El miedo, el secreto, y la amenaza
Los dìas pasaron más rápido que de costumbre, y al cabo de seis dìas, la tan ansiada fecha, casi llegó.
Faltaba tan solo un dìa para la fiesta del aniversario número veinte de la clínica, y Miguel, iría aquel dìa -jueves-, en compañía de Manuel, a comprar su atuendo para asistir a dicha reunión oficial.
Miguel tenía aquello muy pendiente, y, hasta ya había revisado por internet, el lugar al que iría personalmente a comprar su traje; una muy distinguida tienda en el mismo Miraflores.
Y obvio, auspiciado por Manuel.
-¡Pero Manu! ¡¿Còmo que no puedes acompañarme a comprar?! -exclamò Miguel, a través de la línea telefònica, reclamándole a su novio-. ¡La fiesta es mañana, en la noche! Necesito mi traje. Tù me prometiste que iríamos hoy...
Al otro lado de la línea, Manuel echò un suspiro cargado de frustración. Parecìa estar rebosando el lìmite de su paciencia, y no precisamente por causa de Miguel.
Aquel dìa, en la unidad de urgencias de la clínica, el trabajo había estado especialmente pesado, y, como de costumbre, èl solo se había llevado la mayoría de pacientes a su cargo.
Y, para empeorar la situaciòn, había salido una reunión de emergencia, y a último minuto, tuvo que quedarse en la clínica.
-Pero amor... -le dijo Manuel, sintiéndose su voz màs apagada que de costumbre-. Saliò esta reunión a último minuto. Debo quedarme...
-¡¿Pero es necesario que te quedes?! ¡¿No te puedes ir?! -gritò Miguel, sintiéndose como un niño caprichoso-. ¡¿No pueden seguir sin ti?!
-Llegò un representante de la gerencia a la clínica; tengo que quedarme. Vamos a rendir cuentas los tres médicos de la clínica. Debo hacerlo, es una reunión importante. El representante de la gerencia llegó desde Europa, no puedo simplemente irme...
Miguel guardò silencio, y aquello lo entendió Manuel.
Miguel estaba enojado.
-Amor...
-No es justo -dijo Miguel, en tono amargo-. Yo te pedì que me acompañaras, mucho antes que ese maldito viejo huevòn de la gerencia. ¿Y lo prefieres a èl? No me parece, Manuel. Yo soy tu novio, èl simplemente es...
-Es uno de mis jefes -dijo Manuel, un tanto hastiado-. Si quieres, puedo retirarme de la sala de reuniones, y acompañarte a la tienda. El costo de eso, será el perder mi trabajo, y probablemente, tendrè que volver a Chile. ¿Estàs bien con eso?
Miguel lanzó un alarido sordo, y se quedó callado.
Entonces lanzó un jadeo, y sonò como un lamento.
-N-no, no quiero que vuelvas allá... -dijo, musitando con vergûenza-. Me pondría triste.
Manuel sonriò con ternura.
-Entonces entièndeme, por favor, mi amor. Debo quedarme. No creo que dure tanto... -Miguel asintió en un murmullo-. ¿Puede acompañarte algún amigo, o amiga? Necesitas salir a distraerte un poco. Podrìas ir...
-A Eva no le gusta salir a la calle... -dijo Miguel, con la voz pagada.
Manuel arqueò las cejas, extrañado.
-Bueno, me referìa a una person...
-No tengo màs amigos -dijo Miguel, a secas-. Solo a Eva, y a ti. Por eso quería que me acompañaras tù...
Hubo un silencio en la línea; se notò algo melancòlico.
-¿Y mañana no podràs acompañarme? -dijo Miguel-. En la mañana, quizá...
-No puedo... -volvió Manuel a decir, y esta vez, se notò la tristeza en sus palabras; odiaba no poder tener todo el tiempo del mundo para Miguel. Su profesión era demandante, y en ocasiones, comenzaba a detestar no poder cumplir con todos los caprichos de Miguel; èl era su niño consentido-. Para mañana, a primera hora, tengo agendada una cirugía, y luego, tengo una reunión con mi equipo médico. Saldrè màs temprano, pero me alcanzará el tiempo justo para poder volver al Callao, e ir a retirar mi traje antes de la fiesta.
Miguel torció los labios, y al paso de unos segundos, terminò rindiéndose.
-Bueno...
-Pero... tengo una idea. ¿Què tal si te acompaña Martìn? Èl no está en la reunión, de hecho, debe estar en casa. Èl vive bastante cerca de ti, y podría llevarte en su vehículo.
Miguel contrajo su expresión, y guardò silencio.
No le agradaba del todo la idea.
-Es que... no sè. Se sentiría... raro.
Manuel echò un bufido.
-A Martìn le caes bien. Ademàs, solo será un rato, ¿o te tardaràs mucho en la tienda?
-No... no; será rápido -contestò Miguel.
-Bakàn, entonces... ¿lo llamo?
Miguel se mordió los labios, y al cabo de unos segundos, asintió finalmente, un tanto desganado.
-Ya. Lo llamarè entonces. Te escribirè en cuànto me responda.
-Bueno...
-Nos vemos màs tarde. Te amo; muchos besitos.
-Besitos...
Y colgaron.
Miguel se quedó entonces un tanto disgustado.
No es que Martìn le cayese mal, pero...
La última vez que habían intercambiado palabras, había sido precisamente en el jardín trasero en la casa de Manuel, y...
Y èl, le había hecho sentir mal a Martìn, diciéndole que, al ser novio de Manuel, ahora èl tenía preferencia por sobre su amistad de años con Manuel.
Aquello había sido grosero de su parte, y Miguel, pensaba, que muy probablemente, Martìn aùn sentía enojo por ello.
(...)
Pasaron unos treinta minutos, y el celular de Miguel, entonces resonò.
''Martìn ya está abajo esperándote. Yo comenzarè ahora la reunión. Que les vaya bien. Muchos besos <3''
Miguel suspirò con desgano, y bajò hacia la primera planta del edificio.
Allì, Martìn lo estaba esperando en su vehìculo.
Miguel caminò con la mirada hacia el suelo, y por dentro del vehículo, Martìn le abrió la puerta.
-Hola, Martìn... ¿còmo estàs?
-Hola -respondió Martìn, un tanto serio-. Estoy bien.
Miguel sonriò insatisfecho, y se subió al carro.
El camino a la tienda fue un tanto silencioso. La tarde era fría, y el cielo yacìa un tanto oscurecido por la abundante presencia de nubes.
Miguel mantuvo su vista fija hacia la ventana, inmerso en un incòmodo silencio.
-¿Tenès la dirección de la tienda? -dijo Martìn de pronto, encendiendo un cigarrillo-. Manuel me dijo que es por acà cerca.
-A-ah -respondió, saliendo de su trance-. S-sì, es por acà. Te mostrarè la dirección...
Y no pasó mucho màs tiempo, cuando el vehículo ingresò al estacionamiento de la tienda. Ambos bajaron, y Miguel se adelantò.
Martìn entonces, hundiò sus manos en los bolsillos, y comenzó a seguirle los pasos por detrás. La tienda estaba medianamente vacìa, y una agradable musiquita de ambiente resonaba por los altos parlantes.
E inmerso en sì mismo, de forma minuciosa, Miguel comenzó a revisar la ropa.
Y desde allí, la presencia de Martìn no se le hizo notoria.
-Què lindo traje... ¿cuànto costarà? -dijo Miguel, revisando la etiqueta por detràs-. Ay, chucha; ni que fuera de oro. Ah, pero... bueno, Manuel me dio suficiente dinero, supongo que sì alcanza...
-Està lindo ese color -escuchò de pronto, provenir de detrás, y dio un pequeño brinco, sorprendido-. Como vos sos moreno, los colores pasteles te vienen bien. Podrìas llevarlo como opción al probador.
Ante aquella opinión de Martìn, Miguel sonriò.
De pronto, se mostraba màs amistoso con èl. Al parecer, para èl también era incòmoda dicha tensión.
Miguel sonriò entonces.
-¿Crees que a Manuel le guste como se me vea?
Martìn sonriò, y rodò los ojos.
-A Manuel le gustarìas, incluso si llevaras puesto un saco de papas, pibe.
Ambos rieron.
-Mira, ese color es lindo también -dijo Martìn, extendiendo un brazo, y sacando un traje de color carmìn-. Es elegante, y a mi parecer, un lindo color. Bueno; es mi opinión. No me hagas mucho caso, soy pèsimo en...
-Es lindo -dijo Miguel, y se lo arrebatò de las manos-. Lo llevarè al probador.
Martìn sonriò.
Y de esa forma, siguieron por un buen rato. La comunicación entre ambos, entonces volvió a ser expedita, en el trayecto en donde Martìn opinaba del traje que debía llevar, y en donde Miguel, preguntaba si encontraba atractiva o no una prenda.
Y en dicho trayecto, entonces Martìn chocò con una mujer.
Ambos se sobresaltaron.
-O-oh, disculpà, no quise...
-¿Don Martìn?
Dijo la mujer, y se volteò a observar.
Martìn entonces suspirò aliviado, y sonriò.
-Ingrid -dijo, sonriendo-. Què sorpresa verla por acà, ¿en què andàs?
-Vine a comprar mi vestido para mañana -sonriò la mujer-. Me acompaña mi esposo, pero se me perdió por ahì...
Ambos comenzaron a reir.
