Alcanzando el cielo

Cuando Manuel resoplò la última palabra, en el final de su relato, entonces ambos guardaron profundo silencio en la oscuridad de la habitaciòn.

Manuel, con la mirada opaca, y una expresión hundida en tristeza, respiraba con lentitud, un tanto màs aliviado, por al fin confiar el mayor miedo de su vida. Lanzò un leve suspiro, y una làgrima le rodò por la mejilla; Manuel alzò el dorso de su mano, y la limpiò. Y, tras el paso de varios minutos, cuando entonces ninguno mediò palabra, Manuel alzò la mirada hacia Miguel.

Y el corazón se le apretujò, cuando vio la expresión en su amado; Miguel yacìa con la mirada gèlida hacia la pared, perplejo, y sin dirigirle la atención en absoluto a Manuel.

Aquello dolió.

Y tuvieron que pasar otros minutos, para que entonces Miguel, pudiese hablar.

—T-tu hijo... murió en ese accidente... —musitò, aùn con la mirada hacia la pared, y sin hacer contacto corporal con Manuel.

—Sì... —susurrò Manuel, sin decir màs.

—Y... y —Miguel, a duras penas, digería toda la cantidad de información que su cabeza había recibido—. Tù... fuiste condenado por homicidio, por causa de... de ello.

Manuel volvió a asentir, en silencio, aùn cabizbajo.

Miguel dio un suspiro entrecortado.

—Entonces... fuiste padre, Manuel —dijo, rebobinando todo—. Fuiste padre alguna vez, y... y no me lo dijiste.

Manuel torció los labios, y dijo:

—Miguel, si no te lo dije antes, fue porque...

—No, Manuel —irrumpió Miguel, nervioso—. Y-yo... no sè, me siento muy extraño ahora. Me está costando mucho digerir esto. De pronto, sè que fuiste... fuiste padre, de que tuviste una familia. Tuviste una mujer, y un hijo. Conviviste con ella, y...

A Miguel se le llenaron los ojos de làgrimas, y se alzò de la cama. Se removió nervioso en su lugar, y Manuel le observó melancòlico.

—Antes que yo, hubo otras personas. Y personas màs importantes que... que yo —susurrò, sin ser capaz aùn, de dirigirle la mirada a Manuel—. Y de pronto... me dices que fuiste también un delincuente. Que robabas, que eras parte de una banda, que incluso trabajaste para un narcotraficante, que usabas armas, y...

—Miguel... —volvió Manuel a decir— pero eso fue hace mucho, yo ya no...

—¿Y cómo sè que ya no, Manuel? —Miguel estaba siendo jodidamente impulsivo, y el primer pensamiento que a su cabeza venìa, lo decía sin reflexionar antes—. Digo... yo, no sè si tù aùn...

Manuel se alzò de la cama, y exhalò con pesar.

Ambos guardaron silencio.

Miguel aùn estaba en shock.

—Tù... no puedo, lo siento... —las palabras de Miguel llegaron a ser entrecortadas—. Esto es mucho para mì. De pronto, sè que tuviste tu propia familia antes que yo, y... —lo que màs dolía a Miguel, era el pensar que Manuel, pudo tener su propia familia, mientras que èl, añoraba por tener una. Miguel, dudaba en aquellos instantes, si realmente era tan importante para Manuel, como èl creìa. Seguramente, Manuel le estaba usando para llenar aquella carencia del pasado. Las inseguridades de Miguel, entonces incrementaron—. Tuviste un hijo, Manuel... y... en Chile figuras como un asesino, yo... no creì que fuera asì. Digo, esperaba otra cosa, pero... pero esto...

Hubo otro largo silencio, y solo se oyò la leve respiración de ambos.

Manuel, que yacìa en su sitio con la cabeza agachada, entonces se sintió nuevamente humillado.

La reacción de Miguel era esperable, pero no dejaba de dolerle.

Y le dolía, porque esperaba a lo menos, la comprensión de Miguel. La comprensión de su pareja.

Y cuando sintió que la opresión en su pecho fue profunda, que los recuerdos sobrevinieron, que la imagen del cuerpo de su hijo se inmortalizò en su mente, y que los gritos de esa noche cruzaron por su cabeza, Manuel alzò la mirada hacia Miguel, y con una expresión hundida en dolor, y con los ojos revestidos de làgrimas, musitò a su amado:

—Mi-Miguel... —Miguel le dirigió la mirada, aùn con expresión perpleja, y Manuel susurrò—: A-abràzame, por favor...

Miguel observó aùn descolocado, y sintiendo que todo era irreal, no moviò un solo mùsculo de su cuerpo.

Y, en vez de lanzarse a los brazos de Manuel, y corresponder a su llamado de auxilio, como Manuel si lo habìa hecho hasta hace varios minutos atrás, èl no acudió a dicho llamado.

Y en lugar de eso, siguió observando a Manuel, con expresión perpleja.

Manuel entonces, comprendiò.

Y sonriò con tristeza.

Hubo otro largo silencio, y Manuel entonces, se girò sobre sì mismo, y comenzó a desvestirse. Miguel, aùn descolocado por todo lo que ocurrìa, entonces musitò con voz débil:

—¿Q-què haces...?

Manuel guardò silencio, y cuando comenzó a vestirse nuevamente, pero esta vez con su traje de la noche anterior, dijo con voz suave:

—Volverè a casa, Miguel.

Miguel observó inexpresivo, sin poder asimilar bien lo que ocurrìa.

Lo que Miguel sufría en aquellos instantes, era algo similar a la disociación. La cantidad de información sobre Manuel, el hombre que creìa hasta ese momento con un pasado limpio e irreprochable, habìa provocado en Miguel tal sorpresa, que de pronto sintió que aquello era un sueño; algo onìrico, no real.

—Ya comprendì cuál es tu respuesta, Miguel —dijo, y cuando terminò de vestirse, acortò distancia hacia Miguel, y con suavidad, le tomò del rostro, y le besò la frente. Miguel quedó perplejo, y abrió los labios—. Y está bien. Has elegido repudiarme, y lo comprendo. Sin embargo...

Manuel entonces, volvió a sentir que los ojos se le llenaron de làgrimas.

—Me duele, Miguel. Y me duele, porque creì que me apoyarìas, asì como también lo hice contigo. Si crees que, después de esto, tu imagen de mì cambio a tal punto, que no puedes volver a amarme, está bien, pero... —la voz entonces, se le rompiò—. Me dueles, Miguel, porque pensè que sería distinto.

Miguel sintió que los ojos se le llenaron también de làgrimas, y de forma leve, su expresión se transformò, pero las palabras no brotaron de sus labios.

—Irè a fumarme un cigarrillo a tu balcòn —dijo, sacando desde su bolsillo una cajetilla—. Luego me irè.

Y antes de salir de la habitación, Manuel se volteò en el umbral de la puerta, y observó a Miguel, que aùn yacìa descolocado.

Y le sonriò con tristeza.

—Gracias...

Y cuando salió de la habitación, y se encaminò hacia el balcòn, Miguel se quedó solo en la oscuridad de la habitación.

Y sintió que todo era sumamente irreal.

Se volteò con lentitud, y se echò rendido en la cama.

Con expresión aùn perpleja, observó el techo de su habitación, y los pensamientos, entonces le estallaron.

''Tuve un hijo con Camila, y le llamamos Panchito. Fuimos una familia feliz, Miguel. Ambos amábamos mucho a Panchito''.

Las palabras de Manuel, en medio del relato, golpearon su cabeza, y le removieron todo por dentro.

Le removieron las inseguridades, los miedos, las expectativas...

Si Manuel, ya habìa tenido al gran amor de su vida —Camila, a juicio de Miguel, pues ella era la madre de su hijo—, antes que a èl... entonces, ¿èl què significaba para Manuel?

Si Manuel ya habìa hecho una vida antes que èl, si Manuel ya habìa tenido una familia, ya habìa formado su propio hogar, y ya habìa cumplido su rol de padre...

Miguel solo era parte del relleno.

Miguel solo era lo que, las olas del mar, habían dejado como residuo. El comodìn, el personaje alternativo para sanar una herida principal. El personaje secundario, el insignificante, el plato de segunda mano...

Miguel entonces, comprendiò que sus inseguridades afloraron de la peor manera, después de saber, que antes que èl, en la vida de Manuel, pasaron personas mucho màs importantes, y mejor dotadas.

Y se sintió pequeño.

¿Còmo Miguel, iba ahora a tener la valentía para decir a Manuel, que quería formar una familia junto a èl? ¿Còmo iba a Miguel, a tener la certeza de que Manuel, valoraría dicha propuesta, si antes èl ya habìa formado su propia familia?

Miguel entonces, comenzó a sentirse pequeño, e insignificante.

—Ma-Manuel no me ama... —dijo en un susurro, y comenzó a sollozar.

''Manuel no me ama'', fue lo que su mente concluyò, al pensar que seguramente Manuel, le tomaba como un personaje secundario.

Los pensamientos de Miguel eran infantiles, inexpertos, y muy inmaduros. Aquello, no era màs que producto de su nula experiencia en relaciones románticas/afectivas, y el que, por primera vez, se tuviese que enfrentar a algo tan complejo, como el sostener una relación con un hombre que, aparte de ser un ser humano tan sensato y noble, tuviese una historia compleja por detrás.

Miguel entonces, sintió que esa situación le sobrepasaba.

Pero, cuando a su mente se vino la imagen de Manuel sollozando, y pidiendo que por favor le abrazara, Miguel sintió una fuerte punzada en el pecho.

Y de golpe, parò de llorar.

Se alzò en la cama, y mirò con sorpresa, percatándose entonces, de algo sumamente doloroso, y que antes, no habìa advertido.

—Todo siempre, gira a mi alrededor... —dijo, perplejo—. Todo este tiempo... todo lo que hemos hablado como pareja, y... todo lo que hemos hecho, siempre... siempre ha tratado sobre mì.

