14. Vasija rota
Estamos tan ensimismados en nuestros propios dolores y problemas, que obviamos o no nos damos cuenta de nuestro alrededor, del sufrimiento de las personas con las que convivimos, y que son importantes para nosotros.
He estado todo este tiempo con Gabriel, y nunca se me había pasado por la cabeza que acarreara tanto dolor. Siempre lo he visto tan alegre y bromista, que en ningún momento reparé en su lucha personal. A pesar de su ceguera, lo noté tan tranquilo, que no vi más allá de lo que mis ojos podían ver. A veces, hacemos de nuestro rostro un lienzo que impide que otros vean nuestras cicatrices, para que nadie las vea. Porque tenemos miedo.
En estos momentos me encuentro buscando algo en internet; cualquier cosa que permita aliviar el corazón de Gabriel, y el mío también. Me dolió verlo tan afligido y triste, y me duele conocer que se haya dado por vencido y que no existan alternativas para él. Por ello, a las cuatro de la madrugada, estoy pegada a la pantalla del ordenador buscando información relevante. Recuerdo lo que me dijo Briana cuando le comenté sobre ese día, y cómo me sentí, mientras se recogía el cabello entre las orejas y tomaba té: «Cariño, estamos tan enfocados en el yo, que olvidamos a los demás. Somos seres meramente egoístas».
Entre clics y movimientos de ratón, creo encontrar algo útil que me llama mucho la atención. Presiono el título de la información y comienzo a leer, no sin antes sorber mi bebida energética. Me seco los labios con la mano y comienzo la lectura.
Mis ojos se maravillan con lo que estoy leyendo y mi cuerpo salta de alegría con anticipación. «Esta será la solución», pienso; y, contenta en demasía, sigo investigando más acerca de mi búsqueda reciente. Una vez me siento satisfecha, me preparo para dormir con una de mis pijamas de Pocahontas —otro de los muchos regalos de Briana—, y, con un inicio de sonrisa que se convierte en una auténtica cuando poso mi cabeza sobre la almohada, mis ansias por compartir mi descubrimiento con Gabriel aumentan.
—Háblanos de tu chico ciego —dice Cris mientras se mete una papa frita en su boca y mastica con gusto.
A esta familia le encanta comer, pero estos dos ya se pasan. Y ninguno engorda. Es increíble, pero cierto; tienen un metabolismo de otro mundo, además de los genes que poseen. Yo, en cambio, aunque no tiendo a subir mucho de peso, sí que tengo que hacer ejercicios a menudo para controlar mis michelines alrededor de la cintura; son un martirio total.
Se me escapa un suspiro largo. Ya sabía que en cualquier momento alguno de ellos iniciaría este tema de conversación. Mas bien tardaron mucho en hacerlo.
—Sí, Roma, háblanos de tu chico. —Briana se cruza de brazos mientras se recuesta en la silla de Tu Burger.
—¿Ah, sí? Pues yo quisiera que me contaras de tu chico —replico haciendo lo mismo que ella.
Ni se inmuta, y en la misma posición, contesta:
—Ese ya está casi cocinado. Lo tengo sazonado y listo, ahora solo falta prender la llama y empezar la cocción. —Se relame de labios y se los muerde.
Terremoto y Tsunami sueltan risillas y me miran con cara de: «¡Briana 1, Grecia 0!». ¡Y rayos que sí, he perdido en su totalidad esta ronda! ¡Tengo que remontar!
—¡Hump! Pues... mi chico no solo está cocido, sino también comido.
Adrián y Cris se atoran —viene de familia— y me miran incrédulos. No esperaban esa respuesta. Esta ronda es mía en su totalidad.
—¡Vayaaa! —ambos gritan exaltados y me otorgan la victoria.
Al final todos reímos. Briana me palmea la espalda mientras dice: «Estoy orgullosa de ti, hija mía». Siempre la pasamos genial cuando estamos con sus hermanos. Les hablé a los desastres naturales sobre cómo conocí a Gabriel, su familia y toda nuestra historia. Escucharon, atentos y serios; me sorprendió que no hicieron ninguna broma. De vez en cuando volteaba a mirar a Briana reflejando mi asombro, y ella solo se encogía de hombros.
Al terminar de contarles, los hermanos de Briana se mostraron contentos con mi «relación», algo que no les he podido quitar de los labios ya que dicen que eso es lo que tenemos. Hasta dijeron que éramos una pareja. Son locos. Intentaron darme consejos, pero inmediatamente Briana y yo los detuvimos, alegando entre risas que estaba muy bien sin ellos. Se mostraron indignados, con mano en el pecho y todo. El dramatismo también viene de familia.
—Bueno, pon atención a este consejo. Yo solo digo que, cuando me dan de comer una rica comida, yo caigo enamorado a los pies de la señorita. Solo digo —Adrián sube ambas manos.
—Lo mismo por acá. —Cris asiente con la cabeza, y se señala—. Así que, Grecia, debes iniciar un curso superintensivo de cocina.