Y Miguel, que estaba a un costado de ambos -y con las manos llenas de trajes-, observaba un tanto incòmodo, sintiéndose excluido de la conversación.
-Ah, Miguel -dijo Martìn, percatàndose-. Ella es Ingrid. Es enfermera del equipo médico que trabaja para Manuel.
Miguel entonces sonriò cálidamente; Ingrid, en cambio, sonriò un tanto tensa.
Ella ya conocìa a Miguel, pero Miguel, no la conocìa a ella.
Y mucho menos sabìa quién era su esposo.
-Y, bueno... -prosiguió la mujer, carraspeando su garganta-. ¿Mañana asistirà a la fiesta, señor Martìn?
-¡Claro, che! -respondió, enèrgico-. De allá somos todos. Estarà buenìsimo, Ingrid. De hecho, habrá una pista de baile, y se hará en un hotel hermosísimo. Habrà animación en vivo, y la música...
-Disculpa, Martìn... -musitò Miguel, de forma tìmida-. No es mi intención interrumpirlos, pero... ¿què tal si me adelanto al probador? Y asì conversan tranquilos, y ganamos un poco de tiempo...
Martìn asintió. La mujer mirò de reojo, aùn algo tensa con la presencia de Miguel.
-Claro, che. Ve al probador, en un momento te alcanzo.
-Gracias -dijo Miguel, y antes de abandonar el sitio, se despidió de la mujer con un gentil ademàn; tomò el montón de trajes, y con ellos, se dirigió al probador de hombres.
Y allí, se metió en el cubículo que se hallaba al final del pasillo.
Y comenzó a probarse los trajes.
A partir de ese momento, Miguel pudo darse cuenta entonces, de que èl era precioso en cualquiera de sus facetas.
Antes, estaba acostumbrado a mirarse vestido con ropa quizá màs casual -pero aùn costosa-, o en prendas un tanto màs ''tiernas'', que resaltaran su papel de sugar baby, al que se estaba dedicando hasta hace un tiempo atrás en su vida, hasta antes de conocer a Manuel.
Pero nunca antes, se había visto en un traje de caballero.
Y debía admitir que se veìa precioso, y muy apetitoso.
Y por cierto, bastante varonil; hasta èl mismo se habría besado en aquel mismo instante.
Y todo su lado narcisista de su signo solar Leo, entonces salió a relucir frente al espejo.
-Ufa, què hermoso -se dijo a sì mismo, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón, y volteándose hacia el espejo, admirando su trasero-. ¡Y me resalta el trasero! Què traje tan precioso... -sonriò admirado, y volvió a decir-. O mejor dicho... què precioso estoy yo.
Lanzò una divertida risilla, y mirò al espejo con expresión seductora.
Y al cabo de unos minutos, se volvió a vestir con otros trajes, y no pudo decidirse por cuál de todos llevar, pues todos se le veìan bastante hermosos.
¡Por eso necesitaba a Manuel! ¡Necesitaba su opiniòn, y no la de Martìn! Pues, en gran parte, era para Manuel, que èl quería verse hermoso la noche de la fiesta.
¡Para seducir a su novio! No le interesaba seducir a Martìn, aunque... Martìn tampoco, no era nada de feo, de hecho, era también bastante guapo.
Pero no, no era su tipo. No había química, y aparte ya estaba enamorado hasta las patas de Manuel.
Lo tenía muy profundo en el corazón, como para caer en algo tan banal e insignificante como una debilidad carnal, y serle infiel.
Habrìa que ser muy huevòn, como para serle infiel a Manuel, y aparte... ¿què necesidad había para ello? Manuel era guapísimo, y aparte, tenía un GRAN corazón...
Sì, claro; corazón...
Miguel se echò a reìr, recordando entonces los veintitrés centímetros de corazón que Manuel tenía.
Y de pronto, el rostro le ardió, y sintió que se le hizo agua la boca.
-Si yo me veo tan guapo con este traje de caballero, me pregunto entonces cómo se verà èl...
Ante su mente, la imagen de Manuel, en traje de caballero, entonces se le hizo presente.
Y se mordió el labio, expectante por ver asi a Manuel.
Seguramente se veìa exquisito.
-Me da vergüenza admitirlo, pero... -se mirò el rostro en el espejo, y se observó la expresión, con lujuria contenida-. Ya quiero que me la meta...
Y se mirò un buen rato en el espejo, dándose cuenta, que aquel traje que llevaba, se le veìa bastante bonito.
Y era mejor que los trajes anteriores.
Y se decidió por llevar ese.
-Este si es màs bonito -se dijo, observando el traje de color azul piedra, combinado con la corbata carmìn en su cuello.
Y tras el paso de varios minutos, entonces Miguel sintió que alguien golpeò la puerta de su cubículo.
Se exaltó.
-¿Martìn? -dijo en voz alta, y no recibió respuesta-. Ya voy, tranquilo, espèrame un moment...
-Soy el encargado de los probadores -se oyò una voz masculina, al otro lado de la puerta, que sonaba bastante fingida-. ¿Quièn está ahì?
Miguel contrajo la expresión, confundido, y sin pensarlo demasiado, contestò:
-Oh... soy un cliente. Ya voy a salir, tranquilo.
-¿Cuàl es su nombre?
Miguel pestañeò, descolocado. ¿Què clase de encargado preguntaba el nombre del cliente en el interior de un cubìculo? Aquello era un tanto extraño, pero, confiado, decidió nuevamente contestar.
-Miguel -dijo, de forma ingenua-. Me llamo Miguel. Sè que estoy tardando, lo siento, pero ya terminè de probarm...
De pronto, la puerta se abrió de golpe. Miguel no alcanzó ni siquiera a reaccionar.
La puerta se cerrò, y en un instante, Miguel se vio acorralado en la pared del pequeño cubìculo.
Y cuando Miguel quiso gritar, al percatarse de la identidad del hombre en el interior del cubìculo, sus labios fueron acallados con una gran y àspera mano.
Y las pupilas se le contrajeron del miedo.
-Asì que, sì eras tù... -susurrò Rigoberto, con el aliento caliente en la cara a Miguel-. ¿Còmo estàs, pequeña zorrita? Ha pasado tiempo...
Miguel, con todas sus fuerzas, intentò alejar el pesado cuerpo de Rigoberto, pero este le aprisionaba con tal rabia, que no se le hizo posible.
-Cada dia que pasa me acuerdo de ti... -le dijo, mirando de forma groseramente sexual, el cuerpo de Miguel, de pies a cabeza-. Ah, y también de tu noviecito... ¿còmo se llamaba? -se quedó pensativo, y volvió a decir-: Ah, sì; Manuel...
Cuando Miguel oyò el nombre de Manuel, siendo delineado en la asquerosa boca de Rigoberto, entonces sintió que la ira le invadió.
¿Còmo se atrevìa ese asqueroso violador, a decir el nombre de su novio?
E impulsado por su fuerza interna, abrió los labios, y mordió la mano de Rigoberto de tal manera, que el hombre lanzó un fuerte alarido.
Y sacò su mano de golpe, sacudiéndola.
-¡Hijo de puta! -exclamò Rigoberto, observando a Miguel de tal manera, que podría fácilmente desollarle con la mirada-. Te voy a matar, te lo jur...
-¿Què quieres, viejo asqueroso? -escupió Miguel, limpiándose la boca, asqueado por saborear la mano de Rigoberto-. ¿Me seguiste? ¿Què mierda haces acà?
Rigoberto extendió su brazo por sobre el hombro de Miguel, y lo volvió a acorralar.
-¿Quieres saberlo, maldita perra? -escupió, hiriente-. ¿Ves esto? -alzò su mano por sobre el rostro, y se apuntò su ojo derecho, que yacia tapado con un parche negro; Miguel sonriò con malicia-. Ah, veo que te causa gracia...
-Claro que sì. Te lo merecías por violador, conchudo.
Rigoberto tomò el rostro de Miguel con suma violencia, y este lanzó un profundo quejido.
-Manuel, tu noviecito, me dejó ciego de un ojo. ¿Crees que es gracioso, zorra? Esto jamás se los perdonarè... -dijo, con un aura muy densa-. Tuviste suerte ese dìa... yo iba a violarte, y luego a dejarte tirado por allí, y apareció ese maldito chileno, hijo de puta, roñoso de mierda...
¿Roñoso? El único roñoso era èl. Un viejo verde de mierda, con aliento a caca, sin estilo y verdaderamente feo. Manuel, en cambio, era precioso, era higiènico, y el olor de su perfume -que siempre era muy fresco, con aroma a brisa marina, o a bosque-, siempre le embriagaba. Rigoberto tenía una apreciación de la realidad muy distorsionada.
-El único roñoso de mierda eres tù, aliento a caca -le dijo Miguel, con las mejillas presionadas por Rigoberto-. Con razón tu esposa no te da pelota, asqueros...
Rigoberto fortaleciò su agarre, y Miguel tuvo que callarse. Sintiò un sabor metálico en el interior de su boca, signo del daño en su cavidad bucal.
-Como sea -dijo Rigoberto, hastiado-. Ya me averigüé todo sobre ustedes, ¿sabes? Ha sido una gran coincidencia, que justamente Ingrid, mi esposa, trabaje como enfermera en el equipo médico de Manuel... ese medicucho de mierda.
Miguel entonces contrajo sus pupilas, perplejo.
¿Ingrid, la mujer de recién, era la esposa de Rigoberto?
