Día 4
–¡Tienes que quedarte quieta!
–¡Estoy quieta!
–Pero si no paras… de… moverte.
–¡Es que eso no me gusta! –Supliqué con un puchero–. ¿Es necesario?
–Claro que es necesario –afirmó–, y haremos esto durante diez días, así que es mejor que te vayas acostumbrando.
¿Saben una cosa que odio?, las gotas por la nariz. Siento que me voy a asfixiar, que esas gotas irán directo a mis pulmones o algo así. Ya sé, es un poco exagerado, bueno, bastante exagerado. De todas maneras no tuve mucho tiempo para pensar en las consecuencias. Estaba acostada en el sofá, mientras Carlos, gotero en mano, intentaba hacer que más que yo entrara en razón, que entraran las gotas por mi nariz.
–Es una gotita de nada –aseguró, como si le estuviera hablando a una niña.
–Carlos…–Mi mirada era seria, severa.
–¡A ver esa naricita!
–Si vuelves a decir algo así te juro que…
Sentí la gota fría bajar por mi nariz. Desgraciado, me estaba distrayendo, aunque no fue tan malo como recordaba.
–Ves que no fue nada. Vamos para el otro lado.
Lo que faltaba, ahora se creía médico, y aún más, peluquero. Al final el corte de pelo no quedó tan mal, terminé con el cabello por debajo de los hombros y algo disparejo, pero como nadie iba a verme en los próximos quince días o algo así, no le di demasiada importancia. Me quedé mirando la atención que ponía en lo que estaba haciendo. La forma en que trataba de distraerme. Ponía tanta concentración en lo que hacía que…
–¿Qué miras? –dejó caer la gotita y levantó los ojos.
–Nada –mentí.
–Te has portado bien, pero no tengo piruletas. –Me regaló una sonrisa pícara, malvada y divertida–. Aunque podría darte algo parecida.
–Eres un pervertido. Por cierto, ¿qué haces en bóxer?
–Verás –se rascó la cabeza, desviando la vista–, ya no me queda ropa limpia.
–¿Por qué no lo habías dicho antes? –Me incorporé en el sofá, sorbiendo por la nariz.
–¿Para qué?
–Para lavarla –traté de levantarme pero me tomó de la muñeca sentándome de nuevo.
–No vas a lavar nada, tienes que hacer reposo, lo dijo la…
–Sí, la doctora psicópata, ya sé –solté un suspiro–. Pero yo no soporto estar sin hacer nada, además también tengo ropa sucia que lavar.
–Lo haré yo –encogió los hombros.
–¿Lo has hecho antes? –crucé los brazos sobre mi pecho.
–No, pero siempre hay una primera vez para todo.
–Yo estoy bien, yo puedo, enserio.
–Que no.
–Es mi casa, no me puedes decir que hacer.
–Eso era un argumento más que válido.
–No, pero te puedo amarrar a la cama.
–¿Eso es una amenaza o una propuesta? –enarqué una ceja con diversión.
–Por ahora –levantó el dedo señalándome–, es una amenaza.
–Bien –suspiré derrotada–, pero harás exactamente lo que te diga.
–Trato –me tendió la mano y yo la estreché, algo dudosa todavía.
–Trato. Ven conmigo–me dirigí a la habitación y el me siguió–. Pero hasta que se seque puedes ponerte esto.
–¿No me irás a dar algo tuyo?
–¿Cómo se te ocurre? –Rebusqué en los cajones del closet hasta encontrar lo que quería–. Esto te servirá –le di un par de camisetas blancas y shorts de andar en casa.
–¿Son de un ex novio? –las tomó de mala gana.
–No.
–¿Has tenido novio?
–No te interesa. Eran de mi hermano.
–¿Tienes un hermano? –preguntó mientras forcejeaba con la camiseta.
–Sí –tiré de la tela para ayudarlo, le quedaba bastante ajustada–. Será mejor que empecemos ya, o perderemos el sol.
–¿El sol? –Me siguió corriendo al balcón trasero–. Tienes una lavadora automática, ¿verdad?
–No –señalé la vieja lavadora con las dos manos, como el tipo famoso de YouTube–. Esto es lo que hay.
