Close To You

(...)

Manuel contrajo las pupilas, y sintió de pronto, la emoción y el nerviosismo de Miguel.

¿Desde cuándo que su padre no le llamaba? Pensò entonces Manuel. Seguramente, aquello nunca habrìa ocurrido, a juzgar por la emoción, y el ìmpetu que Miguel mostraba.

—¡M-mi papà nunca antes me había llamado por cuenta propia! —exclamò Miguel, con las mejillas sonrosadas, y con una sonrisa inundada de nostalgia—. ¡E-estoy tan nervioso que...! ¡Ay, què nervios!

Miguel se alzò de su silla, dando pequeños brincos de alegría. Sacudìa el celular con ìmpetu, el que, por cierto, aùn sonaba entre sus manos.

Manuel entonces, no pudo evitar, como acto reflejo, el sonreìr enternecido.

No sentía simpatía por el padre de Miguel —después de saber todo lo que èl habìa hecho con su hijo—, pero, no podía negar que amaba ver a Miguel asì de feliz.

Y si Miguel era feliz, èl también lo era.

Era sumamente conmovedor, ver a Miguel asì de emocionado, por una llamada que su padre, por primera vez, hacìa de forma voluntaria hacia èl.

Miguel entonces, se sintió amado en esos instantes.

Y se sintió nuevamente, como un pequeño niño.

Joder... ¡Què tierno se veìa! Manuel sintió que su corazón, latìa con fuerza por ello.

—E-estoy muy emocionado, Ma-Manu... —susurrò Miguel, reteniendo pequeños grititos—. M-mi papà... èl me está llamando... ¡por cuenta propia! Tengo que... contestar. Sì; tengo que contestar.

Manuel comenzó a reir despacio.

—Claro, mi amor; contesta. ¿Quieres que te de privacidad? Probablemente... quiera conversar contigo algo importante.

Miguel, que respiraba con rapidez, torció los labios en una sonrisa. Observò a Manuel, y en un leve movimiento, asintió.

Manuel entonces sonriò.

—Estarè en la habitación —le dijo a Miguel, tomando su taza de té caliente, y alzándose de la silla.

Miguel corrió hacia èl, le beso los labios, y Manuel, sonriò.

Se volteò de la sala de estar, y a los segundos, Manuel se encerrò en la habitación del apartamento. Miguel, con movimientos ansiosos, entonces observó la pantalla de su celular.

''Papà <3, llamando''. Se leìa en ella. Miguel sonriò extasiado, y sintiéndose muy dichoso en esos instantes, por ser merecedor de la atención de su padre, entonces contestò.

Miguel no pudo retener su alegría, y fue èl, quien entonces hablò de inmediato.

—¡Ho-hola! ¡¿Papà?! ¿Còmo estàs papito? ¡E-estoy muy feliz de que llames, papà! ¡Te extrañaba mucho! ¡He estado pensando en t...!

—Miguel.

Hablò su padre al otro lado de la línea, y Miguel, parò de golpe.

La sonrisa en su rostro se mantuvo intacta, y Miguel, comenzó a reìr, nervioso.

—Dios; disculpa, papito. Es que... ¡estoy tan emocionado, de que tù me hayas llamado! Lo siento, lo siento... estoy hablando mucho, ¿verdad? Lo siento. ¿Còmo estàs, papito? ¿Còmo ha ido tu dì...?

—Miguel; déjame hablar.

Volviò su papà a hablar, con voz ronca. Miguel volvió a callarse de golpe, y sonrojado, volvió a reìr.

Estaba hablando demasiado, entendió entonces.

—A-ah... —musitò, avergonzado—. Sì, papito. Perdòn. Dime, ¿què es lo que pas...?

—¿Hasta cuando chucha piensas dejarme en vergüenza, pedazo de mierda?

Miguel guardò silencio, y con la sonrisa aùn en su rostro, jadeò descolocado:

—¿Q-què...?

Hubo un profundo silencio en la línea, hasta que entonces Hèctor, el padre de Miguel, hablò:

—El Atlantis OX —dijo el hombre, y Miguel, contrajo su expresiòn—. Me han llamado esta mañana desde el Atlantis OX; mi hotel principal en Lima; ¿lo recuerdas?

Miguel quedó shockeado, y guardò silencio.

—Bajaron las acciones en el hotel, y hoy, tuve que defender un mega proyecto que tenía para instalar una cadena de hoteles en Europa; pues adivina què, Miguel. Me han rechazado el proyecto. Perdì millones de dólares, y todo, gracias a ti, mi queridísimo hijo...

Miguel sintió de pronto, que la garganta se le apretujò.

—Pa...papà, yo... de verdad lo siento. No sè que habrá pasado, pero...

—¡¿Puedes dejar de hacerte el huevòn, Miguel?! —gritò Hèctor, furioso—. ¡¡Me han llamado desde la gerencia del hotel, para avisar de que mi amado hijo Miguel, apareció en una puta pantalla gigante, ofreciendo servicios de prostitución!! ¡¿Còmo quieres que me sienta?! El rumor se echò a correr por todos los accionistas, y han retirado la mayoría del hotel. Perdì, por tu culpa, el mega proyecto que preparè por años. ¡¿Què màs quieres, Miguel?! ¡¡Eres una puta vergüenza!!

—Pa-papà, escucha...

Miguel comenzó entonces a sollozar.

—¡¡Dèjate de llorar, pedazo de maricòn de mierda!! —vociferò Hèctor, tan furioso que Miguel, se sintió entonces una pequeña mierda; los recuerdos de niño le vinieron a la menta, cuando su padre, le golpeaba y le gritoneaba en los rincones de la casa—. ¡¡Me dejaste en vergüenza, en mi propio hotel!! ¡¡Todos supieron que mi propio hijo, el hijo del dueño del Atlantis OX, es una maldita zorra asquerosa!! Eres asqueroso, Miguel. No puedo creer al nivel que has llegado. De verdad, eres una mierda. Ya no puedo sentir màs decepción de ti, Miguel.

—Perdòname, papito... —dijo Miguel, en un hilo de voz—. Perdòname, papito, por favor, por fav...

—Si tu madre te viera... —musitò el hombre—. Volverìa a matarse, Miguel. Mira en lo que te has convertido. Suficiente soporte viendo cómo te convertías en un anormal de mierda; un maricòn, como para ademàs, ver que eres una maldita zorra que cobra por acostarse con otros hombres.

—Papà... —Miguel sentía que cada palabra, era una daga màs profunda en el alma. Las palabras de su padre dolìan—. No me digas eso, papito...

—¿Tienes SIDA? —escupió entonces—. Seguramente tienes SIDA.

—¡No me digas esas cosas! —sollozò Miguel, desesperado—. ¡Me haces mucho daño, papà! ¡Me duele mucho!

—Con tu chantaje a otro sitio, Miguel —le respondió, sin sentir compasión—. Esto es lo último que te he aguantado, Miguel. Has matado todo rastro de estima, que sentía por ti. Lo siento, Miguel, pero...

Miguel observó con expresión vacìa, hacia el balcòn de su apartamento. Con el corazón comprimido, hasta un punto ciego, entonces Miguel oyò al otro lado de la línea:

—Me temo que ya no eres hijo mìo, Miguel.

Miguel abrió los labios, y las pupilas se le contrajeron.

—Te repudio, Miguel. Ya no eres mi hijo. Me das una terrible vergüenza, tan profunda, que cada vez que oigo hablar de ti, debo huir del lugar. Desde ahora, no tienes padre, Miguel. Mi único hijo, desde ahora, es Brunito. Quiero que olvides, que alguna vez, tù y yo fuimos padre e hijo, y desde ahora, sigue con tu vida. Bloquearè tu número, y tu tambien bloquea el mìo. Cada quien por su lado. ¿Està bien?

Miguel guardò silencio.

—Bueno, eso es todo. Y por favor, no vuelvas a asistir a mis hoteles, Miguel. Sabes que no eres bienvenido. Hasta nunc...

—¿Què mierda te crees, papà?

—Ya te dije que no soy tu pap...

—¡¿Què mierda te crees que eres, maldito hijo de la reverenda puta?!

Miguel, que ahora sollozaba entre gritos iracundos, se alzaba del sofà, y fuera de sì, articulaba palabras sin pensar.

Y el grito fue tan ensordecedor, que entonces Manuel, pudo oìrlo desde la habitación.

Y alertado por ello, Manuel salió, y desde la puerta de la habitación, observó descolocado.

Y se encontró con Miguel, que llevaba una expresión de ira absoluta, y de un rencor indecible.

Manuel quedó perplejo.

—¿A-amor? ¿Todo bien? Mig...

—¡¡Eres un pedazo de mierda, puto viejo asqueroso!! ¡¡Te odio, te odio con toda mi alma!! ¡¡Pùdrete, púdrete maldita mierda!!

—¡¡Cuida tus palabras, maldita zorra, cuídalas!! —contestò su padre—. ¡¡Me hiciste perder un proyecto millonario en Europa!! ¡¡Me hiciste perder mis accionist...!!

—¡¿Y què me importa a mi tu mierda de plata, conchudo, hijo de puta?! —gritò Miguel, sollozando; Manuel observó perplejo, y preocupado, se acercò a Miguel.

Pero Miguel de un manotazo, lo alejò. Manuel observó sorprendido.

