Capítulo 33

Hogar, déjame ir a mi hogar.

Mi hogar es donde sea que esté contigo

Home — Edward Sharpe & The Magnetic Zeros

Shinsou se acomodó la corbata frente al espejo. Nunca supo realmente cómo atar un nudo para la misma —la última vez que se puso un traje, debían enterrar a su papá en lo más hondo de un hueco en la tierra.

Fuera, le dijo a la negatividad que trataba de abrirse paso en su interior. No puedes dominarme hoy.

—Déjame ayudarte —escuchó la voz de Aizawa que se asomaba desde el marco de la puerta—. Niño, no tienes idea del desastre que estás haciendo...

Shinsou bufó, pero dejó caer las manos a su costado para así permitirle a su padre que lo ayudara. Aizawa simplemente asintió, y se acercó a paso lento hasta el interior de la habitación de su hijo.

Su padre también estaba ataviado para la ocasión. Su cabello iba recién lavado y peinado hacia atrás en una prolija media coleta. El traje fue enviado a la tintorería, por lo que lucía como un nuevo pese a los años —no es como si lo hubiese usado demasiado—, mientras que la corbata era un regalo de Toshinori.

El traje de Shinsou también era algo así como un regalo. Todoroki, el niño ricachón del pueblo, había aparecido el día anterior de la mano de Midoriya en su hogar. Traía un perfecto traje azul marino en una funda plástica y una corbata en la gama de los plateados.

Shinsou y Todoroki casi tenían la misma altura. Pese a que Shinsou era un poco más ancho de hombros, el traje le entraba mucho mejor de lo que esperaba.

—Estás usando perfume —dijo Shinsou con incomodidad y una sonrisa ladina mientras su padre terminaba de hacer el complejo nudo—. Veo que te esmeraste.

Aizawa resopló una especie de carcajada mezcla con bufido. No es que Shinsou le pareciera muy chistoso incluso con sus comentarios ácidos, pero no podía quejarse del hijo que tenía.

Era casi una copia calcada de él mismo.

Y Shinsou se había negado a aceptarlo. Todavía le costaba. Pero de nada servía ocultar que su humor ácido, su lengua mordaz o su naturaleza introspectiva, provenían de algo mucho mayor que su interior.

—No deberías acostumbrarte —respondió Aizawa—. Esa botella de perfume está tan vieja que me sorprende que no se pusiera rancia. Supongo que debería ir de compras esta semana.

—O podrías conseguir un trabajo —dijo Shinsou. Desvió la mirada algo avergonzado—. Ya sabes, no creo que mi salario vendiendo hamburguesas pueda comprarte un buen perfume.

—Mocoso maleducado —dijo su padre, aunque en el fondo sabía que quería reír por su contestación—. ¿Quién te enseñó a ser un desacato a la autoridad?

—¿Tú, tal vez?

Aizawa no dijo nada. Pero Shinsou, desde hacía varios días, empezó a empaparse de todas las actitudes de su padre para intentar comprenderlo de alguna forma.

La convivencia era todavía complicada. Shinsou debía aprender a vivir ahora con un inquilino más activo, a diferencia de la pasividad que le otorgaba su padre borracho y tirado en el sillón.

Cuando terminó con la corbata —se tomó más tiempo del debido, y Shinsou dedujo que es porque tenía miedo de levantar la mirada y verle a los ojos—, le palmeó la mejilla.

—Tú también deberías ponerte perfume —carraspeó Aizawa—. No querrías que tu hermana huela el tocino y los huevos revueltos que preparaste esta mañana.

Shinsou se sonrojó, avergonzado. Desde que Todoroki le entregó el traje, había sentido tantos nervios que no pudo evitar calzárselo desde que salió de la ducha tras despegar el ojo antes de que saliera el sol.

Por supuesto, Shinsou no se dio cuenta de que así bajó a preparar el desayuno que luego ofreció a su padre como una ofrenda de paz.

Era un fracaso para la formalidad. Kaminari ya tendría algún chiste para reírse en su cara.

—Te puedo asegurar que Eri preferirá olfatear los huevos revueltos que algún perfume costoso —sonrió Shinsou—. Le hará picar la nariz.

—Consientes demasiado a tu hermana —suspiró Aizawa—. A este paso, no tengo idea de cómo le haré para llenar al menos uno de tus zapatos.

El silencio que prosiguió fue incómodo. Aizawa estaba recargado sobre el marco de la puerta, pero sabía que su imagen calmada era solo una fachada para ocultar la magnitud de lo que acababa de soltar.

¿Acaso su padre admitía que no podría ocupar el lugar de un adolescente de diecisiete años como él?

Durante varios segundos —que se sintieron como una eternidad— no supo realmente qué decir que estuviera a la altura. Abrió la boca varias veces solo para volver a cerrarla.

Inspiró con fuerza. Esperaba poder expresar en palabras todo lo que quería decirle a Aizawa Shouta.

—Si yo pude llenar los zapatos que tú y papá me dejaron, estoy seguro que tú podrás con esto —dijo Shinsou, al final—. Pero no lo sabrás si no lo intentas.

Aizawa levantó la mirada. Sus ojos iban inyectados en sangre y como una penetrante masa de oscuridad. Las ojeras le daban a entender que su padre tampoco debía estar durmiendo del todo bien. Pero, ¿quién podía culparlo?

Si bien Aizawa tenía sus errores y aciertos —y eran más los primeros que los segundos—, seguía siendo un hombre que acarreaba sobre sus hombros la depresión, una adicción mortífera al alcohol y el dolor de la pérdida.

Porque Aizawa había perdido muchas cosas en el camino. Al hombre que amaba, a sus hijos, a sí mismo.

Quería darle crédito por al fin salir de su burbuja de veneno y darse el beneficio de intentarlo. No importaba la cantidad de veces que se cayera, Shinsou quería estar allí para darle una mano cuando necesitara un envión para regresar a la realidad.

No le respondió a lo que dijo. Pero eso estaba bien. Su padre todavía estaba descifrando cómo salir del hoyo. Shinsou no necesitaba que le respondiera con palabras.

Él quería acciones. Y tenía confianza en que las obtendría.

Vio que su padre se daba entonces la vuelta, no sin antes hacer una seña con la cabeza hacia las escaleras.