Apilé la ropa sucia en una cesta, se la entregué y me senté a su lado a darle indicaciones. Comenzamos bien, luego vinieron los gritos de: ¡No mezcles la ropa blanca con la de color!, y ¡cállate y déjame concentrarme! Luego pasamos a la fase de enjuagar a mano y tuve que contener las ganas de arrojarle la silla a la cara, ya que se entretuvo con el celular y la lavadora casi se desborda.
–Háblame de tu hermano –pidió mientras sacaba la ropa de la secadora.
–Bueno, es siete años mayor que yo –apoyé la barbilla en el espaldar mientras balanceaba las piernas a ambos lados de la silla–. Se dedica a los negocios, no es muy exitoso que digamos pero se sabe defender. A veces tiene que venir aquí por trabajo y se queda un par de días.
–Entonces se llevan bien.
–Dije que venía de vez en cuando, no que nos lleváramos bien.
–¿Y dónde vive, muy lejos?
–Estás muy curioso hoy –entrecerré los ojos–, sospechoso.
–Solo quiero saber más de ti –me miró de una forma rara que me hizo enarcar una ceja.
–Ahora tengo miedo.
–Deberías –imitó la risa de un psicópata–. Soy un asesino en serie, hago que las chicas se enamoren de mí, y luego las mato.
–Estoy a salvo entonces.
–No estés tan segura –nos quedamos mirando unos segundos. Segundos en que sentí algo de confusión, pero no estoy segura por qué.
–Anda –rompí el contacto visual y me puse de pie–, tenemos que subir.
–¿Subir?
Después de mucho estrés, risas, regaños, y un momento algo raro rayando en lo incómodo, nos encontrábamos en la azotea tendiendo la ropa.
–Pásame otra pinza –pidió el nuevo amo de casa, que me hacía reír cada vez que lo imaginaba con un delantal puesto, cuya señora chismosa.
Él iba tendiendo mientras yo me limitaba a sostener la cesta y alcanzarle las pinzas. Intentaba hacer que no se notara mi nerviosismo, ya estaba acostumbrada a subir aquí, pero las alturas, aunque fueran bajas, seguían haciendo que me mantuviera alerta.
–Habría una bonita vista aquí de no ser por los edificios –comentó y yo estuve de acuerdo.
Tuve la suerte de haberme mudado a una casa de dos pisos, rodeada de edificios de seis, haciendo que la única vista fueran ventanas viejas y paredes mal pintadas.
–¿Quién vive en la casa de abajo?
–Ahora nadie, antes vivía una familia pequeña –lo seguí mientras le contaba–. Poco después de llegar yo, se fueron. No sé si se mudaron, se fueron a vivir a la Luna o se volvieron invisibles.
–Lo mách probable ech que se mudaran –balbuceó mientras sostenía una pinza con la boca.
–Sí, pero por mi culpa no fue... ¡No tiendas esa blusa así que se estira!
–Vale, vale –reacomodó la prenda que le señalé.
–Decía que no fue por mi culpa, porque nunca hice una fiesta ruidosa ni nada por el estilo.
–¡¿Nunca hiciste una fiesta en tu piso de soltera?! –me miró como si le hubiera confesado que tenía un cadáver escondido en el armario.
–No.
–Pues tenemos que arreglar eso –se apresuró a tender lo que quedaba.
–¿Qué dices?, ¿Cómo vamos a hacer una fiesta si yo soy positiva? –recalqué lo obvio.
–Haremos una fiesta de dos –me arrebató la cesta de las manos y bajamos del techo.
–Me puedes explicar que de que estás hablando –abrió el refrigerador dándome la ignorada del siglo.
–Necesitamos cerveza.
Fue lo único que dijo y yo parpadeé varias veces sin entender nada.
–Yo no puedo tomar, por los medicamentos.
–Pero yo sí.
–Además no podemos salir, estamos confinados, ¿recuerdas?
Sus labios se curvaron en una sonrisa maquiavélica.
–Esperaremos a que se haga de noche –susurró acercándose a mí–. Cuando corrimos detrás del ratón…
–¡Hámster!
