Efectos Analgésicos
Cuando el día siguiente llegó, Manuel se levantó con los mejores ánimos. Buscó en su lista de reproducción, música alegre, y a todo volumen, se dedicó a escuchar, con la mejor energía posible.
Ya no iba a dejar que la tristeza lo consumiera. Estaba ahí, vivo, y orgulloso. Debía seguir; porque la vida seguía.
Con Miguel, o sin Miguel, la vida seguía...
El día para él, pasó rápido en la clínica. Cuando llegó, saludó a todos sus colegas, aunque con sonrisas que, a leguas, se veían un tanto forzadas.
Pero bueno... al menos, hacía el intento de estar feliz.
Su turno duró hasta el mediodía. Al termino de este, salió junto a Martín, y almorzaron juntos.
Su cabeza se mantuvo ocupada todo el día, hasta que entonces, al anochecer, Manuel se puso manos a la obra.
Era la gran noche; su gran noche de soltería.
—¿Me rasuraré, o no? —se preguntó, saliendo de la ducha, con la toalla amarrada en la cintura. Se observó en el espejo, y se acarició la barbilla.
Sonrió despacio.
—Me veo guapo con barba... —se dijo a sí mismo—. Pero... me voy a perfilar la barbilla. Sí, eso haré...
Tomó una navaja, y con cuidado, comenzó a perfilarse por el mentón. Recortó su barba, y el vello, quedó corto, a ras de piel. Su rostro se vio mucho más perfilado, y el mentón, más prominente.
Se vio muy varonil.
—Ahí sí po, Manuel... —sonrió al espejo, con aura seductora—. Ya, campeón... es hora de amarte a ti mismo. ¿Eres guapo? Exquisito, papi...; es momento de tener carácter. Por algo, Diosito te hizo tan lindo; sácale partido.
Se observó más de cerca, y en el espejo, se perfiló el corte en su ceja izquierda. Sonrió.
—Ahí sí po... bien flaite, Manuel. Voh' erí de Puente Alto po. Te vai' a ver terrible rico, para las mijitas ricas peruanas...
Comenzó a cagarse de la risa, de las mismas cosas que él decía. Se sentía extraño.
Caminó hacia su habitación, y tomó asiento en los pies de su cama. Se arrancó la toalla, y quedó desnudo. Comenzó a secarse.
Y, mientras se secaba el cuerpo, la mente comenzó a divagarle.
''Jamás... jamás... nadie te amará como yo. Ni Luciano, ni nadie... nadie te amará de esta forma, de esta manera, en que yo me derrito por ti...''
De golpe, a su mente, el rostro, y las palabras de Miguel, se hicieron presentes.
Manuel contrajo las pupilas, y se quedó quieto.
Sintió un fuerte dolor en el pecho. Estaba arrepintiéndose, de salir aquella noche.
Pensaba en Miguel...
En su Miguel...
—N-no, no... —se dijo a sí mismo, tomando la toalla, y con rabia, lanzándola hacia la pared—. ¡Para tu weá, Manuel culiao! ¡Déjate de pensar en Miguel, weón!
Se gritó a sí mismo, cerrando los ojos.
—¡Mientras voh' pensai en Miguel, ese weón se está revolcando con Antonio! ¡Él está bien sin ti! ¡Está bien! ¡Es momento de que ahora tú, la pases bien sin él!
Se paró de golpe, y caminó a su ropero. Se detuvo frente al espejo, y estando desnudo, se observó.
—Puta, el medio guacho, weón... —se observó la parte delantera, y luego, la parte trasera. Se observó también sus tatuajes—. Lo que se perdió Miguel, por andarse culiando a un viejo culiao terrible de feo...
Comenzó a reír. Se vistió con la ropa interior.
—Ya, weón... eres lindo; sácate partido. No pienses en Miguel, no pienses en él... estoy feliz... ¡ESTOY FELIZ! Será una gran noche. No voy a llorar, porque estoy feliz. No más lágrimas; pura felicidad.
De la aparente ''felicidad'' que sentía, comenzó a tararear una canción antigua de reggaetón: ''Baila morena'', de Tito el Bambino, y Don Omar.
—Baila morena, baila morena, perreo pa' los nenes, perreo pa' las nenas... —cantaba, mientras buscaba en su ropero, el outfit para esa noche—. Mmh... perreo para los nenes, y las nenas... —repitió, y sonrió—. Ese es el himno de los bisexuales, jaja... ¿Y si coqueteo con hombres, y mujeres? Total... me gustan ambos. Con hombres... tengo al Julio, y al Luciano, ¿y mujeres? Las voy a buscar... total, las peruanas son hermosas... de más que alguna por ahí, querrá bailar conmigo...
Tomó una camiseta carmín, sin mangas, y se la puso. En sus brazos marcados, con ella, se veían sus tatuajes al desnudo. Se puso un pantalón negro y ajustado, y en los pies, un par de botines de cuero.
Y para rematar, por encima, se puso una chaqueta negra de cuero.
Manuel se miró satisfecho al espejo, y sonrió.
Se veía jodidamente atractivo. Sabía sacarse partido.
—Casi listo, pero...
Caminó hacia su cajón, y se echó perfume. Se olió a sí mismo, y suspiró.
—Las mujeres aman que los hombres huelan bien, así que... todo listo.
Al paso de unos minutos, entonces se oyó un fuerte bocinazo en el exterior. Aquella era la indicación, de que Martín, ya había llegado.
Manuel tomó su cajetilla de cigarrillos, su encendedor, y su billetera. Salió de su casa.
Afuera, esperaba Martín en su vehículo. En el asiento trasero, Luciano y Julio, observaban expectantes, y muy emocionados.
Joder... ¡¡MANUEL PARECÍA UN BOMBOM!!
Manuel sonrió, y les guiñó un ojo.
La noche de chicos, entonces, comenzó.
(...)
Llegaron a un famoso pub karaoke, que se situaba en el distrito de Miraflores. En dicho lugar, la gente se amontonaba. El ambiente festivo era evidente; la bohemia podía respirarse en el aire.
—¿Barraza vino por su cuenta? —preguntó Manuel a Martín, mientras este, estacionaba el vehículo.
—Sí; me acaba de escribir. Nos está esperando en la puerta.
—¿Quién es Barraza? —preguntó Luciano, con su peculiar acento, desde el asiento trasero.
—Jorge Barraza —respondió Julio, a su lado—. Es un colega de todos nosotros.
—Ah, ya veo...
Cuando el carro de Martín fue estacionado, entonces los cuatro, salieron del vehículo. Se encaminaron al local, y justamente afuera, los esperaba Barraza.
Se saludaron entre todos de forma amistosa, y pronto, hicieron fila. No tardaron al entrar al local.
Y, apenas entraron, tomaron una mesa en el sector. El ambiente era bullicioso, de risotadas, y muy jovial.
Manuel se sintió expectante.
Y, apenas Manuel se sentó, Julio y Luciano, lo rodearon, cada uno por un costado. Martín frunció el entrecejo. Barraza, a un costado, sonrió agraciado.
—Buenas noches, ¿tomarán su orden? —preguntó el garzón, llegando a la mesa de todos ellos.
Todos se observaron. Cada uno tomó la carta, y comenzaron a revisar.
—¿Un Whisky? —murmuró Manuel, al resto.
—Tenemos Jack Daniel's —respondió el mesero.
—Pero ese es súper caro... —intervino Julio, por lo bajo.
—Deme ese —respondió Manuel, y el mesero, lo anotó. Martín observó incrédulo.
—¡Pero es caro! No traje tanto presupuesto esta noch...
—Julito... —musitó Manuel, y despacio, alzó su mano; le acarició a Julio por debajo de la barbilla, como a un cachorrito—. Esta noche, yo los invito. Fue mi idea venir. Beban cuánto quieran...
Martín rodó los ojos, y Barraza, comenzó a reír. Luciano observó perplejo, y Julio...
Julio.exe, dejó de funcionar.
La caricia de Manuel, le había dejado fuera de cancha. Jamás se lo habría esperado. Había cumplido uno de sus sueños.
—¡Ya! Perfecto, entonces... Martín, ¿bebes chelas?
—Obvio sí, che... pidamos. Lú —le dijo a Luciano, que, en su puesto, parecía estar enojado; estaba de brazos cruzados, muy celoso, al ver que Manuel, le había hecho un cariño leve a Julio, y no a él—. Lú, pelotudo, escúchame...
—¿Mh? —musitó serio, alzando una ceja.
—¿Vos qué tomas? Para pedir...
—Cerveza —respondió a secas.
—Ya, genial... ¿Y vos, Julio?
Julio estaba ensimismado, con el rostro sonrojado, y con una sonrisa estúpida. Barraza estalló en risa, al verlo.
—Pelotudo, te estoy hablando...
—Ya po, Julito; contesta... —intervino Manuel, y Julio, salió de su trance.
—¿Ah? —respondió.
—¿Qué tomas, imbécil? —dijo Luciano, ofendiéndolo—. Responde.
—Ah, lo que sea. Alcohol es alcohol.
Todos rieron. El mesero entonces, se llevó una orden de un Whisky, cuatro packs de chelas, y una parrillada tamaño familiar.
La música que sonaba al fondo, era ''Quiero bailar'', de Ivy Queen.
Manuel tomó un cigarrillo, y lo encendió. Comenzó a fumar. Se echó en su silla, y de inmediato, Julio lo tomó del brazo.
Muy descaradamente, a su lado, Julio se acurrucó. Luciano observó furioso.
Martín sabía que, en cualquier momento, se formaría pelea.
Barraza observaba agraciado.
—Si Miguel estuviese aquí... —dijo Martín, encendiéndose también un cigarrillo—. Habría estallado una bomba...
Manuel alzó una ceja, y sonrió.
—Pero no está acá —le recordó, y despacio, abrazó a Julio por el hombro—, ni estará. Está muy ocupado con ya-sabes-quién...
Luciano, por su parte, se acomodó en el otro brazo de Manuel. Se acurrucó de forma descarada —al igual que Julio—, y Manuel, no lo alejó; es más... también lo abrazó de un hombro.
Manuel se sintió como un big boss, o un big daddy.
Luciano, y Julio, en cada brazo, acurrucados como pollitos, confirmaron eso.
Pero se observaban con recelo.
Martín rio, de lo graciosos que se veían.
Aunque, con dolor, por Luciano...
—Y bueno... ¿él es? —dijo Barraza, apuntando hacia Luciano.
—Ah... —contestó él—. Mi nombre es Luciano Da silva; es un gusto señor.
Extendieron sus manos, y se saludaron.
—¿Trabajas en la clínica?
—¡Oh, no! Yo no soy del área de la salud, como ustedes...
—¿Eres estudiante?
De pronto, llegó el mesero con el pedido. Martín, y Manuel, comenzaron a servir los vasos. Julio, a un costado, no se soltaba del brazo de Manuel.
—Ya po, Julio; déjame servir las weás. Pareces moco ahí, pegado.
—Ay, sí... perdón.
Martín rio jocoso; Luciano, y Barraza, conversaban.
—Soy tatuador —dijo entonces Luciano, recibiendo su vaso con whisky.
