Capítulo 32


Alejandro, ya un poco más despierto y al tocar el cuerpo de la mujer que estaba en su cama, notó que no era Hadassah, se apartó de inmediato.

—¿Qué coño haces aquí? —Preguntó enojado al darse cuenta de quien era realmente.

—Soy tu mujer, tengo todo el derecho de estar aquí.

—¿De qué carajos estás hablando? —Alejandro se levantó de la cama y se colocó los calzoncillos —Lo nuestro se acabó hace mucho.

—¿Quién es esa Hada?

—No es asunto tuyo.

—Alejandro, todo lo que tiene que ver contigo es asunto mío, ¿quiero que me digas quien es esa mujer? — preguntó furiosa levantándose también de la cama.

—Tú lo jodiste todo Micaela, yo me arriesgué a estar contigo a sabiendas de que eso me traería problemas con mi padre, me la jugaba cada noche metiéndome en tu cama, ¿y qué hiciste tú? Te metiste con mi hermana, las usaste a ella y a mí ¿Qué carajos vienes a reclamar ahora?

—Me equivoqué, no sabes cómo me ha pesado haber hecho eso, pero ya lo que nos separaba no está, el desgraciado de tu padre a esta hora se lo están comiendo los gusanos y tu hermana está muy tranquila con mi hijo, tú y yo tenemos el camino libre.

Alejandro se pasó una mano por su cabello y posó su mirada de acero sobre Micaela.

—Ya no estoy interesado Micaela, lo nuestro pasó.

—¿Es por esa maldita mujer?

—Recoge tus cosas, quiero que te largues de mi casa y no vuelvas.

—¿Crees que puede librarte de mí tan fácil Alejandro? ¿Crees que puedes borrarme de tu vida?

— No lo creo, estoy seguro.

Micaela negó con la cabeza.

—No, Alejandro, esta relación no se acaba cuando tú digas, se termina cuando yo así lo desee y este no es el caso... Te daré tiempo para que disfrutes de la zorra con la que te estás acostando, pero luego volverás a mí, eso te lo juro, como que me llamo Micaela Montenegro.

La doña salió de aquella habitación hecha un vendaval y así mismo llegó a Los Sauces.

Una vez estacionó el rústico, no entró a la casa, sino que se fue a la casa del capataz, donde se encontraba el negro Eusebio.

No tocó, sino que giró la manilla y entró, el negro no estaba solo tenía compañía, una de las sirvientas de la casa, se encontraba clavada entre sus piernas, al ver llegar a la patrona, la mujer soltó al hombre y quedó viéndola.

—Lárgate puta —gritó Micaela — y tú vístete — le dijo al negro.

Ya vestido, Eusebio se le acercó.

—¿Qué pasó doña? ¿Qué me la tiene tan molesta? —preguntó mansito.

—Las putas, eso es lo que me tiene muy molesta.

—Gua y que me le hicieron las putas.

—Las no, una puta, la que se acuesta con Alejandro.

El negro encendió un cigarro, aspiró profundamente y luego soltó el humo.

— El Araujo se podrá acostar con cualquiera, pero usted es su hembra.

Micaela se giró para mirarlo a los ojos.

—No, negro, esta vez es diferente, Celustriano me lo advirtió, pero no yo le hice caso, maldita sea.

—Mi doña, ninguna mujer puede hacerle frente a usted.

—Eso lo sé negro, por eso quiero que vayas ahorita mismo a buscarme a Celú y me lo traes de inmediato.

Eusebio asintió, le dio otra profunda calada a su cigarrillo para después tirarlo al suelo y pisarlo con la bota.

—Como usted mande doña.

Media hora después, Celustriano entraba en la casa del capataz, con una caja al hombro.

—Ya estamos aquí Doña —dijo Celu al ver a Micaela.

—Tú y yo tenemos trabajo pendiente. — Dijo rápidamente.

—Ya lo sé, estaba esperando su llamada. —Contestó él a la vez que ponía la caja en el suelo.

Micaela se le acercó y lo agarró por la solapa de la camisa.

—Escúchame bien Celustriano, tú te has mantenido en mi hacienda y en un puesto privilegiado porque tu trabajo ha sido útil para mí, ya sabes a cuál trabajo me refiero... Yo los errores los cobro con sangre y a ustedes dos —Señaló también a Eusebio — ya los he perdonado lo suficiente, si no obtengo los resultados que quiero, pagarán las consecuencias. — Dijo furiosa, mientras soltaba al brujo.