—Vamos —dijo Aizawa—. El juez y Eri nos estarán esperando.

Shinsou asintió. Se acomodó una última vez el cabello ahora desenmarañado —lo llevaba hacia atrás—, pero chocó contra la espalda de su padre tras dar unos trotes hacia afuera.

Ni siquiera se había dado cuenta que se detuvo a medio camino.

—Y no te olvides de llevar a Sir Nighteye con nosotros.

El juicio fue bastante menos largo de lo que Shinsou esperaba, pero de todas formas se sintió como una tortuosa eternidad.

Todavía no tenían permitido ver a Eri, quien, al parecer, descansaba en otra sala junto a algún agente de servicios sociales. Shinsou apretaba a Sir Nighteye tan fuerte contra su pecho que tenía miedo de que explotara y le saliera todo el relleno.

Un vaso de cartón del cual humeaba y desprendía olor a café se apareció por delante de sus narices. Por suerte no era un vaso fantasma, sino que la bonachona y pecosa cara de Izuku Midoriya apareció del otro lado.

—Creí que querrías uno —sonrió su amigo—. Tienes cara de necesitarlo.

Siempre tengo cara de necesitar café.

Shinsou casi se lo arrebató de las manos y se lo bebió pese a que se quemó la lengua. Midoriya tomó asiento a su lado; bebía de su propio vaso de a sorbitos y de una forma mucho más serena.

El muchacho se veía ridículo con su traje marrón y demasiado grande para su corta estatura. También era extraño verle llevar la melena de león peinada con gel hacia el costado.

Por supuesto, Midoriya era un testigo crucial en el juicio. Al igual que su padrastro, Toshinori Yagi.

De hecho, Shinsou había visto muchas caras conocidas en el juicio. También apareció una vieja amiga de su padre —y maestra en su propia escuela—, llamada Nemuri Kayama. Una hermosa mujer de largo cabello negro y ojos azules que desprendían sensualidad.

También iban el oficial Hawks y la oficial Miruko, pero no en plan de testigos. Shino Sosaki, la tía de Kota, junto al pequeño, también tuvieron que declarar frente al juzgado.

Algunos de sus vecinos habían optado por declarar a favor de Aizawa. Shinsou pensó que lo hacían más que nada por él y su hermana más que por su padre; pero agradecía el gesto.

Pero lo más molesto de todo... fue ver la horrible cara de Chisaki Kai subir al estrado.

Claro que, el señor Chisaki, no estaba allí para abogar a favor de su familia. De hecho, era parte de los testigos de la fiscalía que demandaba a su padre por negligencia. Chisaki se veía como un ciudadano muy orgulloso de poder ayudar con su irrelevante opinión sobre la vida de los vecinos.

De hecho, Chisaki se encontraba al otro lado del pasillo de espera, casi como si escrutara a Shinsou con esos ojos enmarcados de oscuras pestañas. Se negaba a sentarse sobre los bancos de madera perfectamente pulidos, y también tuvo un percance con el juez por no querer quitarse su cubrebocas.

Midoriya debió darse cuenta de que Shinsou se tensaba al verle. Le dio una palmadita en una de las piernas.

—No le hagas caso —dijo su amigo—. Todo saldrá bien. Estuvieron excelentes. El juez debería tener el corazón de piedra si aleja a Eri de las personas que más la aman.

—Eso no quita que Aizawa fuese puesto en la cárcel por intoxicación alcohólica —resopló Shinsou—. No todo se soluciona con el poder del amor, Midoriya...

Midoriya le dio una sonrisa triste. Shinsou se sintió como un gusano por tratar así a una de las personas más optimistas —y que todavía le soportaban—, pero es que su amigo pecaba demasiado de ser un pobre iluso.

—Lo siento —Shinsou habló, apenado—. Es solo que estoy nervioso...

Y Midoriya, con el enorme corazón que le caracterizaba, volvió a sonreír de forma dulce. Dio otro sorbito de su café.

—Llámame tonto y optimista, pero te puedo asegurar que todo saldrá bien —Midoriya le guiñó un ojo—. Creo que Ochako me ha pegado su sexto sentido.

Shinsou estuvo a punto de preguntarle por qué se sentía tan seguro en una situación así de crítica —aquello le dio un extraño presentimiento—, pero la cabellera blanca de la oficial Miruko apareció por las grandes puertas que separaban el pasillo de la sala del juzgado.

—El juez está listo para darles a conocer su decisión —dijo ella; llevaba el ceño fruncido, como siempre—. Pasen de a uno, ¡solo la familia y allegados!

Shinsou vio la cabellera azabache de Aizawa aparecer de entre todos los presentes en el pasillo, seguido por Toshinori que no abandonaba su lado. El gesto en el rostro de Aizawa era indescifrable.

Shinsou tragó saliva con dificultad. Midoriya le quitó rápidamente el vaso con el café a medio tomar, y le dio un toquecito con el codo para que reaccionara y diera firmes pasos hacia el salón.

Pasó casi por al lado de Chisaki. Todos los músculos en su cuerpo se tensaron, y sintió como los vellos de la nuca se le erizaban como a un gato enojado. No escuchó más que unos murmullos a regañadientes de su vecino, pero no le daría el lujo de que lo viera perder otra vez los estribos.

No se vería bien si se iba a los puñetazos con su vecino. Así como tampoco se hubiese visto bien que Kaminari se apareciera por aquel juzgado.

Pese a sus insistencias, Shinsou le ordenó que no fuera. Le dolía ver la mueca sollozante de Kaminari por estar a su lado; pero su abogado, el padre de Mina Ashido, dijo que no sería muy prudente aparecer con el muchacho que le hizo estar lejos de su hermana cuando todo el desastre se desencadenó.

Le había prometido que lo vería luego del juicio. Pero ahora que se acercaba hasta la sala, con el corazón galopando en el pecho y sudando como cerdo, Shinsou tenía miedo de que no le quedaran fuerzas suficientes luego de escuchar el dictamen.

Sintió un apretón en el hombro. Se dio la vuelta tras dar un respingo, solo para descubrir la imponente figura de su padre, mirando al frente y sin flaquear ni una sola vez.

