Capítulo 3: mientras sigas a los escarabajos, todo irá bien
Antes oía mis pisadas, el sonido de los disparos de mi perseguidor... todo. Ahora sólo los latidos de mi corazón, que resuenan en todo mi cuerpo como si fuese un tambor. El cansancio que siento es infinito pero no paro de correr: mi instinto de supervivencia no me lo permite.
El paisaje nunca cambia a medida que avanzo: montañas, montañas y más montañas de arena que el viento coloca a sus anchas todos los días. Lo único que cambia en el árido terreno son las tonalidades rojas y naranjas del horizonte que anuncian el inminante atardecer.
Me ensalivo los resecos labios. A pesar de mi instinto, no soy una atleta; tengo que parar y recuperarme del carrerón. Busco a mi alrededor detenidamente un escondite para despistar a mi perseguidor, y al fin lo encuentro: una enorme duna que predomina sobre todas las demás se convertirá en mi cobijo. Acelero el paso para llegar a ella y cuando me encuentro a salvo me siento en el suelo y un suspiro se escapa de mis labios. Después, saco una botella de agua de la pequeña mochila y calmo mi sed con ese magnífico líquido transparente. A continuación, giro la cabeza de un lado a otro, nerviosa, temiendo encontrarme con el hombre de barba negra y rizada. No hay ni rastro de él, pero los últimos rayos de sol iluminan en la arena a unos metros de mí una silueta de medio metro de largo. La curiosidad puede conmigo, así que me levanto y me acerco, ignorando los pinchazos que siento en mis tobillos. Lo miro detenidamente y sí, es una silueta de un escarabajo: símbolo de la resurrección para los egipcios. Algo en mi interior hace que repase el contorno del insecto con mj dedo índice izquierdo. Hago las patas, el caparazón y las antenas. El resultado es increíble, pero en unos segundos, el adjetivo se le queda corto: el animal ha empezado a brillar con un color azul turquesa que conforme pasan los segundos y minutos se transforma en una luz cegadora, y me veo obligada a cerrar los ojos. Poco después me atrevo a abrirlos: el insecto sigue brilando, pero no tanto como hace unos segundos, por lo que continúo mirando la silueta que brilla como un zafiro.
Repentinamente el suelo empieza a temblar muy fuerte, provocando que me caiga de bruces. Suelto un gemido de dolor mientras el suelo vibra más y más, hasta que llega un momento en que mis dientes empiezan a castañear por el movimiento. Parece que algo lucha por salir del subsuelo a la superficie, una teoría que se cumple cuando a unos metros de mí aparece el pico, y luego la estructura de mármol completa. Una risa brota de mi garganta. Mi padre no me contó una historia inventada por él, sino algo que pasó de verdad hace mucho tiempo. Y aunque esta pirámide sea más pequeña, tosca y vieja que la de Keops, solo por el mecanismo que la hace aparecer y desaparecer merece ser una de las siete maravillas del mundo.
—¡Eh, tú! —grita una voz a mis espaldas.
Pego un respingo. Me obligo a parecer fuerte y giro mi cuerpo. El panorama que encuentro hace que contenga la respiración: hay cuatro hombres. Tres van armados con el rostro al descubierto, y sólo uno lo lleva tapado con una túnica marrón. No parece llevar ningún arma. Reconozco a los tres que llevan armas, los vi en el aeropuerto de Barajas. Al de la túnica no lo conozco de nada.
—¿Sí? —pregunto con voz clara y firme.
—Ya que nos has mostrado por tu propia cuenta la pirámide, estoy seguro de que nos dirás dónde está el tesoro —responde uno de los tres hombres armados, señalando el monumento con una mano.
Lo miro extrañada y frunzo el ceño. No tengo ni idea de qué me habla este idiota.
—No sé de qué me hablas.
—¡No nos mientas rubia! —grita otro individuo. Suelta un grito de frustración e intenta acercarse a mí, pero el de su lado, el que me ha hablado antes, le pone una mano en el hombro para tranquilizarlo. Se gira hacia mí con una sonrisa burlona en el rostro y con pequeñas pero decididas zancadas se coloca justo delante mía, y apoya el cañón del arma en mi frente. El metal duro hace que un escalofrío me recorra todo el cuerpo.
—Mira rubita, si no te ofreces a ayudar a mi gente y a mí, no tendremos más remedio que hacerlo nosotros solos... sin ti —murmura a la vez que aumenta un poco más la presión de la pistola en mi cabeza. Me doy cuenta de que lo único que me puede salvar ahora mismo son las mentiras, por lo que las pingo en práctica.
