado, y con templanza.

—Lo harè cuando llegue el momento para ello.

Martìn asintió, y sonriò.

—Sè que lo haràs, amigo mìo.

(...)

Cuando ambos entraron, Miguel yacìa en el sofà, observando su celular.

Manuel se adentrò con rapidez, y abrazò a Miguel con suma ternura. Al observar ello, Martìn sonriò conmovido.

—¿Y què tal la llamada? —preguntò Manuel—. ¿Quièn era?

Miguel pestañeó algo nervioso, y dijo:

—Una de esas compañías que te ofrecen servicios telefónicos; ya sabes...

Prefirió hacer una mentirita blanca, pues... ¿realmente era importante? La llamada de aquel hombre, no había significado absolutamente nada para èl. Era mejor ignorar, que aquello había pasado.

De pronto, esta vez, fue el celular de Manuel, el que comenzó a vibrar. Ambos miraron extrañados.

—Que no sea una urgencia en la clínica, que no sea una urgencia en la clínica, por favor... —pidió, sacando su celular del bolsillo, y observando la pantalla.

Y cuando pudo ver de quién se trataba, sonriò como un niño pequeño.

En la pantalla, decía: ''Mamà, quiere hacer una videollamada contigo''.

Cuando Miguel leyò aquello, sintió que un pánico le invadió el pecho.

Y se alzò del sofà, cambiándose a una silla a un par de metros màs lejos.

Manuel le mirò extrañado.

—Pero amor...

—N-no, tranquilo... —contestò Miguel, algo tembloroso—. Contesta, no hay problema.

A Miguel, le daba pavor el pensar, que aquella mujer era... ¡ERA SU SUEGRA!

No estaba preparado para enfrentar algo como eso, todavía. Apenas y podía asimilar el hecho de que tenia novio, como para ademàs, tener que lidiar con el hecho de relacionarse con su familia.

Y el hecho de que, la familia de Manuel era chilena, le provocaba aùn màs pavor. Èl no era bueno relacionándose con otras personas, y menos si había alguna barrera en las ''jergas'' utilizadas. Probablemente, si hablaba con ellos, la iba a cagar, y dejaría una pésima impresión frente a Manuel.

Y ya no tenía màs ganas de seguirla cagando, por el dìa. Ya suficiente había hecho al romper la fotografía del difunto paciente de Manuel.

Asì que, con una sonrisa nerviosa, aguardò en su sitio.

Manuel sonriò con tristeza, y entendió la razón del alejamiento de Miguel, y lo aceptò.

Debìa respetar su proceso de acostumbramiento.

Miguel era como un gato; había que darle su espacio en ocasiones, o habría consecuencias negativas.

—Cheeee, contestà a tu mamita. Decìle que estàs conmigo —saltò Martìn, sentándose al lado de Manuel—. ¡Contestà pelotudo!

Manuel contestò la videollamada, y de inmediato, en la pantalla del celular se alzò la imagen de su familia.

Y hubo un estruendo, entre gritos de alegría y risotadas.

—¡Familia! —exclamò Manuel, con una sonrisa tan radiante y cargada de alegría, que Miguel sintió que un bonito calor le inundò el pecho—. ¡Tanto tiempo! ¡¿Còmo están?!

Al otro lado de la pantalla, se veìa la madre de Manuel, junto a su hermano menor, y la hermanita màs pequeña.

—Bueeeena po, pichula —le dijo su hermano, y Martìn estalló en risa.

Manuel se sonrojò tanto, que Miguel jurò no haberle visto esta tonalidad en su piel, jamás.

La mamà de Manuel también rio con fuerza.

—Hola hijo, ¿còmo está? —preguntò su madre, en un tono suave y cordial.

—Bien mamita, muchas gracias. ¿còmo están ustedes? ¿Còmo va todo en la casa?

—Bien, hijo; todo bien. Te llamaba, porque queríamos verte, y aparte, tu hermano como va a entrar a la universidad, quería hacerte unas preguntas.