Miguel entonces, comenzó a comprenderlo. Todo lo que habìa pasado, y todo lo que Manuel hacìa, siempre era para hacerle sentir bien, pensando meramente en èl. Todo, y absolutamente todo, giraba en torno a èl...

Pero, ¿cuàndo las cosas iban a girar en torno a Manuel?

Miguel comprendiò entonces, que era sumamente egoìsta e infantil. Que su carencia de amor, habìa provocado en èl, las ansias de que Manuel pusiera siempre su completa atención en èl.

Y aquello, provocó el inevitable abandono emocional de Manuel. Miguel, jamás se habìa preguntado: ¿còmo se sentirà Manuel? ¿Què cosas le dolerán? ¿Què miedos tendrá?

''Abràzame, por favor...''

Y la imagen de Manuel, pidiéndole que le abrazara entre làgrimas, de nuevo se le impregnò en la mente.

Y Miguel sintió un terrible dolor.

Estaba siendo un imbécil, un egoìsta, y un apàtico de mierda. Porque hace horas, cuando Manuel se veìa demacrado emocionalmente, por el episodio de la fiesta de la clínica, y del anuncio en internet, a èl poco le importò lo que sentía en esos instantes, y en lugar de juzgar, reprochar y rechazar a Miguel, le abrazò, lo contuvo, y lo entendió.

Y después de contenerlo, y abrazarle, Manuel pidió explicaciones, y siempre haciéndolo desde una perspectiva de no provocar daño a Miguel.

¿Y èl? Èl no...

Èl, primero se habìa centrado en su dolor emocional por el pasado de Manuel. Primero habìa puesto énfasis en SUS sentimientos, e ignorò los de Manuel. Fue egocèntrico, e interpuso su dolor emocional, antes que el de Manuel.

Estaba haciendo mal las cosas. Estaba actuando como un niño caprichoso, y ahora, habìa herido horriblemente a Manuel.

—Manu... —susurrò, percatándose de que estaba actuando como un imbècil—. Manu, discúlpame...

Se alzò de la cama, y se limpiò las làgrimas.

¿Amaba a Manuel? Pensò entonces.

Sì, claro que lo amaba.

Y el que Manuel haya sido en un pasado un joven que, en el dolor de la pobreza económica, tuvo que buscar en el peligro de la calle, las armas, y las drogas, un plato de comida, o un poco de abrigo, no era sino un error que, con el tiempo, Manuel reivindicò y enmendò con creces, convirtiéndose en un excelente médico, incluso cuando la pobreza, el destino, y sus tristes vivencias, le jugaron en contra.

Y Miguel volvió a llorar, sintiéndose el pedazo de mierda màs grande del mundo.

Porque en su ignorancia, Miguel no comprendiò antes las cosas. Porque èl no había pasado jamás carencia económica, ni comprendía, que muchas veces, las decisiones erradas en el mundo de la delincuencia, era al fin producto de la necesidad.

Èl habìa actuado muy similar al padre de Camila, y a los tìos de esta. Porque Miguel, habìa pre juzgado a Manuel, y seguramente Manuel, habìa sentido el dolor en eso.

Miguel habìa actuado mal, y habìa abandonado emocionalmente a Manuel, justo en el mayor momento en que Manuel, necesitaba ser contenido, abrazado, y escuchado.

Miguel comprendiò entonces, que aùn tenía mucho por aprender y madurar. Que una relación era reciprocidad, y que, en la medida de que ambas personas sean capaces de, atender emocionalmente a la otra, la relación se nutre, y florece.

¿Èl habìa estado cumpliendo con la reciprocidad? Claro que no, porque todo, hasta ese punto de la relación, siempre giraba en torno a èl. ¿Y Manuel? Manuel estaba siendo abandonado, en la construcción de dicha relación.

Porque Manuel, era un hombre con ''templanza'', ''equilibrado'', y màs ''maduro'', pero eso no significaba, de que no tuviese necesidad que atender, ni sentimientos, ni tristezas, ni momentos en que debía ser contenido.

Porque si Miguel, asumìa que amaba a Manuel, aquello quería decir que lo amaba completamente, y sin distinciones. Que amaba a Manuel en su faceta alegre, enojado, triste, con su pasado manchado injustamente, con sus ocurrencias, con sus imperfecciones, con sus aciertos, y sus errores. En su faceta de médico, de colega, de amigo, de pareja, de hombre diplomático, de su procedencia humilde, y, sobre todo, en su faceta de padre que ama y llora la muerte de su hijo.

Eso significa amar. 

—Soy un huevòn... —dijo Miguel, en un susurro. Y, con un movimiento brusco, se limpiò las làgrimas, y se alzò de la cama.

Cuando entonces se encaminò hacia el living, vio que ya pronto anochecía. La atmòsfera era grisácea-azulina, y Manuel, estaba de espalda a èl.

Y lo observó, de pie en el balcòn, mientras terminaba con el cigarrillo.

''Irè a fumarme un cigarrillo al balcòn. Luego me irè''

Recordò las palabras de Manuel, y Miguel, negó con la cabeza, y sin pensarlo por màs tiempo, caminò hacia el balcòn.

No quería que Manuel se fuese, sin pensar que no lo apoyaba. De que Manuel se fuese de allí, con la idea en la cabeza, de que Miguel le repudiaba, y ya no le amaba.

Y si previo aviso, entonces abrazò a Manuel por la espalda, y hundió su rostro allí.

Manuel dio un respingo, y contrajo las pupilas, descolocado.

Y por la sorpresa, el cigarrillo cayó al suelo, y se consumió solo.

Y se apagò.

—¿Miguel? —musitò Manuel, extrañado.

Y Miguel cerrò los ojos con fuerza, diciendo:

—Te amo, Manuel. Te amo mucho, mucho, mucho. Soy el huevòn màs grande del mundo, asì que, por favor, perdóname.

Manuel se quedó descolocado por unos instantes, y Miguel, entonces le soltò.

Manuel se volteò, y le observó directo a los ojos. Ambos se observaron, y hubo un silencio.

—Pero, hace un rato, tù...

—¡Ya sè! —dijo Miguel, avergonzado—. Y lo siento, amor, lo siento mucho. Fui un huevòn, y no pude reaccionar bien. Pero quiero que sepas que te amo, Manuel. Te amo muchísimo, y no te repudio. No eres un asesino, y no eres peor que mi padre —cuando Manuel oyò aquello último, torció los labios, y los ojos se le llenaron de làgrimas—. Fuiste un buen padre con Panchito, y lo amaste con toda tu alma. Diste todo por èl, y eso no te hace un asesino, amor. No fue tu culpa.

A ese punto, Manuel entonces se rompió. Comenzò a llorar, y ante Miguel, se volvió vulnerable.

Miguel entonces, se aferrò a èl en un abrazo, y siguió diciendo:

—Fue un accidente, Manu. Tù no querìas que la cosas pasaran de esa manera. No tienes la culpa de nada. Solo te viste acorralado, por personas de mierda que te humillaron a màs no poder. Fuiste valiente soportando todo eso, y fuiste aùn màs valiente, asumiendo toda la carga tù solo.

Manuel, que sollozaba entre los brazos de Miguel, asentía con fuerza.

Aquellas palabras, eran las palabras que siempre necesitò oìr. Las palabras que su alma demandaban, para sentir al fin paz interior.

—Tienes un corazón tan noble, amor, que incluso cuando nada de eso fue tu culpa, la asumiste solo. Porque te lo hicieron creer, porque te condenaron por ello, y porque fuiste víctima de malas personas. Desde el lugar en donde Panchito se encuentre, èl está viéndote, y seguramente, quiere que dejes ya de pensar eso. No tienes la culpa, Manu, y nunca la tuviste.

Manuel entonces sollozò por varios minutos, y Miguel, se mantuvo firme, contenièndole entre sus brazos.

Aquello era lo que Miguel debió hacer desde un inicio.

Y tras el paso de otros minutos, entonces Manuel dejó de sollozar, sintiéndose mucho màs liviano, y calmado.

Miguel comenzó entonces a acariciarle el cabello.

—Gracias, mi amor... —dijo Manuel, con voz suave.

—De nada, mi amor —respondió Miguel, y se separò levemente de èl. Alzò sus manos, y observó directo a los ojos de su amado, que, bajo la luz de la luna, brillaban son suavidad. Le acariciò las mejillas—. Solo perdóname, por favor. Yo... nunca antes he tenido una relación como esta, Manu. Tù estàs siendo mi primera vez en todo, y yo... aùn estoy aprendiendo. Quiero que sepas que lo siento, lo siento mucho. Lo siento por haberte abandonado todo este tiempo. Seguramente, tù has estado pasando dolor, y yo... en mi egocentrismo, creo que todo gira en torno a lo que yo siento, pero no es asì. La regué, pero te juro que hago lo que puedo para que esto funcione. No quiero que nos separemos, Manu. Yo te amo, como nunca antes he amado a alguien, y te juro, que no quiero perderte. Perderte sería lo peor que podría pasarme en esta vida, mi amor.

Manuel sonriò con ternura, y tomando las manos de Miguel, por sobre sus mejillas, besò a su amado, en los labios.

Miguel entonces fortaleciò el beso, y se abrazò al cuello de Manuel.

Y en el balcòn, y en medio de la noche, ambos se besaron.

—Yo también te amo... —susurrò Manuel, cuando ambos, después del beso, pegaron sus frentes—. Y perdóname, por favor. Yo... tenía miedo de contarte esto, Miguel. Tenìa muchísimo miedo de lo que podrías llegar a pensar.

Miguel asintió despacio.

—Yo sè, mi amor, pero... quiero que sepas, que no te repudio. No eres un asesino, Manuel. No lo eres. En ese caso... —Miguel se detuvo unos instantes, pensando si, lo que diría, sería o no sensato—. Fue Camila la culpable.