-Gracias a ella pude averiguarme todo, todo, todito; el lugar en donde èl trabaja, què es lo que hace, e incluso, el hecho de que ustedes son ahora pareja. ¡Què romántico! ¿Quièn pensó que llegarìan a ser pareja? ¡Una zorra pituca, y un cholo de mierda!
Miguel contrajo sus cejas, sintiéndose sobrepasado por la situación.
-Ustedes quisieron hundirme, pero no pudieron. ¿Asì que soy un violador, y un pedòfilo, Miguel? ¿Acaso no fue eso lo que le dijiste a la prensa? Mi esposa me pidió el divorcio, ¿pero sabes? No pasó nada. La huevona es tan ingenua, que la convencí de lo contrario; de que tù me acosaste, e inventaste esa historia. Todos te están mirando como eres ahora... una perra arrastrada, que solo tiene sed de dinero, y de sexo; porque amas el sexo, amas que te golpeen, y que te escupan, y que te traten como eres; como una mierda insignificant...
-¡Càllate! -intentò decir Miguel, entre làgrimas-. ¡Suèltame! ¡Suèltame!
Rigoberto sonriò extasiado.
-Me contactè con varios hombres, y todos me dijeron lo mismo de ti; que eres una perra de mierda. ¿Y adivina què? Incluso un hombre, me contó lo que pasó el otro dìa fuera de un bar; tu noviecito, Manuel, lo golpeò, y lo ridiculizò frente a su esposa, y muchas otras personas... èl, ahora, está sediento de venganza. Tu novio ha ridiculizado a varios hombres por defenderte, ¿què pasa si èl se entera de que eres una verdadera puta? ¿Seguirà defendiéndote? ¿Seguirà creyendo que eres un santo, Miguel?
Miguel contrajo las pupilas, y sintió miedo de pronto.
-De-dèjalo, este problema es entre tù y yo, ¿quieres tu dinero de vuelta? ¡Perfecto! ¡Te lo devolverè, y con intereses! Te lo prometo, pero déjalo en paz, èl no...
-¡Càllate, perra! -exclamò, y Miguel se redujo en su sitio-. ¿Què es lo que ese imbécil, ve en ti? ¿Por què ha decidido estar en una relación contigo, a sabiendas de lo perra que eres? ¿O es que acaso èl...?
Hubo un silencio profundo, que Miguel sintió como una verdadera tortura.
-¿O acaso èl no sabe la clase de persona que eres? -Miguel sintió que el corazón se le detuvo-. ¿Èl sabe que ejerciste la prostitución hace unos años? ¿Èl sabe que todos los hombres con los que saliste, te consideran una perra? ¿Èl sabe que no eres capaz de sentir amor? ¿Èl sabe que, en algún momento, tarde o temprano, le serás infiel con otro hombre?
-¡Jamàs! -exclamò Miguel, y de un movimiento violento, se zafó del agarre de Rigoberto-. ¡Yo jamás le haría eso a Manuel! ¡Yo lo amo! ¡Y jamás lo cambiaría por uno de ustedes, viejos asquerosos!
Rigoberto comenzó a reìr, y Miguel sintió que la ira le invadió.
-¿Por què estàs con èl, Miguel? -dijo el hombre, metiéndose las manos en los bolsillos, mostrando aura apacible-. Que yo sepa... èl no tiene la misma cantidad de dinero que nosotros, y tampoco es como si èl gustara de esta vida sexual tan sucia, que hombres como tù y yo, disfrutamos. Tù sabes què tipo de persona eres, Miguel; no te hagas el tonto...
Miguel contrajo los labios, y apretò los puños.
-¡Ah, ya sè! -dijo, y alzò un dedo-. Es por què es guapo, ¿verdad? Claaaro, èl es un hombre bastante guapo. Es alto, varonil, tiene lindo rostro, buen cuerpo...; te gusta por su físico, es evidente. No puedes amarlo, porque no sabes amar. Solo te gusta por como luce...
-¡Càllate, viejo de mierda! -escupió Miguel, ya sobrepasado-. ¡Vete, conchatumare, y déjame en paz! -Y fuera de sì, Miguel intentò sacarlo del cubículo, pero Rigoberto se volteò, y volvió a azotarlo contra la pared, con fuerza desmedida.
Miguel se quedó quieto entonces, sintiendo màs miedo que antes.
Olvidaba el detalle, que Rigoberto, y otros hombres, no eran como Manuel. A ellos, no les temblaba la mano al momento de ser violentos con Miguel. Manuel, en cambio, jamás le había hecho un daño físico, por màs que èl lo mereciera en aquel instante.
Manuel ni siquiera era capaz de hacerle daño con las palabras.
-He regado un anuncio tuyo por todo internet -dijo Rigoberto, esta vez ya no tan amistoso, con la mirada fija en la asustada expresión de Miguel-. Es sobre los servicios sexuales que ofrecías a tus dieciocho años.
Miguel alzò la mirada, y sintió que la ira se le mezclò con el miedo.
-¡Fuiste tù! Asqueroso, tù fuiste...
-Claro que fui yo -aceptò, sin tapujos-. Fui yo, y otros hombres que te tienen algo de rencor. Lo hicimos con el afán de que quedes al descubierto, pero personalmente, lo hice para que Manuel, tu noviecito, lo viera también, pero... creo que no lo ha visto, ¿verdad? Es una suerte la tuya, de que èl aun no lo haya encontrado...
Miguel sintió que las piernas le temblaron, y en aquel instante, se sintió capaz de todo para que Rigoberto quitara dicho anuncio de internet.
No quería que Manuel lo viese... ¡No lo quería!
¡Le daba pavor pensar que Manuel, pudiese rechazarlo por eso! Su pasado le avergonzaba, y ahora, que èl estaba cambiando, no quería volver a pensar a lo que antes se dedicaba.
Que, en algún momento, en el pasado, ejerció en estricto rigor, la prostitución.
-Bueno, en algún momento lo verà, supongo. Es solo cuestión de tiempo. ¡Hasta algunos trabajadores de la clínica, han encontrado el anuncio en internet! Es un secreto a voces en la clínica, pero tu novio es tan huevòn, que no se ha percatado de nada. En un inicio pusimos el anuncio en páginas pornográficas, pero ahora aparece en cualquier página, al azar. Es verdaderamente, una suerte de que aùn no lo haya visto, y no te haya abandonado.
Miguel bajò la mirada, y sintió que una làgrima le deslizò por el rostro.
Le daba pavor pensar en ello. Si Manuel lo descubría, ya no lo amaría más.
Y se iría de su vida.
Y sintió un pitido en sus oídos, por causa de la presión sanguínea que aumentaba. De pronto, las palabras de Rigoberto, se hicieron sordas. La vista se le nublò, y observó hacia la nada. Sintiò un hormigueo en su estòmago, y la sensación de angustia se acrecentò.
Y Miguel, nunca antes sintió miedo màs grande en su vida, como lo experimentaba ahora.
No quería perder a Manuel, no lo quería. Podrìa ser capaz, incluso de entregar su propia vida, para esconder dicho pasado que le condenaba.
Porque Miguel, estaba condenado por su pasado.
-Bueno, ya me voy. Mi esposa ha de estar buscándome, asì que...
Y cuando Rigoberto se volteò para abandonar el cubìculo, después de sentirse satisfecho por toda la tortura mental provocada a Miguel, este sintió una voz muy apagada por detrás.
-Ri-Rigoberto... -musitò Miguel con debilidad, y el hombre se volteò-. E-espera...
Y Rigoberto se volteò, observando a Miguel con desprecio.
Y observó en el rostro de Miguel, un evidente sentimiento de desesperanza. Tenìa la vista apagada, y la expresión entristecida a màs no poder.
Y las làgrimas le caìan en silencio.
-Y-yo... yo quiero, por favor... ¿podrías borrar ese anuncio de internet? Yo no quiero que... no quiero que Manuel lo vea. Perdòn, perdón, perdón... -Y ya reducido en su dignidad, Miguel se agachò en el suelo, y comenzó a suplicar perdón a Rigoberto-. Perdòn por haberte acusado a la prensa, perdón por tu ojo derecho, perdón por no haberme dejado violar, perdònam...
Rigoberto echò una risa estridente en el aire. Miguel, con la expresión estàtica, le observó descolocado, con las pupilas azuladas contrariadas.
-¿Perdòn? -escupió, arrogante-. El perdón no lo quiero, puta zorra. La visión de mi ojo derecho no equivale a tu perdón. Aparte, ha sido tu novio quien me quitò la vista. Èl sufrirà las consecuencias. ¡Èl será quien sufra tod...!
-¡No! -exclamò Miguel, desesperado. Se arrastrò hacia las piernas de Rigoberto, y las abrazò, suplicando compasión-. ¡No con Manuel! ¡No le hagas daño a Manuel, por favor!
Y en ese punto, Miguel reventò en llanto.
-¡Manuel es el amor de mi vida! ¡Es la persona a quién màs amo, y lo amo incluso por sobre mì mismo! ¡No le hagas nada, por favor! ¡Èl no tiene la culpa de nada! ¡Soy yo quién merece todo lo malo, èl no... èl es una buena persona! ¡Es la persona màs bonita que conozco, y èl... èl!
Y con el labio inferior temblándole, Miguel ascendió su vista hacia el rostro de Rigoberto, que le observaba por encima.
