Capítulo 7

El llano es un reservorio de las aves más importantes de Suramérica, asimismo es un, habitad para interesantes especies de animales que viven entre la tierra y el agua.

El gallo cantó bien tempranito anunciando las faenas del llano, para María Victoria era un verdadero tormento.

—Callen a ese maldito pájaro —gritó tapándose la cabeza con la almohada. Intentó volver a dormir, pero le fue imposible, el pajarraco no dejaba de cantar y por si no fuera suficiente también se escuchaba el trajinar de los trabajadores yendo de allá para acá.

Se levantó muy a su pesar y malhumorada, odiaba levantarse temprano. Lo primero que hizo fue abrir la ventana y se sentó en el alféizar a esperar que los rayos del sol le bañaran el rostro, así como lo hacía en su amada Caracas, extrañaba a sus Guacamayas. Dudaba que pudiera aguantar vivir mucho tiempo en ese lugar donde no encontraba su sitio y tampoco estaba muy emocionada por buscarlo.

Fue hasta el armario y se quedó meditando en lo que se pondría esa mañana, decidió ponerse unos jeanes corto, un poco más corto y ajustado de lo habitual, con una camiseta corta que dejaba ver una buena porción de su plano abdomen y por últimos un tenis blanco, se soltó el cabello y se echó espuma fijadora para que su rizado se mantuviera perfecto, se maquilló, pensó en ciertos ojos azules y se esmeró mucho más en su arreglo, mientras terminaba de darse los retoques finales recordó el día anterior cuando vio a Luis Fernando, porque así se llamaba aquel dios de la mitología griega que había caído en El Morichal. Recordó lo que hizo después que vio semejante aparición.

En el momento en que cierto hombrecillo estuvo desocupado Vicky se le acercó.

—Hola Julio —lo saludó con zalamería. —Quería preguntarte algo.

El hombre nervioso se sacó el sombrero de paja que tenía y lo agarraba con fuerza.

—Diga señorita que aquí estoy pa’ lo que usted me pida.

—Ese hombre con en el que conversabas hace un rato ¿Quién es?

—¿Ruperto?

—¿Se llama así? —preguntó ella con cara de asco ¿cómo un hombre como ese podía llevar un nombre tan feo? Se preguntó.

—Ese fue el nombre que le puso su mama a ese negro.

—¿Qué negro? —María Victoria se pellizcó el puente de la nariz para calmarse y no decirle cuatro cosas al campesino bruto que tenía enfrente. —Te explico de nuevo… El hombre rubio que llegó montado a caballo, que estaba hablando contigo hace una hora, que llevaba una camisa verde y que tiene unos ojos azules ¿Ahora si sabes quién es? —le volvió a preguntar con impaciencia.

—Ah usted habla es de Luis Fernando, ese el capataz de la hacienda.

—¿Luis Fernando?

Julio asintió.

—¿Dices que es el capataz?

—Sí, es el que tiene a todito el mundo derechito, porque a ese foráneo no se anda con cómica para que se cumpla las órdenes del patrón.

—No es de por aquí

—No, su taita lo trajo de por ahí y ¿Por qué usted le interesa tanto el capataz?

—Eso no es asunto tuyo, metiche.

—Disculpe señorita… si quiere saber, está solterito… eso si toditas las mujeres del pueblo están enamorisquiá del hombre.

—¿Y a mí que me importa eso, entrometido? Ya te puedes largar, eso sí, no le cuentes de esta conversación que tuvimos a nadie ¿Entendiste?

Naiden se va enterá señorita.

María Victoria puso los ojos en blanco.

Se pintó los labios, se miró en el espejo.

—Luis Fernando —susurró y sonrió.

Salió de su habitación y fue hasta la cocina, había varias mujeres preparando la comida tanto para ellos como para los trabajadores.

Vicky buscó a Dolores que estaba conversando con una chica, fue hasta ella y la abrazó por detrás y le dio un sonoro beso en la mejilla.

—Bendición nanita.

