Cuando un hombre se rompe
—A veces me dan punzadas en este seno, y en ocasiones las siento un poco hinchadas —dijo la mujer, con el rostro muy acalorado y sonrojado.
Y teniendo a Manuel tocándole los pechos.
—¿Ha sentido fiebre en la zona? —preguntò Manuel, palpando con toques pausados y profundos, los senos a la paciente, que estaba sentada en la camilla de su consulta.
La mujer, que experimentaba una fusión de vergüenza y emoción al ser tocada por el doctor, se mordió los labios y retuvo una carcajada en la garganta.
—El otro dìa dijiste que te sentiste fiebre, recuerda —dijo otra mujer a su lado, que estaba sentada cerca al escritorio del doctor, observándola.
Hubo una mirada cómplice entre ambas, y sonrieron avergonzadas. Parecían ser amigas cercanas.
—Ah, sì; claro —respondió la paciente, tapándose el rostro, mientras que el doctor seguía palpando los senos.
Hubo un silencio incòmodo entre ambas, y Manuel no se percató de ello.
Èl, estaba demasiado inmerso en revisar a la paciente, haciendo tocaciones en la zona, intentando captar un bulto que diera indicios de alguna otra patología, que requiriera de alguna solicitud de examen médico al laboratorio de la clínica.
Mientras que Manuel cumplía con su labor médica con gran profesionalismo, el par de amigas se reìan entre ellas —en silencio—, y se observaban con cierto éxtasis, al ver a Manuel tan de cerca que, por cierto, era un tanto popular entre las pacientes mujeres, por su atractivo físico.
—No hay bulto en la zona —dijo, palpando por una última vez, cerciorándose de la ausencia de estos—. No, no los hay —concluyò, alejando sus manos de los senos de la mujer, y sacándose los guantes de las manos. Caminò en dirección al tacho de basura, y allí los tirò. Del bolsillo de su bata, sacò sus lentes òpticos, y los posò en el puente de su nariz.
La paciente, que aùn tenía los pechos al aire, observó a Manuel con una sonrisa leve en el rostro.
Y Manuel, se descolocò.
—Eh... ya la revisè —dijo, un tanto extrañado—. Puede... taparse. Ahora solo le harè unas preguntas.
—Uy, sì —dijo ella, posando los dedos en sus labios—. Què descuidada, disculpe.
Su amiga, que estaba sentada cerca del escritorio, rio entre dientes.
—Segùn la ficha clínica, usted tiene... treinta y ocho años —dijo Manuel, cogiendo unos papeles, y leyéndolos—. Dígame que otras dolencias ha sentido en la zona de las mamas, por favor.
La mujer pensó por unos instantes, y luego dijo:
—Punzadas, y un poco hinchadas. Solo un dìa sentí fiebre. Otros días he sentido algunos... bochornos, y un tanto mareada.
Manuel asintió en silencio, y se posó una mano en la barbilla.
—¿Endurecimiento en los pezones? ¿Ardor en los pezones? ¿Ha secretado sangre del pezòn?
Al oìr la palabra ''pezones'', ambas rieron, y se sonrojaron. Manuel alzò una ceja, incrèdulo.
¿Por què la gente al oìr palabras del cuerpo humano, se avergonzaba?
Quizà era natural dicha reacción en el común de las personas, pero èl, como médico, no lo comprendía.
—No, nada de eso —dijo ella, retomando su compostura.
Manuel asintió, y caminó hacia su escritorio. Tomó asiento, y comenzó a escribir.
—Tome asiento, por favor —indicó a la paciente, que se bajò de la camilla, y caminò hacia el escritorio—. Usted tiene mastalgia; nada grave, asì que no se preocupe —dijo Manuel, escribiendo con cierta lentitud pues, desde el reclamo de Miguel, en donde le decía que escribía horrible, intentò hacer su letra màs legible—. Usted está iniciando el proceso de la menopausia, asì que las hormonas están haciendo lo suyo. La mastalgia, que son las molestias en los senos, se debe a la inestabilidad hormonal que está presentando su cuerpo. La hinchazón, y en ocasiones, el dolor, son normales en este proceso. No puedo detener dicho proceso, porque es natural que esté ocurriendo, pero si puedo menguar sus molestias.
Hubo un silencio absoluto, en donde Manuel, solo se dedicó a escribir. Las mujeres —que eran amigas—, se observaron de reojo, sonriendo.
El doctor era màs guapo de cerca, que en fotos.
¡Y a una de ellas les había tocado los senos! O sea, què privilegio.
—Le he recetado analgésicos, para el dolor, y para la hinchazón, antinflamatorios —dijo Manuel, estampando el timbre en la parte baja de la receta médica, y extendiéndola a la paciente—. Tambièn le recomiendo usar compresas frìas para aliviar el dolor o la hinchazón.
La mujer tomò la receta, y la leyò en silencio. Al cabo de unos segundos, entonces preguntò:
—Entonces... ¿no es nada grave?
—No —contestò Manuel—. No hay quistes, ni tampoco sentí una textura anómala en el pezón. No hay riesgo de cáncer de mama, si es lo que le preocupa. Solo es mastalgia. De todas maneras, si las molestias persisten, y comienza a secretar algún líquido del pezòn, vuelva a la consulta. En tal caso, haré una re evaluación para extender exámenes al laboratorio, en caso de ser otra patología.
La mujer asintió, y suspiró aliviada. Se alzó del escritorio, y sonrió al doctor.
—Muchas gracias, doctor. Es usted muy amabl...
—¡Yo también quiero que me revise! —dijo la otra mujer, a su lado—. ¡A mi me duele aquí... aquí abajo!
La otra mujer, y Manuel, miraron descolocados.
—Me duele aquí... y... quiero que me revise el doctor. Sì, me duele aquí, cerca de la... bueno, acà.
Manuel se quedó pensativo, y dijo:
—¿Pagò la consulta? —y aquello sonò algo tajante—. No puedo revisar a dos personas distintas, si han pagado una consulta.
La otra mujer, se mostró avergonzada, y le dijo a su amiga al oìdo:
—¡¿Què haces?! ¡Vámonos, no seas descarada! ¡Solo quieres que el doctor te toque!
—¡No pierdo nada intentando! —contestó, en un susurro—. Pero me duele, doctor, acà bajo en la...
Y guardò silencio, avergonzada.
Su amiga sintió vergüenza ajena.
—¿Vagina? —dijo Manuel, sin ningún pudor.
Ambas se sonrojaron a màs no poder, y la mujer asintió, mordiéndose el labio.
—No puedo revisar su vagina, lo siento —dijo Manuel, y se alzò del escritorio. Caminò hacia la puerta, y la abrió con lentitud—. A pesar de que tengo conocimientos en ginecología, no es oficialmente mi área profesional. En el quinto piso, atiende el ginecólogo de la clínica. Puede pasar a comprar su bono para la consulta; èl está atendiendo ahora.
Manuel sonrió gentilmente, y extendió su mano, invitándolas a desalojar su despacho.
