Capítulo 2: la carrera persecución

        La primera tarde en la casa rural (situada a las afueras de el Cairo), fue muy agradable: pudimos descansar del viaje y la comida, cordero asado y cuscús, fue muy buena. Los problemas llegaron al atardecer.

        Estoy jugando una partida de cartas con Mateo y una compañera de la expedición, Carla, en la sala de juegos. Los tres estamos muy concentrados planeando estrategias para ganar la partida, en completo silencio, cuando oímos el sonido de un disparo, seguido de un grito humano.

       Carla pega un bote en su asiento y suelta un chillido. Mateo mira fijamente un punto  inexistente. Yo sólo puedo pensar en el mensaje de texto que había recibido en el aeropuerto. Las palabras retumban en mi cabeza como si fuera un tambor:

           Sabemos que tú tienes la clave. Cuando aparezcamos, entréganosla, o probarás el poder de las armas...

        Y eso no es lo único, puesto que unos segundos después recibo otro mensaje en mi móvil:

       Te lo advertimos. No has cumplido, y ahora pagarás las consecuencias.

        Carla es la primera en hablar:

      —Chicos, será mejor que nos vayamos, nos escondamos o... — no puede continuar, porque su voz se quiebra a causa del miedo.

      Escuchamos unos pasos detrás de nosotros, y los tres nos giramos bruscamente, para ver a diez arqueólogos blancos como el papel.

     —¿Estáis los tres bien? —pregunta un hombre de unos cuarenta años sin un solo pelo en la cabeza.

      —Sí —respondemos Carla y yo al unísono. Mateo tarda unos segundos en salir de su trance, nos mira y asiente con un ligero asentimiento de cabeza.

       —Tenemos que llamar a la policía —dice una mujer con unos enormes ojos color azabache.

      —¿La policía? ¡deberíamos llamar a una patrulla entera! —exclama otro hombre algo regordete.

     Los recién llegados a la sala de juego empiezan una discusión que no parece tener fin, y que unos fuertes golpes en la puerta principal consiguen frenar en seco. Se miran los unos a los otros, con expresiones en el rostro que varían del miedo a la duda.

       —Huid antes de que entren —digo mirando fijamente la puerta principal.

       —¿Sabes quiénes son?

Giro la cabeza hacia la voz, para ver a la mujer de ojos enormes mirándome, esperando mi respuesta. No respondo, aunque las lágrimas que resbalan por mis mejillas hablan por sí solas. El pánico invade mi cuerpo. Tengo que salir de aquí.

      Corro hacia las escaleras ignorando las réplicas de los arqueólogos y subo los escalones de dos en dos hasta llegar al piso de arriba. Allí, busco mi habitación y entro en el interior. Voy directa a mi maleta, de donde saco una mochila pequeña y  empiezo a meter cosas: dos botellas de agua, un paquete de galletas y demás cosas que me puedan ayudar a sobrevivir fuera.

Justo cuando cierro la cremallera de la mochila, oigo el ruido de una puerta cayendo, y el sonido de más disparos y gritos. Evito chillar mordiéndome con fuerza los labios y salgo al balcón. Miro hacia abajo y casi doy un suspiro de alivio: la caída no es de más de un metro, no me haré heridas graves.  Me preparo  para la libertad y justo antes de que mis pies se levanten del suelo, oigo más disparos en la planta de abajo.

      En cuanto noto el césped del jardín en mis zapatillas me atrevo a abrir los ojos, que sin darme cuenta había cerrado durante la caída. Noto un ligero dolor en los tobillos, pero no le doy mucha importancia y echo a correr hacia las calles desiertas de las afueras de la ciudad, con la pequeña mochila botando en mi espalda.

   No paro hasta que considero que nadie me sigue, me siento en la acera y apoyo la espalda en un muro de ladrillo, para intentar calmar mis pulsaciones aceleradas. Una pequeña sonrisa aparece en mis labios.

    Minutos después, una bala impacta en la pared a centímetros de mi cabeza. Ahogo un grito y giro la cabeza, para ver a escasos metros a uno de los hombres que vi en el aeropuerto de Barajas. Sostiene una pistola en la mano izquierda apuntándome a la cabeza.

     Me levanto con dificultad y obligo a mis pies a moverse lo más rápido posible con tanto ímpetu que casi me desequilibrio, pero me mantengo estable. Noto enseguida sus pasos siguiéndome y poco a poco voy dejándolo atrás. Noto algunos disparos impactar en  paredes y vehículos. Aún así no miro atrás en ningún momento: seguramente el terror me llenaría el cuerpo y pararía de correr.

      Cuando quiero darme cuenta, mi perseguidor y yo hemos dejado atrás las casas, aceras y carreteras para dar lugar al campo y la tierra. Pronto se transformará en arena del desierto.

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Hola. Bueno, este es el capítulo dos. Este es otra cosa, ¿verdad? tiene mucha acción :) El siguiente capítulo me encanta, es la esencia de la historia. Ya no digo nada más, hasta el próximo capítulo.

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