Capítulo 30
Carajito(a) Es un término tan criollo que lo utilizamos en cada etapa de nuestra vida y es tan parte de nuestra idiosincrasia que ni nos damos cuenta cuando la usamos.
No se sabe exactamente de donde proviene, a través de los años lo fuimos, aprendimos de nuestras abuelas y se fue expandiendo hasta ser una de las palabras insignia de Venezuela.
Carajito lo empleamos para definir a un menor(niña o niño) que sencillamente jode. Este donde llega da de que hablar, es intranquilo, malcriado, destructor, no respeta a sus mayores, en fin, es un demonio.
Los nubarrones negros que azotaron por varios días a San José de Tiznado se fueron dispersando poco a poco, aunque dentro de las dos familias más importantes del pueblo la situación no iba a mejorar en mucho tiempo.
La noticia de la muerte de Antonio Araujo conmocionó a los San Josedeños, nunca imaginaron que el patriarca moriría de esa manera, siempre pensaron que llegaría a viejo, haciendo de las suyas.
Como en todo pueblito, siempre hay dos bandos y San José no era la excepción
—Al fin se murió ese diablo. — Dijo un hombre con rencor.
—No diga eso, don Pancracio —Respondió el otro —don Antonio era un hombre bueno, fue esa mala mujer que no le dejó vida, desde que pasó lo que pasó, la agarró con ese pobre hombre ahora, mire usted que el hijo de la doña lo mató, le voló la tapa de los sesos, le metió 21 puñaladas y hasta le cortó las manos y los pies, esa gente sí que son el propio demonio.
—Qué va, el hijo de la doña, lo que estaba era defendiéndose, no ve que el Araujo andaba con los hombres esos, de Los Chigüires —Pancracio hizo una pausa para persignarse unas cuatro veces — esos mandingas no tenían alma y el catire que es un hombre de verdad no le quedó otra que echarle plomo y al desgraciado de Antonio también, bien merecido se lo tenía.
Y así la noticia se extendió por todos los pueblos aledaños, fue la comidilla por muchos días hasta que apareció algo de más relevancia en el lugar.
En El Morichal, María Victoria, acompañada de Alejandro, su hermano, bajo enorme Samán que se encontraba alejado de la casona, enterraban el cuerpo de su progenitor. Solo estaban ellos dos, no deseaban que nadie más estuviera ahí.
Cuando la última pala de tierra cayó sobre el montículo y los peones se retiraron dejándolos solos. Alejandro fue el primero en hablar.
—El hombre al que yo admiraba cuando era pequeño a medida que fui creciendo se fue desdibujando con el tiempo, no lo recuerdo, sé que alguna vez Don Antonio Araujo, fue un padre amoroso, vagos extractos se cuelan por mi mente, hubo un tiempo en la que no solo era la venganza lo que ocupaba su vida, fueron tan breves esos instantes que la realidad actual los aplasta, solo me consuela el hecho que, con su muerte, acaba todo y comienza una nueva vida para los dos —Alejandro se giró y miró a su hermana, ella lo agarró de la mano.
—Tú al menos conservas esos vagos recuerdos, yo únicamente tengo los de un padre ausente, al que solamente lo veía esporádicamente, presentándome un amor completamente falso, porque cuando llegué aquí nunca me demostró que realmente me quería. Solo quedamos tú y yo, de ahora en adelante tenemos que hacerlo bien, la muerte tiene que alejarse de nuestro apellido, levantaremos una nueva generación que borre toda esta vergüenza por la que Antonio y sus hermanos nos hicieron pasar. —María Victoria sollozó y Alejandro la abrazó por largo rato, hasta que toda aquella amargura se fue disipando. Abrazados regresaron caminando hacia la casona.
—¿De verdad quieres permanecer casada con el Montenegro? — Le preguntó Alejandro con incredulidad — Si no lo deseas, no tienes por qué seguir con él.
—Ya te lo he dicho, Luis Fernando es mi esposo, estamos enamorados y no nos vamos a separar. — Respondió Vicky con tranquilidad.
—Me gustaría decirte que me alegro, pero ya sabes que, aunque Antonio haya muerto, los recelos persisten.
—Estoy segura de que con el tiempo las cosas entre ustedes mejorarán.
Alejandro frunció el entrecejo.
—Eso lo dudo, enana.
—Por favor déjame de llamarme así, ya soy una mujer casada.
—Para mí siempre serás, mi enanita. — Contestó Alejandro riéndose mientras le revolvía el cabello.
María Victoria le dio un pellizco por el brazo y se separó de él.
—Carajo, me vas a dejar sin brazo. — Se quejó su hermano.
—Te lo mereces por sinvergüenza.
Él sonrió.
—¿Qué has hecho en la hacienda mientras estuve ausente? — Le preguntó Vicky.
—Luchando contra la corriente, sabes que estamos prácticamente arruinados, he tenido que echarme, literalmente, estas tierras al hombro, no te voy a mentir diciéndote que vamos bien, pero las cosas no van fluyendo tan mal.
—Estoy tan orgullosa de ti, quien diría que el enclenque odioso ese, que tenía que verme obligada a soportar algunos fines de semana, sería quien llevara las riendas de El Morichal y hasta buen mozo te has puesto.
—Vaya que, cumplido, lo mismo digo yo de ti, una carajita que era un coñazo, peor que un dolor de muela y mírate, saliste luchadora, igual sigues jodiéndole la vida a la gente, pero, por ahora me caes bien, enana.