–…vi un bar a la vuelta de la esquina. En los días que he estado aquí no he visto un alma en este lugar, será fácil.
–Pero después de las siete nadie puede salir de casa.
–Deja de poner peros.
–Pero…
Puso su dedo en mis labios haciéndome callar–. Vamos, será divertido.
Asentí con la cabeza, ya está, me doy por vencida. Más tarde logré convencerlo de que estaba lo suficientemente bien como para cocinar, con el válido argumento de: ¡No aguanto otro día comiendo pizza! Degustamos un delicioso almuerzo casero hecho por mí, modestia aparte, y nos sentamos un rato a ver la tele.
–Desearía no haberme tomado el helado el otro día –mencioné con un puchero.
–¿Por qué?
–Porque hoy es miércoles.
–¿Y qué?
–Que me gusta tomar helado los miércoles –soltó una sonora carcajada y yo me engurruñé en el sofá.
–Los miércoles ni siquiera dan películas, solo dan…–señaló el televisor con la mano–, el parte del tiempo.
–Me gusta escuchar el parte del tiempo –volvió a reír y yo deseé tener un objeto a mano para tirárselo a la cara.
…
–¿Lista? –se colocó la mascarilla, imponiendo dignidad, como si fuera la capa de un superhéroe.
–No, pero no hay nada que pueda decir para convencerte –me encogí de hombros poniéndome la mascarilla también.
–¿Qué haces con una gorra puesta?
–No quiero que nadie vea el maravilloso corte que me hiciste –ironicé.
–Por nada, cuando quieras te lo vuelvo a cortar –se giró para salir y yo hice una mueca a su espalda imitando sus palabras.
Salimos de la casa de forma silenciosa, casi podía escuchar la melodía de la Pantera Rosa con cada paso que dábamos. Cruzamos la calle casi corriendo, por suerte el lugar estaba desierto, como de costumbre. Nos acercamos al edificio más cercano al bar por la parte de atrás, donde me recosté a la pared por un momento descansando de la pequeña caminata.
–Espérame aquí –ordenó y yo asentí con la cabeza.
Caminó con naturalidad hacia la puerta del bar, con las manos metidas en los bolsillos de su sudadera y el pelo desordenado, como siempre. Había un cartel de "cerrado" en los cristales de la entrada, pero se veían luces encendidas en el interior del local. No sé de qué forma entró, pero lo hizo. Esperaba verlo con dos o tres cervezas, pero en cambio, unos minutos después salió del lugar con una bolsa entera en la mano, donde definitivamente no había ni dos ni tres.
–¿Con qué dinero compraste eso? –pregunté cuando llegó hasta mí–. ¿Y cómo hiciste que te las vendieran a esta hora?
–Tenía guardado un poco, para una emergencia –dijo sin más y yo apreté los puños. Este chico me causaba serios problemas de ira–. Tuve que pagar un poco más porque estaban cerrados, pero valdrá la pena.
–¿No era que no tenías dinero para la comida? –apreté los dientes.
–Esto –agitó la bolsa en el aire con una sonrisa–, no es comida.
Tenía cien insultos en la boca para decirle, pero guardé silencio al escuchar las llantas de un auto acercarse por la carretera. Ambos asomamos la cabeza por detrás de la pared, y comenzaron a surgir en mí unas ganas inmensas de soltarle miles de: te lo dije, cuando vi que la patrulla policial conducía en nuestra dirección.
Nota de la autora:
Buenas noches (o días, o tardes, depende de cuando lo leas). Aquí Shei reportándose por segunda vez. Me gustaría hacer una pequeña aclaración, atención: Recuerden que esto es una historia para divertirse y pasarla bien después de haber sufrido tanto con el tema de la COVID. No todas las acciones de los personajes son correctas, por favor, si te encuentras en esa situación, o tu familia o tus amigos, respeten las medidas. (Ya vieron lo que les pasó a esos dos de ahí arriba), repito: RESPETEN las medidas.
Con esto me despido, sigan disfrutando de la historia y dejando sus comentarios, les prometo que no me pierdo ni uno.
Mucho amor para ustedes, bye bye.
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