22. Duele

Cuán cierto es el dicho que dice que después de la calma, viene la tormenta. Nadie lo espera, solo sucede.

    Levantarte temprano, comer un buen desayuno, vestirte para ir al gimnasio, regresar a casa y prepararte para ir a trabajar e iniciar un día que podría ser genial, si todas las cosas siguieran el rumbo que tú esperas y deseas... Así hubiera sido mi día perfecto.

    Pero la perfección no existe.

    Esos planes, metas y propósitos que te planteas se pierden en un segundo cuando solo puedes pensar en cuán mal se encuentra la persona que tiene esa parte de ti, esa mitad tan vulnerable ante los planes del destino, o a lo que sea aquello que todo lo elige por ti. Y lo odio. Odio esa entidad fantasmal denominada «destino», y ese órgano que radica en mi pecho y que late de forma descomunal al no entender qué es lo que ha pasado con Gabriel.

    Mi Gabriel.

    Estoy sentada en la sala de espera. No he podido acercarme a la chica que se encuentra en el vestíbulo vestida con el uniforme azul; un color que a veces te da buenas noticias pero otras muchas no. Desvío la mirada a mis manos. Son de un color rosado intenso que quieren derivar a un rojo sangre por la manera en que las he estado apretando inhumanamente desde hace varios minutos.

    Algo sucede en mi cuerpo que va tomando forma, para luego convertirse en un monstruo cuyo único propósito es hacer daño. Me ataca. Respiro hacia adentro, adolorida por su atrevimiento. Por momentos no comprendo qué me está pasando, pero al poco tiempo lo entiendo en su totalidad.

    Está pasando de nuevo. Ese dolor tan desgarrador que no sentía desde hacía trece años.

    Un accidente de tráfico.

    Hace una hora me llamó Melisa. No lograba formular ni una frase que me hiciera comprender el motivo de su desconcierto. Hasta que lo hizo. Una palabra. Una simple palabra: Gabriel. ¿Quién diría que esas siete letras me rasgarían tanto?

    Duele.

    Por primera vez en mucho tiempo, sentía que todo salía bien. Me confié.

    Siento un jalón de brazo. Varios.

    —¡Grecia! —escucho que me llaman. ¿Quién?

    Volteo hacia donde proviene el sonido y veo que Mel está muy cerca de mi rostro.

    —Grecia, ¿me escuchas? —Hace señas desesperadas a su oído derecho.

    Creo que asiento con la cabeza, no estoy segura.

    —Menos mal. —Suspira y posa una mano sobre su frente—. ¿Estás bien?

    Supongo que vuelvo a afirmar sin decir palabra porque se sienta a mi lado con un semblante más tranquilo. Rodea mi cuerpo con sus finos brazos y reposa su cabeza sobre mi hombro.

    —Nos dimos cuenta de que aún no llegabas al cuarto. Así que salí a ver si estabas por el pasillo. Al no verte, estuve buscándote por todos lados, hasta que te encontré y te vi en ese estado, como perdida en tus pensamientos. Cuando te llamaba y no me contestabas, me empecé a preocupar, así que llamé a Briana para saber qué hacer contigo. No sabia si era algo que te sucedía a menudo, pero Briana dijo que seguro estabas en shock y que debía seguir zarandeándote hasta que salieras de tu letargo. Supongo que funcionó. —El peso que sentía en el hombro de pronto ya no está, y al siguiente segundo sí—. Lo siento, Grecia, por hablar demasiado. Gabriel...

    —¡Roma! ¡Mel!

    Briana viene corriendo hacia nosotras con Carlos a su lado. Mel es la primera en levantarse y llegar junto a Briana para recibir un abrazo de su parte. Ambas se apretujan un buen rato y Carlos se sienta a mi lado. Me dice algunas palabras a las que no presto atención. Briana después se acerca y me mira con preocupación.

    —Escucha, cariño, Gabriel es...

    —No. No lo digas, no digas su nombre, Bri. No puedo soportarlo. —Le sostengo la y la miro con súplica—. Se vuelve a repetir, Briana. ¿Por qué de nuevo? ¿Por qué?

    —Oh, cariño...

    —Debí haberlo sabido, ¿cierto? ¡Estaba tan emocionada! Tenía esta alegría especial que no sentía desde hace mucho, ¿lo sabes, verdad? Pensé por un momento que duraría, que... que podía rozar un poco la felicidad por completo. Lo pensé, Briana, lo pensé. Y nunca lo había hecho desde la muerte de mis padres. Nunca lo había hecho porque sabía que la felicidad era efímera. Pero qué fuerte es esa palabra, ¿cierto? Es muy parecida a la esperanza. Se usa para que puedas levantarte por las mañanas con la motivación suficiente para arraigarte a la vida e intentar vivirla. Pero es una  simple ilusión.

    »Acepté arriesgarme a que él tomara una parte de mí, de esa mitad que solo han tenido mis padres. Lo hice, Briana. ¡Lo hice! De mis labios salieron las palabras «te quiero», y, cuando lo hicieron, me dieron sentencia, ¿cierto? ¿O fue cuando decidí darme la oportunidad de empezar algo que sabía que sería pasajero?

    Nada es duradero y, sin embargo, queremos aferrarnos a ese algo que pensamos que dará sentido a nuestras vidas.

    Gabriel está bien. Está a salvo.

    Voy a la habitación donde se encuentra él junto a sus padres. Mel, Briana y Carlos se quedaron en la sala de espera. Cuando me dijeron que Gabriel no tenía heridas graves, solo algunas costillas rotas y algún que otro golpe por el accidente, detuve mi represa de pensamientos y palabras que aún continuaba diciendo sin que nadie pudiera detenerme.

