CAPÍTULO 8

Simon

4 de noviembre, 2028

Quedé con Kiara a las cuatro, sin embargo, no me apetece estar tarde y que empiece a joder con que soy un impuntual, así que aquí estoy a las tres de la tarde, ya ordené una taza de café y creo haber adquirido la energía suficiente para salir con los cabales en su sitio tras esta reunión. He estado dándole vueltas a la sinopsis de la rubia engreída y juro que hice el intento de ser abierto a la idea de unir su idea con la mía, pero aún se me complica.

Vuelvo a leer los tres párrafos, es la historia de una chica que llega a una ciudad nueva porque ganó una beca, se reencuentra con un amigo de la infancia y, según lo que esto da a entender, se enamoran y tal; el conflicto, al parecer, es ajeno al romance, tiene más que ver con el crecimiento personal de ella. Mi sinopsis habla de una bruja que debe liderar un ejército de hechiceros para derrotar al rey impostor que asesinó a la bruja madre años atrás, es una historia de venganza, del levantamiento de estos seres que deben utilizar sus poderes para recuperar lo que era suyo.

Resoplo y bebo otro poco de mi café.

Mi teléfono vibra, por un segundo imagino que puede ser la rubia engreída recordándome nuestra reunión de hoy, pero no, es Rose. Mis alarmas se disparan y no tardo en desbloquear mi teléfono para ver el mensaje completo.

Rose: Joven Simon, su abuela preguntó por usted, quiso saber si estaba en la universidad.

No lo pienso dos veces y empaco todo para salir de donde estoy e ir con mi abuela. Tengo casi una hora de ventaja, yo creo que puedo volver para las cuatro sin problemas. Pago el café que bebí y me subo al auto para enrumbar a la casa de mi Lichi. No tardo demasiado en llegar y tampoco en tocar la puerta con tal de ver a mi abuela lúcida, o con la mayor lucidez que puedo pedir estando ella así.

Rose me abre y el solo semblante de su rostro me hace saber que he venido en vano.

—Lo lamento tanto —me dice y sé que lo hace porque sus ojos se tornan rojos—. Pensé que duraría más.

Niego con la cabeza y me acerco a ella para abrazarla deseando hacerle saber que no estoy enfadado con ella.

—No te preocupes, entraré a saludarla.

Eso hago, inhalo el aire suficiente para llenar mis pulmones y camino en dirección al sofá en el que sé que se encuentra. Su mirada vaga por la pared que se encuentra frente a ella, desconozco lo que piensa y no tengo certeza de su próximo movimiento, pero, de igual modo, hablo con el anhelo de que ella reconozca mi voz.

No sucede.

Consigue enfocarme, pero no detecto reconocimiento, ya ni siquiera supone que soy mi padre.

—¿Lichi?

—Dígame, ¿qué desea?

El tono frio me atraviesa y trago con fuerza, nunca es tolerable, jamás dejó de ser difícil estar junto a ella cuando esto sucede. A veces me pregunto si sería más sencillo dejar de venir, dejar de intentar, tal y como lo hicieron papá y mis hermanos, enfrentarlo solo cuando es necesario; sin embargo, apenas lo considero, acabo descartándolo, no soportaría saber que ella está aquí y que yo evado verla solo para protegerme, la amo demasiado como para pensar únicamente en mí.

Las palabras no me salen, lo cual no funciona igual con las lágrimas que caen sin temores.

» ¿Está bien, joven?

—El joven ha perdido a su abuela —le dice Rose—. Creo que le vendría bien un abrazo, Lichi, ¿crees que podrías dárselo?

El rostro se le suaviza, sigue sin saber quien soy.

—Un abrazo no se le niega a nadie, venga joven, lamento mucho su pérdida.

Caigo sobre mis rodillas frente a ella y mi abuela no duda en rodearme con fuerza sin saber que la pérdida por la cual lloro viene repitiéndose una y otra vez, sin cesar, y es ella quien se me escapa entre los dedos, a quien tanto echo de menos, aun teniéndola frente a mí. Me acaricia el cabello y yo dejo que su aroma me envuelva, que el amor que desprende me llene incluso sabiendo que estoy recibiendo su bondad y no el cariño que solía reservar para sus nietos.

Es ella quien se aparta y no insisto más, agradezco, me seco las lágrimas y vuelvo a levantarme. Sé que no debo abrazarla, se encuentra hermética y no quiero que mi último recuerdo suyo hoy sea uno en el cual esté apartándome con ira asi que me despido de Rose, quien vuelve a disculparse, y me adentro en mi auto que espera afuera.

