Epílogo

Dicen que en el cielo, el amor viene primero.

Haremos que el cielo sea un lugar en la tierra.

Cuando cae la noche,

espero por ti, y tú llegas.

Y el mundo está vivo

con el ruido de los niños en la calle

Heaven is a Place on Earth — Belinda Carlisle

Luego de cinco largos meses de intentarlo... Kaminari acababa de salir de su cuarta sesión de terapia.

—Nos veremos el próximo viernes, Kaminari —dijo el terapeuta, un hombre alto demasiado alto, intimidante y de anteojos cuadrados que se acomodó sobre el puente de la nariz—. Tienes mi número por si ocurre una emergencia, pero créeme: es mucho mejor para ti si no te haces dependiente de llamarme en medio de la noche.

—¡Son emergencias, doc! —exclamó Kaminari con horror ante la simple posibilidad del terapeuta—. ¿Qué pasa si mi mamá vuelve a regañarme cruelmente otra vez...?

—Que te regañen por usar la consola a la una de la madrugada es completamente normal, Kaminari —El hombre suspiró. Hizo una seña hacia la puerta—. Anda, ya verás que la semana vuela. Tú ve y aprovecha ese fin de semana.

Kaminari apretó los labios y se cruzó de brazos. No es que estuviese intentando ser dramático ni nada por el estilo —además, debía admitir que su doc tenía razón en que no podía molestar a horarios poco prudentes.

Sin embargo, desde que había conseguido empezar terapia casi un mes atrás... Kaminari, de alguna forma, se encariñó con su serio y aterrador terapeuta.

Quizá porque había intentado demasiado tener una primera sesión. Ya hacían cinco meses de esa noche en que abrió su corazón a sus padres y les enseñó la oscuridad que amenazaba con hundirle. Por supuesto, ni su madre ni su padre eligieron creerle la primera vez que se lo dijo.

Kaminari lo ocultó durante el siguiente par de semanas. Había otras cosas importantes —como el juicio de Eri—, y no quería opacarlo con su frustración y casi resignación por recibir una negativa de parte de las personas que le dieron la vida.

¿Qué podía faltarle a alguien como Kaminari? Eso preguntaban sus padres. Tenía una tarjeta para cumplir todos sus caprichos, una casa y comida sobre la mesa, buena educación, amigos que lo querían... incluso un novio. O algo así.

De hecho, desde que sus padres supieron de la existencia de Shinsou en su vida —y no es que les alegrara demasiado que Kaminari saliera con un don nadie— decidieron aprovechar el tren y utilizarlo como excusa para desmerecer lo que sentía en su interior.

Pasaron meses luego de esa conversación. Kaminari intentó fugarse una vez para conseguir un doctor, pero fue lo suficientemente idiota como para pagar la consulta con una tarjeta de crédito que su padre rastreó al instante —al parecer, su padre no tenía problemas con que gastara más de diez mil yenes en ropa que no necesitaba, pero sí en una estúpida terapia semanal.

La terapia le haría quedar como un loco. O como una especie de fracaso que sus padres cometieron. A ojos de la sociedad, claro, porque siempre era más importante que la persona afectada en ese instante.

¡O sea, el maldito Kaminari!

Y aunque hubiese querido decir que eran sus padres los que promovieron por fin su primera visita al consultorio del psicólogo... en realidad fueron Jirou y su mamá.

La señora Jirou decidió cubrir los gastos, y fue ella personalmente quien le buscó de su casa con alguna excusa barata sobre la práctica de la nueva banda en que tanto su hija —como Kaminari— ahora formaban parte. Hasta tuvo que cargar con su guitarra hasta el consultorio del psicólogo.

Kaminari lloró en cuanto puso su primer pie adentro. El terapeuta, ese hombre tan alto e intimidante, no hizo más que ofrecerle una caja de pañuelos y la posibilidad de llorar sin sentirse juzgado. No dijo mucho, al principio. Solo algunas preguntas básicas sobre su vida, otras tantas sobre sentimientos que nunca se había cuestionado.

—No quiero ser apresurado, pero creo que corresponde adelantarte de lo que pueda ocurrir aquí adentro las próximas semanas —carraspeó su psicólogo sin dejar de verle a los ojos llorosos—. Pero podrías estar sufriendo un cuadro depresivo, Kaminari.

