02 Visitas inesperadas

Despertar al lado de Christopher era algo que Elizabeth disfrutaba mucho los fines de semana, porque él siempre tardaba un poco más en desperezarse, dándole la oportunidad de verlo descansando por unos minutos en la mañana. 

Le acarició el cabello y le dio un beso en la sien antes de levantarse para vestirse. Después de un par de semanas desde que se comprometieron, le gustaba la idea de lo cotidiano que se volvería compartir el inicio del día con él, era una sensación de expectación cálida en la que la rutina doméstica se volvería menos solitaria con su adorable compañía, teniendo la certeza de que las cosas podrían funcionar.

Cuando volvió a pasar cerca de la cama para buscar su teléfono, sintió que le tomaba el meñique.

—No te vayas —le pidió de manera juguetona—. Te haré el desayuno si te quedas un rato más.

—Sabes que no me gusta desayunar si mis mascotas no han comido —le respondió, en el mismo tono—, pero volveré si preparas waffles.

Él aprovechó que se descuidó un momento para atraerla hacia él y aprisionarla entre sus brazos.

—Es sábado, a las seis de la mañana, ni siquiera es de día todavía. Pueden soportar una hora más solos.

—¡Está bien! —le contestó, riéndose y poniéndose encima de él.

Ya habían comenzado a besarse cuando escucharon el timbre. No le dieron mucha importancia hasta que se volvió demasiado insistente.

—Tal vez sean los de la compañía de luz —se interrumpió Elizabeth—. ¿Pagaste el recibo?

—Está domiciliado a mi tarjeta —le respondió, un poco frustrado—. Iré a ver quién es.

—Ten cuidado —le previno, había visto los suficientes casos de La Ley y el Orden como para asustarse de tanta insistencia de quien pudiera ser la persona que estaba afuera, a esa hora de la mañana.

 Elizabeth se quedó arriba, al final de la escalera tratando de escuchar lo que pasaba.

—¿Bianca? ¡Bianca! —lo escuchó exclamar, primero con sorpresa y después con gusto.

—Oye, tenía que venir a verte lo más pronto que podía. No todos los días mi hermano se compromete.

Menos mal que sólo se trataba de la relajada hermana mayor de Christopher y el único daño que podía hacerles era interrumpirles. Se sentía un poco avergonzada por la paranoia, pero se acomodó la ropa y el cabello para bajar a verla. 

—¡Hola! —saludó, mientras los veía separarse en su abrazo—. Creímos que vendrías durante el spring break.

—Bueno, es la última sorpresa que se me ocurrió hacerle a Toffee antes de que se case, tal vez excepto por Keith, que dijo que se detendría en un Tim Hortons a comprar el desayuno —se quedó mirándolos un segundo, como si no fuera capaz de guardar un secreto—. Por cierto, trajo a su novio para que lo conozcan, pero no le vayan a decir que les dije. 

La novia hizo una sonrisa vacía. Sabía que eso podía causar problemas con su familia conservadora, aún no le había dicho a sus padres que el hermano de su futuro esposo era gay, su padre se iba a ir de espaldas cuando lo supiera, tal vez molesto de tener que compartir espacio con una pareja de hombres antes, durante, y después de la boda. Su homofobia era una de las cosas que le había ocultado a su prometido, no por malicia, sino por evitar una confrontación entre ellos.

Se disculpó con ellos poniendo de excusa el tener que alimentar a sus mascotas y se fue de ahí, a planear con su hermana lo que haría para prevenir una batalla campal. Nomás entrando a la casa, la llamó a través de los auriculares inalámbricos, esperando que estuviera levantada para hablarle de ello. Escuchar su voz acatarrada por las alergias le dio esperanza.

—Llegaron los hermanos de Christopher —soltó, sin saludar.

—¿Y a mí qué? —le cuestionó Valeria, entre bostezos.

—Que su hermano trajo a su novio y muy seguramente querrán visitar a papá y mamá.

Hubo un ruido de una nariz siendo sonada, luego volvió a escuchar a su hermana.

—Déjanos a Antonio y a mí pensar en algo, te llamamos más tarde —le colgó, mientras ella inhalaba y exhalaba para calmar su ansiedad.

