Capítulo 10
María victoria estaba furiosa agarró la melena del animal para no caerse. Esto hizo que, a modo de defensa, el caballo galopara a toda velocidad.
Luis Fernando al ver a la joven montada en el peligroso semental corrió y se montó en su caballo y fue tras ella, espoleó su montura; no apartó su mirada ni un segundo de la estela que dejaba, el cabello de Vicky ondeaba como una bandera. La muchacha por su parte no sabía a donde iba y el terror se apoderó de ella pensando que si se caía del animal hasta allí llegaría su vida. No era de mucho rezar, pero internamente elevó una plegaria, no quería morir tan jovencita.
Al no tener una silla de montar María victoria estaba completamente a merced del semental.
Antes de que eso sucediera, él aceleró el ritmo hasta colocarse a su lado. Guio a su caballo de manera que quedara casi lomo con lomo con el rebelde animal. Ese era el momento de actuar no había otro, alargó el brazo y agarró a la asustada muchacha por la cintura y de un tirón la liberó de una inminente tragedia. Vicky quedó sentada a horcajadas sobre sus muslos de cara a él. Ella se aferró a Luis Fernando y hundió el rostro en cuello, comenzó a sollozar mientras temblaba. Él le acarició la espalda.
Ya más tranquila se separó un poco de él.
—¿Te sientes mejor?
Ella asintió.
—Es mejor que regresemos, deben estar preocupados por ti.
—No, no quiero volver.
—¿Por qué? Es tu fiesta.
—No quiero regresar, mi padre se ha vuelto loco.
Él le agarró el cabello y se lo colocó detrás de la espalda y le limpió las lágrimas con los pulgares.
—¿Qué pasó allá? ¿Por qué saliste de esa manera?
—Tuve una discusión con mi padre… Por favor no quiero volver. —Le suplicó.
—Tenemos que hacerlo, si no, don Antonio enviará a sus hombres a buscarte.
Ella se quedó mirándolo y sus ojos tenían un efecto tranquilizador.
—Está bien, si no hay de otra, pero a esa fiesta no volveré.
Él sonrió.
Vicky podía haberle pedido que la cambiara de posición, pero no deseaba moverse ni un milímetro y Luis Fernando tampoco hizo el intento de quitarla, ella puso la cabeza en su hombro y lo rodeó con sus brazos. Ese momento valía la pena el susto que pasó. Él por su parte la tenía fuertemente agarrada por la cintura, el aroma a rosas lo invadió cuando uno de sus rizos le rozó la mejilla, noqueándolo durante un instante.
Llegaron a la hacienda y escucharon gritos, la música ya no sonaba y unos tiros al aire hizo que su caballo relinchara.
—¿Qué sucede? — preguntó Vicky
—Algo no anda bien —Luis Fernando se bajó del caballo y la ayudo a bajarse, la tomó de la mano y caminaron sigilosamente por la parte de atrás de las caballerizas, sacó su arma que siempre llevaba en la cinturilla de sus pantalones, las mujeres gritaban, se escuchaban como golpeaban a alguien.
—Malditos esta me la van a pagar con sangre. —Escucharon la voz de Antonio.
—Cállate desgraciado, tú eres el que tiene una deuda de sangre con los Montenegro.
Vicky reconoció la voz y perdió el color del rostro.
—Es él… es ese hombre.
Luis Fernando se giró para mirarla y vio la palidez de su cara.
—No pasa nada, estás conmigo, no dejaré que te hagan daño.
Él apretó su mano.
Esperaron un buen rato hasta que escucharon el ruido de unos vehículos alejarse mientras ráfagas de tiros se escuchaban acompañada de las risas de varios hombres.
Cuando solamente se escuchaba el silencio, salieron de su escondite y se acercaron al sitio donde se encontraba la fiesta.
Los hombres de Antonio estaban amordazados al igual que su padre y su hermano quien tenía un corte en la ceja, de la fiesta no quedaba nada, todo estaba destrozado, parecía que un tornado hubiera pasado por el lugar y arrasado con lo que encontró en su camino, Vicky corrió a socorrer a Alejandro y a su papá, mientras que Luis Fernando ayudó a los demás.
—¿Estás bien? —Le preguntó Antonio preocupado al verla, poniendo las manos en su mejilla.
—Si, no me ha pasado nada… ¿Qué pasó aquí?
—Los secuaces de esa maldita mujer, entraron en un descuido y mira lo que han hecho… Alejandro bota a todos estos inútiles, no sirven para un carajo, quiero matones, asesinos, mercenarios, no deseo que un Montenegro vuelva a pisar mis tierras y si lo hace saldrá con un tiro en la frente.
—Se hará como tú digas papá, esta ofensa no puede quedarse así — contestó furioso. —Ya basta de bajar la cabeza.
—Así es hijo, se acabó la burla, una vez que Vicky contraiga matrimonio con el Gallardo, nuestros problemas se resolverán. —Dijo mirando a su hija.
—Yo no me voy a casar con ese hombre, me importa muy poco la guerra que hay entre ustedes, yo no la inicie y no tengo nada que ver, si me obligas, me voy a escapar y nunca volverás a saber de mí.
—María Victoria tú no me conoces y no sabes de lo que soy capaz por conseguir lo que quiero, no me obligues a encerrarte bajo llave hasta el día de tu boda… Deja los remilgos tú serás una mujer muy rica, tendrás todo lo que quieres, si te da la gana vivirás en Caracas o adonde quieras, puedes hacer con ese imbécil de Gallardo lo que desees.