La paciente despellejó a su amiga con la mirada, furiosa por la vergüenza que le había hecho pasar frente al doctor, el que, evidentemente, se había dado cuenta de la farsa de la última chica.
—Vámonos —le dijo tajante a su amiga—. Ya vámonos.
La otra chica, rendida, asintió con cierta melancolía. Y, antes de salir por completo del despacho, dijo al doctor:
—Oiga, ¿tiene Whatsapp?
Manuel observó en silencio, y sonrió algo tenso, diciendo:
—Si mi novio se entera de lo que está usted haciendo, señorita, le aseguro que no vivirá para contarlo. Es mejor que no insista.
Y por su amiga, la chica fue arrastrada lejos del despacho, y Manuel dio un portazo tras ella.
Y al quedar solo en su consulta, se echò en el escritorio, y suspirò con pesar.
Se quedó en silencio por varios segundos.
—Pero qué chucha, weòn —se quejò—. Agh.
Y casi de inmediato, su celular comenzó a sonar.
Manuel contestò, aùn molesto.
—¿Alò?
—Manu —dijo Miguel al otro lado, con una voz un tanto melosa—. ¿En què andas?
Manuel sonriò de inmediato, y su tono de voz, algo áspera, cambió de inmediato a uno endulzado.
Sintiò que el corazón se le reconfortó.
—Buen día, mi amor —le dijo en un susurro—. Estaba... agh, con unas pacientes. Nada... en especial.
—Te oyes un poco molesto... —se percatò Miguel—. ¿Què pasó?
Manuel guardò silencio, y rodò los ojos.
—No... nada. Es solo que, le revisè los pechos a una paciente, y su amiga quiso aprovechar, e inventó una enfermedad, para que le revisara allí debajo, ya sab...
—¡¿QUÈ HICISTE QUÈ?! —explotò Miguel, al otro lado de la línea—. ¡¿Què le tocaste las tetas a una?!
Manuel contrajo las cejas, y guardó silencio un instante.
Miguel podía llegar a ser bastante explosivo en ocasiones.
—E-eh, sì...
—José Manuel González Rodríguez —dijo Miguel, evidentemente celoso—. ¡¿Cómo qué le tocaste las tetas a una?! ¡¿Y le tocaste la concha a otra?!
—¡Miguel, por favor! —exclamò Manuel, hastiado—. ¡Què no le toquè la concha a la última! ¡¿No me oíste?!
—¡Pero sì le tocaste las tetas a la otra! ¡Huevòn infiel! ¡Espérate a que llegue a la clínica!
Hubo un silencio en la línea, y Manuel dijo:
—Soy un maldito médico, Miguel —le recordò—. En mi carrera profesional, he visto y tocado de todo. Si lo supieras, me matarías entonces.
Miguel contrajò las cejas, y dijo en un murmullo:
—Te voy a matar... a puros sentones te voy a matar.
—¿Còmo? —Manuel no había oìdo lo último.
—¡Nada! —exclamò Miguel, reteniendo una risa—. Nada... bueno, pero entonces, ¿te gustò tocarle las tetas?
Manuel rodò los ojos, hastiado.
—Era una señora, Miguel —le dijo—. A mi no me gustan mayores. A ti sì te gustan mayores... ¿o no?
Miguel se sintió ofendido al otro lado de la línea.
—Te voy a matar, Manuel Gonzàlez —le dijo, desafiante—. Espèrate no màs.
Manuel sonriò, y dijo:
—¿A besos?
—A besos, y por snus snus.
—¡¡Amor!! —exclamò Manuel, avergonzado, y Miguel estallò en risa.
—Te extraño... —le dijo, endulzando el tono, y Manuel se sonrojó—. ¿Hoy vienes? Si no vienes, voy a llorar.
Manuel sonrió, y lanzó un pequeño suspiro, cargado de melancolía.
—Hoy no puedo ir, amor... —le dijo, y Miguel hizo un puchero—. Tengo que volver al Callao.
—Pero mañana tienes libre, ¿no? ¿por qué no puedes entonces? —a su lado, Eva maulló tan fuerte, que Manuel la oyò a través de la línea—. Mira, si hasta la huevona de Eva te extraña. Prometo portarme bien, pero ven...
Manuel lo pensó por un instante, y luego habló.
—¿Y por qué no te paso a buscar a tu apartamento, y me acompañas a casa? De verdad, amor; debo ir al Callao. Llevo muchos días libres fuera de casa. De hecho, desde que somos novios, tù y yo solo hemos pasado los días libres en tu apartamento, y solo un dìa en la mìa. No es muy justo que digamos.
Miguel contrajo la expresión, y se mostró algo incòmodo.
—¿Ir al Callao, dices? Es que... bueno...
—No me digas que aún te da repelús mi casa...
—¡N-no es tu casa! —exclamò, algo incòmodo—. Tu casa es preciosa, lo que pasa es que, e-es el...
—¿El Callao? Pues el Callao, es mi casa.
Miguel guardò silencio, y Manuel dijo, algo molesto:
—Bueno, entonces esta noche la pasaremos cada uno en nuestras casas.
—¡No! —le gritò Miguel, algo desesperado—. Y-yo... ¡agh! ¡¿Por què eres asì?! ¡chileno huevòn!
Manuel infló el pecho, triunfante. Sonriò.
—Està bien, irè al Callao —dijo, dándose por vencido, y cediendo ante Manuel—. ¡Pero! Debes hacer algo, o de lo contrario, entonces no irè.
—A ver, te escucho... —dijo Manuel, atento a las palabras de su novio.
—Tengo hambre, y... y bueno, quisiera que pasaras a comprar...
—Ah, ya sè —le interrumpió Manuel—. Quieres un...
Miguel sonrió expectante, esperando su respuesta.
De dicha respuesta, dependía si seguía o no su relación con Manuel.
—Un pollito a la brasa, y una Inca Kola.
Miguel sonrió, y apretó sus puños.
—¡Ese es mi novio!
Ambos comenzaron a reír.
De ley era, para un peruano o peruana, que si tu novio o novia, te llevaba un pollo a la brasa y una Inca Kola, era entonces el indicado.
¡Ese era el amor de tu vida!
—Bien, entonces, a eso de las ocho, paso a buscarte —dijo Manuel, y Miguel asintió al otro lado de la lìnea, con una sonrisa gigante y radiante—. Llegarè con el pollito a la brasa, asì que, para no tardar en llegar y comerlo, espèrame listo.
—¡Shi! ¡Gracias, amor!
Manuel comenzó a reìr, y le lanzó un sonoro beso a través de la lìnea.
—Manu, por cierto...
—¿Sì?
—Aprovechando que esta noche dormiremos juntos...
Miguel parecía algo avergonzado, y Manuel le esperó, paciente.
—Creo que me siento listo para... para al fin conversar aquello.
Manuel entendió el mensaje, y asintió.
—Entonces lo conversaremos, mi amor —le dijo, en tono suave—. Lo hablaremos mientras comemos pollito.
Miguel sonriò, aliviado.
—Nos vemos. Te amo, bonito.
—Y yo te amo a ti, mucho.