—Ella no podría cocinar ni aunque su vida dependiera de ello. Simplemente moriría sola, seca y desnutrida. —Briana carcajea y sus hermanos se le unen. Los masacro con la mirada.
—Aunque sé que no puedo cocinar, al menos puedo ser ayudante de cocina.
Los hermanos vuelven a reírse.
—¿Ella aún cree que sabe cortar los alimentos? —le dice Cris a Adrián—. ¡Ay pobrecita, nadie se lo ha dicho! —Se lleva una mano al pecho y exclama, respirando fuerte e intentando no llorar de la risa—: Lo siento, cariño, esto que te diré será un poco doloroso para ti. Bueno, lo es también para mí, para todos nosotros. —Observa a sus hermanos y estos asienten compungidos—. No puedes cortar ni una cebolla pequeña... ¡porque eres adoptada! —suelta de forma rápida y se coloca las manos sobre los ojos, apretándolos y gimiendo de dolor— Lo siento, cariño, lo siento tanto. —Se suena la nariz. Los otros dos hacen lo mismo.
Todos en el restaurante han estado observando la escena desde el comienzo. Volteo a observar a los demás: algunos se muestran cabizbajos; otros incluso tristes, y dos señoras se secan las lágrimas con las servilletas.
—Idiotas. To-dos us-te-des —digo con los dientes apretados.
Luego del show, y siendo observada por múltiples ojos, terminamos de pagar la cuenta. Los trabajadores, sin embargo, ni caso nos hacen; ya saben de nuestras «andanzas». Nos despedimos con abrazos y besos, ya que mañana Briana y yo a visitaremos a la abuela.
—¡Los queremos! ¡Nos vemos en una semana! —grito desde la ventana del coche a Terremoto y Tsunami.
—¡Las amamos! ¡Hagan todo lo que nosotros haríamos! —Ambos nos guiñan el ojo, nos lanzan besos y se van.
Los adoro.
—Bri, recuerda que mañana temprano pasaré primero al depa de Gabriel. Te recogeré a las tres más o menos, y de allí nos vamos —comunico mientras cruzo hacia el primer carril para ir más rápido.
—Síí, lo sé. Me los has dicho como mil veces. Relájate, que no me voy a quedar dormida. —Destroza sus ojos al voltearlos. «Aún no sé cómo lo hace...».
—¿Aún no vas a decirme qué le compraste a la abuela? —Hace días, Briana me dijo que ya tiene el regalo de la abuela, y cuando le pedí que me lo mostrara, me dijo que no, que ya lo veré cuando lo vea. Palabras textuales.
—Ajá, eso mismo. No seas tan curiosa.
—Necia. —Resoplo porque quiero saber qué es. Pero ni modo, me toca esperar.
De camino a casa, pienso en el día de mañana y en la noticia que le tengo a Gabriel.
Lo primero que escucho al pasar la entrada del apartamento de Gabriel son los ladridos de un personaje que me encanta. Menea muy rápido su cola y da vueltas a mi alrededor esperando que le acaricie. No me doy de rogar; deposito las cosas en el suelo, me agacho y me dedico a darle mucho cariño, sobándole el cogote y acariciándole el pelaje. Está muy emocionado, así que que se me lanza encima y caigo al suelo mientras me lame toda la cara y ladra. Río por tal recibimiento. Hace muchos días que no nos veíamos; nos extrañamos.
—¡Bello! ¡Eres un bello! ¿Quién es el más hermoso de todos, eh? —hablo como una madre a su bebé, sosteniendo su cabeza y mirándole. Él también me observa, como si quisiera seguir recibiendo adulaciones—. Dime, ¿quién es? ¿Eh? —Otro beso en su hermosa cara—. ¿Quién? ¿Quién?
Intercambiamos besos y mas besos. Nosotros estamos de lo más contentos, hasta que nos interrumpen.
—¡Y yo que pensaba que era el más hermoso! —escucho primero esa voz que me encanta, luego centro la mirada en él. Está apoyado en la pared que conecta con la cocina, con una manzana a medio comer en la mano y de brazos cruzados, mientras sonríe con los labios cerrados.
Max no está ni pendiente de Gabriel, él sigue concentrado en lamerme la cara.
—Pues... Ahora no estoy tan segura. Alguien pretende robarte el puesto. —Señalo a mi deseado atacante.
Sigo cometiendo equivocaciones como esas. Me abofeteo mentalmente.
—Ummm... esto no me gusta nada. —Chasquea y arruga su frente—. Max, ven aquí —dice con voz de mando y señala con su dedo índice el suelo a su lado izquierdo.
Max detiene el proyecto Babear a Grecia y dirige su mirada hacia donde su padre indica, luego me mira a mí y sigue babeándome la cara. Me río un poco y veo que Gabriel abre la boca con lentitud.
—¡No lo puedo creer! ¡Nunca me había desobedecido! —Ladea la cabeza.
—Es que no puedes negarle que me apapuchee. ¿Verdad que no, cariño? —Lo consiento y Max ladra, como si afirmara—.¿Lo ves, hermoso? —le digo a Gabriel.