—¡¿Sabes què me hiciste perder tù a mì?! —vociferò Miguel, furioso. Eva le observaba desde el pasillo, hundida del miedo—. ¡¡Me hiciste perder el amor de mi madre!! ¡¡Se suicidò por tu culpa!! ¡¡Me hiciste perder mi infancia, porque jamás me amaste!! ¡¡Porque claro, amas a Bruno, y a tu nueva familia!! ¡¿Y yo què?! ¡¡Jamàs fuiste capaz de amarme, viejo de mierda!! ¡¿Y sabes que màs me quitaste?! —Miguel gritaba tan fuera de sì, que incluso su voz se volvió carrasposa por la potencia del tono—. ¡¡Me quitaste mi inocencia, cuando un dìa, siendo yo un niño, tu querido socio me violò!! ¡¡Porque si me volvì una maldita zorra, como dices, es porque jamás me enseñaste como vivir, papà!! ¡¡Es porque busquè en otros hombres el afecto que nunca me diste!! ¡¡Es tu culpa, toda la mierda que soy, es tu culpa!!

Hèctor, al otro lado de la línea, comenzó a respirar agitado, pero Miguel, tan fuera de sì, no lo notò.

—Miguel, pa-para... —pidió su padre, en un jadeo—. ¡¿Y-y sabes què?! ¡Sì te han violado, como dices, es porque tù te lo has buscado!

Aquello último, le volcó el corazón a Miguel.

—¡¿No quieres que sea tu hijo?! ¡Pues está bien! ¡De todas maneras, jamás tuve un padre!

—¡Càllate, zorra! —dijo el hombre, entre un ataque de tos—. ¡Cierra la puta boca, pedazo de mierd...!

—¡¡MUÈRETE!! —gritò Miguel, con toda potencia—. ¡¡MUÈRETE Y PÙDRETE, PEDAZO DE MIERDA!! ¡¡MALDITO VIEJO DE MIERDA!! ¡¡MUÈRETE, Y PÙDRETE!! ¡¡TE ODIO CON TODA MI ALMA, HIJO DE PUTA!!

Y cuando Miguel, entonces sintió que, en su pecho, no cabìa màs dolor e ira, con todas sus fuerzas, agarrò el celular, y de un fuerte movimiento, lo lanzó hacia la pared.

Se oyò un fuerte estruendo.

Y el toca discos de Miguel, se hizo añicos.

Manuel observó atònito. El celular, con la estruendosa voz del padre de Miguel, aùn reclamando entre insultos, y un potente ataque de tos, siguió sonando. Manuel caminò lentamente hasta el sitio, y observó el celular, en silencio. Lo tomò, y despacio, cortò la llamada.

Hubo un profundo silencio entonces.

Y Miguel, de un movimiento, se echò al sofà, y un llanto desgarrador, salió desde su garganta.

Manuel en un principio, no reaccionò, pero cuando sintió que volvió a la realidad, de inmediato se acercò a Miguel.

Y lo abrazò.

—Amor, amor... —susurrò, intentando contenerlo—. Tranquilo, amor... ¿què pasó?

—¡E-el hij...hijo de puta! Me... me dijo q-què y-yo...

—Tranquilo... —le instò Manuel, y le acariciò el rostro—. Respira, respira... mira, hagamos un ejercicio de respiración. Necesitas calmart...

—¡¡Dèjame en paz, Manuel!!

Miguel se alzò violento del sofà, y se encaminò hacia su habitación. Manuel se quedó atònito, y despacio, se volvió a erguir.

Se oyò un gran bullicio, y Miguel, comenzó a romper cosas.

Estaba fuera de sì.

—¡Miguel, ya, tranquilo! —Manuel corrió hacia èl, y lo abrazò por detrás, contenièndole.

Eva maullò con fuerza, asustada, y huyò hacia la cocina.

—¡¿Por què me detesta tanto?! ¡¿Por què Dios me castigò con un padre de mierda?! ¡¿Què fue lo que hice para merecer esto?! ¡¡Odio esto!! ¡¡Lo odio!! ¡¡Quiero que se muera!!

—Tranquilo, mi amor, tranquil...

—¡¡Suèltame!! —gritò Miguel, iracundo—. ¡¡Suèltame, cojudo!! ¡¡Suèltame!!

Pero Manuel, no lo soltò.

Y tras varios minutos, en donde retuvo a Miguel, con todas sus fuerzas, entonces el ambiente, se calmò.

Y tan solo los sollozos de Miguel, se oyeron en la habitación.

Manuel le abrazò entonces, en un movimiento suave, y contenedor.

—Lo odio... —sollozò Miguel, echándose a los brazos de Manuel—. Lo odio mucho, mucho... ¡¿por què me hace esto?! N-no lo entiendo...

Manuel no entendió con exactitud las palabras de su amado, pero, sin embargo, sabìa que algo en su interior, dolía con mucha intensidad. Sin mediar palabra alguna, entonces Manuel le abrazò con màs fuerza.

Y no pidió explicaciones, hasta que Miguel, entonces se sintió apto para hablar.

—¿Por què hizo eso, Manu...? —lanzó, en un sollozo profundo—. Y-yo... estaba tan emocionado cuando le contestè. Pensè que habìa llamado para saber de mì, pero al final... solo llamó para insultarme, y despreciarme, como siempre lo hace. Pensè que, por primera vez, mi padre me llamaba para decirme que me amaba, pero...

Hubo un profundo silencio, y Miguel, sintió el choque de realidad.

—Me llamo para decirme que yo ya no soy màs su hijo.

A Miguel le temblò el labio, y de nuevo, rompió en llanto.

Manuel le besò la cabeza, susurrándole palabras de apoyo.

—¿Quieres hablar sobre lo que pasó? Quizà te sientas mejor después de ello...

—Di-dijo que... los accionistas del hotel, se enteraron del escàndalo en la fiesta. Ahora retiraron las acciones del hotel, cuando vieron que era yo, el hijo del dueño del hotel, el que habìa aparecido allí. Me dijo que también el rumor llegó hasta Brasil, y que perdió por mi culpa, un mega proyecto que preparò por años...

Hubo un profundo silencio, en donde Manuel, solo dedicó caricias al rostro de Miguel.

—So-Soy una mierda... —se maldijo—. Pero incluso asì... ¿no merezco acaso un poco de su cariño? Ningùn padre que ama a su hijo... lo repudia por dinero. Lo odio, Manu, lo odio mucho... me duele tanto, tanto...

Y se aferrò fuerte a los brazos de Manuel. Y, sin mediar màs palabras, Manuel supo bien lo que tenia que hacer, y en silencio, se aferrò a su amado, y le otorgò su hombro, para llorar con desconsuelo.

Pero ahì iba a estar, junto a èl.

Cuando entonces pasaron los minutos, y Miguel se hundió en un profundo y melancòlico silencio, Manuel preguntò en un tono ligero:

—¿Te sientes un poco mejor?

Miguel no contestò, pero Manuel lo entendió.

—Sabes que te adoro con la vida, ¿verdad? —preguntò Manuel, sonriendo con dulzura. Miguel observò, melancòlico.

—Me gustaría que mi padre... me amara, aunque sea, un poquito de lo que tù me amas.

Manuel agachò la mirada, y despacio, comenzó a besar las manos de Miguel.

Miguel sonriò, aùn entre làgrimas.

Las acciones de Manuel eran tan tiernas, que no podía simplemente ignorarlo, por màs terrible que se sintiese.

—Mañana cumplimos tres meses de relación... —susurrò Manuel, y Miguel, asintió cabizbajo—. Tres meses, mi amor... ¿ya ves que rápido pasa el tiempo?

Miguel sonriò.

Tres meses... tres meses desde que Miguel, comenzò a sentirse amado.

Pero, por màs amor que Manuel le diese, Miguel seguía sintiendo en su corazón, el espacio vacío que correspondìa a su padre.

El vacío de una familia.

Y odiaba sentir eso, porque se sentía malagradecido con Manuel.

¿Era normal, sentir dicha parte vacìa, aùn cuando Manuel, le daba todo de sì?

—Te propongo algo... —susurrò Manuel, besando suavemente los labios a Miguel. Este cerrò los ojos, y correspondió al beso de su amado—. ¿Què tal sì... adelantamos la celebración de mañana? Tengo un lugar especial para hoy...

Tomò un mechòn de cabello a Miguel, y despacio, lo posicionò por detrás de su oreja. Tìmido, Miguel ascendió su mirada, dubitativo.

¿Tenìa realmente los ànimos para ir a celebrar? Seguramente, Manuel querrìa llevarlo a un lugar público, con música, ruido... y èl, no quería algo como eso. Al menos no por hoy.

No después de las palabras dichas por su padre. Tenìa el corazón con tanta desilusión, que Miguel no tenía las fuerzas para ocultar ello.

Manuel entonces, se percatò de ello, y con voz serena, susurrò:

—Juro que esta vez, será una celebración distinta... —le dijo, y Miguel sonriò—. Si llegamos, y el lugar no es de tu agrado, entonces nos iremos, ¿ya?

Miguel suspirò, y sonriò enternecido.

Manuel, de alguna u otra forma, siempre se las arreglaba para hacerle sentir mejor.

—Bueno... —susurrò, y Manuel, le besò suave la mejilla—, pero... ¿debo vestirme formal, o...?

—¡No! No es necesario. Solo lleva... algo que te abrigue mucho. Quizà una frazada, y... —Manuel sonriò, y sonrojò—. Quizà el lubricante...

Miguel se echò a reìr despacio.

—Està bien —le dijo.

—Yo irè a preparar algo rápido a la cocina. —Miguel asintiò—. Y... espero no te moleste, pero... antes de partir al lugar sorpresa, necesito hacer tres cosas importantes.

Miguel ladeò la cabeza, dudoso, similar a la expresión de un cachorrito.

—¿Què cosas?