—Vamos a recuperar a tu hermana —dijo Aizawa, entre dientes—. Sé que no soy la fuente más confiable del mundo, pero ten fe en tu padre por esta vez.

Shinsou dio una gran bocanada de aire. Intentó verse igual de firme que Aizawa, pero tragarse las lágrimas se estaba haciendo una tarea algo complicada.

El aroma a desinfectante del salón del juzgado le estaba mareando. Detrás de sí, entraron Toshinori y Midoriya, seguidos del abogado Ashido y también de los abogados de la fiscalía. Incluso entró un grupo en representación de los servicios sociales.

La oficial Miruko estuvo a punto de cerrar la puerta, pero Hawks entró pitando al salón con una lata de refresco en las manos y una dona de chocolate entre los dientes. La mujer dio un sobresalto por el susto.

—¡Estúpido! —escuchó que ella le mascullaba—. ¡Haría que te saquen la placa por irresponsable!

—¡Lo siento! —Hawks rio—. Es que mi novio trabaja cerca... y quería darle una visita...

—No nos importa tu vida sexual, maldito irresponsable —continuó Miruko—. ¡Compórtate!

Shinsou se mordió la lengua para no sonreír ante aquello. Él sabía muy bien que no era el momento, pero al menos servía para distender los nervios del momento.

El abogado, su padre, y él, se ubicaron en la primera fila, con Midoriya y Toshinori, al igual que la mujer llamada Nemuri, en la de atrás; en la hilera opuesta de asientos se encontraba la fiscalía.

—Todos de pie —anunció otro guardia en el salón.

En cuanto se pusieron de pie hizo aparición el juez. Era un anciano bastante bajito y que parecía perdido gran parte del tiempo, con un carácter de cien infiernos si le hacías perder la paciencia —tal como lo hizo Chisaki al negarse a quitar su cubrebocas.

—Bienvenidos de regreso —dijo el juez—. Les agradezco la paciencia a todos los presentes, incluso dadas las circunstancias en que nos encontramos. He tomado una decisión para el caso.

Shinsou se removió de forma ansiosa. Aizawa le sujetó por el antebrazo, pero no supo si para calmarlo o para apaciguar sus propios nervios.

—Habiendo revisado todas las pruebas... y escuchado a ambas partes de la situación... he decidido que...

Shinsou casi creyó ver pasar su vida frente a sus ojos.

Era un poco ridículo admitirlo, pero así se sentía. Un montón de recuerdos de su infancia; desde el primer día que conoció a aquel bulto de mantas y arrugas de bebé que era su hermana, hasta el último abrazo en la casa del árbol de Kota.

Era como si el mundo volviese a tambalearse otra vez. Shinsou estaba sintiéndose cansado de la inestabilidad, porque no estaba seguro de cuánto más durarían los cimientos que le sostenían.

—La pequeña Eri Aizawa, de seis años de edad, será enviada con una nueva familia de acogida.

El grito ahogado que se escapó de Midoriya fue lo último que Shinsou escuchó antes de que su cerebro se desconectara por completo.

Familia. Acogida. Nueva.

Si no hubiese sido porque Aizawa le sostenía tan fuerte del brazo —y que seguro dejaría una marca de sus dedos— sabía que se daría de bruces contra el suelo.

—¡Señor juez...! —interrumpió el señor Ashido—. Por favor, escu-...

El anciano juez levantó una palma de la mano para hacerle callar. Pese a que era la presencia más bajita en la sala, seguía siendo la más imponente de todas.

Pero Shinsou ya estaba hiperventilando. Resiste, se suplicó a sí mismo.

No podía caer. La batalla por Eri no terminaba con ese estúpido juicio.

O al menos él no iba a permitirlo.

La nuez de Adán en el cuello de su padre se movía de manera ansiosa. Claramente, hacía esfuerzos inhumanos por mantener la compostura por lo que estaba escuchando al juez dictaminar.

Shinsou casi escuchó la risilla diabólica de su vecino al otro lado de la puerta. Agradecía de que no estuviera en la sala, porque si no...

—He dicho que tendrá una nueva familia de acogida —repitió el juez—, pero temporal.

Midoriya trastabilló sobre sus propios tobillos, cayendo contra su silla mientras su padrastro le regañaba por ser tan flojo; pero hasta Toshinori se veía pasmado por lo que estaba escuchando.

Shinsou seguía con su cerebro casi desconectado. Era como si sus oídos no dieran crédito de lo que escuchaba.

—¿Temporal? —preguntó el abogado Ashido—. ¿Ha dicho...?

—Sí, temporal, ¿estás sordo? —bufó el juez—. La pequeña Eri Aizawa deberá pasar los siguientes cuatro a seis meses con una familia temporal mientras su padre, el acusado Shouta Aizawa, cumple una condena de rehabilitación de cuarenta horas semanales y un dictamen de limpieza de sustancias etílicas al fin del programa.

La mano de su padre se aflojó del amarre. Shinsou casi sentía la visión borrosa, pero no pudo evitar girar el rostro para buscar la mirada de su padre.

Pero Aizawa no le veía. Se encontraba boquiabierto, con sus propios ojos brillando llenos de esperanza, hacia aquel gruñón juez.

El ancianito se dirigió entonces a Shinsou:

—Joven Hitoshi, tú, al ser menor de edad, pero tener emancipación económica, y encontrarte a menos de doce meses de tu mayoría de edad, puedes optar por encontrar una familia de acogida o permanecer junto a tu padre mientras se recupera.

—Me quedo con él —respondió Shinsou sin pensarlo dos veces—. No abandonaré a mi padre.

Sentía entonces la mirada de Aizawa quemándole a su costado. No estaba seguro si su padre deseaba que Shinsou formara parte del proceso —la abstinencia era dura; cambios de humor, recaídas, actos de locura—, pero Shinsou quería pensar que, en el fondo, su padre lo ansiaba de todas maneras.

—Muy bien —asintió el juez—. He decidido que podrán tener tres visitas semanales, de cuatro horas cada una y no acumulables, con el debido control de un oficial de alta calidad...

El juez se giró hacia donde Miruko y Hawks esperaban como centinelas junto a la puerta. Le hizo señas a uno de ellos.

—El oficial Keigo Takami estará a cargo de las visitas de Eri con su familia —dijo el juez—. Él se encargará de los traslados y el conteo de los tiempos.