Depresión.

Casi fue como si el mundo se viniera abajo con una única palabra.

Kaminari no tenía mucha idea de la depresión más que lo visto en la televisión o los libros; la mayoría de las veces, era algo así como una sombra sobre tus hombros y que se hacía más y más grande hasta engullirte por completo.

En casi todas esas historias... no terminaba bien.

Kaminari tuvo terror de regresar a su segunda sesión y, de hecho, tuvo que posponerlo una semana. Jirou y Shinsou arrastraron su trasero de la habitación, y lo obligaron a sentarse en la sala de espera del terapeuta para la tercera semana desde su comienzo.

El terapeuta siempre le hablaba calmo, un poco duro, pero con la verdad. Kaminari apreciaba la franqueza. Era difícil, pero de verdad la apreciaba.

Luego de su segunda sesión —y cuando el veredicto parecía confirmarse a cada segundo—, decidió confesarle en secreto a su mamá lo que estaba haciendo. La mujer, como esa primera noche tantos meses atrás, no se lo tomó bien.

Pero seguía siendo una madre. Eso era innegable. Y debió ser la mirada rota, o las lágrimas de su hijo... que su madre decidió cubrirle las visitas al terapeuta a escondidas de su padre.

Ya hacía dos semanas de todo aquello, pero se sentía más como una eternidad. El consultorio del psicólogo le hacía sentir como si el tiempo hubiese corrido más rápido luego de poner un pie fuera.

Él mismo se sentía diferente. Cambiado. Y, aunque a veces caía otra vez, Kaminari se estaba esforzando lo suficiente para no sentir toda esa oscura depresión o lo que sea que tuviera.

Él no quería que su historia con la depresión terminara en tragedia. Ese no era él.

Los libros mentían. Las películas lo tergiversaban todo. La depresión no era ningún fin del mundo —aunque pudiera sentirse como uno—, pero salir de ella sí que era un nuevo comienzo.

Él encontraría ese nuevo comienzo.

Sonrió al psicólogo cuando abandonó el consultorio. No sin antes, por supuesto, llevarse un puñado de dulces del cuenco de cristal que descansaba sobre el escritorio del hombre. Kaminari se los metió todos en la boca al mismo tiempo.

Era viernes 14 de febrero del año 2020. La graduación de su penúltimo año de preparatoria estaba ya a la vuelta de la esquina.

Y sí. Era San Valentín en occidente: ramos, chocolates, cenas románticas. Bla, bla, bla.

Pero Kaminari tenía mejores planes para ese día.

Así que se subió a gran velocidad sobre su estrambótico Audi amarillo, y arrancó. Tenía una parada que hacer en ese mismo momento para recoger a alguien para darle la sorpresa de su vida.

Por suerte conocía de memoria la dirección.

Kaminari consideró llevar un ramo de flores. Claro que sí.

¡Él podía ser un romántico si se lo proponía! Sí, señor.

Pero también le asustaba plantarse en casa de Shinsou, tocar el timbre, y que la intimidante mirada de Aizawa le recibiera en la puerta. Probablemente Kaminari entraría en tal pánico que acabaría diciéndole a su suegro que las flores eran para él.

Por suerte, quien abrió la puerta esa tarde, era Emi Fukukado: una simpática mujer que había hecho buenas migas con el padre de su novio.

No era nada oficial, por supuesto. Emi no vivía en la casa, pero pasaba largos ratos en ella. Y, según Shinsou, nunca les había visto comportarse como si fuese una pareja; no había besos ni arrumacos, no en frente suyo por lo menos.

Pero Kaminari sabía muy bien cómo lucía una relación secreta. A él no podían engañarlo.

—¡Hola, Kaminari! —sonrió ella mientras agitaba una mano cubierta por una manopla de cocina—. ¡Justo estaba haciendo galletitas con chispas de chocolate! Aizawa me retó a que no podía hacerlas sin quemarlas... ese anciano me tendrá que pagar una cita costosa luego de esto, ¡porque planeo hacerle perder!

Kaminari abrió la boca, sonriendo, para saludar a la charlatana mujer, pero una voz en el interior les llamó la atención:

¿Es eso olor a quemado...?