Una vez ahí, tomo las bocanadas de aire suficientes hasta que consigo regularizar mi respiración. Veo a una rubia cruzar la pista y de inmediato recuerdo el motivo por el cual había salido, en primer lugar.

Kiara.

Maldición.

Reviso la hora en mi teléfono y ya son las cuatro, ¿Cómo carajos el tiempo avanzó tan rápido? No soy una persona impuntual, pero si un nieto sentimental que es capaz de cegarse a sí mismo con tal de tener a su abuela por unos instantes siquiera, lo que no es justificación en absoluto. Que idiota. El tráfico ha cambiado a comparación de cuando vine, tardo más de lo que me gustaría y en cuanto llego, veo a la rubia saliendo de la cafetería.

—¡Eh, Kiara! —la llamo mientras cierro la puerta del auto y corro hacia donde está.

No voltea y me exaspera.

» ¡Harmony! —insisto.

Se detiene, veo como inhala con fuerza antes de girar apenas y mirarme mal.

—¿Cuarenta minutos de tardanza?

—Yo... —intento explicarme, pero me interrumpe.

—Entendería diez minutos, quizá hasta quince —su pecho sube y baja con más velocidad de la que, creo, es normal —. Ni siquiera sé por qué esperé cuarenta, ¡cuarenta! ¿Es que acaso no te enseñaron a ser responsable?

—Harmon...

—Es increíble lo fresco que eres, ¡ni siquiera una disculpa! —se exaspera y eso acaba por exasperarme a mí.

No comprendo cómo es que consigue sacar lo peor de mí, porque cuando ella jode lo único que logro hacer es replicar del mismo modo, a veces, incluso encuentro el modo de sobrepasarme y no soy capaz de detenerlo.

—Discúlpame, es que eres tan insignificante que olvidé que debía verte aquí —tan pronto lo digo, me doy cuenta de que ahora si crucé una línea.

Su rostro se tiñe de un rojo que, por poco, iguala al de su chaqueta tejida. Quiero retractarme, de verdad que sí, porque estuvo fuera de lugar y soy consciente de ello, pero ninguna palabra sale de mi boca. Por el contrario, Kiara no se guarda nada.

—Tu irresponsabilidad no te llevará lejos —sisea—. Ten más respeto por el tiempo de los demás, es lo mínimo que puedes hacer.

Se gira con elegancia y no soy capaz de seguirla para pedirle que vuelva porque sé que tiene razón e imagino que ella programó su día, no puedo quitarle más tiempo del que ella cedió para tolerar mi tardanza.

Tendré que escribirle y esa idea no es para nada agradable.

Kiara.

Es un imbécil, un imbécil con todas las letras.

Una disculpa me bastaba, una sincera, cabe aclarar, porque esa mierda de disculpa estuvo tan cargada de sarcasmo que empeoró la situación. Llegué puntual porque calculo mi tiempo para respetar tanto mi agenda como la de los demás, es raro que llegue tarde a algun lugar y, si es que sé que no llegaré a tiempo, aviso a la otra persona y ¡pido disculpas! Davis tiene mi número, la profesora adjunto el contacto de ambos en el correo que nos envió, pudo enviarme un mensaje y lo habría entendido, probablemente me hubiese incomodado un poco, pero no del modo en el que lo estoy ahora.

Respiro un poco cuando me detengo debido al semáforo. Veo mi rostro por el espejo retrovisor y estoy igual de roja que la luz que emite la señal frente a mí. Quedé hoy con Ayla para ir a ver los departamentos que tenemos como opciones así que estoy yendo a encontrarme con ella. Vuelvo a conducir cuando me lo permiten y llego sin necesidad de apurarme a nuestro primer punto.

Me quedo dentro del auto mientras espero a mi amiga y decido saciar mi hambre con una de las barritas de cereal que cargo conmigo siempre. Literalmente son mi salvación cuando las ganas de comer algo me invaden, ¿lo mejor? Esta es la única marca —que he encontrado— que no incluye nueces en su receta, tengo un par de cajas en casa y trato de comprar para tener de reserva. Lo de las nueces es mera precaución, si se le puede llamar así al instinto de supervivencia, soy alérgica al bendito cereal y cuando digo alérgica, va en serio.

Cuando era pequeña me intoxiqué al punto de acabar en el hospital, desde entonces mamá empezó a cargar consigo un autoinyector de epinefrina, en caso de que aflorara alguna otra alergia, pero hasta ahora lo único que me choca es el consumo de nueces. Lo que he mantenido es el cargar con la lapicera a donde sea que vaya, no me apetece morir por anafilaxia.