Se dispuso a hacer sus tareas matinales lo más rápido que podía para volver con su novio a una hora razonable, con arreglo personal incluido, tratando de no verse como si estuviera ocultando algo y quisiera utilizar su imagen como distractor. Como si otras personas además de ella pudieran saber lo que estaba pasando por su mente.

Regresó a la casa de Christopher cuando el sol ya estaba saliendo, encontrándose con que los tres hermanos y Richard, el amable joven que fungía como pareja de Keith estaban esperándola para desayunar.

Eso sólo la hacía sentir más culpable por lo que fuera que pudiera pasar en cuanto su padre se enterara de que se emparentaría con personas más diversas de lo que él algún día hubiera imaginado jamás. No creía que fuera a hacer un escándalo, pero no podía descartar ese resultado si nunca había estado en esa situación. 

No lo entendía, durante los años de adolescencia de Elizabeth y Valeria, Don Arturo se mostraba cordial con sus amistades escolares de la comunidad LGBT, pero parecía que ahora, con quince años encima y que estaba envejeciendo en el campo, sus ideas se volvían más conservadoras. Tenía que hacer un plan de prevención de daños, para evitar que cualquiera pudiera salir herido. 

—Recuerdo que cuando nos visitaron, dijiste que te gustan los biscuits —le dijo Keith, después de saludarla—. Espero que te agrade el de tocino que compré para ti.

Ese hombre de mirada dulce, nobles sentimientos y carácter sereno merecía ser protegido. No iba a permitir que tuviera que pasar por un momento desagradable, tenía la responsabilidad moral de cuidar de su integridad emocional a como diera lugar. Sólo esperaba que Valeria y Antonio no tardaran mucho en ayudarle a elaborar un plan de acción, sólo podían salir bien las cosas si trabajaban en equipo.

—Richard investigó y me dijo que la tradición es que la familia del novio pida la mano de la novia —mencionó—. Le dije a papá y a Sophie y están enamorados de la idea, así que van a llegar hoy a la noche para planear lo que vamos a hacer mañana para pedirle a tu papá si autoriza que te cases con Toffee.

Eso no podía ser algo bueno, tenía que trabajar en algo con su hermana sobre la marcha, era muy poco tiempo para poder lograr que eso terminara bien. Afortunadamente, estaba llamándola, se disculpó y se fue a la habitación de su prometido a responder.

—Te tardaste mucho en contestar —le recriminó, con fastidio.

—Bueno, estaba ocupada. Estaba desayunando con todos, no podía irme así nada más.

—Ay, perdón —respondió, con el tono de molestia anterior—. Bueno, Antonio dice que no cree que tengas muchas opciones, o le dices la verdad a papá y a Christopher, o puedes esperar a que todo estalle antes de la boda.

La novia suspiró con resignación.

—No quería tener que hacer eso justo hoy. Nunca tendré un momento a solas para decirle, sus papás llegan hoy a la noche para ir mañana a "pedir mi mano".

—Pues tú te metiste en ese lío por no decir nada antes —le recriminó, para luego utilizar un tono más comprensivo—. Llama a mamá, tal vez ella pueda hablar con papi y así nos evitamos tonterías, ya luego le dirás con más calma cuando pase todo el mitote.

Volvió a suspirar, más derrotada todavía.

—Eso haré. Te veré mañana —se despidió y volvió al comedor.

Al ver a los hermanos conversar y reír animadamente, el sentimiento de culpa se intensificó. No era justo que omitiera información a su prometido, él había sido honesto sobre los problemas que tenía con su madre, así que sabía un poco a qué atenerse cuando tratara con ella (aunque jamás habían tenido una confrontación). Le quitaba agencia al no hacerlo parte de esa charla que hacía mucho tiempo debían haber tenido.

Más tarde llamaría a su madre, eso podría ayudar en algo, pero mientras, se encargaría de ser la mejor anfitriona que pudiera ser, así como sus casi hermanos políticos lo habían sido cuando fue a conocerlos, pero como estaban algo cansados por el viaje, decidieron que se verían para cenar en el restaurante del hotel donde se iban a quedar. 

Tendría poco más de ocho horas para resolver su dilema, eso significaba que no se lo podía decir a Christopher sin causar, como mínimo, una discusión que no deseaba tener ese fin de semana. Él estaba tan contento de ver a sus hermanos, que le parecía injusto hacerlo pasar por un mal rato por culpa de su omisión. 

Le recriminaba a su yo del pasado por no haber hecho nada antes.




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