—¡Maldición! —exclamó la mujer, aunque estaba riendo—. ¡Esto tiene que ser una broma de mal gusto...! ¡Ah, lamento dejarte así, Kaminari!

Abrió la boca otra vez, pero Emi ya había salido corriendo al interior de la vivienda. Kaminari se quedó en shock durante un par de segundos hasta que la desaliñada cabellera de Shinsou apareció por el marco de la puerta.

La sola imagen fue suficiente para hacerle sonreír como idiota y acelerarle el corazón. Shinsou parecía saber exactamente el tipo de cosas que provocaba en él; su mueca era demasiado autosuficiente y maliciosa.

Kaminari sabía que Shinsou quería preguntarle cómo le fue con el terapeuta, pero le había hecho jurar que cumpliría una regla muy importante: no preguntaría sobre la terapia a menos que Kaminari decidiera hablar al respecto.

Todavía era difícil. Y prefería hacerlo en un lugar íntimo. Apreciaba que Shinsou cumpliera con sus palabras, por mucho que se muriera por decir algo sobre ello.

—Maldición, ¿en serio se le quemaron las galletas? —atinó a decir Kaminari para cortar la tensión—. Justo se me apetecían unas.

—Por supuesto que no —Shinsou chasqueó la lengua; se acomodó su vieja mochila sobre el hombro—. Emi ni siquiera recordó que apenas las puso en el horno un par de segundos antes que tocaras el timbre. Solo quería una oportunidad para escaparme contigo ahora mismo.

Fue el turno de Kaminari para sonreír con autosuficiencia.

—Tienes suerte que sea todo un Romeo, mi Julieta.

—No hagas eso —Shinsou le picó en una de las mejillas con su dedo índice—. Ah, y feliz San Valentín, ¿supongo? ¿Nosotros festejamos esas cosas?

Kaminari, que ya estaba acurrucándose bajo el brazo que Shinsou pasaba por sus hombros, se separó abruptamente.

—¿Cómo que supones, maldito desgraciado? —bufó Kaminari—. ¡Encima que te traje un regalo!

Por más de que Shinsou quisiera fingir que no estaba emocionado, sus ojos brillaron como un niño pequeño y se le sonrojaron las orejas. Además, el hecho de que se frotara en la nuca era un claro signo de que estaba sintiéndose nervioso.

—No veo flores ni chocolates por ningún lado —notó Shinsou—. No me habrás conseguido unas de esas horribles camisetas de Pokémon para parejas, ¿verdad...?

—Casi, pero no —Kaminari frunció los labios y giró el rostro dramáticamente—. Eres un pésimo novio, ¡pero por suerte puedo llenar el espacio por los dos!

—¿Novio? —preguntó Shinsou, curioso—. No recuerdo que me lo pidieras en los últimos meses.

Kaminari se detuvo, rezongando. Shinsou igual lo hizo, manos adentro de los bolsillos, sonriendo todavía con malicia.

—¿Me harás decirlo? ¿En serio? —rezongó—. ¿Justo hoy?

—Puedo decirlo yo, si prefieres —Shinsou encogió los hombros—. Pero alguien tiene que decirlo. Formalidades, tú sabes.

A Kaminari no le gustaban las formalidades. A Shinsou, tampoco. Por algo no habían sentido necesidad de decir la tonta pregunta en todos esos meses —porque ni siquiera era necesaria.

Sabía que Shinsou solo estaba tomándole el pelo. No se esperaba que Kaminari realmente lo dijera —y mucho menos lo diría Shinsou—, así que eso le hizo sentir que tenía una ventaja.

Fue su turno de sonreír como un buen supervillano.

—Vaya, Shinsou, siempre arruinas las sorpresas —Kaminari se golpeó en la frente—. Justo iba a preguntarte si querías ser mi...

—¿Quieres ser mi novio? —interrumpió Shinsou—. ¿Denki?

De acuerdo... esa mierda sí le sorprendió.

Su rostro debió teñirse de todas las tonalidades de rojo. Shinsou depositó un beso sobre la punta de su nariz, y giró sobre sus talones en dirección al Audi.

—No tienes que responder ahora, cariño —siguió bromeando Shinsou mirándole encima de su hombro—. Entiendo que estés abrumado.

—Serás...

Shinsou trotó más rápido que Kaminari. ¡No era su maldita culpa tener piernas cortas!

