00 La propuesta

Christopher no se había dado cuenta de la mala idea que fue el buscar un anillo de compromiso en la semana previa a San Valentín hasta que llegó al centro comercial, la joyería estaba abarrotada y comenzaba a frustrarse al ver que estaban agotados todos los diseños que le parecían más acorde al gusto de su novia. Se fue de ahí sin comprar nada y decidió volver a casa, a pensar en cómo evitaría que el impulso de preguntarle si deseaba casarse con él se saliera de control.

Afortunadamente para él, era miércoles, el día en que Elizabeth veía un capítulo de Stranger Things  con su mejor amiga, Marlene; y el jueves ella tenía la cena bimestral de su trabajo, por lo que no se verían sino hasta el viernes, tiempo suficiente para que se le bajara la ansiedad de no poder proponerle matrimonio ese fin de semana.

Sin embargo, la mala suerte que lo acompañó en su visita a la joyería continuó con él durante esa tarde, porque media hora después de llegar, alguien tocaba a su puerta. Y aunque amara mucho a esa persona, lo último que quería era verla en ese preciso momento. La única desventaja de que su novia viviera a menos de cien metros de distancia.

—¡Qué bueno que sí estás! —exclamó con gusto, después de que le abriera la puerta— Estaba lavando una camiseta y uno de los gatos me cerró el patio, así que me quedé afuera ¿me prestas tu llave para poder abrir la casa?  

—Sí —le contestó, tratando de no hablar de más, aunque se le dificultaba mucho— Te puedo acompañar, si quieres.

Se sintió traicionado por sí mismo tan pronto salió de sus labios la frase, pero ella, sin saberlo, le salvó de cometer un error.

—No es necesario, noche de chicas —después de escucharse, le pareció que lo dijo de manera insensible, así que reformuló—. No es que no puedas venir o que no te quiera en la casa, es sólo que voy a estar ocupada.

—Está bien, no pasa nada —le respondió, sonriendo, mientras le entregaba el llavero.

—No tardo —le dio un beso en la mejilla y se fue. 

Antes de que Christopher hubiera terminado de cerrar la puerta, Elizabeth ya estaba de regreso, volvió a besarlo, le dijo que lo amaba y se despidió de él.

Tal vez lo que más le gustaba de su relación era lo cotidiana y natural que se sentía. No podía decir que era algo perfecto, pero era bueno y le parecía casi imposible esperar el momento en el que todo se volviera definitivo. 

Tenía que proponérsele lo antes posible, contara con el maldito anillo o no.

***  

Ese sábado Elizabeth tenía que ir a la tienda de ropa de segunda mano a recoger las prendas que esa semana compró en Instagram, después de su último frenesí consumista. Nadie podía recriminárselo, era ropa muy barata y de buena calidad, además de que eran prendas únicas que no encontraría en otro lugar. Aún así estaba algo preocupada.

Había quedado con Christopher en verse en la cafetería que colindaba con la tienda, sabía que a él no le encantaba la comida de ese lugar por ser demasiado vegetariano para su gusto, pero adoraba el café que servían ahí, de modo que no le parecía tan desagradable. Era una gran casa antigua, con paredes de piedra y muebles viejos con asientos modernos. A Elizabeth le parecía que habían remodelado, algo con lo que no estaba de acuerdo, pues creía que el estilo anterior, muy rústico, era más cálido.

Su novio ya estaba sentado a la mesa, esperándola, se levantó para saludarla y le dio un abrazo fuerte. Había estado raro toda esa semana, así que tenía incertidumbre por su actitud. Sólo deseaba que no hubiera decidido terminar con ella, si las cosas parecían estar tan bien.

—Te pusiste la blusa con las estrellas de mar —señaló, un poco nervioso—, te ves muy bonita con ella.

Christopher nunca le decía ese tipo de cosas con tanta atención a los detalles, así que, en vez de agradecerle, chasqueó la lengua, impaciente.

—¿Qué es lo que tienes? —preguntó, con un poco de molestia—. Toda la semana me he estado quebrando la cabeza para saber por qué te portas tan raro. No creo que no merezca saber qué pasa.

Él estaba a punto de contestar, pero ella lo interrumpió.

—Si es porque quieres terminar conmigo, mejor que sea en otro lado porque me gusta mucho venir aquí.

—Pero no quiero terminar contigo —le respondió, hablando con firmeza para que las cosas no escalaran a más—. Y tampoco quiero que pienses eso.

—Perdón —se disculpó—, ¿es por tu trabajo? 

—No, pero no tiene caso seguir aplazando esto, ya te has preocupado mucho —le hizo una señal al mesero para que se acercara con una tarta de frambuesa y chocolate. 

Elizabeth lo miró confundida, por lo que él le acercó el plato para que le pusiera atención. Se llevó las manos a la boca en cuanto vio el anillo de oro rosa con un rubí engarzado en una delicada guirnalda, sobre una servilleta calada, a un lado del postre. Christopher tomó la sortija y se arrodilló frente a ella.

—Sé que los anillos de compromiso tienen diamantes, pero no encontré ninguno que fuera bonito. Luego, está esto: no podía esperar para hacerte una propuesta, pero te compraré uno mejor después.

—Este me gusta, no necesito que compres otro —respondió, nerviosa.

—¿Eso significa que quieres casarte conmigo? —le preguntó, de forma cariñosa.

—Sí...

Él le puso la sortija con cuidado, suspirando de alivio al ver que le quedaba bien, después besó su mano.

Ella lo ayudó a ponerse de pie y lo abrazó con fuerza. Luego, pidieron al mesero que reservara la tarta y ordenaron lo que comerían. Pasaron un rato en la cafetería, hablando de sus planes mientras comían, pero luego, Elizabeth hizo la pregunta incómoda:

—¿Cuándo se lo decimos a las familias?









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