10. Perfectas imperfecciones
Briana y yo estamos tumbadas en la cama, charlando de los acontecimientos del día de ayer.
—¡Por favor, no te hagas la mojigata! Sus padres saben lo que es el sexo. —Briana pone los ojos en blanco—. Sobre todo la madre; esa no le dio descanso al pobre Frank, y ¿cómo no entenderla?, si ese hombre está como quiere.
Al final no se fue de fiesta con Teresa. Quiso quedarse en casa viendo películas.
—Bueno, para resumirte... —Veo que va a protestar, porque a Briana le encantan los detalles, sean de relevancia o no, y en seguida la interrumpo—: Eh, eh, no importa lo que pasó en el día. Te diré los puntos claves; tenemos que avanzar, Bri, en serio —casi ruego, y ella accede con un puchero.
»Bueno, hubo un momento en el que Mel le estaba diciendo algo sobre la universidad, y él no la dejó terminar. Fue muy raro. Era como si no quisiera que yo escuchara o me enterara de... lo que sea que fuese. Eso me molestó, debo decirlo; y, después de ese momento incómodo, estuvo todo el día como enojado, cosa que tampoco entendí. —Briana tiene el dedo índice y el pulgar sobre su rostro, en forma pensativa—. Pero el tipo es superbipolar porque, cuando estábamos esperando que Eric me trajera, (por cierto, te tengo un cuento sobre él que te va a gustar) —ella asiente, pero todavía está en modo pensativo—, de repente habló tranquilo, sosteniendo mis manos con las suyas y todo. —Briana se desconcentra un poco, pero rápidamente se mantiene regia. «Vamos a ver cuánto le dura...»
—Mmm..., creo que deberías hablar con él, aparte de... —Menea un poco la cintura y yo la fulmino con la mirada Levanta los brazos, en señal de rendición—. Bueno, eso, que tienes que sacarle información, hija mía. Hasta yo me he quedado con las ganas de saber el misterio ese. Pero tú lo conoces mucho más que yo, obvio, así que no sé si es preferible que él mismo te lo cuente sin necesidad de que lo presiones a que lo haga solo porque tu eres una chismosa. Otra cosa, por si lo olvidaste, que creo que es así: el sábado tenemos comida familiar, hermosa —lo dice en tono «seductor». Me va a fastidiar por un buen tiempo con esa palabra, lo sé..
—¡No me percaté de eso! —digo angustiada.
—No te preocupes, Roma. O sea, primero los cuadritos de chocolate y luego la familia —dice, recostándose en la cama con un chupachú.
—De verdad lo siento. —Me disculpo con la mirada.
—Tonta, ¿me vas a hacer caso a mí? No hay problema, olvídate. Tendremos muchas comidas familiares de sobra. Ahora, cambiando de tema... Mis padres están preocupados porque Adrián y Cris nunca les han presentado a nadie y, por ende, no tienen una relación estable. Creen que «se les moja la canoa». —Ríe fuerte—. ¡Roma, tendrías que haber visto la cara de papá cuando, junto a mamá, me abordaron para decirme esto! ¡Fue muy divertido, créeme! —Me lo imagino, sobre todo cómo Briana debe haberse aguantado la risa—. Les dije que la respuesta es simple: que ellos son unos perros que le caen a toda mujer que consideren bella, y que ya se enderezarán cuando se enamoren. Solo que mis padres no saben que a cada mujer que veo con intenciones de estar con mis hermanos, le advierto que son unos patanes. Así que no sé si les estoy retrasando el amor, o qué. —Vuelve a reír y yo le sigo el paso.
—¡Bri, eres muy mala! ¡Déjalos ser! Además, las mujeres sabemos con quién nos metemos; no vale eso de «yo no sabía que el era así» porque lo sabemos, al menos en el fondo. Y nos engañamos a nosotras mismas queriendo que cambien. Así que ya deja de hacerles eso, loca.
—¡Que sí, que sí, en cualquier momento pararé! Bueno, cuéntame lo de Eric. —Me recuerda. A ella no se le escapa nada.
—A Mel le gusta Eric, y creo que a Eric ella también.
Briana se levanta de forma abrupta.
—¡Noooo! —«¡Sabía que le iba a gustar este cuento!»—. ¡Uy, esta novela está buena! ¡Un típico amor prohibido! La diferencia de edad, los padres, el hermano protector, el chofer de la familia... —Se tapa la boca con la mano mientras ríe—. ¡Ay, no, esto no es para reírse! Perdón, es que no pude evitarlo. Pero... al menos no es unilateral, según me dices, ¿cierto?
