8. Un beso para ti también
—¡Feliz Cumpleaños a ti, feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños, feliz cumpleaños, feliz cumpleaños aaaa tiii! —canta Briana mientras trae ponqué y una velita—. Pide un deseo y sopla la vela. —Sonríe.
Todos los años ignora lo que le digo.
—No creo en eso, ya lo sabes.
—Y yo te diré lo que siempre te digo: «No me importa. Pide un deseo, y sopla la vela ya mismo». —Su sonrisa da miedito.
Cuando ve que cierro los ojos y soplo la vela, grita emocionada y me abraza mientras me da besos por todas partes.
—¡Te tengo un regalo! —Aplaude repetidas veces. Nos quedamos mirándonos las caras por un minuto entero.
—Ya dámelo y deja de poner tanto suspenso a algo que hacemos cada año.
—¡Agh! A veces me caes mal, de verdad. Espera que voy a buscarlo. —Sale corriendo hacia donde sea que vaya.
Tres minutos más tarde, entra con una caja envuelta en un brillante papel gris y un lazo estilo Minnie color verde. Salta a mi cama y me pide que lo abra. Es un osito de peluche con un corazón en el centro que lo sostiene entre los brazos.
«Briana es tan predecible..!»
Le doy un abrazo porque, a pesar de que esperaba que me regalara algo así, me ha gustado el peluchito.
—Gracias, Bri.
—¡Hey! ¿Crees que es tan simple mi regalo? Aprieta el pecho del osito.
Lo hago y el peluche, con una voz automática, emite: «Roma es lo más importante. No lo olvides».
«Ohh, ¡me gusta!»
—¡Qué bello, me encanta! Gracias, Bri, me gusta mucho. —La abrazo fuerte.
—Feliz cumpleaños, Grecia Fajardo. —Es el único momento del año que me llama por mi nombre y apellido.
—Gracias. —La miro a los ojos y le agradezco con todo el corazón, no por el regalo en sí, sino por lo que significa para mí. Tantos años de amistad que hemos compartido, tanto apoyo que me ha dado, tanto todo...
—De nada, cariño. Vamos a dormir otro rato y luego nos levantamos. Hoy cocinaré todo lo que quieras.
Antes de responderle, veo que mi abuela me está llamando. Atiendo.
—Hola, abue.
—Hola, repollito. ¡Feliz Cumpleaños, mi corazón! —dice con voz entrecortada, y recuerdo las palabras que me dijo días después del accidente y los años siguientes, cada vez que mi edad aumentaba en número: «Lloro de tristeza por la pérdida, mi vida, pero también de emoción por la bendición de tenerte».
—Gracias, abue —susurro con lágrimas sobre las mejillas.
—¿Briana ya te cantó el Feliz cumpleaños? —Escucho que se suena la nariz.
—Lo hizo. También me regaló un peluche que habla. Escucha: —Aprieto el osito para que la abuela lo oiga.
—¡Oh, qué hermosa nuestra Briana! Tienes una verdadera amiga, Grecia, mantenla a tu lado.
Siempre me lo dice.
—Si, abue. —Pongo los ojos en blanco y río.
—Te mando muchos besos, corazón. Llámame pronto. Te amo.
—Así lo haré, abue. Besos. Descansa. —Después le digo a Briana—: Vamos a dormir, pues.
—Roma. ¡Roma!
—¿Eh? ¿Qué pasó? ¿Qué pasa? —digo somnolienta.
—Son las tres y media de la tarde. ¡Nos quedamos dormidas! —levanta la voz, alterada.
Bostezo fuerte.
—Bueno, igual no hacemos nada el día de hoy —Hundo la cabeza en la rica almohada que me llama.
—Eh... lo siento, pero hoy voy a salir. —Levanto la vista y la acuso con la mirada. Se tapa la cara con las manos y me observa por una rendijilla que forman—. Voy a ir con Carlos a una exposición de arte.
—¡Por fin! —Salto de la cama. Ahora sí que estoy del todo despierta—. ¡Es el primer encuentro personal fuera de la veterinaria! —exclamo contenta por ella.
