Día 19


Observaba desde la cama al chico que me daba la espalda, demasiado concentrado en algo tan simple como conectar el celular al cargador. La mañana ya casi era mediodía, pero ambos nos negábamos a salir de las sábanas, porque sabíamos lo que pasaría al día siguiente, o al siguiente, aún no lo decidíamos.

Dejé de jugar con un mechón de mi pelo para recibir el rostro que volvió a acomodarse en mi pecho, para nada especial, solo necesitábamos sentirnos cerca. Ayer recibimos una muy buena noticia, la mejor en mucho tiempo. Carlos resultó negativo. Apenas escuché la voz de mi amiga afirmándolo por teléfono, me lancé a correr a sus brazos. No estoy segura si era miedo reprimido, o emoción, o todo acumulado, pero llorábamos a la vez que reíamos apretados al cuerpo del otro.

–Alexa –detuve mis caricias sobre su pelo cuando dijo mi nombre–.Volvamos a subir, a la azotea, a ver el atardecer.

Estaba tan feliz en ese momento que era incapaz de discutir cualquier petición.

...

–¿En qué piensas tanto?

–No me interrumpas.

–¿Por qué cuentas con los dedos?

–Calculo a cuantos metros estamos del suelo.

Su risa no tardó en llegar luego de mi respuesta, pero estaba demasiado concentrada para prestarle atención en ese momento. Seguíamos sentados en la azotea, el viento feroz a ratos y calmado a segundos, y con la llegada de la noche aumentaba el frío, siendo estos dos últimos factores directamente proporcionales.

–Aproximadamente, treinta –concluí–. Puede que un poco más.

Asintió con la cabeza, limitándose a sonreír sentado a mi derecha, con sus rodillas medio abiertas envueltas por sus brazos, que terminaban en un agarre de su mano con la muñeca de la otra.

–Dejemos de hablar de metros, me recuerda a la película que vimos hace unos días.

–¿La de Mario Casas? –Con las piernas estiradas al frente, apoyé mi peso en mis manos.

–Sí, esa –hizo un gesto despectivo.

–¿No te gustó? –aparté los mechones que el viento empujaba sobre mis ojos.

–Soy consciente que debe ser la película favorita de muchos, porque así es el mundo, romantiza las relaciones tóxicas y destructivas.

–Y yo que iba a citar una frase –solté una risita.

Enarcó una ceja, divertido, y me fijé por un momento en la sombra de barba que se asomaba en su rostro, como de dos días.

–Iba a decir, que aquí contigo, me siento a tres metros sobre el cielo –choqué mi hombro con el suyo.

–Gracias, pero debo corregirte, estamos a treinta metros sobre la tierra, aproximadamente –me devolvió el empujoncito.

–Mejor –miré al horizonte, a las luces lejanas–. Ahora mismo debe haber mucha gente a tres metros sobre el cielo, pero a treinta metros sobre la tierra, solo estamos nosotros.

Una sonrisa ladina se abrió paso en su rostro. Y después un pequeño silencio, donde solo el viento hablaba, porque el ajetreo de la ciudad lejana no se oía desde aquí, por fortuna. Solo se percibían las luces tenues de los edificios concurridos. Carlos había dicho una vez que las madrugadas eran peligrosas, pero los silencios también lo son, estos no te empujan a dar confesiones, pero si te empujan a hacer preguntas que tal vez no harías en un lugar ruidoso.

–¿Alguna vez te has enamorado? –pregunté casi en un susurro.

–Sí.

¿Sí?, listo, ¿así de simple es responder una pregunta tan aterradora?

–¿Cómo estás tan seguro? –quise saber.

–Creo que todos vemos el amor de forma diferente, de muchos colores y tonalidades –volvió la vista al horizonte–. Para mí amar es desnudarte por completo, y obviamente, no me refiero a la ropa. Me refiero a poder hablar de miedos, de lo que siente tu alma. Los pensamientos sin lógica, los sueños que todos llaman imposibles, las estupideces que se te puedan ocurrir, los momentos felices y tristes y apasionados no se quedan atrás. Encontrar todo eso en la misma persona, es a lo que yo llamaría amor.

Me quedé sopesando esas palabras por unos  segundos, iba a decir algo, no estoy muy segura de qué, pero él continuó antes de que pudiera hablar.

–Cuando era pequeño me enamoré de una niña de mi clase –sonrió con nostalgia–. Nos escribíamos cartas y yo le regalaba rosas y postales, un día le propuse matrimonio con un anillo de juguete.

Volteó a verme, y yo estaba sonriendo también.

–¿Y qué dijo?

–Dijo que sí. Organizamos una "boda" en la biblioteca con nuestros amigos. Ella tomó las cortinas blancas del salón y se las puso sobre la cabeza, y yo me hice una corbata con el pañuelo rojo del uniforme.

–Muy galán desde niño –bromeé.

–Un amiguito hizo de cura, le puse el anillo y nos abrazamos, luego lanzó un ramo de flores de papel que habían hecho sus compañeras –Sus ojos parecían revivir el momento frente a él.

–Hermoso. ¿Y qué pasó con esa niña?

–Me rompió el corazón –hizo un puchero en medio de una sonrisa–. Mi primera decepción amorosa a los diez años.

