Capítulo 29
Se escuchó un murmullo, de las demás mujeres que se encontraban allí en el momento que oyeron la confesión de Inés. Luis Fernando se pellizcó el puente de la nariz y trató de controlar la ira que amenazaba con emerger dentro de él.
— ¿Cuál era el plan? — preguntó con la voz acerada, que hizo dar a la mujer un respingo y que de inmediato hizo que las otras callaran, la autoridad que manaba en él, era impresionante en ese momento.
Inés tragó grueso.
—La doña sabía que al llegar los hombres de Los Chigüires, ustedes vendrían a este refugio, lo que yo tenía que hacer era sacar a la patrona del escondite, eso fue lo que me dijeron y eso fue lo que hice, pero también... — La mujer dejó de hablar abruptamente.
—¿También qué? —Preguntó él cerniéndose sobre la asustada sirvienta.
—No me vaya a meté presa, ellos me dijeron que lo hiciera...
—Habla de una vez, mujer, estás agotando mi paciencia.
María Victoria permanecía al lado de su esposo, nunca lo había visto tan furioso como esa noche.
—Me pagaron para que envenenara a la patrona, me dieron esto —Inés le entregó un frasquito con líquido transparente. —Yo no lo hice... porque tenía miedo.
—A mí no me vengas con cuentitos, no lo hiciste porque no tuviste la oportunidad, ya que Dolores no te dejó a cargo, porque es ella quien se encarga de mi mujer ¿No es cierto?
La mujer bajó la mirada.
Luis Fernando la agarró del brazo sin ninguna contemplación y salió del escondite.
—Por favor patrón, le juro que yo no quise hacerle daño, me tenían amenazada, perdóneme, no me vaya a meter presa.
Él hacía caso omiso a las súplicas de la mujer.
—Pablo —llamó al capataz que en ese momento arrastraba a unos de los cuerpos de los maleantes caídos en la reyerta.
—Diga patrón.
—Quiero que te lleves a esta mujer al pueblo y la refundas en la cárcel y le dices al comisario que más le vale obedecerme, que después que solucione unos asuntos iré por allá y hablaré con él.
—Como usted mande, patrón.
—Yo no tuve nada que ver, ellos me mandaron. — Gritó Inés llorando para que Luis Fernando se compadeciera, pero este ni se inmutó.
—Llévatela no la quiero ni un minuto aquí en mis tierras y deshazte de esos cadáveres cuanto antes.
Pablo agarró a la mujer y comenzó a impartir órdenes a los demás que se encontraban aplacando el fuego, que había disminuido sin tener mayores repercusiones.
Luis Fernando regresó al escondite...
—Ya pueden volver a la casa —ordenó.
Todas salieron sin decir una sola palabra, sabían que no era buen momento, María Victoria no se movió de su sitio, esperó a que los dejaran solos para poder hablar con su esposo.
Ella se acercó con intenciones de abrazarlo, pero él no se lo permitió, ella se sorprendió.
—¿Qué sucede? — Preguntó contrariada.
—Sucede que te has puesto en peligro innecesariamente, eso es lo que pasa, que si yo no llego a tiempo ese infeliz te hubiera hecho daño.
—Es que yo le creí y pensé en ese niño y...
—¿Y nuestro hijo que María Victoria? No sé si logras comprender donde estamos parados, contra que tú y yo nos encontramos luchando, ahora no solo somos nosotros, sino que está nuestro hijo y hay que protegerlo, esto es algo que debemos hacer juntos...
Ella se quedó unos segundos callada reflexionando, luego habló contristada:
—Mi amor lo siento, perdóname, no pensé, reconozco que fui impetuosa y me puse en riego a mi bebé — Ella se acarició el vientre — tienes razón en todo lo que me has dicho, no volveré a ponerme en riesgo... Estoy tan abrumada con todo esto, no entiendo qué sucede aquí... Esa mujer dice que tu madre la envió y ese horrible hombre dijo que fue mi padre que los envió, ¿qué es toda esta locura? ¿Es que son cómplice?
Él la tomó de la mano y la envolvió en sus brazos, ella reposó en su pecho, Luis Fernando continuaba furioso, pero Vicky sabía como aplacar su rabia, tan solo con tenerla apretada a su cuerpo, la calma volvía a él.
—No sé exactamente qué ocurrió, pero tengo una vaga idea... Hay algo que debes saber.
María Victoria se separó un poco y lo miró a los ojos.
—¿Qué sucede?
—Cuando llegué a Los Sauces fui a hablar con mi madre, al poco tiempo la hacienda también fue atacada, era tu padre, por supuesto su único objetivo era matar a Micaela, pero Jared se interpuso y lo hirió.
—! Oh Dios mío! ¿Jared está bien, está vivo? —Preguntó Vicky consternada.
—Está herido, pero vivo... Antonio iba dispuesto a todo y yo no podía dejarlo continuar y ahora que sé, que envió hombres aquí, menos me arrepiento de lo que hice... Maté a Antonio Araujo.
Vicky se quedó pasmada, las palabras se agolparon en la garganta, se quedaron en silencio por unos minutos, ella esperó sentir algo con aquella noticia, pero no hubo dolor, ni alegría, ni rabia, ni tristeza, no había absolutamente nada.
Luis Fernando fue hasta ella y tomó el rostro de su esposa entre sus manos y buscó sus ojos negros azabaches y los escudriñó.