El hermano menor de Manuel, tenía dieciocho años, y pronto, entrarìa a la universidad. Èl, al igual que su hermano mayor, estaba interesado en seguir una carrera del área de la salud.

—¿Què pasó, cabro chico? —dijo Manuel, dirigiéndose a su hermano—. ¿Ya te aprendiste la tabla periódica?

—Llevo la mitad, me falta la otra —respondió—. Me aprendí cincuenta elementos.

—Ya po, rápido entonces —le regañò Manuel—. A tu edad, yo ya me la sabía al revés, y al derecho. Son ciento dieciocho elementos, apréndetelos. Refuerza biología, y un poco màs de química.

Y asì se desenvolvieron por un buen rato, en una conversación acerca de biología, y la química. Miguel entonces, sintió que estaban hablando en chino. Martìn, parecía entender un poco la conversación.

—Voy a estar enviándoles dinero la próxima semana —informó Manuel—. La mensualidad de la universidad, también la pagarè yo. Les mandarè eso a fin de mes.

Su familia asintió, entre agradecimientos.

—¡Hola, tìa! —dijo Martìn de pronto, colándose por la càmara—. ¡¿Còmo está?!

—¡Martìncito! —dijo la madre, sonriendo—. ¡Què sorpresa, hijo! ¡¿Còmo estàs?!

Martìn, aparte de ser el mejor amigo de Manuel, era también muy querido y cercano a la familia de este.

—¿Còmo se ha portado el Manuel allá en Perù?

—Re maaal, tìa. Se ha portado pèsimo —mintió Martìn, y Manuel se echò a reir—. Lo he tenido que controlar a su hijo. Todos los dìas lo castigo.

Y se oyò una risotada.

Y comenzó una conversación entre Manuel, Martìn, y la familia.

Y Miguel, se sintió ajeno.

Si había alguien que sobraba en dicha habitación, era èl.

Y se sintió vacío.

Vacìo, porque al ver a Manuel conversando con su familia, podía ver en su expresión, la alegría que le embargaba.

Y èl, en cambio...

Estaba solo.

—Con... con permiso... —susurrò por lo bajo, y se irguió, caminando en dirección al patio trasero.

Manuel se percatò, y le mirò con preocupación.

Y Miguel, cerrò la puerta tras de sì, y se inmiscuyó en el sitio.

(...) 

Cuando entró al patio trasero, sintió de inmediato la fresca brisa en su rostro. Dio un profundo suspiro, y se encaminò hacia la banca de madera. Allì, tomò asiento, y se quedó observando a la nada.

Y comenzó a caer en cuenta...

A caer en cuenta, de que se hallaba solo en la vida.

De que no tenía hermanos para poder conversar, como si los tenía Manuel. Que no tenía una madre a la cuál saludar, como también sì la tenía Manuel, y que no tenía un padre...

No tenía un padre que le amara.

Y de pronto, sintió envidia de Manuel. Porque èl si tenía familia. Tenìa una historia. Recuerdos de sus cumpleaños. De celebraciones en el dìa de la madre. De celebraciones del dìa del padre. Que seguramente a èl, de niño, si le leyeron un cuento antes de dormir. Que, si tuvo peleas con sus hermanos, y al rato, volvía a jugar con ellos...

Y a su mente, se vino un episodio tan triste, que Miguel no pudo evitar soltar un par de làgrimas.

Y recordó.

Cuando èl era un niño, solìa ver, en la soledad de su habitación, una y otra vez, una película llamada Lilo & Stitch.

Recordaba, con gran melancolìa, como en una escena, en donde Nani y Lilo, en una bonita noche de familia, hablaban sobre lo que era la familia.

Y Nani, dijo a Lilo:

Ohana significa familia. Y tu familia, nunca te abandona, ni te olvida...

Susurrò Miguel, con las làgrimas deslizándoles por las mejillas.

Le dolía.

Porque Miguel, cada vez que recordaba a aquel niño del pasado, que buscaba en cada rincón de la casa la presencia de su madre muerta. El niño que, solitario, buscaba el calor de un abrazo, Miguel lloraba.