—La primera —dijo Manuel, acercándose al rostro de su amado, y plantando un profundo beso en sus labios—, es darte un beso —Miguel se echò a reìr—. La segunda, es ir a la clínica.

—¿A la clínica?

Manuel asintió.

—Yo... tengo el vehículo de Martìn aùn. Lo tengo desde el dìa de la fiesta. Cuando huiste del hotel, y cuando te encontrè con hipotermia en la calle, Martìn me prestò su vehículo. Aùn lo tengo. No se lo he devuelto. Seguramente querrà matarme.

—¿Y èl tiene tu moto?

Manuel asintió.

—Tenemos que ir a la clínica, porque le irè a pedir prestado el vehículo, para llevarlo a donde iremos. Debemos ir en vehículo hasta allá.

Miguel observó curioso. ¿A què clase de lugar irían?

—Y, lo otro... tenemos que ir hasta mi casa. Debo ir a buscar algo importante. Despuès de eso, nos vamos a nuestro destino.

—¿Què debes ir a buscar?

Manuel sonriò, y con los ojos verdes entornados, musitò:

—Es sorpresa. No seai' sapo.

Miguel rodò los ojos; echò un pequeño bufido.

—Seràs huevòn...

—Asì que, lleva lo necesario. Nos iremos en unos minutos.

Se besaron fugazmente en los labios, y Manuel, salió de la habitación, y caminò hasta la cocina.

Miguel se quedó en la habitación, y con los ojos un poco hinchados por el llanto, se mirò en el espejo.

Se sintió entonces patètico.

Què estùpido había sido al pensar, que su padre volverìa a èl con intenciones de amarlo. Era obvio, que su padre no lo amaba, y era evidente, que la única persona que realmente sentía un amor sincero y desinteresado por èl, era Manuel.

Miguel agachò la vista, y torciendo los labios, entonces aceptò la dolorosa realidad, de que su anhelo de vivir en familia, jamás podría ser.

''Ohana significa familia, y la familia nunca te abandona, ni te olvida''; Pfff, patrañas...

Se sintió entonces desdichado.

Pero, por màs tristeza que sintiese, debía aguantar.

Aquella noche, Manuel tenía una sorpresa preparada para èl. Manuel, intentaba alzar su ànimo, y desviar su atención del reciente acontecimiento desgarrador. Manuel hacia mucho por èl, y Miguel, debía al menos responderle en un pequeño intento, por darse ànimos a sì mismo.

Reciprocidad...

Miguel entonces, se alzò de la cama. Tomò un pequeño bolso, y en su interior, comenzó a guardar lo que Manuel antes le indicó. Cogiò el lubricante, y también lo guardò. Rebuscò entre un cajòn, y curioso, tomò su prenda eròtica con portaligas, y dijo:

—Bueno... si hoy vamos a coger, entonces que sea con todo —sonriò con picardìa—. La tercera cogida, es la vencida.

(...)

Cuando ambos se alistaron, entonces subieron al vehículo, y emprendieron marcha con rumbo a la clínica. Al detenerse en un semàforo, entonces Miguel, curioso, preguntò:

—Entonces... ¿este carro es de Martìn? —Manuel, que conducía muy concentrado, y hasta un poco tenso, a juicio de Miguel, asintiò—. Es bastante bonito, y es amplio. ¿Por què no te compras un carro, Manu? ¿O te gustan màs las motos?

Manuel observó de soslayo. El semàforo cambió a verde, y acelerò.

—La verdad... es que siempre me han gustado los autos —confesò Manuel—, pero... me da un poco de miedo conducirlos.

Miguel observó extrañado; alzò una ceja.

—¿Y por què? En realidad, pareciera que las motos son màs inseguras de conducir que los carros.

Manuel torció los labios.

—Sì... —susurrò—. Pasa que, desde que tuve el accidente hace siete años, con Panchito y Camila...

Miguel lo comprendiò.

Claro... ¿còmo no pensó en ello? Manuel, anteriormente, tuvo un terrible accidente automovilìstico, tan grave, que inclusive le costò la vida de su propio hijo, una condena por homicidio, y siete dìas en la cárcel.

Era obvio que guardase un trauma por ello. De hecho, era visible la tensión de Manuel al conducir. Tomaba el volante con fuerza, y conducía con aura un tanto rìgida, aunque, era muy bueno haciéndolo.

El cuerpo guarda recuerdos, y seguramente, el cuerpo de Manuel guardaba el dolor de aquella noche.

—La última vez que conduje un vehículo, fue esa misma noche. Despuès de siete años, volvì a conducir la noche de la fiesta, cuando te encontrè con hipotermia en la calle. Tengo que admitir, que cuando en esa noche subì al vehículo de Martìn para conducir, sentí pavor, pero la adrenalina, y el miedo de pensar que algo malo te pudo haber pasado, fue màs fuerte. No quería perderte...

Miguel sonriò conmovido. Sintiò que su corazón saltò de la ternura.

¿Cuàntas cosas era capaz de hacer Manuel por èl? Seguramente muchas...

Probablemente, Manuel habìa hecho tantas cosas por èl, que era seguro habìa algún suceso del que èl no estaba inclusive enterado.

—Lindo, mi Manu... —susurrò Miguel, y despacio, le besò la mejilla a Manuel.

Este sonriò, y llegaron a un semàforo en rojo.

—Pero ya no te preocupes... mientras conduzcas, yo no me voy a lanzar sobre ti, ni te voy a quitar el volante, como sì lo hizo esa huevona re conchatumare de Camila. —Manuel sintió una mezcla de emociones con ello, pero casi espontàneamene, se le salió una carcajada—. Para lo único que me voy a lanzar sobre ti, es para darte unos buenos sentones, papito rico.

Manuel comenzó a reìr, y la piel blanca del rostro, se le puso tan roja como un pimentòn.

Miguel rio entre dientes, como un diablillo.

Ambos se besaron en el interior del vehículo, y el semàforo, cambió a verde.

Se oyò de pronto, un bocinazo.

—Oe' par de cabros, dejen de besuquearse, y ya avanza pues, huevonazo.

Gritò el chofer del carro de atrás, que era un viejo gordo, y calvo. Manuel observó por el espejo retrovisor, sacò la cabeza por la ventana, y gritò:

—¡¿Què weà caeza' eh' pichula?! —Miguel se atragantò con la saliva, riendo—. Pasa por arriba po', chancho conchetumare.

Y se enfrascaron en un sutil y poètico intercambio de groserìas peruanas, y chilenas.

Miguel comenzó a reìr.

Amaba ver a Manuel en su faceta de flaite.

Diez minutos después, llegaron al estacionamiento de la clínica. Ambos bajaron.

Apenas ingresaron, se encontraron con Martìn, que estaba de espalda a ellos, sosteniendo una charla con la recepcionista del primer piso.

—Martìn... —dijo entonces Manuel, y Martìn, se volteò hacia ellos.

Hubo un leve silencio. Martìn observó algo avergonzado.

—Hola, che... —musitò—. ¿Còmo están? No nos vemos desde... la otra noche.

Manuel y Miguel se observaron de soslayo.

—¿Còmo... están? ¿Estàn bien? —preguntò, no dirigiendo su mirada a Miguel—. No están peleados... ¿verdad?

Manuel sonriò.

—Todo está bien entre nosotros.

Martìn suspirò aliviado.

—Què... bueno. Pensè que por lo de la otra noche... se iban a pelear. Me alegro que estèn bien.

Martìn mirò de reojo a Miguel, con una expresión algo melancólica. Miguel le sonriò con aura fresca.

—¿Què les trae por acà? Vos no tenès turno hoy... ¿o sì? Aparte, si tenès turno... no creo que trajeras a Miguelìn al trabajo, ¿verdad?

—Vine a arreglar un asuntito... —musitò Manuel, y Miguel, le observó curioso.

—¿Què asunto? —intervino Miguel, y Manuel se rascò la cabeza.

—Nada... o sea, un problemita con mi equipo médico. Es algo sin importancia...

Hubo un silencio algo incòmodo. Miguel observó curioso.

—Ah, mira vos... pelotudo de mierda —murmullò Martìn, y se cruzò de brazos—. Pensè que venìas a devolverme el carro. Hace tres dìas que ando conduciendo tu moto. En cualquier momento me la quedo.

Manuel rio.

—Ah, sì, tambièn. Venìa a devolverte tu auto. —Manuel sacò la llave desde el bolsillo de su pantalón, y la alzò. Martìn extendió su mano, e intentò alcanzarla, pero Manuel la alejò; Martìn observó descolocado.

—¿Ahora què, pelotudo? ¿No me querès devolver mi carro?

—Necesito que me lo prestes hoy, por favor.

Martìn lanzó un bufido, y rodò los ojos.

—Hace como tres dìas que no veo mi carro, pelotudo.

—Sì, sì, ya sè... —Manuel le restò importancia—. Pero solo será por hoy, juro que mañana te lo devuelvo, sin falta.

Martìn, que siguió de brazos cruzados, alzò una ceja, y observó con aura inquisitiva.

Se miraron en silencio, y Miguel sintió un aura desafiante entre ambos.

Finalmente, Martìn sonriò.

—¿Què puedo decirte? No me puedo negar a vos —le dijo, y Manuel sonriò—. Tremendo favor que te estoy haciendo, boludo. ¿Què me vas a dar a cambio? Lo mínimo que merezco de vos, es una buena chupada de pito.

Ambos rieron como imbéciles, y Miguel observó con un fuerte carmìn en la cara, y con expresión ofendida.

Era una broma entre amigos, pero Miguel, no pudo evitar sentirse celoso.