     El alivio inmenso que sentí fue abrumador. «Roma, Gabriel está bien». Y solo con esas palabras respiré de nuevo.

    Me detengo frente a una puerta pintada de blanco. Tengo miedo de verlo, pero debo hacerlo, tengo que corroborar que esté a salvo y a salvo de cualquier peligro. Coloco la mano sobre la manilla y empujo. Lo primero que me recibe es el pitido de sus funciones vitales, junto con tres pares de ojos con tonalidades muy similares; dos de ellos, enrojecidos por lágrimas derramadas.

    El señor Torres es el primero que se levanta y se desplaza hacia mí para darme un abrazo de oso que yo respondo.

    —¡Oh, Grecia, menos mal que estás aquí! Gabriel ha estado preguntando por ti desde que despertó. Te esperábamos hace un rato —dice con voz paternal. Al ver que solo me quedo en silencio y sin hacer movimiento desde que terminó el abrazo, pregunta—: ¿Estás bien, cariño? —Me evalúa acercándose aún más y tomando mi rostro entre sus grandes manos.

    —S... Sí, señor Torres, estoy bien. —Intento sacar una sonrisa, pero fallo.

    Dubitativo, ubica la mirada en la señora Torres.

    —Amor, vamos a dejarlos un rato a solas, ¿te parece?

    —Claro que sí, amor. Luego regresamos, corazón mío —le dice a Gabriel y le da un beso ligero en su frente para despedirse.

    Ambos padres asienten hacia mí y me besan, pero el señor Torres antes de salir por la puerta, vuelve a atrapar mi cara entre sus manos y me mira de una forma un tanto triste.

    Respiro profundo y voy hacia la silla que está justo al lado de la cama de Gabriel, quien me espera paciente y con una sonrisa de ángel. Lo primero que hago es abrazarlo fuerte. Muy fuerte.

    —Hola, hermoso. ¡Me alegro tanto de que estes bien! ¡Dios, me alegro tanto que estés bien, Gabriel!

    —Gracias por estar aquí —dice contento—. Es obvio que no me enteré de nada hasta que desperté, pero creo que mi yo interno se asustó en el momento en que sucedió todo. —No puedo evitar unirme a su risilla—. Pero, ya ves, nadie ni nada logrará evitar que escuche tu voz.

    Duele.

    —Gabriel. Estaba asustada. Muy muy asustada. No puedes llegar a comprender lo abrumador que fue pensar que algo te había pasado. Que pudieras... que pudieras haber...

    —Lo siento. Lo siento tanto por haberte preocupado de esa manera. Yo...

    —¡Pensé que morirías, Gabriel! ¡Pensé que morirías! —Gabriel se acomoda mejor en la cama y frunce el ceño—. Un dolor indescriptible se clavó en mi pecho. Sentía que... que yo también moría, Gabriel, que moría de sufrimiento. No pensé que viviría una situación así después de lo de mis padres. No pensé que...

    —Hermosa..., estoy bien. Mírame. —Señala todo su cuerpo—. Estoy bien. No pasó na...

    —¡Pero podría haber pasado, Gabriel! —El ruido de la silla que se desplaza hacia atrás acompaña mis palabras—. ¡Podría haber pasado algo! ¿Es que no lo entiendes?

    —Por supuesto que lo entiendo, claro que sí. Pero así es la vida. —Alza sus manos con desespero—. Está llena de posibilidades que no podemos controlar.

    —Pero podemos evitarlo —contesto con voz quebradiza.

    —¿Qué...? ¿Qué quieres decir con eso?

    —Que no hay por qué sufrir esta agonía si no tenemos algo que nos pueda hacer daño.

    —Grecia...

    —No puedo, Gabriel. No puedo quererte de la forma en que lo hago. No quiero sentir que muero. No de nuevo. No puedo pasar por esto de nuevo, Gabriel. —Las lágrimas me nublan la vista.

    —Pero estoy bien, Grecia. Mírame. Solo mírame. Mírame, por favor.

    Niego con la cabeza mientras me alejo.

    —No puedo, Gabriel.

    Duele.

    —No lo hagas, Grecia. Escucha, lo resolveremos. Lo vamos a solucionar, solo... solo hablémoslo, ¿sí? Pero quédate. Por favor, quédate.

    —Nada es para siempre, Gabriel. Nada lo es.

    —¡Por supuesto que nada lo es! ¡Y por eso decido amarte cada día, porque sé que mañana podría no hacerlo! ¡Pero no vivo con miedo por ello! La muerte es solo otro paso más. Yo espero pasar el mayor tiempo posible contigo, porque te amo y quiero demostrártelo, y que te sientas amada y sentirme amado. No hay más felicidad para mí que eso, estar junto a ti, con mi familia y amigos. Vivir esa vida contigo es mi alegría. Porque, si no, ¿para qué vivir esta vida llena de contratiempos, si no es para ser felices?

    —¡No lo entiendes, Gabriel! ¡Hoy morí de dolor!

    —¡¿Y no ves que ahora estoy muriendo yo?! —Una lágrima se desliza sobre su precioso rostro, y mi corazón se quiebra aún más.

    —Lo siento...

    —No lo hagas. —Intenta levantarse, pero cae al suelo—. ¡No te vayas, Grecia! ¡No de nuevo! —Desesperado, mueve la cabeza de un lado a otro, tocando todo con sus manos para lograr dar conmigo—. Lo resolveremos. Te lo prometo. Solo confía en mí. ¡Confía en nosotros!

    —Lo hice, Gabriel, lo hice.

    —Grecia...

    Decidida, abro la puerta y salgo de la habitación, dejando atrás la otra mitad que quedaba de mí. Ahora solo hay una cáscara vacía y profunda que continuará sus días bajo un cielo diferente.

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