Y cortaron.
Las horas pasaron rápido, y tras ello, Miguel no pudo evitar sentirse nervioso, y algo expectante.
Al fin, después de varios días desde aquel último episodio en su apartamento, conversarían sobre ello.
En una extensa charla sobre educación sexual.
(...)
Desde el apartamento de Miguel, no tardaron mucho en llegar hasta el Callao. Cuando ingresaron a la casa, entonces Manuel puso a calentar la cena —el pollito a la brasa—, y se dirigió al baño, para ducharse.
—Te encargo la cena, amor —le dijo, amarrándose la toalla a la cintura—. Serà rápido, y nos podemos sentar a comer...
Miguel sonriò, y le dio un fugaz beso en los labios.
Con el paso del tiempo, se había ya acostumbrado a ser màs cariñoso y de piel con Manuel. De la misma forma, se había ya acostumbrado a ver a Manuel semi desnudo —casi siempre, cuando este se metìa a la ducha después del trabajo—, aunque, eso no significaba que al ver a Manuel mostrando su cuerpo, no le provocara nada.
Porque aùn sentía muchìsima excitación al verlo asì, pero hasta ese momento, había aprendido ya a mostrar resistencia para no soltar su animal sexual interior, asì como sì lo había hecho las primeras veces.
Ahora tenía un poquito màs de auto control.
—¿Podemos comer en la cama? Y ver una serie...
Manuel alzó una ceja, en señal de reproche.
—Se come en la mesa, o eso me decía mi mamà.
Miguel hizo un leve puchero, y puso cara de cachorrito regañado.
—Por favor...
Manuel sonriò, y suspirò.
—Està bien.
Le volvió a dar un tierno beso, y se dirigió al baño.
Y desde allí, comenzó a sonar el ruido estridente del agua en la ducha.
Y Miguel, se quedó solo en la cocina, observando el microondas encendido.
Y comenzó a pensar.
¿De verdad ya había pasado un poco màs de un mes desde que èl y Manuel eran novios? Vaya, què rápido pasaba el tiempo...
Habìa sido, exactamente hace cuatro días, cuando ambos salieron juntos a un fino restaurante de la capital, a celebrar el primer cumple mes de su relación.
Se sentía raro, muy raro.
Pero también jodidamente lindo.
—Qué palta... —susurró Miguel, abrazándose a sí mismo, y recordando, que en dicha velada hace cuatro dìas, en dicho restaurante, Manuel no dejaba de admirarle con una expresión enamorada, que era visible en sus ojos verdes y somnolientos, señal de ensoñación.
A Miguel, le costaba pensar, que volvería a ese mismo restaurante, pero con un novio; teniendo èl una relación formal.
Antes había visitado dicho lugar, pero siempre a mano de sugar daddys, y con hombres que nunca màs volvió a frecuentar, ni que tampoco significaban nada para èl.
Pero, en dicha ocasión, había ido con Manuel; su novio, su enamorado, y el hombre al que ahora amaba.
Aquello sì le era memorable, y sumamente precioso.
Sonriò de forma inconsciente, al entender entonces, que ahora sì se sentía feliz en su vida.
Y que Manuel era la razón de ello.
—Ay, Manu... —susurrò, percatándose de la càlida sensación en el pecho, que el recuerdo del chileno le ocasionaba.
Y cuando el microondas se detuvo, con cuidado, Miguel comenzó a servir la cena.
Hasta ese punto de la relación, y desde aquel episodio pasado en que, Miguel jodiò todo el ambiente de esa noche —en que ambos tendrían su primera vez en la cama—, Manuel fue un novio muy paciente.
Desde esa noche, ambos no volvieron entonces a tener algún tipo de acercamiento sexual explícito. ¡Claro que morìan de ganas! Porque ambos sentían una atracción sexual muy poderosa por el otro, pero, desde dicho episodio, había quedado en claro que, ambos tenìan visiones distintas de lo que significaban las relaciones sexuales, y no podían encajar muy bien del todo en ese aspecto.
Por dicha razón, entonces Manuel decidió ser paciente, y no presionar a Miguel en hacerlo. Manuel entendía a la perfección que Miguel era distinto, y que, por lo tanto, debía tomarse su debido tiempo para al fin sentirse listo, y asì poder consumar su amor en cuerpo y alma, en una noche en donde ambos se sintieran preparado para ello.
Por ello, también Manuel, al otro dìa desde aquel episodio, comunicò a Miguel, el hecho de que, podía en cualquier momento preguntarle a èl, si necesitaba conversar sobre lo sucedido. Que èl le diría todo lo que sabìa, y que, si tenía dudas, èl siempre las contestaría con mucha paciencia.
Que eran novios, y como tal, la comunicación era vital, y si Miguel tenía dudas de cómo se hacìa el amor, Manuel estaría ahì para enseñarle el cómo se hacìa, y todo lo que ello implicaba.
Y Miguel, quería conversar sobre ello, esa misma noche.
—Ya salì —anunció Manuel, con un canturreo, desde la habitación.
Miguel dio un leve jadeo, y salió de su ensoñación.
—¡Ya voy! —le dijo, y tomò la bandeja con los platos, dirigiéndose a la habitación.
—Oh, eso huele rico —Manuel acabó de secarse el cabello, y caminò hacia Miguel, ayudándole—. Tengo màs hambre que la chucha, asì que perdón si como demasiado rápido.
Miguel comenzó a reir, y le dio un leve besito en la comisura de los labios.
—Provecho, mi amor.
No tardaron demasiado en acabar —y mucho menos Manuel, que, como anunció, terminò de comer en muy poco tiempo, debido al hambre que le provocó el extenuante trabajo—. Y, al paso de media hora, ambos dejaron los utensilios en la cocina, y volvieron a la cama. Encendieron la televisión, y siguieron con una película que, en una de las noches anteriores, habían dejado pendiente.
Y Miguel, entonces se recostò en el pecho de Manuel, y allí, se quedaron por varios minutos, acurrucados en el calor de la cama.
Y los pensamientos, no dejaron de darle vueltas en la cabeza.
Y al paso de otros minutos, entonces decidió ser directo, y quiso hablar.
—Manu... —susurrò, alzando una mirada tìmida hacia su novio.
Manuel sonriò, y sin necesidad de màs palabras, lo entendió.
—¿Quieres conversarlo?
Y Miguel asintió.
Manuel se irguió un poco en la cama, y se sentó, cruzando sus piernas. Miguel imitò dicha acción, y se sentó de la misma forma. Ambos se quedaron observando de frente el uno al otro, y se tomaron las manos.
Hubo un silencio muy apacible.
—Dejarè que seas tù quien hable. Quiero que hables todo lo que quieras hablar, y que preguntes todo lo que quieras preguntar. Ten toda la confianza del mundo; desde este momento, soy un libro abierto para ti.
Miguel asintió despacio, y torció los labios, nervioso. Agachò la mirada un tanto asustado.
—Y no voy a juzgarte por nada. Tenme la confianza; soy tu novio.