—No tuve alternativa, era su vida o la mía, porque tarde o temprano o yo lo mataba o él lo haría conmigo.
—No sé qué decir, no sé qué pensar.
—Solo te pido que no me odies por esto, es lo único que me importa.
—Jamás podría hacerlo... Pero no es fácil de asimilar todo lo que ha ocurrido.
— Todo pasará mi amor, más temprano que tarde, dejaremos esta maldita locura atrás.
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Hadassah no entró en la casa inmediatamente, se quedó atrás porque necesitaba comprobar que el lugar no hubiera sufrido algún daño, ella amaba ese sitio, en esa casa fue donde vivió los momentos más felices de su niñez. Allí su abuela Flora la llenó de mucho amor, mientras que su abuelo la paseaba por la hacienda, contándole infinidades de historias, de su tierra, sus creencias, su amor por la libertad y sobre todo el amor por su familia. La joven no comprendía como de dos personas tan maravillosas hubiera salido alguien tan cruel y despiadado. La joven dejó de pensar en su madre y repasó la fachada de la casa, fue en ese momento cuando Eusebio se apareció ante ella.
—Señorita —La saludó quitándose el sombrero, la repentina aparición hizo que se asustara.
—¿Eusebio que hace usted aquí? — Preguntó en tono serio.
—Vine a ayudar al patrón, pero él no necesita de mí. — Dijo señalando la tranquilidad que ya comenzaba a reinar en la hacienda.
—Diga la verdad — Lo increpó ella — Micaela lo mandó obligado para que cuidara a su muchacho.
—Es cierto que la doña me envió, pero no solo por el patrón, sino por usted, pa' cuidarla de que nada malo le pase.
—Micaela jamás se ocuparía de mí.
—Ella no, pero yo si me intereso por mucho usted, señorita.
Hadassah fue muy consciente de como el capataz de Los Sauces la miraba de una forma diferente, quizás antes, cuando era inocente, no se había dado cuenta, pero ahora, si podía apreciar que esa mirada encerraba otras cosas.
—Gracias Eusebio, como ve, estoy bien, así que ya se puede marchar, no tiene nada que hacer aquí.
El negro se acercó invadiendo el espacio personal de la joven y tomó un mechón de su cabello dorado entre sus dedos y los acarició mientras clavaba su mirada en ella.
Ese gesto no le gustó en absoluto a Hadassah que retrocedió de inmediato.
—No vuelva a usted a hacer eso, no exceda sus límites.
Él sonrió con malicia, los ojos negros de Eusebio la recorrieron lentamente.
— Señorita, ya usted está dentro de mis límites. — Se quitó el sombrero a modo de saludo y se marchó, dejando a Hadassah con un regusto amargo en su boca.
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Después de dejar a María Victoria un poco más tranquila, Luis Fernando regresó a Los Sauces con varios de sus hombres, un silencio reinaba en el lugar, había regresado la calma.
Él entró directamente a la habitación de Micaela y vio al brujo Celu atendiendo a su hermano.
Micaela estaba sentada en una silla al ver a su hijo, se levantó de inmediato, caminó hacia él contenta de verlo allí sin un rasguño, iba a medio camino cuando la voz severa de él la detuvo.
—No te atrevas a dar un paso más.
Ella lo miró sorprendida.
—Tú —señaló Luis Fernando al brujo —fuera.
Celustriano dejó lo que estaba haciendo y salió de la habitación.
—¿Qué te pasa por qué me hablas así? Recuerda que soy tu madre.
— Tú eres la que has olvidado lo que es ser una madre, no te has ganado el respeto, ni el derecho.
—¿Cómo puedes decir algo así?
—No voy a perder mi tiempo hablando contigo, no vale la pena... solo ten en cuenta una cosa, toda la admiración y el amor que sentía por ti, murieron hoy.
Ella lo fue a agarrar, pero él no se lo permitió.
— Hijo, no me digas eso, tú eres mi vida, eres mi todo Luis Fernando.
—Por favor, ya basta, te dije que no iba a perder más mi tiempo en esto, estás enferma de odio, hoy lo terminé de comprobar — bramó él furioso — sabías que Antonio iba a enviar a unos matones capaces de todo a la hacienda de mis abuelos y lo permitiste, sin importarte que Hadassah, tu propia hija se encontraba allí ¿Qué clase de monstruo eres? Me mandaste a llamar para dejar a mi mujer y a mi hermana sin contar a las demás, desprotegidas.
Luis Fernando miró hacia la cama donde se encontraba su hermano.
— Y él —señaló a Jared —debatiéndose entre la vida y la muerte por defenderte a ti, que nunca has tenido ni un poco de afecto por él... Me das asco, no mereces una lealtad ni un amor semejante... Pero eso se acabó, aléjate de los míos, olvídate de mí, no me llames, no me busque... Y te advierto que si vuelves a arremeter contra las personas que están bajo mi protección, que no te quepa duda alguna que responderé y no te gustará, así que no me provoques Micaela Montenegro.
Luis Fernando dio un silbido y de inmediato entraron sus hombres y con la asesoría del médico del pueblo, al que nunca la doña mandó a buscar, sacaron a Jared de Los Sauces.
—Luis Fernando, hijo...
—No vuelva a llamarme así, hoy has perdido todo tus derechos sobre mí.
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