Manuel contrajo las pupilas, y observó un tanto perplejo.

—Ella fue quien ocasionò el accidente, Manuel. Fue ella quien, sin importar la seguridad de ustedes, y especialmente la de Panchito, se lanzó sobre ti, y te hizo perder el control del vehículo.

Manuel se quedó en silencio, con la mirada impávida.

Miguel tenía razón, pensó Manuel. Lo habìa pensado antes, pero, probablemente, el culpar a Camila por la muerte de Panchito, podría parecer frìvolo.

—Yo sè que no quieres admitirlo, Manu, pero es asì. Es cierto; no fue muy sensato el aventurarse a altas horas de la noche, y en medio de la lluvia, ¡pero eso no te hace un asesino! Tù, solo te viste acorralado por la situación. Nadie, absolutamente nadie, merece ser humillado de esa manera tan horrible, Manu. Te trataron como un perro, y Camila, no supo darte tu lugar. Ella te debía respeto, y no lo hizo. Fue ella quien girò el volante, y quien no amarrò la sillita de Panchito, incluso cuando se lo pediste en reiteradas veces. Ya no sigas culpándote, Manu; tù no eres un asesino. Tù eres un hombre de corazón noble, y muy bonito.

Manuel sonriò entre làgrimas, y Miguel le besò en la mejilla.

Hubo un silencio muy apaciguador, y Manuel dijo:

—En el tribunal... decretaron prisión preventiva para mì —revelò, y Miguel se mostró sorprendido—. Estuve una semana en la cárcel, y luego revocaron dicha orden, por mandato de la Corte. Volvì a casa entonces, y al tiempo, pude retomar mis estudios.

Hubo otro silencio, y Miguel se mostró melancòlico.

Todo habìa sido muy injusto con Manuel.

—Esos siete dìas, que pasè en la cárcel... sentí mucho odio hacia Camila. La odiè mucho, Miguel. Y lloraba. Yo lloraba de la impotencia, de ver que ella, no habìa enfrentado absolutamente ningún cargo, incluso cuando mi defensa demostró, que habìa huellas digitales de Camila en el volante. ¿Sabes cuando dejè de odiarla? Cuando supe que se habìa vuelto loca. Sentì que era cruel odiarla, y en lugar de eso, sentí mucha làstima, y terminè culpándome por la muerte de mi hijo, y por la locura de Camila. Tanta fue mi culpa, que hasta el dìa de hoy, aùn envío dinero a su madre, para que corran con los gastos del psiquiàtrico, y sus medicamentos.

—Pero ya sabes que no es tu culpa, Manu —volvió a decir Miguel—. Si ella no habrìa estado loca... seguramente la habrìan condenado. Solo tuviste mucha mala suerte, Manu, asì que, por favor, piensa que no eres un asesino. Por ejemplo... acà en Perù, hay un montón de huevones políticos que son criminales, y que nadie los ha condenado. Bueno, tù eres el caso contrario, Manu; te condenaron como a un criminal, pero no has hecho nada malo. Asì funciona la justicia a veces, Manu. A veces pagan inocentes, y muchas veces, los culpables no pagan.

Manuel sonriò enternecido, y Miguel le depositò un tierno beso en los labios.

—¿Entendiste, sonso? Asì que, si te veo diciéndote criminal de nuevo, te voy a pegar, huevòn. Y te voy a dejar bien machucado.

Manuel comenzó a reìr, y Miguel sonriò junto a èl.

—Manu... bueno, después de que hablamos todo esto... quería hacerte una pregunta.

Miguel de pronto, se mostró muy avergonzado. Bajò la mirada, y se sonrojò. Manuel mirò curioso.

—¿Què pasa, amor?

—Es una pregunta... muy tonta. Sì... de verdad sonarè como un huevòn, pero... —Miguel torció los labios, y dubitativo, dijo—: ¿Aùn amas a Camila?

Manuel pestañeò extrañado, y sonriò divertido.

—¡¿De què te ries, baboso?! ¡Te lo estoy preguntando en serio!

—¡Tranquilo! —le dijo Manuel, riendo con ternura—. Si sè que es en serio, es solo que... ¿por què piensas que aùn la amo?

Miguel bajò la mirada, y sonriò apenado.

—Porque... es la mamà de tu hijo, supongo. Con ella tuviste, y formaste tu familia. Eran padres de un niño, y...

—Pero eso no significa que la ame —respondió, y Miguel se mostró descolocado—. Si ambos nos mantuvimos juntos, fue solo por Panchito. Yo y Camila, dejamos de tener atracción romántica y sexual, incluso antes de que pasara lo de esa noche. Yo ya no amo a Camila, Miguel. Deje de amarla hace muchísimos años. Por ella, solo siento estima, y mucho respeto. Ya nada màs.

Miguel asintió, y con expresión triste, volvió a decir:

—¿Incluso si con ella formaste una familia?

—Sì Miguel —volvió a decir, seguro de su respuesta—. A quien amo ahora, es a ti. Te amo, Miguel, y no quiero que dudes de eso.

Miguel sonriò, melancòlico.

—¿Me amas, incluso después de... de haber pasado por tanto con ella? ¿Me amas de la misma forma que a ella?

Manuel negó rotundamente, y Miguel sintió de pronto tristeza.

¿Còmo que no la amaba igual que a ella?

—Decir que te amo, al igual como lo hice con ella, sería una ofensa, y mentira, a mis propios sentimientos, Miguel —Miguel mirò extrañado—, porque a ti, te amo màs de lo que pude haber imaginado. Porque yo de ti, estoy enamorado, y es la primera vez, que creo estoy sintiendo esto. Antes; sì... me gustaron personas, pero contigo es... distinto. Te juro que, eres la primera persona a la que amo, y a la que pienso dedicar mi vida. Antes, solo llegué a querer, pero contigo, comencé a amar.

Ambos se observaron en silencio, y Miguel, sintió que el corazón le brincò de pura paz y alegría. Las mejillas se le sonrojaron, y un tenue brillo se posò en sus ojos.

Sintiò una enorme alegría.

—Tù eres mi primera vez en muchas cosas... —le confesò Manuel, y sonriò, teniendo en su rostro, una expresión sumamente enamorada—. Te amo, y no quiero que dudes de eso, por favor.

Miguel asintió con fuerza, y en un movimiento brusco, volvió a abrazarse al cuello de Manuel, uniendo sus labios a los de èl, en un beso frenètico.

Ambos comenzaron a reìr, y entre medio de besos y caricias, Manuel le dijo:

—¡A-amor! ¿No es un poco imprudente el que... ambos estemos haciendo esto acà, en tu balcòn? Supongo que tienes vecinos mirando desde los otros edificios, y...

—¡Me llega al pincho! —exclamò Miguel, riendo divertido—. ¿Què me importa a mì, oe'? ¡Què se mueran de envidia los huevones! —Miguel gritò a viva voz, oyéndose un tanto hacia la calle, y Manuel se sonrojò—. ¡Se pondrán envidiosos porque yo, si me puedo comer al chilenito màs rico de todo Lima, y ellos no! Tsss, babosos.

Manuel comenzó a reìr, y Miguel lo volvió a agarrar a besos.

Y allí, se quedaron, entre besos, y chistes improvisados.

Hasta que entonces, a Miguel le sonò el estòmago.

—Chucha; tengo hambre...

Manuel comenzó a reìr.

—Vamos a comer, ¿te parece? —Miguel asintiò—. Dèjame preparar algo.

—Chucha, amor... —dijo Miguel, inseguro—. Mira, no es por molestar, pero... pucha, los chilenos, no son reconocidos por cocinar rico...

Manuel alzò una ceja, y cruzò los brazos.

—Ah; asì que con esas...

—Ya, ya; disculpa...

—No, nada de disculpa —dijo Manuel, fortaleciendo el agarre en la cintura de Miguel, y atrayéndolo hacia sì mismo—. Apostemos, ahora.

Miguel contrajo las pupilas, y se mostró extasiado.

—Ya pues, a ver —dijo—. ¿Còmo es la cosa?

—Si preparo algo, y te llega a gustar, tendràs que hacer lo que yo diga. Si no te gusta, entonces, harè lo que tù digas.

Miguel sonriò desafiante, y con tono seductor, dijo a escasos centímetros del rostro de Manuel:

—Entonces... si yo gano, me devuelves Tarapacà y Arica, ¿me oìste? Por la patria, huevòn.

Manuel comenzó a reìr, y Miguel le observó con una ceja alzada.

—Ya, ya; sì, acepto. Pero, si yo gano... volverè a invadir Lima.

(...)

Pasaron alrededor de treinta minutos, cuando entonces Miguel, que yacìa sentado a la mesa, esperando la preparación de Manuel, le vio llegar desde la cocina.

Y cuando le vio salir con lo que parecía ser un hot dog en la mano, Miguel contrajo su expresión.

¿Un hot dog? ¡¿Le llevaba un hot dog?!

—¡Tadàaaan! —dijo Manuel, extendiéndole a Miguel, su preparación en la mesa—. Un completo.

Miguel mirò descolocado.

—¿Un... un què? ¿Un perro caliente?

Manuel comenzó a reìr.

—Un ''completo''. Repite; com-ple-to.

Miguel pestañeò extrañado.

—Ya, pero es un hot dog. Tiene el mismo pan, y... tiene, ¿salchicha?

—Pruèbalo, Miguel. Tù, mejor que nadie, sabe que no todo entra por los ojos...

—Andas chistoso huevòn, baboso —le dijo, medio enojado, al notar la broma de doble sentido—. Te voy a pegar en los huevos, ¿me oíste?

Manuel estallò en risa, y Miguel le lanzó un paño de cocina, como forma de ataque.

—Ya, bueno, voy a probarlo.

Cuando Miguel tomò el alargado pan, y se llevò a la boca el alimento, mordisqueò despacio, e inseguro.

Pero, cuando en su paladar, pudo sentir la textura del alimento, se quedó callado por unos instantes.