Y al oìr eso, Miguel suspirò un tanto aliviado. Y sintiéndose seguro con Manuel a su lado, entonces decidió comenzar.
Y hubo otro silencio apacible entre ambos.
—Es... es la primera vez que hablarè esto con alguien... —dijo, apretando sus manos, por sobre las de Manuel—. Nunca antes... tuve la confianza con otra persona, e incluso, mi padre, jamás me hablò de estas cosas.
Dio un profundo suspiro, y Manuel sonriò, intentando transmitirle confianza.
—Nunca nadie me enseñò lo que era el sexo. La forma en que lo aprendí, fue algo... extraña —se detuvo, y comenzó a rememorar viejos episodios de su vida—. Yo... yo tenía dieciséis años, cuando lo probé la primera vez.
Suspirò, algo sobrepasado. Manuel pudo percatarse de ello, y fortaleciò el agarre en las manos de Miguel.
—Tranquilo —le susurrò, sonriendo—. Tòmate tu tiempo. No tienes que contar todo, si es que no te sientes bien.
Miguel sonriò, y algo tenso, continuó.
—Yo tenía dieciséis años, y aquel hombre... tenía cuarenta años. —Manuel contrajo su expresión, y aquello fue inevitable. Intentò contener su sorpresa, para no incomodar a Miguel, y este prosiguió—. Èl era... èl era un socio de mi padre. Trabajaban juntos en la administración de uno de sus hoteles. Fue una noche... una noche en que, mi padre lo trajo a la casa, para celebrar, si no mal recuerdo, uno de sus proyectos que había resultado favorable. Ese dìa... bebieron muchísimo. Lo recuerdo, porque papà estaba borracho, y ese hombre... ese hombre olía muchísimo a alcohol.
Manuel contrajo los labios, sospechando hacia dónde se dirigía dicha historia.
—Eran las tres de la mañana, cuando entonces, sentí que alguien entró en mi habitación. Pensè que era papà, pero... pero cuando sentí que se metió en mi cama, entonces supe que no era èl. Èl no hacìa ese tipo de cosas. —Se detuvo, y sintió una opresión en el pecho—. Luego... luego sentí sus manos en mi trasero, y después...
Hubo un silencio absoluto. Manuel tuvo que luchar peligrosamente entonces, para no hablar. Se mordió los labios, y mantuvo su mirada fija en Miguel.
—Me obligò a tener sexo con èl —dijo Miguel, como si ello fuese lo màs natural del mundo—. Al principio quise gritar, y defenderme, pero... pero èl me dijo algo que nunca olvidè...
Sonriò algo apenado, y recordó.
—''Tu papà no te quiere, pero yo sì, cariño. Esto se le hace a la gente que quieres, asì que coopérame, y guarda silencio. Sè un buen niño''.
Manuel soltò de pronto las manos de Miguel, y se las llevò al rostro, y agachò la cabeza. Se quedó asì por unos instantes.
—Manu... —susurrò Miguel, descolocado—. ¿Què es lo que pasa?
Hubo un silencio incòmodo, y Manuel pestañeò con lentitud, intentando retener su temperamento.
Y, al paso de unos minutos, se atrevió a hablar.
—Amor, sè que te dije que no iba a opinar, pero... —lanzó un suspiro muy tenso—. ¿Tu padre jamás se enterò de ello?
Miguel pestañeò un tanto extrañado, y sonriò nervioso.
—Creo que no... —recordó, un tanto melancòlico—. De todas maneras... fue muy extraño, ¿sabes? Si se supone que eso se le hacìa a alguien a quien querìas, debía sentirme bien, pero... se sintió extraño. Yo sentí miedo, pero cuando dijo que me quería, y que eso se le hacìa a alguien a quien querìas, me di por vencido. Me ahorcò, y me tapò la boca. Pensè, en ese momento, que esa forma de demostrar amor era muy... violenta, pero supongo que era una forma distinta, nada màs. Quizà ese señor, tenía esa forma de demostrarme amor...
Manuel oìa a Miguel, contrariado, y sin saber què decir exactamente.
—Despuès de todo, papà también me quería, y me golpeaba. Està bien ser violento con quien amas.
—No —respondió entonces Manuel, no pudiendo soportar màs las palabras acalladas en sus labios.
Miguel le mirò, extrañado.
—¿Què? ¿Por què no?
Manuel sintió de pronto que las làgrimas le humedecieron los ojos. Se apresurò a limpiarlas con el dorso de su mano, y tomò las manos de Miguel, entrelazándolas.
Lo observó por unos instantes, y con suavidad, susurrò:
—Quièn te ama, no te violenta de ninguna manera, Miguel. Ni siquiera en el sexo.
Miguel observó impasible, sin saber què decir.
—Aquello que te pasó a los dieciséis años... —se detuvo, pensando por última vez sí, lo que diría, ayudaría de cierta manera—. Fue una... una violación.
Miguel contrajo sus pupilas, y abrió los labios.
—Ese señor... no te amaba, Miguel. Èl... èl solo se aprovechò de ti. Se aprovechò de la carencia por parte de tu padre, de tu edad, y de tu ignorancia. Se aprovechò de tu debilidad, y... y lo que hizo contigo, fue marcarte. Por su causa, ahora piensas que, ser sometido y dañado en el sexo, es signo de amor, pero, la realidad es que... ¿còmo te sentiste aquella vez?
Miguel agachò la mirada, y comenzó a recapitular muchos episodios en la cabeza.
—Tuve... miedo, y... me sentí, extraño...
—Extraño...
—Me sentía vacío, y perdido.
Comprendió entonces, y añadió:
—Y durante mucho tiempo... sentí que mi cuerpo era asqueroso, era... sucio. No podía verlo, porque... me sentía ¿impuro? Como que yo era... morboso. O algo asì, creo...
Manuel asintió, con la expresión seria, y depositò un beso en la frente a Miguel.
La conversación recién iniciaba, y ya estaba siendo demasiado para èl.
—Para empezar, tù tenìas dieciséis años, y èl cuarenta. Eso no es correcto. Èl era un pedòfilo, y también un violador. —Miguel asintió en silencio—. Aquello... no sè si llamarlo tu primera vez, Miguel. No fue consensuado. No lo hiciste voluntariamente. No sè si me explico...
Miguel volvió a asentir, y sonriò con tristeza.
—Lo comprendo, pero... —se detuvo, y agachò la mirada—. Todas las veces que siguieron, fueron muy similares a esa vez. Todos los hombres con los que estuve, me golpeaban, o me escupìan, o me tomaban, y me decían cosas que me herìan, y... y no lo sè. Con el tiempo me fui acostumbrando a ese trato, y no lo cuestionaba, asì que... supongo que eso se me hizo normal. Para mì, el sexo era eso. El sexo era un momento en que era usado, y ya.
Manuel mirò con expresión melancólica, ¿còmo es que alguien, podía ser capaz de hacer esas cosas a Miguel? Y èl, que trataba a Miguel con el màs sumo cuidado y amor...
Manuel sintió, de pronto, ganas de conocer a todos y cada uno de los antiguos compañeros sexuales de Miguel, y matarlos con sus propias manos.
