Capítulo 6

La traición por mucho que se intente, nunca se puede perdonar

Luis Fernando colocado en un sitio estratégico de la hacienda esperaba la llegada de los intrusos, su informante le dio todos los detalles de lo que deseaban hacer. Jared se encontraba a su lado, ya había hombres apostados en puntos clave.

—El perro Araujo debe estar muy desesperado, para venirse a meter en la boca del lobo.

—Está en la ruina, ya no tiene más nada que perder, todo lo que tenía, ahora es nuestro.

—¿Y después de esta noche qué?

—No lo sé, quizás el próximo paso sea tomar posesión de la hacienda.

—Esta mañana cuando estuve en el pueblo, escuché el rumor de que habían visto a Julio.

Luis Fernando volcó toda su atención en Jared.

—¿Está en el pueblo? ¿Dónde? ¿Por qué me lo dices hasta ahora?

—Porque era mentira, tan solo era un visitante de la familia Pérez que tenía cierto parecido con Julio.

Luis Fernando maldijo por lo bajo.

—Pereciera que a esas personas se las hubiera tragado la tierra —Continuó Jared— en Calabozo peinamos la zona minuciosamente, pero únicamente dejaron la camioneta abandonada y por supuesto nadie vio nada, ni a Vicky, ni a Verónica, ni a Julio.

—Son cinco personas incluyendo a Dolores, no pueden desaparecer así… La familia del tal Octavio desconoce su paradero, no saben de él desde hace casi un año.

—Tranquilo que los vamos a encontrar, tarde o temprano uno de ellos cometerá un error y allí le daremos caza.

—Así lo espero… —Luis Fernando se calló por unos segundos, luego volvió a hablar —Hay que salir del ganado de Antonio, no lo podemos vender donde acostumbramos, estuve

hablando con unos ganaderos de Guanare y están interesados, lo he preparado todo para que mañana mismo, esos animales salgan de la propiedad, yo tengo que quedarme aquí, pero te quiero al frente asegurándote de que todo salgo bien.

—Cuenta conmigo, se hará como lo has dispuesto.

Luis Fernando le dio una palmada en el hombro a su hermano y le sonrió, este le devolvió el gesto.

El canto de la lechuza los alertó, era la señal del hombre que estaba apostado en la torre de vigilancia para alertar de la llegada de los intrusos inmediatamente Luis Fernando y Jared ocuparon sus puestos.

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Antonio entró a las tierras de los Montenegro acompañado de sus séquitos de matones y de su sobrina Andreína, a la que últimamente adoptó como su mano derecha, ya que su hijo anda resabiado desde que su hermana se marchó de la hacienda, cada orden que daba, Alejandro se la cuestionaba por lo que la relación entre ellos se había resquebrajado, pero su sobrina en lugar de ponerle peros, lo animaba y lo apoyaba en todo, esa era el tipo de gente que él quería a su lado, no deseaba que nadie cuestionara sus órdenes, ni siquiera su propio hijo.

En Los Sauces había tres caballerizas, por lo que Antonio dividió a sus hombres que iban cargados con el combustible que haría arder lo más preciado de los Montenegro, el tiempo que duraría dentro de las tierras enemigas sería unos pocos minutos, él asumió el riesgo de ir con la única intención de cerciorarse de que el trabajo se hiciera, no quería errores.

Él, Andreína y dos hombres más iban a ir a la caballeriza principal, cuando se escucharon disparos, escondidos detrás de uno de los corrales, observaron como dos de sus hombres cayeron muertos o heridos, no pudieron ver bien por la oscuridad.

—Nos han descubierto, maldita sea. —Soltó Antonio furioso.

—Tenemos que irnos, patrón. —Le dijo uno de sus hombres.

—No, hay que prenderles fuego a esas caballerizas, esos malnacidos tienen que pagar y no me iré de aquí sin hacerlo.

—Mi tío tiene razón, no podemos irnos con el rabo entre las piernas. —Lo apoyó Andreína.

—Vayan ustedes dos —ordenó Antonio—nosotros los cubriremos desde aquí.

—Pero patrón, eso es lo que quieren que nos acerquemos… ¿Cómo nos va a cubrir si está oscuro?

Se escucharon varios disparos más y no veían que el fuego se hubiera iniciado en las otras dos caballerizas.

—Vayan carajo —susurró Antonio enojado — ahora están entretenidos con los otros… Andreína apunta bien que, si nos echamos al pico, a varios Montenegro, con eso coronamos la noche.

—Estoy lista, tío… Ustedes muévanse que nosotros estamos preparados.

Los hombres, aunque pocos convencidos obedecieron la descabellada orden, no había dado sino unos cuantos pasos cuando el estruendo de los disparos volvió a cortar el silencio, balas que impactaron en el cuerpo de los lacayos de Antonio, que cayeron en el piso malherido.

—Nos han dado patrón, ayúdenos —gritó uno de los hombres que no había avanzado mucho y desde su ángulo podía ver a Antonio.

El patriarca de los Araujo lo ignoró, su sed de venganza lo tenía enceguecido y solo quería hacerles daño a sus enemigos, no le importaba en absoluto la salud o la vida de sus hombres.