¡¿Còmo Martìn se atrevìa siquiera a sugerirle algo como eso?! ¡¿EN SU PRESENCIA?! El pene de Manuel era de èl... ¡¡ERA DE ÈL!!

—Oh, el culiao maraco —rio Manuel.

—Y lo decìs vos todavía, no te pases —sonriò. Desviò la mirada, y observó la expresión enojada de Miguel—. Che, Miguelìn, no te enojes, boludo... fue solo una broma de amigos; asì nos jodemos con el gil este; ha sido asì desde tiempos ancestrales.

Manuel siguió riendo, y abrazò a Miguel, que seguía con expresión molesta.

—Ya, oye... mira, tengo que ir a arreglar un asuntito; es rápido. ¿Te podìs quedar con el Miguel un ratito? —pidió Manuel, y Martìn asintió.

—Claro, claro... —respondiò—. Con Miguel te esperamos acà. Tengo una hora libre ahora, asì que no hay problema.

Manuel observó a Miguel, que aùn llevaba una expresión molesta.

—Ya po', mi amorcito... —le susurrò Manuel, y le besò la mejilla—. Sàquese esa carita larga...

Miguel observó con expresión seria, y siguió estàtico.

—Mh.

—Uy... —murmullò Manuel—. Te veì' lindo enojadito, gggrrr.

Le dijo por última vez, y le pellizco una lonja. Miguel no pudo evitar sonreìr por eso, y se sonrojò.

—Ya, te lo dejo —dijo Manuel.

—Andà, boludo, andà.

Y Manuel, partió en dirección a urgencias.

Martìn y Miguel, entonces se quedaron solos en la recepción. Hubo un leve silencio.

—Che, Miguelìn... —dijo Martìn, algo avergonzado. Miguel le dirigió la mirada, inexpresivo—. ¿Querès... querès ir a mi despacho? Te invito un café. Me comprè una máquina, de esas que preparan capuccinos. Està re piola.

Miguel observó en silencio, dubitativo.

—Manu va a tardar un poco —le dijo Martìn—. Lo conozco. Ese ''atender un asuntito'', ha de ser por lo menos una media hora. Dale, vamos al despacho. Se ve en tu cara que... algo querès conversarme.

Miguel contrajo las pupilas, y tras varios segundos en silencio, finalmente dijo:

—Sì...

Martìn sonriò, y ambos, entonces se dirigieron al despacho.

Una vez que subieron en el ascensor, este los dejó en el piso tres del edificio. Ambos salieron, y a unos pocos metros de la salida, se ubicò el despacho de Martìn. Ambos ingresaron.

Cuando Miguel entró, entonces se quedó gratamente sorprendido. El despacho de Martìn, era un lugar sumamente confortable, y con aura tranquilizadora.

Habìa un sofà, parecido a esos que, en las películas, mostraban eran tìpico de pacientes que tomaban terapia. Habìa una pequeña mesita, y la màquina de café en un rincón. Por otro lado, también habìa un escritorio, lleno de informes y fichas clìnicas.

Miguel se quedó estàtico, observando curioso.

—Sentàte, pibe, sentàte... —dijo Martìn, dejando su bolso sobre su escritorio—. ¿Què querès? ¿Un capuccino, un café solo, o...?

—Un capuccino —respondió Miguel, y Martìn, asintió.

Miguel tomò asiento en el sofà. Martìn sirvió un capuccino para Miguel, y para èl, se sirvió un café solo, y sin azúcar. Le extendió su taza a Miguel, y luego, tomò asiento.

Ambos tomaron de la taza, y hubo un profundo silencio. Despuès de unos segundos, entonces Martìn hablò:

—Miguel... —musitò con seriedad—. La razón por la que te pedì venir al despacho... es porque me quería disculpar con vos.

Miguel tomò un sorbo de capuccino. Por sobre la taza, alzò la mirada. Observò curioso.

¿Querìa disculparse por la reciente broma hecha a Manuel?

—¿Disculparte? —dijo—. ¿Y... por què?

Martìn tomò un sorbo de café, y se re lamiò los labios.

—Por... por lo de la otra noche —dijo—. Yo creo que, a estas alturas, vos y Manuel ya conversaron, por lo que pasó la otra noche en... en la fiesta, ¿verdad? —Miguel asintiò—. Y... bueno, quizá Manu te lo mencionò, pero... me vi en la obligación de contarle lo que vi en la tienda, Migue.

Miguel torció los labios, y asintió.

—Sì, me lo dijo...

—Bueno, disculpà por eso. Yo sè que te dije que, mantendría ello en secreto, y que vos hablarìas con èl, pero...

Martìn echò un bufido, y Miguel, intervino.

—Està bien, Martìn... —susurrò Miguel, y Martìn, alzò la mirada—. Lo hiciste porque Manuel es tu amigo, y lo quieres. Seguramente, en tu lugar, yo habrìa hecho lo mismo.

Martìn observó melancòlico.

—Despuès de todo... yo no soy tu amigo; Manuel sì lo es. Entre el amor que tienes por Manuel, y yo, que soy un simple extraño, es obvio que antepusiste tu lealtad por èl. Es... normal, tranquil...

—Vos no sos un extraño, Migue —le corrigiò Martìn—. Vos sos mi amigo, pibe. Yo te quiero a vos.

Miguel contrajo las pupilas, y separò los labios.

¿Què decía Martìn?

—¡No me mires con esa cara, boludo! —rio—. Bueno... es obvio que Manuel es mi mejor amigo, yo a èl lo amo. Es como mi hermano, pero... ¡Vos sos mi amigo! Claro que te quiero. Me interesa que estès bien. No sos un simple extraño, Miguel. Te tomè cariño, pibe, especialmente porque veo que vos, le hacès bien a Manuel. Vos podès contar conmigo, ¿sabes? Entre amigos nos queremos, y nos cuidamos.

Miguel se quedó entonces de piedra. Hubo un profundo silencio. Martìn le observó descolocado. Miguel soltò la taza de capuccino, y esta se derramò en la alfombra.

Comenzò a llorar. Martìn se sobresaltò.

—¡Che, pibe! —Se alzò de su puesto, recogiò la taza, y contuvo a Miguel—. ¿Te sentís bien? Disculpà... ¿dije algo malo? Perdonà, yo no quería...

—Incluso tù, a-alguien como tù... que conocí hace no mucho tiempo, es capaz de sentir cariño por mì —sollozò—. Pero... ¿mi padre? Èl ni siquiera es capaz de decirme un ''te quiero''. Es tan... triste. Es triste oìr estas palabras de ti, pero no de quien me dio la... la vida.

Miguel sollozò por unos instantes, y Martìn comprendiò.

Lo habìa notado desde antes. Por aquella razón, sentía en Miguel un aura melancólica.

Èl, como un psicólogo con amplia trayectoria, sabìa leer perfectamente el lenguaje corporal de las personas, y deducir, de ellos, su actual estado emocional.

Martìn era un psicólogo con dotes sumamente profesionales en su área.

—Migue... —susurrò, y le frotò suavemente los hombros—. Si vos me permitìs...

Miguel se limpiò las làgrimas, y tìmido, alzò la mirada.

—Quiero hablarte de algo, pero ya no como ''Martìn'', sino que como psicólogo. —Miguel observó, aùn con làgrimas en los ojos, la serena expresión de Martìn—. ¿Querès otro capuccino?

Miguel asintió despacio. Martìn se alzò, y tras unos minutos, trajo otra taza a Miguel; este comenzó a beberla en silencio. Martìn volvió a tomar asiento.

—Miguel... vos tenès muchas cosas que sanar —le dijo con voz suave, y observándole directo a los ojos. Miguel mirò, sintiéndose de pronto desnudo ante Martìn—. Tenès tantas cosas que sanar, que aceptar, y entender. Yo te veo a vos, pibe, pero jamás te lo he dicho, porque... ¿sabes? No me gusta eso de andar analizando a la gente, y de andar diciéndole a cada momento lo que necesitan, pero justo ahora, como psicólogo, por primera vez te lo digo. Tenès carencias, Miguel. Te han hecho daño, y tenès que sanarte, Migue. Tenès actitudes adquiridas a raíz de vacíos emocionales, de abandono, inseguridad, falta de auto estima, heridas emocionales permanentes...

Miguel contrajo los labios. Se sintió entonces, metafòricamente, desnudado por Martìn. Todas aquellas vulnerabilidades que escondìa, Martìn ahora se las decía con claridad.

Se sintió expuesto.

—Tenès que tomar terapia, Miguel —le dijo—. Lo necesitas, pibe. La terapia es un proceso necesario, y valiente. Te juro que después de sanar, tantas cosas cambiaràn... ¿alguna vez has tomado terapia? —Miguel negó, perplejo—. ¿Ves? La necesitas, Miguel. Hazlo por vos, y por Manuel... ¡pero principalmente por vos! En la medida de que, aprendas a sanar las heridas de la infancia, te juro que podràs amarte, y aceptarte. El efecto de ello, será que sostendrás con Manuel, una relación sana. La principal razón de los quiebres en pareja, es porque ambas partes sostienen traumas, y heridas internas. En la medida de que ambos estèn emocionalmente sanos, el lazo perdura, y se nutre.

Miguel dio un profundo suspiro, y agachò la mirada. Hubo un silencio.

Martìn tenía tanta razón... pero, Miguel jamás había pensado siquiera en tomar terapia. Sì, la necesitaba, y con urgencia. Èl tenía tantas heridas... adquiridas principalmente en la infancia; a raíz de su crianza, de su padre, de su madre, de su nula autoestima, de su inseguridad, pero... ¿què podía hacer? ¡Apenas y tenía dinero para vivir! Y en realidad, Manuel era quien lo alimentaba, y le daba dinero para sus necesidades. Y Manuel sostenía deudas, y otras responsabilidades. El cargarlo ademàs, con el gasto de una terapia psicològica, sería algo abusivo para el bolsillo de Manuel.