—Es por eso que... que cuando, esa noche, tù dijiste ''que me harías el amor'', me confundì un poco. Pensè que tendríamos sexo, y pensè que sería de esa misma forma. Esperè a que me golpearas, o me escupieras, o me taparas el rostro con la almohada, pero... —Miguel se detuvo un instante, y lanzó un profundo suspiro—. En lugar de eso, comenzaste a besarme, y a acariciarme, y a decirme cosas lindas...
Manuel sonriò con cierta ternura, y acariciò el rostro de Miguel, con la yema de sus dedos.
—Porque ahì radica la diferencia —le dijo, y Miguel alzò la mirada—. La diferencia entre tener intimidad con quien te ame y respete, y quien no...
—Es que son muchas cosas que yo... no entiendo —dijo Miguel—. Despuès de eso, intentè averiguar tantas cosas. Me metí en internet, y... bueno, terminé màs confundido.
Manuel rio con ternura.
—Internet no es un buen lugar para aprender sobre sexualidad —le dijo—. Allì, terminarás màs confundido. Aparte, la pornografía tiene estereotipos muy irreales. No es recomendable que acudas allí.
Miguel sonriò un tanto aliviado, y se irguió un poco. Observò a Manuel con atención, y dijo:
—Explìcame. Explìcame todo lo que sepas. Quiero aprenderlo. Quiero que me enseñes.
Manuel sonriò, y asintió.
—El sexo... el sexo es lo màs natural de la vida. Està bien tener sexo, y está bien sentir deseo sexual, como también está bien no sentir el deseo sexual, y está bien decidir no tener sexo. En resumidas cuentas; todo lo que decidas hacer, o no hacer con tu vida sexual, es correcto —Miguel asintió, sumamente atento a las palabras de Manuel—. Hay algo que es esencial en el sexo, y es el consentimiento.
—¿El consentimiento?
—Sì —asintió Manuel—. Para practicar el sexo con otras personas, es necesario que haya consentimiento por ambas partes, o, de lo contrario, habría violación o abuso.
Miguel comenzaba a entender de pronto muchas veces en que, en sus relaciones sexuales pasadas, no había mediado su consentimiento. Probablemente... èl había sido violado màs de una vez en el pasado, y jamás lo supo, hasta ese momento.
—Ahora, aunque tal vez cliché jaja... la diferencia que radica entre el sexo, y ''el hacer el amor'', radica en los lazos afectivos que te unen con una persona —Miguel mirò algo extrañado, y Manuel sonriò—. Por ejemplo, podemos tener sexo con cualquier persona, con quienes no compartimos lazos afectivos, y eso está muy bien, pero... ''el hacer el amor'', es básicamente sexo, pero revestido de aspectos algo màs... ¿complejos?
—¿Cómo què cosas, por ejemplo?
—Para comenzar, yo no ''harè el amor'', con una persona a la que no amo. Seguramente, con una persona extraña, solo tendrè sexo, pero, por ejemplo, contigo, es distinto. Tù eres mi novio, y te amo. Quiero hacerte sentir bien, y quiero que disfrutes nuestro encuentro ìntimo. Quiero hacerte sentir apreciado, y que nuestra conexión ìntima sea profunda. Para ello, me asegurarè, por ejemplo, que estès preparado para eso, que tu cuerpo esté en condiciones, y hacerte sentir seguridad. Y obvio, hacerte sentir placer sexual.
De pronto, Miguel comenzó a entenderlo.
—Para ello, harè un juego previo, para entrar en calor. Luego, te acariciarè, me asegurarè de crear el ambiente màs eròtico, y voy a decirte cuànto te amo. Tambièn voy hacerte saber que me gustas, que me provocas deseo, que tu cuerpo me genera atracción, y que para mì, dicho acto, es parte de crear un lazo profundo contigo. Despuès de todo ello, el acto carnal, se consuma, y pueden pasar muchas cosas. Por eso, se requiere de muchìsima confianza. Yo no puedo hacer todo esto con un desconocido, porque me sentiría muy raro..., aunque el sexo es una experiencia demasiado personal, lo importante, es que ambos lo disfruten y sea consensuado.
Miguel asintió, intentando asimilar toda esa información.
—Suena... complejo —dijo, algo sorprendido—. Es por eso que... que no lo entendí cuando lo hiciste. Siempre estuve acostumbrado a que me utilizaran en el sexo, y yo fuese como un... muñeco.
—En realidad no es complejo —dijo Manuel—. Cuando te sientas listo, lo haremos, y si es necesario, puedo guiarte, solo si lo quieres.
Miguel asintió, sonrojado, al pensar en que, en algún momento, èl y Manuel debían llegar a intimar.
—Manu... —susurrò de pronto, volviendo a avergonzarse—. Sobre lo otro... yo, tengo algunas dudas, quizá demasiado ìntimas, y...
—Soy todo oídos; dime. Ten confianza, no me avergüenza hablar de esto.
Un tanto nervioso, Miguel asintió. Era seguro que, para Manuel, dicho tema era muy natural pues, èl era médico, y seguramente el hablar del cuerpo humano, para èl, era como hablar, por ejemplo, no sè, de fútbol o su comida favorita.
—¿Què talla de condón eres? —ante dicha pregunta, Manuel no pudo evitar sonrojarse muy levemente, y sonriò—. ¡N-no es que yo quiera saber el tamaño de tu pene! E-es que... bueno, es para saber, porque... ya sabes...
—Sì, tranquilo —le dijo Manuel, acariciándole las manos—. Es una pregunta muy normal. Uso talla XL.
Miguel lanzó un alarido muy gracioso, y se tapò la boca, con ambas manos.
Manuel se quedó algo descolocado, con una sonrisa muy tonta en los labios.
—¡¿Q-què talla?!
—Q-què uso la talla X...
—¡Sì, si oì la talla! —dijo Miguel, con el rostro muy sonrojado, y sacudiendo las manos, de forma muy dramàtica—. A... a lo que me refiero es que, ¿cuànto te mide el pene entonces?
Manuel tuvo que agachar la mirada entonces, porque aquello si le produjo cierta vergüenza.
Miguel volvió a taparse los labios, y se reprochò de inmediato.
—¡A-ay, no! Olvida eso, soy de-demasiado impulsivo. Què paltaza, de verd...
—20 centímetros...
Miguel alcanzó a oìr el susurro de Manuel, y se quedó estàtico.
Manuel no levantò la vista, pues estaba demasiado avergonzado.
—¡¿C-cuànto?! ¡¿Cuànto dijiste?!
—¡Ya, Miguel, que me da vergüenza la weà! —exclamò Manuel, teniendo el rostro acalorado, y tapándose con ambas manos—. Cuando era màs joven, en el liceo me webeaban caleta por eso. Me decían muchos sobrenombres.
¡¿Por què Manuel se avergonzaría del tamaño de su entrepierna?! ¡Si se supone que, tener el pene grande, era algo que quizá muchos hombres añoraban!
¿O no?