—¡Sí, Roma, es genial! Así que no podré consentirte todo lo que quería. Ya no me da tiempo de hacer comida o postres. Lo siento. —Pone una cara triste e incluye un puchero.
—No es nada, Bri. Pidamos algo y ya está. ¿A qué hora te tienes que ir?
—A las siete.
—Tenemos tiempo. Comamos primero y después te arreglas, ¿sí?
—Dale. ¿Pizza? —Solo comemos pizza cuando pedimos a domicilio.
—Obvio —afirmo, y sale de mi habitación a hacer el pedido.
—Estás preciosa, como siempre —Miro sus pecas, que hacen juego con su cabello rojizo.
—Lo sé —La humildad no quiere regresar a ella. Pero es la verdad: está hermosa,—. Salgo en una hora. Arréglate un poco, que quiero inmortalizar el día de hoy contigo. Dúchate y acomódate esos cabellos que tienes; no saben en qué dirección ir —Vuelve la vista al espejo para aplicarse el labial.
—Dale, ahora voy.
Veinte minutos después, estamos haciéndonos una sesión de fotos, porque, con Briana, tomarse una foto significa hacer miles de poses, expresiones y hasta mas.
—Me voy. No me extrañes mucho.
—Disfruta tu noche. Dale saludos a Carlos de mi parte.
—Lo haré. Te amo.
Le lanzo un beso, cierro la puerta y me desplomo en el mueble. De pronto, escucho que tocan y pienso que Briana no cambia. Abro, y estoy por decirle que no me extraña que se le olvide algo, cuando me quedo paralizada.
Gabriel está frente a mí.
No puedo creer lo que mis ojos están viendo.
—Tu portero es muy amable —es lo primero que dice.
—Sí que lo es, es una excelente persona. —Lo observo por un momento, y pregunto—: ¿Qué haces aquí, Gabriel? —Las palabras me con brusquedad, y eso me causa intriga. ¿Por qué le estoy hablando de esta manera? Y ¿por qué me siento molesta?
Se pasa las manos por el cabello y responde:
—¿Puedo pasar?
Suspiro.
—Adelante. —Abro más la puerta y le muestro el camino con la mano.
Hace ademán de entrar, pero dice:
—¿Me guías? —Mueve una y otra vez su mano izquierda sobre sus ojos.
Me abofeteo mentalmente.
—Claro, claro. —Le sostengo el brazo izquierdo con el mío y lo guío hasta el mueble de la sala. Se sienta y coloca el bastón retráctil a su izquierda—. ¿Quieres algo de tomar?
—Solo agua, por favor.
Voy a la cocina y le sirvo el agua. Le entrego el vaso, me siento a su lado y espero a que termine de tomar para que me explique el motivo de su visita. Coloca el vaso entre sus piernas una vez saciada su sed.
—A mano izquierda y en el centro, se encuentra una mesa donde puedes colocar el vaso.
Sonríe, me da las gracias y lo hace. Por unos minutos ninguno de los dos dice nada. La situación es un tanto incómoda. Él rompe el silencio:
—Hace tanto tiempo que estamos hablando y aún no tengo una idea de cómo luce tu rostro. ¿Puedo? —Alza las manos, pidiendo permiso.
Vuelvo a suspirar. ¿Qué hace aquí?
—Claro. —Me acerco más a su lado para que tenga mejor acceso a mi cara.
Comienza palpando mi rostro sin detenerse. «Sus dedos están fríos». Cierro los ojos y disfruto el tacto sobre mi piel. Lentamente se detiene en mis cejas y las delinea; luego me toca los párpados, la nariz en donde se detiene más tiempo, y dibuja su curvatura; en mis orejas pequeñas y, por último, en mis labios, a los que roza tomándose su tiempo.
Mi corazón late a la vez que mi respiración flaquea. Abro los ojos para encontrarme con otros cerrados que ocultan el negro ónix que tanto me gustan.
Termina la inspección y vuelve al aquí y al ahora.