Era seguro que Manuel no se negarìa a su petición —muy extrañamente, Manuel le decía que no—, pero èl, Miguel, debía ser también consciente con su novio.

Pero sì, Miguel sabìa que necesitaba terapia.

—Me... me encantarìa, Martìn. De hecho, despuès de conocer a Manuel... he intentado cambiar. Quiero convertirme en un hombre apropiado para Manuel, y...

—Està bien eso —le dijo Martìn—, pero recordà... principalmente hacelo por vos, Migue. Vos sos tu prioridad.

Miguel asintió.

—Pero... yo no tengo dinero para costear un tratamiento ahora. Tendrìa que conversar con Manuel, y...

—¿Y quién te está cobrando, pelotudo? —disparò Martìn, y Miguel, observó sorprendido—. Te estoy ofreciendo la terapia.

Miguel contrajo las pupilas.

—¡¿Què?! Pero...

—Shhhh —susurrò, y alzò la mano—. Ya hablè; se acabó.

Miguel observó descolocado. Sintiò una càlida sensación en el pecho.

Y volvió a pensar en su padre...

Dolìa, en parte, de que otras personas ajenas a su padre, le demostraran un mínimo de amor, y su padre, no lo hiciera, ni le naciera...

—Martìn... —Miguel sintió un nudo en la garganta—. Y-yo... gracias, yo...

—Somos amigos, te lo dije, ¿no? —sonriò—. Dale, no te preocupes. Pero prométeme que vas a seguir la terapia. Quiero que estès bien, por Manuel, para que tengan una relación sana, y principalmente por vos, ¿dale?

Miguel sonriò. Una leve lagrimilla apareció por uno de sus ojos, y se la limpiò.

—Dale.

(...)

Cuando Manuel ingresò en la sala de urgencias, todo el personal se volteò a mirarlo. Manuel alzò la vista, con expresión serena, y en voz alta, dijo:

—Ingrid, ¿puede acompañarme a mi despacho?

Ingrid, la enfermera, observó descolocada. Hubo cuchicheos alrededor, y Manuel, supo que aquellas miradas de soslayo, y palabras por lo bajo, iban dedicadas a èl.

Desde aquella noche de la fiesta, asì era en la clínica. El episodio había sido muy reciente, y aùn, todos mantenían en la palestra el tema de Miguel.

A Manuel aquello le afectaba, pero decidìa no mostrarle importancia hacia el resto.

—Ingrid, le hablè...

—A-ah, sì; voy... —dijo la mujer, que llevaba grandes ojeras, y una terrible expresión.

En la sala de urgencia, habìa una gran televisión. Todos los presentes, e incluida Ingrid, observaban curiosos. Daban las noticias, y en grande, decía: ''importante empresario limeño es arrestado por porte de material pornogràfico infantil''.

Manuel se puso tenso, y observó con los ojos entornados.

Ingrid arrastrò los pies hacia la salida, y Manuel, le siguió.

—Què tengan buenos dìas.

Dijo Manuel antes de salir, y el personal, le contestò con un gentil gesto. Apenas Manuel salió de la sala de urgencias, los murmullos reinaron nuevamente.

Al paso de unos minutos, entonces Manuel e Ingrid, ingresaron al despacho.

Manuel cerrò entonces la puerta.

—¿Q-què ocurre, doctor? —dijo la mujer, con voz carrasposa y cansada—. Dentro de treinta minutos termino mi turno, y... debo irme con urgencia. Tuve un problema en casa, y...

—¿Por què se ve tan cansada, Ingrid? —preguntò Manuel, con voz suave—. Quizà deberìa considerar un descanso, uno que dure muchísimos dìas...

La mujer observó inexpresiva.

—N-no entiendo, doctor...

Manuel se sentó en la camilla, y se cruzò de brazos. Desde ahì, observó directo a los ojos de Ingrid. La mujer se sintió entonces intimidada, y bajò la cabeza.

Manuel siguió con expresiòn serena.

—¿Còmo está su esposo, Ingrid?

La mujer contrajo las pupilas, y de pronto, el labio le comenzó a temblar.

Manuel frunció el entrecejo, despacio.

—¿M-mi esposo? E-èl... bien, está bien.

—Mh, sì... está bien —repitió Manuel, y de un salto, bajò de la camilla. Despacio se acercò a Ingrid, y a pocos centímetros de su rostro, le observó fijamente. Ingrid alzò la mirada, y se sobresaltò.

Hubo un profundo silencio.

Ingrid se sintió nerviosa.

—¿Q-què pasa, doctor? E-esto es muy rar...

—¿Sabe que me molesta aparte, de la pederastia, y los viejos pervertidos? —musitò Manuel—. Las encubridoras, las cómplices, y las que fotografìan a sus colegas...

Ingrid contrajo las pupilas, y separò los labios. Con un nudo en la garganta, observó impactada la serena expresiòn de Manuel.

Y quedó al descubierto.

—¿Q-què dice? No entiendo, doctor...

—¿No entiende? —replicò Manuel—. Bueno... ¿què tal si llama a su esposo, Ingrid, y le pregunta cómo està? Nunca está de màs llamar, y saber cómo están nuestros seres amados. Adelante...

—N-no puedo... —respondió Ingrid—. E-èl... no está en casa, porque...

—¿Por què?

—Este... está... en un lugar, y...

—¿Dònde?

—No lo sè, yo...

—En la estación de policías, ¿verdad?

Ingrid se mordió los labios, y agachò la mirada. Hubo otro silencio.

—El de las noticias es Rigoberto, su esposo. El empresario limeño, que porta material pornogràfico infantil, ¿o me equivoco?

De golpe, Ingrid alzò la mirada. Observò a Manuel a los ojos, y hubo otro silencio.

Ingrid frunció el entrecejo.

—¿Còmo usted sabe... eso? —musitò.

—En las noticias lo dijeron, ¿no? Usted misma estaba viendo la televisión, Ingr...

—Sè que es mi esposo —dijo Ingrid, con expresiòn dura—, pero en las noticias, no han dicho su nombre.

Manuel quedó descolocado, y hubo otro silencio incòmodo.

—Tengo un amigo que es policía —mintió Manuel—, y èl me ha dicho de primera mano, el estado de la investigación que se ha iniciado. —Ingrid relajò su expresión, y agachò la cabeza—. Han encontrado un sinfìn de material asqueroso, Ingrid... ¿pero sabe que màs encontraron? Las fotos de sus colegas mujeres desnudas...

Ingrid lanzó un jadeo, perpleja.

—Y sì, Ingrid... yo ya sè que usted tomò las fotos. Eso es imperdonable, es...

—¡¡Perdòneme, por favor!! —gritò la mujer, aferràndose al pecho de Manuel—. ¡¡Por favor doctor, por favor!! ¡¡Yo no quise hacerlo, èl me obligaba, me tenía amenazada, èl...!!

Manuel, en un movimiento severo, alejò a Ingrid de su pecho, y la observó con expresión inquisitiva.

—Eso no es excusa, para que usted acose a sus colegas... —Manuel dijo ello, con un tono iracundo—. No permitirè en mi equipo, personas como usted. Como jefe del equipo médico, debo procurar la seguridad de mis colegas, y especialmente de las mujeres. Quiero un espacio libre de acoso, Ingrid, y usted no cooperó.

—Doctor, lo siento, yo... ¿què va a hacer? No quise, yo...

Manuel caminò hacia su escritorio, abrió un cajòn, y sacò una hoja de papel. Comenzò a rellenar, con un bolìgrafo, los espacios requeridos. Estampò su firma, y puso un timbre al final. Ingrid, que observaba perpleja, se quedó quieta.

—¿Què es eso, doctor? Por favor, escùcheme... èl me obligaba, yo no quería, èl...

Manuel cerrò los ojos, y con expresión serena, intentò contenerse.

Ingrid le inspiraba làstima, pero cuando se era jefe y líder de un equipo médico, se requerìa toma de decisiones, y la toma de decisiones, requerìa acciones racionales...

Sus emociones no podían influir ahora. Habìa tomado la decisión, y ya no habìa vuelta atrás. Debìa tener entereza.

—Ingrid, con el dolor de mi alma... —musitò, irguièndoce de su escritorio, y parándose frente a ella. Extendiò la carta a la mujer, y dijo finalmente—: Està despedida. Desde hoy, usted queda desvinculada de la clínica. Lo lamento.

Resignada, Ingrid tomò la carta. La observó con expresión perpleja, y hubo un profundo silencio.

—Lo lamento... —volvió a decir Manuel—. Pero crèame que es la decisión correcta. No voy a denunciar estos hechos, pero sì debo despedirla, Ingrid; por seguridad de mis colegas, y de mis subaltern...

—¿Me está... despidiendo? —susurrò ella—. Usted no sabe las necesidades que yo tengo... las deudas... ¿a dònde irè? No quiero volver a casa de mi hermana, yo...

—Cualquier lugar en donde esté, Ingrid, es mejor que seguir con su esposo. Un pederasta, y un... acosador, no puede ser una buena persona. Recapacite, Ingrid. Por favor, acepte mi decisión, y tèngame gratitud, por no haber yo decidido denunciar estos hechos a la policía. En parte, la estoy protegiendo, pero retírese con dignidad, y...

—¡¿Dignidad?! —gritò ella, furiosa—. ¡¡Me está despidiendo!! ¡¡Esto no puedo aceptarlo, yo...!!

