Capítulo 11
Hadassah no salió de su habitación por un par de días, aun el dolor le seguía carcomiendo el alma, al tercer día se dijo que no podía seguir así, que tenía que olvidarse de esa obsesión que tenía por Alejandro Araujo, lo que había visto era motivo suficiente para jamás volver a pensar en él.
Esa mañana se vistió y salió a desayunar, en los días de encierro no probó bocado y como en su casa era invisible a nadie le importó, porque en Los Sauces solo había una persona importante y esa era Doña Micaela, el resto solo era un mobiliario sin valor.
Su madre estaba sentada en la mesa, desayunado Jared la acompañaba, se sentó en su habitual puesto, Micaela ni se dio por enterada, su hermano le regaló una sonrisa al verla, ella le devolvió el gesto.
Una de las criadas al verla le colocó el plato en la mesa y le sirvió la comida.
—Quiero que hoy muevas la cerca que colinda con los Gallardo. —Habló Micaela mirando a su hijo.
—Eso va a traer problemas. —Respondió Jared.
—Problemas se lo buscaron ellos al realizar una alianza con los malditos Araujo, ya sé la jugada que está tramando el desgraciado de Antonio, pero se va a quedar con las ganas, así que hazlo.
—Se hará como digas.
—Si se alebrestan me le echas plomo, hay que hacerles entender que meterse conmigo trae malas consecuencias. —El tono de la mujer no admitía réplica alguna.
Micaela le dio un sorbo a su taza de café, Hadassah se le quedó observando, aquella mañana estaba radiante, porque su mamá era hermosa, con su callera rubia que la llevaba en una coleta, sus preciosos ojos azules fríos como un témpano de hielo, su rostro seguía siendo lozano, no tenía ni una sola arruga, vestida con jeans, botas y una blusa de cuadros, era la estampa de una amazona, una potra zaina, así la llamaban algunos peones cuando creía que nadie los escuchaban y ella pasaba por su lado. Pero tras tanta belleza, había un ser sin corazón incapaz de dar un gesto de cariño, lleno de venganza y sin escrúpulos.
Micaela sintió el peso de la mirada de su hija.
—¿Qué hacías tú en la iglesia del pueblo? —le preguntó con una voz desprovista de cualquier emoción, pero Hadassah la conocía muy bien, para saber que se encontraba en un serio problema.
—Sentí curiosidad. — Respondió imitando su frialdad.
—¿También sentiste curiosidad al hacer amistad con una Araujo?
Hadassah levantó la barbilla desafiante.
Micaela levantó una ceja al ver la actitud de su sumisa hija.
—Verónica es una chica que nada tiene que ver con su familia, es noble y sencilla además es una novicia.
—El diablo se esconde bajo hábitos y sotanas, y esa Araujo no es diferente, así que no quiero hables con ella y se acabaron los paseos al pueblo, al parecer andas alzada olvidando de quién eres hija, al tener amistad con alguien de esa maldita familia.
—¿No crees que te quedan grande esos reproches? —Se atrevió a preguntar la joven.
Micaela no estaba acostumbrada a que nadie rebatiera ninguna de sus órdenes y menos sus hijos, ella hablaba, ellos debían obedecer, miró a Hadassah y vio altanería en su mirada.
Se levantó de la silla y se le acercó, Jared se puso en alerta para él su hermana era lo más preciado que tenía y la ira que vio en su madre no le gustó nada.
—¿Qué dicho?
Hadassah enceguecida por el dolor y la rabia imitó a su madre y también se levantó de su asiento para encararla.
—¿Qué usted es la menos indicada para decirme a mí que no siga mi amistad con Verónica cuando en las noches deja entrar a Ale… —La bofetada que le dio Micaela la enmudeció de inmediato y la agarró del cabello haciendo que la joven se quejara del dolor —Tú a mí no me contestas con esa insolencia, orden que doy se cumple mocosa, así que si me entero qué me has desobedecido, te azotaré como hago con cualquier peón que desafía mi autoridad
—Ya basta madre, suéltala.
La voz de Jared resonó en la casa, Micaela se le quedó mirando con el ceño fruncido, no dijo nada y soltó a la joven.
—Desde este instante no sales de tu habitación por una semana, ni se te ocurra salir, quedas advertida.
Cuando Hadassah salió corriendo a su habitación Jared encaró a Micaela.
—¿De qué está hablando ella? —preguntó señalando por donde se había ido la muchacha ¿A quién dejas entrar a la casa?
—¿Me estás cuestionando Jared?
—¿Por qué no dejaste que terminara de hablar?
