Capítulo 17


—¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme? —Increpó Micaela a su cuñada.

Alecia más tranquila después liberar a su sobrina de una tunda brutal, se concentró en sus propósitos, ya que sus planes se estaban cayendo y no había podido hacer nada, todo le salía mal. Actuó por sus propios medios al ver que las intenciones de Micaela era dejarla por fuera de la vida de Luis Fernando y si no se ponía abusada, hasta de la que era su casa la iba a sacar, por eso una de las tantas noches que fisgoneó en la casa de los Mattordi, decidió actuar. Entró a la recámara del Montenegro, ya que Alecia sabía cada paso de él, desde que la Araujo había salido de su vida, Luis Fernando se encerraba en su habitación después de las largas jornada en Los Sauces para buscar refugio en el alcohol.

En el momento que ella entró, lo vio tirado en la cama, tan solo con los pantalones puestos, estaba dormido, lo que le dio la oportunidad, de deleitarse; ese hombre era perfecto, con su musculoso torso, bronceado por las largas horas bajo el sol, su pecho se encontraba cubierto con esa fina capa dorada que eran sus vellos que recorrían también sus poderosos brazos, fantaseaba con la idea que él la rodeara con ellos, luego sus ojos recorrieron las largas y musculosas piernas, que se podían apreciar bajo la tela de los vaqueros. Sin esperar más tiempo, Alecia se desvistió quedando completamente desnuda y se montó en la cama y colocó las manos sobre el pecho de Luis Fernando, que al sentir que lo tocaban, se despertó inmediatamente. En su mente ella se imaginó que él no se resistiría a sus encantos, ningún hombre lo hacía, pero Luis Fernando se apartó de ella.

—¿Qué haces aquí? —Le preguntó él en un tono serio, ni siquiera le recorrió el cuerpo con su mirada.

—Quiero quitarte toda esa tristeza que llevas encima, yo no te voy a pedir nada,

nadie se enterará de lo que aquí suceda, será nuestro secreto —Alecia gateó desnuda por la cama para acercarse a Luis Fernando.

El Montenegro vio la ropa de Alecia, la recogió y se la entregó

—Vístete y sal de mi habitación y espero que esto no se vuelva a repetir.

—¿Por qué? Es solo sexo, no te estoy pidiendo nada, solo disfrutar, yo sé que lo necesitas.

—Si yo necesito a una mujer voy y la busco y la hago mía y en estos momentos este no es el caso.

—María Victoria te abandonó para irse con otro, quien sabe desde cuando se acostaba con su novio de la capital, quizás hasta se acostó en tu misma cama y tú aquí sufriendo por esa zorra.

Luis Fernando agarró a Alecia del brazo sin ninguna contemplación, ella no se había vestido, pero eso a él no le importó, abrió la puerta de su recamará y la echó sin contemplaciones.

—No vuelvas a venir a esta casa, porque la próxima vez no seré tan condescendiente.

—Luis Fernando... —Alecia lo llamó, pero este ya había cerrado la puerta de un trancazo.

Fue así que entendió que no lograría absolutamente nada con el Montenegro, por lo que no tenía más opción que buscar otras alternativas, ya que al lado de Micaela no obtendría nada, ni siquiera el amor de Luis Fernando, le era más factible unirse al enemigo de esta, porque al menos de esa manera recuperaría lo que le pertenecía.

—Habla de una maldita vez —Micaela la agarró por los brazos y la zarandeó para que hablara.

—Ha pasado algo terrible... Tu hijo ha ido a buscar a esa mujer y la ha metido en la casa de tus padres.

—Eso es imposible, Luis Fernando no haría eso.

—Claro que lo ha hecho, yo lo vi, trajo a esa zorra y eso solo significa que tu hijo, pronto sabrá lo que realmente sucedió y tú y yo no saldremos bien parada de esta, porque Luis Fernando está enceguecido por esa mujer y ella no tardará en revelarle toda la verdad, si es que aún no lo ha hecho.

—Maldita sea, no puede ser, ¿hasta cuándo esos miserables de los Araujo me joderán la vida? —Gritó Micaela furiosa.

—Tienes que hacer algo, no puedes dejar que todo se derrumbe... por lo que vi, estaban enojados, quizás aún hay una ventaja de la que puedes aprovecharte.

—Ve a la casa de Eusebio a ver si se encuentra allí, si no está, entonces ve a la de Celustriano y me lo traes.

—¿Celustriano? ¿Ese viejo en que puede ayudarte?

—Haz lo que te dijo, no tengo por qué darte explicaciones.

—Recuerda que estamos juntas en esto, yo sé mucho cuñadita, y si se me suelta la lengua, tú te hundirías, deberías tratarme mucho mejor.

—Alecia te lo advertí la última vez, yo no soy mujer a la que se le amenaza, es la segunda vez que lo haces, si yo estuviera en tu lugar, me estaría encomendando a todos esos santos que tienes, porque esta segunda imprudencia no la voy a olvidar.

—No te tengo miedo Micaela, quizás eres tú la que tiene que encomendarse a mis santos, porque si tu hijo se entera de todo lo que has hecho... —Alecia se persignó— No quisiera estar en tu lugar —dijo riendo con altanería —ahora me voy a hacer el recado que amablemente me pediste.

🤠🤠🤠🤠🤠🤠

Luis Fernando llegó a la casa de los Matordi y bajó a María Victoria de la camioneta.

—Suéltame, no tienes ningún derecho a tratarme de esta manera —gritó ella enojada y angustiada, ya que sus peores temores se estaban haciendo realidad, la había llevado de vuelta a San José.