—¡Vale, vale! —exclamo—. Sé dónde está lo que buscáis, os ayudaré. Pero debéis saber —continúo, mientras clavo mi mirada en sus ojos oscuros—, que el camino es muy peligroso. Habrá miles de trampas en el interior de la pirámide dispuestas a acabar con las personas que intenten robar la fortuna del emperador Zenoc. Además, sólo podré ayudaros por el día.
—¿Y eso por qué? —replica.
—Porque en la oscuridad estaríamos indefensos. Necesito luz para reconocer las posibles trampas ocultas a simple vista. Por eso.
Parece dudar, pero en unos segundos que se me hacen eternos, él asiente y retira el arma. Se gira hacia "su gente" y anuncia:
—Vale socios, descansaremos aquí a la entrada de la pirámide hasta el amanecer, cuando entraremos. Atad a la chica y no la dejéis escapar.
Se colocan a mi alrededor y uno con barba marrón saca una gruesa cuerda. Entre los cuatro, me atan las manos a la espalda. Yo no me resisto, puesto que pueden pegarme un tiro cuando quieran. Cuando se retiran, tengo las muñecas completamente inmovilizadas. El pánico me invade, no tengo escapatoria alguna. Mañana se darán cuenta de mi mentira, y acabarán conmigo, como seguramente hicieron con los demás arqueólogos de la expedición.
—¡Novato!— exclama el hombre que había intentado acercarse a mí—. Tú harás la primera guardia a la prisinonera.
Me señala con el dedo índice, y el chico misterioso con la capa asiente.
—Qué, ¿te ha comido la lengua el gato?— pregunta el líder—. Desde que...
—Vania— digo acompañado de un gruñido.
—Vania apareció estás raro M.
El llamado "M" no contesta ni replica ni una palabra.
Poco después, cuando todos se han dormido menos "Mudito" y yo, decido que tengo que descansar para recuperar fuerzas, y en cuanto cierro los ojos unos minutos, Morfeo me lleva al mundo de los sueños.
Sin embargo, no dura mucho, porque unos golpecitos en mi hombro me despiertan. Todavía es de noche y M está a mi lado. Señala la entrada de la pirámide con la mano, y en la arena escribe: vete.
Le voy a replicar que tengo las manos atadas, cuando me doy cuenta de que la presión de la cuerda ha desaparecido: él me ha soltado. Con mucho cuidado para no hacer ruido, me levanto y moviendo los labios le digo gracias. Asiente y con un gesto de las manos que me resulta familiar me dice que me apresure, y eso hago. Poco a poco y procurando no hacer ruido, me alejo de mis perseguidores. No puedo evitar una sonrisa cuando oigo a los tres hombres roncar como leones.
Cuando me encuentro en la entrada de la pirámide relativamente a salvo, saco una pequeña linterna de mi mochila y la enciendo. Empiezo a andar mirando a mi alrededor y teniendo cuidado por dónde paso y piso. De momento no hay ninguna trampa, y el camino siempre es el mismo.
Poco después, sin embargo, me encuentro con que hay dos posibles túneles, dos caminos diferentes. Los dos parecen exactamente iguales, pero cuando me fijo más descubro que no es así: en la parte superior del camino de mi derecha, hay grabado en la piedra un gato, y en la de la izquierda un escarabajo. A pesar del paso del tiempo, se reconocen los colores que se usaron: el gato es de color rojo, y el insecto, negro. Seguro que uno de ellos es el camino a la muerte, y otro la bendición de poder seguir con vida. Intento encontrar algún geroglífico en las paredes de los alrededores, pero la única pista que tengo son los animales de la pared. ¿Cuál será la elección correcta? La frase que mi progenitor me dijo al contarme la historia de Zenoc viene a mí como un milagro: mientras sigas a los escarabajos todo irá bien.
Le hago caso y atravieso el estrecho pasaje. Tras unos minutos el túnel se abre a una estancia mucho más grande. Con la linterna apunto a todos los lugares de la sala. En las paredes hay grabados miles y miles de escarabajos negros; en el centro de la estancia una mesa con varios objetos parece llamarme. Me acerco y pongo una mano sobre ella, y de repente empiezan a encenderse antorchas en las paredes, iluminando la habitación. La mesa es lo único que hay en la estancia, y no hay ninguna salida aparte del túnel de antes que me llevaría de nuevo a la entrada de la pirámide. Apago la linterna: ya no sirve para nada; veo claramente lo que hay en el mueble. Cuatro escarabajos de distintos tipos de piedras preciosas: rubí, aguamarina, diamante y ónice. Es decir, los colores rojo, azul, gris platino y negro. Además, hay una inscripción con geroglíficos en la mesa de piedra que dice así:
La codicia es peligrosa y puede resultar mortal. El segundo sol abrasa y sólo el agua lo puede calmar. Si eliges la máxima pureza y dureza estarás acabado. Pero cuidado, el equilibrio entre destrucción y creación no puede romperse. La oscuridad puede ayudarte, siempre y cuando no te pierdas en ella. Sólo tendrás una oportunidad.