—¿Ve-veinte centìmetros te mide? ¿En serio?
—Migueeeel, yaaa...
—No, pero en serio... ¿eso te mide?
Manuel, que tenía el rostro tan rojo como un pimentòn, asintió, con los labios torcidos.
—Woah... —dijo Miguel, sonriendo—. Eso es... maravilloso.
—No lo es... —musitò Manuel, algo apenado.
—¿Por què no lo sería? ¡Ya me habrìa gustado a mì encontrarme contigo antes! Quizà me la habrìa pasado mucho mejor, y no habrìa perdido mi tiempo con todos esos viejos feos y pene-chato...
Miguel volvió a reir con fuerza, y Manuel se encogió en su sitio, màs avergonzado aùn.
—Porque... porque es molesto, y duele. No puedo ocultarme bien cuando tengo una erección, y peor cuando estoy en la calle, o en algún otro lugar público. Debo comprarme ropa interior casi siempre muy ajustada, y los preservativos me aprietan, y debo comprar de una marca en especial. Aparte, tengo muchas màs probabilidades de golpearme ahì, y en ocasiones no puedo salir a correr, o trotar, sin que la weà abajo se me mueva mucho.
Eso sonaba realmente molesto, ¿pero què importaba? A Miguel aquello le sonaba apetitoso, y quería ya, muy pronto, poder estrenarse con Manuel.
Porque de pronto, el apetito sexual se le hizo mucho màs grande.
—Bueno, deja de mirarme ahì, me da vergüenza po...
Miguel comenzó a reir divertido, y Manuel frunció el entrecejo.
—Ya, a ver. Aprovechando que estàs tan graciosito, ¿cuànto te mide a ti?
Miguel dejó de reir en un instante, y mirò a Manuel, descolocado.
—Bueno...
—Ya no da risa, ¿Verdad?
Y ahora fue Manuel, el que comenzó a reìr.
—¡No da risa! Porque lo mìo es triste. El tuyo es grande, y el mìo es...
—¿Pequeño?
Miguel se sonrojò, y desviò la mirada.
—Bueno, sì... —Miguel se rascò la nuca, algo avergonzado—. Me mide 13 centìmetros. De todas maneras, no es que me importe. Soy gay, y de los pasivos. No me interesa mucho el tamaño...
Manuel le mirò curioso, y dijo:
—Bueno, no es un pene pequeño. Es un pene normal. Ese es un tamaño promedio, y está bien. —Al oìr eso, Miguel sonriò—. En realidad, el tamaño del pene no es importante, pues el punto G, tanto en los hombres, como en la mujer, está a pocos centìmetros de la cavidad, ya sea anal o vaginal.
Aquello tomò por sorpresa a Miguel.
—¿En serio?
—Claro. La pròstata, que es el punto G masculino, está a unos cinco centìmetros en el interior del ano. En las mujeres, el punto G, está a unos 3 centìmetros de la cavidad vaginal. Es por eso que no es realmente importante el tamaño, sino que conocer bien el cuerpo humano, y saber estimular donde se debe.
Aquello fue una revelación interesante para Miguel, que creìa, que el tamaño del miembro era proporcional a la cantidad de placer que podía provocar una persona.
—O sea, con mi talla, yo sì podría provocarte un orgasmo a ti entonces.
Manuel sonriò.
—Claro, muy probablemente me lo provocarías.
Miguel sonriò travieso.
—¿Y què tal si probamos? —susurrò, deslizando una de sus manos por el muslo de Manuel—. Quizà te deje las piernas temblando...
Manuel, con una expresión un tanto burlesca, sonriò.
—Me gusta esa idea —dijo—, pero, lamentablemente, pienso en algo muy gracioso, y no puedo tomàrmelo en serio.
Miguel rodò los ojos, y lo observó un tanto desafiante.
—¿En què piensas?
—En nada —dijo Manuel, conteniendo una risa.
—Ya pues, huevòn, ¿en què? Dìmelo.
—Es que me vai' a pegar —aguantò otra risa.
—¡Dìmelo, huevòn!
Y Manuel, conteniendo la risa entre sus labios, tomò su celular, y buscò una imagen en su galería.
—Promèteme que no te vas a enojar —le dijo, con la voz un tanto inestable, por la risa contenida—. Es que... como eres màs pequeñito que yo, me imaginè asì a ambos.
Y con una mano tapándose los labios —soportando las carcajadas—, Manuel le extendió su celular a Miguel, y este vio la imagen.
—Tù eres el perro chiquito, y yo soy el grande —y estallò en risa.
Miguel le observó muy serio al principio, pero cuando oyó la contagiosa risa de Manuel, entonces comenzó a reir con èl.
Sì, había sido gracioso; tenía que admitirlo.
—Chileno conchatumare —le dijo, entre risas—. ¡Te amo, y por eso te aguanto esa maldita broma!
Se lanzó sobre Manuel, y comenzó a golpearlo de forma suave.
Manuel comenzó a reir, e iniciaron una especie de lucha en la cama.
Y al paso de varios minutos, se rindieron, estando cansados. Se echaron entonces en la cama —con la respiración agitada—, y se quedaron abrazados. Miguel, entonces dijo:
—De todas maneras, no podría hacerlo bien. Tengo que decirlo; en la cama, me gusta ser el pasivo. No tienes problema con eso, ¿verdad?
Manuel negó con la cabeza, y sonrió.
—Y a mí me gusta tomar el rol activo. Estamos a mano, tranquilo.
Miguel suspiró aliviado, y comenzó a reír.
El corazoncito le palpitaba con fuerza, de mucha alegría.
—Creo que esta, ha sido la mejor charla sobre educación sexual que he tenido en mi vida. Gracias.
(...)
Cuando el día siguiente llegó, entonces el reloj marcò las diez de la mañana. Quien despertó primero, a causa de la luz blanquecina que entró por las cortinas, fue Miguel.
Apenas abrió los ojos, hallò de inmediato una imagen tranquilizadora y confortable.
Ante sus ojos, aùn somnolientos, se extendió la imagen de Manuel, aùn dormido, roncando despacio, y con un leve rastro de saliva por la comisura de sus labios.
En otro momento de su vida, y con una persona distinta, a Miguel aquello le habrìa parecido asqueroso, pero en su lugar, ahora sonriò con ternura, y le limpiò la saliva a Manuel, con el dorso de su propia mano.
—Descansa, has trabajado mucho esta semana —susurrò, y le besò los labios, con suavidad—. Te amo mucho.
Y despacio, se levantò de la cama, y se dirigió hacia el baño.
Despuès de varios minutos, se dirigió hacia la cocina, y se preparò una taza de café.
Y comenzó a recorrer la casa, en silencio, procurando no despertar a Manuel, quien aùn, dormía plácidamente, después de una extenuante semana de trabajo en la clínica.
—Manu realmente tiene una casa bastante amplia... —se dijo Miguel, a sì mismo, tomando otro sorbo de café, y dirigiéndose de nuevo a la habitación. Allì, en la cama, volvió a ver a Manuel, que seguía durmiendo.