—Uh... ¿tatuador? —preguntó Barraza, interesado, y se llevó una cerveza.
Luciano asintió.
—En Sao Paulo, tenía un centro de tatuajes, pero... he tenido que dejarlo, por venir hasta acá. Ahora estoy trabajando de forma particular.
—¿Y por qué has venido hasta Perú?
Luciano, observó algo incómodo. Manuel y Martín, se veían felices; prefirió no contestar.
Porque su respuesta, tenía relación con Miguel.
—Prefiero... no contestar.
Barraza rio.
—¡Está bien! No hay problema...
—¿De qué hablan? —preguntó de pronto, Martín.
—Que el chico —respondió Barraza, apuntando hacia Luciano—. Es tatuador...
—¡Ah! Por eso tienes tatuajes tan bakanes... —dijo Manuel, llevándose al seco, un vaso de whisky; Martín observó perplejo dicha osadía. Manuel se volvió a servir otro—. Cuando te vi en el parque, la primera vez, amé tus tatuajes. Tu estilo es retro; es mi estilo favorito.
—¡Sí! —exclamó Luciano, con los ojos brillando hacia Manuel—. ¡Me di cuenta de eso! Por eso amé tus tatuajes. Son un estilo hermoso, y...
Ambos se observaron a los ojos. Luciano, se sonrojó. Manuel sonrió despacio.
Martín desvió la mirada.
—Algún día... no sé, ¿te parece si me tatúas? Podrías un día, después de la clínica, no sé...; me encantaría tatuarme ahora el brazo izquierdo.
—¡Encantado, menino Manuel! ¡Yo encantado de tatuarte! Tienes una piel hermosa, para hacerte ese tipo de arte. Los tatuajes te sientan hermoso...
Hubo un silencio. Se sintió la tensión entre ambos.
Martín maldijo por lo bajo.
—Oye, ¿y a mí me puedes tatuar? —intervino Julio, encendiéndose un cigarrillo.
—No.
—¿Qué? ¿Por qué no?
—Porque no.
Luciano fue tan tajante en su respuesta, que Martín comenzó a reír. Manuel se mordió el labio, para no lanzar la carcajada.
De pronto, a la mesa, llegó la parrillada. Todos comenzaron a comer.
Y también, a beber...
A la hora, comenzaron a surgir los efectos del alcohol, y especialmente en Manuel, que aquella noche, tomaba como un condenado.
El corazón lo tenía con tanto despecho, que Manuel, no comenzó a medirse.
—¿Y tú, Luciano, eres amigo de quién? —dijo Julio, llevándose un vaso hacia atrás.
Luciano observó curioso.
—Soy amigo de...
—Es amigo de Ma-Martín —respondió Manuel, sintiéndose un poquito mareado—. Son amigos de internet, de hace años, y al fin se conocieron. El Martín, cuando era más joven, le gustaban los videojuegos, y de ahí se con-conocieron; de un foro para ñoños...
—¡Ah! Mira tú... no conocía esa parte tuya, Martín... —respondió Barraza, y Martín, se sonrojó.
—Sí... bueno. Conozco a Martín de hace años, pero... perdimos contacto mucho tiempo. Ahora, me hice más cercano a menino Manuel —dijo Luciano, aferrándose al brazo de Manuel—. Así que... supongo que soy amigo de amb...
—Luciano y Martín, se gustan —disparó Manuel, muy desinhibido, por causa del alcohol.
Martín escupió la cerveza en cara de Barraza. Luciano observó perplejo. Manuel comenzó a reír.
Hubo un silencio muy incómodo.
—¡¿Q-qué?! ¡¿Qué dices?! ¡Es mentira! ¡Eso es mentira! —dijo Luciano, nervioso—. ¡Eso no es ciert...!
—Uy, uy, uy, uy... UUUUYY, se gustan, se gustan... —reía Manuel, divertido—. ¡Luciano y Martín, fueron a pasear, Luciano le dijo si quería pololear! Uy, uy, uy...
—Yaaaa, pelotudo, y la re concha de tu hermana; cerrá el ojete.
Reclamó Martín, sonrojado, y bajando la cabeza. Barraza tenía ataque de risa. Julio también.
—Ya oh... ¿cuál es el proble-hip? —comenzó Manuel a hipar—. El problema... loco; acéptenlo. Viva el amor homosexual. Viva el amor entre hombres.
Barraza se atoró con un pedazo de carne. Se recuperó al instante.
—Los chilenos son bien liberales, ah... —musitó Barraza, tosiendo agraciado.
—Así son —dijo Martín, avergonzado.
—Hay que aceptar, cuando se tiene gusto p-por la pich-pichula.
—Pelotudo, cállate. Me estás dando vergüenza —dijo Martín, más rojo que un tomate; Julio moría de risa, a un costado—. No es chistoso, chileno pelotudo.
—Concuerdo; no es gracioso... —dijo Luciano, levemente sonrojado. Luego, se volvió a abrazar a Manuel—. Además... a mí me gustas tú, menino Manuel...
Manuel observó sorprendido, y contrajo las cejas.
Julio lo miró enojado.
—Oye, espera —intervino Julio, celoso—. Tú espérate, ah. Yo le eché el ojo primero a este huevón. Lo conocí antes que tú, y además, me tuve que aguantar una golpiza de su ex novio.
Hubo un silencio en la mesa. Manuel observó sorprendido.
—¿Mi-Miguel te pegó?
Julio desvió la mirada.
—S-sí... me sacó la chucha.
Manuel reventó en risa. Julio observó enojado.
—¡Oh, la weá chistosa! ¡¿Miguel te pegó?! Pero weón, si Miguel es un enano... ¡¿En serio te pegó?!
A Julio, no le hacía ni la más puta gracia, la burla de Manuel.
Pero al resto, sí.
—Oh... Miguel te pegó, por eso, ese día... te golpeó super feo parece... —Manuel se terminó el cuarto vaso de Whisky, y luego, tomó una cerveza.
—Ya, pelotudo... no seas así. A Julio no le hace gracia... —dijo Martín, aguantándose la risa—. Aunque sí, Julio... que loco. Miguel es más pequeño que todos acá; que chistoso que te haya pegado...
Luciano alzó una ceja, e intervino.
—Bueno, ¿y de qué te burlas, menino Manuel? Miguel le pegó a Julio, pero... a ti, Miguel te tenía a sus pies, ¿o no? Así que... no sé de qué te ríes.
Hubo un silencio. Eso, fue golpe bajo.
—Uuuuuh... —dijo Barraza, aguantándose la risa—. Eres bien pisado, doctor Manuel. Y tan distinto que se veía. Quién pensaría que, el cerebro de la clínica, sería pisado por un chibolo...
—Jajajaja, re mandoneado, el pelotudo. O como le dicen en su país; ''re macabeo''.
—Ya oh, cállense; no era tan así —respondió Manuel, molesto; volvió a servirse otra cerveza; estaba ya bastante borracho—. S-si yo igual... igual lo mandaba, ¿ya?
—Ni vos te crees esa, boludo.
—Ya, pero... volviendo a lo anterior —dijo, y se encendió un cigarrillo—. Igual que caradura, el celarme con Julio, cuando él... él ya andaba con otra persona.
El ambiente se tornó silencioso; dejó de ser gracioso. Martín tuvo que descomprimir.
Manuel comenzó a llorar en silencio. Todos observaron preocupados.
Llanto de borracho despechado...
—A ver, a ver... —dijo Martín, levantándose despacio—. Julio, dame tu lado. Déjame sentarme al lado de Manuel.
Sin chistar, Julio obedeció. Martín se aferró a Manuel, y por lo bajo, comenzó a hablarle.
—Manu, no llores; escúchame...
—E-el weón... el weón me celaba con todos, cuando él... me fue infiel... ¿por qué lo hizo? Yo lo amaba tanto, weón...
—Ya, Manu; relájate...
Barraza, Luciano, y Julio, observaron con pena.
—Me duele, Martín... yo lo amo, pero... me es infiel, y...
—Ya te dije que no te fue infiel, pelotudo; déjate de pensar en eso.
—¡Ya córtala weón! —gritó Manuel, entre lágrimas, y alcohol—. Me dices eso, para tranquilizarme, pero todos saben que fue así, weón...
Martín suspiró, y pronto, se formó otro silencio incómodo.
Solo se oyó la música de fondo.
—¿Por qué se quedaron callados, hijos de puta? —dijo Martín, alzando la vista—. Digan algo gracioso, para que este pelotudo, deje de llorar...
Todos se observaron nerviosos. No sabían qué decir; ni que chiste inventar.
Hasta que Barraza entonces, dijo:
—Pudín.
Todos observaron extrañados, hasta que Manuel entonces, estalló en risa.
Tras él, todos rieron.
—Pudín ajajajajhgsfgahd, la weá tonta —dijo, tomando otra lata de cerveza, y abriéndola—. La wea buena.
Martín sonrió, y luego, volvió a su puesto.
Manuel había dejado de llorar; misión cumplida.
—Ya, no llores más, pelotudo —le dijo Martín, desde su puesto—. Que sos bien blanquito, y cuando lloras, se te pone la nariz rojita.
—Quedas igualito a Rodolfo el reno —intervino Luciano, con ternura—. Que tenía la nariz, roja como una grana, y de un brillo singular... —comenzó a cantar despacio. Martín lo observó, y sonrió, enternecido.
Luciano tenía intervenciones muy lindas, de pronto; pensó.
—Sííí... —musitó Manuel, arrastrando las palabras—. Tengo la nariz roja del reno, y...
—Te faltan los puros cuernos —dijo Julio, inocentemente.
Manuel observó con expresión adormilada, y luego, dijo:
—No... los cuernos ya los tengo; me los puso Miguel.
Se formó un silencio. Martín se tomó el rostro. Manuel estalló en risa.
Bueno, al menos... se reía de sus propias desgracias.
Eso era bueno.
De pronto, salió un mal olor.
Alguien, en una mesa cercana, se había lanzado un gas.
El olor llegó hasta allá; a la mesa de los cinco huevones.
—Ooooh la weá hedionda, weón —reclamó Manuel, en voz alta. Se tapó la naríz, y comenzó a sacudir su mano—. El Martín se cagó; argentino culiao cochino; pasao' a poto.
Todos se cagaron de risa. Martín se sonrojó hasta las orejas.
—¡¿Qué?! ¡Yo no fui, chileno y la puta que te parió! ¡Pija de burro!
Siguieron riendo. Martín sonrió despacio.
—Conozco el olor de tus peos, son re hediondos... ¿o no, Luciano?
Luciano observó sonrojado.
¡¿Por qué el, conocería los pedos de Martín?!
—Y-yo no conozco el olor de sus pedos...
Barraza volvió a atragantarse con un pedazo de carne. Julio le dio una palmada en la espalda.
—A ver, resolvamos esto como gente civilizada... —dijo Julio, sirviéndose otra cerveza—. Acá somos... cinco hombres.
—Y todos de distintas nacionalidades —precisó Barraza, carraspeando su garganta—. Un peruano, un chileno, un argentino, un boliviano, y un brasileño...
—¿Cuál de todos se cagará más hediondo? —preguntó Martín, riéndose como imbécil—. A ver... a ver...