—Ingrid, por favor, retírese de mi despacho. —Manuel ignorò sus gritos, caminò hacia la puerta, y la abrió. Extendiò su mano, y la invitò a retirarse—. Vàyase.

Ingrid caminò furiosa hacia Manuel, y antes de salir del umbral de la puerta, lo mirò con denso rencor, y dijo:

—Para ti es fácil despedirme huevòn, ¿verdad? Claro, como eres un mèdico... no entiendes que es la necesidad, ni la pobreza; la has tenido fácil. No sabes què es alimentar a los hijos. Nunca has pasado hambre, ni frìo, y seguro naciste en cuna de oro, y todo te lo han regalado. Conchudo de mierda... vete al carajo.

Manuel observó con expresión serena, y sonriò.

—Que tenga buenas tardes, Ingrid.

Y la mujer, con expresión furiosa, se retirò.

Cuando la puerta del despacho se cerrò, Manuel entonces se echò sobre su escritorio, y suspirò con pesar.

Llorò en silencio unos instantes.

(...)

Cuando Manuel y Miguel se reencontraron en el primer piso, se despidieron de Martìn, y de inmediato, se dirigieron al estacionamiento. Manuel echò a andar el motor, y se dirigieron con dirección al Callao. Fue un viaje algo lento —por la congestión vehìcular—, y al paso de varios minutos, llegaron a casa de Manuel.

—¿Puedes esperarme aquí un momento? —le dijo Manuel—. Dejarè el motor encendido. Solo bajarè a buscar algo, será muy rápido.

Miguel observó con cierta desconfianza, y con algo de susto, asintió.

—Tranquilo, no pasarà nada —le dijo Manuel, y rápidamente, le besò los labios.

Se bajò del vehículo, y rápido, entró a la casa. Tardò alrededor de cinco minutos, y luego, volvió màs arropado, y con unos cuàntos utensilios.

Miguel le observó curioso, y cuando Manuel volvió a su lado, en el carro, le dijo:

—¿Y para què llevas dos tazas, un termo, y esa canasta?

Manuel sonriò.

—No seas sapo.

—Ya pues, huevòn, ¿a dónde vamos?

—I don't speak peruansis.

Miguel le golpeò el hombro, y Manuel comenzó a reir.

Ambos entonces, emprendieron su viaje. Manuel se amarrò el cinturón —y lo amarrò a Miguel, y revisò como tres veces, si lo llevaba bien puesto—, y se dirigió con dirección al sur de Lima.

Manuel encendiò la radio, y buscò música agradable para ambientar. Miguel, que extrañamente se sentía muy emocionado, observó por la ventana, percatándose de que se desplazaban por la costa limeña.

De pronto a Miguel, se le olvidò el dolor de su padre, y junto a Manuel, comenzó a sentirse màs feliz.

—¿A dónde iremos? —volvió Miguel a preguntar, y Manuel, rodò los ojos.

—Deja de preguntar tanto... —le dijo Manuel, y Miguel frunció el entrecejo.

—¿Por què tanto misterio, huevòn?

Manuel comenzó a reìr.

—Otra vez estai' preguntando...

Miguel cruzò los brazos, y echò un bufido.

—¿Conoces la película ''Shrek''? —preguntò Manuel, y Miguel, le mirò curioso.

—Sì... ¿què hay con eso?

—Ya po', ¿cachai esa escena cuando Fiona, Shrek, y Burro viajan al reino de ''muy muy lejano''?

Miguel sonriò, y extrañado, asintió.

—Ya... estàs actuando igualito a Burro, cuando en todo el viaje, hinchò las pelotas a Shrek, haciendo mil preguntas.

Miguel lanzó un jadeo, y separò los labios.

Nunca nadie le habìa ofendido asì en su vida.

Manuel comenzó a reírse.

Miguel le golpeò la cabeza, dándole un paipe. A Manuel, aquello le dio màs risa aùn.

—¡¿Còmo te atreves, huevòn?! —le dijo, queriendo reìrse, pero su orgullo no le permitìa—. ¡Nadie nunca se habìa atrevido a tanto!

Manuel no pudo parar de reìr. Miguel se cruzò de brazos, y comenzó a reìr hacia sus adentros.

—Bueno, si yo soy Burro, entonces tù eres Shrek. Puto ogro.

Manuel siguió riendo, y a Miguel, eso le ardió aùn màs.

—¿Comiste pinga de payaso, que andas tan gracioso, huevòn?

Y siguió riendo, porque aquello, le dio màs risa aùn.

Miguel echò un bufido, y sonriò agraciado.

Maldito Manuel; lo hacìa reìr... ¡pero èl no quería reírse! O sea, sì era chistosa la situación, pero... bueno, Miguel quería hacer drama.

—En todo caso... —dijo Miguel, riendo despacio—. Burro serìas tù...

Manuel alzò una ceja, y dijo:

—Ajà... ¿y por què?

Miguel apretò los labios, y mirò expectante.

—Por la pinga de burro que llevas ahì entre las patas.

Miguel reventò en risa, y Manuel, entonces se puso serio.

Chile 1 – 1 Perù.

Quedaron entonces a mano.

(...)

Cuando entonces pasó alrededor de una hora, Miguel pudo ver con claridad el lugar de destino. El viaje se habìa extendido por toda la costa, y en el trayecto, la vista hacia el mar había sido preciosa. Cuando Manuel entonces indicó que ya habían llegado, el vehículo ingresò por una pista alargada que descendía.

Cuando bajaron a terreno estable, entonces Miguel leyò en un letrero:

''Playa El Silencio''.

Y quedó ensimismado.

Observò hacia el cielo, y pudo ver con claridad, la noche que descendía sobre ellos. La pigmentación del cielo era rosácea y violeta, y las brillantes estrellas, comenzaban a mostrarse de forma tìmida por encima de sus cabezas.

El mar era tranquilizador. Era un oleaje suave, y una brisa fría, pero muy pasiva. La playa estaba vacìa, y tan solo unas cabañas, se divisaban a lo lejos, pero tal parecía, en ese dìa de la semana, no habitaba gente allí.

Miguel entonces, sintió que aquel lugar era mágico.

—Avanzaremos hasta el fondo —dijo Manuel, aùn conduciendo—. Allà tendremos tranquilidad.

Miguel asintió, y admirado, observó hacia el mar.

Miguel nunca, habìa ido a una de las playas del sur de Lima. Con suerte, habìa visitado la playa de la ciudad, y de bastante lejos, pues su padre, jamás se había tomado el tiempo de darle una incursión por esos lares.

Con Manuel, aquella era su primera vez.

Una de las tantas primeras veces, junto a Manuel.

—Llegamos —indicó Manuel, deteniendo el vehículo en un lugar alejado y solitario, en donde era visible la arena blanca, y el suave oleaje del mar. Pronto la noche, se hizo presente—. Bajemos.

Manuel bajò del vehículo, y acto seguido, Miguel también lo hizo.

Ambos se reunieron en el costado del vehìculo, y apoyaron sus espaldas allí. Se abrazaron con fuerza, y juntos, miraron hacia el mar.

Hubo un profundo silencio, en donde solo la melodía del oleaje, el ruido de unas gaviotas en el fondo, y el resoplido de la brisa, les acompañò.

Miguel se sintió entonces, extrañamente conmovido.

Què bonito era ese lugar...

Manuel de pronto, le tomò entonces por la cintura. Miguel le observó con sorpresa. Manuel alzò una mano, y le acariciò el rostro.

Se observaron por unos segundos.

Y Manuel, le besò los labios con suavidad.

Miguel cedió con facilidad ante dicho beso, y cerrò sus ojos. Ambos se entrelazaron en un dulce y romántico beso, en medio de la nada.

Sonrieron.

—Te traje a este sitio, mi amor... —susurrò Manuel, con expresión adormilada, signo de ensoñaciòn— porque en un sitio parecido a este, te conocí la primera vez...

Miguel contrajo las pupilas, y las mejillas se le ruborizaron. Recordò entonces, el primer episodio con Manuel, hace meses atrás.

La playa...

—En la playa te conocí... —dijo Manuel—, pero esta playa es distinta, porque me da una sensación de magia, de tranquilidad, de paz...

Volviò a acariciar el rostro a Miguel, y musitò con suavidad:

—Y aquella, es la misma sensaciòn que me da tu amor, Miguel...

Miguel sintió entonces, que el corazón le brincò con fuerza. Observò a los verdes ojos de su amado, que, bajo la tenue luz de las estrellas, que tìmidamente se asomaban por el cielo, hacìan resplandecer aquella bonita aura de Manuel.

Miguel estaba jodidamente enamorado de Manuel, y en aquel lugar, pudo comprobarlo por enésima vez.

Junto a èl, se sentía en una ensoñación. Junto a la bonita —y suavecita—, alma de Manuel, Miguel se sentía en su hogar.

Al fin lo habìa encontrado... ¿cuàntas vidas pasadas Miguel tuvo que divagar, hasta por fin coincidir con Manuel en esta?

Pero al fin estaba junto a èl. Habìa encontrado, en la presencia de Manuel, a su alma gemela.

Lo amaba con demasìa.

—Te amo con toda mi alma, mi Manu... —le susurrò, y Manuel, sonriò enternecido.

Y ambos, volvieron a besarse en la atmòsfera violeta que aquel atardecer les regalaba. Y mientras sus labios, recorrían con ternura los recónditos sitios, suspiraron, y sonrieron.

Eran un par de locos enamorados.

—Felices tres meses... —musitò Manuel, y Miguel le besò los labios en respuesta.

—Felices tres meses, mi amor...