Y sonriò.
Y, ganando algo de tiempo, esperando a que Manuel despertara, Miguel comenzó a tomar atención a las paredes de la habitación.
Y volvió a encontrarse con aquellas mismas fotografías del primer dìa.
Y comenzó a observarlas, de nuevo.
En la pared de la habitación, yacían aquellas imágenes que antes, a Miguel le habían llamado la atención. Una, en donde Manuel se veía más joven, en lo que parecía ser un parque, con una mujer que parecía ser su amiga, o quizá su hermana.
Y, por otro lado, la fotografía de un niño, que no sobrepasaba los tres años.
Y allí, Miguel volvió a detenerse.
Y observó aquella imagen, con curiosidad.
¿Era algún sobrinito de Manuel? ¿Un hermanito? ¿O quizá era el mismo Manuel, pero de pequeño? Aquella última hipótesis, le parecía perfectamente admisible, pues, aquel pequeño niño, era físicamente muy parecido a Manuel.
Y tenía una mirada muy dulce. Se notaba que había sido un niño muy feliz.
Y, empujado por la curiosidad, Miguel tomò la fotografía, y suave, la despegò de la pared.
Y la volteò, encontrándose con un mensaje detrás de ella.
''Santiago de Chile, año 2011. Parque O'Higgins''.
Miguel contrajo su expresión, y entonces, lo comprendiò.
No, aquel no era Manuel. Si aquella fotografía, había sido tomada el año 2011, entonces la edad de Manuel, no calzaba con dicha fotografía pues, había sido tomada hace un poco màs de seis años atrás.
Y Manuel no tenía seis años. Manuel tenía veintiocho años.
—Entonces debe ser su hermanito...
—Buen dìa, mi amor.
Oyò Miguel, desde su espalda. Y dio un pequeño brinco, algo asustado.
—¡Ho-hola! —dijo, volteándose de inmediato, y escondiendo la fotografía, por detrás de su espalda—. M-me asustaste.
Manuel bostezò, y se estirò en la cama.
—¿Què haces despierto? Ven aquí. Ven conmig...
Y cuando Manuel desviò su mirada hacia la pared, se percatò de que allí faltaba una fotografía.
Y contrajo sus pupilas, dando un brinco de la cama.
—¿Què hacìas, Miguel? —le dijo, algo tajante—. ¿Sacaste la fotografía que estaba allí?
Miguel tragò saliva, y torció los labios.
—Miguel, te hice una pregunt...
—S-sì —dijo, algo nervioso—. Se... se descolgó esta. La tomè, y... y quise pegarla de nuevo.
Miguel extendió su mano, y mostró la fotografía, agachando su mirada.
Manuel se alzò de inmediato, y la tomò. La observó por unos instantes, en silencio, y la guardò en uno de sus cajones.
Hubo un silencio algo incòmodo.
—Es... es un niño muy bonito —dijo Miguel, intentando menguar el denso ambiente—. ¿Es tu... hermanito? Se parece muchísimo a ti. Cuando crezca, será igual de guapo que tù. ¡Què lindo! Jajaja.
Pero Manuel no sonriò, ni mostró gracia por aquello. Al contrario; agachò la mirada, y se quedó en silencio.
Y Miguel se percatò de lo que pasaba.
—Manu... ¿dije algo que no debía? ¿dije algo malo? Lo siento, de verdad... yo... no quise hacerte enojar. Despertè hace unos minutos, y para dejarte descansar, quise dar una vuelta, y vi las fotografías, y llamaron mi atenci...
—No pasa nada... —susurrò Manuel, algo inexpresivo—. Està bien, Miguel. Fue mi culpa. Solìa dejar estas fotografías en la pared, porque hasta hace poco, yo vivía solo en casa. Se me escapò el detalle de que ahora tu estàs aquí, conmigo. Serà mejor que las guarde. —Y con la expresión vacìa, Manuel despegò las fotografías, y las guardò en su cajòn, ante la vista descolocada de Miguel.
—Pe-pero... ¿por què las guardas? Lo siento, no quise molestarte. No tienes que cambiar el aspecto de tu casa, solamente porque yo estoy aquí. Vuelve a pegarlas, se veìan bonitas.
Miguel abrió el cajòn, y con una sonrisa nerviosa, sacò nuevamente las fotografías, intentando pegarlas de nuevo en su lugar.
—Miguel, no. Està bien. No importa —Manuel, algo tenso, quitò la fotografía con el niño a Miguel de las manos—. Dàmela, voy a guardarla.
—¡No! Dèjame ponerla. Està bien, no tienes que hacer est...
—¡Miguel! Dàmela, voy a guardarl...
—¡Dèjalo como estaba!
Y comenzaron a tironear de la fotografía.
—¡Miguel, ya basta!
Y cuando ambos opusieron máxima resistencia, la fotografía se rajò, y se partió en dos pedazos, rompiendo al niño de la fotografía, por la mitad.
Miguel echò un alarido sordo, y se quedó con un extremo de la fotografía en las manos.
Manuel contrajo las pupilas, y se quedó con el otro extremo de la fotografía, observándola.
Y hubo un silencio.
Miguel torció los labios, nervioso.
—¡L-lo siento, Manuel! ¡De verdad lo siento, no quise!
—Dame la fotografía, por favor —le pidió, con la expresión tan gélida, que Miguel sintió que Manuel, por unos instantes, le había desconocido.
Miguel contrajo la expresión, y se quedó inmóvil.
—Ma-Manu...
—Dàmela, por favor.
Miguel asintió, y con una expresión melancólica, extendió la mitad de la fotografía a Manuel.
Manuel, sin siquiera mirarle a los ojos, volvió a abrir el cajòn, y metió las mitades allí, cerrando con fuerza, de manera un tanto tosca.
Miguel le observó estàtico, y con la expresión melancólica, intentando buscar un ápice de sentimiento en la gélida aura que ahora, Manuel, le mostraba.
Pero no hallò nada.
Y hubo otro largo silencio.
—Irè un momento al patio trasero —dijo Manuel, con la voz algo àspera—. Seràn solo cinco minutos.
—Te acompaño, vamos —dijo Miguel, tomando a Manuel por el antebrazo.
—No, Miguel —le dijo, retirando el tacto de su novio, de forma suave y lenta—. Necesito ir... solo.
Miguel observó tan descolocado, que abrió un poco los labios.
—Ma-Manuel...
—Por favor —le dijo, sin dirigirle la mirada—. Solo cinco minutos. Nada màs. Despuès volverè, y desayunaremos.
Con tacto frìo, tomò a Miguel del rostro, y le dio un fugaz beso en la frente, que no fue capaz de provocar a Miguel, la misma calidez que siempre recibía de Manuel.
Y al instante, Manuel salió al patio trasero, y dejó solo a Miguel en la habitación.
Y Miguel se sintió una verdadera mierda.
Y comenzó a llorar en silencio, sin ànimos de alertar a Manuel de aquello.
¿Por què Manuel de pronto cambió su aura? ¿Por què tenía esa mirada tan vacìa? ¿Por què le trato de manera tan lejana?