Luciano se sonrojó; ¿qué clase de mierda hablaban todos? ¿Era normal ser profesional, y hablar esa clase de idioteces?
¡¿Esa era una típica reunión de ''machos?! ¡Parecían un montón de pubertos!
—Yo voto que por Martín —dijo Manuel, sirviéndose otro vaso, quedando aún más borracho—. Le he olido sus peos, son re podridos...; pareciera que el culiao, almuerza en una morgue.
Luciano se puso rojo de la risa.
—¿Y los tuyos, pelotudo? Huelen a perro muerto.
—Perro muertooo ajajajahgsfd —se atoró Manuel, y comenzó a toser—. La weá buena.
—A ver... yo creo que, el olor del pedo, va a depender, de la clase de cosas que coman. Por ejemplo, en Argentina, ¿qué comen? —intervino Barraza—. Esto requiere un análisis médico, y científico.
—Nah... nada de otro mundo. Tomamos mate; comemos asado, el choripán...
—Ya po... el peo hediondo, weón —intervino Manuel, y Martín, se puso a reír con él, como un par de mongólicos.
Y así eran; tenían la misma clase de humor. Eran imbéciles; por ello, su amistad duraba tantos años. Se reían de las mismas pelotudeces.
—¿Y en Chile? ¿Qué comen? —dijo Lú.
—Mh... porotos —sonrió de forma amplia—. Los porotos son potentes... o el completo, la sopaipilla, la cazuela, asados también...; no, si igual... hediondo el peo chileno. Hay que reconocer las cosas.
Todos rieron.
—El peo boliviano debe ser re piola —dijo Martín, y Julio, se atoró con la cerveza—. Como que no usan mucho condimento; no sé...
—¿Saben que peo debe ser así potente? —intervino Manuel, ya demasiado borracho—. El peo peruano...
Barraza se cagó de la risa. Se le salió un eructo. Manuel tomó cerveza, y al instante, se tiró otro eructo, para que Barraza, no tuviese vergüenza él solo.
Julio se sonrojó de la vergüenza.
—Sí; pienso lo mismo... —dijo Martín, observando hacia Barraza—. Es que, tienen mucha variedad de comida, y... yo creo que eso, debe provocar un pedo potente.
Luciano, avergonzado, observaba incrédulo.
Menos mal, aún no hablaban, del olor de sus pedos.
O, mejor dicho, del pedo brasileño.
—Pero... ¿nunca oliste un pedo de Miguel, Manu? —dijo Julio, también medio borracho—. Para que confirmes, si el pedo peruano, es el más apestoso.
De la risa que tenía en los labios, nada quedó. Manuel observó con seriedad.
Le acababan de recordar a Miguel, de nuevo...
—¡No le hables de Miguel, pelotudo! —le susurró Martín, molesto—. ¡No ves que se acuerda, y le dan ganas de llorar!
—Chucha... —musitó Julio, sintiéndose culpable—. Disculpen...
—M-mi Miguel... u-una vez se tiró un pedito, pero... le salió tierno, y olía tierno... —recordó Manuel, con una sonrisa.
Se quiso poner a llorar, pero antes de eso, Barraza intervino.
—Hay una técnica milenaria, que sirve para reírte con el recuerdo de tu ex... —dijo, y observó a Manuel—. Imagínate a tu ex, haciendo caca.
Todos observaron divertidos. Luciano se rio por lo bajo.
Manuel quedó perplejo, y pronto, se lo imaginó...
Se imaginó a Miguel cagando.
Sonrió.
—Qué lindo se ve... tan lindo...
Martín estalló en risa, y Barraza, se llevó una mano al rostro.
No pudo creerlo.
—Nooo, este huevón, lo ama demasiado... —dijo, entre risas.
Y, de pronto, se oyó una voz en los parlantes. Todos tomaron atención.
—Señoras, y señores, comenzamos con la noche de karaoke. Pasará el equipo, mesa por mesa, pidiendo los temas que cantarán; ¡únanse!
Todos se observaron curiosos, y pronto, llegó alguien del personal.
—Hola, buenas noches —saludó—. ¿Quieren cantar?
Todos, a excepción de Luciano, asintieron.
—Bueno; escriban aquí sus canciones, y el número de mesa. Dentro de unos minutos, les tocará.
Cada uno, escribió su respectiva canción. La chica del personal se retiró, y a los minutos, iniciaron las canciones.
El primero que cantó, fue Julio; entonó: ''Lamento Boliviano'', de los Enanitos Verdes.
A los minutos, otras personas, de las mesas restantes, cantaron, hasta que entonces, el micrófono, volvió a Manuel.
Manuel lo tomó, y ante la mirada de algunas personas, que le tomaban atención, la música comenzó a sonar.
En lo alto, se oyó: ''Qué quieres de mí'', de Luis Fonsi.
Manuel carraspeó su garganta, y con mucho sentimiento, comenzó a entonar:
''Te he bajado la luna, para que no vivas a oscuras, he vaciado de espuma el mar, pero no lo ves...
He cambiado de corazón, para acompañar tus latidos, he traído el río hasta tu puerta, mi mundo se dio vuelta y no lo ves...
Tanto he dado que lástima, mi vida he dejado en manos de tu vida, ¿qué quieres de mí?, ¿qué esperas de mí? Si todo te di...
¿Cuánto cuesta tu alegría? Si al pie de la letra cumplo lo que pidas, yo vivo a tus pies, y tú no lo ves, y sigues así...
¿Qué quieres de mí? ¿Qué quieres de mí?
He perdido la dignidad, callando cada ruido para darte paz, me han herido cuando quise defenderte, por ti peleo a muerte y no lo ves...
Tanto he dado que lastima, mi vida he dejado en manos de tu vida, ¿qué quieres de mí? ¿Qué esperas de mí? Si todo te di...
¿Cuánto cuesta tu alegría? Si al pie de la letra cumplo lo que pidas... yo vivo a tus pies, y tú no lo ves, y sigues así...
¿Qué quieres de mí?
¿Qué quieres de mí? ''
Cuando Manuel, terminó de cantar, soltó el micrófono, y torció los labios. Algunas personas a su alrededor, comenzaron a aplaudir, pues su canto, había sido con mucho sentimiento.
Manuel se sintió mal.
Martín le observó preocupado.
—Manu... ¿te sentís bien?
—Quiero ir al baño... —dijo, en un jadeo—. Vo-voy a ir a...
—Te acompaño —dijo Julio, parándose junto a él.
Martín observó algo consternado.
—Te lo encargo, Julito... ayúdalo a caminar. Se está tambaleando un poco.
Julio asintió enérgico, y luego, ambos caminaron hacia el baño.
—¡Yo igual quiero ir con Manuel! —dijo Luciano, sonriente, e intentó pararse de la silla, pero Martín, lo tomó del brazo, y lo jaloneó.
Luciano observó perplejo.
—¿Q-qué haces?
—Déjalo ir solo —mencionó—. ¿No te das cuenta, que la canción que cantó, fue para Miguel?
Luciano contrajo los ojos.
—Está triste; dale su espacio. Por poco, y casi llora con la canción... fue hasta el baño, porque seguramente, se siente mal. Aún extraña al pibe.
Luciano agachó la mirada, y asintió despacio. Barraza, al costado, musitó:
—Iré al baño también; con permiso. Estoy que me meo.
Martín asintió, y luego, Barraza se fue. En la mesa, entonces quedaron a solas, Luciano y Martín.
Hubo un profundo silencio entre ambos.
Se dedicaron a fumar, y a oír las canciones, desde las otras mesas.
Martín entonces, rompió el silencio entre ambos.
—Así que... sos tatuador —musitó, y Luciano, observó curioso—. De todo lo que me imaginé de vos... nunca pensé que serías tatuador.
Luciano sonrió despacio, y se acomodó un mechón de cabello por detrás de su oreja.
Martín sonrió enternecido.
—Sí, o sea... ya sabes; tú me conoces bien... —susurró, y Martín, asintió—. Siempre me gustó dibujar, ¿no te acuerdas?
—Sí, che, claro, ¿cómo no acordarme? Me mostrabas tus dibujos por cámara, cuando hablábamos por internet. Los dibujos de link, los de zelda, los de metroid...
—¡Metroid! Amaba ese videojuego, ¿lo recuerdas?
—Estás hablando con el ñoño número uno de Argentina, por Dios.
Luciano sonrió emocionado, y Martín, sintió su corazón latir con fuerza.
—¿Y seguís dibujando eso, o te cambiaste completamente de estilo? —preguntó Martín, tomando un sorbo de cerveza.
—Sigo dibujando eso, pero... mucho menos que antes; ya sabes... le dedico más tiempo al deseo de los clientes, aunque... ahora como estoy en Perú, no he tenido clientes acá.
—Deberías promocionarte, che. Vos dibujas re lindo.
—¡Sí! Eso haré, jaja...
Se volvió a formar un silencio entre ambos, pero, a diferencia de antes, se mostraban más espontáneos.
—Y tú... es una sorpresa, el verte ya todo un profesional; un psicólogo...
Martín sonrió despacio.
—Sí, che... como pasó el tiempo, ¿no?
—Aunque... yo siempre supe, que serías un psicólogo. Tú siempre me decías, que querías llegar a ser uno... —dijo Lú, observando a Martín con cierta nostalgia—. Tú... me ayudaste mucho, en los años que fuimos amigos. A pesar de que... nunca antes nos vimos, fuiste mi mejor amigo, en esa época. Después de la escuela, solo quería llegar a casa, y conversar contigo... me ayudaste mucho, asumiendo mi identidad; ya sabes...
Martín quedó perplejo. Luciano sonrió con tristeza, y agachó la mirada.
Martín tragó saliva. Luciano, nunca antes, se había mostrado tan emocional, respecto de ello...
—Perdón por abandonarte, así como así, Martín... —dijo entonces Luciano, avergonzado. A pesar de los años, sentía remordimiento por ello—. Yo... desaparecí de internet un día, y jamás te di explicaciones, yo...
—Ya, pibe... —musitó Martín, y despacio, le tomó las manos a Luciano. Este último, observó incrédulo—. Tranquilo... eso ya pasó. Jamás te guardé rencor, Lú; jamás...
—¿E-en serio?
Entre ambos, se formó un aura especial. Se observaron en silencio. A Martín le brotó una sonrisa enternecida. Luciano observó con aura nostálgica.
¿Qué pasaba?
—En serio... —repitió—. Nunca te guardé rencor; está bien...
Luciano sonrió.
—Y... ¿por qué? ¿Por qué no me guardaste rencor?
Martín alzó ambas cejas, y sonrió. Agachó la mirada.
Se mordió la lengua.
—Da igual eso... —dijo, agraciado—. Lo importante, es que tú y yo, muchos años después... nos volvimos a encontrar. Así son las coincidencias de la vida...
Luciano asintió.
—Aunque... bueno; a pesar de que, me alegro de haberte encontrado, me hubiese gustado, que fuese en otras circunstancias... —agregó Martín, torciendo los labios—. Tú eres el hermanastro de Miguel, y él... él y mi mejor amigo; Manuel...
