Capítulo 8
—Hola —saludaba feliz el pequeño Max.
—Uhmm —se quejó Alec quien recién despertaba, al abrir sus ojos se quedó mirando al pequeño, quien le sonreía— ¡MAX! —gritó de emoción y lo abrazó.
— ¡Ya suéltame! —Se quejó el menor—. Sabes que no me gustan los abrazos —se separó de su hermano, lo miró a los ojos—. ¿Ya me recuerdas?
Los ojos de Alec se llenaron de lágrimas, claro que lo recordaba, más bien, se odió a él mismo por olvidarlo, lo atrajo hacia a él y lloró sobre su hombro, el menor le daba palmaditas en su espalda en señal de consuelo.
—Eso quiere decir que sí, me recuerdas —le habló con voz dulce y lo abrazó fuertemente a su hermano.
—Yo... yo... —decía sollozando—. Perdón —dijo llorando sin soltar al menor, ante eso el pequeño se alejó de él y le mostró una gran sonrisa.
—No te preocupes hermano —con voz dulce, acariciando el rostro del ojiazul. Pero eso sí, no lo vuelvas hacer… —dijo riendo, contagiando a Alec, quien empezó a reír—. Pero ya, en serio, es hora de que despiertes —lo dijo serio—. Alguien está esperando por ti.
Alec hacía memoria, ¿quién podría ser? Recordó lo sucedido y recordó esos ojos que tanto amaba.
—Mag… Magnus —tartamudeó, Max asentía con la cabeza.
—Sí —afirmó el pequeño—. Es hora, Alec —Max vio el rostro de su hermano que mostraba dolor—. No te preocupes, yo no me moveré de aquí —trató de animarlo, Alec abrazó a su hermano y está vez Max no dijo nada solo ocultó su rostro en los hombros del mayor.
—Nos volveremos a ver, ¿verdad? —más que una afirmación era una pregunta, Max alzó su meñique, Alec sonrió y también mostró el suyo y los enredaron.
—Esta es una promesa —comenzaron hablar—, y quien la rompa —ambos rieron—. Se comerá la comida de Izzy —soltaron en carcajadas.
—Alexander... —se escuchó, el ojiazul reconoció la voz de su amado.
—Bueno… ya es hora, hermano mayor —Max se alejó de Alec, sonrió y empezó a caminar por el bello campo verde que cubría el suelo en el que estaban, ya cuando estaba lejos del mayor, volteó y empezó a agitar las manos—. ¡Adiós Alec! —gritó.
El ojiazul despertó y, mirando de lado, pudo observar esos ojos que para él eran el cielo mismo, sí, para él, Magnus era lo más hermoso que había visto, no pudo evitar llorar, el brujo con sus dedos limpiaba las lágrimas del rostro del chico, Alec sujetó la mano del brujo ambos cruzaron miradas, rompieron la distancia que los separaba y se besaron, era un beso con deseo, anhelo; con ese beso demostraban cuánto ambos se habían extrañado.
Al separarse juntaron sus frentes; nadie dijo nada fue el brujo quien rompió el silencio que no era para nada incómodo.
—Alec... Alexander —soltaba en suspiros el nombre de su amado—. No tienes ni idea de cuánto te extrañé —decía acariciando el rostro del ojiazul.
—Me lo puedo imaginar, amor—le habló mirándolo a los ojos—. Yo... yo... Perdón... —no pudo terminar porque el brujo le calló.
—Shhh —poniendo un dedo sobre los labios del cazador—. No te disculpes, no tienes que hacerlo, además, no fue tu culpa —dijo sujetando su rostro con ambas manos.
Pasaron así varios minutos, mirándose ambos, sintiendo una chispa de miedo que los volvieran a separar, tanto se perdieron en la mirada de cada uno que no sintieron el par de ojos negros observándolos desde la puerta de la habitación, hasta que esta se llenó de luz.