Porque Miguel, ya adulto, tenía ganas de volver al pasado, y abrazarse a sì mismo, cuando era un niño.

Por esa misma razón, de niño, Miguel repetía tantas veces aquella película. Habìa perdido la cuenta de, cuàntas veces, la repetía en su televisor. Y lo hacìa, justamente, para llenar ese vacío que tenía de una familia.

Realmente estaba solo, y si no fuese por Eva, èl, muy probablemente, jamás habrìa desarrollado sentimientos medianamente humanos, como la empatìa, o el amor.

Miguel dio un profundo suspiro, cargado de tristeza. Y, con las manos temblorosas, cogió su celular del bolsillo, y se metió al Facebook.

Usando su cuenta falsa.

Y allí, se metió al perfil de su padre.

Porque, era tanto el desinterés que su padre tenía por èl, que Miguel, hace tres años, había enviado una solicitud de amistad a su padre, pero este, ni siquiera se había dado la decencia de aceptarlo, o rechazarlo.

En cambio, cuando Miguel se hizo una cuenta falsa, con el nombre y la fotografía de una hermosa mujer, su padre, aceptò dicha solicitud en menos de cinco minutos.

Es decir; su padre sì aceptaba la cuenta falsa de una mujer, pero no la cuenta de su propio hijo.

Què grado màs grande de desprecio.

De vez en cuando, Miguel entraba en aquella cuenta falsa, con intenciones de saber sobre la vida de su padre. Porque Miguel, a diferencia de su padre, si sentía amor por quien le había dado la vida, y tenía la necesidad de, a lo menos, saber de èl.

Y cada vez que revisaba el perfil de su padre, siempre salìa con el alma màs rota.

—Brunito estuvo de cumpleaños antes de ayer, què lindo... —susurrò, viendo en el perfil de su padre, como Bruno, su hermanito menor, y al que no conocìa en persona, cumplía tres añitos de vida—. Còmo me habrìa gustado que, conmigo, hubieses sido igual, papà...

Y una làgrima le cayó, cuando vio, que, en la fotografía, salìa su hermano menor, su padre, y la esposa de su padre. Los tres, como una linda familia feliz, posaban para la fotografía, con un niño que, claramente, era muy consentido y amado por ambos.

Y èl, en cambio, había sido abandonado como un trozo de basura.

Miguel lanzó un leve sollozo.

—È-èl si puede recibir amor, pero... ¿y yo? Nunca celebraste un cumpleaños conmigo, pero y a èl, sì...

''Feliz cumpleaños, Brunito, hijo mìo. Te amo muchísimo, a tì, y a tu mamà. Por siempre contaràs con mi apoyo. Te ama, tu papà''.

Y Miguel sintió que el alma se le desollò.

Y apagò el celular.

Y se quedó llorando por varios minutos, en una soledad que le aplastò, haciéndole sentir patètico.

¿Por què a su hermano sì, y a èl no? ¿Què es lo que había hecho mal? ¿Por què su papà lo despreciaba tanto?

Por un instante, a Miguel le habrìa gustado al menos, ser parte de su familia. El tener amor por parte de ellos, y que le incluyeran en sus planes. ¡No importaba si lo amaban mucho menos que a Bruno! Pero al menos... al menos tener un lugar al que pertenecer.

Tener un sentido de pertenencia. Tener la seguridad de un nido. El ser parte de algo.

Y Miguel cayó en cuenta, que no le bastaba con el amor que Manuel le entregaba.

Sì, claro que amaba a Manuel, lo amaba con toda su alma, pero...

El amor de pareja, y el amor de familia, eran cosas muy distintas. Manuel llenaba su alma con amor, pero había un vacío, que jamás Manuel podría llenar, y aquello, era el amor que nunca recibió por parte de su familia.

—Che, disculpà...

De pronto, Miguel sintió la voz de Martìn provenir desde la puerta. Se apresurò a limpiar sus làgrimas, y ladeò la cabeza.