Y allí, Miguel se quedó llorando desesperado.
Y Rigoberto, excitado por lo vulnerable que Miguel se mostraba, sintió el impulso de aprovecharse de aquel momento.
-Vaya, eres muy dulce, Miguel... -susurrò, agachándose a la altura de Miguel, el que aùn, desorientado, lloraba desesperado-. Asì que quieres que borre el anuncio de internet, ¿verdad?
Miguel, sollozando, asintió.
-Po-por favor, por favor, Rigoberto...
-Bien; lo borrarè, cariño. Lo harè, calma... -dijo hipócritamente, alzando una mano, y acariciando con suavidad el rostro a Miguel.
Miguel sonriò entre làgrimas.
-Gracias, gracias...
-Ssshhh... -susurrò, alzando un dedo, y acallando los labios de Miguel-. Pero... ¿què me daràs a cambio de eso, cariño? Nada es gratis, ya sabes...
Miguel contrajo las pupilas.
-¿Da-darte a cambio? Bueno, dinero... ¡Te devolverè el dinero, y con intereses! Fueron ochocientos soles, ¿verdad? Te devolverè cada sol, juro que...
-No, no, no... -susurrò Rigoberto, divertido-. No estàs entendiéndome, preciosura. No quiero el dinero...
Miguel, que observaba perplejo, y màs confundido que nunca, entonces oyò las palabras de Rigoberto:
-Te quiero a ti, cariño.
Y sintió que el mundo se le derrumbò.
-N-no entiendo... ¿a mì? No... no puedo aceptarlo, yo tengo novio, y lo amo; no pued...
-Perfecto entonces -dijo Rigoberto, alzándose del suelo, y sacudiéndose la ropa-. Tu anuncio estarà, esta vez, también en Google. Allì, seguramente Manuel lo verà. ¿Què tal si lo pongo también, en Facebook? ¿Twitter? ¿Instagram? ¿Si lo reenviamos a Whatssap? ¿Y en la página web de la clínica? ¡Eso sería maravilloso!
Y Miguel sintió que el pánico le invadió.
-¡No, no, no! -Se alzò del suelo, y se lanzó sobre Rigoberto, totalmente desesperado-. ¡¿Què tengo que hacer?! ¡Por favor, no! ¡Manuel no puede ver eso, èl...!
Y comenzó a sollozar.
Agachò su cabeza, y las manos le comenzaron a temblar.
Y fue preso de un ataque de angustia.
-Coopera, cariño... -susurrò Rigoberto, tomando a Miguel por la cintura, y aprisionándolo contra la pared-. Solo será una vez, y...
Hubo un silencio profundo, en donde Miguel mantuvo los ojos cerrados, y las làgrimas no dejaron de caerle.
-Y todos seremos felices. Yo habrè conseguido lo que quiero, Manuel no se enterarà nunca del anuncio en internet, y tu podràs irte tranquilo a casa. Seguirán tranquilos con su relación, y nadie màs los molestarà... ¿te gusta asì?
Y Miguel, preso de sus pensamientos, comenzó a rebobinar todo.
¿Valìa la pena correr el riesgo? ¿Què pasarìa si Manuel se enteraba de su pasado? Seguramente lo odiarìa, y no querrìa verlo màs.
Porque Manuel era un hombre correcto, íntegro y respetado. Èl jamás le aceptaría, con un pasado como ese... ¡Jamás lo volvería a amar! Porque Manuel era un hombre con un pasado limpio, con ningún acto reprochable en su vida; o aquello pensaba Miguel...
Y èl se iría de su vida, y le abandonaría al igual como lo hicieron todos, incluido su madre, y su padre. ¿Estaba dispuesto a correr ese riesgo? ¿A esperar el momento, en donde Manuel hallase el anuncio en internet, y lo abandonara por ser alguien sucio?
No; Miguel no estaba dispuesto a correr ese riesgo.
Y no estaba dispuesto a perder a Manuel.
Y Miguel, entre un llanto desenfrenado, y sintiendo que el corazón se le rompìa en mil pedazos, aceptò su destino.
Y aceptò el ofrecimiento de Rigoberto.
-Sì... -musitò, con las làgrimas aùn cayèndoles-. Hazlo, Rigoberto.
Rigoberto le mirò, escèptico, no creyendo lo que oìa.
Y con la voz sumida en una ira incontenible, Miguel le dijo:
-¡Hazlo, maldito huevòn! ¡Hazlo! ¡Tòmame, tòmame y hazme lo que quieras!
Y Rigoberto, motivado por ello, como un león hambriento, tomò a Miguel, y comenzó a besarle el cuello.
Y Miguel, comenzó a llorar en silencio.
Le rompìa el corazón hacerlo. Se sentía aùn màs asqueado que antes, y volvió a confirmar lo que siempre supo: èl era una mierda sin valor.
Porque le estaba siendo infiel a Manuel... porque aquello era infidelidad, ¿o no? El permitir que Rigoberto le chantajeara, que le amenazara, el que le permitiera hacerle sentir pequeño, asqueroso, sin valor...
Y un cobarde.
''No es infidelidad, porque no hay sentimientos de por medio'', quiso convencerse a sì mismo, entre un llanto desenfrenado; pero no le sirvió.
Porque sabìa que, al final de cuentas, era un engaño.
Porque engañaba a Manuel, al esconderle la prostitución que había ejercido en un pasado.
-Asì es, cariño; coopérame... -musitò Rigoberto, mientras metía sus manos por debajo de la ropa de Miguel-. Asì es... tranquilo. Despuès de esto, no volverè a molestarte. Lo juro...
Y con los sollozos de Miguel, retumbando en el cubículo, Rigoberto se desabrochó el pantalón. Y del cuello de Miguel, en besos torpes y desesperados, pasó a los labios de este.
Y Miguel sintió verdadero asco. Entre lágrimas, pensó entonces en defenderse, como una reacción automática e instintiva de su cuerpo, el que ya sabía, que pertenecía enteramente a Manuel.
Porque Miguel sabìa que èl pertenecía a Manuel, y tanto su consciencia, como su cuerpo, tenìan nociòn de ello.
Porque el cuerpo de Miguel tenía rechazo automático, por cualquier tacto que no fuese proveniente de las manos de Manuel.
Pero el miedo en aquel instante, era de tal magnitud, que Miguel simplemente se quedó de hielo.
Y se sintió màs pequeño e inútil que nunca.
-Càllate, imbécil -le musitò Rigoberto, mientras intentaba bajarle los pantalones a Miguel, que lloraba sin poder detenerse-. Esto es lo que tienes que hacer, ¿no quieres salvar a tu novio, acaso? Si quieres salvarlo de llevarse una gran decepción, entonces guarda silencio. ¡Y gime! ¡Quiero oírte gemir! Ya no llores; que molesto...
Pero Miguel no dejó de sollozar, y Rigoberto, entonces lo calló con otro beso, que volvió a dejar asqueado a Miguel.
Y al paso de otros segundos, Rigoberto fue tornándose màs agresivo con Miguel, tomàndole con brusquedad, y jaloneàndole el cabello con evidente desprecio.
Y Miguel, volvió a recordar lo que era el sexo, y se sintió asqueado.
No, ya no quería sexo. Querìa hacer el amor, y aquello era con Manuel.
Con el paso del tiempo, se había acostumbrado al gentil tacto de Manuel. A los besos, a las palabras dulces, a las caricias, y al acto ìntimo respetuoso.
Era Manuel a quien quería en aquel instante, y no el sentirse chantajeado, diminuto, e insignificante, bajo el control de ese viejo asqueroso.
Añoraba ahora que Manuel entrase por ese cubìculo, y matara a Rigoberto. Lo añoraba, lo quería, y lo deseaba.
Anhelò entonces, los brazos de Manuel en ese instante.
-Migue... ¿estàs aquí? ¿Alò?
De pronto, en el largo pasillo, se oyò la voz de Martìn. Miguel, que estaba tan preso del pánico en sus pensamientos, entonces no se percatò.
Y siguió preso del control de Rigoberto.
-Che... ¿estàs acà?
Y de forma imprudente, Martìn empujò la puertecita del cubìculo. Con lentitud, esta se abrió, dejando al descubierto el interior de la pequeña habitación: Rigoberto y Miguel, en medio de una escena que, a ojos de Martìn, era una clara infidelidad.
Y Martìn se quedó petrificado.
Y Miguel, cuando lo vio tras la puerta, contrajo su expresión.
Y sintió que todo era una pesadilla.
Rigoberto, que estaba de espalda a la entrada, entonces se volteò, enojado por la interrupción.
Y los tres se miraron.
-A-ah... disculpe -dijo Rigoberto, separándose de golpe del cuerpo de Miguel, y abrochándose el cinturòn-. Yo... lo siento. Què grosero de mi parte, hacerlo con este muchacho en un lugar como este...
Miguel, que mantenía la vista fija en el rostro de Martìn, no fue capaz de moverse.
El shock, en ambos, era absoluto.
-Con permiso -dijo Rigoberto, arreglándose la camisa, y yéndose del cubìculo, empujando levemente a Martìn, que no fue capaz de reaccionar.
Y se fue, a paso rápido del sitio, huyendo.
Y en el lugar, se quedaron tan solo Miguel y Martìn, observándose en un silencio abrumador, y lùgubre.
Miguel sintió que los latidos del corazón, de pronto se le congelaron.