—Dios te bendiga mi niña —la mujer se giró y la abrazó y la llenó de besitos en la mejilla —Ya te he preparado tu desayuno.

—Qué bueno, nana porque hoy tengo mucha hambre.

—Siéntate que ya te lo busco.

Ella se sentó en la mesa y enseguida llegó su hermano, por el tufo a alcohol que percibió dedujo que estaba llegando en lugar de levantarse y por las marcas de su cuello ya se imaginaba lo que andaba haciendo, lo miró y luego lo ignoró.

—Tú, vieja sírveme el desayuno— gritó Alejandro con arrogancia.

María Victoria vio a quien le estaba hablando y la sangre se le encendió.

—¿A quién le hablas así? —le preguntó levantándose de su silla y caminó hacia donde se encontraba su hermano.

—A la sirvienta. —Respondió él arrastrando las palabras y con fastidio.

—Tú a mi nana no le hablas así —ella miró a Dolores —ni se te ocurra hacer lo que este dice.

Alejandro se levantó de la silla y se irguió sobre su hermana con la clara intención de amedrentarla.

—¿A ti que carajos te pasa? Es una sirvienta y su deber es servir.

Vicky lo empujó y este trastabilló un poco.

—Dolores Pérez fue la nodriza de nuestra madre y cuando ella murió, esa mujer —la señaló —me crio, me ha dado amor, la adoro, es mi mamá y si vuelves a tratarla de esa manera vas a saber lo mala y vengativa que puedo ser.

—No me digas, mira como tiemblo de miedo enana. —Se burló el joven, luego miró a Dolores que tenía la cabeza agachada.

—No la reconocí y desconocía que era la nana de nuestra madre.

—Lo era y aunque yo estaba muy pequeña estoy segura de que mi mamá la amaba como la amo, yo.

—Lo había olvidado —se excusó Alejandro, dejó a su hermana y caminó hacia la mujer, le tomó las manos y le levantó la cara con un dedo. —Siento haberte tratado así nana.

—No te preocupes niño, son muchos años lo que han pasado.

—Soy un imbécil.

—Eso no te lo discuto —dijo Vicky detrás de él, igual de furiosa.

Alejandro la ignoró.

—Como pude olvidar que tú eres la que me contabas historias para dormir o la que cuando mis padres salían tú te quedabas conmigo hasta que me dormía porque me daba miedo la oscuridad —sonrió al recordar y la abrazó —perdóname nana.

Y es que Alejandro había aniquilado de su mente todo lo que le recordara a su madre porque le dolía su ausencia, fue muy duro perderla y después ser arrancado del hogar que conocía.

Después de disculparse salió de la cocina sin desayunar la discusión le había quitado el apetito.

Vicky todavía tenía la sangre en ebullición así que miró a las mujeres que dejaron de hacer sus labores para no perderse el chisme de la discusión.

Ustedes escúchenme bien —las señaló —Dolores no es una sirvienta, es mi nana y si yo me entero de que alguien la humilla o le hace algo, les juro que hasta ese día trabaja en esta hacienda.

—Si señorita —le dijeron todas al unísono y regresaron a sus labores.

La mujer se acercó a la joven.

—María Victoria no había necesidad de todo este escándalo.

—¿Cómo puedes decir eso nanita? Ya te lo he dicho, nadie me importa más que tú y si alguien te toca, aunque sea un cabello o te trata mal se las tendrá que ver conmigo eso incluye al burro de mi hermano.

—Mi amor ¿Qué voy a hacer contigo?

—Quererme mi nanita preciosa, quererme —le dijo dándole un beso en la mejilla.

Vicky desde el día anterior tenía un objetivo en mente, encontrar al dios mitológico.

No le gustaba recorrer la hacienda porque no le agradaban la forma que la miraban, pero por saber más de ese capataz haría el esfuerzo.

Los hombres llaneros eran muy enamorados y cuando una muchacha bonita se atravesaba en el camino dejaban lo que estaban haciendo para contemplarla y la sifrina era el centro de atracción en la hacienda para todo varón que la viera, quizás en la calle le hubieran soltado unos cuantos piropos, pero allí solamente se permitían admirarla.