—Ah... —jadeó Luciano—. Sí, entiendo a qué te refieres. Es muy triste, supongo...
Martín suspiró, y soltó las manos a Luciano.
—Me da pena ver así a Manuel... —musitó Martín, encendiéndose otro cigarrillo—. Y Miguel... también me da pena. Me dan pena ambos. Son buenos pibes; no merecen sufrir así...
Luciano agachó la cabeza, y torció los labios.
Prefirió no opinar.
De pronto, en lo alto, se anunció el turno de Martín en el karaoke. El micrófono llego hasta su mesa, y Martín, lo recibió con una gran sonrisa.
La música comenzó a sonar, y de pronto, Luciano observó.
Se sintió absorbido por la dulce voz de Martín, al momento de cantar...
Cantaba bonito.
Martín, al iniciar la letra, lo observó directo al rostro, y entonó:
''Buenas noches, mucho gusto, eras una chica más, después de cinco minutos, ya eras alguien especial. Sin hablarme, sin tocarme, algo dentro se encendió. En tus ojos, se hacía tarde, y me olvidaba del reloj.
Estos días, a tu lado, me enseñaron que, en verdad, que no hay tiempo determinado para comenzar a amar.
Siento algo tan profundo, que no tiene explicación. No hay razón ni lógica en mi corazón.
Entra en mi vida, te abro la puerta, sé que en tus brazos ya no habrá noches desiertas. Entra en mi vida, yo te lo ruego, te comencé por extrañar, pero empecé a necesitarte luego...''
Cuando Martín terminó de cantar, Luciano sintió el rostro cálido. Tenía los ojos pegados en él, y despacio, sonrió.
Un leve brillo resplandeció en ellos...
Los aplausos sonaron de fondo, y Martín, pasó el micrófono a la mesa del lado.
Se observaron en silencio.
—Q-qué lindo cantas... —susurró, con voz suave—. No sabía que cantabas así...
Martín, avergonzado, sonrió.
—¿Te... te gustó la canción? ¿O-o no?
Luciano, agraciado, asintió.
—Es linda... esa canción; la conozco...
—Es romántica...
—S-sí...
Se observaron en silencio, de nuevo, y comenzaron a reír.
Se sintió la tensión...
Martín entonces, quiso dar el primer paso.
Volvió a tomar las manos de Luciano, y despacio, las entrelazó a las suyas. Luciano observó ansioso.
Martín las apretó con fuerza.
—Lú... yo... quiero decirte algo que... desde hace un tiempo, he estado sintiendo, y...
Martín torció los labios, y tragó saliva. Luciano observó atento.
Y, de pronto, en la mesa del lado, comenzó a cantar una señora.
Cantaba terrible, y a puros gritos.
Era como el ruido de una gaviota agonizando.
La gente se tapó los oídos. La interferencia fue fuerte. Luciano y Martín, contrajeron sus caras.
Pero Martín, prosiguió en lo suyo.
—Me... me gustas, Lú.
Intentó decir, pero la interferencia del sonido, y la voz chillona de la mujer, no dejaba escuchar.
Luciano observó extrañado.
—¡No te escucho! ¡¿Qué dijiste?!
Martín maldijo a todos los dioses.
—Me gustas mucho, Lú. Me estoy enamorando de vos.
—¡¿Cómo?! ¡No te escucho, menino Martín! ¿Qué?
—¡¡Qué me gustas, pelotudo!! ¡¡Estoy enamorado de vos!! —dijo en voz alta, intentando acallar los chillidos de la mujer.
Luciano observó extrañado; no podía oír nada, más allá de los gritos agonizantes de la mujer, a través del micrófono.
—¡¿Cómo?!
—¡¡Qué me gustaaaas, me gustaaas, quiero besarteeeee!!
—¡¿Qué te gusta la chirimoya?! ¡A mí también me gusta la chirimoya!
—¡¿Ah?!
La gente alrededor, comenzó a reclamar a viva voz. Martín comenzó a enojarse.
¡Esa vieja chota, estaba cagando su confesión romántica! Martín no era romántico, ni emocional, pero... por primera vez en su vida, estaba intentando serlo.
¡Y esa mujer le estaba cagando sus planes!
Martín entonces, estalló.
El audio del karaoke se apagó, y todo en el lugar, quedó en silencio.
Pero fue tarde; Martín ya había estallado.
—¡¡La re concha de tu madre, cállate el hocico, cantás del orrrto, esta mierda parece ópera de sordo mudos!!
Hubo silencio; todos oyeron gritar a Martín.
Luciano observó perplejo.
Todos se giraron a observar la mesa de Martín.
Martín quiso ser un avestruz, y meter su cabeza en la tierra.
Qué vergüenza...
—¡¡Huevón grosero!! —gritó la señora, autora de los gritos. Indignada, se alzó de su puesto, y huyó hacia la calle.
Martín estaba tan rojo, que fácilmente era confundible con un pimentón.
Todos comenzaron a reír.
Luciano, perplejo, le observó.
Martín no tenía donde meterse, hasta que entonces, tras unos segundos...
Luciano también estalló en risa.
Y Martín, observó atento.
La risa de Luciano...
Su risa era hermosa.
Martín sintió latir su corazón con fuerza.
—¡¡Jajajajaja, noooo, qué vergüenza!! Jajajaja, quao estúpido, menino Martín; jajaja.
Martín se sonrojó, pero ya no por la vergüenza.
Si no que, por el inmenso gusto, que experimentaba hacia Luciano.
Sí... había hecho reír a Luciano. Ya nada más importaba. Misión cumplida.
Y junto a Luciano, Martín comenzó a reír.
(...)
En el baño de hombres, Manuel se lavó el rostro. A su lado, Julio le observaba atento.
Manuel se quedó por varios minutos, estático en el lavabo. Se sentía mal; y no mal en el aspecto físico, sino que...
Emocionalmente hablando.
—¿Te sientes mejor, papi? —le susurró Julio, a un costado. De forma tímida, se abrazó al costado de Manuel.
Manuel, en su sitio, asintió despacio.
Barraza, desde la puerta, observaba atento a ambos.
—¿Seguro? —le dijo, acariciándole suave en la barbilla—. Si te sientes mal... podemos ir a mi apartamento. Te daré mimos, chilenito lindo...
Manuel rodó los ojos; Julio hacía muy evidente su calentura.
—Ya... ta-tampoco estoy tan mal, Julio. Córtala.
Julio sonrió, y se sonrojó. Se abrazó fuerte al pecho de Manuel. Respiró con profundidad, sintiendo todo su perfume.
Suspiró suavemente.
Manuel observó un tanto molesto.
—Oye... ¿vamos a un cubículo? —musitó Julio, y Manuel, alzó ambas cejas—. Te la chupo.
Manuel no pudo evitar reírse de golpe.
—¿Q-qué weá?
—Que te la chupo; sin dramas.
Manuel volvió a reírse.
—Te vai a ahogar, weón. Vai a parecer pavo.
—Pues me ahogo. Con gusto seré tu pavo; glu glu glu.
Le dijo, y de un movimiento brusco, tomó a Manuel por el brazo. Lo arrinconó en un cubículo, y Manuel, cayó dentro, algo desorientado. Observó descolocado.
Barraza, desde la entrada del baño, rodó los ojos, y suspiró cansado. Se irguió, y se encaminó al cubículo.
En el interior, Julio besaba el cuello a Manuel.
Manuel, en su sitio, lo empujaba, disgustado.
—Oe' yapo... era broma. Y-yo quiero q-que... que me la chupe el puro Miguel; no voh...
—Si igual te va a gustar; anda...
Manuel comenzó a reír, porque en sus besos al cuello, Julio era tan torpe, que solo le hacía cosquillas.
Pero no; no lo disfrutó. Ni siquiera lo tomaba en serio. Se lo tomó a chiste.
—Yaaaa... sale, weón. Saaale, te dicen. Córtala; Julio culiao.
De pronto, se abrió el cubículo de un golpe. Barraza apareció frente a ellos, con expresión sombría.
Tomó a Julio de un brazo, y lo lanzó afuera; Julio salió disparado. Manuel suspiró aliviado.
—Gra-gracias... —musitó, sintiéndose mareado.
—Julio —dijo Barraza, con severidad—. Era para que cuidaras a Manuel, no para que le chuparas la pinga en el baño; baboso.
Julio observó molesto, y se cruzó de brazos.
—Ya, par de huevones. A la mesa; ahora.
(...)
Cuando llegaron a la mesa, Martín y Luciano, conversaban muy amenamente. Manuel, con expresión entristecida, tomó asiento. Luciano, de inmediato, se aferró a su brazo, y se olvidó de su charla con Martín.
Martín entristeció por ello. Agachó la mirada.
—¿Ya cantaste, Martín? —preguntó Barraza, tomando asiento.
Despacio, Martín volvió a alzar la vista. Asintió en silencio.
—Y... ¿qué tal todo en el baño? —preguntó, por inercia—. ¿Todo bien?
Barraza torció los labios.
—Mejor ni preguntes, ah... —miró a Julio, y le reprochó con su expresión—. Julito se quiso coger a Manuel; menos mal lo detuve...
Martín contrajo las cejas. Luciano observó enfadado hacia Julio.
—¿Qué? No seas pelotudo, Julito...
Julio rodó los ojos, y Manuel, siguió en su sitio.
Estaba callado, y tenía la mirada agachada.
Martín supo entonces, que algo le pasaba. No se sentía bien. Llevaba un aura muy acongojada.
—Manu... —le dijo, en voz baja—. ¿Cómo te sentís? Respóndem...
—Ne-necesito salir —dijo Manuel, extendiendo su mano, y tomando el celular de Barraza; se lo echó al bolsillo de la chaqueta, y salió a la calle.
Martín quedó perplejo.
—¡Eh! ¡Vuelve, pelotudo! ¡¿A dónde vas?! ¡Man...!
—Deja, deja... —susurró Barraza, calmando a Martín, y jalándolo hacia su asiento—. Déjalo; que salga a tomar aire el causa. Se ve que está mal.
—¡Pero se llevó tu celular!
—Sí; déjalo... no importa. Se lo presto.
(...)
Cuando Manuel, estando ya muy borracho, se abrió paso entre la gente, pisó el exterior. En la calle, se echó en una pared, y despacio, se sentó en el suelo.
Comenzó a respirar entre cortado. Cerró los ojos. Sintió la fría brisa golpearle el rostro.
Se sentía muy mal...
Mal del alma.
Miró hacia el cielo, y se quedó pegado ahí. Se sintió vacío.
¿Qué es lo que estaba haciendo? ¿Esa clase de vida es la que quería llevar?
Ya no lo sabía...
No sabía nada...
Agachó la cabeza, y miró a su alrededor. La gente bebía, reía, y estaba lleno de borrachos. Unos metros más allá, un hombre, vomitaba de forma estrepitosa en la pared. A su otro lado, había otro hombre tirado en el suelo, muerto de borracho.
Todo era superficial; todo era bohemia, fiesta, vínculos vacíos...
Manuel no se sintió en su hogar.