-Ma-Mar...tìn... -musitò, con los labios congelados-. Y-yo... te juro que...
Martìn lanzó un leve jadeo, desde la puerta, y pestañeò, saliendo del shock.
Retrocedió dos pasos, y se llevó una mano a los labios, pensativo.
Miguel lo observó, asustado.
¿Què cosas estaban pasando por su cabeza?
No... ¡¿Por què las cosas tenìan que pasar de esa manera?!
-¡Ma-Martín! -volvió a decir Miguel, teniendo la voz rota. Se alzò de forma torpe, e intentò acercarse al argentino, que yacìa petrificado en la puerta-. E-escucha... lo que viste, todo... todo fue un malentendido. Te juro que... que a Manuel yo ja-jamás le sería...
Martìn no le dejó continuar. Cerrò los ojos con fuerza, y alzò ambas manos, señalándole que se callara rápido.
Miguel le observó con lágrimas en los ojos, y contrajo su expresión.
-Martìn, por fav...
-Estoy... sobrepasado, pibe -le dijo, con la voz tan seca, que Miguel sintió el rencor en el tono que utilizaba-. Volveré al... al vehículo.
Miguel sintió como una lágrima le cayó por el rostro, y el labio inferior le tembló.
-Te doy diez minutos para que llegues al vehículo. Ve a pagar rápido eso. Si no llegas en diez minutos, me voy.
Miguel, con el dolor evidente en su rostro, asintió en silencio.
Y Martìn se volteò, tambaleándose, y con lentitud, caminò hacia la salida.
Ambos se veìan notoriamente afectados.
Y en un silencio sepulcro, Miguel reventò en llanto.
(...)
Cuando Miguel, se sintió entonces con los pies en la realidad, se dirigió a pagar el traje, y caminò al estacionamiento.
Allì, Martìn aùn le esperaba, con la vista fija y seria, hacia adelante, no siendo capaz siquiera de ladear el rostro hacia Miguel.
Y ambos, emprendieron de nuevo el viaje, en un silencio tan desollador, que Miguel sintió que los vellos se le erizaron.
Lo último que Miguel habrìa querido aquel dìa, era el haberse encontrado a solas, justamente con Rigoberto. Y mucho menos, habrìa querido el resultado de todo ello...
Y mucho menos que, fuese precisamente Martìn, quien lo viese siendo víctima del chantaje y violencia de Rigoberto. ¿Què cosas estaría pensando ahora Martìn? Seguramente pensaba que, èl y Rigoberto eran amantes, y que...
Y que le estaba siendo infiel a Manuel.
¡Pero no, las cosas no eran de esa manera!
¡Jamàs en su vida, èl habrìa sido capaz de serle infiel a Manuel! Y mucho menos con alguien tan despreciable como ese viejo asqueroso...
Si las cosas habían resultado de esa manera, había sido, precisamente, por salvar su relación con Manuel.
Para evitar que Manuel terminase siendo dañado por una fuerte decepción, y para evitar la ruptura de su relación.
Porque Miguel amaba tanto a Manuel, que por salvarle a èl de cualquier daño innecesario, y de proteger el lazo que les unìa, Miguel sería capaz de cualquier cosa.
¡De cualquier cosa!
-Martìn... -musitò Miguel, con la voz inestable, y observando, de reojo, como Martìn guardaba silencio, y tenía la vista fija hacia adelante-. Yo... lo que viste en la tienda...
Martìn no se inmutò. Con la vista tan gélida como un glaciar, siguió ignorando la presencia y las palabras de Miguel.
-Mart...
-Estoy conduciendo -dijo, con la voz tan dura, que Miguel pudo percatarse del mensaje: ''no me jodas, estoy enojado''-. No puedo hablar mientras conduzco. Te lo pido, por favor, Miguel.
-S-sì, claro...
Y la vuelta a casa, fue silenciosa. Miguel, con la vista estàtica por la ventana del copiloto, observaba ya una ciudad de Lima, oscurecida, y adornada con las luces nocturnas de los vehículos que volvían a casa, después de una larga jornada de trabajo. Martìn, por su parte, encendiò un cigarrillo, y se mantuvo en silencio todo el viaje.
Pasaron por un subterráneo en la autopista, y todo se oscureció.
El ambiente melancólico, fue entonces mucho màs fuerte.
Y, al paso de unos quince minutos, entonces estuvieron cerca del edificio en donde Miguel vivía.
-Miguel -dijo Martìn de pronto, y Miguel, le mirò avergonzado-. Ya estamos llegando. Toma tus cosas, y asegúrate de no dejar nada aquí.
Miguel asintió en silencio, y agachò la cabeza.
-Martìn... -volvió a decir Miguel, en un intento por explicar la situación a Martìn-. Escùchame, lo que viste en la tienda...
Martìn, nuevamente no se inmutò, pero no le hizo callar esta vez.
-No es lo que parece. Yo... yo a Manuel, jamás lo engañarìa. Amo mucho a Manuel, y jamás le sería infiel. Todo fue un mal entendido, ese hombre y yo... no, no tenemos nada, te lo promet...
-Me vale una mierda, pibe -dijo Martìn, con la voz àspera-. Me vale una mierda lo que tù y ese hombre, hayan o no hecho.
Miguel se quedó perplejo, descolocado con las palabras de Martìn.
¿De verdad no le interesaba?
Hubo otro silencio, y Martìn dijo:
-Solo ten en cuenta una cosa -estacionò el vehículo fuera del edificio, y apagò el motor-. Depende de ti, si pierdes o no a Manuel. -Esta vez, observó a los ojos de Miguel, con un aura de ira retenida-. Manuel ha hecho muchas cosas por vos, Miguel. Èl... èl ha dejado en gran parte, de lado lo que ama hacer, por dedicarte tiempo a vos. Èl ha dejado de lado, incluso su amistad conmigo, por darte el tiempo a vos. Èl ha dejado atrás muchas cosas, por darse una oportunidad con vos, y tù... ¿còmo piensas pagarle?
Ante aquella pregunta, Miguel separò sus labios, atònito.
No sabìa como responder a ello.
Martìn entonces, acercò su rostro al de Miguel, y en un tono suave, pero severo, dijo:
-La infidelidad, jamás es un accidente. La infidelidad es una decisión, y como una decisión, esta tiene consecuencias, Miguel.
-¡Ya te dije que no le he sido infiel a Manuel! Lo que viste, fue...
-Me importa una mierda -volvió a decir-. No me consta lo que dices. No me consta que haya sido un accidente, pero tampoco me consta, que haya sido una infidelidad. No sè que fue eso, asì que... solo te volverè a decir lo mismo; la infidelidad es una decisión, y como decisión, tiene consecuencias. Vos sos inteligente, ¿Verdad, pibe? Sì, vos sos inteligente...
Hubo un silencio incòmodo, y Miguel agachò la mirada.
-Entonces pórtate bien con Manuel. Me parece, que èl ha soportado bastante de ti. No juegues con su paciencia, Miguel.
-Pe-pero...
-Si fuese por mì, ahora mismo iría a contarle a Manuel lo que vi de vos -Miguel, al oìr eso, sintió que el corazón se le contrajo del susto-, pero... pero yo no soy chismoso. Yo no harè el trabajo, que claramente, te corresponde a vos. Sea lo que haya sido eso, comunícaselo a Manuel. Déjate de boludeces, y ya crece, que me estàs rompiendo las pelotas. No sos un niño pequeño, ya sos un adulto, y tenès que asumir que, en las relaciones de pareja, tenès que ser responsable con tus lazos afectivos.
En lo último, Miguel sintió el evidente enojo de Martìn.
-Ahora ve a tu apartamento -le abrió la puerta del copiloto, y Miguel se sintió regañado, como un niño pequeño-. Y pensà en lo de hoy. Te prometo no decirle nada a Manuel, pero...
Miguel le observó, melancòlico.
-Pero a cambio, vos tener que decirle lo que pasó hoy. Yo no soy nadie para pedirte explicaciones a vos, pero Manuel sì. Èl es tu novio, y a èl le debes las explicaciones, no a mì, ¿entendido?
Miguel agachò la mirada, y asintió en silencio.
-Perfecto, buenas noches entonces. Cuídate, y nos vemos mañana.
En un silencio absoluto, entonces Miguel se bajò del vehículo, y a los pocos segundos, Martìn abandonò el sitio.
Miguel se quedó allí, con un gusto severamente amargo. Lo último que Miguel, habrìa querido en dicho instante, es que Martìn, el mejor amigo de su novio, creyera que èl le había sido infiel a Manuel.
¡Èl jamás le sería infiel a Manuel! Y sì había hecho aquello, había sido, precisamente, como una forma desesperada de escape.
Como una forma desesperada de salvar su relación.
(...)
La reunión en la sala de la clínica, comenzó a eso de las siete de la tarde. En una larga mesa, yacìa un representante de la gerencia de la clínica, y los tres médicos principales del recinto: el médico Gonzàlez, Barraza, y Gutiérrez, y todos ellos, acompañados de los integrantes de su equipo médico, respectivamente.
En un inicio, se tocaron temas concernientes a la administración, y todo pareció ir tranquilo, sin mayores tribulaciones; pero, cuando la reunión llegó al tema escrito en el pizarròn, titulado ''Horas de trabajo en sala de urgencias'', todo comenzó a ir en picada.