Shinsou arqueó una ceja a Hawks al escuchar su nombre real. El joven oficial sonrió con autosuficiencia.

—Será un honor para mí —dijo Hawks con una mano en el pecho y una sonrisa que intentaba no ser maliciosa—. Nos llevaremos todos de maravilla.

Miruko rodó los ojos. Debía ser un suplicio trabajar con alguien con una personalidad tan extraña como Hawks.

—No se puede incumplir el horario de visita, ni mucho intentar hacerlo de manera extraoficial —continuó el juez—. Solo el oficial Takami, que estará capacitado para redactarme un informe semanal, podrá ayudarme a determinar si se sube un día extra de visitas.

El corazón de Shinsou dio un vuelco al ver el guiño que Hawks le regaló. El juez se dio la vuelta casi a tiempo, pero el joven oficial ya estaba fingiendo silbar como si nada ocurriera.

—En cuanto al pedido de Yagi Toshinori para ser su nuevo custodio legal... ha sido denegado —declaró el anciano—, debido al cercano vínculo que mantiene con el imputado por la causa.

Shinsou volteó a ver el rostro del hombre al que quería como si fuese su propio tío. Toshinori sonrió de forma cortés, pero podía distinguir la decepción en su mirada.

¿Por eso es que Midoriya había estado tan seguro? ¿Sabía lo que su padrastro planeaba desde el principio?

Shinsou todavía no daba crédito de todas las cosas que escuchaba. Por supuesto, no era lo que estaba esperando...

Pero su corazón no dejaba de tener esperanzas y sentir un cosquilleo en el pecho. No todo está perdido, quiso llorar.

Todavía quedaban motivos para luchar.

—Muy bien, si eso es todo... —El juez estuvo a punto de irse, pero el juez se levantó una vez más—. ¿Y ahora qué?

El abogado Ashido era bastante parecido a su hija —sin el cabello rosa chicle, por supuesto—, pero tenía los mismos ojos dorados y vivarachos. Y, por supuesto, no podía quedarse callado ni siquiera un segundo.

Supuso que eso le convertía en un buen abogado.

—Mis clientes desean saber la identidad de la nueva familia de acogida, en caso de que ya fuese decidida —dijo el abogado—. Quieren asegurarse de que la menor, Eri Aizawa, estará en buenas manos durante estos meses.

Ni Shinsou ni su padre habían dirigido una sola palabra con el abogado —y el juez lo sabía—, pero apreciaba que se tomara las molestias de averiguar detalles que en serio les importaban.

Shinsou continuaba tan pasmado que ni siquiera se le había ocurrido aquello.

—Los papeles no se han firmado todavía, pero la familia Togata ha pedido la custodia temporal de la menor de edad —habló el juez—. Tienen un buen pasar económico, y no se ha comprobado que tengan antecedentes penales en la familia. El único hijo de la familia, el mayor Mirio Togata, es quien declaró interés en formar parte del caso.

De acuerdo, las lágrimas de Shinsou terminaron por traicionarlo. Y agradecía que sus rodillas no se doblaran en ese mismo instante.

¡Mirio Togata! ¡El jodido Mirio Togata había pedido la custodia de su hermana!

Era casi como encontrarse adentro de una realidad paralela. Si bien Shinsou sentía —todavía— el pinchazo de la decepción y el dolor por ser arrebatado de su hermana durante todo ese maldito tiempo...

El saber que estaría a cargo de alguien que también la amaba —quizá no tanto como él lo hacía y lo haría siempre—, le hacía sentir como si el mundo no estuviera cargado de solo cosas horribles.

Las cosas volverían a estar bien. Muy pronto lo estarían.

Podía verlo en los ojos oscuros de su padre que volvían a brillar. Podía sentirlo incluso en su alma.

—Y una cosa más... —dijo otra vez el abogado, justo cuando el juez ya estaba cerca de la puerta trasera por la que había aparecido.

El anciano soltó un gruñido.

—Por favor, abogado Ashido, deléitenos con su pregunta...

El abogado no se dejó intimidar por la pasivo-agresividad de aquel juez. De hecho, por la forma tan confianzuda con la que se trataban, Shinsou estaba seguro que debían haberse cruzado en juicios más de una vez.

—¿A partir de cuándo están permitidas los encuentros con la menor? —inquirió el abogado.

El anciano arqueó una ceja. Lo miraba como si la respuesta fuese lo más obvio del universo.

—Pues a partir de este mismo momento —contestó—. Por supuesto, si es que el oficial Keigo Takami no tiene otros deberes que atender ahora...

Hawks, con el pecho inflado y totalmente orgulloso de ser el que tuviera el poder en la situación, dio un paso al frente.

Y cuando habló, con una sonrisa, miró directamente hacia los ojos de Shinsou:

—No diga más, señor juez —exclamó Hawks—. Por suerte, mi compañera estará dispuesta a cubrir todos mis pendientes. ¡Este asunto ya no puede esperar ni un día más!

Cuando Shinsou y Aizawa pudieron reunirse con Eri, los abrazos y las lágrimas no faltaron entre los tres.

De hecho, fue su hermana la que corrió primero entre sus brazos. Él la apretó contra el pecho, las rodillas aplastadas en el suelo, pero ignorando el dolor. Sin embargo, Shinsou no fue capaz de ocultar su incredulidad al sentir los flojos brazos de Aizawa rodearlos a los dos en un cálido abrazo que olía a colonia masculina y loción de afeitar.

—Mis hijos —susurró Aizawa contra el cabello de Eri—. Mis pequeños.

Su voz era tan trémula que Shinsou apenas la escuchó. Eri lloraba ruidosamente sobre el traje prestado de Todoroki, así que creyó que tal vez era su mente engañándolo.

Pero Shinsou elegía creer que su padre había dicho esas cosas. Su niño interior lo deseaba con todas las fuerzas que le quedaban.

Les habían dado un par de minutos de privacidad como familia, por lo que todos los conocidos acabaron desapareciendo de uno en uno. Mirio, con quien Eri apareció de la mano, se despidió alegremente y dijo que la esperaría en casa para cenar. A Shinsou se le hizo un nudo en la garganta tras escuchar una conversación tan simple y casual —a la cual incluso su hermana respondió con una sonrisa sincera—, pero trató de convencerse que todo era para lo mejor.