Hace dos semanas, él estaba, a esa misma hora, en el calor de un apartamento. Recostado en la cama con la persona a la que amaba. Durmiendo, sobre su pecho, aferrado a su cintura, besándose, abrazándose, mirando películas, o conversando acerca de sus proyecciones como pareja...
Con Eva entre ambos, ronroneando, mientras los dos, jugaban a hacerse cosquillas, con Eva saltando, y jugando entre medio, para luego, terminar ambos, haciendo el amor.
Los recuerdos, a pesar de ser hermosos, lo torturaban. Y lo torturaban, porque Manuel ya no sabía, si el amor que Miguel, antes le demostró, era o no verdadero.
Tenía las dudas plantadas en la cabeza; la inseguridad reinando en su ser. Se sentía traicionado; poca cosa; poco hombre...
¿Qué estaría haciendo ahora Miguel? Mientras él, estaba borracho, tirado fuera de un bar, perdiendo el rumbo de su vida, y pensando en él... Miguel, seguramente...
Estaba feliz con Antonio. Ahora hacia el amor con él; reía junto a él; y le confesaba sus miedos a él. Ahora, también, seguramente, Eva ronroneaba entre ellos.
Miguel lo había despojado de su vida, para darle ese lugar privilegiado, ahora, a Antonio...
Dolió.
Y ahora ellos, seguramente, hacían el amor esa misma noche.
Manuel se sintió impotente. El alma se le llenó de veneno. Sintió una sensación abrasadora en su interior, como un fuego que ardía impulsado del puro rencor.
Gritó con fuerza.
—¡Me cagaste la vida, peruano conchetumare!
Su voz sonó con dolor. Con un sentimiento desgarrador.
Se abrazó las piernas, y se quedó así por varios minutos.
La fría brisa volvió a golpearle el rostro, hasta que entonces, se metió la mano al bolsillo de su chaqueta.
Observó el celular de Barraza, y lo pensó por un instante.
Lo hizo.
Marcó el número que ya antes bien conocía, y en la línea, esperó.
La llamada fue cortada. Manuel maldijo a viva voz.
Volvió a marcar, y esperó.
Entonces, a través de la línea, sonó:
—¿Ho-hola...?
Manuel contrajo los ojos de golpe. Abrió los labios. Su expresión se hizo vulnerable.
Su voz...
La voz de Miguel...
—¿Hola?
Miguel, desde la llamada, solo oía una leve respiración hacerle eco. No sabía que se trataba de Manuel, y mucho menos, siendo un número extraño, que no tenía registrado.
Y en la voz de Miguel, se oía algo de miedo.
Y sí; aquello era, precisamente, porque Miguel, en presencia de Antonio, tuvo que ir a contestar al baño.
Si Antonio veía, que hablaba con alguien más, se enojaba muchísimo.
—¿Qui-quién es? —volvió a musitar Miguel, algo asustado. Manuel, en la línea, solo escuchaba con el corazón en la mano, y con la respiración agitada.
Se mantuvieron así por unos segundos, cuando entonces...
—Vo-voy a cortar... —anunció Miguel, confundido.
—Te amo...
Se oyó de pronto, y Miguel, contrajo los ojos.
Se echó en el suelo, y sintió que el corazón se le paralizó.
Hubo un profundo silencio.
Era voz era inconfundible...
—¿Ma-Manu? —dijo, en un hálito—. ¿Manu? ¿E-eres t...?
—T-te amo... —repitió, en un jadeo—. Te amo...
Miguel torció los labios, reteniendo su conmoción. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
El corazón le comenzó a latir con fuerza. Las manos le temblaron.
No podía creerlo; por primera vez, desde aquel episodio, Manuel se contactaba con él.
Miguel no podía más de la emoción.
—Mi amor... —sollozó Miguel, no pudiendo aguantar su conmoción—. Mi... mi amorcito... Mi manu... te amo, yo te amo más, mucho más... mi amor; te extraño tanto, yo...
—No; no me amas...
—S-sí, te am...
—Es-escúchame... —dijo Manuel, siendo preso de sus impulsos—. Solo escúchame...
Hubo un silencio en la línea. Solo se oyó respirar a Manuel, y a Miguel sollozar por lo bajo.
—¿C-cómo es él? —susurró, y Miguel, contrajo las pupilas.
—¿E-él...?
—Tu amante... —dijo Manuel, con las lágrimas acechándole—. ¿Conoce tus miedos, tus gustos, conoce tus sueños? ¿Sabe que quieres estudiar maquillaje? ¿Qué tu color favorito es el lila? ¿Qué tus animales favoritos son el gato, y el zorro? ¿Qué aman que te rasquen la espalda, antes de dormirte? ¿Qué amas el pollito a la brasa? ¿Qué le tienes miedo a las polillas? ¿Qué tu signo es leo, tu ascendente escorpio, y tu luna es cáncer? ¿Qué tu película favorita es Lilo & Stitch? ¿Qué de pequeño, querías ser veterinario? ¿Qué te tomas el café con cuatro de azúcar? ¿Qué odias planchar? ¿Qué tu gata Eva, se llama así, por la cantante de vals peruano? ¿Qué el recuerdo de tu madre, es lo más preciado que tienes? ¿Qué eres fanático de la música ochentera? ¿Qué después de hacer el amor, amas dormir acurrucado? ¿Conoce tu punto exacto, en donde llegas al orgasmo? ¿Sabe tocarte, sabe amarte? ¿Te toca como lo hice yo?
Miguel puso su mano en su boca, para retener el llanto.
No; nada de eso lo sabía Antonio, porque Manuel, él...
Era la persona que mejor lo conocía...
—Ma-Manu, escú-cúchame, por fav...
—Dímelo; dime si él te hace el amor, como yo te lo hago. Si te ama con esta intensidad, si se desvivió por ti, si te defendió de todo, y todos. Si arriesgó su vida para cobrar venganza en tu nombre. Si se rindió a tus pies... —Manuel comenzó a respirar de forma más agitada—. Na-nada de eso, porque yo... yo siempre seré, quién más te ame en esta vida, pero t-tú...
Miguel sollozaba. Las palabras de Manuel eran sinceras, pero dolorosas.
—Tú preferiste echar lo nuestro a la basura, Miguel...
—Yo te amo, por favor, Ma-Manu...
—Yo ya no volveré a ti —le dijo, entre jadeos—. Ya no más, Miguel. Me rebajé a lo más profundo, para darte felicidad... te di todo, todo de mí; y de mí, ya nada queda...; a-ahora es tu turno, Miguel...
Miguel quedó perplejo. No entendió las últimas palabras de Manuel.
—Es tu turno... tu turno de hacerlo, porque yo... ya no más.
¿Su turno? ¿Qué quería decir con eso?
¿Manuel le estaba dando una nueva oportunidad?
—¿M-mi turno? ¿C-cómo?
Manuel se quedó en silencio, y de pronto...
A través de la línea, y desde el teléfono de Miguel, se oyó una nueva voz.
—Miguel; ¿con quién hablas? Ven a dormir, tío.
Era Antonio; Manuel logró escucharlo.
Le dio una rabia absoluta.
—Anda... te llama Antonio; tu prometido. Anda con ese conchetumare, que a voh te gusta.
Miguel oyó eso con dolor, y con miedo, porque Antonio, lo acechaba desde la puerta, con expresión asesina.
—Te...tengo que cortar... y-yo... —dijo Miguel, tembloroso—. De-deb...debo...
Manuel lanzó una risa, con aura dolorosa.
—Anda... olvídate de este pobre imbécil, total...
Se volvió a oír la voz de Antonio, pero esta vez, más de cerca.
—Ya sé que, con Antonio, y tu nueva familia... ya no me necesitas más. Perdí mi tiempo llamándote; chao.
—¡Mi... mi amor! —gritó Miguel, con desesperación, antes de que Manuel, cortase la llamada.
A través de la línea, no se oyó nada más.
Manuel entonces, no oyó, cuando al otro lado, Antonio golpeó a Miguel.
Ni tampoco, cuando del cabello, lo arrastró a la cama.
Manuel, de haber sabido eso...
Habría matado a Antonio, con sus propias manos.
(...)
Se quedó por varios minutos en el exterior del bar. Llevaba la expresión rígida, y los ojos, le brillaban con las lágrimas impregnadas.
Pero no; no iba a llorar.
Se sintió estúpido; ¿por qué había hecho eso? ¿El llamar a Miguel? Cuando, claramente... estaba durmiendo con el hijo de puta de Antonio.
Manuel se maldijo internamente.
De pronto, a su lado, llegó Martín.
Lo observó con preocupación.
—Manu, ¿todo bien? —musitó, observando la expresión rígida de Manuel, que anunciaba, un estado anímico muy confuso.
Manuel asintió en silencio.
—¿Seguro? ¿No querés vomitar? ¿Querés irte a casa ya? —le dijo, sobándole la espalda con suavidad.
Manuel negó despacio.
Hubo un largo silencio.
Su expresión, anunciaba el colapso emocional. Quería llorar, pero Manuel, se negaba a hacerlo.
No iba a perder su orgullo.
—Quiero ir a bailar —dijo, en un balbuceo—. Y tomar. Quiero más chelas.
Martín torció los labios.
—No creo que sea bueno, Manu... ya estás muy...
—Va-vamos... —dijo, levantándose apenas—. Y-yo pago todo; va-vamos...
Se aferró al cuello de Martín, y caminó hacia el interior. Martín suspiró cansado.
Y, el resto de la noche, Manuel siguió bebiendo, ahogando su dolor en alcohol, y bailando con quién sabe cuántas personas.
Bailó con Luciano, y con Julio. Y, en cuánto se aburrió de ello, comenzó a bailar con mujeres a su alrededor.
Más de una, se atrevió a robar un beso a Manuel, pero este, estando alcoholizado, y con los pensamientos en Miguel, no correspondió.
Al final de la noche, Manuel terminó borrado.
No pudo seguir más.
Entre todos pagaron la cuenta. Barraza regresó a su casa en taxi, y Martín, acarreó a la tropa de borrachos, a cada uno, hasta su casa.
Se sentía como una niñera, de tres pelotudos bien peludos, y ya grandotes.
—Ya, llegamos a San Isidro —anunció en voz alta, mientras estacionaba el vehículo, cerca de casa de Luciano—. Lú; despertá, ya llegamos.
Luciano, que iba en el asiento trasero, durmiendo acurrucado con Julio, abrió los ojos.
Se observó con Martín.
Manuel, en el puesto del copiloto, tenía el asiento echado hacia atrás, y dormía plácidamente.
—Uh, ¿llegamos?
Se desabrochó el cinturón de seguridad, y se bajó. A través de la ventana del copiloto, observó a Martín, y sonrió.
Manuel entonces, abrió los ojos. Todo se le dio vueltas. Le dio una arcada; Martín le puso una bolsa de forma rápida, pero Manuel, no vomitó.
Se dio cuenta entonces, de que estaban en San Isidro.
—Ya, me voy. Buenas noches a todos. Gracias por lo de hoy; la pasé bien...
Martín sonrió.
—Buenas noches, Lú. Descansa.
—Di-di...dile ahg, a tu hermano, a tu hermano Miguel... —balbuceó Manuel, adormilado—. Qu-qué lo amo mucho...