–Por algo se empieza –solté una risa que se fue con el viento.

–Luego me enamoré de nuevo.

–¿De nuevo? –abrí los ojos con sorpresa.

–Sí, y adivina –me retó.

–¿Te rompieron el corazón?

–Exacto.

Le di unas palmaditas en el hombro a modo de consuelo.

–Pero no pasa nada, porque me enamoré otra vez. Hace bastante tiempo ya...

–¿Estás de broma?, creía que solo puedes enamorarte una vez en la vida.

–Eso no es cierto –pasó saliva antes de seguir hablando–. Es cierto que todos los amores no se viven con la misma intensidad, pero eso no quita que seas capaz de amar a varias personas, solo que lo haces de un modo diferente. Encuentras en cada una algo nuevo, una nueva emoción que ofrecer y recibir.

–¿Y eso es suficiente para llamarlo amor?

–Para mí sí –dijo sin más.

–Alguien que asegura haberse enamorado varias veces me hace desconfiar.

–¿Por qué?

–Porque…no lo sé, porque…

–Te dejaré que lo pienses unos segundos –volvió a girar la cabeza al frente, dejándome con la palabra en la boca.

Pensé en cómo defender mi argumento, les juro que sí, pero no tenía nada sólido para decir. No sé mucho sobre este tema, prácticamente nada, aunque no creo que haya alguien experto en el amor, creo que es más a suerte y verdad, ¿o a compromiso y acciones?

–Que alguien no te ame de la misma forma que amó a otra persona, no significa que no lo haga con todo su ser –afirmó–. Como dijiste hace unos días, nadie puede llenar el vacío que otro dejó, pero puede crearse su propio espacio.

–Supongo que tienes razón.

–Además, no te preocupes, después de eso me volví a enamorar –pasó un brazo por encima de mis hombros.

–Déjame adivinar –arrugué el ceño–, te rompieron el corazón.

Dio un recorrido rápido a mi rostro, para chocar con mis ojos y formar una sonrisa.

–No, al menos por el momento.

Apoyé mi frente en su mejilla, sonriendo sin que me viera. Feliz, más por dentro que por fuera.

–¿Y tú, te has enamorado? –continuó hablando.

–Creo…creo que sí –admití, mirando las luces lejanas, como si mirara también al pasado.

–Enserio, me muero por escuchar esa historia –susurró con emoción.

–Seguro que te suena de algo. Pero no puedo, porque sé cómo empezó, pero aún no sé cómo terminará.

–¿Es eso una declaración de amor, Alexa? –preguntó en tono de broma.

–No –saqué con cuidado el papel doblado de mi bolsillo y se lo entregué–. Esto sí.

Frunció el ceño por un instante, antes de reconocer el posti que una vez él había pegado en mi nevera, donde me preguntaba si quería ser su novia, y debajo, con tinta roja, una equis marcaba el sí, una que yo había dibujado esa misma noche sin que él lo supiera. Quería retratar su mirada, su brillo, su sonrisa, todo en ese momento.

–¿Cuándo te volviste tan cursi? –Le di un pequeño golpe en el hombro y ambos comenzamos a reír.

Tomé su cara con mis manos, uniendo nuestros labios en un largo beso, tranquilo a la vez que apasionado, sereno a la vez que ambos soltábamos rayos de alegría. Se separó un poco de mí para preguntar con una sonrisa, que se extendía de su boca a sus ojos.

–Entonces, ¿esto significa que me quieres?

–Aproximadamente, sí –respondí.

–No arruines el romanticismo –se quejó, haciéndome reír.

–Que sí, Carlos, te quiero, ¿contento?

Casi no había terminado de hablar cuando estampó de nuevo sus labios con los míos, impulsándonos hacia atrás hasta que mi espalda tocó el suelo de la azotea en medio de risas y roces. Abrí los ojos unos segundos, y choqué con una mirada tan profunda como el negro del cielo, que me hizo sentir un millón de cosas en solo segundos. Lo quería, lo quería demasiado, ya no había vuelta atrás, y después de repetirnos los te quiero en voz baja, volvimos a unirnos en otro beso, mucho más intenso, mucho más nuestro, que no me hizo sentir a treinta metros sobre la superficie, ni sobre el cielo, para nada. Me hizo sentir de lo que todos hablan y yo hasta hace poco no conocía. En ese momento, como en otros ya vividos, me hizo sentir amada.

Nota de la autora:

¿Alguien más siente el cambio de atmósfera de esta historia?, ¿notan la evolución grandísima de los sentimientos de Alexa y la forma de expresarse?, porque yo sí, y no es a propósito, créanme.

Bueno, espero que estén bien, ya ni me voy a disculpar por la hora porque... nos conocemos, yo o actualizo a media noche o no actualizo. (Cenicienta me creo, parece).

Ahora sí, a lo que iba. Entre cuatro paredes está formando parte de un proyecto del que no puedo dar muchos detalles todavía, pero quiero que sean los primeros en saber en su momento, porque cada uno de ustedes ha apoyado la historia, e indirectamente a mí, tanto los viejos lectores como los que acaban de llegar, muchas muchísimas gracias. Pronto volveré con buenas noticias, espero.

Se les quiere, no se imaginan cuanto. Bye bye.

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