Oh, pero ya llegaría la venganza. Podría llegar esa misma noche, cuando estuvieran en la destartalada y polvorienta cama de la casa de campo, y Shinsou estuviera preparado para devorarlo no solo con la mirada.

Bueno, no. Kaminari no quería vengarse. ¡Él también saldría perjudicado!

¡Y vaya que quería ser devorado!

Sacudió la cabeza para borrar todas las imágenes mentales que le estaban atosigando en ese mismo instante. Por mucho de que lo quisiera, Kaminari no podía devorarse a Shinsou esa misma noche.

Había otro asunto que tratar.

Y Shinsou estaba a punto de subir en el asiento del copiloto.

—¡Espera! —chilló Kaminari—. ¡No subas al maldito carro!

Shinsou dio un respingo por el grito. Casi perdió el equilibrio, incluso, por tener una pierna ya adentro del mismo.

Kaminari podía sentir la mirada de Aizawa desde alguna ventana. Estaría juzgándole —no tenía dudas de eso. Posiblemente en cualquier momento saldría con una bufanda para ahorcarlo por estar gritándole a su hijo.

Corrió hasta Shinsou, agitándose solo un poco en el proceso. Shinsou le estaba mirando desde su lugar; los dos se encontraron frente a frente y a tan solo unos centímetros de poder tocarse.

La distancia era agónica. Pero Kaminari no arriesgaría su propio cuello besuqueando a Shinsou en el mismo campo de visión que Aizawa tendría en ese momento.

—¿Qué diablos ocurre? —preguntó Shinsou.

—Dos cosas para ti, Toshi —Kaminari sonrió y alzó dos dedos—. La primera... Togata me envió un mensaje. Quiere darnos algo a los dos.

Pudo notar el cambio en la mirada de Shinsou. Aunque el muchacho quisiera ocultarlo con todas sus fuerzas, Kaminari sabía que todo ese seguía siendo un tema delicado.

Eri seguía viviendo en la casa de los Togata.

Pero no por mucho tiempo. No es que ellos fueran malos, pero la distancia con la pequeña estaba matando a todos.

Pronto se cumplirían los seis meses de sobriedad de Aizawa Shouta, y también su segundo mes como maestro sustituto de secundaria. Si las cosas seguían bien, podría convertirse en maestro titular. Todos esperaban que llegara el día en que el juez viera el gran trabajo que hacía Aizawa...

Sin saber que, en realidad, sí que lo veía. En secreto y desde las sombras. El juez estaba lo suficientemente al tanto de la mejoría del padre de la familia; y fue el abogado Ashido el que decidió mantenerlo en secreto para no elevar las ilusiones.

Por supuesto, Kaminari tenía una ventaja: era el mejor amigo de la hija de aquel abogado.

Las visitas bajo la supervisión del oficial Hawks se habían elevado a cinco por semana. De hecho, al ser tantas, el oficial ni siquiera podía estar con ellos todas las veces —la oficial Miruko y él se rotaban los turnos. Aquello debía ser una buena señal.

Eri no parecía ser infeliz junto a Togata. Él y Amajiki, su prometido —aunque Kaminari sospechaba que pronto dejaría de serlo, para asumir otro título de mayor status— la sacaban a menudo a pasear junto con Kota Izumi, el enano diabólico que la escondió en su casa de árbol durante la desaparición.

Pero por supuesto que Eri extrañaba a Shinsou. Y él apenas podía sobrevivir su día a día, motivado por el reencuentro que debía darse en un par de semanas.

Kaminari sintió un retortijón en su interior al imaginar a Shinsou y Eri regresando a los brazos del otro. Habría lágrimas, sonrisas, alegría, alivio de una vez por todas.

Ya casi, se dijo. No metas la pata.

Las cosas parecían empezar a ubicarse en su lugar. Puede que no todo lo estuviera, todavía, pero los huecos comenzaban a tomar la forma de las nuevas piezas que vendrían.

Kaminari se lo había jurado y perjurado: aquella no sería una historia de tragedias. No si podía evitarlo.

—De acuerdo —vio a Shinsou tragar saliva mientras mantenía la compostura—. ¿Y cuál es la segunda cosa que debes decirme?