-Son tres médicos los que trabajan en urgencias -dijo el hombre de la gerencia, revisando unos papeles sobre su puesto-. Son el doctor Gonzàlez, el doctor Barraza, y el doctor Gutièrrez, ¿estoy en lo correcto?
Todos asintieron de forma unánime.
-Bien... ¿còmo se distribuyen las horas de trabajo en urgencia? Entiendo que, todos tienen sus consultas particulares, pero aparte, en caso de urgencias, deben atender fuera de su horario establecido. Segùn este documento -dijo, alzando un papel por sobre la mesa-, los tres médicos, tienen horas iguales de trabajo en urgencias, y, por tanto, reciben los mismos sueldos, ¿estoy en lo correcto?
Esta vez, se oyò una discrepancia entre las voces. Algunos asintieron, y otros negaron.
El hombre de gerencia se quedó extrañado.
-¿Què es lo que pasó?
-Resulta, señor -dijo entonces el doctor Barraza, interrumpiendo-, es que, como usted dice, deberìa ser que, los tres médicos, debiésemos trabajar lo mismo, pero no es de esa manera en la realidad.
El hombre se quedó descolocado.
-¿Còmo dice?
-Està hablando huevadas, Barraza -irrumpió el doctor Gutièrrez, y hubo un jadeo sordo de la multitud.
-Sea màs respetuoso, Gutiérrez -le pidió el doctor Barraza-. Por favor, somos mèdic...
-Pero estàs hablando huevadas, pues. ¿Por què dices eso?
Y hubo un silencio muy tenso.
-Sabe usted perfectamente porque el doctor Barraza dice eso, Gutièrrez -irrumpió esta vez Manuel, quien se había mantenido en silencio. El doctor Gutiérrez le mirò de reojo, con cierto desprecio.
Y comenzó la lucha entre ambos.
Era de conocimiento público en el personal de la clínica, que, entre Manuel, y el doctor Gutièrrez, había una relación un tanto conflictiva.
-No, no lo sè, Gonzàlez, ¿nos iluminas, por favor? -respondió Gutièrrez, con tono arrogante.
-Usted no trabaja sus horas establecidas, Gutièrrez. Yo me llevo el 50% del trabajo en urgencias, y el doctor Barraza el 40%. En el libro de asistencia, usted tiene tan solo el 10%, y ni eso... -Manuel, con tono calmado, se volvió a poner los anteojos de descanso, y continuò-. Usted pasa fuera de Lima, en viajes por todos lados. El otro dìa, cuando fue el accidente múltiple vehicular, yo y Barraza nos llevamos todo el trabajo con doce pacientes en cuidados intensivos, cuando era usted quien debía hacerse cargo. ¿Le parece correcto que usted reciba el mismo dinero que nosotros, cuando no hace su trabajo? Es algo grosero, e injusto. Incluso lo es para nuestro equipo médico, que hace todo el esfuerzo. El equipo médico de usted, casi no tiene trabajo. Es una falta de respeto enorme.
Luego de eso, hubo murmullos y cuchicheos. Varias personas integrantes del equipo médico de Manuel, y el doctor Barraza, aplaudieron, incluido el mismo doctor Barraza. Los integrantes del equipo médico de Gutièrrez, en cambio, se mostraron ofendidos.
-A ver, silencio, por favor... -intentò calmar el hombre de la gerencia, al ver el barullo que se formaba.
-Hablas huevadas, Manuel -le contestó Gutierrez, haciendo un gesto grosero-. Si no te gusta cómo están las cosas, entonces cámbiate de trabajo, ¿no?
-Estoy pidiendo lo justo, Gutièrrez. Si yo no trabajara mis horas laborales, me despedirían, ¿pero y a usted? Yo lo veo muy cómodo...
-Y es porque eres amigo ìntimo del gerente -interrumpiò osadamente el doctor Barraza-. Mientras a ti te pagan por hacer nada, yo y Gonzàlez nos rompemos el lomo en urgencias.
Se formó otro barullo, y comenzaron los malos comentarios.
Y todo se salió de control.
-¡¿Por què no se cambian de clínica?! ¡Si no les gusta, váyanse y ya! Es mi asunto, si llego o no a mis horas laborales.
-Què irresponsable, Gutièrrez -dijo Manuel, con las cejas contrariadas-. ¿Esa es su vocación médica?
Gutièrrez echò un bufido al aire, y se rio jocosamente.
-¿Me hablas de vocación médica tù, Manuel? ¿Tù, que violaste a un paciente tuyo?
Aquello generò reacciones, y Barraza apretò el hombro de Manuel, en señal de apoyo.
-Aquello ya se desmintió, ¿verdad? Eso no es real -dijo el hombre de la gerencia-. Tomamos conocimiento sobre eso, y...
-Sì, se desmintió, pero... Manuel es gay, ¿està bien tener a un médico gay trabajando en la clínica? -dijo Gutièrrez, y todos quedaron impactados ante el nivel de discriminación que mostraba.
-Suficiente, Gutièrrez -dijo Barraza, observando como la expresión de Manuel seguía serena-. Esos son asuntos personales, no debes...
-¿Personales? ¡Eso afecta a la clínica! Tener a un médico que es gay, es muy perjudicial. ¿Què clase de clínica, acepta a gente asì? Los gays tienen vidas decadentes, y ademàs, podría contagiar a algún pacient...
-¡Suficiente! -gritò el hombre de la gerencia, y se formó un barullo entre los integrantes del equipo médico.
-Què ignorante eres, Gutièrrez. Por Dios, ¿de verdad eres médico? -dijo Manuel, hastiado-. ¿Contagiar de algo a mis pacientes? ¿Lo dices en serio?
Luego de ello, la reunión sufrió varias interrupciones. Las miradas entre Gutièrrez y Manuel, se hicieron entonces de evidente enojo y rencor.
Y, cuando la reunión terminò, entonces Manuel caminò hacia el exterior, sintiéndose realmente enojado.
Querìa volver rápido a casa, y abandonar la clínica por hoy.
-¡Manuel! -oyò por detrás, y se volteò con desgano-. Oye, tranquilo; no te vayas tan rápido...
-Ah, doctor Barraza... -musitò Manuel, cabizbajo, y el doctor Barraza sonriò.
-¿Fumas? -le dijo, extendiéndole una cajetilla.
Manuel sonriò, y asintió.
Y ambos conversaron por un par de minutos, mientras fumaban un cigarrillo.
-No le hagas caso a Gutièrrez... de todas maneras, no es querido por el personal, y mucho menos por los pacientes...
-Lo entiendo -dijo Manuel-, pero, de todas maneras, es sumamente grosero.
-Claro que lo es, pero... mìrale el lado positivo. Èl mismo se condena con las mierdas que dice. Los pacientes te aman, y creo que eso dice bastante de tu calidad humana. ¡Aparte, èl te envidia! Como eres un médico mucho màs reconocido que èl, eso le ocasiona celos.
Manuel sonriò, y bajò la mirada.
-Y bueno... ¿listo para la cirugía de mañana, a primera hora? -le dijo, y le apoyò una mano al hombro.
-Màs que listo, colega -le contestò.
-Nos vemos mañana entonces. Descanse, doctor.
Manuel sonriò, y se despidió con un ademàn.
Y se quedó allí, en la salida de la clínica, aùn fumando el cigarrillo.
Y de pronto, Manuel oyò a su espalda, como dos enfermeras del equipo médico de Gutiérrez, conversaban entre murmullos.
-¿Crees que le sea infiel? Què horror, y con lo guapo què es...
-Yo creo... digo, mira, tiene hasta un anuncio en internet, en donde ofrece sus servicios sexuales.
Se oyò un jadeo por parte de una de las mujeres.
-¿Ejerce la prostitución? Què horror...
-Sì, es como una zorra, ¿verdad? Su anuncio lo he visto varias veces...
-Pobrecillo, èl no tiene idea... ¿y si le decimos?
-¡¿Què?! ¡No! ¡¿Estàs loca?!
Manuel entonces, se volteò hacia ellas, y les observó con expresión extrañada.
Las dos mujeres, entonces se dieron cuenta, y se sobresaltaron.
-¡Cojuda! ¡Hablaste muy fuerte! -exclamò una, en un susurro, y le dio un golpe a la otra, en la espalda.
Hicieron contacto visual con Manuel, muy nerviosas, y huyeron rápido.
Y Manuel se quedó descolocado.
¿De quién estaban hablando? Aquello sonaba... realmente triste.
El engaño en sì, era triste, y no quería imaginar a ese pobre hombre que, en aquel instante, podría estar sufriendo de un engaño, por parte de quien, al juzgar por la conversación de las enfermeras, parecía ser su pareja.
Manuel echò un suspiro al aire, cansado.
-Es triste, pero... -apagò el cigarrillo, y se encaminò hacia su moto-. No todos tienen la dicha, de tener un novio leal como el mìo.
(...)
-Ay Eva... -musitò Miguel, echado en el sofà, mientras que Eva mordisqueaba un juguete-. Me siento... mal. No sè què estarà pensando Martìn, por lo que vio hoy, y todavía peor... ya no sè si Rigoberto de verdad va o no a borrar los anuncios de internet. Tengo tanto miedo de que Manuel los vea...
Echò un suspiro cargado de preocupación, y Eva le observó, curiosa.
-Si Manuel me deja, yo me muero...
Y hubo un silencio largo.
Hasta que la puerta, entonces resonò con unos golpeteos.
Miguel alzò la mirada, y se volteò, observándola.
