Día 10
–Laura llegará en quince minutos –avisé, recostada al marco de la puerta.
–Está bien –respondió sin mirarme, mientras soltaba la ropa sin cuidado dentro de su mochila–, en cuanto me haga el test, me iré.
Asentí con la cabeza, aunque no pudiera verme, como si me estuviera convenciendo a mí misma. Me dispuse a dar media vuelta, pero una oleada de recuerdos me azotó al instante, como si vinieran con el escaso viento que circulaba por el pasillo.
Treinta y siete días atrás.
¿Estoy nerviosa?, formulé la pregunta en mi cerebro mientras presionaba el timbre. No debería estarlo, intenté convencerme a mí misma. No es una cita a ciegas Alexa, has visto fotos del chico, y es amigo de Samuel, no hay de qué preocuparse. Aunque eso de que fue idea de Samuel no termina de convencerme. Recuerdo con exactitud esa conversación:
"–!Es inteligente, divertido, guapo, no tiene vicios raros ni ninguna enfermedad venérea!, mejor oferta imposible. ¿Lo tomas o lo dejas?
–¡Samuel!, no hables como si me estuvieras vendiendo un par de zapatos.
–Un zapato, en todo caso."
Bueno, Alexa, ¿Qué dices antes de hacer algo así?: ¡Que sea lo que Dios quiera! Mejor dejo de hablar conmigo misma.
–¡Hola! –saludé con emoción cuando Vale abrió la puerta.
–Uy uy uy –miró mi atuendo de arriba abajo, mientras yo giraba despacio sobre mis pies con aire coqueto–, adivinen quién va a ligar esta noche.
Estaba a punto de responder cuando alguien se me adelantó.
–Espero que yo.
Ambas miramos hacia las escaleras al escuchar esa voz. El chico de las fotos subía los escalones con aire relajado, como si nada en la vida le preocupara demasiado como para estresarse por ello. Me quedé mirándolo con una ceja enarcada, mientras caminaba hacia mí sin nada de prisa.
–Eres mi cita, ¿verdad? –me señaló con el mentón, y yo no pude hacer más que parpadear varias veces.
¿Cita?, técnicamente sí era su cita, pero todos habíamos acordado evitar esa palabra, sonaba como a expectativas. Y a mí no me gustan las expectativas.
–Eso creo –respondí medio insegura.
–¿Eso crees?, ¿Qué ibas a ser entonces, el amor de mi vida? –soltó una pequeña risa negando con la cabeza.
Al ver que yo no daba señales de vida continuó hablando.
–Ya sabemos por qué estamos aquí –se quitó la mascarilla, encogiéndose de hombros–. Ambos estamos solteros, ambos tenemos un par de amigos pesados y quieren vernos con alguien que "nos de cariño" –dibujó las comillas en el aire.
–Exacto –lo apoyó mi amiga–, así que adelante, están en su casa –caminó hacia el interior con una sonrisa, dejando la puerta abierta.
–Después de ti. –El chico se paró a un lado de la puerta con una mano en la espalda.
–Muy caballero y todo –bajé mi mascarilla, para que notara mi sonrisa irónica–, pero admite que solo lo dices para mirarme el trasero.
Abrió los ojos, con algo de sorpresa. Tal vez debería controlar mi sinceridad con los desconocidos. ¡Vamos cerebro!, ponte a trabajar.
–¿Cómo…–frunció el ceño–, cómo lo has sabido? –Mi postura se relajó cuando sonrió de lado.
–Es demasiado obvio.
–O tú eres demasiado inteligente.
–¿Por saber lo obvio? –susurré cerca de su rostro, cruzando el umbral.
–No.
Me sostuvo de la muñeca, evitando que diera otro paso. Mi vista estaba posada en el salón vacío, y justo cuando intenté voltearme sentí su aliento cerca de mi oído.
–Porque nadie se pone una falda en la primera cita por casualidad –deslizó los dedos por mi antebrazo con la misma lentitud con que caminaba–, y apostaría cualquier cosa, a que no llevas mucha ropa debajo.
Mi espalda se puso recta de un tirón. Mi amiga me había advertido que era directo, pero no así de directo.
–Vaya –volteé el rostro ligeramente, para chocar con unos ojos cafés cargados de victoria–, me arruinaste el factor sorpresa.
Si piensa que puede intimidarme, está muy equivocado. Inclinó la cabeza hacia un lado, mientras rebuscaba en mis ojos alguna reacción, de vergüenza tal vez.
–Creo que he sido engañado –presionó un dedo sobres sus labios en un gesto pensativo, y no pude evitar dirigir la vista a ellos por un momento.
