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Eran las 6:24 de la mañana y el joven rubio no podía dejar de reír, sosteniendo con una mano el diario semanal y con la otra sujetándose el estomago, el cual había comenzando a doler por el ataque de risa que había tenido y por sus fallidos intentos de retener sus grandes ganas de explotar a carcajadas.

Levantó aquel diario nuevamente y releyó en risas llenas de gozo el artículo de la semana, teniendo enfrente sus ojos la primicia que jamás creyó ver, pero que ahora mismo le causaba una satisfacción demasiado grande en su ser y orgullo.

Se mordió los labios y acalló con mucha voluntad las risas que moría por soltar, recapacitando en ese mismo momento, pensando en todas las personas que saldrían perjudicadas por la torpedees de un jefe idiota. Se reincorporó mejor en su cama y pensó en todos los hombres y mujeres que tenían una familia que sostener, imaginando lo horrible que debe de ser estar en una situación de desempleo desesperante.

Sacudió levemente su cabeza, tratando de sacar aquellos feos pensamientos de su mente. Se despojo de sus calentitas sabanas de patito y se levanto perezosamente de su cama, estirando sus extremidades y su adolorida espalda por la dureza de su viejo colchón.

Se dirigió con una puchero involuntario al baño, en donde se cepillo los dientes rápidamente y se quito su pijama amarillo, el mismo que combinaba con su reciente cabello rubio, el cual amaba cambiar de color cada mes. Se colocó lo primero que vio y que le pareció más cómodo, lo cual consistía en un suéter amarillo otoño demasiado holgado, un pantalón rojo igual de flojo, su zapatillas amarillas favoritas y una boina de color blanco que amaba utilizar.

Se preparó su matutina taza de café cargado para poder aguantar la jornada de trabajo y emprendió hacia la panadería de aquella dulce abuelita que sin quererlo se había ganado su inmenso cariño al haberle dado empleo sin saber nada de repostería o como se hacían los panes que todos comían pero que nadie se preguntaba cual era el arduo trabajo que este conllevaba.

Caminó por toda la avenida, ganándose mas de una mirada por su atuendo y rara "combinación" de colores, haciendo fruncir el ceño del pequeño rubio, quien decidió mejor ignorar esas estupidas y prejuiciosas miradas que enojarse y perder el tiempo que podía utilizar para ver las cosas realmente buenas que tenia su vida.

Llegó a su destino, viendo delante suyo el humilde y pequeño negocio de pastelería casera. Soltó un pequeño suspiró y coloco en sus labios una gran y positiva sonrisa, listo para comenzar con su día laboral.

Abrió la puerta de cristal, aquella que estaba invadida por carteles en cartulina, los cuales anunciaban todo tipo de descuentos en todos los postres, haciendo sonreír en ternura al menor al recordar como la misma mujer mayor escribió con su ayuda todos los carteles de descuentos, los cuales algunos rozaban la exageración, ya que el sabía cuanto batallaba la anciana por llegar al final del mes con todo lo que tenia que pagar de impuestos mas todos los medicamentos que tomaba para la presión y la artritis.

Chasqueó su lengua dentro de su boca y entro sin perder más tiempo, pudiendo oír la pequeña campanilla de la puerta, la cual anunciaba siempre la llegada de nuevos clientes. Caminó por el reducido lugar, tocando con la yema de sus pequeños dedos la textura de las viejas sillas y mesas de color celeste desgastado, las cuales algunas se tambaleaban por lo viejas que estaban.

Definitivamente había miles de mejores pastelerías en el centro de Seoul. Todas siendo elegantes, rústicas pero lujosas, modernas e incluso había pastelerías en donde te atendía un mesero robot y él mismo te preparaba tu pedido en unos pocos minutos.

Pero...

Aquella pastelería tenia un toque y una esencia hogareña que te llenaba el corazón de calidez, haciéndola difícil de abandonar sin darle siquiera una oportunidad.

Para el menor aquel ambienté era perfecto. El silencio, el agradable ambiente cálido y por supuesto el delicioso aroma que emanaba todos aquellos postres dulces y panes recién horneados. Todos teniendo una receta impecable y deliciosa que venia de la juventud de la abuelita, siendo estos pasados de generación en generación.

Otra sonrisa se le escapó inconscientemente, dirigiéndose detrás del mostrador, cruzando la angosta puerta que lo dirigía hacia la pequeña cocina, viendo ahí a la dulce y simpática abuelita, la cual estaba batiendo pacientemente la mezcla de un pastel de naranja y limón con una armoniosa sonrisa en su arrugado rostro.

—Sook...¿Tan temprano y ya haciendo pasteles?—preguntó juguetonamente, acercándose a la mayor y dandole un beso en la mejilla en forma de saludo—a este paso también te dará diabetes.

—Oh Jiminnie, no oí cuando llegaste—sonrió amablemente la mujer, dejando la cuchara de madera a un lado—por favor...¿me ayudarías con la mezcla del pan Gyeranppang, solo falta colocarle un poco de miel y ponerlo en el horno.

El joven asintió con una sonrisa y se acerco al pequeño perchero en donde estaba colgado su delantal, aquel que le había regalado la mujer el día que cumplió un mes con ella en la pastelería.

Se acercó al viejo toca disco que poseía la mayor y puso uno de sus discos favoritos, llenando inmediatamente toda la pequeña cocina con música clásica y ópera, tarareando ocasionalmente y sonriéndole dulcemente a la mayor, quien le seguía el juego y cantaba o hacia el intento de cantar las altas notas de las piezas de ópera.

Todo era tan hogareño que no pudo evitar pensar que el nunca tuvo la oportunidad de hacer algo parecido con su abuela, de hecho jamas tuvo la oportunidad de siquiera conocerla.

Y tal vez esa sea la razón por la que sentía un apego y un cariño inmenso hacia la mayor...

Trató de ignorar ese hecho, pensando mejor en lo agradable que era trabajar con la comida, a veces pensando si hubiera triunfado mucho mas como cocinero que como asistente de una empresa...

Wattpad me esta andando mal :(
Sigue abajo amores mios❤️✨🥺


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