De pronto, una fría brisa les envolvió. Ambos lanzaron un jadeo.

—Es hora de arroparse, ¿trajiste para abrigarte? —Miguel asintiò—. Perfecto, hazlo entonces, o podràs resfriarte.

Ambos se separaron por un corto tiempo. Se arroparon, y Manuel comenzó a sacar los objetos que, en secreto, habìa llevado.

Miguel le observó curioso, una vez que se arropò en su abrigo, y en su gorra de lana. Manuel por su lado, se arropò con un cortaviento negro, y se calò el gorro de la misma prenda.

—¿Has prendido alguna vez una fogata en medio de la playa? —preguntò, mientras tomaba unos palos, y los arrimaba unos sobre otros; Miguel negó con la cabeza—. Bueno, hoy lo haremos.

Emocionado, Miguel se acercò, y comenzó a ayudarlo.

—Con cuidado, por favor. No quiero que te quemes, mi amor.

Al paso de varios minutos, y cuando ya la noche se ciñó sobre ellos, se vio una fuerte llama encender el rincón de aquella playa. El fuego se alimentò con voracidad, y ante ellos, una fogata, que expendìa una mágica luz, se levantò.

Ambos observaron emocionados.

—Què bonita se ve... —musitò Miguel, sintiéndose como un pequeño niño.

Y ante la luz de aquel vivo fuego, Miguel observó la tierna expresión de su amado; el corazón le brincò con fuerza.

—¿Quieres comer? Traje para que comamos.

Manuel se alzò de la arena, y se dirigió al carro, que estaba estacionado a un lado de ellos. Del interior, sacò una canasta, y con una manta gruesa y amplia, la extendió sobre la arena.

Miguel se acercò hasta allá, y observó como Manuel, sacaba del interior un termo con café, sándwiches, azúcar y otras cosas para degustar.

A la luz del fuego, Miguel sonriò.

—¡Què rico! —exclamò.

—¿Te sirvo? —preguntò, y Miguel asintiò enèrgico.

A la luz de la fogata, bajo la noche, y ante el suave olaje del mar, ambos degustaron un picnic. Todo transcurrió en un silencio muy tranquilizador, en compañía reconfortante, y con conversaciones banales, graciosas, y muy cómodas.

Cuando ambos entonces acabaron la comida y el café, Manuel quiso hablar, y con voz suave, dijo:

—Me parece un momento adecuado, para que podamos conversar, todo aquello, que probablemente antes no nos hemos dicho...

Miguel, que se hallaba recostado en el pecho de Manuel, alzò su mirada, curioso.

Observò a Manuel, que llevaba una leve sonrisa.

—Mi amor... —susurrò Manuel, llevando sus manos al rostro de su amado—. Hay algo que... quiero preguntarte. Lo estuve pensando hace tiempo, y... con lo que pasó hoy, lo de tu padre... volvì a recordarle. No quiero que, en ningún caso, lo tomes como algo para presionarte, pero solo me gustaría saber què piensas.

Miguel observó algo nervioso.

—Tranquilo... —musitò Manuel— no es nada malo, te lo aseguro.

Miguel asintió.

—Amor... ¿has pensado en què decidir para tu futuro? ¿Què es lo que quisieras hacer de tu vida?

Miguel abrió los labios, y pestañeò.

Nunca antes alguien le habìa puesto en dicho escenario.

—¿No quieres estudiar algo, amor? Eres tan joven, tienes tanto potencial, eres tan inteligente, maravilloso, y... y siento que estàs desaprovechando tu potencial. Eres capaz de muchas cosas, y quiero que te auto determines, Miguel. Quiero que crezcas, que tengas ambiciones, quiero verte ser una persona auto suficiente. ¡No te estoy diciendo que voy a dejarte! Porque siempre contaràs conmigo, pero... pero quiero verte triunfar, Miguel. Eres muy inteligente, y...

—¿Yo, inteligente...? —musitò Miguel, desconfiado—. Yo... no soy inteligente, Manu. Sè a què te refieres con esa pregunta, pero... no soy bueno en nada. Hace tiempo salì de la universidad, porque odiaba mi carrera. Desde que me salì, mi papà me dijo que era un inútil, y tenía razón. Yo no soy para estud...

—¿Importa lo que diga tu papà? —intervino Miguel—, lo que importa, mi amor, es lo que tù pienses, y quieras. A ver, mìrame... —pidiò Manuel, y Miguel, volviò a mirarle—. ¿Què es lo que te gusta hacer?

Miguel alzò la mirada hacia el cielo, y por uno minutos, se quedó pensativo.

Con vergüenza, entonces susurrò:

—Me gusta... cocinar.

—¡Gastronomìa! —dijo Manuel—. Esa es una carrera bonita.

—Pero... cocinar no es una carrera...

—¿Y por què no? Claro que lo es. La gastronomía es una carrera super bella, y muy demandada en la actualidad.

—Pero... no tiene matemáticas, ni ciencias, ni...

—No todas las carreras llevan eso, mi amor —le dijo Manuel, y Miguel asintiò—. La creencia de que, solamente son carreras profesionales, las que llevan ciencias, es algo anticuado. Hay un montón de carreras, y puedes elegir una que se amolde a tus gustos, y a lo que quieres a futuro.

Miguel sonriò emocionado. Un brillo se posò en sus ojos.

Una vez, mantuvo aquella conversación con su padre, pero èl, en aquella ocasión, le dijo que solo tenía permitido estudiar o Ingenierìa, Derecho, o medicina. Cualquier carrera fuera de ello, era una mierda, y peor si era gastronomía, pues cocinar no era ni siquiera considerado como una ''carrera''.

Pero ahora Manuel, le explicaba aquello desde otra perspectiva.

Desde una perspectiva màs real, y menos ignorante.

—Si quieres estudiar gastronomía, está bien —le dijo—. Ademàs, tiene un gran campo laboral, y màs en Perù. ¿Què otra cosa te gusta?

Miguel sonriò, y avergonzado, agachò la mirada.

—Es que... esto es ridìculo. Me da vergüenza...

—Amor, no tengas vergüenza...

Miguel echò un suspiro, y dijo:

—El maquillaje...

Manuel se mostró sorprendido.

—Eso es lindo también —le dijo, y Miguel se mostró perplejo—. Creo que la carrera que trabaja ello es... la cosmetología, ¿no? —Miguel asintiò—. Què lindo, mi amor. Me parece bien... ¡incluso! Si tienes que practicar, siempre me tendràs a mì. No tengo un rostro muy femenino, pero... supongo que el maquillaje es también para los hombres, ¿me imaginas con pestañas postizas? Me verè divino.

Miguel se sonrojò, y comenzó a reìr.

Al paso de unos minutos, entonces observó a Manuel.

¿Por què Manuel... era tan bueno con èl? Tenìa ganas de comérselo a besos.

—Si esas son dos carreras que te interesan, entonces quiero que cotices. Llegando a Lima, tendràs que hacerlo, ¿està bien?

—Pero... —intervino Miguel, dudoso—. Yo... no tengo dinero ahora para costear una carrera. Tendrìa que entrar a trabajar, y...

—Miguel...

Manuel tomò las manos de Miguel, y las entrelazò. Acercò sus labios, y las besò con suavidad.

Miguel observó curioso.

—Yo costearè tu carrera.

De golpe, Miguel soltò las manos de Manuel. Abriò los labios, y contrajo las cejas. Quedò perplejo por unos instantes. Manuel le observó con expresión serena.

Hubo un silencio.

—¡¿Q-què?! ¡N-no! ¡Manuel, no! Y-yo no puedo permitir que tù... ¡¿Sabes cuànto cuesta una carrera?! ¡No puedo! Digo, sería mucho, y...

Manuel volvió a tomar las manos de Miguel, y las volvió a besar.

—Sè cuànto cuesta una carrera —le dijo—. Si no lo supiera, no habrìa conversado esto contigo.

Miguel se quedó de piedra, y no pudo articular palabra coherente.

—Pe-pero... es demasiado, digo, Manu, y-yo...

—Quiero que estudies, Miguel —dijo, con voz serena—. Quiero que triunfes, quiero ver que te dediques a lo que amas. No quiero verte en casa, allí, perdiéndote sin tener un rumbo. Quiero que tengas hambre de ambición, de surgir, de desarrollarte. Quiero estimular tu intelecto, tu mente, tus pensamientos. Quiero que tengas un propósito, Miguel. Quiero que camines a la par conmigo, y que seas auto suficiente. Yo jamás te abandonarè, pero quiero que avances. Yo te amo muchísimo, y es por eso que te hago este ofrecimiento. Por favor, tòmalo, por el amor que te tengo.

Miguel, que le temblaba el labio inferior, no supo què responder.

Y tras observar perplejo por varios minutos, entonces rompió en llanto.

Y se abrazò a Manuel.

—¡Te amo, te amo mucho, mi amor! Gracias, gracias, gracias...

Manuel sonriò, y se abrazò a èl, regando por su cabello, pequeños besitos.

—¿Eso es un sì? —le susurrò.

Miguel, que sollozaba de alegría, asintió enèrgico.

Al cabo de unos minutos, se separaron. Manuel le limpiò las làgrimas.

—Entonces... ¿gastronomìa, o cosmetología? —preguntò Manuel, y Miguel, sonriò.

—Aùn no lo sè... pero llegando a casa, revisarè, y prometo que voy a cotizar. Me voy a esforzar, te lo juro.

Manuel sonriò.

—Eso es lo que mi alma necesitaba escuchar.

Miguel sonriò, y se lanzó sobre èl, regándole con besitos la cara completa. Manuel cayó de espalda a la arena, y Miguel, no cesò en sus besos.