Kaminari esbozó otra sonrisa. Shinsou debía sospechar que lo que Togata les entregaría debía ser la tarjeta de invitación a la boda.

—Tengo que darte mi regalo. Está en la cajuela del carro —Kaminari hizo un gesto con la cabeza—. ¿Quién diría que podría darle uso a una cajuela tan grande?

—Denki —Shinsou le interrumpió; le tomó de las manos y le miró a los ojos, pero ninguna de esas cosas se sentía tan intensa como escuchar su nombre rodar de sus labios—. No tenías que comprarme algo por el tonto San Valentín...

—¡Ah! ¡Pero no es por San Valentín! ¡Es por tu cumpleaños!

Aquello sí que dejó a Shinsou descolocado. Parpadeó varias veces, confundido.

—Todavía falta casi medio año para mi cumpleaños...

Kaminari le dio unos golpecitos en la frente con los nudillos. Shinsou no se vio gustoso de que le trataran como a un niño.

—Tontito, no es por este nuevo cumpleaños —suspiró Denki—. ¡Es por el anterior! ¡Nuestro primer cumpleaños juntos!

Shinsou todavía no parecía comprender la situación. Kaminari rezongó algo frustrado de tener que explicar toda su sorpresa.

—¡Nunca te di mi regalo! —alzó ambos brazos—. ¡Te juré darte el mejor regalo del mundo! ¡Pero nunca lo hice! Así que... al fin lo hice. Tú me diste un libro que valoro con mi propia vida, pero yo fui un desgraciado que no te dio nada...

—Claro que lo hiciste —Shinsou corrigió con una media sonrisa—. Me llevaste a la casa de campo, justo como harás ahora... solo que esta vez te voy a comer la boca en el jacuzzi.

Kaminari sabía que no podía discutir con Shinsou. El muchacho nunca dejaría de admitir que la escapada a la casa de campo era el verdadero regalo, y no el intento egoísta de Kaminari para salir huyendo de sus amigos.

Se soltó del agarre de Shinsou y rebuscó en sus bolsillos por la alarma de la cajuela. Sintió los pasos de Shinsou persiguiéndole, y posicionándose justo a sus espaldas cuando Kaminari levantó la tapa para enseñar la gran sorpresa.

De la boca de Shinsou se escapó un jadeo.

Y no. Kaminari no le estaba regalando el cadáver de alguno de sus enemigos. Era mucho mejor que eso.

Denki —declaró Shinsou con seriedad y una mano sobre la boca—. ¿Esto es en serio...? Yo... no debiste. No tenías que preocuparte, y...

—¿Cómo que no? —Kaminari masculló—. ¡No me gusta que mi novio camine o tome el atestado autobús! Además, me dijiste que hace años tuviste que vender la tuya... ¡así que pensé que sería el mejor regalo de la vida!

Como Shinsou todavía no era capaz de reaccionar, Kaminari se atrevió a sacar —a duras penas— el objeto que acomodó en la cajuela.

Era una bicicleta.

Una morada, por cierto. Y muy bonita, aunque no tan moderna como él hubiese deseado. No es como si no pudiera costearla, pero la verdad...

—Te mentí en algo —suspiró Kaminari—. ¿Los conciertos en bares con Jirou y la banda? Sí que nos dieron una pequeña paga. He estado ahorrando en secreto... no quería darte un regalo con el dinero de mis padres, aunque ciertamente podrían haberte comprado algo incluso mejor. Diablos, hasta tuve que ayudar a Sero tomando fotografías para su Instagram con todas esas porquerías veganas que consume...

—Denki —dijo Shinsou, todavía anonadado hacia la bicicleta que ahora yacía al lado de Kaminari; estaba apoyado sobre ella—. Denki.

—Antes de que me digas que soy un atolondrado por gastar en una bicicleta porque claramente no la necesitas y no quieres que pierda mi dinero... —Kaminari alzó un dedo—. Tengo una tercera cosa para decirte.

Shinsou seguía mirándole con los ojos abiertos de par en par. Debía estar pensando que Kaminari no podría sorprenderlo todavía más —casi debió pensar que esa bicicleta era un espejismo, ya que tardó en acercar la mano de forma temerosa hasta dar con el frío metal de los caños.

—¿Y cuál es esa tercera cosa, Denki?