—Gabriel, ¿qué haces aquí?
—Briana me dijo que hoy es tu cumpleaños.
Me sorprenden sus palabras, y me duele lo que me ha dicho, al punto de querer llorar. No puedo creer que ella me haya hecho esto. Briana sabe cuán importante es este día para mí. Espero que sea cierto lo de Carlos porque, si no, no se lo perdonaré. Nunca.
—¿Qué te dijo? —pregunto, y temo que le haya dicho algo que no quiero que sepa.
—Que te pones triste cuando es tu cumpleaños. Le pregunté por qué, pero no quiso decírmelo. —Sus palabras me alivian sobremanera—. No sé cuál es el motivo de tu tristeza, Grecia, pero quiero que sepas que el día de tu nacimiento representa algo maravilloso para las personas que te quieren. —Ese enojo absurdo que sentía empieza a irse—. Si no hubieses nacido, las personas cercanas a ti no disfrutarían del placer de tenerte, de la felicidad que les das y cómo eres capaz de transformar sus vidas.
Mis ojos están vidriosos, y agradezco que no pueda verme en este momento. Estoy por levantarme y salir de allí pero, antes de que pueda hacerlo, Gabriel me sujeta las manos.
—No te vayas. Solo... quiero que sepas que estoy aquí para ti —vacila—. Ven, recuéstate sobre mí. — Se acomoda mejor en el mueble y palma su pecho.
—¿Por qué debería hacerlo? —¡Dios! ¡Estoy tan a la defensiva!—. Tú y yo no somos na...
—Solo míralo como una muestra de amistad —me interrumpe, y vuelve a palmar su pecho—. ¿Está bien?
Lo pienso unos segundos y accedo. Me acomodo y coloco mi cabeza sobre su pecho.
—Déjalo salir. No pasa nada —susurra mientras me acaricia la cabeza.
—¿De qué est..?
—No digas nada. Solo déjalo salir.
No puedo creer que esté tan tranquila a su lado. Entre sus brazos, analizo qué es lo que me sucede; me pregunto cómo puedo dejar que otra persona aparte de mi abuela y Briana, comparta conmigo este día tan doloroso para mí. No logro entenderlo, y siento que el dolor se derrama dentro de mí y las lágrimas me nublan la mirada. Levanto las manos y las piernas y me aferro a Gabriel. Él me abraza mientras lloro. Siento que le empapo toda la camisa, pero parece que no le importa; él sigue abrazándome mientras me pasa, una y otra vez, la mano sobre la espalda.
—Está bien, todo está bien. Estoy aquí.
Nos quedamos allí sentados durante mucho tiempo.
Gabriel se fue hace poco. Estoy recostada en mi cama cuando escucho la puerta del apartamento abrirse y cerrarse. Al minuto, la puerta de mi habitación se abre y Briana se asoma con ojos de corderito que va directo al matadero.
—Pasa, traidora.
Baja la mirada y se sienta en el borde de la cama. Cree que estoy molesta con ella; y es cierto, al principio lo estaba, pero ya no. Sé que desea que Gabriel y yo formemos una relación y vivamos un feliz para siempre. Y, aunque intente decirle que las cosas no funcionan de esa manera, sé que no cambiará de parecer. Está bien que defienda sus ideas, que ponga todo su corazón en lo que cree, pero a veces me pregunto si esto podría traerle inconvenientes en un futuro.
—Hola —susurra.
Volteo en su dirección y le hago señas para que se acerque.
—No estoy molesta contigo.
Contenta por mi respuesta, salta y me abraza.
—¡Lo siento, lo siento, lo siento! Mi corazoncito débil a su persona no pudo resistirse, y entonces le dije lo que pasaba. Bueno..., en parte. Además, ya sabes lo que creo de él, de ustedes.
Me mira a los ojos y los abre.
—Roma, ¡¿qué pasó?! ¿Qué te hizo?
—No me hizo nada, relájate. Simplemente lloré; y no, no por él, sino junto a él. No sé cómo lo hizo, pero lloré, y él estuvo allí para mí.