La textura del pan, era crujiente, y estaba calientito. Por dentro, efectivamente habìa una salchicha, pero también, otros aditivos; tomate, palta, y lo que parecía ser, un poco de chucrut. Por encima, había mayonesa casera —preparación de Manuel—, y otras pastas de rocoto, choclo, y un poco de pickle.

La fusión de todos esos sabores, entonces dieron una sensación agradable al paladar de Miguel.

Volviò a mordisquear, y volvió a guardar silencio.

Manuel le observó, expectante.

—¿Y? —le dijo, curioso.

—¿Yg quègh? —dijo Miguel, con la boca llena—. Dèjame comer, pues. Estoy probando aùn.

—Pero con una mordida es suficiente. Dime como está.

Miguel volvió a morder, y a tragar. Y guardò silencio. Y, tras el paso de unos cinco minutos, se acabó el ''completo''.

—¿Tienes màs? —preguntò a Manuel, sin disimulo—. No lo probé bien.

—Erì chanta, Miguel —comenzó a reìr Manuel—. Dime que te gustò, y punto.

—Es que no lo probe bien, dame otro, pues.

Manuel comenzó a reìr. Tomò su completo, y lo partió en dos, extendiéndole una mitad a Miguel.

Ambos comenzaron a comer, y Miguel, de nuevo se lo acabó. 

—¿Y ahora?

—Mh, no sè —dijo Miguel, sin confesar su gusto por la preparaciòn—. Faltò algo, no sè...

Manuel alzò una ceja, sonriendo divertido.

Miguel entonces, lanzó un bufido, y muy a su pesar, confesò:

—Ya, sì. Estaba rico, ¿feliz?

Manuel sonriò, y asintió con energía.

—Sì, soy feliz —le dijo, y Miguel comenzó a reìr, al ver la expresión tan divertida en Manuel—. Ahora... supongo que podrè invadir Lima, ¿o no?

—¡Ah, no! Yo me voy a resistir, lo sient...

Pero antes de que Miguel pudiese terminar la frase, Manuel ya le habìa tomado en brazos, y le llevaba hacia la habitación. Miguel, riendo, daba golpes de puño en la espalda a Manuel, pero este ni se inmutaba.

—¡Ahora declaro que, cada peruano y peruana, me pertenece! —dijo Manuel, cayendo junto a Miguel en la cama—. ¡Voy a invadir este sitio! —y acercò sus labios al cuello de Miguel, haciendo divertidos sonidos, similares al que se le hace a un bebè en la pancita.

Miguel comenzó a reìr.

—¡M-me haces cosquillas! ¡jajajaja! ¡Manu! ¡Baboso, para, me haces cosq... jajajajaja!

Y asì se mantuvieron por un buen rato, entre risotadas, y luchando en la cama. A los segundos, llegó Eva al lado de ambos, y comenzó a juguetear con ellos.

Hasta que entonces, ambos se sintieron cansados. Y, entre jadeos y sonrisas, decidieron parar.

—Alto, alto... —musitò Manuel, exhalando con fuerza—. Alto al fuego, por favor.

Miguel comenzó a reìr.

—Oye, sonso —dijo Miguel—, ¿còmo que... ''declaro que cada peruano y peruana me pertenece''? ¿Ah?

Manuel alzò la mirada, y sonriò despacio.

—Sì po —contestò—, declaro que me pertenecen; ¿algùn problema?

Miguel dio una pequeña bofetada en el rostro de Manuel, en son de juego. Manuel sonriò seductor.

—El único peruano que te pertenece, soy yo, baboso. Ninguno màs, ¿me oìste?

—¿Estàs celoso? —disparò entonces Manuel, sonrojándose—. Estàs celosito...

Miguel frunció el entrecejo, y de pronto, tomò el cuello de la camisa a Manuel, y lo atrajo hacia su rostro.

—Sì, estoy celoso, y màs vale que te cuides de mì, porque cuando estoy celoso, soy peligroso.

Manuel sonriò, y le observó por largos minutos en silencio.

—¿Còmo puedo conseguir que me perdones? —susurrò Manuel, besándole los labios despacio a Miguel—. No quiero otro peruano, que no seas tù.

Miguel sonriò, y susurrò:

—Quizà te perdone... si me comes a besos.

Ambos rieron despacio, y Manuel, entonces acercò nuevamente sus labios a los de Miguel.

Y despacio, comenzaron a besarse.

Y en la habitación, hubo un completo silencio, y en ella, solo pudo oírse el leve sonido de sus labios rosándose.

Eva observó impávida, y agachò las orejas, avergonzada. Rápidamente dio un salto hacia la salida, y huyò hacia el living.

Y en la habitación, quedaron Miguel y Manuel, a solas.

Y tras el paso de varios minutos, los besos comenzaron a ser màs frenèticos. Miguel entonces, sintió que el cuerpo completo entraba en un éxtasis, y la temperatura comenzó a subirle. Manuel besaba exquisito, y aquello, le provocó una fusión de sensaciones que comenzaba a disfrutar.

Y entre medio del beso, Miguel gimiò despacio.

Cuando pudo sentir que, la suave lengua de Manuel, se adentraba despacio en su cavidad bucal, Miguel entonces se aferrò con fuerza al cabello de su amado, tironeándolo despacio.

Y por varios minutos, ambos probaron a profundidad, el néctar de sus bocas.

Y cuando el aire se les hizo escaso, se separaron con lentitud, y se observaron con una expresión adormilada, signo de calor corporal.

Y de excitación.

—Quiero hacerlo... —susurrò Miguel, observando a Manuel, con los ojos un tanto hipnotizados. Manuel sonriò despacio, y asintió.

Ambos se volvieron a unir en un beso suave, pero evidentemente eròtico. Miguel entonces, comenzó a acariciar la espalda de Manuel, y sintió, como bajo sus manos se ceñìa la suave y càlida piel de su amado.

Manuel por otro lado, comenzó a bajar de a poco. Con besos húmedos y cálidos, deslizò sus labios por el mentòn de Miguel, para pronto, dedicar atención a su cuello.

Miguel echò la cabeza hacia atrás, y cerrò los ojos, sintiéndose complacido. Deslizò sus manos hacia el cabello de Manuel, y desordenàndolo, lo tironeò despacio.

Manuel entonces, llevò sus manos a los muslos de Miguel, y con tacto suave, pero firme, comenzó a apretar la zona exterior de sus muslos, cercano al trasero de su amado.

Miguel lanzó un leve suspiro, y sonriò extasiado. Abriò los ojos, y observó en Manuel, una expresión de lujuria que, poco a poco, se iba haciendo màs prominente.

Por fin harían el amor.

—¿Tienes lubricante? —preguntò Manuel, con una voz tan profunda y suave, que Miguel sintió una ola de calor, invadirle el cuerpo completo.

—Sì tengo... —respondió Miguel en un susurro, besándole el cuello a su amado.

Por causa de ello, Manuel gimiò despacio; Miguel sintió un cosquilleo intenso, y sonriò.

La voz de Manuel era hermosa, pero en un gemido... uh, Dios.

Era cosa de otro mundo.

—En el cajòn, aquí al lado... —musitò, sin quitarle atención al cuello de Manuel, dando pequeños besos y mordidas.

Manuel estirò el brazo —con cierta dificultad—, y comenzó a rebuscar el objeto. Tras unos pocos segundos, entonces sintió una pequeña botella, y la atrajo hacia sì mismo.

De reojo, leyò la etiqueta, que decía: ''Lubricante ìntimo de base acuosa''. Sonriò despacio, y dejó el objeto a un lado, a pocos centímetros.

Cuando volvió entonces su atención hacia Miguel, Manuel dio otro gemido. Miguel, entre besos húmedos, y lamidas eróticas, rebuscaba puntos erógenos y altamente sensibles, en cada parte del cuello, y por el lóbulo de su oreja.

Manuel sintió una pequeña corriente atravesarle la espina, y suspirò.

Y de un movimiento algo brusco, se separò de Miguel, y se retirò la camisa, quedando su torso al desnudo.

Miguel observó extasiado, y se mordió el labio inferior. Imitò dicha acción de Manuel, y ambos entonces, quedaron semidesnudos frente al otro.

Se volvieron a enredar en un beso apasionado, y los suspiros entonados en excitación, inundaron la càlida habitación.

El rose cálido de sus pieles, las caricias en los hombros, en la espalda, en el cuello, y en el pecho, abundaron de forma mutua, y en el éxtasis que significò el compartir el juego previo, ambos sintieron que la sangre llegaba a su punto de ebullición, y en la entrepierna, todo fue màs evidente.

Ambos tenìan una erecciòn.

—Te amo... —susurrò Manuel en su oìdo, y Miguel, sonriò apaciguado—. Te amo, te amo, te amo mucho, Miguel...

Cuando Manuel entonó dichas palabras, entre besos y lamidas, fue bajando por el torso de Miguel, acariciando con sus manos grandes, y fuertes, cada centímetro de piel canela con la que su amado Miguel, le deleitaba.

En aquellos momentos, entonces Miguel se sintió preciado, hermoso, y sensual. Ya su cuerpo no sintió rechazo, ni se sintió descolocado, como sì había pasado la primera vez, y, en lugar de ello, en brazos de Manuel, sintió que su cuerpo era un templo sagrado, al cual debía rendírsele tributo, y respeto.

—A-aahh, Ma-Manu... —gimiò despacio, cuando sintió, que la suave y càlida lengua de Manuel, acariciaba despacio uno de sus pezones.

Manuel, en movimientos circulares, entonces comenzó a lamer dicha zona. Entre besos, pequeñas mordidas, y movimientos lentos, Miguel comenzó a sentirse sobre una nube, con una sensación húmeda, y caliente, que invadía en dicha zona de su pecho.

Por encima de Manuel, Miguel rasguñaba despacio su espalda, dándole a entender, que dicha acción le provocaba placer.