¡Si solo era una estúpida y tonta fotografía! Aparte, ¿cuàl era el problema? Seguramente ese estùpido niño, el de la fotografía, ni siquiera era la gran cosa, como para que se pusiera de esa manera. ¡Era una tonta fotografía, y un tonto niño el de ella! No era para tanto...
—Manuel huevòn, cojudo, imbécil... —musitò, limpiándose las làgrimas del rostro, con ira—. Y ese chibolo huevòn, todo feo, ni que èl fuera màs importante que yo, como para que se ponga asì...
Y al paso de unos segundos, Miguel sintió un leve olor a marihuana, proveniente desde el exterior.
Curioso, se alzò de los pies de la cama, y caminò en silencio hacia la ventana que daba al patio trasero.
Y, desde allí, observó a Manuel —que estaba de espalda a èl—, en silencio.
Manuel, estaba allí, sentado en la banca de madera, mirando hacia sus plantas, guardando silencio, y con un cigarrillo de marihuana en una de sus manos, encendido y humeando levemente.
Y le echó algunas caladas al cigarrillo, y agachó la mirada.
Miguel de pronto, sintió ganas de golpearlo.
¿Para eso había hecho todo ese alboroto? Si quería fumar marihuana a solas, simplemente debía decírselo. ¿Era acaso necesario toda esa farsa del enojo, y no se què màs? ¿Era necesario molestarse por una fotografía toda fea y sin valor?
Ni que una vieja fotografía, tuviese màs valor que èl. Èl ahora era su novio, y le gustase o no, èl debía ser la prioridad de Manuel, y no una vieja y tonta fotografía.
¡Uy! Tenìa tanta rabia, que tenía unas ganas de cachetearlo...
—Eres un huevòn... —murmullò Miguel, observando a Manuel, que estaba de espalda a èl, por la ventanilla de la habitaciòn—. Voy a golpearte, ya vas a...
Y de pronto, Miguel oyò, proveniente desde Manuel, algo que parecía ser un sollozo.
Esperen, ¿un sollozo?
¿Por què Manuel sollozarìa por una vieja y estúpida foto?
—N-no... no creo que esté llorando. ¿Quièn llorarìa por algo asì? Tampoco es como si una foto importara mucho...
Pero Miguel, pronto se tragó sus palabras, pues, al paso de unos pocos segundos, entonces pudo oírlo con claridad.
Manuel estaba llorando en el patio trasero, y sus sollozos, cada vez se hacían mas profundos, y revestidos de dolor.
Y Miguel quedó paralizado.
—¿Ma-Manu...?
Susurrò, descolocado, al ver que Manuel, el hombre con màs templanza, equilibrado, y recto, que conocìa en su vida, se deshacía ante su vista, en un llanto amargo, y parecido al de un niño, que no encuentra consuelo en la vida.
¿Por què Manuel lloraba con tanto dolor? ¿Què es lo que le provocaba tanto daño? ¿Y por què lo hacia a solas, cuando podía simplemente decirle que se sentía triste? ¡Ahora èl era su novio! ¡Claro que lo iba a consolar, y lo iba a apoyar!
Pero... ¿por què Manuel decidìa ocultar ese dolor en su alma, y decidìa lidiar con eso èl solo?
Acaso...
No, no podía ser posible, ¿o sì?
Manuel... ¿ocultaba algo?
—Perdóname, mi amor, mi vida, mi niño; lo siento tanto, lo siento tanto, perdóname...
Miguel pudo oìr con claridad, como Manuel, entre sollozos, balbuceò dichas palabras, con un dolor tan abismal, que Miguel sintió que su pecho se redujo a cenizas. Porque Manuel lloraba tan desconsoladamente, que incluso entre su llanto, era visible que comenzaba a hipar.
Le rompía el corazón ver y oìr asì a Manuel.
¿Què es lo que estaba pasando?
¿Acaso ese niño, sería un antiguo paciente de Manuel, que murió a manos de su gestión médica? Podìa ser probable, pues, Manuel era médico, y en su vida, había atendido a muchas personas.
Y, a pesar de que los médicos, no solían mostrar mucho sentimentalismo a raíz de sus pacientes, Manuel era distinto, pues, èl era un hombre bastante emocional, y muy cercano a sus pacientes.
Aquello podía ser una opción, pero...
¿Era natural que Manuel llorara con tanto dolor, por uno de sus pacientes?
Y de pronto, el llanto de Manuel comenzó a descender. Con pesar, echò su cabeza hacia atrás, y las làgrimas le escurrieron de forma lenta; Miguel, sintió de pronto unas tremendas ganas de saltar por la ventana, e ir corriendo hacia Manuel, para acurrucarle en su pecho, y decirle que todo estaría bien.
—Perdóname, perdóname, perdóname...
Susurró Manuel, y cerrò los ojos. Y, al paso de varios minutos, Manuel —a través de unos extenuantes ejercicios de respiración—, logró retomar la compostura.
Cuando se sintió entonces màs tranquilo, y aptò para volver a la normalidad, Manuel se alzò de la banca, y se limpiò las làgrimas con el antebrazo. Inhalo profundamente, y exhalò, dirigiéndose hacia el interior de la casa.
Miguel, que hasta ese punto tenía los ojos llenos de làgrimas —por ver asì a Manuel—, se separò rápidamente de la ventanilla, y se quedó de pie, cerca a la puerta de la habitación.
Y tras la puerta abriéndose, se vio la figura de Manuel, que llevaba una serena expresión en su rostro.
Y cuando Miguel lo vio, allí, tan apacible ante èl, sintió una punzada en el pecho.
Amaba muchísimo a Manuel, y le había dolido como nunca antes, el verlo asì.
—Ya volví, mi amor —susurró Manuel, con la voz algo apagada, por el llanto, y teniendo los ojos un poco somnolientos, por la hinchazón—. ¿Vamos a comer? Disculpa por hacerte esperar...
Miguel le observó en silencio, con la expresión contrariada en dolor, y con los labios torcidos.
Y se observaron en silencio por unos instantes; Manuel sonriò con ternura.
—¿Què pasa, amor? ¿Por què estás ahì mirándome?
Miguel lanzó un bufido, revestido de dolor, y corrió a los brazos de Manuel. Lo abrazó con fuerza, y hundió su rostro en el pecho.
Manuel contrajo las pupilas, perplejo, y al paso de unos segundos, correspondió al abrazo de Miguel, y le acarició el cabello, con movimientos tiernos y suaves.
—Amor... ¿què pas...?
—¡Juro que voy a usar todos mis ahorros para arreglar esa fotografía! —exclamò Miguel, conteniendo el llanto en su garganta—. ¡Te juro, por lo màs sagrado, que la arreglarè! ¡La fotografía quedarà como nueva!
Manuel quedó descolocado por unos instantes, y al paso de unos segundos, sonriò melancólico.
—Gracias, mi amor... —susurrò, besando el cabello de Miguel; este fortaleciò el abrazo a Manuel—. Te lo agradezco. Eso significa mucho para mì.
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