–¿Por qué lo dices? –pasé saliva, volviendo la vista hacia sus ojos.
–Me habían dicho que eras tímida, pero me queda claro que no. Es eso, o eres muy buena actriz.
–Creo que te quedarás con la duda –le guiñé un ojo y me di la vuelta.
Caminé hacia el balcón trasero, mordiendo mi labio mi inferior. Vale, pero, ¿qué fue eso?
–Yo creo que no –aseguró pasando por mi lado–, y caminaré adelante, para que no me acuses de ser un pervertido.
Giré los ojos cuando me dio la espalda. ¿Soy yo la única que notó esta increíble química?, ¿alguien más?, ¿por qué estoy pensando esto? En realidad sus rasgos no eran nada del otro mundo, pero tenía algo que…
–¡Cuñada! –exclamó Samuel, obligándome a desviar la mirada del atrayente desconocido.
–¿Por qué me sigues llamando así? –dejé que me estrechara en un asfixiante abrazo.
–Porque eres como la hermana de Vale –dejó que el aire circulara entre los dos, apoyando las manos en mis hombros–. Eso te hace casi mi cuñada.
–Lo que tu digas –torcí la boca hacia un lado.
¿Cómo describir a Samuel en una sola frase?, fácil: Persona que establece una relación de confianza sobre humana con todo el mundo. Creía que… ¿Carlos?, daba la impresión de no tomarse la vida demasiado enserio, pero Samuel estaba a otro nivel de relajación mental. Mirarlo a los ojos era como observar a un monje budista: jamás alzaba la voz, jamás discutía, y no era que no le diera mucha importancia a las cosas, era que literalmente, le daba exactamente igual que se estuviera cayendo el mundo afuera.
–Sigan, sigan –nos hizo un gesto con la mano para guiarnos al balcón.
Habían sacado una mesa cuadrada, donde apretados, daba la impresión de haber espacio para los cuatro.
–Te escoltaría hasta tu silla –susurró Carlos parado a mi lado–, pero vas a decir que solo lo hago para mirarte el escote cuando te sientes.
–Iba a dejar que lo hicieras, pero ahora que lo dices mejor voy sola.
Negó con la cabeza cuando pasé frente a él para colocarme en mi puesto. Cuando apreté la falda contra mis muslos antes de sentarme, un escalofrío recorrió mi cuerpo, recordando la conversación de hace unos minutos. Mis ojos buscaron los suyos inconscientemente, y no me sorprendí al verlos fijos en mí, mientras arrastraba su silla hacia adelante.
Pensé que ya había pasado la fase de los juegos adolescentes. Pero eso de las miradas furtivas, es tan sexy a los dieciséis como a los veinte.
–¿Qué jugamos primero? –La voz chillona de mi izquierda me devolvió a la realidad, dejando caer en la madera varios juegos de mesa–. ¿Scrabble?
Arrastró la vista de Carlos hacia mí y viceversa, y al ver que ambos nos encogimos de hombros decidió buscar refuerzos.
–¿Qué opinas tú, amorcito? –preguntó a su novio.
–Es obvio que estará de tu lado –refuté.
Pensé que Samuel la apoyaría, pero estaba demasiado ocupado encendiéndose un cigarrillo como para prestarle atención.
–No deberías fumar –le advertí apoyando los codos en la mesa–, y menos ahora, que las cosas están tan…complicadas.
–Qué linda mi cuñada, preocupándose por mí –me ignoró tomando otra calada.
–Hoy salieron un montón de casos en la capital –me apoyó mi amiga.
–Ya lo dijiste, en la capital –giró la cabeza para soltar el humo al aire–. Esto es un pueblo pequeño, eso no llega aquí.
Hubo un momento de silencio, como de reflexión interna de todos los que estábamos presentes. ¿Habrán dicho lo mismo en otros lugares?: "Eso no llega aquí". La frase dio un par de vueltas por mi cabeza, antes de que Valentina sacara a la luz su maravilloso talento para romper silencios incómodos.
–Entonces ya se conocen –alternó la vista entre Carlos y yo–, ¿habrá alguna especie de amor a primera vista?
Solté una pequeña carcajadas, haciendo que el chico nuevo enarcara una ceja con una expresión de confusión.
–Bro, ella no cree en el amor –le habló Samuel, señalándome con el dedo.
–Exacto –enfaticé, para que nadie por aquí comience a hacerse ilusiones.
–¿Ah sí? –insinuó Carlos.
–Sí –me incliné hacia adelante–, así que no te propongas una meta absurda, como hacer que me enamore de ti.