Y de nuevo sonaron los golpeteos.
-Debe ser Manuel... -se dijo a sì mismo, y se mordió los labios-. Debo relajarme, o se dará cuenta...
Tomò asiento, y comenzó a inhalar, y exhalar.
Y al paso de unos pocos segundos, se irguió del sofà, y caminò hacia la puerta.
Y la abrió.
Al otro lado, apareció Manuel, con la mirada evidentemente cansada, y con una sonrisa tierna, como de costumbre.
Y Miguel sintió que el pecho se le inundó de un exquisito calor.
-¡Amor! -le dijo, y corrió a sus brazos-. Te extrañè...
Como respuesta, recibió una suave caricia en su cabello.
-Yo también te extrañè... -le dijo Manuel, con la voz algo apagada-. Entremos, por favor; estoy... cansado.
Miguel asintió, y le hizo pasar.
Ya en el interior, Manuel caminò directo hacia el sofà, y allí, se echò. Miguel le siguió por detrás, y le observó atento.
-Ven aquí -le dijo Manuel, y se pegò unas palmaditas a los muslos, indicándole a Miguel que añoraba su presencia.
Miguel entendió dicha indicación, y siendo muy obediente, se sentó en las piernas de Manuel, y se abrazaron mutuamente.
Y se quedaron ambos entrelazados, con Eva entre medio, ronroneando.
-¿Què tal la reunión? -preguntò Miguel, dando pequeños besitos en la cara a Manuel.
-Todo tranquilo -mintió, sin tener demasiadas ganas de ahondar en ello; no se le hacìa cómodo explicar todo el conflicto de dicha tarde-. Nada de què preocuparse.
Miguel sonriò, y Manuel imitò aquello, aunque con expresión cansada.
Y volvió a darle besitos, como dibujando un caminito de flores en el rostro de Manuel.
Y este se echò a reir, enternecido.
-Hoy estàs màs tierno que de costumbre -dijo Manuel-. Hoy eres un pollito cupido, ya no un pollito con metralleta.
-¡Huevòn! -le dijo Miguel, y se echaron a reir.
-¿Y cómo te fue con Martìn? -le dijo Manuel, pasando sus manos por la cintura de Miguel, y atrayéndolo màs hacia su cuerpo; metió sus manos frìas por debajo de la camisa de Miguel, y tocò su espalda càlida, con las manos frìas; este se exaltò, por la diferencia de temperaturas.
-Me fue... bien -mintió, desviando la mirada-. S-sì, nos fue bien.
Lo dijo de forma tan poco convincente, que Manuel pudo notarlo.
-¿Seguro? -le dijo, alzado una ceja-. Pareciera que no... ¿o no te alcanzó el dinero que te di? Si fue asì, mañana puedo pasarte la tarjeta de crédito.
-¡N-no! -exclamò, con la voz algo temblorosa-. Si me alcanzó, de hecho, quedó cambio. Te lo pasaré de inmediat...
Manuel negó con la cabeza, y Miguel se detuvo.
-Quédatelo; cómprale comida a Eva con eso.
Miguel asintió con una sonrisa, y Eva maullò, contenta.
-Bueno...
-Muéstreme po, amor -dijo Manuel, volviendo a abrazarse fuerte a Miguel-. Muèstrame el traje que compraste.
Miguel asintió, y extendió su brazo, alcanzando la bolsa de la tienda, que se hallaba en el mismo sofà.
-Comprè un traje de color azul piedra -dijo, sacando la prenda de la bolsa, y mostrándosela a Manuel-. Y una corbata carmìn. Zapatos ya tengo, asì que no fue necesarios comprarlos.
Manuel alzò el traje, y lo observó admirado.
-Què lindo -dijo, sonriendo-. Ya quiero verte con èl puesto; seguramente te veràs precioso; aunque, bueno... siempre te ves precioso.
Miguel se sonrojò, y sonriò apenado.
-¿Y tù, amor? -le dijo Miguel, volviendo a abrazar a Manuel por el cuello, y depositando un tierno beso en sus labios-. ¿Què traje usaràs?
Manuel sonriò con picardìa.
-Es sorpresa; mañana lo veràs.
-¡No es justo! -le dijo-. Yo te mostrè el mìo... ¡al menos dame una pista!
-Ño.
-¡Manu! -le reclamò, jalándole suavemente la mejilla-. Dime...
Manuel comenzó a reìr.
-Es la misma ropa que usè, el primer dìa en que nos vimos. -Miguel contrajo la expresión-. Esa ropa con la que pensaste que yo era un ladròn, ¿te recuerdas? Cuando me pegaste en la calle, y me llamaste cholo.
Miguel se sonrojò, y desviò la mirada.
-Te gusta recordar esa huevada a ti, ah -le dijo, algo ofendido-. Ya te he dicho que me da vergüenza acordarme de eso, y aparte... estoy arrepentido, ¿ya? ¿Què tengo que hacer para que dejes de recordar eso?
Manuel alzò la mirada, pensativo.
-Darme un besito.
-Te doy diez si quieres.
-Ya po, a ver.
Y Miguel le volvió a llenar la cara de besos.
Y al final, le dio un fuerte beso en los labios, hasta con una mordida incluida.
-Ya, te perdono -le dijo, y ambos rieron sonrojados-. Es un traje de tres piezas, y marròn. No suelo usarlo, pero este año la fiesta será en un hotel muy elegante, y me veo en la obligación de usarlo.
Miguel alzò de pronto una de sus cejas, percatándose, de que, al parecer, èl era el único que no sabìa en donde se realizarìa la fiesta.
-¿En dónde se hará la fiesta, amor?
-En el hotel Atlantis. Es uno bastante lujoso, y queda aquí en el distrito...
-¿El Atlantis? -dijo Miguel, perplejo-. ¿El Atlantis OX?
Manuel asintió.
Y Miguel abrió sus labios, atònito.
Y desviò la mirada.
-¿Q-què pasó? -le dijo Manuel, preocupado, percatándose de la expresión algo descolocada de su novio-. ¿No te gusta, acaso? Yo no lo conozco, pero dicen que por dentro es lind...
-Claro que lo conozco... -dijo Miguel, melancòlico-. Lo conozco bien, de hecho...
Hubo un silencio, y Miguel sonriò con tristeza.
-Es el hotel... de mi padre -dijo, y bajò la mirada. Manuel le mirò con cierta làstima, y le acariciò el rostro, intentando menguar dicha tristeza-. Bueno, es uno de los hoteles de mi padre...
-Tu padre... ¿tiene hoteles?
Miguel alzò la mirada, y arqueò una ceja.
-Acaso... ¿no te contè sobre eso? -le dijo, y Manuel negó con la cabeza-. Pensè que sì...
-No... nunca me lo has contado. No tenía idea de que tu padre fuese dueño de hoteles...
-Lo es -confirmó Miguel-. Yo no recibo dinero de dichas propiedades, pero, gracias a ellas, tengo este apartamento para mì, y todos estos muebles, sino... ¿còmo piensas que habrìa obtenido todo esto?
Manuel se quedó pensativo, y dijo:
-Bueno... yo pensè que todo esto, lo habìas logrado siendo un sugar baby.
Miguel lanzó una leve risilla, y Manuel le mirò con expresión seria.
-Ser sugar baby, no me daba para tanto, amor. Es cierto, ganaba dinero, pero no como para tener mi propio apartamento, y poder amoblarlo.
-Bueno, de todas maneras... parecía que te iba bien, ¿no?
Miguel asintió.
-Sì, claro que sì. No puedo quejarme sobre eso; ganaba bastante dinero. Tuve que hacerlo, porque mi papà me quitò todos los beneficios de la mesada, y solamente me dejò con este apartamento y los muebles.
-Y... -de pronto, Manuel sintió mucha curiosidad sobre las cosas que Miguel había o no hecho, en sus labores de sugar baby-. ¿Còmo te pagaban? Digo... ¿tenìas una tarifa exclusiva, o variaba?
Miguel se quedó pensativo un instante.
-No, eran tarifas distintas. Por ejemplo, la tarifa cambiaba si era una cita única, o si había contacto con las manos, o habìa abrazos, o besos; todo aquello tenía un precio adicional.
-Mh, ya veo.
Manuel asintió en silencio, mostrándose un tanto serio.
¿Eran celos?
-Pero... ¿nunca ninguno te propuso algo màs? Digo... los hombres mayores, suelen ser muy morbosos, y màs si salen con jovencitos. ¿Ninguno intentò sobrepasarse contigo? Aparte de Rigoberto, claramente.
Miguel apretò los labios, y guardò silencio un instante.
-N-no... -mintió Miguel, desviando la mirada-. Yo... yo nunca los dejè. Sì, me lo proponían, pero yo nunca aceptaba. Yo era un sugar baby, no un prostituto. Eso... eso no va conmigo. O, mejor dicho... esa clase de vida no va conmigo.
Hubo un silencio profundo, y Miguel sintió de pronto una fuerte angustia.
¿Por què Manuel lo preguntaba?
¿Estaba sospechando?
-¿Por què lo preguntas, amor? -dijo Miguel, con la voz algo contrariada.
Manuel le observó, y alzò una ceja.
-Para saber si alguien habìa intentado sobrepasarse contigo -dijo, y Miguel sonriò, enternecido-, y ver si tengo que golpear a alguien màs.
-Aw...