Kaminari usó la punta de su pie para desplegar el pequeño metal que servía de soporte para una bicicleta frenada. Shinsou no dejaba de mirarle mientras se acercaba para rodearle la cintura con sus flacuchos brazos.

Y sonreía.

—Por supuesto que quiero ser tu novio, maldita sea —contestó Kaminari—. ¿Por qué no querría ser novio del chico más guapo de toda la Academia UA...?

Sintió los nervios de Shinsou al rodearlo también con manos temblorosas; una de las cuales utilizó para acomodarle algunos cabellos rubios y despeinados. Los latidos del otro retumbaban contra su propio pecho.

—Creo que te robaste mi línea —dijo Shinsou.

—Y tú te robaste la mía minutos atrás —contestó Kaminari con la boca fruncida como pato—. Así que estamos a manos, maldito.

—Puedo compensártelo —declaró, sonriente—. Aunque yo también saldría beneficiado, por supuesto.

—¿Y por qué no lo haces de una vez?

A Kaminari no le importó pensar que Aizawa podría estar espiándoles desde alguna ventana. Porque aunque su vida corriera peligro...

Morir en los brazos de Shinsou Hitoshi, absorbido por uno de sus dulces besos... no parecía una manera tan mala de partir a los brazos del señor.

Pero alguien que los espiaba por la ventana. Kaminari primero pensó estar loco, pero cuando abrió los ojos unos únicos segundos durante el beso pudo terminar de confirmarlo.

Chisaki Kai les miraba desde el interior de su hogar.

No habían tenido demasiadas noticias del psicópata de su vecino desde el juicio. De hecho, Chisaki apenas y abandonaba la casa. Hasta las pobres petunias comenzaban a morir por la falta de cuidados.

La mirada de Chisaki era intensa, y también amenazante. Pero el dedo medio que Kaminari levantó hacia ese miserable engendro lo era todavía más.

Shinsou acarició su nariz con la suya cuando se separaron para tomar aire un segundo. Kaminari rio estúpidamente como una fanática enamorada a causa de las cosquillas. De hecho, junto a Shinsou siempre terminaba sintiéndose como un fanboy empedernido que vivía el fanfic de sus sueños junto a su ídolo.

Era muchísimo mejor, por supuesto. Ya podrían envidiar a Kaminari por tener el mejor novio del planeta. Era único en su especie.

—¿Sabes? —preguntó Shinsou luego de dar otro corto beso sobre la comisura de su boca—. Mi casa ya no huele a vino barato, sino que apesta a galletas recién horneadas otra vez. Un estúpido gato callejero duerme a mis pies ahora mismo. Papá me regaña a menudo. Puedo pasar noches contigo, y antes ni siquiera había besado a nadie. Demasiadas cosas han cambiado en los últimos meses.

Shinsou no lo dijo, pero no todo era tan bueno como sus palabras. Todavía les faltaba Eri; pero enfocarse en las cosas buenas le hacía sobrellevar mejor el día a día.

Pasaban tantos días juntos a la semana que era mucho más fácil sobrellevar su ausencia por las noches y a primera hora de la mañana. Kaminari había arropado a Shinsou en sus brazos —mientras este apretaba el unicornio de peluche contra su pecho— más de una vez ya que las lágrimas y la ansiedad le impedían conciliar el sueño.

Solo un poco más, pensó Kaminari con una sonrisa para sus adentros. Y podremos ser felices para siempre.

—Dímelo a mí —habló Kaminari, quien también le besó en la comisura de los labios—. Hace unos meses no hacía más que reprobar y salir a emborracharme con Sero y con Kiri.

—Bueno... ahora no haces más que reprobar, salir a tragar como cerdo con tus amigos, y también besuquear a tu novio —intervino Shinsou—. Creo que eso es un progreso.

—¡Besuquear a mi guapo novio, disculpa! —Kaminari le dio un golpe en el pecho—. Y ese guapo novio me ha estado ayudando en la mayoría de las asignaturas. Ah, pero creo que volveré a reprobar matemáticas...

—Eso es porque le escupes papelitos con una pajilla a la cabeza de Mineta —continuó Shinsou—. Pero el mundo te recompensará por tus buenas acciones.

—Oh, ¿vas a recompensarme tú? —Kaminari levantó las cejas de forma seductora—. Ya sabes, porque eres mi mun-...