—No voy a permitir que esa insolente venga a hablarme de esa manera y tú cuídate de volver a darme una orden.
—Si no quieres que te falte el respeto, entonces no se lo faltes el respeto a Hadassah, puedes joder a quien sea en este pueblo, me da exactamente lo mismo, pero a ella no, es inocente, es noble, es pura… mi abuela en su lecho me pidió que la cuidara inclusive de ti, así que eso haré.
Micaela se quedó mirando como su hijo le daba la espalda y la dejaba sola en el comedor, era la primera vez que le hablaba de esa manera y eso no le gustó nada.
****
María Victoria después de entrar a la casa se fue a su habitación, caminaba de un lado a otro furiosa, su padre se encontraba muy convencido de esa locura de casarla, comenzaba a conocer una nueva faceta de Antonio que jamás le había mostrado y no le gustaba en lo absoluto, el pobre estaba muy equivocado si pensaba en doblegarla e imponerle un matrimonio. Ya encontraría la manera de desentenderse de ese absurdo. Antonio Araujo no la conocía en lo absoluto, pronto se llevaría una gran sorpresa.
Abrió la ventana y se sentó en el alfeizar esperando tranquilizarse y también para ver a Luis Fernando, por más que tratara de no pensar en él era imposible, ese hombre la traía loquita y ¿a quién no? Su héroe vaquero, que la rescató con esa gallardía, nunca había conocido a alguien como él. Ese viaje de regreso a la casona quería que nunca se acabara para seguir recostada en su poderoso pecho y refugiarse en su cuello, deleitándose con ese olor a hombre que hacía despertar un deseo que nunca antes había sentido.
Esperó a que todo afuera se tranquilizara y que todos se marcharan a sus habitaciones y los peones a su casa. Luis Fernando entró a la caballeriza como lo hacía cada noche, después de atender a su caballo se retiraría a la casa del capataz que quedaba dentro de la hacienda. Vicky aprovechó para ir a su encuentro tenía un asunto pendiente con él.
Salió sigilosamente y esta vez se cercioró que su metiche prima no estuviera espiándola, una vez fuera corrió hacia la caballeriza, esta vez no disimuló, sino que fue directamente hasta él.
Él sonrió al verla.
—¿No puedes dormir? —Le preguntó con un ligero toque de diversión en la mirada.
—No, generalmente no duermo cuando tengo una deuda.
—Ah, yo pensaba que era que la emoción por tu boda no te dejaba dormir. —Vicky notó el sarcasmo en su voz y la dureza en sus ojos.
—¿Lo escuchaste todo?
Luis Fernando asintió.
—¿Es eso lo que te está quitando el sueño?
—No, porque no yo voy a ser lo que mi padre quiere, jamás seré la esposa de ese Gallardo ni de ningún otro que yo no elija.
La mirada de él en ese instante era indescifrable.
—¿Desafiarás a tu padre?
—Si es necesario, lo haré.
Él acortó la distancia.
—Tu padre no acepta muy bien que le lleven la contraria.
—¿Te importaría que algo me sucediera?
—Si me importaría —dijo él en tono ronco.
Ella dio un ligero suspiro y se quedaron mirando unos largos segundos.
—¿Si no es la imposición de tu padre lo que te quita el sueño entonces que es?
Ella sonrió con picardía.
—Recuerdas que te dije que yo era una mujer que le gustaba rescatar tradiciones, hoy me volviste a salvar la vida y no te di mi regalo de agradecimiento.
Vicky se puso de puntilla y le dio un rápido beso en los labios.
—Gracias por lo que hiciste por mí hoy —le dijo sonriendo, se separó de él e hizo el amago de marcharse, mas Luis Fernando la agarró por el brazo.
La pegó a su pecho y la rodeó con el brazo.
—Si me vas a agradecer lo que hice por ti, hazlo como se debe — Al principio la besó dulcemente, luego el deseo en los dos se fue incrementando, todo en la mente de Vicky estalló, el beso era profundo, con fuerza, la quemaba, la excitaba, su corazón comenzó a latir frenéticamente y le costaba respirar. La joven palpó suavemente el cuello de él con las yemas de los dedos, notando su ferviente calor, lo labios de Luis Fernando la asaltaban sin piedad y ella se dejó llevar. Cuando les faltó la respiración lentamente fueron terminando el beso. Él hundió la cabeza en su cuello para deleitarse con su olor.
Y ella desfrutó de la dulce caricia.
Después de ese beso la relación entre la hija de Antonio Araujo y el capataz de la hacienda, comenzaron a cambiar...
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