03 Pan de elote y palabras inconvenientes

—Papá y Sophie no te van a hacer nada, ya deja la ansiedad —Christopher parafraseó entre risas lo mismo que Elizabeth le dijo el día que iba a pedirle permiso a Don Arturo para casarse con su hija.

—Cállate, majadero —le recriminó mientras estaba sin decidirse entre dos vestidos veraniegos, uno largo y el otro también, pero con un corte y color distinto.

Christopher no podía evitar reírse cada vez que ella le dirigía esa palabra, le parecía que le  quitaba seriedad al asunto porque el sonido era cómico en sí mismo. Y no es que no tomara en serio a su novia, pero ya sabía que cuando usaba ese calificativo, era más para que ella mostrara su dominación en cuanto a bromas se trataba. Era parte del código secreto que había aprendido al tratarla, "majadero" significaba que estaba bien seguir jugando, pero debía tener cuidado de que ella no tuviera que usar la palabra "grosero" para que se detuviera, porque eso implicaba que se había pasado de la raya y que era momento de disculparse. Afortunadamente, sólo se había metido en ese problema una vez, porque si no fuera el caso, no hubieran vuelto a hablarse y no estaría en ese momento viéndola sin poder decidir qué era más apropiado: un vestido negro de cuello halter o uno rojo de lunares amarillos que le recordaba mucho al modelo que usó Julia Roberts en Pretty Woman.

—Es sólo el restaurante del hotel y estoy seguro de que Bianca usará leggings.  

—Pero Bianca no va a ver a sus suegros, yo sí —dijo, poniendo los dos vestidos, uno encima del otro—. Chris, ayúdame, se va a hacer tarde.

—Me gusta éste —señaló el de lunares—, aunque casi nunca lo usas.

La notó sonrojarse, como siempre hacía cuando él intervenía en algo.

—Gracias —guardó el vestido negro en el ropero y puso el otro sobre la cama—. ¿Puedes salir para que me aliste?

Él asintió e hizo lo que le pidió. Le parecía adorable que aún guardara algo de pudor cuando ya no había nada que no se hubieran visto antes, sobre todo porque le gustaba mucho pasearse con una camiseta raída y ropa interior en los días que se quedaban juntos en casa. 

No tardó ni siquiera diez minutos en salir y la encontraba bellísima, como en esos momentos en los que ella decidía brillar, ya fuera con una camiseta llena de agujeros o un vestido bonito. Sonrió al verla y la abrazó.

—¿Y eso? —cuestionó, en tono de juego.

—Te ves muy linda —contestó, dándole un beso corto.

—Ay, ya... —le dijo, ruborizándose, mientras juntaba su frente con la de él.

Se quedaron un momento así, considerando que no iba a hacer gran diferencia en su hora de llegada el abrazarse por unos segundos. Luego, se pusieron en marcha y en veinte minutos ya se encontraban en el lobby del hotel, con un recibimiento efusivo de parte de Bianca (en leggings), Keith y Richard.  

Matthew y Sophie llegaron inmediatamente después, saludándoles con gusto, pero menos intensidad, para dirigirse al restaurante del hotel. Por lo demás, la cena iba bien, dentro de una atmósfera agradable y cálida, entre vino blanco y comida deliciosa. 

 —Bueno —comenzó Sophie—, ¿qué es lo que debe hacerse en una ocasión como ésa, Lizzie?

—Ah, pues sólo tienen que decirle a mi papá que quieren pedirle autorización de que me case con Chris, él es muy cursi, así que va a apreciar que utilicen una frase bonita. También es muy buen anfitrión, va a querer que la pasen bien.

—Eso hace que me relaje un poco —mencionó Matthew un poco pasado de copas, riendo—, pensé que nos pondría una prueba sobre atar a una cabra o una pelea de gallos.

Elizabeth se quedó helada al escuchar eso. No esperaba que fuera a salir de su boca una frase así, nunca se había comportado de esa manera con ella, ni siquiera sabía cómo responder a eso.

—Papá, decir eso es de mal gusto —indicó Christopher.

—Justo te dije que no hicieras ningún comentario de ese tipo —Bianca intervino—. A nadie le dio risa.

—Era sólo una broma —siguió riendo—, público difícil.

—Cariño, basta —Sophie estaba tan avergonzada que se aseguró de que no estuviera bebiendo más—. Discúlpate.

—Está bien, está bien... —cedió el hombre— Lo siento, seguro tu familia es tan adorable como tú. Lo que dije estuvo mal.

Ella no sabía qué decir, así que sólo asintió para que el rato dejara de ser incómodo.

—Me aseguraré de que se porte bien con tus papás —dijo Bianca.

Keith y Richard decidieron que era buena idea pedir el postre para hacer sentir mejor a la joven.

—Y le haremos pagar la cuenta para que se le quite —comentó Keith, guiñándole el ojo.

Christopher no parecía ceder en su molestia, aunque ya se estaba limitando a tomarle la mano a su prometida.

Sólo fue cuando sirvieron el pan de elote con helado de nuez que soltó:

—Es por cosas como ésta que nos vamos a quedar en México.

Ése enunciado fue suficiente para que los colores en el rostro de su padre se transformaran al rojo.

—Así que ya lo decidieron sin ver otras opciones. 

—No queremos otras opciones —le respondió, mientras se levantaba y le ofrecía su mano a su novia para irse de ahí.

—No pagué tu año en Chile para que decidieras quedarte en el tercer mundo.

—Te tengo noticias, Chile está en Latinoamérica y sólo a ti te sorprendería eso. 

—Tofee, cariño, tu papá está borracho, no quiso decir eso. Respetará lo que decidan, sólo lo tomó por sorpresa, me disculpo por él —Sophie retuvo a su esposo de seguir hablando, sin alzar la voz—. No conduzcas enojado, por favor, quédense hasta que todos estemos más tranquilos.

Christopher suspiró y miró a Elizabeth, dejándola decidir, ella asintió y volvieron a sentarse.

—Si nos quedamos es para no preocuparte —dijo él, tratando de no sonar poco amable.

—Y lo agradezco —luego se dirigió a Keith, mientras le entregaba una llave electrónica—. Querido, lleva a tu papá a la habitación.

Después de necesitar el apoyo de Richard para lidiar con Matthew, Keith hizo lo que le pidió y al regresar, intentaron seguir disfrutando el postre, aunque el helado ya se había derretido sobre el pan de elote, casi tanto como las tensiones que fueron creciendo durante la noche. Sophie hizo lo mejor que pudo para resarcir el daño que había causado su marido, prometiendo que haría lo que estuviera en sus manos para evitar que un incidente así volviera a suceder.

La molestia de Christopher se disipó lo suficiente para que su madrastra creyera que era seguro que se fueran, se despidieron con una sensación amarga y la pareja subió al auto. 

—Lamento que hayas peleado con tu papá —le dijo ella, en cuanto se pusieron en marcha.

—No importa, yo sabía que eso iba a pasar en algún momento —respondió, con un suspiro de cansancio.

—No quisiera que se distanciaran.

—No es la primera vez que pasa algo así, también peleamos cuando decidí mudarme, pero somos buenos pretendiendo que no sucedió —después de decir eso, siguió conduciendo, en silencio, hasta que llegaron a su casa.

Bajaron del auto y Elizabeth creyó conveniente quedarse con él esa noche, aunque no se lo dijera, sabía que no quería estar solo, masticando sus resentimientos.















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