Casi como si Eri presintiera lo que ardía en su interior, su hermana volvió a enterrar la cabeza en su pecho, y se frotó contra él como si de un gatito herido se tratase. Él le acarició el sedoso cabello.

—Te extrañé, Toshi —dijo Eri—. Te extraño.

Shinsou dio una gran bocanada de aire y parpadeó varias veces para retener las lágrimas. Aizawa ya se había alejado un poco de los dos —no sin antes besar la cabeza de su hija—, pero no se mantuvo a demasiada distancia.

—¡Ah! Casi lo olvido —Shinsou tosió en un intento de cambiar la conversación—. Creo que alguien te extrañó a ti.

Con dedos temblorosos, Shinsou desprendió el peluche de unicornio que se había prendido del cinturón de cuero. Su hermanita miró a Sir Nighteye con grandes ojos curiosos y sorprendidos, y de no ser porque Shinsou empujó el muñeco hacia ella, ni siquiera se hubiese esforzado en tomarlo.

Ella acarició el pelaje multicolor de su raído y viejo peluche. Unas lagrimitas se aproximaron por sus ojos, pero fue lo suficientemente valiente como para extenderlo de regreso a Shinsou y portando una sonrisa.

—Quédatelo —dijo Eri—. Así cuando me extrañes a la noche, puedes pedirle a Sir que te haga compañía.

Shinsou agradeció que el oficial Hawks apareciera de repente y en ese mismo momento, porque se hubiese convertido en un verdadero charco de lágrimas.

—¿Listos para el paseo familiar? —preguntó Hawks en un tono casi burlón—. ¡Porque yo estoy muy emocionado! Ah, un gusto, pequeña. Creo que no nos pudimos presentar oficialmente...

—Oficial Keigo Takami —declaró Shinsou con una pequeña interrupción. Sonrió con algo de malicia; al menos, le servía para controlar el nudo en la garganta—. Es un gusto conocerlo al fin...

Hawks frunció los labios. Su hermana ladeó la cabeza, sin dejar de mirar a ese loco de cabellera rubia y desordenada, como si fuese una extraña criatura sacada de algún cuento de hadas.

—Sigo siendo Hawks para ti, muchacho —Le vio calzarse la gorra policial que había estado haciendo girar con uno de sus dedos—. Oficial Hawks.

Aizawa, que seguía en la distancia, miraba todo algo descolocado, pero sin dar demasiada importancia. Debía estar poniéndose ansioso ya que su zapato repiqueteaba de forma incesante sobre los adoquines de la calle.

—Como usted diga —Shinsou rodó los ojos—. Bueno, supongo que es mejor aprovechar nuestras horas... si nos apuramos, quizá luego podamos ir a por una hamburguesa. A Midoriya también le encantaría verte otra vez.

Los ojos de Eri brillaron con entusiasmo y emoción. Ella dio un saltito que la separó del brazo de Shinsou, pero sus manitas se prendieron de la tela de su saco para comenzar a sacudirlo con la poca fuerza de niñita que poseía.

—¡¿Sí?! ¡¿De verdad iremos?! —preguntó ella—. ¡¿Y puedes invitar también a Kaminari?!

Shinsou abrió la boca para responder a lo primero, pero fue la segunda pregunta de su hermana la que le dejó sin habla. De no haber sido por el bufido malicioso de Hawks y las cejas enarcadas de Aizawa, Shinsou podría haber controlado su sonrojo.

—Pues... no lo sé —dijo Shinsou—. Oficial Hawks, ¿tenemos permitido llevar invitados?

—Me trae sin cuidado si invitas a tu novio o a la reina de Inglaterra —declaró el policía—. Mientras no me traigas a mafiosos, drogadictos, o a tu tan simpático vecino...

Shinsou intentó ignorar por completo la palabra novio que brotó de los labios de Hawks. Se puso con cuidado de pie, para así luego sujetar la mano de Eri con la que le quedaba libre —la otra llevaba el unicornio, y no pensaba desprenderse nunca más de ese bicho de felpa.

—Créame, mi vecino es la última persona a la que invitaría.

No había podido ver al señor Chisaki en cuanto abandonaron el juzgado, pero sabía que tarde o temprano se cruzarían en la entrada de sus hogares. Por mucho que fuese una basura, no existían penas criminales por ser un ser humano detestable.

—Bueno, bueno —Hawks se frotó las manos—. Esas hamburguesas no van a comerse solas. ¡Y espero que vayamos a un lugar que tenga hamburguesas de pollo!

—¡Oh, las hamburguesas de pollo en el All Might's son deliciosas! —opinó Eri igual de entusiasmada y con su mano hecha un puño—. ¡Shoji es el mejor cocinero de hamburguesas!

—¡Ah, comienzo a creer que tú y yo nos llevaremos de maravi-...!

—Iremos por hamburguesas —les cortó Shinsou—, pero luego.

Eri y Hawks rezongaron al mismo tiempo como si fuesen niños berrinchudos —y solo uno de ellos lo era— mientras que Aizawa, a la distancia, reprimía una pequeña sonrisa.

—¿Cómo que luego? —inquirió Hawks—. ¿A dónde iremos antes?

Shinsou, que había estado ocupado durante medio segundo tipeando un rápido mensaje de texto a alguien especial, esbozó una casi entristecida sonrisa.

Definitivamente aquel era el momento para hacer eso que llevaba años aplazando.

—Quiero que sea una sorpresa para Eri —dijo Shinsou—. Pero le diré a usted con gusto, si es que se acerca para que pueda susurrarle.

Convencer al oficial Hawks de llevarlos en la patrulla —Shinsou no estaba seguro de poder acostumbrarse a pasear con su padre y su hermana en un carro de la policía— hacia el lugar que tenía planeado le llevó un par de minutos.

Un par de minutos y la promesa de una hamburguesa de pollo gratis.

Eri, que no cabía en sí de la curiosidad, se pasó todo el trayecto lanzando posibles opciones de a dónde se dirigían: un acuario, el parque de diversiones, incluso preguntó si podían visitar la casa de campo a la que Shinsou y Kaminari se habían fugado más de una vez.

Aizawa no se vio muy divertido al escuchar aquello.