La muchacha que no era para nada tonta, sabía cuándo decía callar y por esa vez optó por no seguir discutiendo, simuló pensar en lo que su padre le dijo, le regaló media sonrisa y entró a la casa, no sin antes buscar a Luis Fernando con la mirada. Pero él ya no estaba.
****
Hadassah se encontraba en su habitación terminando unos bordados que estaba aprendiendo, mientras bordaba pensaba en Alejandro Araujo, en realidad no había un solo día que no pensara en él, no entendía ese sentimiento que la embarga y que no la dejaba en paz. No dejó de ir a la plaza cada día, solamente que ya Alejandro no acompañaba a su prima, ahora la novicia iba sola a misa.
Ella por sus orígenes no profesaba la religión cristiana. Su fe se basaba en el judaísmo, pero como ya había quebrantado la primera regla que era no poner sus ojos en un Araujo que más daba quebrantar otra. Por eso una tarde ya cansada de esperar sentada en la plaza, se ánimo entrar a la iglesia del pueblo.
Entró y observó el lugar, que tenía unas cuantas imágenes, unos cuantos bancos de madera, no había muchas personas, le llamó la atención que las mujeres más chismosas del pueblo se encontraban sentadas en primera fila. Un poco más atrás con su vestido de novicia estaba Verónica Araujo; Hadassah se sentó al lado de la joven e imitó todo lo que esta hacía para no desentonar, esperó contar con suerte y que nadie la reconociera, sino tendría un gran problema con la gran Micaela.
El cura hablaba y hablaba la joven no prestó atención a ninguna de sus palabras, una vez terminada la misa salió del recinto antes que las chismosas se dieran cuenta de su presencia, iba caminando por la plaza cuando la agarraron por un brazo, era Verónica.
—Disculpa, pero has dejado esto en tu asiento. —Le entregó su pequeño bolso de mano, que con las prisas lo dejó olvidado.
—Gracias. —Respondió sonriendo.
Iba a retirarse, pero la novicia la detuvo.
—No es la primera vez que te veo.
—Me imagino que sabes quién soy.
—Si lo sé, pero no es eso a lo que me refiero, todas las tardes cuando salgo de la misa siempre estás aquí sentada observando ¿te daba miedo entrar a la iglesia?
—Si —mintió, porque no podía confesarle que la razón se llamaba Alejandro.
—Mañana si quieres te espero y entramos juntas.
—No puedo, mi madre no lo permitiría.
Verónica se le quedó mirando pensativa.
—Si quieres puedo llegar más temprano y hablamos aquí, puedo explicarte todo lo que quieras saber. —Le dijo Verónica con dulzura evitando asustar a la chica Montenegro
—¿Cómo harás si siempre vienes con alguien? ¿No se molestará al saber… ya sabes?
—¿Hablas de mi primo?
Hadassah asintió.
—Por mi primo no te preocupes, últimamente está muy ocupado y ya no me acompaña como antes.
La muchacha se sintió decepcionada, pero hacer amistad con la prima de Alejandro no era del todo malo, por lo que, a partir de ese día, una conversación de religión, llevó a otras conversaciones y al tiempo la novicia era conocedora del amor que sentía la joven por su primo, por lo que Verónica en un gesto de amistad hasta le regaló una foto.
Foto que la tenía guardada debajo de la almohada y que veía todas las noches y soñaba despierta, ideando miles de escenas románticas en su cabeza.
Era muy tarde en la madrugada, Hadassah no podía conciliar el sueño, ya que más temprano hubo un jolgorio en la casa, al parecer Jared le había arruinado la fiesta a los Araujo y él y su mamá estaban muy contentos. Luego de la celebración todo quedó en absoluta calma. Jared se marchó al pueblo a continuar el festejo mientras que su madre seguía en casa, en su habitación.
Hadassah escuchó los cascos de un caballo, se asomó por su ventana, pero no vio nada, le entró un susto. El llano era una tierra de mitos, leyendas y espantos.
Se quedó muy quieta y escuchó ruidos dentro de la casa, abrió la puerta de su recamara y sigilosamente caminó por el corredor, oyó un cuchicheo, siguió ese sonido que la llevó hacia las cercanías de la habitación de su madre. Se escondió en la columna para ver lo que ocurría.
Micaela se encontraba afuera de su habitación vestida con una minúscula prenda transparente, Hadassah jamás la había visto así. El desconocido estaba de espalda por lo que no podía verlo, pero si escucharlo.
—¿Por qué hiciste eso? ¿Me dijiste que había una tregua?
—Jared hace lo que quiere.
—No me vengas con esa mierda, tenías un trato, esta noche has roto con todo.
El hombre se dio la vuelta para marcharse y Hadassah pudo verlo y se quedó horrorizada, se tuvo que agarrar de la columna muy bien para no caerse y taparse la boca para no gritar y ser descubierta.
—No te vayas —Le suplicó Micaela al hombre —he esperado con ansias todo el día este momento, te deseo tanto, no puedes irte y dejarme así Alejandro.
Él se giró y Micaela caminó hacia él y se besaron con lujuria. Hadassah no soportó seguir observando y se marchó corriendo a su cuarto y se lanzó en la cama a llorar, no podía creer que el hombre del que estaba enamorada tenía un amorío con su madre, no entendía como Micaela Montenegro que odiaba todo lo que se apellidara Araujo se encontraba en ese instante besándose de esa manera con el hijo de su peor enemigo.
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