Capítulo 33

Verónica Araujo se encontraba hecha un manojo de nervios después de todo lo que había acontecido esa noche, al salir del refugio y ver aquellos muertos la impactó, lo que hizo de inmediato fue clamar en su interior a Dios, por el alma de esos hombres, la nana Dolores le tuvo que preparar un tecito de manzanilla ligado con valeriana al verla tan pálida.

Mientras esperaba que la bebida se enfriara, meditó en la muerte con la que había tenido que enfrentarse desde muy pequeño, pero a lo que no se acostumbraba, sola en la cocina, no pudo evitar que su mente divagara.

La primera vez que la muerte visitó su hogar fue cuando mataron a su padre. Con la noticia estremecedora, su mamá se veía imperturbable, mas ella sintió que le había arrebatado parte de su vida, y aunque Ulises no era un dechado de virtudes, pero el poco tiempo que estuvo con su hija pudo regalarle momentos inolvidables que la joven conservaba intactos es su memoria. Allí fue la primera vez que conoció, lo que era el dolor. Con ese vacío creció, su madre no llenó sus carencias como suelen hacer otras madres con sus hijos, Carmela se ocupó de llenarle las carencias a su tío Antonio, hecho que llenaba de vergüenza.

Verónica se cansó de reprochárselo a su madre, pero al ver que sus palabras caían en saco roto, optó por no decir nada más. Su refugio era la escuela, le encantaba estudiar, aprender, conocerlo todo, era una niña ávida de conocimientos, se sentía contenta, rodeada de otros niños, pero esa alegría se apagaba cuando llegaba a El Morichal, su tío Antonio, la trataba como una sirvienta y no como a una de las herederas del aquel lugar, si le replicaba o se negaba a sus órdenes, pagaba muy caro las consecuencias.

Por eso aprendió a callar y a obedecer y se convirtió en una jovencita tímida.

Un día al salir de la escuela pasó por la iglesia del pueblo, por curiosidad entró,

al hacerlo de inmediato sintió una paz que no había sentido antes, y fue allí que se enamoró de Jesús, así que poco a poco fue involucrando en los menesteres de la iglesia, de las manos de las monjitas, Verónica recibió a Cristo en su corazón, mas en ese tiempo no tenía interés en tomar los hábitos.

Cuando tenía dieciséis acabando de terminar la escuela conoció a un muchacho, un foráneo que tenía poco tiempo en el pueblo, el joven Reinaldo Pérez, era tan devoto como ella, tanto que llegó a ser el monaguillo del pueblo.

Al pasar tanto tiempo juntos entre ellos creció una bonita amistad.

Él se enamoró de la joven perdidamente, es que Verónica, con su cabello caoba claro y su piel blanquísima casi como una porcelana y unos bonitos ojos marrones, no pasaba inadvertida y aunque ella no vestía a la moda como las otras muchachas eso no le restaba belleza, los vestidos que usaba era los que las monjitas cosían para la chica, porque su madre no tenía dinero, vivían de la caridad de Antonio y su tío no tenía una pizca de dadivoso.

Reinaldo era hijo de una familia pudiente, aunque el dinero de los Pérez era de dudosa procedencia y es que el señor Pérez en un comienzo era un hombre de bajo recursos que vivía en uno de los peores barrios de la capital, solo que tuvo la suerte de conseguir unos contactos con gente poderosa del gobierno y al poco tiempo lo pusieron en un ministerio y casi como por arte de magia, la vida le cambió, de un momento a otro, cambiaron la casa del barrio por una quinta en La Lagunita, carros nuevos empezaron a llenar sus nuevas cocheras, la ropa cara comprada en las tiendas más caras del C.C.C.T comenzaron a llenar sus escaparates, las cuentas bancarias crecieron descomunalmente y ya no solamente tenían mansiones en el Country Club y Cumbre de Curumo, sino que también adquirieron una hacienda llena de mucho ganado, y así fue que los advenedizos llegaron al pueblo de San José de Tiznados.