Hawks tampoco dijo nada, pese a que podría haber soltado algún comentario malintencionado solo para fastidiar a Shinsou. Era casi impensable de creer que un muchacho mucho mayor que él, y también un policía, le trataba casi como si fueran amigos de toda la vida.

Shinsou todavía estaba acostumbrándose al hecho de tener amigos. No era tan fácil dividir su atención; no muchos meses atrás solo se había enfocado en Eri, pero ahora tenía una manada de personitas reclamando al menos un par de minutos en su día. Incluso si era solo con un mensaje de texto.

Había una en especial que le gustaba pedirlo más que el resto. Y no dejaba de mandarle mensajes, ni siquiera en ese mismo momento —pero Shinsou no era capaz de desbloquear el móvil para responderle ya que los dedos le temblaban demasiado.

Él conocía el camino de memoria. Sabía lo cerca que estaban.

Y Eri debió olerse que no estaban dirigiéndose a ningún lugar divertido como el acuario o el parque de diversiones. Ella pegó la cara al cristal, con una mueca cargada de confusión:

—Toshi —le llamó su hermana—, ¿a dónde es que vamos, exactamente?

Su forma de hablar le recordaba al gruñón Kota —el niño que parecía un anciano en el cuerpo de un infante. Supuso que Eri también lo extrañaría, pero pronto podrían reencontrarse en la escuela.

—Hay... alguien que quisiera que conozcas —dijo Shinsou, pero luego frunció las cejas—. O algo por el estilo.

Aizawa iba demasiado callado. Eri también optó por ya no preguntar más, y se sumieron en un incómodo silencio, hasta que Shinsou reconoció la estructura de hierro que formaba parte de la entrada de un lugar tan pacífico como lúgubre.

Era el cementerio de la ciudad.

Eri podía ser inocente, pero no era tonta. Se mostró algo reacia de bajarse de la patrulla, pero aceptó hacerlo en cuanto Shinsou le ofreció su mano. Se detuvieron un instante para preguntar el camino al guardián de la entrada y comprar algunos crisantemos amarillos.

Shinsou no era bueno para retener el camino entre las tumbas. Si Aizawa lo sabía, no dijo absolutamente nada. Los cuatro caminaron en silencio por las hileras de mármol lacado en forma rectangular y llenos de inscripciones.

Eri se prendió de la tela de su pantalón. Él podía entenderla, ya que los cementerios nunca daban buen rollo. Mucho menos para un niño.

Pero tanto Eri —como toda su familia— merecía ese momento que fue pospuesto durante tanto tiempo.

Shinsou reconoció la tumba casi al instante. Era una de las pocas con sus girasoles marchitos —a Shinsou le hubiese gustado traer unos esa tarde, pero el cementerio no los vendía— y tenía una capa de polvo bastante gruesa desde la última vez que visitó y no se dignó en limpiar la inscripción.

Nadie dijo nada ni movió un solo músculo. Curiosamente, la primera en acercarse hasta la tumba fue Eri para leer la inscripción:

—«Tu luz... no se ha... apagado ni siquiera con... la muerte» —leyó Eri con dificultad—. «Amado esposo... y padre».

Shinsou contuvo la respiración mientras el corazón le latía frenético en el pecho. Quería pedirle a Aizawa que tomara las riendas de la situación, pero él también debía estar lidiando con sus propios demonios internos mientras observaba —luego de años— a la tumba de su difunto marido.

Eri permanecía petrificada sobre la inscripción de mármol. Tuvo miedo que a su hermanita se le bajara la presión por lo fuerte de la situación, e incluso comenzaba a arrepentirse de haberlo hecho, pero antes de que pudiera dar un paso al frente...

Vio que Eri se sentaba como indio sobre el césped de un verde vibrante y brilloso. Ella estaba sonriendo.

—Hola, papi —saludó animada—. Soy Eri, ¿me recuerdas?

Algo adentro de Shinsou se quebró. Y se preguntó cómo podía ser tan fuerte, mientras que su hermana menor sacaba fuerzas mucho mayores que su pequeño cuerpo, y le parloteaba a un frío pedazo de mármol.

Le contó que tenía seis años y que iba a primer grado. Le habló de Shinsou y de Aizawa, así como de Toshinori, Midoriya, Kota, Togata, e incluso Kaminari. Habló sobre los guisados que preparaba Shinsou y las hamburguesas del All Might's. Narró sobre la ida al cine a ver Detective Pikachu, y que por las noches dormía con todos sus peluches, y que uno de sus objetos más preciados eran sus figuras de origami obsequiadas por Kota.

Incluso se quejó del señor Chisaki, y le preguntó —sin decepcionarse por no obtener una respuesta— si él también creía que era un viejo malvado.

Shinsou se quedó estupefacto y sin poder reaccionar. Aizawa permanecía igual de quieto, a su lado, con una mueca igual de aterradoramente imperturbable.

El único que se atrevió a dar un paso al frente junto a Eri fue el oficial Hawks. Se puso en cuclillas para quedar casi a la altura de la niña, y le preguntó con una sonrisa paternal:

—Tu papá debió haber sido muy genial para tener una hija maravillosa como tú —dijo el policía—. Te crio muy bien.

Eri sonrió con orgullo y sus mejillas se inflaron.

—Ah, pero el que lo conoció fue Toshi —corrigió Eri—. ¡Eso significa que papi debió ser todavía más genial...!

Shinsou sintió como si una mano invisible le retorciera el corazón.

—Papi, este es el oficial Hawks —continuó diciendo la pequeña—. Le gustan mucho las hamburguesas de pollo, como a mí. ¡Quizá pueda ser como tener otro hermano mayor!

—Es un placer conocerle, honorable señor Yamada —Hawks se quitó su gorra de policía y se la llevó al pecho mientras inclinaba levemente su cuerpo—. Procuraré que sus hijos estén en manos totalmente competentes, eso le aseguro.

Aquello sacó una carcajada a Eri, pero al instante ya estaba escupiendo más parrafadas que solo tendrían sentido para un niño pequeño.

Shinsou se atrevió a arrastrar los pies por el césped húmedo hasta quedar a la misma fila de distancia que Eri y Hawks.