Ambos voltearon a ver quién estaba ahí con ellos y vieron a Meg sonriendo ella chasqueó los dedos y el brujo desapareció de la vista de Alec, el pelinegro empezó a agitarse y a respirar muy rápido tanto así que sintió como le faltaba el aire, el demonio se acercó al chico.
—No te preocupes —dijo de forma amable—. Estará bien, el amo no le hará nada si se comporta.
— ¿Cómo... estás... segura de eso? —decía recuperando el aliento Alec.
—Bueno… no estoy segura de eso, pero... —miro una vez más al cazador—. Pero es su hijo y lo necesita, así que eso es un punto a favor.
Alexander la observó, sintió un poco de nostalgia, ya que cuando vivió con ella no le trataba mal, más bien dejó que tuviera una vida, si se podía llamar vida lo que tenía, claro, nunca le lastimó físicamente, pero sabía que le hirió al no decirle la verdad. Mientras tanto, Meg también recordaba lo vivido con el chico, recordaba cómo era obediente y se preguntaba ¿cómo, estando en pleno New York, no se había topado con su familia?, sabía cuál era la respuesta: su amo, en sí, si por ella fuera, ella misma habría dejado en la puerta del instituto de cazadores al chico, pero no podía porque su amo no le habría perdonado. Ambos salieron de sus pensamientos y el demonio habló.
—Si deseas, puedo ir a ver si tu novio está bien —dijo sonriendo al chico.
— ¿Puedes? —preguntó sorprendido el ojiazul, el demonio asintió—. Por favor, hazlo —le pidió.
Entonces, en un parpadeo, el demonio ya no estaba en su vista, pero se tensó al escuchar ruidos y al darse cuenta de que la habitación se puso oscura, reconoció esa risa.
—Te ves tan apetecible, muchacho —habló al oído del cazador—. Uhmm… hueles delicioso —se puso frente al chico quien se había quedado paralizado.
—Tú… tú... —tartamudeó, no salía de su asombro.
—Sí, querido... —dijo con voz maliciosa—. Esta vez, no podrás escapar —sonrió y mostró sus ojos rojos, fue lo último que vio Alec antes de ver todo negro de nuevo.
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En el instituto, Maryse y Robert no salían del asombro de la noticia que Izzy les había dado.
— ¿Cómo dices? ¿Alec está vivo? —expresó con duda la mayor, Izzy asintió—. ¡Y recién me vengo a enterar! —le gritó a su hija.
—Perdón, ¿sí? No sé qué más decir —se disculpó la pelinegra—. No pueden juzgarme, traté de protegerlo —se excusó la cazadora—. Sí, sé que no debí ocultarlo, pero... pero lo hice por un bien —habló firmemente.
—Bueno, eso podemos entenderlo —dijo calmado Robert—. Pero, ocultar algo así, sabiendo como estamos sufriendo, eso no hay excusa alguna Izzy.
—Sí, lo sé, pero yo... —No pudo continuar porque una mano le golpeó el rostro—. Ma… mamá —miraba a la mujer que tenía lágrimas recorriendo su rostro.
—No tienes ni idea cómo... me sentía, maldición Izzy —gritaba la mujer, que abrazó a su hija—. Lo siento, pero… —suspiró—. Me entiendes, ¿verdad? —la chica asintió.
Izzy abrazó muy fuerte a su madre y lloró, nunca les mostró ese lado a sus padres, pero hoy era el día.
—Lo sé, lo es —decía mientras sollozaba.
Simón que estaba en la puerta observando toda la escena.
—Uhmm La... Lamento romper el momento familiar... —tanto Robert como Maryse voltearon a verlo, al parecer se habían olvidado que él estaba ahí—. Nosotros... —estaba nervioso—, tenemos un plan —continuó hablando—. Así que nos gustaría que nos ayuden.
—Eso no tienes por qué pedirlo muchacho —contestó Robert.
—Pondremos a su disposición a los mejores cazadores —esta vez fue Maryse quien habló, no dejaba de abrazar a su hija—. Así que… ¿Cuál es su plan? —preguntó.
—Pues ya tenemos a Catarina rastreando a Alec y Magnus, solo falta un poco más y lograremos ubicarlos —informó a los Lightwood.