—Idiota —dijo Vicky riéndose —hablando en serio, hoy hablaré con Luis Fernando, él devolverá el ganado de la hacienda y lo que sea necesario para que nuestras tierras vuelvan a prosperar más que antes.
—No quiero la migaja de los Montenegro — Espetó Alejando en tono severo.
—No son ningunas migajas, es nuestro ganado, nos pertenece y él accederá a devolverlo y deja de comportarte como un troglodita, hazme el favor.
Estaban tan entretenidos en su conversación que el camino de vuelta se le hizo corto y gracias a las risas de las mujeres que se encontraban alrededor de Julio se dieron cuenta de que había llegado.
El hombrecillo estaba alebrestado, con los hombros erguidos, y con gran elocuencia daba su versión de lo que había ocurrido en la hacienda de los Mattordi un par de días atrás.
Alejandro y Vicky se acercaron a escuchar el relato.
—Entonces viene el que llamaban el carnicero, tratando de amedrentarme con su estatura y con la pistolota, pero él no sabía que yo era un llanero resteao, y que no iba a dejá que le hiciera daño a ninguna de las mujeres y mientras el catire andaba en Los Sauces, yo me agarré a coñazo con esos bicho, ellos gritaban a gañote suelto que no les pegara más... Yo no le hice caso y los dejé muerticos y fue así que salvé la hacienda... Cuando el catire llegó se quedó loco por lo que había hecho y casi me nombra capataz, pero yo le dije que no, que no podía aceptá, porque mi trabajo era cuidá a Vicky.
Alejandro dejó de ver a Julio para comentarle a su hermana riéndose.
—Es un crimen que te hayas llevado a Julio, si lo hubieras dejado aquí, no nos hubieran robado el ganado.
—Es un embustero, esa noche lo encontramos metido debajo de una camioneta, costó Dios y su ayuda sacarlo de allí, hasta se orinó en los pantalones.
Elenita suspiraba emocionada, escuchando a su novio.
—Julio cuéntame otra vez, como fue que rescataste a las mujeres donde la tenían esos malhechores. —Preguntó la muchacha ruborizada, mientras que las otras aplaudían para animar al héroe llanero.
—Lo que tú me pidas Elenita —dijo subiendo y bajando las cejas con picardía
mientras la miraba y la muchacha se reía con coquetería. —Yo agarré la pistola del carnicero y después de ponerlos como un colador fui a un escondite que yo mismo le hice a las mujeres, a ninguna les pasó nada, ni siquiera se les alborotó el moño, las que estaban solteras se quedaron enamoraítas de mí, pero yo les aclaré rápido que tenía a mi novia y que no me estuvieran molestando.
—Luis Fernando tiene que tener cuidado — Le comentó Alejandro a su hermana — no vaya a ser que un día de estos tú también te enamores de semejante prospecto.
María Victoria se rio con ganas.
— Ese Julio tiene un corazón multifamiliar, allí caben un montón de amores, tendría que hacer una larga cola.
—El terror de San José... —Soltó Alejandro en tono jocoso.
Siguieron escuchando las historias asombrosas de Julio hasta que Alejandro miró su reloj.
—Tengo que irme —le dijo a su hermana de repente.
—¿A dónde? Tenemos tiempo sin vernos, la nana está haciendo un rico hervido para consentirte y tú sales ahora con que te vas.
—Tengo un compromiso, no puedo posponerlo.
—¿Tan importante es?
—Muy importante.
Maria Victoria suspiró con frustración.
—Está bien, vete, pero ya me contarás de ese compromiso, no sé por qué, pero tengo la sensación de que ese compromiso tuyo, tiene nombre de mujer.
Alejandro sonrió con picardía.
—Lo sabía.
—Dile a Dolores que me guarde mi hervido y que tiene una semana para quedarse contigo, porque la quiero devuelta a su casa y si no iré para la hacienda del alemán y la raptaré.
—Eso ya lo veremos hermanito.
Alejandro la abrazó y le dio un beso en la mejilla.
—Cuídate Enana.
—Tú también.
Él le guiñó el ojo.
Vicky observó como su hermano fue hasta el establo y sacó a su semental, se montó en él y salió al galope. Ella se quedó con la curiosidad de saber quién era la mujer con la que se encontraba tan entusiasmado.
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Alejandro llegó al límite de sus tierras, allí se encontraba una pequeña casita que él había mandado a construir poco tiempo atrás, era un sitio de encuentro, alejado de la mirada de los curiosos y resguardado bajo la enorme sombra de dos Merecures.
Alejandro se bajó del caballo, llevaba varios días frustrado porque no había sabido nada de ella, de esa mujer que lo tenía loco, así que esa mañana, cuando recibió su nota citándolo de nuevo, no dudó ni un segundo en acudir a su encuentro, en lo que abrió la puerta, la vio allí parada esperándolo.
Sus ojos marrones la recorrieron sin prisa, la catira estaba preciosa, sin pretenderlo, todo en ella era endiabladamente erótico, con su cabello liso y rubio y con esos hermosos ojos grises cristalinos, que lo deslumbraba, deseaba tocarla, se moría por posar sus manos sobre esa cintura estrecha y escucharla gemir su nombre. La excitación se apoderó de él y en dos largos pasos la tuvo cerca y se abalanzó sobre Hada, la acorraló contra la pared, la alzó en volandas con sus fuertes brazos y la besó, dispuesto a no dejarla salir de aquel lugar hasta saciarse, como ya estaban acostumbrados a hacerlo.
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