Si fallas, Anubis te juzgará. Si aciertas, Horus velará por ti.
Cuando termino de leerlo entiendo todo lo que dice, pero no le veo el sentido. Si cojo todos, moriré. El rubí es el segundo sol, es decir, el fuego, y la aguamarina es el agua. Si elijo el diamante, que es el más duro de todos, también la llevo clara. No puedo coger el rubí y dejar la aguamarina, puesto que el agua contiene al fuego. Con la oscuridad se refiere al ónice, que es el más oscuro de los cuatro. Anubis era el dios de la muerte en la mitología egipcia y Horus, el del cielo.
Quiere decir que si acierto, seguiré con vida y veré más días, y que si lo hago mal, Anubis me llevará al país de los muertos. Lo que no entiendo es qué piedra preciosa voy a coger: si el rubí y la aguamarina a la vez o el ónice... y no tengo muy claro a qué se refiere con "la oscuridad puede ayudarte, siempre y cuando no te pierdas en ella". Estoy hecha un auténtico lío. Busco con mayor detenimiento en la mesa si hay algún otro mensaje, pero no encuentro nada. Frustrada, enciendo la linterna e ilumino la mesa en un acto a la desesperada. Un destello capta mi atención. Vuelvo a pasar el objeto por la mesa despacio y descubro que procede del ónice.
Poso la luz de nuevo y el escarabajo empieza a cambiar... en unos momentos, el color negro del insecto cambia a plateado. Se ha transformado en plata. No sé cómo es posible, pero la solución al enigma es ese: el ónice es la oscuridad, y al aclararlo, ya no es oscuro. Con una sonrisa triunfal en el rostro cojo el escarabajo plateado. Un hueco se abre en la pared del fondo. He acertado. Guardo el insecto en mi mochila y me adentro en la siguiente sala. Me quedo deslumbrada al darme cuenta del sarcófago que hay en el centro. Estoy en la cámara mortuoria del faraón Zenoc. Las paredes están llenas de geroglíficos que al momento traduzco:
Aquí yace mi cuerpo momificado. Acepté reinar en Egipto un año a cambio de mi muerte. Si has llegado hasta aquí es que has tomado decisiones sabias y justas. Tienes mis respetos y mi cuerpo a tu disposición. Puedes robar los tesoros que me llevé al reino de los muertos, o puedes dejar mi alma en paz. Si decides hacer esto último, deberás borrar la silueta del insecto. Que los dioses te acompañen.
Tras leerlo me quedo sin habla. Zenoc realemente fue una buena persona. Como tal, merece que su sarcófago y sus pertenencias más queridas permanezcan con él y no en una vitrina de cristal en cualquier museo del mundo. Los pasos de alguien a mis espaldas y el chasquido de un arma me sacan de mis pensamientos. Me giro a tiempo para ver al chico de la túnica en la cabeza apuntándome con una pistola. Las manos le tiemblan, pero se revelan sus intenciones.
Pongo las manos sobre la cabeza y le miro fijamente. He llegado hasta aquí para nada.
—Si vas a matarme, por lo menos quiero verte la cara —le pido.
Él duda unos momentos, pero finalmente se quita la capucha de la cara y contengo la respiración. Es... Mateo. Una lágrima baja por la mejilla del chico del que creía ser amiga.
—¿Por qué? —murmuro con voz rota.
—Si no lo hago me matarán a mí —admite mientras baja la mirada al suelo, incapaz de seguir mirándome a los ojos. Yo sigo observándolo.
—Te transformarás en un asesino, ¿lo sabes verdad?
Mateo asiente, a la vez que más lágrimas se escapan de su lagrimal y caen al suelo.
—Sí —consigue decir al fin.