—¿Me puedo sentar aquí, con vos? Manuel aùn está hablando con su familia, y quise darle privacidad con ellos...

—S-sì, claro... —musitò Miguel.

Martìn tomò asiento a su lado, y en silencio, observaron las plantas siendo sacudidas por la brisa.

Entonces Martìn, sacò una caja de cigarrillos, y encendiò uno.

—¿Fumas? —le preguntò a Miguel, y este asintió. Martìn le extendió el fuego, y ambos comenzaron a fumar, en silencio—. Manuel tiene una familia grande, asì que... se puso a hablar con sus hermanos, y con su papà. Por eso me fui. Hay que darle su espacio al pibe...

Miguel sonriò apenado.

—Tiene una familia grande... —dijo—. Y tù... ¿tienes familia?

Martìn contrajo las pupilas, y asintió.

—Claro, che, ¿quièn no tiene familia? —aquella pregunta dolió a Miguel, pero no dio indicios de ello—. Mis viejos viven en Argentina. Tengo a mis hermanos allá también, y uno vive en Chile. De vez en cuando hablo con ellos, y una vez al año nos reunimos todos. Cuando nos juntamos, arde troya, pibe.

Y comenzó a reir. Miguel sonriò melancòlico.

—¿Y vos? —preguntò Martìn—. ¿Què tal tu familia? ¿Còmo se tomaron tu relación con un chileno?

Miguel bajò la mirada, y guardò silencio.

Martìn entendió entonces, que quizá había hecho una pregunta indebida.

—Disculpa, Migue...

—No, tranqui —le dijo, y sonriò con tristeza—. No tengo familia, pero...

Dio una profunda calada al cigarrillo, y exhalò el humo.

—Me gustaría, quizá... formar mi propia familia.

Martìn contrajo sus pupilas, y mirò, curioso.

—¿Còmo es eso?

—Tù... pareces que conoces mucho mejor a Manuel, ¿no? Son amigos desde...

—Desde hace nueve años —confirmó Martìn—. Somos amigos desde la universidad. Manuel iba en segundo año de medicina, y yo iba en tercero de psicología, pero... ¿què pasa con eso?

—Entonces... —se detuvo Miguel, eligiendo las palabras que utilizarìa— como tù y èl se conoce, sabes lo que Manuel podría contestar a mi petición...

Martìn le mirò, extrañado.

—¿Y cuál es tu petición?

—Que vivamos juntos —le confesò—. Quizà sea demasiado pronto, pero... ¿què sentido tiene vivir separados? Èl está solo en Perù, y yo tengo mi apartamento para mì, solo. Manuel podría ir a vivir conmigo a Miraflores, y dejar de pagar el alquiler de esta casa. Asì, viviríamos juntos, Manuel vive en un sector bonito de Lima, y aparte, le quedarìa cerca del trabajo.

Martìn se mostró un poco contrariado, no muy seguro de lo que Miguel decía.

—No hay razones para que se niegue, ademàs... —Miguel sonriò, sintiéndose en una ensoñaciòn—. Yo... al fin tendría una familia. Yo, Manuel, y Eva, serìamos una linda familia. Podrìamos adoptar màs animales. ¡Un perro, otro gato, o un huròn! ¿Te imaginas? Serìa... sería nuestra pequeña familia. Ya que no tuve el derecho de pertenecer a una familia, quizá... quizá yo podría crear la mìa. ¡¿No es fantástico?! ¡Yo y Manuel, formando una famil...!

—Migue...

Interrumpiò Martìn, dando una última calada al cigarro, y apagándolo.

Miguel alzò su vista.

—Si te soy sincero... no sè si Manuel acepte algo como eso, digo...

Y aquello, fue como un balde de agua fría para Miguel.

—Manuel ha vivido aquí, en el Callao mucho tiempo; ademàs... èl aquí, hace actos de beneficencia y caridad. Es amado por los vecinos, y... hay una razón muy personal, por la que Manuel sigue aquí, ayudando a muchos niños del Callao. Quizà tù no lo comprender...