Briana no puede creer lo que le estoy contando. Se cubre la boca con las manos y su mirada se empaña.
—¡Oh, Roma, me alegro tanto! ¡Estoy tan contenta que no sé qué hacer! ¡Ven aquí que te voy a abrazar toda la noche!
Otra de las razones por las que adoro a Briana: es cariñosa, divertida, una romántica empedernida, rebelde a lo justo y leal con aquellos que quiere. Ha estado conmigo en momentos alegres, pero también en los más dolorosos. Ella es una verdadera amiga, de esas que dan todo por ti y hasta más, sin esperar nada a cambio, sin vacilación alguna.
—Gracias, Bri. Gracias por estar conmigo.
—Siempre, Roma. Siempre.
Nos quedamos así por no sé cuánto tiempo, y de verdad necesito cambiar de posición porque se me está entumeciendo todo el cuerpo. Soy la primera en hablar:
—¿Cómo te fue con Carlos?
—Excelente —Deja el abrazo aparte—. Cada día me gusta más. —Sonríe—. ¡Es increíble!. ¡Me encanta!
—Sigue contando, que sé que hay un montón de pensamientos rodándote por la cabeza —apremio.
—Bueno... —se cruza de piernas y suspira—, Carlos aún ni me besa. O sea, está bien, me gusta eso de él, que quiera tomarse las cosas con calma porque quiere que sea algo serio, o al menos es lo que pienso, ¡pero le tengo unas ganas increíbles, Roma! Aunque lo puedo soportar —Hace pose de yoga—. Solo tengo que ordenarle a mi cuerpo que no pida nada por el momento. En un rato quedamos de acuerdo que mañana haremos ejercicios de meditación para que no quiera ese cuerpo divino, esa cara, ese duro trasero que provoca apretarlo y esos labios que fueron hechos solo para que yo hiciera con ellos lo que quiera, y... De acuerdo, creo que mi cuerpo está peor de lo que pensaba; ya hasta tiene pensamientos propios. —Suspira de nuevo—. Este régimen será duro, Roma.
—¡Dios, eres única! Tranquila, que tú puedes —Hago dos puños, animándola. Creo que Briana será la primera que se lance a Carlos, y el solo imaginarlo me da mucha risa. Carlos no podrá con ella, estoy segura.
—Si, te mantendré al tanto de todo. Y cuando digo todo, me refiero a todo. Hasta los momentos suculentos. —Sube y baja las cejas.
—No, gracias. —Arrugo la nariz—. Solo me dirás la idea principal sin entrar en detalles. ¿Hasta cuándo te voy a decir lo mismo?
—¿Y cuándo yo te he hecho caso? Tus palabras van directo a mis sordos oídos. —Se los tapa con las manos.
Mi móvil vibra. Lo cojo y veo que Gabriel me está llamando. Contesto.
—Hola, Grecia. Solo quería darte las buenas noches.
Briana está escuchando, y me aprieta el brazo, contenta.
—Gracias, Gabriel. —Sonrío—. Que duermas bien también. ¡Ah! Antes de que se me olvide: el otro día tu padre me dijo que quería que fuera de nuevo a la casa. No he podido decirle nada hasta ahora. En caso de que converses con él esta noche, o antes de que yo hable mañana con él, porfa, dile que esta semana me va perfecto.
—Sin problema, se lo diré.
—Gracias. Un beso a Max.
—¿Y para mí no hay? —Me lo imagino haciendo un puchero y vuelvo a sonreír.
—Un beso para ti también.
—Otro para ti, Grecia —dice con voz profunda.
Terminamos la llamada y Briana se mantiene en silencio.
—Otra cosa que te quería decir: las dos veces que he tenido la suerte de hablar con él, he tenido pensamientos impuros. Esa voz que tiene no está nada fácil; o sea que ya quiero verlo, mijita. Seguro que en persona es mas caliente que el infierno.
—Lo es —afirmo orgullosa.
Esa noche duermo como bebé.
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