Martín rodó los ojos, y Luciano, suspiró.
—Y... y que lo am-amo, que lo amo... y que se vaya a la mierda, pe-pero con cuidado, po-porque lo amo... y...
Comenzó a roncar. Se durmió.
Luciano y Martín, comenzaron a reír.
—Adiós... —se despidió con una leve sonrisa, y corrió hacia la puerta de su casa.
Martín observó nostálgico, y con una leve sonrisa, susurró:
—Adiós, Lú...
La siguiente parada, fue entonces, el apartamento de Julio. Cuando llegaron al edificio , para su suerte, Julio estaba despierto. Martín detuvo el carro, y antes de que Julio pudiese bajar, Martín dijo:
—Julito... aprovechando de que Manuel está dormido... —se tornó algo nervioso, y continuó—. quería saber tu opinión sobre algo.
Julio observó atento.
—¿Qué ocurre?
Hubo un leve silencio. Martín se encendió un cigarrillo, y comenzó a fumarlo.
—Lo que pasa es que... me siento culpable por algo. —Julio contrajo las cejas—. Es sobre Manuel, y Miguel...
Hubo otro silencio.
—Yo... hace días, le dije a Manuel, que creía que Miguel, le era infiel, y... ya no estoy seguro, de que haya sido así.
—Ah... también escuché a las enfermeras decir eso —mencionó Julio, desde el asiento trasero—, y... ¿tú crees que no fue así?
—Es que... ese es el tema —musitó, preocupado—. Ya no lo sé. Es cierto que, Miguel, está ahora con otra persona, pero... no estoy seguro, si está con él por amor.
Julio miró curioso.
—¿Dices que... estaría con esa persona, por otra razón?
—Ese es el tema... —susurró Martín—. Yo, hace días... vi a ese pelotudo; a Antonio, y a Miguel... en condiciones extrañas. Vi que Antonio, abrazaba a Miguel, pero Miguel, no se veía cómodo. Y, el otro día, cuando fui a buscar las cosas de Manuel, al apartamento... vi a los dos besándose, pero creo que Miguel, estaba siendo forzado por Antonio...
Julio se mostró perplejo.
—¿D-de verdad?
—Sí... —Martín agachó la mirada, y observó a Manuel, que, a su lado, dormía; comenzó a acariciarle el cabello a su amigo—. Y... creo que me equivoqué, Julio... yo debí, antes de hablar con Manuel, conversar con Miguel, y preguntarle directamente sobre lo que ocurría.
—¿Y por qué no lo hiciste así antes?
—No tuve la oportunidad... —suspiró, cansado—. Y... creo que me precipité. El amor que siento por Manuel, es tan grande, que, en un impulso estúpido, y descuidado, le dije sobre lo de Miguel, pensando que mi amigo, estaba siendo traicionado, y ahora, por mi causa... Manuel está atormentado. Él piensa que Miguel le fue infiel, pero... creo que no fue de esa manera, ahora que lo pienso mejor.
Julio lanzó un leve silbido al aire.
—Chucha; qué feo caso...
—Sí... —susurró Martín—. Y... yo también estimo a Miguel. No es mi mejor amigo, como lo es Manuel, pero... es un buen pibe. No es mala persona, y yo sé que... que ama mucho a Manuel. No he podido conversar con él; no sé qué realmente pasó entre ambos. Solo oí la versión de Manuel, pero... no sé qué pasó con Miguel. Ese día, cuando Miguel, fue a casa para pedir perdón, y conversar con Manuel, me lo traje hasta su casa. Me enfrentó, y me dijo, que había cagado todo. Lo dijo con tanto sentimiento, que ya no sé, si realmente es como yo creía. Me siento culpable, porque probablemente, hice más grande, un problema que inicialmente no era así... —tomó un mechón de cabello a Manuel, y lo acomodó por detrás de su oreja—. Y... veo a Manuel así, tan atormentado, tan amargo... y me siento culpable, en parte. Él no es rencoroso, pero ahora...
—Pero, a Manuel, yo hoy lo vi bastante feliz. Si hasta tomó como condenado, y bailó con varias personas... —agregó Julio—. Y, me vas a disculpar, pero... cuando salió a bailar, vi que varias chicas se lo pelearon, ah...
Martín suspiró con tristeza.
—No, no... eso es lo que él quiere aparentar, pero yo, mejor que nadie, sé que es una careta. Se siente terrible.
Hubo un profundo silencio, Martín entonces, dijo finalmente:
—¿Qué debería hacer?
Julio alzó la mirada, y torció los labios.
Martín se veía muy confundido, y atrapado.
—Deberías conversar con Miguel, primero, para aclarar las cosas. —Martín asintió—. Y luego, si puedes, hablar seriamente con Manuel.
—Sí... —susurró—. Mi intención no es que vuelvan, y sean pareja de nuevo, pero... me da mucha pena, ver como ahora, son dos simples extraños. Creo que les hace falta, tener otra conversación, ya con los ánimos más tranquilos. No quiero que se guarden rencor, porque ellos dos se amaron muchísimo, y estoy seguro, de que aún se aman.
Julio asintió despacio. Martín suspiró.
—Yo... bueno, tú sabes lo que me pasa con Manuel... —dijo Julio, sonriendo—. Me gusta, pero... en un sentido físico, no es como lo de Miguel...
—Porque Miguel lo ama —agregó Martín—. Está enamorado de él.
—El enamoramiento es algo mucho más profundo —musitó Julio.
—Sí, y por eso... yo los veía juntos, y se veían felices. Hacían una pareja muy bonita.
Martín torció los labios. Le dieron ganas de llorar.
—Quizá fue mi culpa, no sé... —se dijo a sí mismo, sintiéndose como la mierda—. Yo jamás lo hice con malas intenciones, yo solo... quería evitar que mi amigo sufriera. Manu, él... ha sufrido bastante ya. Hace años perdió a su hijo, lo condenaron injustamente, tuvo que huir de su país, y... de pibe, vivió en la pobreza extrema; pasó hambre, frío... yo... solo quería que fuese feliz. Nunca pensé, que las cosas escalarían hasta este punto. No quería...
Martín comenzó a sollozar. Julio se sorprendió.
Jamás había visto, al psicólogo de la clínica, emocionalmente vulnerable.
Hubo un profundo silencio, y Martín, se detuvo.
—Ya, bueno... no te quito más tiempo, Julito. Gracias por escucharme; ten buenas noches.
Julio asintió, y sonrió enérgico.
—Buenas noches, Martín. Gracias por todo.
Martín sonrió, y se limpió las lágrimas. Julio se bajó del vehículo.
Martín y Manuel, partieron entonces al Callao.
(...)
El reloj, en el velador de su cama, marcaba las cuatro de la mañana. Rebeca, en su sitio, se puso la bata, y partió hacia el baño.
Cuando terminó de orinar, salió, y vio a Héctor, su esposo, con los ojos abiertos, y observando hacia la pared.
Ella lo miró curiosa.
—¿No puedes dormir, mi amor? —dijo ella, sentándose al costado de su esposo, y acariciándole su mano.
—No —respondió Héctor a secas, no observándola—. Tengo insomnio.
Rebeca sonrió con tristeza.
—¿En qué piensas?
Hubo un silencio.
—No... en nada. Solo es insomnio; estoy bien.
Despacio, Héctor correspondió a la caricia de su esposa. Rebeca sonrió.
—Amor, aprovechando que... estamos tranquilos, de que Brunito está durmiendo... —dijo, suavizando su voz—. Yo... quería conversar algo contigo.
Héctor observó curioso, y se sentó en la cama. Se puso sus anteojos, y prendió la lamparita del velador.
Se observaron.
—¿Qué ocurre? ¿Pasa algo con Brunito?
Rebeca lanzó una pequeña risilla.
—No, no... es sobre... tu hijo Miguel.
Héctor enarcó ambas cejas. Su expresión se tornó más seria.
—Ah... ¿de Miguel? ¿Te ha dado problemas? Si es así, yo...
—No, no... —dijo Rebeca, restándole importancia—. ¿Problemas? Miguel es un chico maravilloso, Héctor. Me ha hecho compañía, es muy dulce, amable, servicial, y respetuoso. No me ha dado problemas.
—¿E-entonces qué?
Rebeca tomó las manos de su esposo, y las apretó.
—¿Tú amas a tu hijo Miguel? —preguntó Rebeca, sonriendo.
Héctor torció los labios, y se tardó en contestar.
—Eh, sí... claro.
—Y... ¿no te has dado cuenta de que, algo en él, es distinto ahora?
Héctor se puso pensativo, y tras varios segundos, negó.
—Emh... ¿está más gordo?
—No... —susurró ella—. De hecho, desde que llegamos, él se ve más delgado. Está todo el día desorientado, triste, no baja a comer... se ve triste, Héctor.
—Bueno; es normal, ¿no? Su padre se está muriendo...
—Sí, sí... se entiende, pero...
—¿A dónde quieres llegar, Rebeca? —dijo él, un tanto irritado—. No entiendo a dónde quieres llegar.
Rebeca suspiró, y tras varios segundos en silencio, dijo:
—Su compromiso con Antonio —al decir aquello, Héctor contrajo los ojos—. Tú... me dijiste que, con Miguel, no tenías una relación cercana. Si vinimos hasta Perú, fue por él. ¿Te has preguntado, Héctor, si tu hijo Miguel, antes de nuestra llegada, ya tenía una vida formada? Yo sé que tú, has llegado hasta acá, con buenas intenciones, y por amor a tu hijo, pero... quizá, hicimos muy mal, en comprarle esa casa en San Isidro, y el comprometerlo con Antonio. Yo sé que, quizá en nuestro tiempo, los matrimonios arreglados eran comunes, pero... él no se ve feliz, amor. Tu hijo se ve triste. Él se siente muy presionado, por todos lados. Él...
—No me agrada lo que estás diciendo, Rebeca. Cállate la boca.
—Manuel; ese chico, el del día de su cumpleaños... ¿recuerdas?
Héctor apretó los dientes; comenzó a sentir rabia.
—Ese muchacho, el que Miguel te presentó... era su novio, Héctor. Miguel, me contó llorando, que aún lo ama, y lo piensa. Ellos vivían juntos; eran felices. Miguel se vio obligado a dejarlo de lado, para hacerte feliz a ti, porque él está preocupado, de que vocé pueda morir. Yo sé que amas a tu hijo, Héctor; piensa en él. Antonio no es necesario en su vida, porque Miguel, era feliz junto a Manuel. Ese muchacho, también podía darle un buen futuro a Miguel. Por favor, reconsideremos este compromiso, porque a tu hijo, no lo hace fel...
Héctor, preso de la rabia, le pegó una cachetada a Rebeca.
La mujer lanzó un chillido, y quedó en shock.
Hubo un gran silencio.
Rebeca entonces, asustada, giró su rostro. Y, por primera vez, en los ojos de Héctor, vio un aura asesina.
Se paró de un salto, aterrada.
—¿Q-qué hiciste, p-por qué me.. me...?
—Escúchame bien, imbécil... —dijo él, alzándose de la cama, y tomando a la mujer por el brazo—. No vuelvas a meterte en lo que no te importa, ¿me oíste?