Miguel se mantuvo con los ojos cerrados, y siempre, con la cabeza hacia atrás. Nunca antes, habìa probado lo que era el juego previo, y mucho menos de esa forma. Entre diversas sensaciones placenteras, entre palabras, susurros, caricias y miradas. Todo en aquel instante, era tan jodidamente eròtico, que Miguel sintió que aquel momento, era igual de bueno que el sexo en sì.

Y era mucho màs placentero, si era en manos de Manuel; del hombre al que amaba.

Y tras un largo rato, entre gemidos y miradas cómplices, Miguel quiso dar un paso màs severo. Se incorporò, uniéndose con Manuel, en un beso hambriento y desesperado, y cuando tomaron distancia, susurrò al oìdo de su amado:

—Quiero probar aquí...

Miguel bajò su mano, y entre caricias lentas, llegó a la entrepierna de Manuel.

Manuel entonces, lanzó un leve suspiro, y sonriò.

Volvieron a unir sus labios en un suave beso, y Manuel, tomò asiento en la orilla de la cama. Miguel entonces, fue bajando por el cuello de su amado, y deslizando sus labios húmedos por el torso desnudo de este, fue dando pequeños besos, dejando un caminito leve de saliva en el transcurso.

Cuando Miguel llegó entonces a la entrepierna de Manuel, ascendió su mirada, y se observaron en silencio.

Manuel se sonrojò notoriamente, y sonriò apenado.

—¿Puedo...? —musitò Miguel, y Manuel sonriò.

Y asintió.

Miguel desabrochó entonces la cremallera del pantalón, y con ayuda de Manuel, le despojò de la prenda. Manuel quedó entonces exclusivamente en bóxer, y ante los ojos de Miguel, se vio claramente la erecciòn, por debajo del algodón de la ropa interior.

Cuando Miguel pudo ver el tamaño de la erecciòn, se mordió los labios, y sintió entonces, que la saliva de la boca le incrementò.

Y con suavidad, acercò sus labios a la erecciòn. Miguel cerrò los ojos, y con los labios humedecidos, comenzó a besar el pene de Manuel, que aùn yacìa bajo el bóxer.

Manuel sintió entonces, que una sensación fría le cruzò por la espalda. Cerrò los ojos, y con la voz ronca, comenzó a suspirar despacio. Llevò ambas manos a la cabeza de Miguel, y con serenidad, comenzó a acariciarle el cabello.

Miguel llevò ambas manos hacia la erecciòn, comenzando a acariciarle con movimientos lentos, y profundos, mientras que, con los labios húmedos, besaba y lamìa por sobre el algodón.

Y con el paso de los segundos, aquella erecciòn se hizo entonces màs evidente, y Miguel, pudo sentir por el rose en la piel de sus labios, como el pene de Manuel se endurecía, y crecía aùn màs.

Miguel se separò levemente, y se relamió los labios. Y con un dedo, con aura un tanto tìmida, fue bajando la ropa interior de Manuel, quedando al descubierto poco a poco, la intimidad de este.

Manuel sonriò excitado, con una expresión adormilada, por causa del calor corporal. Y, cuando Miguel fue bajando la prenda, vio primero los vellos que, desde el ombligo de Manuel, hacìan un leve caminito hacia la zona genital. Y, una vez que, llegó màs abajo, Miguel pudo ver con claridad el pene.

Y sintió entonces, un fuerte cosquilleo en el estòmago.

Y sì; eran realmente veinte centímetros. Manuel no mentìa.

Cuando Miguel entonces bajò por completo el bòxer, observó el pene erecto de Manuel por varios segundos, aùn asimilando que, por fin, habían ambos llegado hasta ese punto en el encuentro ìntimo.

Y obviamente, asimilando el cómo, podría hacer caber eso dentro de su boca.

—Tòmate tu tiempo... —le dijo Manuel, riendo levemente, y acariciando el rostro a Miguel, el que observaba un tanto perplejo—. No es... necesario que lo metas todo. Hazlo como te acomod...

—Lo meterè todo —dijo Miguel, sintiendo ello como un desafìo—. Te juro que sì.

Manuel sonriò divertido, y Miguel, entonces acercò sus labios a la punta del pene, y lo besò con movimientos eròticos.

Manuel, dejó de reìr de golpe, y en lugar de ello, apretò los labios.

Miguel entonces, comenzó a chupar.

Aquello fue haciéndolo con movimientos suaves, y pausados. Primeramente, remojò sus labios con saliva, y los posò por sobre la punta del miembro de Manuel. Con ambas manos, tomò el tronco del miembro, y lento, fue subiendo y bajando en los movimientos, masturbàndolo despacio.

Manuel sintió de pronto, que el corazón le empezó a latir con deprisa. El calor aumentó de golpe, y los estímulos que Miguel comenzó entonces a ocasionarle, le provocaron un sinfín de exquisitas sensaciones.

Porque la húmeda y suave lengua de Miguel, se aventuraba por la punta de su pene, y en el interior de sus labios, todo era tan cálido, que Manuel pronto, sintió que dicha zona estaba en un fuego abrasador.

Manuel entonces cerrò los ojos, y se echò en la cama. Alzò una mano por sobre la cabeza de Miguel, y comenzó a acariciarlo, tironeando el cabello castaño de su amado, de vez en cuando.

Miguel sonriò despacio, y se sintió entonces realizado. Manuel gemìa de pronto, y en la habitación, su voz varonil y profunda, deleitaba a Miguel por completo.

Cuando Miguel se sintió entonces màs valeroso, comenzó a aventurar màs deprisa con su lengua, haciendo movimientos circulares por alrededor de la cabeza del pene. Y, hundiendo algunos centímetros del tronco en el interior de su boca, Miguel siguió masturbando, y con un movimiento suave, bajò una mano a los testículos; comenzó a masajear despacio.

Manuel intensificò sus gemidos, y arqueò suave su espalda.

Con el paso de los segundos, entonces Miguel fue aventurándose màs profundo en su cavidad bucal, hasta que, en cierto momento, sintió que no podía entrar màs, y se quedó en dicha posición.

Y en aquel instante, Miguel comenzó a subir y bajar, metiendo y sacando, el pene de Manuel desde sus labios.

Manuel se mordió los labios, y cerrò los ojos con fuerza. Y, empujado por la excitación, empuñò su mano por sobre el cabello de Miguel, y lo jalò con fuerza.

Miguel gimiò, y no se detuvo en su hazaña.

Y, al paso de otros segundos, Miguel fue sintiendo un sabor levemente ácido en su paladar, lo que aparte, era acompañado de una sensación càlida y algo acuosa.

Cuando Miguel entonces, retirò sus labios del pene, vio un pequeño hilo que le unìa los labios, con la cabeza del miembro.

Miguel se relamió los labios, y sonriò excitado.

—E-es... me-mejor que no sig...sigas... —dijo Manuel, entre suspiros.

—Es líquido pre seminal —dijo Miguel, limpiándose los labios con el antebrazo. Manuel asintió.

—Si sigues, voy a correrme en tu boca —le dijo, y con la respiración agitada, y el rostro sonrojado, se incorporò en los pies de la cama—, y yo... no quiero correrme ahora.

—Yo tampoco quiero que te corras ahora —le dijo Miguel, y sonriò seductor.

Se observaron por unos instantes, y Manuel, entonces le ayudò a volver a la cama. Ya estando allí, entonces Manuel se aferrò con fuerza, a la cintura de su amado. Y, besándole los labios con suma pasión, le volvió a acostar por debajo de èl, y nuevamente, ambos se enredaron en besos frenèticos, y en suspiros incesantes.

Con su mano libre, Manuel entonces fue bajando el pantalón a Miguel. En dicho acto, ambos comenzaron a reìr, agraciados por la torpeza que mostraban, cuando se trataba de desligarse de sus prendas.

Y cuando por fin, Miguel quedó entonces en bóxer, Manuel le separò suavemente las piernas, y se ubicò por dentro de ellas.

Se quedaron en aquella posición, y siguieron besándose por varios segundos.

Manuel bajò una de sus manos, y con movimientos fuertes, comenzó a masajear las nalgas a Miguel, el que, extasiado, sonriò entre medio del beso.

—Me encanta que sea tan grande, y paradito —dijo Manuel, no cesando en sus caricias a los glùteos de su amado.

Miguel comenzó a reìr, en una mezcla entre ternura, y clara seducción.

Y, lanzó un leve alarido, cuando Manuel le sorprendió con una fuerte nalgada. Ambos sonrieron, y Miguel se mordió el labio inferior.

Manuel entonces, llevò sus labios al cuello de Miguel, y volvió a lamer dicha zona, mientras que, con la palma de su mano, volvía a dar otra nalgada a Miguel.

Y aquello, resonò con fuerza en la habitación. Miguel gimiò en respuesta, signo de excitación.

—Mìo, mìo, mìo... —musitò Manuel, deslizando sus manos, desde los glùteos de Miguel, por debajo de sus muslos.

Y, en un movimiento un tanto brusco, alzò las piernas de Miguel, levemente por sobre sus propios muslos. Miguel entonces, quedó con la cadera un poco alzada, y el pene erecto de Manuel, hizo contacto directo con su trasero, por sobre la tela de la ropa interior.

Volvieron a besarse, y Manuel, comenzó a hacer movimientos pélvicos, simulando el acto de penetración anal.

Miguel entonces, sintió la erecciòn en su entrada, ocasionando presión. Gimiò en un tono muy dulzón, y aquello a Manuel, inevitablemente le excitó aùn màs.

Y provocado por Miguel, Manuel comenzó un vaivén en sus movimientos. Y, cada vez màs, fue profundizando la presión de su pene, con el trasero de Miguel.

Y aquello fue tan jodidamente ardiente, que Miguel, pronto sintió la necesidad de sentir a Manuel dentro suyo.