—Tenemos que irnos tío, ya no podemos seguir. —Le dijo Andreína.

—Maldita sea, no quiero irme sin antes dejar mi marca a estos malditos.

La muchacha lo observó por unos segundos.

—Yo lo haré.

—¿Estás segura? —Preguntó asombrado.

—Sí, creo que puedo hacerlo sin ser detectada.

Él sonrió complacido.

—Muy bien, yo te cubro, demuestra tu casta muchacha, eres mi orgullo, quien diría, que mi sobrina y nos mis hijos fuera la que estuviera a mi lado luchando por lo nuestro.

—Su causa es mi causa, tío.

Andreína preparó su arma y avanzó sigilosamente hasta llegar a uno de los hombres heridos y le arrebató el combustible, luego siguió hasta su objetivo.

Antonio sintió remordimientos y decidió no dejar que la muchacha hiciera el trabajo sola, por lo que la siguió sigilosamente, sin que Andreína se diera cuenta.

El hombre llegó a la parte de atrás de la caballeriza y allí se paró, para esperar que su sobrina hiciera el mandado. Desde donde se encontraba podía observar todos los movimientos de la joven.

Andreína tenía sus propios intereses egoístas para estar allí, Luis Fernando, ella secretamente le alertó de la jugada que le tenía preparada su tío, aunque el tiempo había pasado ella no pudo sacarse del corazón al hijo de Micaela, estaba locamente enamorada de él y ya no luchaba contra ese sentimiento y ahora que su prima lo había dejado, ella veía renacer de nuevo la esperanza, odiaba a Micaela y algún día la haría pagar lo que le hizo a su padre, pero su hijo era otro cantar, por mucho tiempo estuvo enferma de amor, cuando lo vio perdido, pero ahora se encontraba disponible y haría lo que estuviera a su alcance para ganarse su amor, inclusive si eso significaba traicionar a su propia familia.

Luis Fernando estaba escondido al verla sola se le acercó.

—¿Dónde está? —Le preguntó en un susurro sin rodeo.

—Detrás de los corrales. —Ella le respondió también en voz baja.

—Tengo que darte las gracias por alertarnos, has sido de gran ayuda —él le tocó la mejilla y Andreína casi suelta un suspiro de placer, ese acercamiento a Luis Fernando, valía cualquier

sacrificio. —Ahora tienes que irte, ya di la orden para que nadie te haga daño.

Ella asintió.

—Puedes contar conmigo siempre —Le dijo la mujer sonriendo, mientras ponía una mano en su pecho.

Antonio que observaba desde la distancia, no escuchaba lo que decían, pero si podía ver que entre esos dos estaba ocurriendo algo y como él era un zorro viejo y lleno de astucia. Llegó a la deducción rápidamente al ver la mano cariñosa de su sobrina sobre el pecho del maldito Montenegro

Su sobrina le había tendido una trampa, le puso su cabeza en bandeja de plata a su enemigo, todo su apoyo era una fachada, la realidad era que Andreína les pasaba información, era por eso siempre sabían adonde pastaba el ganado y por eso lo robaban fácilmente, la hija de su hermano, traicionó su origen al unirse al hijo de la mujer que acabó con la vida de su propio padre. En ese momento la ira cegó a Antonio Araujo por completo y no porque estuviera cercado y sus hombres estuvieran heridos, no, su ira se debía a la traición miserable que Andreína había orquestado, así que no dudó en alzar su brazo y apuntar hacia donde se encontraba la joven y disparó una y otra vez.

La muchacha abrió los ojos al sentir los disparo, su cuerpo cayó en los brazos de Luis Fernando que inmediatamente la colocó en un lugar seguro, mientras se resguardaba porque Antonio no había dejado de disparar, Jared y los demás acudieron hacia donde se encontraba su hermano y repelieron el asedio del hombre, más este una vez que se le descargó el arma, corrió hacia su caballo y se marchó a toda prisa, seguido de unos cuantos hombres que huyeron por sus vidas, aunque los heridos quedaron a la buena de Dios.

—¿Qué coño pasó? —preguntó Jared asombrado de ver a la chica herida.

—El maldito de Antonio nos disparó, llama a al médico urgente, Andreína está muy mal.

Luis Fernando le abrió la blusa y pudo observar cuatro impactos de bala en el pecho de la joven.

—Date prisa carajo —gritó, mientras procedía a hacerle el RCP, ya que había perdido el color de su rostro y se estaba hundiendo en la inconsciencia.

Inmediatamente, fueron a buscar al médico de la hacienda.

La sangre salía por la boca de la muchacha.

—No te vayas Andreína —Le decía Luis Fernando mientras practicaba la maniobra.

Pero la joven no reaccionaba.

—Está muy mal hermano —dijo Jared agachado a su lado mientras le tomaba el pulso —no va a resistir.

—Antonio es un maldito, disparó sin importarle que su sobrina podría salir herida.

— Es un miserable.

—Andreína —La llamó Luis Fernando, mientras masajeaba su pecho, pero no reaccionó. —1,2,3 Andreína…

—Se ha ido hermano, ya no tiene pulso, Andreína Araujo ha muerto.

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