Rebeca no pudo creerlo; ¿qué ocurría con él?
—¡¿Q-qué, p-por qué?! Y-yo... solo quería q-que tu hijo, nuestro Miguel; é-él...
—¡No es tu hijo! —exclamó Héctor, en un susurro. Le mostró los dientes a Rebeca, en señal de peligro—. Miguel no es tu hijo; es mi hijo. Yo sé lo que hago con él; no te metas con él. No interfieras...
—Pe-pero amor, ¿p-por qué insistes? ¿Y... y me pegas? —sollozó Rebeca, horrorizada, tomándose la mejilla herida—. Y-yo solo quería ayudar, y-yo...
De la rabia, Héctor le tomó del cabello, y le azotó la cabeza en la pared.
Rebeca lanzó un grito, y Héctor, le tapó la boca con fuerza.
La echó en la cama, y con fuerza, la aprisionó.
Rebeca comenzó a temblar.
—Si vuelvo a saber, que tú y Miguel, han estado conversando, o que han tenido una relación cercana... —dijo, mostrándose con aura homicida, ante los ojos asustados de la mujer—. Vas a lamentarlo, Rebeca. No te metas; es una advertencia...
Rebeca, tras la mano de Héctor, sollozaba entre ahogos.
—Tu hijo es Luciano, y Brunito... preocúpate de ellos dos, porque... ¿sabes qué? Si vuelvo a saber, que has hablado con Miguel, tu hijo Luciano, pagará...
Rebeca contrajo las pupilas. Se quedó de piedra.
¡¿Qué estaba diciéndole?!
—Luciano... ese maldito engendro tuyo; es un irrespetuoso de mierda conmigo. Siempre me ha faltado el respeto, y te juro por Dios, Rebeca... que ganas de hacerle daño, no me faltan.
La mujer no pudo creer lo que oía.
—Luciano, siempre está en la calle, en quién sabe dónde... —sonrió Héctor, con expresión macabra—. Nada me cuesta, llamar a uno de mis contactos, y pedirle, que haga picadillos a tu hijo, para que luego, aparezca en trocitos, en una bolsa de basura, allá por el mar. Tendrías que luego, buscarlo por piezas; como un rompecabezas...
Rebeca quedó de hielo; dejó de llorar. Estaba en shock.
Lo que oía era aberrante; vomitivo...
—Así que... relájate, mi amor. Yo sé que tú, amas a tus hijos... ¿verdad? Tú no permitirías, que, a Luciano, algo le pasara, ¿cierto?
Héctor, despacio, retiró la mano desde la boca de su mujer. Rebeca, con expresión congelada, observaba.
Héctor sabía cómo manipularla, porque Rebeca, era emocionalmente, muy parecida a Miguel.
Ambos emocionales, de corazón noble, y protectores de su familia. Perfectamente manipulables, ante una mente psicópata, como la de Héctor.
Y Rebeca, especialmente, guardaba un instinto maternal muy poderoso. Ella siempre, protegía a sus hijos.
—Primera, y última advertencia, mi amor —dijo él, con expresión sombría—. Y... recuerda; cuando te conocí, tu vivías en las favelas más pobres de Sao Paulo... no quieres volver ahí, y llevar una vida de miseria junto a Brunito, ¿verdad? Yo sé que amas a tus hijos... a ellos, les quieres dar una vida decente; especialmente al más pequeño, ¿cierto? Tú no serías tan estúpida, como para volver a eso...
Rebeca se quedó quieta, con la vista pegada al techo.
Héctor sonrió.
—Buena mujer... —susurró él—. Te amo, preciosa. Buenas noches.
Le besó la mejilla a su mujer, y luego, apagó la lamparita del velador.
Cuando todos quedó a oscuras, Rebeca lloró en silencio.
Héctor, al oírla, sonrió en la oscuridad.
(...)
Cuando el día siguiente, llegó, Manuel abrió los ojos, y sintió como el dolor de un hachazo, le rompía las sienes.
Se sintió terrible.
Martín, a su lado, lo observaba con expresión preocupada.
Se observaron.
—Buen día, amiguito...
Manuel sonrió apenas, y le estiró el brazo. Se dieron un pequeño golpeteo en las manos.
—Arriba, que, así como tuviste los ánimos ayer por la noche, hoy también debes tenerlos. Vamos.
Martín se levantó, y se dirigió a la cocina. Pronto, Manuel sintió el olor de algo cocinándose.
—Ve a bañarte, que hueles a chivo de granja —le gritó desde la cocina, y Manuel, comenzó a reír.
Se alzó, y despacio, se dirigió al baño. Vomitó de forma abundante, y luego, se metió a la ducha, con el agua lo más fría posible.
Se congeló en el trayecto, pero al menos, la resaca se hacía más pasable.
El resto de la mañana, lo pasaron juntos. Manuel, incluso con el malestar de la resaca, intentaba mostrarse contento, incluso cuando, el dolor de la jaqueca, era atemorizante.
Y cuando ambos descansaban en el sofá, a eso de las dos de la tarde, entonces Martín, le dijo:
—¿Te sientes bien?
Manuel guardó silencio, y a los segundos, contestó:
—Sí po... si me siento feliz. Estoy bien, ayer la pasamos bakán. Nunca antes me había sentido tan vivo...
Martín observó con tristeza, y sonrió despacio.
—¿Tienes algo que hacer en tu casa? —preguntó Manuel, con expresión algo cansada.
—Sí... —respondió Martín, en un susurro—. Tengo que avanzar un proyecto, para un caso clínico de un paciente...
Manuel sonrió, y asintió.
—Ya po, entonces... vaya no más, mi amigo.
—¿Podés quedarte solo? ¿En serio te sentís bien?
Manuel suspiró.
—Sí po... si estoy feliz te dije —sonrió despacio—. Anda no más. Acá, yo seguiré pasándola bien. Me pondré a escuchar música.
Martín asintió despacio, y lo abrazó.
—Ya, entonces... nos vemos mañana, pija titánica.
—Nos vemos, guachito rico. Cuídese; estamos al habla. Esperaré tus nudes en mi celular.
Ambos rieron como un par de estúpidos.
Martín tomó sus cosas, y desde la puerta, hizo un gracioso ademán. Manuel comenzó a reír, y pronto, Martín salió.
Manuel entonces, se quedó a solas.
Se quedó por varios minutos echado en el sofá, observando hacia el techo.
Se sintió extraño.
Luego, se irguió de un salto. Encendió el equipo, y a todo volumen, puso música. Comenzó a escuchar Marc Anthony, para mantener los ánimos altos, y la tristeza fuera de casa.
Comenzó a limpiar, mientras que a viva voz, cantaba, y sacudía el polvo de sus muebles. Luego, al terminar ello, se dirigió a su jardín, y con una amplia sonrisa, dedicó cuidado a sus plantitas.
Y, especialmente, a sus plantitas de marihuana.
Manuel, comenzaba a retomar su rutina; comenzaba a volver el tiempo atrás.
Olvidaba que, hace meses atrás, había conocido a alguien llamado Miguel.
Manuel volvía a retomar el rumbo de su vida.
—Voy a reír, voy a bailar, vivir, vivir, lalalalala, voy a vivir, voy a gozar, vivir, vivir, lalalalala... —canturreaba, cuando finalmente, terminó de limpiar el último gramo de polvo, presente en su sala.
Cuando Manuel terminó, observó todo ello reluciente.
Sonrió enérgico.
Se echó en el sofá, y prendió un cigarrillo de marihuana. Comenzó a fumarla en silencio.
Hasta que entonces, en su celular, entró una videollamada.
Manuel observó curioso.
Era su hermano; Manuel contestó.
—¡¡Buena po, pichula!! —le saludó el hermano, a través de la cámara.
Manuel apagó el cigarrillo, y se irguió en el sofá. Sonrió enérgico.
—Buena po, chuchetu... —le respondió, entre risas—. ¿Cómo estai, cabro chico?
El hermano comenzó a reír. A su lado, se vio a su hermana menor asomarse.
—¡Hola, Carolina! —saludó Manuel, a su hermana, que tenía diecisiete años.
—Hola, hermanito —respondió ella, en tono tierno—. Tanto tiempo que no has llamado, weón ingrato.
Todos rieron.
—Mucho trabajo, hermana; pero aquí andamos. Siempre pienso en ustedes.
—Dice mi mamá que cuando nos vai' a venir a ver—respondió ella, observando curiosa—. Dice que, si ya te volviste peruano, o aún eri' chileno.
Manuel comenzó a reír.
—Siempre chileno, hermana —respondió—, pero tampoco me molestaría ser peruano; es un país bonito.
—Podríai' ser un chiruano —respondió su hermano, desde la cámara—. Así tendríai' las dos nacionalidades.
Rieron.
—No podríai' ser chileno, y peruano —dijo la hermana, observando agraciada—. Las dos nacionalidades no son compatibles.
—¿Y por qué no? —respondió el hermano, curioso.
—Se odian, ¿o no? —dijo ella, curiosa.
—Nah... —respondió su hermano—. Son puras weás de gente vieja. ¿A mí qué chucha me importa lo que pasó antes? Puros viejos culiaos decrépitos.
La hermana comenzó a reír.
—Oye, no seai' tan grosero, weón —le regañó Manuel a su hermano, entre risas—. Y sí, tienes razón; eso del odio entre peruanos, y chilenos, era antes. Hacerlo, a estas alturas de la vida, es ridículo. Yo soy chileno, y a pesar, de que sí... me he pillado algunas personas que me miran un poquito raro, son la minoría. Acá me he sentido bien.
—¿Viste? —dijo su hermano, dirigiéndose a la más chica—. Si el Manuel lo dice, es por algo; aparte... el Manu, debe haberse culiado a hartas peruanas ya. Ya tiene una descendencia peruano-chilena allá en Lima.
La hermana más chica, se sonrojó de la vergüenza al oír eso.
Manuel se aguantó la risa.
—Weón grosero... —susurró—. Ya, a ver, ¿para qué me llamaste?
—Me aprendí la tabla periódica —le contestó su hermano—. Quiero que me enseñes biología, y química, ¿tení' disponible ahora?
—Sí po, campeón —respondió Manuel, enérgico—. Hagámosle.
Aquella tarde, Manuel pasó hablando con su hermano, acerca de ello. Entre risas, comentarios, y humoradas, volvió a tomar contacto con su familia, a la distancia.
Cuando entonces, a eso de las cuatro de la tarde, Manuel terminó de enseñar a su hermano, este se dispuso a despedirse.
Hasta que, a través de la línea, se oyó la voz de alguien.
Manuel sonrió. Un sentimiento lleno de nostalgia, se le posó en el pecho. Sintió un nudo en la garganta.
—Manuel —habló su papá, a la distancia—. Hijo, ¿cómo estás?
—Pa-papito... —respondió Manuel, sintiéndose su voz algo endeble—. Yo bien, papá... ¿y tú?
El padre guardó silencio por unos instantes, y luego, se oyó:
—Déjenme hablar solo con el Manuel, por favor —les dijo a sus dos hijos—. Váyanse para sus piezas; voy a hablar con su hermano mayor.