Y en un gemido un tanto agudo, pidió a su amado:

—Ya... quiero que entres, Manu...

Manuel le besò los labios en respuesta, y al finalizar, le mordió despacio.

Y asintió.

Con ayuda de Miguel, entonces Manuel le despojò de su ropa interior.

Y ambos, quedaron al fin desnudos.

Se observaron por unos instantes, admirándose el uno al otro, y cuando hicieron contacto visual directo, se sonrojaron, y rieron.

—Te amo, Manu... —susurrò Miguel, viéndose a la luz de la lamparita del velador, como sus ojos azules, brillaban de ensoñación, y de una alegría tan profunda, que sentía no cabìa en su pecho.

Manuel sonriò en respuesta, y le besò la comisura del labio.

—Yo también te amo, mi cielo. Eres precioso; me encanta tenerte de esta forma.

Miguel sonriò, y de forma inevitable, sintió que los ojos se le llenaron de làgrimas. Y, antes de que pudiese sentirse màs sentimental, volvió a besar a Manuel en los labios.

Y ambos, volvieron a unirse en un vaivén de besos húmedos, de caricias sobre sus pieles de color canela, y blanca, y entre gemidos roncos, y dulzones.

Asì que... aquello era hacer el amor. Y era, claramente, muy distinto a que simplemente el acto carnal màs primitivo.

Porque hacer el amor, comprometìa todo. Comprometìa la comunicación, la complicidad, el sentimiento, el amor, y la excitación sexual.

Era el dejar, el cuerpo, y el alma al desnudo.

—No quiero hacerte daño —susurrò Manuel, acariciando la cintura de Miguel, con movimientos suaves—, asì que, voy a prepararte, antes de poder penetrarte.

Miguel observó con expresión enamorada a Manuel, y asintió.

Manuel bajò entonces hacia la entrepierna de Miguel, y volvió a separar, dejando ante su vista, la entrada de Miguel.

Miguel sonriò apenado, y sonrojado, se tapò el rostro.

Sentìa aquello como su primera vez, y ahora estaba actuando con mucha vergüenza, al dejar a Manuel, su entrada al descubierto.

Manuel sonriò con ternura, al ver aquella dulce reacción.

Y despacio, comenzó a acariciar primero la ingle de Miguel, jugando con la sensibilidad de la zona. Despacio, acercò sus labios, y manteniendo una mirada seductora hacia la avergonzada expresión de su amado, comenzó a lamer el pene a Miguel.

Y Miguel, arqueò la espalda de golpe.

Y lanzó un fuerte gemido.

De la sorpresa, Miguel se tapò la boca, con ambas manos. Contrajo las pupilas, y se sonrojò casi por completo.

Nunca antes, alguien le habìa hecho sexo oral, y aquella, era la primera vez que experimentaba la sensación càlida de unos labios, envolver su miembro.

Y mierda, que rico se sentía.

Manuel sonriò divertido, y, al percatarse de la reacción sorpresiva de Miguel, Manuel fue màs cauteloso en sus movimientos.

Sacò su lengua, y con un movimiento lento, delineò el pene erecto de Miguel, desde la base, hasta la punta. Una vez en la punta, envolvió la cabeza del miembro, y la hundìò en sus labios, mientras que, con su mano, comenzó a masturbar despacio.

Miguel sintió entonces, que las manos le temblaron despacio, y un fuerte cosquilleo, se le posò en la zona baja del vientre.

Mierda, estaba experimentando muchísimo placer, como nunca antes lo habìa experimentado.

Manuel retirò sus labios de la punta del pene, cuando sintió también, en su paladar, lo que parecía ser el líquido pre seminal. Sonriò agraciado, y con una mano, separò levemente los glúteos a Miguel.

Allì entonces, Manuel deslizò su lengua, y Miguel, volvió a gemir con fuerza.

—¡¿Q-q-què haces, amor?! —gimiò, sintiendo que las manos le temblaban, del placer producido—. A-ahì es... es sucio, y-yo...

Manuel alzò la mirada, y ladeò la cabeza.

—Debes dilatar, antes de que pueda penetrar —le dijo—. Y para dilatar, debes experimentar mucho placer antes, amor.

Miguel, que estaba tan rojo como un tomate, solo asintió.

No es que aquello le provocara rechazo, porque no era asì. Lo que Manuel hacìa en aquellos instantes, eran tan jodidamente placentero, que, a Miguel, incluso le comenzaban a temblar ligeramente las piernas.

Era solo que... nunca antes, alguien le habìa preparado para la penetración, y Miguel, no conocìa lo que era dicho proceso.

Asì que, rendido y, entregado por completo a la merced de Manuel, Miguel sonriò, y asintió.

Y se dejó llevar por su amado.

Manuel entonces le besò en los labios, y al instante, volvió a posicionar su rostro entre medio de sus piernas. Allì, volvió a separar los glúteos a Miguel, dejando su cavidad anal ante èl.

Manuel volvió a hundir su boca allí, y despacio, comenzó a lamer la entrada a Miguel. Alzò su brazo, y de pronto, tomò la pequeña botella con lubricante.

Vertió una pequeña porción en una de sus manos, y despacio, tomò el tronco del pene a Miguel, embarràndole de lubricante. Aquello, hizo que los movimientos, y la fricciòn al masturbar el pene a Miguel, fueran màs suaves y cálidos, y de pronto, la erecciòn en Miguel se endureció con muchìsima fuerza.

Y lanzó un gemido agudo.

Manuel entonces, mientras masturbaba el miembro a su amado, comenzó también, a dedicar atención a la cavidad anal de este. Y lamiendo despacio, remojò sus propios dedos en saliva, y con dicha mano, comenzó a presionar la entrada a Miguel.

Miguel sintió entonces, que las piernas le volvieron a temblar. Allì debajo, entre sus glúteos y su pene, sintió que habìa un estallido de sensaciones placenteras, y Miguel, jamás antes lo había sentido de esa manera.

—A-aah... Ma-nu... —gimiò, en un tono muy dulce—. Me... gusta. Se siente... rico...

Manuel sonriò seductor, y despacio, entonces introdujo un dedo en la cavidad anal, no restándole atención, al pene de Miguel, que aùn era masturbado con movimientos pausados, y profundos.

Miguel entonces arqueò despacio su espalda, y suspirò.

Y, al paso de otros segundos, Manuel introdujo otro dedo, y comenzó a moverlos.

Por dentro, una sensación càlida y suave, le abrazò la piel de los dedos. Miguel era por dentro, muy suave, cálido, y también estrecho.

Despacio, Manuel entonces introdujo màs a fondo, y ejecutando un movimiento suave y circular, fue dilatando de a poco la entrada, para la posterior introducción del pene.

Y por un par de minutos, Manuel se quedó en dicha posición, introduciendo a los pocos segundos, entonces un tercer dedo. Y, de a poco, fue notando que la entrada anal de Miguel, fue cediendo con mayor facilidad.

Y cuando Miguel estaba ya demasiado extasiado, entre gemidos, y suplicas de que ya, por favor, lo penetrara rápido, Manuel se percatò de que Miguel, estaba listo para la penetración.

—Te quiero de-dentro, Manu. Ya... po-por favor...

Manuel retirò los dedos, y se detuvo en la masturbación al miembro de Miguel. Se alzò por sobre el pequeño, y tembloroso cuerpo de su amado, y lo tomò del rostro, observándolo.

Miguel sonriò, teniendo pequeñas làgrimas en los ojos —por causa de la excitaciòn—, y se abrazò al cuello de Manuel.

Manuel sonriò, y le besò los labios. Ambos se quedaron en dicha posición, y entonces Manuel, tomò la botellita con lubricante, y vertió una cantidad generosa en su mano.

Despacio, esparciò lubricante en su propio pene, y luego, vertió otra cantidad, en la entrada anal de Miguel.

Entonces Manuel, tomò las piernas de Miguel, y las alzò un poco, quedando este, con la cadera levemente por sobre los muslos de su amado.

Y antes de poder consagrar al fin el acto carnal, ambos se observaron, y con expresión sumamente enamorada, volvieron a besarse.

—Como me hubiese gustado que... esta hubiese sido mi primera vez... —dijo Miguel, sonriendo con ternura—, e-es como si... nunca antes lo hubiese hecho. Como si ninguna experiencia anterior, hubiese realmente importado...

Manuel sonriò, y con suma admiración, observó la bella expresión de su amado.

—Esta es tu primera vez, mi amor —le dijo, y Miguel observó emocionado—. Es tu primera vez, haciendo el amor. Y si tù quieres, que esta sea tu primera vez, que asì sea. Solo tù, tienes el derecho de determinar cuál es tu primera vez, y nadie, ni experiencias traumáticas pasadas, pueden determinar aquello.

Miguel sintió entonces que una làgrima le cayó por la mejilla, y torció los labios.

Se sentía tan jodidamente feliz, que la emoción, no cabìa en su pecho.

—Te amo... —dijo entonces, y se aferrò con màs fuerza al cuello de Manuel, abrazàndolo—. Gracias por ser tan bueno conmigo, Manu...

Manuel sonriò, y correspondió a su abrazo. Ambos se observaron, y entonces, se unieron en un apasionado beso.

Y Manuel, entonces comenzó a presionar su pene en la entrada de Miguel, con sumo cuidado, con suavidad, y ejerciendo de a poco dicha presión, advirtiéndole a Miguel, que todo sería al ritmo que èl quisiera.

—Amor, avìsame cuando te sientas preparado para que yo entre —le susurrò, y Miguel, asintió.

Y cuando Manuel estuvo unos pocos minutos, ejerciendo leve presión en la entrada, Miguel le dio la señal para poder penetrar.

Y Manuel, con un leve vaivén de cadera, entonces penetrò.

Y Miguel lanzó un fuerte quejido.

—¿Duele? —dijo preocupado, y Miguel asintió despacio—. ¿Quieres que lo saque? —Y Miguel negó con fuerza.