Miguel dio un beso fugaz a Manuel, y este sonriò, sintiéndose lleno de amor.
-En realidad, es que... bueno, en la clínica, oì la conversación de dos enfermeras, y... me quedè algo pensativo.
Miguel le mirò curioso.
-¿Què cosa, amor?
-Bueno, no entendí muy bien, porque yo estaba hablando con el doctor Barraza. Eran dos enfermeras, y hablaban de alguien que, al parecer, tenía un anuncio en internet sobre... servicios sexuales, es decir, prostitución.
Miguel entonces quedó helado. Sintiò que la garganta se le secò, y en la boca del estòmago, se le posò un hormigueò.
Y guardò silencio.
-Y, me asaltò la duda si, el ser un sugar baby, es igual o no a la prostitución. Tengo entendido que son distintos.
Miguel torció los labios, y agachò la mirada.
-S-sì, son... distintos. La prostitución ya... ya es otra cosa...
Manuel asintió.
-Sì, lo entiendo. Es lo mismo que pensè -dijo, sin percatarse del aura nerviosa que Miguel mostraba-. ¿Sabes que es lo peor? Que, según oì... esta persona, que ofrece servicios sexuales, está en pareja con otra persona, y ofrece estos servicios a espalda de su novio. Me dio muchìsima... pena, digo; ¿aquello no es considerado infidelidad? Me dio tristeza pensar en ese pobre chico que, amando a su pareja, no tiene idea de que esta persona ejerce esto, aùn estando con èl.
Miguel guardò silencio, y Manuel le observó, curioso.
-¿Què pasa, amor? ¿Por què estàs tan callado?
Miguel sonriò con tristeza.
-N-no, por nada... -mintiò-. ¿Y tù...? ¿Estarìas con alguien que ejerce, o ejerciò la prostitución?
Miguel entonces se arrepintió de haber hecho esa pregunta, a sabiendas de la respuesta que Manuel le daría.
-No... -dijo Manuel, sonriendo levemente-. Respeto mucho lo que hacen, pero... pero no es la clase de vida que me gustaría llevar.
Miguel asintió, y prefirió ocultar su rostro bajo el regazo de Manuel.
No quería que, por la expresión en su rostro, Manuel se percatara de lo que ocurrìa.
-No me agrada la prostitución. No es que tenga algo en contra de quienes la ejerzan, pero... yo no pagarìa por ello. Los hombres que suelen contratar estos servicios, suelen ser hombres con vidas decadentes, y muy superficiales. Mi mamà, cuando éramos pequeños, siempre nos inculcò eso; el intentar llevar una vida afectiva y sexual responsable. No me agrada el mundo de la prostitución, porque creo que es muy carente de lazos afectivos, y eso... me choca un poco. Tal vez sea, porque soy un hombre muy sentimental, jaja...
Miguel sintió que le cayó una làgrima por el rostro, pero Manuel no se percatò de ello. Ràpidamente se la limpiò.
-La prostitución, no te agrada...
Manuel sonriò apenado, y negó con la cabeza.
-No me agrada -volvió a decir-. Respeto mucho a quienes la ejercen, pero no mantendría una relación con alguien asì. No es que los desprecie, es solo que... chocamos en nuestros principios. No es la clase de vida que yo llevarìa, y no son el tipo de persona con quiénes compartiría mi vida.
Miguel alzò el rostro, y asintió, con expresión melancólica.
Con aquellas palabras, Manuel habìa terminado de matarlo.
Le habìa hecho mucho daño, aunque claramente, de forma no intencional; después de todo, Manuel no sabìa del pasado de Miguel, ni tampoco sabìa sobre el anuncio en internet.
Tal parecía, que su relación tenía los dìas contador, y aquello, aterraba a Miguel.
Porque amaba a Manuel, y ahora, màs que nunca, tenía incertidumbre de si Manuel le seguiría o no amando.
-¿Por què tienes esa carita, mi amor? -le dijo Manuel, tomàndole suavemente el rostro, y besándole los labios-. ¿Dije algo... malo?
Miguel sonriò.
-No, no amor... ¿por què lo sería? No es nuestro caso, ¿verdad? Yo... yo te soy fiel, y no... no ejercí, ni ejerzo algo como eso. Y tù también me eres fiel, ¿verdad? Da mucha tristeza el caso que contaste, pero no es el nuestro. Tù y yo, somos una pareja... perfecta.
Aquello último resonò con la voz en un hilo.
-Tenì' razón -dijo Manuel, y fortaleciò el agarre en la cintura a Miguel-. Mira po, dime si no es rico tener a tu persona amada, cuidarla, respetarla, tener seguridad a su lado, y que ambos se amen muchísimo.
Besò a Miguel en los labios, y le comenzó a acariciar la cintura, con movimientos suaves.
Miguel sonriò entre medio del beso.
-Sì, asì es bonito...
Y se mantuvieron en un largo silencio, y al paso de unos minutos, comenzaron a besarse.
Y en la habitación, solo se oyò el leve ruido de sus besos, y algún que otro suspiro.
Y de apoco, la situación se fue poniendo un tanto eròtica.
Y Miguel, sintió de pronto una erecciòn en Manuel.
El ambiente se puso entonces candente, y se dio la oportunidad para consagrar, por primera vez, la primera relación ìntima.
''Respeto mucho a quienes ejercen la prostituciòn, pero no mantendría una relación con alguien asì. No son el tipo de personas con quien, yo compartiría mi vida''.
Las palabras recientemente dichas por Manuel, retumbaron en su cabeza.
Y todo se apagò.
-A-amor... -gimiò Miguel, sintiendo de pronto los besos de Manuel en su cuello-. Y-yo... yo tengo que... que decirte...
Manuel no tomò mayor atención -preso de la excitaciòn-, y solamente respondió con un leve: ''¿Hm?''.
-Ma...nu... -gimiò, sintiendo de pronto las manos de Manuel, tan càlidas acariciándole en sus muslos.
''¿Èl sabe que ejerciste la prostitución hace unos años? ¿Èl sabe que todos los hombres con los que saliste, te consideran una perra?''
Las palabras de Rigoberto, entonces le hicieron màs agudo el tormento.
Y Miguel no pudo retener màs su miedo.
-Ma-Manuel, pa-para...
Pidiò en un jadeo, y Manuel, parò de inmediato.
Y se observaron en silencio.
-Lo siento -susurrò Manuel, contrariado-. ¿Te hice daño?
-N-no... no es eso...
-Discùlpame, amor. Yo... pensè que querìas...
Miguel se tapò el rostro, y suspirò.
-Claro que quiero... -dijo Miguel, notoriamente acalorado.
Y sì, evidentemente lo quería.
Entre sus piernas, yacia su erecciòn muy pronunciada, asì mismo como pasaba con Manuel.
Pero los pensamientos negativos en su cabeza, simplemente no le hacìan disfrutar del todo el encuentro sexual que comenzaba a aflorar.
De nuevo, Miguel cagaba, lo que sería su primera vez como pareja.
Se comenzó a odiar por eso.
Manuel sonriò con tristeza, y asintió despacio.
-Si no te sientes listo, está bien -dijo, suspirando, y ayudando a Miguel a reincorporarse del sofà, en el que yacìa acostado.
-Pe-pero... de nuevo la caguè, y... -Miguel echò un bufido, molesto-. Yo quiero, pero... en mi cabeza, ¡agh!
Manuel comenzó a reìr.
-Amor -le dijo, y le tomò del rostro, con tacto suave-. He esperado màs de un mes, ¿crees que no puedo esperar otro? Tranquilo. Solo quiero que te sientas cómodo. Las cosas se darán cuanto tù lo quieras.
Miguel bajò la mirada, y los pensamientos se le hicieron un revoltijo.
No se sentía capaz de decirle a Manuel, la razón del por què se sentía tan abrumado.
No después de que Manuel le dijera lo que pensaba acerca de quienes ejercían la prostitución.
Y, aunque èl, en estricto rigor, ya no ejercía la prostitución, era seguro que Manuel de todas maneras, le iba a rechazar.
O aquello es lo que pensaba Miguel.
-¿Vamos a dormir? -dijo Miguel, no alzando su mirada a Manuel, pues no se sentía digno en aquellos instantes-. Estoy... cansado.
Manuel asintió, y en voz suave, dijo:
-¿Estàs seguro que no pasa nada? Te noto... cabizbajo. Sabes que puedes confiar en mì, ¿todo fue bien con Martìn hoy? ¿O pasó algo? Èl es mi amigo, pero si te hizo sentir mal con algo, voy a conversar con èl.
Miguel negó en silencio, y Manuel quedó extrañado.
¿Què le pasaba entonces?
-Es solo que... la fiesta de mañana me tiene nervioso. Pensar que, por primera vez iremos como invitados, a una celebración de esa magnitud... me pone raro. Tù eres un médico de bastante renombre, y muy respetado, y... me da miedo no ser suficiente mañana.
Manuel suspirò, y sonriò con ternura.
-Todo saldrá bien -le tranquilizò-. Lo prometo. Bien, vamos a descansar; mañana será un dìa muy largo.
Miguel sonriò apenado, y Manuel le besò las manos.
Al paso de unos segundos, entonces fueron a la cama, y no pasó mucho màs tiempo, para que ambos cayeran profundamente dormidos.
Al dìa siguiente, entonces la fiesta comenzó.
(...)
Traje que usarà Miguel:
Traje que usarà Manuel:
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