—¿Sabes? —Shinsou interrumpió el monólogo de Eri durante un único segundo que ella se detuvo para tomar aire—. A papá le gustaba mucho el color amarillo.

Eri miró entonces a los crisantemos en la mano de Shinsou. Ella extendió las suyas para que le alcanzara las flores, y las depositó torpemente sobre el florero en la tierra luego de que Hawks quitara los girasoles marchitos.

—¿Por eso las cortinas en casa son amarillas? —preguntó Eri—. ¡Son muy bonitas!

Shinsou rio. Nadie más que su hermana podría haber dicho que esas viejas, sucias y rotosas cortinas eran bonitas. Pero no planeaba romper las ilusiones de su hermana, así que asintió.

—También le gustaba mucho la música de los ochenta —contó Shinsou—. Por eso en casa no encontrarás muchos más discos que no sean «Lo mejor de Queen».

—¿Quién es Queen? —Eri frunció las cejas—. ¿Es un amigo de papá?

Hawks soltó una pequeña risa. Shinsou tampoco pudo contenerla mucho tiempo más.

—Papá también trabajaba mucho con el ordenador. Creaba cosas muy bonitas —Shinsou recordó las coloridas campañas publicitarias que le vio crear más de una vez—. Ah, y tenía un programa en la radio a medianoche...

—¡¿En la radio?! —Eri exclamó con los ojos abiertos como plato—. ¡¿Era famoso?!

Bueno, no diría que famoso... —Shinsou se frotó la nuca—. Hablaban bastantes groserías ahí...

Lo había descubierto años después cuando buscó el programa radial de su padre en internet. Se quedó bastante en shock luego de escucharlo a él —y a la mujer llamada Nemuri Kayama, la que estuvo en el juicio— decir tantas cosas atrevidas en tan solo un par de horas.

Hawks parpadeaba como si estuviera procesando la idea.

—¡Espera! ¡No me digas que...! —Se llevó la mano a la boca para tapar una sonrisa—. ¿Tu padre era el conductor de Present Mic...? ¡Mi novio y yo lo escuchábamos siempre! ¡Nos dimos nuestro primer beso mientras la radio sonaba con su programa...!

—Chaval, no creo que tú hace seis años tuvieras la edad para escuchar ese programa —intervino Aizawa con seriedad—. Hizashi nunca se medía, ese anciano loco...

Pero Hawks no escuchaba a Aizawa. Se encontraba casi maravillado de descubrir que estaba frente a la tumba de una presencia que había marcado su vida, de cierta forma.

Para Shinsou era fascinante. Hizashi, que había pasado años deprimido y sintiéndose en soledad pese a tener su familia, no debió haberse imaginado el impacto que tenía en las personas. Seguramente solo se quedó con la idea de que su programa fue cancelado por no tener los oyentes necesarios, mientras que, en alguna parte de la ciudad, dos muchachos consumaban su amor al son de sus palabras.

Era extraño, pero también impactante. Era la clase de cosa que su papá hubiese presumido de saber que ocurrió.

—También me regaló un gatito cuando cumplí un par de años más que tú —dijo Shinsou con una sonrisa—. Se llamaba Sombra, y era muy bonito. Su pelaje era negro... igual que el Señor Bigotes. Tristemente, falleció sin siquiera cumplir su primer año de edad...

—¡Señor Bigotes! —Eri se golpeó las mejillas con las palmas—. ¡Casi olvido de contarle de él...! Papi, tenemos un gatito. Es muy gruñón, y le falta una oreja... pero parece querer mucho a Toshi... quizá porque los dos siempre están de mal humor.

Shinsou bufó. Él no se parecía a ese estúpido gato gruñón y maloliente de las calles.

Pero, aunque quisiera negarlo, una parte de sí mismo le tenía aprecio a esa felina criatura. Le recordaba demasiado al dulce Sombra, que siempre dormía acurrucado a los pies de su cama.

Debía ser la inocente mirada. O realmente no sabía qué más podría ser.

—Espero que Sombra esté contigo ahora mismo —dijo Eri—. Los gatos son bonitos y buena compañía.

Shinsou le permitió entonces que continuara con las mil y un cosas que su hermana tenía para contarle. La miró con los ojos brillantes y la sonrisa de costado tan sincera como podía ofrecérsela —incluso si el nudo en la garganta le suplicaba a gritos echarse a llorar.

Buscó a Aizawa con el rabillo del ojo, pero no lo encontró en la cercanía. Tuvo que girar el cuello y escanear el perímetro hasta dar con él: se había echado en un banquito blanco a no muchos metros de distancia.

Shinsou le hizo una seña a Hawks para que cuidara de su hermana. Con pasos vacilantes, se encaminó hasta donde su padre se encontraba casi recostado. Encontró un lugar en el punto más extremo y opuesto del banco.

Aizawa estaba fumando. No recordaba haberlo visto fumar en años, y ciertamente a Shinsou no le gustaba. Pero un único cigarrillo era mejor que tres botellas de whisky barato en un antro de mala muerte.

—Así que... —Shinsou rompió el silencio—. ¿Cómo lo estás llevando?

Su padre se tomó su tiempo para responder. Exhaló una gran cantidad de humo que se elevó al cielo como si fuese una espiral.

—Peor de lo que pensaba —contestó sin expresión.

Shinsou arqueó una ceja.

—Pues yo te veo bastante bien.

Aizawa no respondió, pero el silencio fue suficiente para que Shinsou se arrepintiera de sus palabras. Casi podía palpar lo que quería decirle: «Hizashi también se veía bien».

—Es curioso —Aizawa dio otra calada al cigarrillo. El humo hizo toser a Shinsou—. No creí que volvería nunca más a este lugar.

—Ah... ¿no? —preguntó Shinsou.

No podía negar que se encontraba sorprendido. Por muy mal que Aizawa también estuviera, no pensó que sería capaz de nunca más visitar el lugar de descanso eterno del amor de su vida.

—Hay muchas cosas que pensé que jamás podría volver a hacer —dijo con serenidad, pero desazón en sus palabras—. No soy un hombre de emociones fuertes o intensas. Ese era Hizashi. Solo él me hacía desear que la vida fuese un poco más loca... al menos por unos instantes.

Shinsou no dijo nada. No tenía idea de qué decir, y tampoco deseaba arruinarlo.