Manuel asintió, y fortaleciò su abrazo en Miguel. Despacio, fue ejerciendo cada vez màs, un poco de presión, de forma tal, de ir de a poco, acostumbrando a Miguel.

Miguel entonces, se aferrò con fuerza a Manuel. Con las uñas, y de forma inconsciente, fue rasguñando su espalda, no notando, que quizá ejercía daño en la piel a Manuel.

Pero a Manuel, aquello no le interesò. Realmente, estaba màs preocupado de no ejercer algún daño a Miguel, y de ir avanzando despacio, acorde a Miguel lo requiriese.

—E-entra un poco... màs, amor... —susurrò, de forma entre cortada.

Manuel asintió, y despacio, ejerciò màs presión, en un leve movimiento pèlvico. Ambos lanzaron un fuerte gemido, y Miguel, se aferrò con màs fuerza a Manuel.

Y al paso de unos minutos, y mediando señales de Miguel, Manuel fue penetrando màs profundo, hasta que entonces, logró introducir un poco màs de la mitad de su pene.

Manuel entonces, comenzó a hacer suaves movimientos pélvicos, sacando e introduciendo su miembro.

Miguel comenzó a gemir, y sintió entonces, como Manuel se abrìa entre su carne, y como por dentro, su miembro erecto rosaba su suave, càlida y húmeda anatomía.

Manuel, por su parte, sentía que se hallaba en la cùspide de sensaciones. Con los ojos cerrados, entonces se limitò a experimentar dicho momento, sintiendo en su baja zona pélvica, como su carne era abrasada por Miguel. En dicho vaivén, podía sentir el calor que le abrazaba, y dichas paredes, que le presionaban con fuerza.

Y sin poder retenerlo, Manuel lanzó un profundo gemido.

Y asì, ambos se mantuvieron, entre besos, entre suspiros, y entre las exquisitas sensaciones, que ambos se provocaban.

—S-se siente bien... m-me gusta... —gimiò Miguel, en un tono tan dulce, que Manuel sintió que se derretía por èl. 

—Me gustas tanto... —suspirò Manuel, besándole los labios—. Me gustas mucho, mucho...

Y Manuel, entonces profundizó la penetración, y sin mediar palabra alguna, introdujo màs, y Miguel, lanzó un fuerte gemido.

Ambos se aferraron, entre el sudor que impregnaba sus pieles, y entre los rasguños que, inconscientemente, Miguel repartìa por la espalda de Manuel.

Y màs exquisita fue la sensación, cuando entonces Miguel, fue tocado en un punto exacto, en donde estallò en sensaciones sublimes.

La pròstata.

Cuando el pene de Manuel, rosò entonces en cada penetración la próstata de Miguel, èste sintió que pronto iba a desfallecer.

Y sus gemidos, se hicieron màs fuertes, y agudos. Con fuerza, arqueò su espalda, y su rostro, se envolvió en un aura tan jodidamente eròtica, que Manuel sintió que no pudo retenerse màs.

Y aferrándose con fuerza a Miguel, Manuel volvió a introducir màs, penetrando casi por completo, la extensión de su pene.

Y con movimientos suaves, pero profundos, Manuel penetrò por completo, y Miguel, sintìò una extraña mezcla entre dolor, y placer absoluto.

Y en la habitación, se concertò un vaivén de gemidos, y en donde el golpeteo de sus cuerpos, se oyò con fuerza.

Y preso de la ardiente atmòsfera, entonces Manuel tomò las piernas de Miguel, y con fuerza, las alzò por sobre sus hombros. Miguel sintió entonces, que el pene de Manuel, se sintió màs profundo, y se quedó por unos instantes, sin siquiera poder gemir.

Pero se sentía jodidamente exquisito.

Miguel sintió entonces, que una extraña sensación provino desde la parte baja de su vientre. Y, entre el roce del miembro en su interior, y el de su pròstata siendo estimulada con fuerza, Miguel sintió que llegaba a su lìmite.

Y que pronto, iba a correrse.

Apretò las sàbanas, y sintió de pronto, que la vista se le puso borrosa. Posteriormente, un fuerte temblor invadió en sus piernas, y Miguel, por primera vez, sintió que fue capaz de tocar el cielo, con sus propias manos. Ante èl, una imagen mental de colores pasteles, le inundò la vista. Una sensación eléctrica le cruzò el cuerpo, y sintió que de pronto, estaba en un sueño.

Y sin previo aviso, Miguel eyaculò.

Fue todo tan de improviso, que ni siquiera Miguel, fue capaz de preverlo. Manuel, que aùn yacìa penetrando, entonces sintió un líquido cálido en su vientre, y descolocado, se irguió despacio.

Y vio que tanto èl, como Miguel, tenìan semen impregnado en el vientre.

Miguel entonces, comenzó a gemir despacio, estando exhausto, y con las piernas temblando.

—A-amor... —musitò Manuel, extrañado—. Te... corriste. No sabìa que...

—Si-sigue... —gimiò Miguel, aùn preso del orgasmo—. Sigue, M-manu. Sigue penetrando, sig...

—Pe-pero... te corriste, amor. Yo puedo parar, pero...

Miguel entonces, con la última fuerza que le quedaba luego del potente orgasmo, se alzò, y se abrazò a Manuel. Buscò sus labios de forma frenètica, y los besò con hambre. Contrajo su cadera, y con movimientos sensuales, comenzó a moverse, penetrándose a sì mismo, con el pene de Manuel, que aùn erecto, yacìa en su interior.

Manuel entonces, comprendiò el mensaje, y, sin pensarlo por màs tiempo, penetrò a Miguel con màs fuerza.

Y entonces, ambos comenzaron nuevamente a gemir.

Y cuando Miguel sintió, que nuevamente su pròstata era estimulada de una forma que, nunca antes experimentò, sintió que de nuevo alcanzaba el cielo, y tocaba todo lo etèreo y divino, con sus propias manos.

Manuel, por su parte, pronto estuvo también cerca del lìmite. Y, tras varios minutos en donde, abundaron los gemidos, los besos, y las exquisitas sensaciones, Manuel sintió que entonces, una sensación càlida, y el cosquilleo inminente, le invadió la parte baja del abdomen.

Pronto iba a correrse.

—M-me voy a... a correr, a-amor... —advirtió, penetrando con estocadas profundas, mientras que, en la oscura habitación, se oyò a Miguel gemir con fuerza, y el golpeteò de sus cuerpos.

Miguel, que ya no sentía màs fuerzas, ejerciò una leve presión con sus piernas, y aprisionò despacio el cuerpo de Manuel.

—Hazlo dentro...

Susurrò, y Manuel, entonces cedió ante ello.

Y fueron otro par de estocadas, hasta que Manuel, entonces sintió el mayor éxtasis invadirle el cuerpo. La sensación suave y càlida, en lo húmedo y estrechó de Miguel, entonces le revistió el miembro, y el semen, pronto comenzó a salir.

Ambos lanzaron un profundo gemido, y Manuel, siguió penetrando, pero con suavidad, mientras que el semen, seguía saliendo.

Miguel sintió entonces, que era llenado de una exquisita sensación, proveniente desde su amado Manuel. Y sintiendo, que aquello era irreal, las piernas le temblaron sin tregua, y nuevamente, el cosquilleo le subió por el abdomen.

Y también, a los pocos segundos, volvió a eyacular, aunque mucha menos cantidad, que en la ocasión anterior.

Y tras el paso de unos pocos segundos, Manuel dejó el vaivén en su cadera, y rendido, se echò sobre Miguel, respirando con dificultad. En un movimiento suave, entonces bajò las piernas de Miguel, y despacio, las estirò sobre la cama.

Y ambos, se abrazaron entre gemidos, y alientos de cansancio absoluto. El frìo sudor, les impregnaba los cuerpos, y los latidos del corazón, les martilleaban con fuerza.

Manuel entonces, removió su cadera, y su pene, fue retirado de la cavidad de Miguel. Pronto, Miguel sintió entonces que el semen le escurrió desde el interior, y gimiò despacio, al sentir lo cálido y acuoso de ello, caerle entre los glúteos.

Y por varios minutos, ambos se quedaron en silencio, intentando nuevamente, retomar el ritmo de su respiración, y el de reponer fuerzas, después de aquel incansable encuentro ìntimo.

Y tras varios minutos, Manuel sintió un pequeño hàlito de fuerza, y despacio, levantò la cabeza.

Observò a Miguel entonces, y le sonriò despacio.

Miguel, mantenía los ojos entrecerrados, con las mejillas sonrojadas sobre el color canela de su hermosa piel, y con los labios entre abiertos, puramente del cansancio.

Y se observaron, y sonrieron apenas.

Estaban jodidamente exhaustos.

—Te ves tan hermoso, Miguel... —susurrò Manuel, surcàndole el sudor por la sien—. Te ves tan... perfecto, asì.

Miguel sonriò apenas, y con los brazos aùn temblándole, los apoyò por sobre los hombros de Manuel, y con un movimiento torpe, se unieron en un tierno beso.

Manuel entonces, se echò a un costado, y rendido, Miguel se acercò a èl, y se recostò en su pecho.

Ambos se abrazaron, y aùn entre suspiros, se volvieron a besar.

Miguel entonces, se sintió el hombre màs amado del universo. A su lado, yacìa el amor de su vida, diciéndole que, después de dicho acto ìntimo, se veìa hermoso.

Nunca antes, nadie le habìa dicho eso, después de un acto sexual. Siempre, èl había sido despreciado, y humillado.

Y ahora, ante èl, estaba Manuel, diciéndole que lo amaba, y que, en dichas condiciones, después del sexo, le parecía hermoso, y perfecto.

Miguel entonces, sonriò melancòlico, y con la poca fuerza que le quedaba, se aferrò al pecho de Manuel, y en un susurro, le dijo:

—Eres el amor de mi vida, Manu...