—Exacto. Por las miraditas que le daba Eric, creo que es algo que va por los dos lados. Vamos a ver cómo evoluciona la cosa...
—Dale. Mañana me vuelves a abandonar, así que creo que me iré por allí. No me esperes despierta. —Se despide con un beso—. Te amo.
Gabriel y yo decidimos comer perritos calientes con mucha cebolla, mostaza, mayonesa y salsa de tomate. Quisimos darnos ese gusto, y mis «michelines» supercontentos me lo agradecieron. ¿Qué se puede hacer? También hay que pensar en ellos de vez en cuando, no se puede ser tan mala persona.
Después de tener el estómago lleno y el corazón contento, quisimos caminar por rumbos desconocidos en compañía del sol, hasta que encontramos una pequeña plaza y nos sentarnos en un banco de madera para darles un descanso a nuestros pies. El sonido de los niños que corren y ríen mientras escapan de las garras de sus padres, las palomas que vuelan por el aire, y otras tantas que picotean el suelo, nos dan la bienvenida.
Una joven pareja que conversa y se mira a los ojos cada vez que puede con esa distintiva mirada soñadora de una relación que recién germina me hace recordar a Mel y a Eric. Me gustaría saber cómo se desarrollará esa historia. Y, ahora que lo pienso..., ¿por qué Eric, siendo tan joven, es chofer de la familia Torres? Cuando Gabriel me dijo que su chofer me iría a buscar para llevarme a la casa de sus padres, me esperaba a alguien de más edad. No sé, me causa intriga.
Subo los pies al banco y me giro para ver el perfil de Gabriel. «Será que le..?»
—¿Qué pasó? —pregunta de repente.
—¿Con qué? —respondo contrariada. Miro hacia los lados, a ver si me he perdido de algo.
—No lo sé. Has estado quieta y en silencio por un buen rato, y de pronto hiciste un movimiento brusco. Pensé que había sucedido algo —explica.
—¡Ah! ¡No, no es nada! Es solo que pensé en algo que quería preguntarte... —dudo.
Se ubica frente a mí, subiendo también las piernas sobre la banca, y asiente.
—¿Cómo conociste a Eric?
Ladea la cabeza y a los minutos responde:
—Estudiamos juntos un par de años en la universidad. ¿Por qué?
—Es tan joven... Entonces, ¿cómo..?
—¡Ah, ya sé por qué lo preguntas! —su tono de voz es diferente a la usual. Triste—. Él... él pasó por unas situaciones personales que le obligaron a tomar ciertas decisiones que...
—Está bien, no es necesario que digas más —lo interrumpo. Siento que no debería escuchar más. Y aunque sé que Gabriel no me dijo nada en concreto, porque sé que protege a su amigo, no es correcto que lo haga recordar algo que parece difícil.
Suspira aliviado y al final sonríe. Me quedo observándolo un rato hasta que le veo ladear la cabeza de nuevo. He notado que lo hace cuando está atento a algo, cuando le gusta una situación o cuando está pensando. En este momento, me decanto por la última opción.
—Dime algo sobre ti que no te guste —me dice sonriente.
—¡Oh, esa no me la esperaba..! Mmm..., mi nariz.
—¿Qué? ¿Por qué?
—¡Oh, por favor, sabes por qué! —Río divertida—. La curvatura que tengo es fea.
Niega repetidas veces con la cabeza al mismo tiempo que chasquea la lengua. Extiende su mano derecha y comienza a dibujar mi nariz con su dedo índice.
—Tu nariz es perfecta.
—¡Pero si mi tabique está desviado!
—Exacto —asegura.
Ya pasada la tarde, Gabriel me invitó a cenar a su casa, —esto, al parecer, se volverá rutina— y, por obvias razones, le contesté que sí.
Nos subimos a un taxi y en el camino no hablamos mucho, pero hubo cierta tensión..., pero de la buena.
Mientras subíamos al apartamento íbamos comentando que cocinaríamos algo sencillo, tal vez salmón y brócoli, pero no estábamos realmente inmersos en la conversación. Al llegar, lo primero que hicimos fue cerrar la puerta, Gabriel me cogió por la cintura para acercarme a él y besarnos mientras nos guiaba a su habitación. Yo estaba de espaldas, así que choqué con la puerta del cuarto.
—¡Auch! —exclamo, y ambos reímos.
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