—Espera… ¿Dijiste Magnus? —preguntó sorprendida—. Acaso él, ¿está también desaparecido? —Maryse miraba seria a Simón.
Pero no fue Simón quien respondió.
—Sí, mamá —contestó Izzy, secándose las lágrimas, alejándose de los brazos de su madre—. A él también se lo llevaron —decía mirando a su madre.
—Entiendo, pequeña —La señora miró a Robert y su esposo comprendió lo que quería decir esa mirada, así que asintió.
—Muy bien, enviaré un mensaje de fuego a la clave —dijo Robert quien caminaba hacia la salida, Maryse besó la frente de su hija y salió con Robert de la oficina.
Izzy se disponía salir también de la habitación, pasó por el costado de su novio y antes de abrir la puerta; sintió como unos fuertes brazos le estaban rodeando, sintió humedad en sus hombros, Simón estaba llorando.
—Lo sien… lo siento —decía llorando, volteó a Izzy para mirarla y ella también tenía lágrimas en sus ojos.
—No hay nada que lamentar —decía feliz, abrazando al chico—. Pero ahora debemos salvarlos —no le soltaba.
—Lo sé, amor —le hablo tiernamente—. Y sabes que los vamos a encontrar, tengo fe en eso —dijo confiado.
—Y otra cosa, Simón Lewis —habló con miedo Izzy—. Estoy embarazada —soltó la noticia casi gritando.
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Mientras Magnus miraba con rabia a la persona en frente suyo, claro, quien no tendría miedo de esos rojos riendo de maldad. Magnus se encontraba pegado en la pared, tal era la fuerza de su padre que no podía librarse de él, lo que le ayudaba en ocasiones anteriores era que utilizaba mucho su inteligencia y la forma que le decía mentiras a su padre para librarse de él, pero ahora el brujo no podía hacer nada porque todo lo que pensaba era en su querido Alexander y que estuviera a salvo.
— ¡Suelta ya lo que quieras maldito! —estaba furioso el brujo.
—Ja, ja, ja —rio el demonio—. ¿Qué crees tú que quiero de ti? —se dirigió a su hijo.
—Claro, se me olvidaba que no te importa si muero —soltó con amargura—. Sabes bien que si te doy mis poderes podría morir… padre —cuánto se odiaba a sí mismo por llamarlo padre.
—Claro que me interesa tu vida, hijo mío —dijo con ironía—. Por eso te pido que gobiernes junto a mí —dijo estirando su mano hacia Magnus.
El brujo lo miró y rio.
—Me gustaría poder darte la mano… padre, pero verás que no puedo —señaló con su mirada sus brazos atrapados, en eso el demonio chasqueó sus dedos y Magnus cayó al suelo de rodillas.
Asmodeos tendió su mano para ayudar a su hijo, pero este lo rechazó ante ello el demonio se molestó.
—Veo que sigues sin entender quién manda aquí —dijo gritando, tanto fue que la casa empezó a temblar, Magnus se asustó, sabía que si hacia enojar más a su padre, Alexander se llevaría la peor parte, así que trató de ser más amable.
—Padre... no quise ser grosero, lo que pasa es que... —le mostró sus manos, mira están sucias no podría saludarte así, a un ser tan especial como tú —ni él mismo sabía lo que decía.
Asmodeos sonrió y se calmó.
—Muy bien, hijo mío, pero antes que cambies de opinión, me aseguraré por si las dudas —ante lo dicho Magnus lo miro con sospechas, cuando sintió un golpe en la cabeza y cayó al suelo.
—No tengo otra alternativa que tenerte a la fuerza, iremos a nuestro hogar —decía Asmodeos abriendo un portal que llevaba a Edom, Magnus todavía consciente miraba con horror el portal—. Y para asegurarme de ello… —el demonio hizo aparecer una nube en el aire donde se podía ver a Alexander tendido en una cama y, junto a él, un demonio que conocía bien Malac, eso fue lo último que vio antes de caer desmayado.
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