—En caso de que me lo preguntes a mí, porque ahora ya no puedo saber a quién te diriges, por supuesto, lo puedo ver muy claro.
¡Ups!
Ambos reímos, y después de levantarme y lavarme la cara, me encuentro con Gabriel en la sala. A Max lo dejamos durmiendo en su cuarto.
Estamos sentados en el sofá charlando sobre Melisa, el señor Torres y la señora Eva. Le comento que iré a visitar a sus padres después de regresar de la casa de mi abuela. Se muestra de acuerdo porque sabe que hace tiempo que no los visito y ambos han estado preguntando por mí. En cuanto a Mel, me comenta que se ha mostrado un poco fría con él y que le entristece su forma de actuar.
—¿Cuándo te disculparás con ella? —Le peino el cabello y hago rulitos en ellos.
Niega con la cabeza.
—¿De qué tendría que disculparme?
Dejo de hacerle los rulitos para enfocarme en él. Levanto la ceja izquierda. ¿Es en serio?
—Pues... ¿por hablarle de la manera en que lo hiciste, ¿tal vez?
—Ella no tendría que haber tocado el tema. Se lo he dicho muchas veces. —Frunce el ceño.
—Eso no te da derecho a hablarle de esa forma, Gabriel. Además, sabes que lo hace con buena intención. Ella te adora; solo quiere verte feliz.
—Sé que me quiere. Pero cuando le digo que deje atrás ese tema, debería de hacerlo, ¿no crees? —Se levanta enojado del sofá.
Yo también lo hago. No sé si es correcto, pero no puedo evitar querer defender a Mel. Es una chica tan bella como persona que me hace querer protegerla. Es un sentimiento de hermana mayor que me tiene sujeta desde hace un tiempo y no tiene intenciones de dejarme ir. Quiero a Gabriel, pero eso no significa que esté en lo correcto.
—No tiene derecho a hacerme recordar algo que no quiero recordar. ¿Se puede entender eso? —levanta la voz.
—¡Solo te está dando ánimos, Gabriel! ¡Quiere que te repongas y luches! ¿Es tan difícil para ti entender eso?
Gira el cuerpo en dirección a mí.
—No quiero que quiera nada por mí. No quiero su lástima... ni la de nadie —dice apretando la mandíbula.
—Nadie te tiene lástima, Gabriel. ¿No te das cuenta de que eres tú quién se tiene lastima? ¿Sabes? Vine el día de hoy porque quería darte la buena noticia de que encontré un método para que puedas volver a pintar, pero, por lo visto, supongo que ni siquiera quieres que te la dé.
Bufa.
—¿Qué? ¿Me vas a hablar sobre la técnica de pintura braille?
No lo puedo creer, ¡lo sabe! Por un momento salto de alegría, pero, al ver su semblante, comienzo a procesar aquella información.
—Ni siquiera lo has intentado, ¿verdad?
—¡Claro que lo intenté! —Levanta su cabeza en dirección al techo y suspira—. No sirvió de nada. Esto —coloca una mano sobre sus ojos— esto me destrozado.
—Pero... pero... leí sobre un famoso pintor invidente que utiliza esa técnica. Sé que tú puedes lograrlo, Gabriel. —Me acerco a él e intento sostenerle las manos.
Se separa de mí.
—¡Lo he intentado! ¡Lo he intentado, Grecia, y no puedo hacer nada! ¡Ni siquiera puedo pintar una mísera forma. ¡Nada! —Exaltado como está, tropieza con la pared cercana a su habitación.
No me doy por vencida.
—Podemos contactar a ese pintor y... y pedirle que te enseñe, que nos provea de ideas, que te cuente cómo pudo superar su obstáculo, y...
—¿Obstáculo? —Ríe irónicamente y se señala los ojos—. Esto no es un obstáculo. Es un extenso muro que no me permite siquiera rodearlo para echar un vistazo.
Lo entiendo, pero duele. Duele que no lo intente. Porque sé que todo él anhela poder plasmarlo todo en un lienzo. Esa es su pasión.
—Ni siquiera sé porqué me preocupo —mascullo restregándome la cara con enojo—. No es el método lo que no funciona. —Me acerco a él—. No son tus ojos los que te han dejado desvalido. Eres tú, y solo tú, Gabriel.
Ríe sin gracia.
—No sabes lo que es perder una parte de ti y no poder hacer nada para recuperarlo.
—¡Dios, eres increíble! ¿Crees que no lo sé? ¡Perdí a mis padres el día de mi cumpleaños, Gabriel!
—¡Sí, cuando tenías once años, por Dios! No a los veinticuatro! ¡A los once! Eso cambia bastante las cosas, ¿no crees?
No puedo creer que me haya dicho eso. Noto que se da cuenta de lo que acaba de decir e intenta remediarlo.
—No —lo freno.
Voy rápidamente a recoger mis cosas.
—Espera, Grecia, espera...
—No me sigas, Gabriel. Por favor, no lo hagas.
Con un cabizbajo Gabriel, salgo del departamento.
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