Soltó una risa sin apartar los ojos de mí. Se inclinó hacia adelante también, y debido a la poca extensión de la mesa, nuestros rostros quedaron a muy poca distancia.
–Aquí entre nosotros –susurró, haciendo que chocara con mi rostro su aliento mentolado–, desde que te vi he pensado en hacer muchas cosas contigo, y créeme, enamorarme no es una de ellas.
–Ya somos dos –levanté una ceja de forma retadora.
–¡Hello! –Vale agitó la mano en el aire, buscando atención–, ¿jugamos? –señaló el Scrabble.
–Juguemos –susurré sin apartar la vista del chico.
Recibí de su parte una sonrisa ladina, acompañada de una mirada retadora, que, para qué negarlo, me fascinó. Este chico estaba despertando varios instintos en mí, ¿y quién soy yo para luchar contra ellos?
…
No estaba demasiado concentrada en el juego. Me preocupaba más seguir con las indirectas camufladas con el chico frente a mí. Lo que nadie más en el mundo podría hacer: lograr que el Scrabble resultara sexy, al formular palabras en la mesa como "ganas, deseo, cuerpo, encima". No pude evitar morderme el labio inferior cuando terminó de colocar la "a" de esa última palabra, y por la sonrisa que mostró mi oponente, notó mi reacción al instante.
–Maldición –soltó Samuel–, juraría que quedaban más botellas. Creo que tendremos que ir a comprar más.
Casi me lo estaba creyendo antes de que me guiñara un ojo.
–¿Seguro?, juraría que hay más adentro…– Valentina alternó los ojos entre Carlos y yo, y por fin pareció bajar de la nube–…o puede que no. Será mejor ir a comprar.
–Quédense aquí chicos, Vale y yo podemos solos.
–Y puede que nos tardemos un poco –secundó mi amiga haciéndome reír–, ya saben, la tienda está lejos y…
–Amor…–susurró Samuel–, no sobreactúes –la tomó de la mano, guiándola a la salida.
Ninguno de los dos que quedamos dijo nada, nos limitamos a mirarnos hasta que escuchamos el ruido de la puerta al salir nuestros amigos. Así que, como dijo Cervantes: El que no sabe gozar de la aventura cuando le viene, no debe quejarse si se pasa.
–Entonces…–deslicé la punta del pie por su pierna, por debajo de la mesa–, ¿sigues queriendo comprobar la teoría de mi ropa interior?
Se terminó de un sorbo la bebida que quedaba en su vaso, y después de pasar la lengua por sus labios de forma provocativa, susurró:
–Me muero de ganas.
Actualidad.
Los golpes en la puerta me sacaron de mis pensamientos. Sacudí la cabeza un par de veces para deshacerme de la escena que se había comenzado a formar en mi mente, mientras caminaba hacia la entrada. ¿Cuánto tiempo me quedé parada en el pasillo?
–¿Laura? –pregunté del otro lado, colocándome la mascarilla.
–Sí, puedes abrir la puerta, traigo más de cuatro capas de tela.
Giré el picaporte, permitiendo que mi amiga y su maletín entraran en la casa.
–¿A dónde vas? –fue lo primero que preguntó, al ver a Carlos en la sala con la mochila al hombro.
–Tuvimos un problema…–intenté explicar, pero fui ferozmente interrumpida.
–¡No puedes salir de aquí! –Mi amiga alzó la voz más que de costumbre–. ¿Es que no ha sido suficiente? Les dije que se mantuvieran distanciados, y ninguno me hizo caso. ¿Ahora quieren salir también?, ¡¿Es que no entienden la gravedad del asunto?!
–Es un lugar seguro, no estaré en contacto con nadie –aseguró Carlos, intentando calmarla.
–¡Ningún lugar es seguro! –Alternó la vista entre ambos–. Ya han incumplido demasiadas medidas, no permitiré que esto siga así. Si decides irte tendré que reportarlo a las autoridades.
–Pero…–intenté intervenir, pero fue en vano.
–Pero nada, Alexa –se cruzó de brazos–, o hacen las cosas como son, o se atienen a las consecuencias.
Escuché como Carlos soltaba una maldición por lo bajo, mientras tiraba la mochila al sofá de forma brusca.
–¿Les queda claro? –preguntó Laura, buscando nuestras miradas.
–Sí –respondimos al unísono.
–Las cosas serán diferentes a partir de ahora –agregó Carlos, con la mirada fría–. Nada de acercarnos, ¿de acuerdo? –me habló directamente
Pasé saliva, y agradecí tener la mascarilla puesta para obviar la sonrisa fingida.
–De acuerdo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top