23| Con la comida no se juega.
Ashley Wood
Me despierto por el olor de la mantequilla tostada en pan, lo reconozco perfecto, es mi preferido, siempre me saca de apuros. Me renuevo en mi lugar y decido abrir mis ojos encontrándome con el techo de mármol ¿Dónde estoy? Trato de incorporarme, pero un fuerte dolor de cabeza me tumba instantáneamente. Me quejo llevando mis manos a la zona.
—¿Cómo te sientes? —me tenso.
Despacio, casi a paso de tortuga, me levanto y me siento sobre el colchón apoyando mi espalda contra el respaldar negro. Entonces lo veo, al otro filo de la cama, parado, sujetando una bandeja con variedad de comidas y bebidas. Tiene unos vaqueros oscuros con una camisa de tono beige con unas letras impregnadas en marrón.
—Bien, dentro de todo ¿Eso es para mí? —no responde, sujeta la bandeja y la alza hasta posarla entre mis piernas. El estómago se me revuelve— No quiero nada.
—Comeras, tu eliges si es por las buenas o por las malas. —se sienta a mi lado. Agarra una uva y con sus dedos abre mi boca introduciendo la fruta con fuerza. Saboreo, muerdo y paso. Está delicioso, cítrico como me gusta— Come —con su mirada señala la bandeja.
No resisto. Lo primero que llevo a mi boca es el pan tostado con mantequilla, después el juego de naranja y finalmente pruebo un bocado de cada alimento. Todo está exquisito. Me sorprendo al llegar a la sopa dietética ¿Dónde a conseguido todo? Es como un pequeño buffet. A medida que voy terminando de dejar los platos sin contenido, me esfuerzo en pensar cómo llegué aquí.
Todo es muy confuso, pero armó las escenas en mi mente a medida que aparecen en desorden. Oh no. Mis mejillas se sonrojan ¡Qué vergüenza! Analizo mi ropa buscando el rastro del vómito, pero me encuentro con una camiseta grande, la reconozco, se la he visto a Adrián un par de veces.
Dejo de atragantarme, no quiero terminar y enfrentarme a la humillación.
¿Cómo es posible? Es el alcohol, en definitivo, yo jamás actuaría así.
—Gracias, estuvo rico —mi mente me traiciona reproduciendo las escena del cambiador, si, esto también estuvo rico.
Adrian baja la bandeja al suelo y me tiende dos pastillas con un vaso de agua.
—Para la migraña —acepto y bebo despacio.
Nos quedamos en silencio mirando el televisor plasma empotrado en la pared. El canal está reproduciendo una película en idioma Inglés, no entiendo nada. Por su parte, Adrián parece captar con perfección.
La vergüenza que estoy sintiendo en estos momentos es inexplicable ¿Cómo empezar una charla? Si, estaba bajo los efectos del alcohol, pero no es justificación para mí comportamiento de una novia celosa. No somos más que amigos, si es que así se le puede definir así a nuestro vínculo. Sin embargo, a pesar de mi penoso actuar, hay algo más que me tiene angustia.
Tuve sexo con Adrián Irmán.
Un sexo increíble, potente, lo monte como quise aunque no lo probé tanto como me hubiese gustado. Me estremesco tan solo al recordar sus manos recorriendo mi cuerpo, sus labios devorar los míos y como explotamos en lujuria. Me remuevo incómoda en mi lugar, su cercanía no ayuda a mantener mis pensamientos a raya y me enloquece no captar una señal de incomodidad de su parte, me enferma no provocarle lo mismo, quiero que sufra al igual que yo, quiero que este apretando sus uñas contra la palma de su mano para aplacar su deseos.
—Tu madre ha estado llamando desde que amaneció, —presto atención — le dije lo que había pasado y le mandé foto para que compruebe que estás sana y salva. Tus amigas igual, no dejan de reventar tu celular. Le expliqué a Cristina que estabas conmigo bajo tu propia voluntad, pero insiste en escucharlo de tu boca. —explica mientras saca el aparato— Será mejor que les llames.
Asiento. Nuestras manos rozan en el proceso de entrega, me aparto inmediato y me distraigo revisando mis mensajes. Tengo miles de mis amigas y de compañeros de aula, dejo en visto y respondo los necesarios, no termino de teclear uno cuando Cristina llama.
