11. Aquel día

Entramos en la habitación mientras yo me deshago de su camisa y el de la mía, apresurados por sentirnos. Nos dirigimos a la cama mientras nos quitamos todo lo que nos impide tocar más y, al mismo tiempo, nos besamos con intensidad. En algún momento Gabriel despega sus labios de los míos y va dejando besos en la piel de mi cuello; luego lame y muerde, y ambos gemimos de placer.

En la cama nos deshacemos de todo y nuestros cuerpos se envuelven a un ritmo lento mientras nos derramamos en una locura infinita de placer.

De espaldas sobre la cama y junto a Gabriel, analizo un par de cuadros.

—¿A qué te dedicas?

Estoy esperando una respuesta, pero demora en darme una. Subo la mirada a su rostro y veo que está despierto. Permanece unos minutos en silencio y me rindo. Sin embargo, cuando estoy por cerrar los párpados y disponerme a dormir, le escucho decir:

—Hace seis años presenté severos síntomas —obtiene toda mi atención—, como vómitos, dolores de cabeza y pérdida repentina de visión. —Respira hondo y continúa—: Me detectaron un extraño glaucoma. Es frecuente que afecte a personas mayores de sesenta años, a diabéticos, a hipertensos oculares, a aquellos que tienen o tuvieron parientes con glaucoma... Pero yo no tenía nada de eso. Mi caso era muy diferente, y no se podía hacer nada; por lo que de forma gradual, fui perdiendo la vista hasta quedar ciego por completo.

¡Dios, eso es horrible! Tener algo preciado para ti, que sepas que pronto ya no lo tendrás, y que continuamente te lo recuerden... es lo peor.

—Pero —vacilo—... no veo en tus ojos ninguna neblina que...

—Mi caso fue muy particular. Los médicos hasta el día de hoy no pueden comprenderlo. —Ríe con tristeza—. Creo que están más angustiados y preocupados por el hecho de no entender mi caso que por él mismo paciente. —Suspira—. En ese entonces, mis padres hicieron lo que pudieron por encontrar una solución, pero todo fue en vano.

»Me gradué en la universidad de arte, ¿sabes? Y, al mismo tiempo que cursaba la carrera, varias de mis pinturas se vendían por todo el mundo. Era un «prodigio», como me decían muchos. Lo cierto es que era muy bueno —dice con voz nostálgica.

—Nadie se libra. Todos y cada uno de nosotros cargamos con nuestros dolores particulares.

—¿Por qué lo dices? —Me acerca más a él—. ¿Tiene esto algo que ver con el día de tu cumpleaños?

Cierro los ojos y el dolor de la pérdida me recorre entera.

—Mis padres murieron en un accidente de tráfico el día de mi cumpleaños. El accidente no tuvo nada que ver con algún conductor borracho o algo por el estilo. No. Fue algo tan estúpido como que se deslizara de mis manos un globo del parque de atracciones al que fuimos y cegara por momentos la visión de mi padre hacia la carretera —mi voz tiembla al final.

—Lo siento. —Gabriel me envuelve entre sus brazos y me besa en la cima de la cabeza—. No fue tu culpa que eso pasara. Lo sabes, ¿cierto?

—Claro que lo sé. Pero a veces me pregunto: «¿Por qué yo?» No tuve tiempo, ¿sabes? No tuve tiempo suficiente para crecer con ellos, para jugar, para reír, para bailar, para ser regañada... No tuve tiempo para vivir con ellos. Y justo aquí en el corazón, siento que quema. Y sé que ha pasado tanto tiempo, pero todavía siento este dolor tan profundo... Nunca termina de doler.

Gabriel me aprieta junto a él, dándome la calidez que muchas veces me hace falta.Y me quedo dormida, deseando que mis padres me abracen una vez más.

Despierto sintiendo cosquillas en la mano. Lo primero que encuentro es una cola que se menea de un lado a otro. Sonrío.

—Hola Max. ¿Tienes hambre, cariño? —Le acaricio su cabeza y él ladra contento. Lo tomo como una respuesta—. ¡Shh, que vas a despertar a tu amo! —Me giro y Gabriel sigue durmiendo. Se ve tan tranquilo y hermoso.

Me aparto de sábanas y busco algo con qué cubrir mi cuerpo. Encuentro una camisa ancha dentro del clóset. Me la coloco y salgo con Max hacia la cocina para darle de comer. Le pongo en su taza la perrarina y él la come, pero algunas veces se detiene a mirarme y mueve la cola. ¡Es demasiado bello!

Me preparo cereales con frutos secos y leche semidesnatada como desayuno y me siento a comer mientras observo cómo Max lo hace. Una vez terminamos, nos tiramos en el suelo de la sala de espaldas al mueble y me ensimismo en mis pensamientos mientras le acaricio el pelaje y él de vez en cuando, me lame la cara.

Se me hace extraño que le haya contado a Gabriel lo que sucedió con mi familia. Aparte de Briana, nunca se lo había dicho a nadie. Tal vez, el que me haya dicho lo que pasó para que perdiera la vista hizo mella en mí, ¿y por esa razón me abrí a él de esa manera?

—¿Grecia?

Max y yo levantamos la mirada y observamos a Gabriel apoyado sobre el marco de la puerta de su habitación, con el ceño fruncido y llamándome. Max, como buen guardián protector, deja de lado su descanso para atender a su amo.