Su rostro vuelve a fijarse en el mío. Esta vez, algo más endurecido. Sujeta bien el arma apuntándome al corazón y cierro los ojos, sintiendo mis mejillas mojadas a causa de las lágrimas. Espero y espero, pero el sonido de la muerte no llega. Abro los ojos y veo a mi compañero de expedición, y no a un criminal. Murmura un no puedo y tira la pistola al suelo. Se acerca a mí y me abraza, y yo bajo los brazos y se lo correspondo. Cuando pasan varios minutos sin que ninguno se mueva le susurro a la oreja:
—Mateo, podemos salir de aquí vivos. ¿Los idiotas de antes siguen fuera o están aquí en la pirámide?
—Están en el túnel del escarabajo, esperando que vuelva con tu cadáver en mis brazos.
—Bien —afirmo. Me separo de él y continúo—. En ese caso ven conmigo: tenemos una pirámide que esconder.
Mateo frunce un poco el ceño, sin entender, pero cuando le cuento mi plan me muestra una sonrisa cómplice.
—De acuerdo, pues vamos a ello.
En unos segundos mi compañero se va al túnel del escarabajo. Yo me escondo detrás del sarcófago del difunto faraón. Casi enseguida escucho las voces de mis ex-perseguidores en la sala de las piedras preciosas.
—¿Estás seguro de eso, M? -pregunta enfadado el líder.
—¿Quieres que te lo vuelva a explicar? —pregunta mi cómplice pacientemente—.Veréis, Vania cogió el escarabajo que no era, y en esa sala de allí murió.
—Está bien pero ¿cuál es la solución del enigma ese?
—Pues ese es el caso: el enigma no tiene solución. El túnel del escarabajo lleva a una trampa mortal. El tesoro está pasando el túnel del gato rojo.
—¿Cómo sé que no me mientes?
—Bueno, ya veo que no quieres el botín, jefe. Pero ella ha muerto por intentar resolver el enigma.
—¡Está bien! Pero como no la has matado tú, no te llevarás nada del tesoro.
—Lo sé y no me quejo.
—Bueno, pues vamos allá.
Oigo sus pisadas resonar en el suelo. Cuando ya no queda más que silencio, salgo de mi escondite, pero no de la sala. Tengo que seguir el plan. En cuanto oigo los gritos de protestación de los tres hombres, salgo disparada hacia la entrada de la pirámide, donde me espera Mateo con una sonrisa. Salimos al exterior y entre los dos borramos la silueta del escarabajo, hasta que no hay ni rastro de ella. En unos segundos, la pirámide vuelve a hundirse completamente en el suelo, sin dejar ni rastro de ella.
—Es una pena —afirma él teatralmente—. No tenemos nada de recuerdo de la pirámide.
—Eso es lo tú crees —digo, contenta de que vuelva a ser el mismo. Saco el escarabajo de la mochila y se lo pongo en la mano.
—Es... increíble —dice mientras mira ensinismado el insecto—. ¿Diremos algo sobre tu descubrimiento de la pirámide y de un faraón olvidado?
—Querrás decir nuestro descubrimiento. Y pienso que no deberíamos decir nada. No quiero que Zenoc acabe en un museo.
—Oh, es un honor que pienses que yo he descubierto algo contigo. De acuerdo, no diremos nada. Pero tenemos que volver y explicarlo todo, o al menos, contar qué ha pasado con ellos.
—¿Con los criminales o con los arqueólogos?
—Ambos.
—Entonces... Carla y los demás...
Él asiente y me mira. Yo contengo por décima vez en el día la respiración. Sus ojos verdes expresan más tristeza que antes.
—Vania, te aseguro que yo no participé en ello. De hecho, intenté salir de su grupo justo antes de la expedición, pero no pude. Le tenía demasiado miedo a lo que pudiera pasar si se enteraran.
—Tranquilo, todo ha acabado ya. No tienes nada que temer, te creo. Diré que escapaste conmigo de la casa, y que ellos nos persiguieron en el desierto, donde conseguimos escondernos y huir de ellos. Iniciarán seguramente una búsqueda para encontrarlos, pero no habrá ni rastro de ellos. Estarán cumliendo su condena bajo el suelo en la pirámide de un faraón que la gente desconoce.
—Gracias, por todo.
Sonrío, y los dos emprendemos el camino de vuelta a casa. Está amaneciendo y estoy segura de que Horus nos está observando ahora, velando por nosotros.
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Holaa. Este es el capítulo 3. Lo habría subido antes, pero Wattpad me odia un poquito y se me borró el capítulo cuando llevaba más de la mitad escrito :´( Este es el capítulo más largo que he escrito nunca, tiene casi 3000 palabras. Este es el último capítulo antes del epílogo. ¿Os esperabais lo de Mateo? Dejadlo en los comentarios. ¡Hasta el epílogo! XD
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