—Tengo todo el derecho del mundo, aunque te pese, eres mi mujer. —Le respondió Luis Fernando en el mismo tono.

Él la arrastró hasta dentro de la casa y la llevó hacia la habitación de invitados, abrió la puerta y la metió a la fuerza.

—Eres un bruto, en lo que tenga la oportunidad me escaparé y no volverás a encontrarme.

—Donde sea que estés te encontraré y te traeré de vuelta, arrastra si es necesario.

—¿Cómo puedes hacerme esto?

—Hay por favor ¿Cómo pudiste tú hacerme esto a mí? Engañándome de la manera más miserable, dime, ¿te acostabas conmigo mientras pensabas en ese imbécil? —Le preguntó Luis Fernando furioso.

—¿De qué estás hablando? —Preguntó María Victoria, contrariada.

—No te hagas la víctima, no se puede negar la sangre que corre por tus venas, tú eres peor que tu padre porque al menos él no esconde lo miserable que es.

—Yo no escondo nada, yo soy como soy, no entiendo de que me acusas, no lo comprendo.

Luis Fernando se acercó a ella y la tomó por los hombros.

—¿Por qué no fuiste sincera conmigo? ¿Por qué no me dijiste que estabas enamorada de Octavio? ¿Por qué me hiciste creer que me amabas cuando no era cierto? —Le preguntó furioso.

—Yo siempre he sido sincera contigo, jamás he estado enamorada de Octavio, ¿Qué tiene que ver él en todo esto? —Respondió Vicky, sorprendida de lo que él la estaba acusando.

—No seas hipócrita —gritó él, y la soltó de su agarre. —Estás acorralada, todo el mundo sabe lo que hiciste, al menos ten la decencia de decir la jodida verdad.

—Te estoy diciendo toda la verdad —afirmó Vicky con vehemencia.

—¿Entonces es mentira que cuando yo salí de Los Sauces hace dos meses a hacer la compra de unos caballos, tú aprovechaste la oportunidad para marcharte del pueblo con Octavio, tu amante?

—Las cosas no sucedieron así —dijo Vicky sorprendida —yo jamás me fui con Octavio.

—Por favor, ¡No Mientas! —Gritó Luis Fernando. —Hadassah te escuchó decir que te ibas a ir con él dos días antes ¿Acaso mi hermana miente?

—Yo nunca dije eso, después de aquella noche en el bar, cuando tú llegaste y me encostraste con él, fue la última vez que lo vi, Octavio nunca... ni en Caracas y menos aquí, me interesó... No sé por qué Hada diría algo así, pero es mentira.

—¿Por qué tendría que creerte?

—Porque es la verdad.

—Eres una farsante, yo te voy a decir cuál es la maldita verdad, te casaste conmigo para salir del yugo de tu padre, al enterarte de que yo era un Montenegro, cambiaste tus planes y me enredaste con tus encantos con el único propósito de no perder la hacienda y yo soy un imbécil, un estúpido que cayó en tu trampa.

María Victoria se dio cuenta de que Luis Fernando no la había echado de Los Sauces, la habían engañado y a él le habían hecho creer cosas horribles, ahora él estaba herido y la detestaba, porque pensaba que lo había, traicionado.

—Nada de lo que has dicho tiene sentido, yo nunca te he engañado... yo...

—No quiero tus explicaciones, no deseo nada de ti... Te vas a quedar aquí hasta que a mí me dé la gana, si pensaste alguna vez que podías manejarme a tu antojo, yo te voy a demostrar quién soy yo realmente.

Vicky trató de acercarse, pero él se alejó para ir hacia la puerta, ella lo llamó:

—Luis Fernando, tienes que creerme, déjame explicarte.

—Ya todo está dicho entre tú y yo, María Victoria, ya no hay más nada que decir.

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Los celos, la impotencia y la rabia hizo que Luis Fernando, durmiera muy poco esa noche, así que su humor no era el mejor esa mañana. Aun el sol no había hecho su entrada, cuando Jared se apareció en la casa, era muy habitual que su hermano llegara intempestivamente, porque era más el tiempo que pasaba en esa casa, que en Los Sauces.

—Tenemos que hablar —le dijo Jared sin ningún tipo de formalismos.

—¿De qué?

—De Micaela.

Luis Fernando frunció el ceño.

—¿Qué pasó con ella?

Jared iba a comenzar a hablar cuando el capataz de Los Sauces llegó apuraíto.

—Patrón, disculpe que entre así —el hombre tenía su sombrero en la mano, las botas de cuero habían dejado el piso de madera lleno de barro, pero eso no era importante en ese momento —encontramos a Octavio.

—¿Lo encontraron? ¿Dónde está? —Preguntó Luis Fernando ansioso.

—Está en el pueblo, en la comisaría, metido en una bolsa negra, lo encontraron muertico a las orillas del río, dice el comisario, que llevaba mucho tiempo allí.

—¿Está muerto?

—Si patrón yo mismitico lo vi y si eso es así, ese sute no salió nunca del pueblo, las muchachas de Clarita dicen que la ropa que tenía puesta era la que llevaba la última vez que lo vieron, hace como dos meses.

Luis Fernando se quedó mirando a Pablo con incredulidad mientras en su mente comenzó a atar cabos, luego observó a Jared que no parecía sorprendido.

—¿Sabías de esto?

—De eso no, pero si del engaño que hay detrás y de eso es que he venido a hablarte.


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