Los más chicos asintieron, y pronto, fueron a sus piezas. Manuel, y su padre, entonces se quedaron a solas.
Manuel sonrió con tristeza.
—¿Llegando del trabajo, viejito?
—Sí, hijo... —respondió él, con un tono suave—. ¿Todo bien contigo?
Manuel se quedó en silencio; suspiró despacio.
—Sí po, todo bien...
Se formó otro silencio; el padre de Manuel, entonces habló.
—¿Qué pasa, Manuel?
—¿P-por qué lo preguntai', papá?
—Porque algo te pasa...
Manuel agachó la cabeza, y observó hacia el suelo. A través de la línea, solo se oyeron las respiraciones. Se quedó quieto.
—¿Manuel?
—Ayer... ayer la pasé bakán, papá... —susurró Manuel—. Salí con unos amigos, y... la pasé bien. Tomé harto, gasté plata... y bailé con algunas mujeres; todas lindas... me siento bien, papá. Estoy super feliz. Me siento, no sé... ¿Cómo nuevo? Sí, jajaja...
Hubo otro silencio. El padre de Manuel, torció los labios.
Él conocía bien a su hijo. No estaba siendo él mismo ahora, a pesar, de que se oía aparentemente, tan contento...
No; a él... a él no podría engañarlo.
—Hijo...
—¿Mh? —respondió él, con una sonrisa—. ¿Qué pasa, viejito?
Hubo otro silencio. El padre dijo entonces, en un tono muy conmiserativo, lo siguiente:
—Déjalo salir...
Manuel contrajo los ojos de golpe. La mano, sosteniendo el celular, le tembló. Apretó los labios.
Hubo otro silencio.
—No lo retengas, hijo. Déjalo salir. Suéltalo...
Manuel descompuso su expresión. De la sonrisa que tenía en los labios, nada quedó. Sus ojos se inyectaron en lágrimas, y de a poco, fueron cediendo.
—No tengas miedo; suéltalo...
Manuel entonces, reventó en llanto.
Su padre, al otro lado de la línea, escuchó con el corazón en la mano.
No se equivocaba; algo ocurría con su hijo.
Y era algo sumamente doloroso, como para que él, llorase de esa forma.
—Pa...pá... —sollozó Manuel, destrozado—. Papá... me siento... mal... me quiero... morir...
El oír a un hijo decir eso, era como una estocada en el pecho.
—Manuel... —dijo su padre, con voz calma—. Hijo, el morir, nunca es una solución. Dime, ¿qué ocurre?
—Me siento tan... terrible, pa-papá... yo no quería... que ustedes supieran, porque, porque me da...
—¿Vergüenza? —repuso su padre, con voz suave—. ¿Por qué siempre eres así, Manuel? Desde niño, nunca has dejado que veamos tus emociones. Suéltalo, hijo... ya basta. Basta de ser el fuerte. Mira lo que te has provocado...
—Me quiero morir...
—No; no vas a morirte. No debes hacerlo.
—Me duele tanto que... me quiero morir...
—A ver, ¿qué ocurre? Cuéntame; cuéntamelo, Manuel. Soy tu papá. Jamás, jamás me cuentas las cosas que sientes, ¿qué ocurre contigo? Déjame saberlo, hijo.
Manuel guardó silencio. Solo se oyeron sus sollozos.
—Tu papá está aquí contigo, hijo.
—Y-yo... yo amo a alguien, y... y ahora me duele, por-porque esa persona, y yo... ya no podemos estar juntos, porque...
—¿Es una muchacha? —dijo su padre—. ¿Una compañera de trabajo?
—N-no... —musitó Manuel, sollozando como un niño—. Y-yo...
—¿Una amiga? ¿Una vecina?
Manuel guardó silencio. Tenía miedo, de decir a su padre, acerca de sus tendencias.
—¿Quién es, Manuel?
—N-no puedo decírtelo, porque... y-yo...
—¿Es un hombre?
Disparó entonces su padre, y Manuel, se sintió shockeado.
Le tembló el labio.
—Solo responde con un sí, o un no.
Manuel no respondió.
—Manuel, te estoy...
—S-sí... —musitó él, sollozando—. E-es un hom-hombre, y...
—Ya —disparó a secas su padre—. ¿Y qué con eso? Siempre supimos, que tenías esos gustos, Manuel; no es nada grave.
Manuel no supo cómo sentirse exactamente. Era, la primera vez, que confesaba eso a su papá, y a su juicio, se lo había tomado demasiado bien, para ser la primera vez.
Muchas veces, los padres ya sabían, lo que sus hijos eran, incluso antes que ellos mismos.
—Tú y Martín son pololos, ¿o no? —preguntó, agraciado—. Te apuesto a que s...
—N-no, el Martín no, no... —respondió entre sollozos—. El Martín es mi amigo...
—Ah... —jadeó—. ¿Es otro? A ver... ¿es un peruano?
—S-sí... —musitó, como un niño pequeño—. Es un peruano...
—Ya, ¿y? ¿Por qué eso te hace llorar, hijo? ¿Qué tiene?
—E-es que...
—¿Está prohibido acaso, que un chileno y un peruano, sean pareja? Que yo sepa, no.
Manuel guardó silencio, y siguió sollozando despacio. Su padre entonces, suspiró.
—Ya, a ver... ¿terminaron?
—Me fue infiel... —Manuel volvió a reventar en llanto—. Pa-papá... yo le pedí matrimonio a él. Nos íbamos a casar, hasta le compré una casa... me lo quería llevar hasta Chile, quería hacerlo mi esposo. Quería que fuésemos una familia; lo defendí de todos; lo amaba tanto, papá... y aún lo amo, y me duele... él me traicionó, y me siento tan... tan poca cosa, que...
—Entiendo...
Hubo un profundo silencio en la línea. Manuel comenzó a jadear.
—¿Cuánto lo amas?
—Muchísimo, muchísimo, muchísimo, papá... lo pienso todo el día, a todas horas...
Su padre, a través de la línea, asintió.
Comprendió el dolor de Manuel.
—Hace años... cuando tuve mi primer amor —comenzó a relatar hacia su hijo—. También sufrí así. Hay amores, Manuel, que jamás se olvidan, y creo, hijo mío, que estás viviendo este proceso. Entiendo cómo te sientes; la sensación es horrible, y... te quieres morir.
Manuel asintió.
—Pero la vida sigue, hijo. La vida sigue.
Volvió a llorar con fuerza.
—Ese es el problema... —sollozó—. Sé que la vida sigue, pero... la vida con él, papá... era linda. Yo llegaba a su casa, y vivíamos juntos. Tenía el calor de un hogar, y aquí, estando solo... sin sus ocurrencias, sin todo lo que él implicaba... no puedo; me duele...
—Entonces, deja de rechazar el dolor, Manuel —dijo su padre—. Deja de hacer como que no te duele, y llora lo que debas llorar. El salir, beber alcohol, y el meterte con más personas, no te ayudará a sanar, hijo. Eso jamás funciona.
—Pe-pero... él me fue infiel, ¿qué hago? Mientras él disfruta, yo...
—¿Estás seguro que te fue infiel? —preguntó su padre, y Manuel, guardó silencio—. ¿Lo viste con tus propios ojos?
Manuel contrajo los ojos, y torció los labios.
Bueno, no lo había visto, pero... era obvio, ¿o no?
—Hijo —prosiguió—. Escúchame... entiendo tu dolor, y tu rabia, pero el orgullo, jamás es bueno. El orgullo es el arma más letal, cuando hablamos de soluciones. ¿Ustedes ya se sentaron a conversar? ¿Hablaron seriamente?
—S-sí, supongo...
—¿Pelearon, o conversaron? Son dos cosas distintas, porque de las peleas, sale a relucir el orgullo, y nada bueno sale de eso.
Manuel se quedó pensativo por un instante.
Jamás habían hablado seriamente, después de dicho episodio...
—No; no hemos conversado...
—Háganlo —dijo su padre—. O hazlo, solo si sientes, que es lo mejor para ti, Manuel. Recuerda; aprende a amarte, hijo. Si no te amas a ti mismo, no puedes amar a alguien más. Hay que crecer, Manuel, y entender, que las relaciones humanas son complejas. Las personas cometen errores, siempre. Debes aprender a entender eso. No hay que idealizar las relaciones, porque no son perfectas. Muchas veces, en el camino, aprendemos junto a la otra persona. Por eso, en las relaciones, la comunicación es primordial. ¿Cómo piensas, que yo y tu mamá, llevamos una relación de más de veinte años? Porque conversamos, Manuel. Eso es lo importante; el trabajo en equipo, la comunicación, el respeto, y el amor.
Manuel asintió despacio. Aquella, era la primera conversación, que tenía de ese tipo, con su padre.
Manuel, jamás había sido comunicativo con él, respecto de temas emocionales, o amorosos.
En ese momento, se dio cuenta, de que su padre, era un excelente consejero. Casi tanto como Martín.
—Te amo, hijo —le dijo finalmente, y Manuel, volvió a llorar—. Tú... eres el mayor de mis niños. Siempre, siempre... fuiste muy reservado con tus emociones, porque siempre, quisiste no darnos problemas. De niño, comías callado, sin reclamar; pasabas frío, y no lo decías. Incluso, intentaste desviarte del camino, para ayudarnos, y por eso... quiero que sepas, que siempre estaremos para ti, hijo mío. Después de lo de Panchito, nuestro nieto... —hubo un profundo silencio en la línea. La voz del padre de Manuel, se quebró—. Entendí, que eras un hombre fuerte... te amamos, Manuel. Si quieres volver, acá en Chile, tienes tu casa, hijo. Este es tu hogar. Entendemos que... debiste partir hacia allá, pero, si un día decides... acá papá, y mamá, te esperarán con los brazos abiertos, porque te amamos.
Manuel sonrió entre lágrimas.
—Los amo mucho... —susurró—. Gracias, papá; gracias...
—¿Cómo se llama el afortunado? —preguntó su padre, entre lágrimas también.
—Miguel...
Su padre sonrió.
—Si tú lo deseas, y si las cosas resultan... entonces algún día, preséntanos a Miguel.
Manuel sintió un profundo dolor por ello, pero en silencio, asintió.
—Sí, papá...
Esa noche, Manuel durmió con más dudas en la cabeza. Ya no sabía, realmente, como habían sucedido las cosas. Sí, era cierto... Miguel era ahora, oficialmente, pareja de Antonio, pero...
¿Era por decisión propia, o por qué estaba obligado por las circunstancias? Manuel comenzó a divagar en su cama, la madrugada de esa noche...
Durmió con más dudas, que certezas, en la cabeza.
Quizá, el dar una nueva oportunidad a Miguel, no parecía tan descabellado...
El rencor, era lo único que se lo impedía, pero quizá...
También debía deshacerse de él, pero... ¿cómo?
La única certeza, que Manuel tenía en su cabeza, era...
Que él, no volvería a hacer más esfuerzos.
Estaba dispuesto a perdonar a Miguel, pero...
Él debía ganarse el perdón. Ahora, era su turno.
Él ya no movería un dedo por él.
(...)
N/A;
Gracias por leer <3 uwu Y por el apoyo, jeje.
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