—Cariño, sabes que los piropos baratos de Kirishima no funcionarán conmigo.

Kaminari chasqueó la lengua. Shinsou besó ruidosamente su mejilla antes de separarse de él. Incluso sin que Kaminari le dijera nada, decidió acomodar otra vez la bicicleta sobre la cajuela.

—He visto que tienen bicicletas en la casa de campo —declaró Shinsou ante su sorprendida mirada—. ¿Te piensas que no quiero estrenarla? Midoriya y Uraraka se van a morir de envidia cuando la vean el lunes.

Kaminari sonrió a sus anchas. Quería saltar otra vez a los brazos de Shinsou, pero tenía que contenerse. Lo que les esperaba en casa de Togata ya no podía esperar más tiempo.

No hacía falta desvivirse por besarse y pegotearse todo el tiempo. Tenían un montón de tiempo para hacerlo. Toda una vida, si es que ellos mismos se lo permitían.

Sí que le tomó la mano cuando se acomodaron sobre los asientos del carro. Shinsou depositó sus larguiruchos dedos sobre la mano de Kaminari que se ocupaba de la palanca. Los tenía un poco fríos y pegajosos, pero no le importaba nada de eso.

Una mano y una sonrisa. Era todo lo que Kaminari necesitaba para salir adelante. Las terapias, los dramas, los problemas... todo ello podía quedar atrás durante la eternidad que sentía de la mano de Shinsou.

—¿Sabes? Te mentí otra vez —suspiró Kaminari mientras se acomodaba los anteojos de sol con forma de corazón.

—¿Te convertiste en una rata mentirosa, o qué diablos? —rio Shinsou—. A ver, confiesa: ¿a quién asesinaste por accidente?

Kaminari ignoró los comentarios maliciosos. Solo miró a Shinsou de reojo y con una mueca autosuficiente; su novio ni siquiera se imaginaba lo que les estaba esperando.

—De acuerdo, te mentí porque en realidad tengo otra sorpresa para ti —Kaminari encogió los hombros—. ¡Pero créeme que valdrá la pena!

—¿Contigo? —Shinsou resopló—. Nunca tengo dudas de que valdrá la maldita pena.

Kaminari le apretó los dedos con los suyos. El corazón le latía desbocado contra las costillas. Algo más grande que toda su historia ocurriría esa misma tarde.

¿Qué diría Shinsou cuando lo condujera hasta la casa de Mirio Togata para recoger a Eri, su pequeña y dulce hermana, porque el juez acababa de firmar su permiso para regresar a la casa?

Oh, sí. Kaminari daría a Shinsou la sorpresa de su vida. Casi podía disfrutar de imaginar su rostro despreocupado —creyendo que no harían más que pasar la noche en la casa de campo, enredados en el cuerpo del otro—, pero su vida estaba a punto de cambiar para siempre.

La vida siempre encontraba el camino que le correspondía. Tarde o temprano.

Y muchas cosas quedaban por mejorar, todavía. Toda la vida habría cosas en las cuales trabajar. Eso no significaba que no pudieran ser felices para siempre. A su modo, por supuesto.

El tiempo diría qué es lo que ocurriría con ellos dos. Con todos. Pero, ¿para qué preocuparse por todo ello? Habían ido al infierno y de regreso los dos; sabían lo dañino que podía ser preocuparse por cosas que todavía no ocurrían.

Kaminari arrancó el carro. Shinsou nunca soltó su mano.

Mientras se dirigían no solo a recuperar a Eri o hacia la casa de campo, que los esperaba siempre con la misma calidez que compartían todas esas noches juntos...

Sino mientras avanzaban, los dos sin separarse, hacia el inicio de esas nuevas vidas que decidieron compartir junto al otro.

FIN

Pequeño dato curioso: Si han estado siguiendo la playlist, puede que notaran que todas las canciones de Shinsou eran viejas, mientras que las de Kaminari eran todas de nuestra propia época.

Excepto en el capítulo final y en este epílogo. Shinsou tiene una canción actual, mientras que Kaminari tiene una canción viejísima. Quizá solo a mí me gustan los simbolismos, pero es una manera de mostrar cómo cada uno dejó su pequeña marca en el otro

¡Agradecimientos y última nota de autor en la parte siguiente! ♥️

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