Como su rebelde hijo no se adaptaba muy bien a la vida de rico, lo llevaron al pueblo y lo dejaron en su nueva adquisición con un séquito de empleados que sé encargarían de cuidarlo, ya que los nuevos ricos tenían que continuar disfrutando su vida de millonarios.

Verónica no se enamoró al instante del joven como solían hacer las chicas de su edad, él tuvo que ganarse su afecto, le escribía cartas, le regalaba flores, la acompañaba hasta El Morichal y luego caminaba un par de kilómetros de regreso a su casa caminando; en todas las actividades de la iglesia donde Verónica participaba Reinaldo estaba allí. Fue así que ella comenzó a verlo más de la cuenta y a fijarse que el chico le agradaba y poco a poco él conquistó su corazón.

No pasó mucho tiempo para que Alejandro le pidiera ser su novia y ella aceptó.

Antonio por primera vez estaba contento con su sobrina, pues veía la unión como algo muy bueno para las arcas de la familia y más se contento, se puso, cuando un día el joven Reinaldo se presentó en la hacienda una noche con sus padres para pedir la mano de Verónica, a lo cual el Araujo feliz de la vida se la concedió.

Los jóvenes tenían un amor puro, bonito, de esos amores que solamente se vive una sola vez en la vida. Una tarde, al llevarla a su casa, el joven Reinaldo, en un acto de valentía, la besó, fue un ligero toque de labios, pero para los dos fue como si miles de fuegos artificiales hubieran explotado. Al separarse los corazones latían frenéticos, ella le sonrió y él volvió a besarla con otro ligero toque, solo que esta vez, rodeo su cintura y prolongó más el contacto, Verónica, asustada por lo abrumada que se sentía, se apartó, bajó la mirada tratando de ocultar el rubor encendido de sus mejillas. Esa noche ninguno de los dos durmió pensando en el beso compartido.

Los nuevos ricos querían destacar y por eso decidieron botar la casa por la ventana, le compraron un vestido de diseñador a la novia, el mejor sastre del país vestiría a su hijo. La champaña sería la bebida principal, los mejores cocineros prepararían las más exóticas comidas, aquel evento, aunque alejado de la ciudad de capital, daría de que hablar en todo el país, ese era el sueño de ellos.

Un día antes de la ceremonia, en la hacienda de los Pérez, porque, aunque los advenedizos se las querían dar de finos sus raíces humildes, no las podían ocultar ni con todo el dinero del mundo, odiaban que los llamaran "Los Pérez" si por ellos hubiera sido, se habrían cambiado el apellido por uno que según ellos tuvieran más abolengo. En fin, un día antes del matrimonio recibieron una visita inesperada, una visita de la que nadie se enteró, pero que cambiaría la vida de Reinaldo y Verónica.

La joven se levantó emocionada, su madre igual, comenzaron a prepararla para el momento con el que Verónica soñaba, día y noche, casarse con Reinaldo. El día tan esperado llegaba. Todo estaba listo, el carruaje que su tío había contratado llegó y la familia Araujo salió de El Morichal para la iglesia.

Cuando llegaron, los invitados estaban allí, vestidos con sus mejores ropas, tratando de aparentar el dinero que muchos no tenían, los curiosos y chismosos que en San José nunca faltaban, no perdían detalle del nuevo acontecimiento.

Verónica presintió que algo andaba mal en el momento en el que la llevaron para la casa parroquial en lugar de estar caminado por la entrada de la iglesia acompañada de la marcha nupcial.

La hora pautada había pasado, llevaban una hora de retraso, Verónica estaba preocupada de que Reinaldo estuviera esperándola y ella retenida en la casa del cura.

Pero la madre superiora se sentó frente a ella, tomó sus manos y con los ojos llenos de lágrimas le dijo que Reinaldo no había llegado, ni ninguno de sus familiares.

Verónica inocente, pensó que algo le había ocurrido, que tal vez se había accidentado en el camino, pero la madre superiora le informó que Reinaldo canceló la boda, le leyó una pequeña nota que le él le envió de su puño y letra.