La joven paseó por los corrales a donde tenían a las búfalas preparadas para el ordeño, se paró a un lado y se observó muy cuidadosamente el lugar a ver si encontraba lo que estaba buscando, no lo halló, pero igual se quedó unos minutos mirando la faena que realizaban los hombres.

Uno de ellos se dio cuenta de su presencia y por estar embelesado viéndola botó la leche y recibió un buen regaño.

Aburrida de causar el mismo efecto caminó hacia las caballerizas y escuchó un alboroto, Julio iba corriendo a unirse a la algarabía cuando Vicky lo llamó.

—¿Qué está sucediendo? —preguntó con curiosidad.

El hombre como era costumbre se quitó el sombrero y lo estrujó en sus manos.

—Están domando a un caballo, el condenado no quiere ceder, pero con el capataz no hay potro que se le alebreste.

—¿Luis Fernando está allí? —volvió a preguntar con emoción, pero al darse cuenta que Julio la miraba con curiosidad, ocultó su furor.

—Sí señorita quiere venir a verlo.

—Qué voy a estar queriendo nada, mira que eres bien entrometido.

—Señorita no se ponga brava conmigo.

—Vete a hacer tus cosas.

—Cómo usted mande señorita. —Julio no perdió tiempo y salió corriendo.

María Victoria esperó que el hombrecillo se perdiera para acercarse al corral donde se encontraba el ángel caído.

Se colocó un poco alejada de los obreros que hallaban en una esquina del corral. Se montó en uno de los peldaños de la madera y lo vio.

Estaba montado encima de un impresionante semental tan brioso como el hombre que lo montaba, fornido, hermoso, fiero y salvaje. Se quedó embelesada viéndolo.

—¡Catalino pásame las cuerdas! —Su voz ronca y dura como el acero tronó y toda su piel se erizó.

El animal se encabritó y se paró en dos patas ella contuvo el aliento pensado que Luis Fernando rodaría por el piso, mas el hombre se mantuvo gallardo sobre el semental hasta que logro ponerle el amarre, al hacerlo los trabajares hicieron una algarabía.

Él se bajó del animal bajo vítores y aplausos, él sonrió y la joven sintió un aleteo en su estomago que se esfumó cuando vio a su prima salir dentro del grupo de gente que estaba allí congregados y se acercó a hablar con él.

Se quedó mirando atentamente la escena y se dio cuenta de que su prima la salvaje también estaba deslumbrada por él.

<<Así que te gusta el capataz, primita>>

Se bajó de las tablas con un poco de decepción y caminó de regreso a la casa. La imagen de ese imponente hombre no se le quitaba de la cabeza.

Su papá se encontraba hablando con Alejandro, ella iba a tocar, pero la puerta se hallaba entreabierta y escuchó lo que hablaban.

—Tienes que atrapar a los cuatreros*, esos malditos no van a dejar sin ganado, ya hemos perdido 15 reses esa semana.

—Papá esta noche el foráneo y yo saldremos y le pondremos una trampa, no quedará ningún infeliz de esos vivos.

—Deja que él vaya solo, no te quiero allá.

—Yo quiero ir, es mi deber.

—He dicho que no —Gritó Antonio golpeando la mesa — envía al capataz con los hombres, tú te quedas aquí y es mi última palabra.

Antonio no lo decía, sin embargo, vivía aterrado que algo le pasara a su primogénito. Esa maldita mujer quería acabar con todos los suyos, pero él no lo iba a permitir.

—Déjame solo, necesito hacer unas cosas.

Vicky aprovechó para tocar la puerta.

—Adelante —dijo Antonio.

—Hola papá.

—¿Mi amor donde te habías metido? quería verte.

—Con permiso —murmuró Alejandro enojado y salió del despacho sin mirarla.

Ella se acercó al escritorio de su padre.

—Andaba dando una vuelta por la hacienda.

—Que bueno y  ¿Qué te pareció?