Cuando pudo oìr aquello, Manuel contrajo las pupilas. Miguel, que estaba ya al borde del sueño, sintió entonces, los brazos de Manuel acariciarle en la espalda, y en el cabello.

Y en la protección, y en el sosiego que, los brazos de Manuel le brindaban, Miguel se quedó dormido, oyendo en el pecho de su amado, como el corazón, le latìa con una vitalidad increíble, similar a un tornado de fuego.

Maldiciòn; como amaba a Manuel.

Y con una débil sonrisa, Miguel cayó en un profundo sueño, y en lo cálido de los brazos de Manuel, emprendió un viaje a lo onìrico.

Manuel, por su lado, sonriò, y entre incansables caricias a Miguel, y besos en su cabello, susurrò muchos minutos después:

—Tù también eres el amor de mi vida, mi niño...

Y con Miguel, durmiendo profundamente entre sus brazos, Manuel se quedó despierto por varias horas. Al tiempo después, y cuando ya la noche dio la bienvenida a la madrugada, Eva llegó al lado de ambos, y se recostò.

Eva y Manuel, entonces se observaron.

Manuel sonriò con ternura, y Eva, le removió las orejas, divertida.

—Està profundamente dormido... —susurrò Manuel, y Eva, le hizo undivertido ruido como respuesta—. Lo siento, Eva. Creo que te hemos traumado... ¿verdad?¡A-aich! —exclamò, cuando entonces, sintió una punzada en la espalda. Se llevòuna mano a dicha parte del cuerpo, y se percatò, de que tenía heridas; recordó entonceslos rasguños de Miguel en medio del orgasmo, y sonriò divertido—. Vaya... solo espero, que los vecinos no hayan oìdo. Creo que formamos un alboroto...

Eva lanzó un leve maullido, y Manuel, le hizo un ademán, para que guardara silencio, o podría despertarse Miguel.

Manuel, entonces bajò su mirada, y en su pecho desnudo, observó en silencio a Miguel, que dormía con expresión tranquila, y tan inocente y vulnerable, como un pequeño niño.

Manuel entonces, sonriò con tristeza.

—¿Còmo pudiste enamorarme hasta este punto, Miguel? —susurrò en un hàlito, acariciando el rostro a su amado—. Te juro que, nunca antes, habìa amado de esta manera. Eres, de verdad, el sol que ilumina mis dìas ahora. Te amo, te amo mucho...

Eva, que observaba desde los pies de la cama, agachò las orejitas, como diciendo: ''Mierda, que tieeeerno''.

Eva pensó entonces; ¿habrà algún gato como Manuel? Si hay un gato como Manuel, lo quiero como novio.

—Lo que no comprendo, Miguel... —dijo entonces Manuel, aùn observando a Miguel, que dormía plácidamente—. Es... ¿còmo pueden hacerte daño? Yo... no lo entiendo. Eres tan... noble, y... no puedo comprender, como tu padre, no te ama, Miguel. Yo te amo con tanta fuerza, y no puedo entender, como es que, quien te dio la vida, no es capaz de ver lo hermoso que eres, asi como yo te veo...

Hubo un profundo silencio, y Manuel, sintió que los ojos se le llenaron de làgrimas.

Amaba con tanta fuerza a Miguel, que incluso, el dolor de Miguel, lo hacìa suyo también.

Y de pronto, a la mente de Manuel, se vino la imagen de la fiesta en la clínica, cuando la pantalla gigante, proyectò su aviso en internet.

Y Manuel, sintió una peligrosa fusión entre tristeza máxima, y una ira absoluta.

Rigoberto; pensó entonces.

Y Manuel, frunció el ceño. Sintiò que un aura asesina, entonces se impregnò en su alma, y con mucho rencor, el rostro de Rigoberto, se afianzò en su cabeza.

—Maldito hijo de puta... —se dijo, sintiendo que su cuerpo se ponìa rigido, por causa de la ira.

Y la imagen de Miguel sollozando, y del primer dìa en que lo conoció, pidiendo entre gritos socorro, hicieron que Manuel, se enojara aùn màs.

Y peor fue su sensación, cuando a su mente, las palabras de Miguel vinieron: ''¡Yo soy, Manuel! ¡Yo soy la zorra del que todos estaban hablando!''

Manuel sintió entonces, la injusticia en carne viva. No, su amado Miguel no era una zorra. Su amado, y preciado Miguel, no era una perra, ni merecía el prejuicio, ni el sufrimiento, que experimentaba por culpa del asqueroso Rigoberto.

Y Manuel, sintió que la ira se le hizo incontrolable, cuando entonces, volvió a mirar a Miguel, que, abrazado a su pecho, dormía con expresión inocente.

Manuel entonces, sintìò que no podía hacer màs vista gorda; que no podía ignorar màs el asunto.

¿Se iba a quedar de brazos cruzados, después del daño que habían hecho a su amado Miguel? ¿Acaso dejaría que el sufrimiento de Miguel fuese en vano?

—Voy a vengarte, Miguel... —susurrò a su amado, y Miguel, entre medio del sueño, sonriò.

¿Qué habrìa estado soñando? Se preguntò de pronto, y Manuel, sonriò con ternura.

—Soy un médico, y dejè la delincuencia hace muchísimos años, pero... —Manuel guardò silencio, y de nuevo, volvió a besar el rostro de Miguel—. Pero cuando un maldito criminal, no paga su condena, y hace daño a gente inocente, no me interesa volver a ser un delincuente, y volver a ser el mismo de hace catorce años atràs...

Manuel se alzò despacio, sin intenciones de despertar a Miguel. Con cautela, tomò su almohada, y la puso en su lugar. Miguel se removió despacio, y entre dormido, buscò el cuerpo de Manuel. Inconsciente, tomò entonces la almohada, y se abrazò a ella, pensando que se trataba de su amado.

Eva observó curiosa, y Manuel, le mirò con complicidad.

—No despiertes a Miguel, ¿bueno? —le susurrò, y Eva, dio un maullido sordo—. Te lo encargo. Saldrè por unos instantes, y... supongo que volverè antes, incluso de que Miguel despierte. Solo cuídalo, ¿està bien?

Eva dio un leve maullido, y Manuel, entonces se dirigió hasta el baño.

A los pocos minutos, entonces Manuel salió. En silencio, se dirigió al cajòn en donde, guardaba algo de ropa, para las veces en que, se quedaba en casa de Miguel.

Eligió la ropa màs cómoda, y en silencio, se cambió. Al final, agarrò una chaqueta negra, y se la calò. La chaqueta tenía un gorro, y Manuel, se alzò aquel sobre la cabeza, y la amarrò. En el rostro de Manuel, entonces solo fue escasamente visible sus ojos, y parte de su nariz.

Manuel, vestido de dicha manera, parecía un autèntico ''cholo'', o ''flaite''.

—Me siento como cuando vivía en Chile... —susurrò, mirándose en el espejo—. Cualquier que me vea asì, pensarìa que soy un ladròn.

Manuel entonces, se dirigió hacia el living, y antes de abandonar la habitación, observó a Miguel, y desde la puerta, le lanzó un beso silencioso.

Cerrò la puerta, y despacio, caminò hacia la mesita.

Allì, Manuel tomò su computadora portátil, y abrió una ficha clínica con los datos de su equipo médico.

En aquella ficha, yacìan los horarios de su equipo médico. Muchos de los profesionales, que componían su equipo, tenìan horarios distintos en urgencias, que eran horarios extras a su trabajo habitual.

En dicha ficha, también existìan datos de contacto, y dirección del domicilio del personal de su equipo médico.

Manuel, con rapidez, entonces buscò el nombre de Ingrid. Allì, pudo ver que Ingrid, tenía turno aquella misma noche.

Sonriò.

—Ingrid tiene turno esta noche en la clínica, asì que... —Manuel abrió su maletìn, y desde el interior, quedó al descubierto sus herramientas mèdicas—. Eso quiere decir, que hoy Ingrid no está en casa. En casa, solo está Rigoberto; eso me parece perfecto...

Manuel rebuscó entre sus herramientas, y de pronto, hallò lo que tanto buscò.

Y sonriò.

—Con esto será suficiente... —dijo, y tomò el bisturì, alzándolo con cuidado.

Manuel se quedó impávido por varios segundos, observando el bisturì.

—Te has estado riendo demasiado tiempo de Miguel, Rigoberto... —susurrò—. No te matè cuando pude hacerlo, pero hoy, ya no habrá nadie que te defienda, ni nadie que me detenga. Esto es por Miguel, maldito hijo de puta.

Manuel envolvió el bisturì, y lo guardò en una pequeña cajita. Tomò un par de guante de látex, y otras pequeñas indumentarias que, a su juicio, podrían serle útiles.

—No soy un asesino —dijo entonces—, pero sì soy un médico. Conozco la anatomía humana al revés y al derecho, y sè como hacerte sufrir.

Manuel entonces, alzò su mirada hacia el reloj de la sala.

''2:35 am'', marcaba el reloj. Y Manuel, entonces sonriò.

Era aùn temprano. Probablemente, llegarìa antes del amanecer al apartamento. Segùn la información de la ficha clínica, la casa de Ingrid quedaba en las cercanías, por lo que Manuel, llegaría rápido a su destino.

Aparte, lo que haría sería un simple tràmite. No era como si Manuel, quisiera dedicar mucho tiempo a ello. Tenìa un bisturì en la mano, y en las cirugías, Manuel era considerado por el resto de profesionales de la salud, como un maestro del bisturì, por lo que, el usar aquello como un arma, no le sería complicado en lo absoluto.

—Perfecto... —musitò entonces, y con cautela, guardò sus instrumentos médicos.

Se alzò desde la mesa, y en silencio, entonces salió del apartamento.

Y la noche, transcurrió con Miguel durmiendo, ignorante de lo que en esa noche pasarìa, y con Manuel, yéndose a cobrar venganza.

Venganza en nombre de su amado Miguel.

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