"Deseo cancelar la boda porque me he dado cuenta a tiempo que estaba a punto de cometer un gran error"

Verónica, al escuchar aquello, sintió como su corazón se desgarró y aquel dolor que había sentido con la muerte de su padre volvió a florecer, la herida supuró de nuevo.

Los Araujo fueron la comidilla por varios días en el pueblo.

Antonio, ciego de ira, fue con sus hombres a la hacienda de los bolis burgueses para pedirle cuentas y cobrar la afrenta con sangre, se encontró que la familia se había marchado y los que quedaban eran los empleados del pueblo y la única información que tenía era que no volverían jamás.

—Muchacha despierta, estás ida.

Verónica reaccionó al escuchar la voz de Dolores.

—¿Qué me decías Nana?

—Te decía que el guarapo parece un témpano de hielo.

Ella miró su taza.

—Lo siento nana.

—Tómatelo mi amor, que no tienes buen semblante.

Vicky entró en la cocina como un vendaval.

— ¿Qué pasa por qué estás tan alterada?

—Nana, mi padre está muerto.

—Dios mío, ¿Qué ocurrió? — Preguntó Dolores asombrada.

—Fue mi padre el que orquestó todo esto —Vicky señaló hacia afuera, indicando el asalto —y no solo aquí, sino también en Los Sauces, en su locura, hirió a Jared de gravedad.

Verónica cuando escuchó aquello la taza que tenía en la mano se deslizó y cayó al suelo causando un estruendo. Dolores y Vicky se quedaron viéndola.

—Lo siento, ya recojo esto, soy tan torpe, no sé que me pasa —dijo nerviosa, las manos le temblaban y los ojos se le anegaron de lágrimas.

Vicky fue a su lado y la agarró por los hombros.

—Prima, tranquilízate, no pasa nada, esa taza, es lo menos importante ahora.

Verónica se le quedó viendo.

—¿Dónde está Jared? —Preguntó en un susurro.

La cara de preocupación de María Victoria angustió mucho más a la joven que sintió como el pecho se le comprimía.

—Luis Fernando fue a buscarlo a Los Sauces, dijo que lo traería, tenemos que preparar todo... Dios, todo esto es una locura —Vicky estaba al borde de la histeria.

—Las dos se me calman, en estos momentos la lloradera y el nerviosismo no ayudan en nada, ya hablaremos de ese hombre sin alma que era tu padre, pero ahora hay que moverse, para que cuando traigan al muchacho no falte nada.

Las dos asintieron.

Al poco tiempo Luis Fernando llegó con su hermano, Verónica se cubrió la boca de la impresión cuando vio como lo llevaban a su habitación y dejaba un reguero de sangre por donde pasaba.

Sigilosamente, se coló en el cuarto del joven, el doctor, Luis Fernando y Dolores, estaban allí.

Ella se quedó en una esquina, pendiente de lo que sucedía, y mientras le oraba a Dios para que interviniera y Jared sobreviviera.

—La herida fue limpia, por fortuna no dañó ningún órgano y la bala salió, ahora lo

que queda es suminístrale los antibióticos y mantenerlo sedado para aliviarle el dolor.

—¿Está fuera de peligro doctor? —Preguntó Luis Fernando.

—Estaría fuera de peligro si ese brujo no hubiera tocado la herida, esos menjurjes que usó tal vez le provoquen una infección, por lo que esta noche, hay que tenerlo lo más fresco posible, porque ha perdido mucha sangre, está débil y una fiebre no le haría nada bien.

Ella se ofreció a cuidarlo y Vicky y Luis Fernando no dudaron en agradecérselo una y otra vez.

Una vez que todos se marcharon, ella se sentó en el borde de la cama y agarró las manos del joven entre las suyas.

No sabía lo que le pasaba, ni por qué sentía esa angustia en el pecho, pero solo tenía una certeza, no deseaba que a Jared le ocurriera nada.


A partir esa noche entre Verónica Araujo y Jared Montenegro nacería una historia inolvidable...

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