—Amiga querida ¿Qué tal todo? —respondo de lo más relajada.
—¿Qué tal todo? ¿Sabes la hora qué es? —la Cristina madura a regresado, tengo que apartar el teléfono cuando su voz se convierte en gritos— ¡¿Sabes lo preocupada qué estábamos todas por ti?! ¡Pensamos qué estabas secuestra o mucho peor muerta! De la golpiza qué te daré cuando te vea no te salvas
—Cris, deja de gritar ¿Sí? Tengo un horrible dolor de cabeza ¿Cómo es qué estás tan normal? Tú estabas igual o peor que yo —enfatizo ¿Es de hierro? No es normal.
—Hay cállate y dime dónde estás. Adrián no quiere decirme ¿Te tiene contra tu voluntad? —me descolocó ¿No estamos en Arizona?— Sigo en el club ¿Estás cerca? —carraspeo buscando una explicación, sé que está oyendo todo— ¿Ashley?
—Tranquila, nadie me tiene secuestrada, Adrián me está cuidando bien...
—Yo te cuido mejor ¿Dónde estás? Enviame tu ubicación en tiempo real —insiste— y envíame un emoticon de fuego si estás en contra de tu voluntad para llegar con refuerzos —suelto una carcajada, lo ha dicho seria, incluso a bajado el tono como si supiera que su primo esta escuchando.
—Lo que ordene la señorita Cris, pero antes déjame llamar a mi madre ¿Sí? Tengo una, por si no te has enterado —bromeo.
—Si, si, lo que digas. Apúrate —y me cuelga.
Mientras busco el contacto de mi madre le hecho una mirada fugaz a Adrián, tiene una sonrisa tallada en su bello rostro. Marco y me manda al buzón de voz, intento un par de veces más con el mismo destino.
—Esta de turno completo —avisa.
Comprendo, es algo normal en ella, muy pocas veces tiene encendido su celular en el trabajo. Le envío un mensaje de voz diciéndole que estoy bien y que me llame apenas pueda.
—¿Dónde estamos?
—En Arizona.
—Cris dijo...
—Cambie de habitación con un amigo, sabía qué la pesada de mi prima no iba a dejar de buscarte y fue lo mejor que se ocurrió para evitar un enfrentamiento cara a cara —me río por segunda vez en el día.
—¿Le tienes miedo a Cristina?
—No, pero ve la forma en que te miro. Saber que te tengo indefensa debe asustarla —revela, volteando su rostro. Mi mandíbula sigue apuntando al televisor, no quiero ceder, pero su intensidad me doblega.
—¿Y cómo se supone qué me miras?
—Como si fueras la octava maravilla del mundo, —sus ojos resplandecen más de lo habitual— es lo que ella dice. —frunce sus labios— Supongo que no está lejos de la realidad.
Mi corazón empieza acelerarse. Mi mirada empieza a decaer hasta su boca, lo nota y me lo hace saber pasando su lengua por ellos, mojandolos y haciéndolo más apetecible. Jamás creí que la tortura fuera tan satisfactorio.
—¿Tú me cambiaste de ropa?
—Si tratas de preguntar si me he quedado admirando tu cuerpo, no, no lo hice, aunque ganas no me faltaron. —enfatiza— Use tu llave y traje todas tus cosas, pude ponerte el polo que tienes como respuesto, pero verte con mi ropa es un deleite que no iba a dejar pasar. Espero entiendas.
Elevo mi ceja. Hago puño la sábana delgada que me cubre y me destapo, dejando al descubierto mis piernas. Noto su garganta pasar saliva.
—¿Y bien? ¿Cómo me veo?
—Como si fueras mía —susurra.
Ante los ojos de mi madre lo soy, mi perfecto novio falso, suya.
No puedo decir nada, sus palabras tienen ese efecto en mí, me dejan muda. Es como si siempre supiera que decir para volverme una Ashley tímida, no son normales mis ataques de silencio, estoy consiente de que Adrián me atrae más de lo que quiero aceptar. Me preguntó si es así todos, mejor dicho con todas con quién habla o solo soy yo quien decae bajo sus hechizos. No sé a qué juega, pero me aterra cuando da a entender cosas que no son correctas.