Un toquecito en mi ventana me hace voltear para encontrar a una Ayla sonriente, le doy un último mordisco a mi barrita y guardo el envoltorio en mi bolso antes de bajar.

—Qué lindo verte —me abraza.

—Me viste ayer, Ayla —le recuerdo.

Escucho su risa.

—Es que siempre es lindo verte, Kia —dice en cuanto se aparta—. Dylan dice hola, ¿vamos a ver nuestro posible próximo hogar?

—Vamos.

Me engancho a su brazo y caminamos juntas a ver uno de los tantos departamentos que recorremos durante lo que queda de la tarde, escucho la frase "posible próximo hogar" tantas veces que dudo si quizá estamos siendo muy quisquillosas al elegir; sin embargo, cuando tocamos la última puerta y ambas sonreímos, sé que hicimos bien en aguardar.

La dueña nos explica el orden del departamento, el precio a pagar todos los meses, las reglas que no son muchas y el tiempo que estima para el alquiler.

—Tengo el contrato listo —nos indica—, faltaría colocar sus nombres y, en caso de que gusten, agregar alguna cláusula.

Miro a Ayla, ella me mira a mí.

¿Estamos precipitándonos?

—¿Podemos pensarlo?

La dueña nos sonríe.

—Claro, pero no tarden mucho porque hay otros interesados.

Le pedimos que nos envíe el contrato para evaluarlo y lo envía al correo de Ayla que me lo reenvía para poder mostrárselo a Lois y pedir su opinión. Nos despedimos de Jenny, la dueña, y bajamos en busca del auto.

—Tenemos que evaluar pros y contras.

—¿Lo hacemos mañana? Estoy agotada.

Ayla asiente y se sube al auto en cuanto quito el seguro a las puertas. Mientras enciendo el motor, ella se encarga de elegir la música que escucharemos en el camino de regreso. Mi amiga aún vive en la residencia de la universidad, así que me desvío para dejarla y luego volver a casa. En el corto camino que nos queda, no desaprovecho para despotricar contra Simon quien, por cierto, ni siquiera se ha manifestado por escrito. Podría ceder, pero, en esta ocasión, mi orgullo pesa más que mis ganas de trabajar en ese proyecto.

—¿Y si lo llamas? —indaga —. Quizá no sabe que tiene tu número.

—Eso no va a pasar —afirmo—. No fui yo quien estuvo en falta, no me corresponde hacer esa llamada, al menos no aún.

—¿Y cuándo será eso?

—Lo sabré en cuanto llegue el momento.

Ayla se ríe.

—Vale, si tú lo dices.

No voy a llamarlo, de ninguna manera le daré el gusto de ceder a su irresponsabilidad.

Ayla intenta distraerme por el bienestar de mi hígado y me habla sobre lo bonito que está el departamento que vimos al final, le doy la razón. Tiene dos habitaciones, cada una con su baño, una sala-comedor lo suficientemente amplia para las dos y una pequeña cocina, el espacio está bien distribuido y tiene una vista preciosa desde ambos dormitorios. Creo que es el elegido, pero sigo manteniendo mi posición de que debemos evaluar bien antes de firmar cualquier contrato.

Dejo a Ayla y voy directo a casa, necesito descansar sin tener a Davis dando vueltas en mi cabeza, sigue pareciéndome increíble que no me haya escrito aún pidiendo disculpas. Quise darle un voto de confianza e intentar formar una cuasiamistad que, al menos, nos permitiera escribir sin odiar cada segundo que compartiéramos, él me está dificultando ese intento.

Cuando llego, Jane duerme y Ada está en el sofá con Lois, ambos atiborrándose con las galletas que horneé antes de mi encuentro con Simon. Mi hermana me hace "hola" con la mano y mi cuñado palmea a su lado, invitándome a sentarme con ellos a ver la película que se proyecta en el televisor.

—Quiero dormir —me excuso.

—¿Todo bien? —pregunta Ada.

Asiento.

—Solo estoy cansada.

Mi hermana entrecierra los ojos, pero finalmente asiente y me deja ir. Ni siquiera tengo hambre, me estresa que las cosas no salgan como lo planifico, me altera los nervios no saber que sucederá, la incertidumbre de si Simon escribirá o tendré que ser yo, otra vez, quien deje el orgullo de lado para que esa tarea muestre un mínimo avance.

Me pongo el pijama y me dejo caer sobre la cama que me acoge y adormece, no tardo en ceder al sueño y me jode que el imbécil de ojos verdes sea lo último en mi mente cuando eso sucede.

Que corran las apuestas, ¿quien habla primero?

Creo que habrá una mini maratón, unos 4 capítulos en el transcurso de la semana empezando con este. 

1/4


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