—Hola, hermoso. Estoy aquí en la sala. Ven. —Se sienta como yo, pero se le hace incómodo y coloca su cabeza sobre mis piernas. Una sonrisa se extiende por mis labio—. ¿Cómo amaneciste? —pregunto, peinando su negro y brillante cabello con mis dedos. Es sedoso y de mechones gruesos.

—Mmm... —Parece que le gusta que le masajee el pelo—. Muy bien. Solo que me preocupé porque, al despertar, no te encontré en la cama. ¿Has desayunado, o quieres que pida algo?

—No es necesario, ya tomé desayuno; Max también. ¿Qué hay de ti? —Delineo su mandíbula.

—No desayuno, solo me tomo un té o un café. Más tarde lo prepararé —dice mientras hace círculos en mi pierna con la yema de sus dedos.

—¿Cómo lo haces? ¡Yo me moriría del hambre! Literal, parezco un zombie cuando no desayuno.

Ríe por mi comentario.

—No lo sé. He sido así desde pequeño.

Escucho el tintineo de unas llaves y, al segundo, esa misma llave está abriendo la puerta del apartamento de Gabriel. Ambos nos levantamos de nuestra cómoda posición, atentos.

—¿Gabriel, estás en ca...?

Frente a nosotros, aparece Eric, que nos observa y eleva sus espesas y delineadas cejas hasta más no poder. Abre aún más los ojos al ver a Gabriel solamente un pantalón de pijama y a mí con su camisa.

—Yo... Es decir, no sabía que estaban juntos. O sea, no quiero decir que no tengan que estar juntos ni nada por el estilo —parlotea—, es que no esperaba que fuera en este momento. Y por supuesto que pueden estarlo cuando ustedes quieran, no les estoy imponiendo un horario ni nada. —Pequeñas gotas de sudor le surcan el rostro—. Tampoco es de mi incumbencia lo que hagan cuando están juntos. —Baja la mirada a mis piernas desnudas y se sonroja. De inmediato vuelve a mirarnos desesperado, con los ojos yendo de un lado a otro—. De nuevo digo que tienen total libertad de...

—Eric —le interrumpo su verborrea. Por dentro me estoy muriendo de la risa. Observo de refilón a Gabriel; sé que él también se está riendo internamente—. No te preocupes, tranquilo.

Eric lanza un gran suspiro.

—Lo siento, amigos, por entrar así —dice apenado mientras se muerde el labio y nos observa.

—No te preocupes, Eric —insiste Gabriel. Me rodea la cintura con la mano,y se acerca más a mí.

Observo el movimiento y alzo una ceja. Eric al parecer lo nota, porque ríe por lo bajo, pero intenta disimularlo tapándose los labios con las manos, y carraspea.

—Está bien. Eh... yo solo vine para distraerme un poco de... —Se sonroja como si estuviera recordando algo, y a mí ya me interesa ese cuento. Y mucho—. De una cosa. Total, que puedo regresar más tarde.

Gira el cuerpo para irse, pero lo detengo.

—¡Hey, no pasa nada, quédate! ¿Necesitas distraerte de...? —Se me escapa un sonrisa.

Eric me entrecierra los ojos.

—Si no tienen ningún problema... —Deja la frase al aire. Mira la mano que aún se posa sobre mí y luego observa a Gabriel.

—Quédate —pide Gabriel—. Busca algo en la cocina y prepárate el desayuno. Grecia ya ha desayunado.

Eric vacila, pero decide quedarse. Cierra la puerta y se dirige a la cocina. Max se incorpora y exige su cariño. Eric lo acaricia mientras sonríe. Me despego de Gabriel y me dirijo también a la cocina; quiero tomar un jugo de naranja con pulpa.

Al pasar por el lado de Eric, este me observa y se sonroja de nuevo. ¿Quién iba a pensar que se ruborizaba de tal manera? ¡Dios, esto es muy divertido! Pongo los ojos en blanco y gesticulo: «¿Qué?». Él baja la mirada hasta mis piernas desnudas. Gesticulo: «Supéralo». Eric aprieta la boca y la mandíbula y mira a Gabriel, que se ha sentado en una silla y tiene la cabeza ladeada. Eric y yo nos miramos y vuelvo a gesticular: «¡Ni siquiera puede saber qué me estás viendo! ¡Relájate!». Su boca casi cae al suelo y coloca una mano sobre ella. Luego, susurra: «Pero sabe que vistes solo su camisa, Grecia» y mueve sus manos de arriba a abajo, con el rostro como un tomate.

—Grecia, Eric, ¿qué murmuran? —pregunta Gabriel desde la sala.

—Nada, nada, ahora regresamos contigo. Te preparo de una vez el té ¿sí? —Veo que asiente y me pongo a ello—. ¿De qué lo quieres?

Piensa unos segundos y me contesta que de canela.

—Perfecto. Ya te lo preparo. Max, ve con él

Max obedece sentándose a los pies de Gabriel.

Y yo dejo a Eric atónito por todo nuestro intercambio de palabras. Aquí le tengo otro suculento cuento a Briana. Sí o sí tengo que concertar una reunión en donde estén Eric, Mel y Briana. Eso será explosivo.

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