—Siento mucho lo de ayer, —cambio de tema y me paro buscando mi mochila — gracias por el desayuno —lo encuentro debajo de la cama, saco y un buzo para ponermelo.
—¿Qué crees que haces? —su ceño está fruncido, pero no sé mueve.
—Agradecerte por todo y irme. —respondo obvia— Tengo una casa que me espera.
—No, te quedas conmigo. Ya ví el tema de la movilidad, nos vendrán a recoger —termino de cambiarme y vuelvo a sentarme en mi lugar dando pequeños saltos.
—Bien ¿A qué hora?
—Nueve —pero si son casi la una de la tarde— de la noche.
Evitó hacer cualquier gesto, ya que fácilmente podría confundirla con una de desagrado, pero no, está muy lejos de la realidad. Empiezo a menear mi pierna, estoy nerviosa. Él y yo solos en una habitación, sin nadie al rededor que nos interrumpa, con todo el albedrío del mundo para hacer lo que queramos. No, no suena como una buena combinación, sé cómo va acabar esto, ya nos hemos probado y la tentación no ha hecho más que subir. A pesar de todo lo que se me cruza por mi mente no puedo rechazarlo, porque en el fondo yo también quiero estar cerca suyo, me obligó a pensar que es por su buen comportamiento hasta ahora y que de alguna forma se lo debo.
—¿Qué hacemos mientras tanto?
—Hay Netflix.
No lo dice con doble sentido, pero no puedo tomarmelo de otra forma, ver Netflix hoy es día es una invitación a tener sexo.
—Una serie, entonces ¿Dónde está el control?
Buscamos el aparato por varios minutos, cuando lo encuentro abro la aplicación Netflix y busco una serie. Ninguna llama mi atención y las que quiere Adrián son muy aterradoras para mí gusto, discutimos un par de veces para que al final me quite el control y ponga la primera serie que marca.
—Joder, escoje solo una, Ashley —expresa frustrado revoloteando su cabello.
—¡Hey! Dame el control —trato de capturar su mano, pero lo eleva haciendo que caiga sobre sus piernas.
Me reincorporo molesta y dispuesta a ganar. Soy conciente de la desventaja que tengo, pero quiero creer que puedo ganarle. Me abalanzó contra él y empiezo la lucha, se resiste, ni siquiera rozo mi objetivo, se mueve tan rápido que soy incapaz.
—Si sigues moviéndote así obtendrás más que el control, un orgasmo por ejemplo —mis mejillas se enrojecen y me aparto brusca.
—¡Hay Cállate! No digas esas cosas. —estoy encima de él, ahorcadas para ser más exactos, justo como ayer en el cambiador. Me aparto brusca como si fuera un tipo de virus mortal— Pon lo que quieras, pero si me duermo será tu culpa.
—Tranquila, tengo formas muy efectivas para levantarte.
—Ni te atrevas.
—No te duermas.
✴︎✴︎✴︎
No, ni de broma me duermo. Adrián puso una serie titulada: The witcher. La portada no me convencía, pensaba que iba a saltar de los sustos que me iba a dar, pero para mí gran sorpresa me encuentro embelesada mirando la serie. Cada capítulo dura al rededor de una hora y otras casi dos. La sangre jamás me a gustado, pero Geralt de Rivia compensa toda la crueldad. Ese hombre es tan varonil, tan perfecto, tan irreal en todo el significado de la palabra.
Cuando estamos a mitad del capítulo dos, unos golpes se hacen presentes.
—Debe ser el almuerzo —se levanta y recibe una bandeja de comida, la coloca en al borde de la cama, vuelve a la puerta con la bandeja vacía del desayuno. Cuando se da media vuelta veo que tiene un pedazo de papel en sus manos.
—Dame eso —le ordeno.
—No. —lo guarda dentro de su bolsillo delantero— Tu expresión me hace recordar a la de ayer, cuando te estabas muriendo de celos por Leslie.