—¡¿Y acaso unos mocosos del Callao, son màs importantes que yo?! —dijo Miguel, exasperado—. ¡Yo soy su novio! ¡Yo deberìa ser màs importante que cualquier persona! ¡Màs importante que el Callao, y que todos!

Miguel sintió de pronto, que las palabras le salieron solas.

—¡Incluso, para Manuel, yo deberìa ser màs importante que tù!

Al decir eso, Miguel se tapò la boca, avergonzado. Martìn le observó inexpresivo, y torció los labios.

Hubo un silencio entre ambos.

—Dis-disculpa, no quise...

—Mira, Miguel —le dijo Martìn, alzándose de la banca, y metiendo sus manos en los bolsillos—. Sin ofender, pero... por lo que veo, sos un pibe nuevo en esto. Probablemente, te falte experiencia, y conocer un poco màs a Manuel.

Miguel sintió aquello como una ofensa. Ay sì, claro... ¡Martìn se jactaba de conocerlo mejor que èl! Què engreìdo...

—No te lo digo en mala onda, pibe, pero... evita ser muy posesivo con Manuel. Debes entender, que antes de ti, Manuel tenía ya una vida hecha. Conocía a otras personas, tenía su rutina, su trabajo, sus amigos, y su familia... ¡Claro que te ama, y sos su novio! Pero, al llegar a la vida de Manuel, debes respetar sus otros vínculos. Debes entender que, no podès ser una prioridad absoluta en la vida de èl. Tenès que ser su compañero, apoyarlo, bancarlo, amarlo, entenderlo... y no tratar de imponerle, y no hacerle abandonar lo que èl ama hacer, solo por tenerte contento a vos. No dejes que la relación de ustedes se vuelva tòxica, solo por tu inexperiencia y egoìsmo.

Miguel se cruzò de brazos, y volteò la mirada hacia el otro extremo del patio.

Estaba molesto. No necesitaba los regaños de Martìn.

—Bueno, che, a lo que venìa... —Martìn se sacò un sobre del bolsillo, y lo extendió a Miguel; este lo ignorò, y siguió de brazos cruzados—. ¡Ya che! Vos me caes bien, no te enojes. Anda, tomà la carta.

Miguel dio un suspiro, y de mala gana, tomò la carta.

La observó, curioso.

—Es una invitación, para ti, y para Manuel —le confesò—. La próxima semana, la clínica hará una fiesta en uno de los hoteles, allá en Lima. Vamos a celebrar el aniversario número veinte de la clínica. Todo el personal de salud, y la administración, deben ir. Es optativo que lleven a una pareja, y... y como sè que tù y Manuel ahora son novios, pensè que querrìan ir juntos.

Miguel asintió en silencio, y sonriò expectante.

—A eso venìa inicialmente —le dijo, y lanzó un suspiro—. Bueno, che; yo ya me voy. Se me hace tarde, y tengo que ir a atender unos asuntos pendientes.

Miguel sonriò, aùn algo tenso.

—Y no te enojes conmigo, boludo. Sos buena onda. Te veo la próxima semana, allá en la fiesta. Cuìdate, y cuida a Manuel.

Miguel asintió, y se despidió con un ademàn.

Martìn abandonò el lugar, y Miguel se quedó en la soledad del patio trasero.

¿Una fiesta de la clínica? Aquello, quería decir, que èl y Manuel, asistirían, por primera vez, como novios a una reunión oficial.

Aquello le aterraba, pero a la vez, le emocionaba.

Porque Miguel, jamás cayó en cuenta, de todo lo que ocurriría en dicha fiesta.

Y màs aùn; lo que ocurriría después de ella. 

(...)

N/A;

Pichula: pene, en Chile. 

Cabro chico: asì se les llama a los niños, o a alguien menor en Chile.

Espero que les haya gustado la conti <3 muchìsimas gracias por todo su apoyo! Se les quiere.

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