—Muy bonita pero igual me aburro como una ostra —dijo haciendo puchero.

Antonio le hizo un gesto para que se acercara.

Ella obedeció y se sentó en sus piernas.

—¿Qué quiere hacer mi princesa?

—Regresarme a Caracas —Respondió con entusiasmo.

Antonio soltó una carcajada.

—Eso no es posible.

Ella suspiró con dramatismo.

—Quiero salir un rato, tal vez conocer al pueblo, en Caracas yo podía ir a donde quisiera, se supone que este horrible lugar debe ser más seguro.

—No me gusta que hables así del sitio donde naciste. —La regañó.

—De este hermoso lugar ¿así te parece mejor? —ella se levantó y miró por la ventana —¿Por qué no puedo decirle al Julio ese que me lleve al pueblo?

—Porque Julio es un idiota que no sabría defenderte.

—¿Pero de que o de quien tienes que protegerme? —Venía haciéndose esa pregunta desde que llegó a la hacienda.

—Mi amor no te preocupes por esas cosas… Irás al pueblo, pero no con Julio, le diré a Luis Fernando que te acompañe, solo con él saldrás de la finca.

María Victoria ocultó muy bien su cara de asombro y de emoción.

—¿Y quién es ese Luis Fernando? Y ¿Por qué solo puedo salir con él?

—Pero cuantas preguntas, otro día te las contestaré toda, ahora aprovecha mi generosidad y ve a arreglarte para que salgas.

Ella se acercó le dio un beso en la mejilla.

—No creas que no me doy cuenta que estás evadiéndome, la próxima vez me lo contarás todo.

Antonio sonrió mientras la vio salir, luego se le borró la sonrisa del rostro.

—María Victoria espero que no me odies por lo que pienso hacer.

La joven fue apresurada a darse un retoque.

Se miró en el espejo y repasó su vestimenta y le dio el visto bueno. En el momento que salió de la casa, su papá estaba hablando con el ángel caído y el aleteo extraño en su estómago se incrementó y aumentó descontrolado cuando el hermoso mar de lirios azules le daban una intensa mirada mientras ella caminaba hacia su padre.

—Mi amor, nos tiene aquí desde hace 20 minutos.

—Siento haber tardado —Dijo evitando mirar al acompañante de su padre, de repente se sentía nerviosa.

—Hija este es Luis Fernando el capataz de la hacienda. —Soltó su padre con orgullo.

Luis Fernando tenía la mirada clavada en ella.

—No he tenido la oportunidad de darle la bienvenida a la finca señorita — Le dijo en tono formal, le extendió la mano y ella lentamente puso la suya sobre la de él  y ese inocente contacto le provocó un extraño corrientazo, volvió a subir su mirada hacia la de él y vio desconcierto en sus exóticos ojos.

<< ¿Será que sintió lo mismo que yo? >>

—Gracias por su bienvenida —Logró decir en tono normal y quitó rápidamente la mano.

—Bueno no pierdan tiempo y Luis Fernando te encargo a mi más preciado tesoro.

—No se preocupe don Antonio que su hija no podía estar en mejores manos.

Su papá se enfiló hacia las caballerizas, cuando se perdió de vista, escuchó la voz del ángel a su espalda.

—¿Nos vamos? —Le preguntó.

Ella solo asintió iban caminando hacia el rústico cuando la voz de su prima los detuvo.

—No se vayan sin mí, que yo también necesito ir a San José. —Gritó Andreina.

Vicky se sorprendió por el cambio que dio la joven, llevaba unos jeans con sus botas, pero con una blusa femenina y el estropajo de cabello ahora lo tenía en una larga trenza.

—¿No te molesta que vayas con ustedes prima? —le preguntó cuando los alcanzó.

—No Adriana, no me molesta —respondió y se mordió la lengua para no gritarle que era una inoportuna.

Vicky se sentó adelante y se concentró en el aburrido paisaje de solo monte seco, ya que su prima no paraba de hablar y hablar.