Escuchar su nombre me produce náuseas, no quiero saber de esa tipa jamás en mi vida. Si tan solo fuera una mala jugadora haría todo lo posible para que la echaran del equipo. Por alguna razón siento que me está provocando, quiere una reacción sincera para después jactarse de mis celos sin poder tener con que defenderme. No lo veo venir, me pierdo en mis pensamientos, pero cuando lo tengo al frente de mí, con sus dos manos a cada costado hundiendo la cama, reacciono con un suspiro. Mucha cercanía, necesito distancia.
—¿Celos? ¿De esa? —finjo una risa.
—Esa tiene nombre, se llama Leslie —recalca rozando nuestro labios.
—Hace unas horas la llamabas zorra sin dignidad y ahora la defiendes, increíble.
Lo empujo con todas mis fuerzas, con enojo, su cuerpo cae encima de la charola haciendo que la sopa caliente caiga sobre su pecho. Mierda. Se levanta rápido sacándose su camiseta y maldiciendo cada segundo.
—¡Lo siento! —me reincorporo y trato de ayudarlo limpiando con mis manos la espesa sopa que a traspasado el algodón — Adrián de verdad lo siento, no era mi intención.
Me siento mal cuando una mancha roja va reemplazando su tez blanca. Mi mano tiembla cuando se da cuenta que está tocando su piel suave. La luz blanca me ayuda apreciar los grandes rasguños de su hombro, es notorio la forma de una mano sosteniéndose del lugar con ímpetu. No sabía que había sido tan brusca. Alejo todo pensamiento lujurioso de mi mente sacudiendo la cabeza
rápido, me limpio sobre mi polo y sigo retirando los residuos ya con mi mano seca.
—Es una lástima, yo no —lo que siento después de eso es una masa espesa siendo embarrado en mi cabello.
Doy tres pasos atrás analizando la situación. No lo a hecho, no, no a sé atrevió. Sin embargo, al ver el el plato de pure con un hueco en el medio confirmo mis miedos.
—¿¡Qué te pasa!? —le grito empujándolo.
Si hay algo con lo que odio que se metan es con mi cabello, lo detesto. Voy directo al baño dando zancadas, demostrando lo muy agresiva que me encuentro y que por su bien se mantenga alejado. Entro y me sumerjo a la ducha con todo y ropa, mi siquiera espero que el agua se tempere, enjuagó a penas veo el chorro salir con fuerza.
—¡No te acerques! Te juro que soy capaz de golpearte —advierto cuando veo su figura.
—Ashley...
—¡Cállate! —quiero verlo, pero mis ojos se cierran por la cantidad de agua que cae— Idiota.
No escucho sus pasos marcharse y me inquieta pensar que está ahí parado mirándome como un lunático, así que cierro el grifo y abro mis ojos, me arrepiento inmediato.
Adrián está desnudo.
Agradezco al cielo que mi mano no abandona la perilla ya que es mi único soporte en estos momentos, la única cosa que no impide que me caiga al suelo. Está complemento desnudo, sin ninguna prenda cubriendo su cuerpo ¿Porqué me hace esto? Siento todo el enojo esfumarse y darle paso a la excitación desbordante que solo él puede crear. Me doy el placer de contemplarlo de pies a cabeza. Puedo decir con tal honestidad que el mito de los pies grandes, verga grande, es completamente cierto. Sus piernas son trabajadas todo su pecho igual, es como un pan recién salido del horno, un aperitivo preparado especialmente para mí. Su pene está erecto y las ganas de comermelo me embriagan, lo necesito en mi boca. Su rostro es otra cosa, salvaje y desesperado.
Quiero que me folle.
Me abalanzó contra sus labios de manera caníbal. No quiero nada tierno. Me devora de la misma forma. Nos complementos bien. Muerdo y succionó a mi gusto, quiero memorizar su sabor, que cuando lo extrañe solo tenga que pasar la lengua por mis labios y recordarlo. La ropa me empieza a picar como alergia y por la manera que él está haciendo puño la tela, deduzco que también.
—Desnudate para mí —ordena dando un paso atrás.