Comenzaron a reìr.

Miguel entonces se detuvo, y preguntò:

—Manu... no es por ser un sapo, pero... ¿no has tenido muchos gastos? Digo... yo sè que aùn estàs pagando tu carrera, pagas el alquiler, envìas dinero a tu familia, pagaràs la mensualidad de la carrera de tu hermano, envìas dinero a la madre de Camila por el psiquiatra, haces las donaciones a esas fundaciones, y... ahora pagaràs mi carrera.

Manuel asintió.

—¿Estàs seguro de que no eres narcotraficante? Si es asì, ya no importa. Hasta yo mismo te ayudo a traficar. Seamos como Pablo Escobar. Esconder la droga en mi casa, y la traficamos en el Callao. Hasta a la huevona de Eva la metemos en el negocio; asì como un negocio familiar.

Manuel reventò en risa. Miguel le observó curioso, y al cabo de unos segundos, comenzó a reìr también.

—Sì, tengo gastos... —dijo Manuel— pero tendrè que recortar gastos. Aparte... tengo mis ahorros. Todo este tiempo que he estado en Perù, he estado ahorrando, ¿para què? Ni yo sè para que ahorrè, pero lo hice. Antes de conocerte, solamente ahorraba por inercia, y juntè una gran cantidad. Ahora que te conocí... quiero invertir lo que guardè. Ahora todo comienza a tomar sentido para mì.

Miguel le observó curioso.

—Por ejemplo... quizá ya es momento de que me compre un carro, como el de Martìn, para que tù y yo, podamos salir juntos a pasear. Quiza sea momento... de comprar mi propia casa, y pedir un crédito hipotecario. Quizà sea momento de muchas cosas. Quiero invertir mis ahorros contigo, porque... desde que te conocì, tù te volviste mi prioridad, mi amor.

Miguel sonriò, y agachò la mirada.

Se sintió un tanto melancòlico, y Manuel se percatò.

—¿Què pasó? ¿Dije algo malo? Disculpa, mi am...

—No dijiste nada malo... —respondió Miguel—. Es solo que... ahora que lo mencionas, y que hablas acerca de nosotros... yo recordè algo.

Manuel observò escèptico.

—Tambièn tengo algo que hablar contigo.

Manuel se puso algo rigido, y asintió. Miguel alzò la mirada, y tìmido, dijo:

—Yo... estuve pensando esto desde hace mucho, pero... no te lo he dicho, porque no sè què pensaràs. Me da miedo...

Manuel pestañeò extrañado.

—¿Què pasa, mi amor? Me asustas...

—Tù... hace años atrás, tuviste tu familia con Camila, y Panchito, ¿verdad? —Manuel bajò la mirada, melancòlico, y asintiò—. Y... tù ya sabes lo que es tener y amar a una familia. Tienes a tu mamà, a tu papà, a tus hermanos. Seguro tienes abuelos, tìos, primos...

Manuel asintió, y Miguel se sintió aùn màs inseguro.

—Claro... entonces, tù no necesitas otra familia, digo... Camila es tu familia, y ella...

—No, a ver... —intervino Manuel—. Camila lo fue, pero ya no. No somos nada. La estimo por los recuerdos pasados, pero nada màs.

Miguel agachò la mirada, y lanzó un suspiro.

—¿Sabes què? Na-nada... no quería decirte nada, ya mejor...

—Ya po, Miguel... —Manuel se molestò—. ¿Què ibas a decirme? Y no me digas que nada, porque sì tienes algo que decirme.

Miguel torció los labios.

—Es que... ¿para què? Es ridìculo huevòn, en serio... ya para què. De verdad, soy patètico, no me hagas caso. Ya... nada. Tienes una familia bonita, te llevas bien con ellos, ya con Camila tuviste un hijo, hay recuerdos, hay cariño de por medio, ya para què seguir insistiend...

—No me gusta que seas asì —le dijo Manuel, seco—. No me agrada para nada. Ahora mismo estoy muy molesto.

Y Manuel no mentìa. En su expresión, se veìa con claridad.

Miguel agachò la mirada. Se sintió estùpido.

Estaba cagando una noche que, hasta el momento, iba perfecta.

Manuel contrajo las cejas, y desviò la mirada. Hubo un silencio incòmodo.

Miguel entonces, hablò:

—Quiero formar una familia contigo...

Dijo de golpe, sin dirigirle la mirada. Manuel contrajo las pupilas, y le observó con sorpresa.

Hubo otro silencio. Miguel cerrò los ojos con fuerza, y dijo:

—¡Quiero formas una familia contigo, Manu! —Manuel separò los labios—. Y-yo... soy tan estùpido, lo siento... yo... —Se le quebrò la voz, y las làgrimas le cedieron—. Mìrame, ahora mismo... estoy llorando, ¿lo ves? Soy un estùpido niño inmaduro, soy un idiota...

Manuel observaba perplejo, sin saber què decir. Miguel seguía llorando.

—Quiero formar una familia contigo, pero es evidente de que yo no puedo ofrecerte lo mismo que Camila, o lo mismo que tu otra familia. Camila te dio un hijo, ¿yo què puedo darte? No puedo procrear, soy un niño estùpido, cometo errores, soy un imbécil, le tengo miedo a todo, y no soy capaz de entenderte a veces... ¡Quiero formar una familia contigo, pero soy insuficiente para ti! Y no quiero alejarte de nadie; mereces algo mejor. Pero... yo nunca tuve una familia, y... tù mismo lo sabes. Mi madre se colgó, y mi padre me abandonò. Nunca supe que era celebrar un cumpleaños. Cuando era mi cumpleaños, iba a visitar a mi mamà al cementerio, y abrazaba su tumba. Una vez fui a comer solo, y yo misma me lo celebrè. Tù, en cambio... sabes lo que es el calor de un hogar, sabes lo que es la familia, y todos te aman, ¿pero yo? Mìrame, soy tan... asquerosamente triste. Quiero ser tu familia, pero no puedo, porque simplemente soy tan pequeño, e imbécil. Camila si pudo darte todo, ¿pero yo? ¡¿Yo què?! ¡Soy una mierda! ¡Es por eso que tenía tanto miedo, que...!

De golpe, Manuel le besò los labios.

Miguel se quedó con las palabras a medio decir, y lanzó un jadeo ahogado.

Y hubo un profundo silencio.

Se mantuvieron asì por unos instantes, y con el pasar de los segundos, el beso se suavizò. Miguel cerrò los ojos, y con las làgrimas aùn corriéndoles, lanzó un leve suspiro, y se abrazò a Manuel.

Manuel entonces, separò sus labios. Observò a Miguel en silencio, le tomò por la nuca, y le aferrò a su pecho. Se quedaron abrazados.

—Deja de pensar en Camila, por favor... —susurrò—. De saber que el recuerdo de ella, te atormentarìa a tal punto, no te lo habrìa contado, Miguel. Deja de juzgarme por mi pasado, por favor, me haces dañ...

—No te estoy juzgando por tu pasado, Manu, es solo que...

—Sì lo estàs haciendo —dijo seco, casi enojado, pero su abrazo a Miguel, seguía siendo suave—. ¿Y sabes por què? Porque yo ya no sè, còmo demostrarte que te amo, Miguel. Mira todo lo que he hecho, ¿què màs necesitas, Miguel? He inventado mil formas para demostrarte, que contigo estoy dispuesto a comenzar de cero. ¿No te parezco suficiente, es eso?

—¡No es eso! —exclamò, separándose del abrazo—. ¡¿Es què no lo entiendes?! ¡Tengo un vacío acà! —Se tomò el pecho—. ¡Y no puedo llenarlo! ¡Todos tienen una familia, y yo nunca pertenecì a una! ¡No pertenezco a ningún sitio! ¡¿Còmo es que no puedes entenderlo?!

—¡¿Sabì' què?! —gritò Manuel—. ¡A la chucha todo! ¡A la chucha Camila, a la chucha mi mamà, mi papà, mis hermanos! ¡Y a la chucha todo!

Miguel observó perplejo.

—¡Yo serè tu familia! Tu papà puede irse a cagar, y el resto también. Yo serè tu familia, Miguel. Lo seremos, junto a Eva, en nuestra casa, en nuestra rutina, en el calor de nuestro hogar. Ya no necesitas mendigar el amor de tu padre, ni el de nadie. Yo estoy para ti, te juro que siempre será asì. Tendremos una gran casa, y muchos gatos, y muchos perros, y te darè lo mejor. Te prometo que será de esa forma; será como tù siempre lo quieras.

Miguel comenzó a sollozar, sintió una fusión tan poderosa de sentimientos, que no fue capaz de retenerse.

Manuel entonces, tomò las manos de Miguel, y las besò. Y las miradas de ambos, se encontraron en un punto exacto, en un dulce y tierno encuentro de verde, y azul bajo la luz de la noche.

—Formemos nuestra propia familia... —susurrò.

Y ante los ojos azules, e inundados en làgrimas de su amado, Manuel metió su mano al bolsillo.

Sonriò.

Descendiò hacia la arena, y se apoyò en una rodilla.

Miguel observó aùn perplejo, sin entender que hacìa Manuel en el suelo.

Entonces Manuel, sacò su mano del bolsillo, y ante èl, extendió una cajita, y la abrió.

Algo en el interior de ella, entonces resplandeció hermosamente a la luz de la luna.

Miguel no lo creyó.

—Miguel... ¿Quieres casarte conmigo? 

(...)

N/A;

¡Con esto damos inicio al segundo y ùltimo arco! Espero que el capìtulo haya sido de su gusto <3 gracias por leer uwu

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