— No tiene nada de que preocuparse doña, esta vez ninguno de los dos fallaremos.

— Eso espero.

Celu con ayuda del capataz hicieron un círculo de velas negras, con diversas figuras dibujadas con tizas. Luego el brujo roció la sangre de un chivo que había degollado.

Micaela se despojó de su ropa, quedando en ropa interior y entró en el círculo, mientras Celu la bañaba a ella también con esa sangre.

—¿Qué quiere doña? Pídaselo a los espíritus. —Le decía el negro en trance.

—Quiero que mi hombre vuelva a mí.

—Así será — Celustriano, tomó un poco de aguardiente y luego lo escupió.

—Siga pidiendo.

—Quiero que él vuelva a mi cama, mansito.

El brujo comenzó a catar en un idioma extraño, mientras agarraba unos cocos que había rellanado previamente con pólvora, los encendió, haciendo que explotara, lo que provocó un ruido ensordecedor.

—Las cadenas que lo unen a otra mujer se rompieron, así como se rompieron esos cocos — murmuraba Celu, mientras daba vueltas alrededor de ella — ese hombre volverá a ser suyo.

— Sí, —gritó Micaela emocionada — quiero a Alejandro Araujo a mis pies.

Una vez que terminaron de practicar las artes oscuras, la doña volvió a vestirse.

Eusebio estaba afuera esperando.

—Negro —dijo al verlo —a partir de mañana quiero que vigiles a Alejandro, no te le despegues, quiero que seas su sombra y me averigües quien esa mujer con la que está embochinchado.

—¿Y qué hago luego con la mujer? —Preguntó Eusebio con un brillo de maldad

en su mirada.

—¿Hace falta que te lo diga? Ya sabes lo que tienes que hacer, eso sí que nadie sospeche de nosotros.

—Naiden se enterará, cuento con eso mi doña.

🤠🤠🤠🤠🤠🤠

Después de aquella noche, Micaela estuvo más tranquila y esperó a que todo cayera por su propio peso, siguió dirigiendo la hacienda con puño de hierro, haciéndola, mucho más prospera, su fortuna cada día se incrementaba, aunque nada de eso le daba satisfacción porque había dos cosas que quería y que por el momento no podía tener.

Una mañana estaba sentada en su despacho hablando unos de los peones.

—Quiero que muevas la cerca. — Ordenó.

—Doña, los Gallardo no son tontos y tienen gente apostada en los linderos.

—Llévate a todos los hombres que necesitas y si es de echarle, plomos a esos desgraciados, pues le echas, esos miserables ayudaron a Antonio y yo la traición, la cobro, muy caro. —Micaela miró al hombre y vio miedo en su mirada —si no tienes las bolas de hacerlo, entonces yo misma iré y me acompañas para ver si así aprendes a ser un hombre.

—Yo cumpliré su orden —dijo el hombre envalentonado.

Micaela lo miró con la ceja levantada, incrédula de que el peón pudiera hacer lo que le estaba pidiendo.

Tocaron a la puerta.

—Adelante —dijo en elevando el tono, luego miró al peón —ya te puedes irte, más tarde afinaremos detalles tú y yo.

Entró Celustriano.

—¿Y eso tú por aquí? —Preguntó Micaela al ver al brujo.

—Doña, no le traigo muy buenas noticias.

—¿No sirvió el trabajo de Alejandro? — No disimuló el tono de preocupación.

—No, eso es un hecho, es otra cosa la que me trae aquí.

—Habla, no me tengas en ascuas.

—Usted sabe que, en la reyerta, nos descubrieron a una de las mujeres allá en la casa del catire.

—Ni me recuerdes a esa idiota. —Soltó Micaela con rabia.

—Los muertos pasan al olvido. —Dijo el brujo riéndose.

—Así es. —Asintió la mujer.

—Como le decía doña, no solo metí a la difunta, sino que previendo que algo podía salir mal, quedaba la otra para que fueran sus ojos.

—¿Le pasó algo a mi hijo? —Volvió a preguntar.

—No, el catire está bien, es la mujer la que tiene algo.

—¿Qué tiene esa desgraciada?

—Pues que la hija del perro Araujo está esperando un hijo del catire, que en los próximos meses usted va a ser abuela de un sute que lleva la sangre de su peor enemigo.


Mis amores mañana debido a un compromiso de última hora no subiré los capítulos que faltan, pero el lunes subiré los capítulos finales de esta apasionante historia



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