Prólogo
Atención:
1- Leer en la descripción por posibles advertencias. La historia no es "gráfica" sobre dichos temas en sí, pero el contenido adulto está puesto por algo, bbs.
2- El capítulo 1 será subido a continuación junto a este prólogo ♥️
❝Ayer,
todos mis problemas parecían tan lejanos.
Ahora parece como si estuvieran aquí para quedarse❞
Yesterday — The Beatles
La casa no siempre olió a vino barato de almacén y humo de tabaco.
Alguna vez, la casa olió a galletas recién horneadas con chispas de chocolate y aromatizante de limón. También a productos costosos para el cabello.
La casa no siempre estuvo tan fría y silenciosa.
Alguna vez, las paredes albergaron cantos desafinados que se mezclaban con el sonido del agua de la ducha corriendo. Saludos gritados con júbilo cada mañana y la voz de Freddie Mercury durante las largas noches.
Eri era muy pequeña como para recordarlo todo. Hitoshi, no.
Justamente por eso era más doloroso e imposible de olvidar.
Debió haber tenido unos nueve o diez años. Tal vez once. No estaba seguro. Solo recordaba el aroma del azúcar cocinándose, a su papá tarareando, al sol filtrándose por las cortinas abiertas de tela amarilla que cubrían cada ventana.
La tela ya no era amarilla. O sí lo era, pero no de aquel vibrante amarillo que le recordaba al sol. Eran de un amarillo mohoso, casi enfermizo.
Y, en efecto, la casa entera estaba enferma. Su familia lo estaba. Podía saberlo por el olor al alcohol de baja calidad que apestaba cada rincón y a los restos de vómito que luego tendría que fregar de los cojines del sofá. O con los restos de la humedad que se desprendía poco a poco de las paredes; como un silencioso aviso de que todo se vendría abajo no dentro de mucho.
La casa no siempre estuvo tan enferma.
Alguna vez, la casa estuvo sana. También fue muy feliz.
Ahora, su hogar solo era un fantasma de los buenos tiempos.
Solo quedaba Eri como el recordatorio de que en esa casa vivía una familia. La pequeña Eri, que jugaba con muñecas raídas, su unicornio de felpa y sus útiles cubiertos de pegotes de golosinas.
Eri, que cuidaba de aquel gato esquelético que siempre se aparecía por la casa cuando tenía hambre. Eri, que cada vez que le sonreía, daba a Hitoshi las fuerzas para levantarse cada mañana de la cama y enfrentar un nuevo día de una vida que nunca había pedido.
¿Así habría sido él, alguna vez, para sus padres?
¿Habría sido su sonrisa y su inocencia infantil la que les alentaba a despertarse cada mañana para enfrentar sus vidas?
Si alguna vez fue así... acabó por no ser suficiente, al parecer.
Ni siquiera podía recordar haber tenido inocencia. Solo recordaba su vida durante el orfanato y después del orfanato. Recordaba los abusos de los niños mayores; las risas, los golpes, las miradas de terror cada vez que se acercaba por culpa de sus orígenes.
No es como si su vida fuese mucho mejor a los dieciséis años. Quizá ya no había golpes o risitas burlonas; pero había susurros y miraditas de reojo cada vez que caminaba por los pasillos de la escuela con la misma camiseta que olía a barra de jabón añejada, a vino barato y tal vez a sudor por correr cada día para llegar a su trabajo.
Aunque... hubo un momento... un momento en que no todo fue así. Un momento muy, muy pequeño... durante unos cuantos años...
En donde a Hitoshi no le importaba lo que hiciera el mundo exterior.
Tan solo le había importado ser feliz en su casa. Con sus nuevos padres. Con su nueva hermanita. Incluso con su cariñoso gato que recibió como regalo en su cumpleaños.
Pero ese momento, a veces, parecía pertenecer solo a un sueño.
Un sueño del que llevaba despierto demasiados años.
Un sueño que se había convertido en pesadilla.
Y no era capaz de despertarse.
Un sueño acerca de una vida que ya no era una vida. Sino un sinuoso camino, cuyo único destino era el de simplemente sobrevivir.
¡Lean el capítulo 1 y primera nota de autor a continuación! --->
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