Agarro el borde de su camiseta y la deslizó por mi cabeza hasta tirarla al suelo, luego, desabrochó los botones de mi pantalón para doblarlos hasta abajo y sacarlos con la ayuda de mis pies. No soy sensual, soy rápida, no lo provoco, pero sus iris se agrandan y su mirada no deja de comerme a cada paso. En cierta forma se que me agradece y regaña. Está muy afectado, más que yo diría, las venas de su pene están de un color anormal, como si estuviera enredado con una pita y no lo dejaste respirar. Lo que daría por liberarlo con mi boca.
—Date media vuelta, —obedezco— manos juntas en la pared.
Sus manos se aferran a mi cintura con posesión. Su miembro palpita contra mi entrada produciendo que chorree más de lo que considero normal. Tiemblo cuando siento su aliento rozar en mi oreja, es tan exitante, incluso la manera en que respira es fantástica.
—Seré brusco así que muerdeme de ser necesario, no creo poder parar.
Una de sus manos junta las mías y las eleva, poniendo todo su brazo en mi rostro.
—Dame duro, Adrián.
Se introduce con solidez. Damos un gemido a la par. Yo me quedo unos segundos en shock, mientras que él no para y me embiste de la manera más ruda posible. No paro de temblar y alabar su nombre a los cuatro vientos. Esto jodidamente bueno, me coge de una manera única. Mis paredes vaginales me piden una pausa, pero mi deseo callo todo ruego.
—¿Lo quieres, Ashley?
Dame todo, quiero todo de ti y si algún día digo que no, mantenme. La mano que tiene libre sube de mi cintura hasta mis senos, los estruje como si fueran frutas mientras que sus labios reparten besos cargados de intensión por toda mi espalda.
—Por favor —ruego.
No creo aguantar más, la nube de éxtasis me está cubriendo y amenaza con explotar en cualquier momento. Adrián me libera de su agarre y de unos rápidos movimientos sujeta mi cabello en una coleta invisible y estampa mi cara contra la pared mojada. Mis brazos caen y por accidente abro la ducha, el agua caliente de direcciona en mi espalda. No me quejo, el dolor producido me gusta. Tira de mi cabello produciendo que involuntariamente levante mi trasero contra su pene, me lo agradece con un sonido que es música para mis oídos. Y es entonces dónde comprendo lo que coger duro significa. Acelera sus movimientos de manera irreal, parece una máquina, es mucho para mi cuerpo. La combinación del agua ayuda a crear más ruido, mis nalgas contra su cervix, sus testículos contra mis nalgas.
—Quiero verte.
Sin salir en su totalidad de mi interior, me arrastra afuera de la ducha y hace que coloque mis manos sobre el largo lavamanos, un enorme espejo refleja nuestro estado caótico. Pero no puedo enfocarme mucho ya que vuelve a embestirme más vigor que antes, gimo como loca, tratando de así aliviar sus efectos. Me enfoco en Adrián, su mano se oculta en mi pelo, pero su brazo no se salva, aprecio todas sus venas remarcadas, su mandíbula está apretada. Quiero verlo, ver sus gestos al correrse, pero pierdo, ya no puedo más, mi cuerpo se deja llevar por el orgasmo que me arrastra con intensidad.
Miro al suelo al no poder decir alguna palabra. Sé que también a llegado, pero sus manos en mi cuerpo me hace dudarlo. Todo mi ser tiembla así que me volteo aún apoyada en el lavamanos.
—¿Adrián...
No termino de mirarlo completamente cuando ya lo tengo apoderado de mis labios. Es lento, pero con fuerza. Diferente, pero tan cautivante como los demás.
—Mía.
Me detengo paralizada ¿Qué dijo? Más bien ¿Porqué lo dijo? Miro sus ojos brillosos buscando una explicación y lo que obtengo es una sonrisa maliciosa y un gesto para que mire al espejo. Confundida, lo hago... Oh por Dios. Entiendo todo.
Estoy marcada, desde la creciente zona de mis tetas hasta donde nace la abertura de mi cuello. Estoy tan llena de chupetones que no creo apreciar algún rastro de mi piel. Sé que muchas de estas marcas son de ayer. Lo miro por el reflejo buscando algún rastro de humor en sus ojos, pero estos me miran serios, sin rastro de nada, es inexplicables. Adrián acaricia mi hombro y me obliga a girarme pudiendo darme cuenta que en mi espalda también hay algunas hematomas.
—Completamente mía.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top