16. Como ellas nadie
Creo que ha transcurrido un minuto, y Gabriel no ha dicho ni «pío». Me estoy poniendo nerviosa y ya estoy lamentando haberle dicho eso. «¡Dios, pero qué idiota!
Escucho un suspiro desde el otro lado de la línea.
—Hermosa, no sabes cuán feliz me siento al escucharte decir esas palabras. —Hace una pausa—. Creo que una lágrima se ha escapado de mis ojos.
No puedo evitar reír.
—Tonto. —Coloco el móvil entre mi hombro y oreja, mientras sostengo una almohada y la abrazo hundiendo el rostro en ella.
«¿Y tú?, ¿acaso no me extrañaste?»
—Por supuesto que yo también te extrañé. —«¿Expresé en voz alta mis pensamientos?»—. Y no, no lo dijiste en voz alta. Es solo que te voy conociendo cada día más, hermosa, y quiero seguir haciéndolo durante mucho tiempo. —No sé qué responder a eso—. No tienes que decir nada. —«Ah, bueno, ¡esto es el colmo! ¡Es imposible que lea todos mis pensamientos!»—. Tranquila, a veces las palabras no son necesarias. Ahora quiero saber de ti, ¿cómo te está yendo con tu abuela?
Río al recordar todo lo que hemos disfrutado las tres y le cuento todo lo que ha sucedido hasta el día de hoy. Mañana ya tenemos que partir. Llevamos casi una semana con mi querida abuela. Briana y yo pedimos un permiso por esos siete días al señor Torres, que nos dio sin dudar. Me sentí un poco mal por los trabajadores de la clínica, ya que, a pesar de que el padre de Gabriel es un excelente jefe y buena persona, no es normal que te den todos esos días solo por ir a celebrar el cumpleaños de algún familiar. Pero luego pienso en lo especial que es mi hermosa abuela y se me pasa. Agradezco con todo el corazón conocer a la familia Torres. Gabriel ha estado escuchando y de vez en cuando ha reído.
—¡Cómo me gustaría estar contigo en este momento! —dice con esa voz sensual que me derrite.
—Mañana regresamos a casa sobre las doce y media del mediodía. Nos pondremos al día. —Escucho que ríe de esa manera especial—. Al día en cuanto trabajo, tonto.
—Avísame cuando estés, que yo también quiero que te pongas al día conmigo.
—Claro que sí, te llamaré. Ahora tengo que irme. Como último día, vamos a tener una noche de citas, y eso incluye cosas que no tiene nada que ver con personas mayores de edad. Por eso es que Briana y la abuela se llevan de maravilla. —Suspiro.
—Está decidido: debo conocer a tu abuela —Gabriel se burla de mí.
Imaginarlo me causa alegría.
—Me encantaría que la conocieras. La adorarás. Ella es increíble, amorosa, tierna, pero también directa y algo perturbadora —aclaro—, pero sé que la amarás.
—Por supuesto que lo haré. Solo por el hecho de que es tu abuela ya la estoy amando. Y sé que por ser su nieta, eres parte de lo que ahora te has convertido: una hermosa y maravillosa persona. Eres increíble, Grecia. Lo eres.
¡Dios! ¿Por qué a veces Gabriel me dice cosas a las que no sé qué contestar?
—Anda, ve a terminar tus diligencias, que te quiero libre para cuando nos veamos. Ya he estado muchos días sin ti —susurra.
—Y yo —respondo. Siento aún más la distancia debido a cómo terminaron las cosas entre nosotros antes de irme. Ahora que estamos bien, siento que me he quitado a un elefante de encima. Me sentía tan mal, y hasta este momento no lo había notado.
—Pásenla bien, hermosa. Te q... Te llamaré después —dice apresurado.
—Si, si, claro. Que descanses.
Cuelgo de inmediato una vez nos despedimos. «¡¿Qué rayos fue eso?!»
Me levanto de la cama para encontrarme con mis amores. Están en la sala; Briana, sentada ene sillón, y la abuela en el suelo, sobre una almohada, dejándose atar colitas de manzanas por todo el cabello. Verlas así me llena el corazón de amor y agradecimiento. No saben cuánto influyen en mí ni que gracias a su presencia puedo respirar cada día.
Ambas voltean al escucharme bajar.
—¡Oh, cariño, ven! —La abuela da palmadas en el sillón—. Haznos compañía, y de paso coge las colas de fresas y únete a tu hermana.
Me acerco a ellas y sigo la tarea de Briana. Ambas vuelven a girarse y me observan.
—Cariño. Roma. ¿Qué pasa? —preguntan al mismo tiempo al ver que tengo lágrimas en los ojos.
—No me dejen. No lo hagan, ¿sí? —Las aprieto fuerte junto a mí.
—Claro que no, cariño. No lo haremos —aseguró la abuela.
—Obvio que no, Roma. De mí no te librarás, y de la abuela menos —secundó Briana—. Le falta mucho por disfrutar; ¿a que sí, abue?
—Es evidente, mi niña. A este cuerpo aún le falta gozadera —dice con voz cantarina.
Oírlas decir eso me revitaliza. Ellas son mis ángeles.
A la mañana siguiente salimos rumbo a casa. La despedida fue muy tranquila. Había supuesto que la abuela haría algo a lo grande, pero solo nos despertó a las cuatro de la mañana para comer, cantar y tener charlas interesantes; ya se imaginarán cuáles son sus temas favoritos de conversación. Dijo que nos despertó a esa hora porque necesitaba aprovechar el tiempo con sus pequeñas, ya que no las vería en una buena temporada.
Llevamos poco rato en la autopista, y ya la estoy extrañando.
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