—¿Crees que puedo domar a esa yegua? —Le preguntó a Luis Fernando que al parecer no era muy hablador.

—Creo que si estás preparada.

A María Victoria le comenzaba a gustar esa voz, le llamó la atención, que no tenía el acento llanero y por la forma de hablar, parecía que era un hombre educado. Eso le gustó y mucho.

—Nunca podré superarte porque tú eres el mejor. —Dijo Andreina con zalamería.

Vicky ponía los ojos en blanco cada vez que su prima soltaba una adulación. Mientras su enamorada primita no cesaba de hablar, ella miró al hombre que tenía al lado, llevaba unos vaqueos desgastados y una camiseta blanca que se ajustaba a su amplio pecho y dejaba al descubierto sus musculosos brazos, recorrió su rostro memorizando cada detalle, él la capturó viéndolo, ella sonrió y desvió la mirada  al árido paisaje.  

Llegaron al pueblo y su prima la mosca muerta se apoderó rápidamente de Luis Fernando, quizás en ese pueblito las mujeres eran así, pero de donde ella venía por mucho que le gustara un hombre no debía perder la compostura.

—¿Puedes acompañarme a comprar un alimento para la yegua? Tú sabes cual es el mejor.

—No puedo apartarme de tu prima —Respondió en tono serio.

—Por mí no se preocupen, vayan tranquilos, yo daré una vuelta.

—¿Está segura? —preguntó Adriana emocionada.

—Si —respondió con fastidio y los dejó atrás cuando comenzó a caminar para ver alguna tienda.

<< Andreína estás muerta de los celos>> pensó riéndose.

Pronto María Victoria se dio cuenta de que había sido una ilusa al pensar que encontraría una tienda decente en aquel lugar inhóspito; el pueblo de San José contaba con una sola calle principal, las casas más bonitas solo se hallaban  alrededor de la plaza, el resto eran un amasijo de bloques  deteriorados con el tiempo y las paredes no conocían lo que era una pintura, solamente existía una panadería y en el momento que entró a ver los deliciosos manjares se encontró con unos panes rústicos y para nada apetitosos; únicamente había una peluquería y cuando Vicky iba pasando salió un cliente insatisfecho discutiendo con la barbera.

—Yo no vengo más, mira cómo me dejaste todo triquiliao.

<<¿Triquiliao? Dios será que en este pueblo nadie sabe hablar>> a la joven le picaba la lengua para corregirlo y decirle que se decía trasquilado*

La muchacha siguió con su gran expedición, pasó por las afueras del famoso bar del pueblo, ni siquiera se tomó el tiempo de inspeccionar porque nada más por la fachada dedujo que era un burdel de mala muerte.

Iba llegando de nuevo a la plaza cuando dos camionetas blancas le cortaron el paso y le dieron un susto de muerte.

Varios hombres armados se bajaron del vehículo, luego apareció otro, que Vicky no reconoció, era un hombre alto de cabello castaño y de unos ojos grises tan fríos como un témpano de hielo que la miraron con odio.

—Así que tú eres la famosa María Victoria Araujo. —Soltó el recién llegado con sarcasmo mientras se iba acercando.

Ella levantó el mentón con altanería y se puso las manos en la cintura.

—Si yo soy ¿Algún problema?

—Hoy es mi día de suerte muchachos, me he conseguido con el valioso pago de la deuda — la agarró por un brazo con la firme intención de llevarla al vehículo.

—Suéltame desgraciado, auxilio. —Gritó al sentir el fuerte agarré y sintió miedo.

—Nadie va a ayudarte, sifrinita. —Le susurró el hombre con frialdad.

El corazón retumbó en sus oídos y el terror se apoderó de ella, trató de forcejear, pero el hombre era fuerte y ni se inmutaba, con estupor vio como la gente veía lo que ocurría y nadie hacía nada.

El hombre abrió la puerta de la camioneta para meterla a la fuerza, pero se detuvo cuando escuchó el percutor de una pistola.

—Suéltala en este mismo instante o no vives para contarlo.

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