Aquel era el momento para que Shouta Aizawa desahogara todo lo que llevaba adentro. Quizá su hijo no era la mejor idea de psicólogo, pero Shinsou estaba dispuesto a cargar con ello si podía ayudar solo un poco a su padre.

—Toshinori y yo lo intentamos, no mucho después de que Hizashi se fuera —contó Aizawa sin verle a los ojos—. Supongo que él quería que me sintiera menos solo. Que ambos estuviéramos menos solos...

—Espera, espera —Shinsou sacudió la cabeza—. Estás diciéndome... que tú y Toshinori... ¿salieron?

Su mueca debía ser un poema en ese mismo instante. Se preguntó si Midoriya lo sabría. Imaginar que, por un corto tiempo, pudieron ser hermanastros...

El pensamiento era fascinante y aterrador.

—No duró mucho, de todas formas —Aizawa rodó los ojos—. No quería arrastrar a Toshinori a lo mismo que hundió Hizashi...

—Oye, no soy un profesional, pero eso no fue tu culpa —declaró Shinsou—. Papá estaba mal. Y por mucho que nos duela... él no quiso pedir ayuda. No podías adivinarlo. Yo era un niño, Eri una bebé...

Casi podía sentir la presencia de Kaminari susurrando en su oído las palabras. No las mismas, pero el concepto era idéntico. Ni Aizawa, ni Shinsou, ni Eri, ni tampoco Yamada habían destruido a la familia.

Aizawa tragó con dificultad. Ni siquiera se había dado cuenta que su cigarrillo estaba consumido hasta que quiso dar otra calada, pero ya no salió más humo.

—Como sea —Aizawa carraspeó—. Cuando Hizashi murió comencé a sospecharlo, pero luego de Toshinori me lo confirmé... estaba seguro que no podría volver a enamorarme.

Si aquella conversación hubiera tomado lugar meses atrás, Shinsou podría haber bufado ante lo melodramático de las palabras de su padre. Le habría dicho que el amor no era la gran cosa, y que nadie moría por no poder enamorarse.

Pero el rostro sonriente de Kaminari apareció en sus pensamientos casi por arte de magia. Y no solo su sonrisa, sino también su voz, sus chistes horrendos, la suavidad de sus manos, el calor de su boca...

Shinsou no quería ser el melodramático ahora, pero no podía imaginarse un mundo donde todas esas cosas no existieran.

Podía comprender el dolor de su padre, pero era esa comprensión la que le hacía darse cuenta que nunca podría saber lo que se sentía.

O esperaba no tener que sentirlo.

—Hace unas semanas, cuando apenas empecé la rehabilitación... —Aizawa exhaló una gran cantidad de aire; su postura era incómodamente erguida—, una mujer me pidió que tengamos una cita. Se llama Emi Fukukado.

—¿Y qué le dijiste?

—Le dije que no.

—Muy cortés de tu parte, papá —Shinsou dijo con sarcasmo—. ¿A qué viene entonces esta anécdota?

—La semana siguiente volvió a pedírmelo.

—Déjame adivinar —se atrevió a decir—; le dijiste que no otra vez.

—Me negué al menos media docena de veces —Aizawa esbozó una media sonrisa.

—¿Quién diría que serías todo un rompecorazones? —se mofó Shinsou—. Ahora, sigo sin saber a qué viene todo esto, no es que no supiera que podías ser algo cruel...

—Ayer me lo pidió una vez más —Aizawa le interrumpió. Cerró los ojos un momento—. Y le dije que sí. Más que nada porque se estaba poniendo un poco irritante, y dijo que así dejaría de pedirlo...

Ahora eso llamó la atención de Shinsou. Se irguió de su cómoda posición con la espalda sobre el respaldo y las piernas cruzadas.

—¿Dijiste que sí? —preguntó, parpadeando—. Papá, eso es...

Aizawa no dijo nada. Estaba esperando a que su hijo mayor se atreviera a decir algo. Lo que fuera.

Su padre debía tener miedo de intentarlo otra vez, no solo por sus propios sentimientos —sino porque había hijos de por medio, cuya herida llevaba años sangrando cada tanto y sin poder sanar.

—Eso es genial —dijo Shinsou finalmente—. Espero que esta tal Emi te haga sonreír un poco, al menos.

—Oh, créeme que lo intentará por todos los medios —Aizawa farfulló entre dientes, pero sus ojos no parecían tan disgustados como su tono—. Esa loca se comería sus propios mocos si eso significa hacer reír a alguien.

A Shinsou le sonaba de algo todo eso. El pensamiento se sintió como una puñalada en el pecho, pero también como una pequeña caricia de familiaridad.

Si Hizashi estaba en alguna parte, observándolos... no tenía dudas que querría ver a Aizawa avanzar. Intentar ser feliz. Y, ¿qué mejor que darse una oportunidad junto a una mujer que parecía estar más loca que las cabras?

Su papá había sido un loco, también. No podía decirse que Aizawa no tuviera un tipo.

Aunque... él mismo no podía hablar demasiado.

Su corazón dio un vuelco al reconocer a una cabellera rubia en la distancia. Brillaba tanto como el mismísimo sol. Estaba agitando las manos para llamar la atención de Shinsou, pero acabó tropezando con una tumba por ir demasiado distraído.

Al final, todos notaron su presencia. Vio que Eri se emocionaba tanto que señalaba hacia la dirección del recién llegado y sin dejar de parlotear algo a la tumba de Hizashi; debía estar contándole acerca de él.

Acerca de Kaminari.

—Veo que la caballería llegó —dijo Aizawa con un suspiro que le sacó de su trance—. Ve y dile a ese chico que deje de dar vergüenza ajena y respete un poco a los muertos.

Shinsou iba a replicar, pero no pudo. Era exactamente la clase de comentario mordaz que él mismo haría —aunque nunca sobre Kaminari, por supuesto.

Se había tardado en aparecer más de lo que esperaba —ya llevaba rato desde que le envió el mensaje de texto—, pero también lo agradecía.

Shinsou habría deseado que Kaminari formara parte de esa pequeña reunión familiar. Después de todo, era casi como de la familia. Su pequeña familia encontrada.

Pero también sabía que esa tarde era de Eri. Y de nadie más. Su hermana merecía toda la atención de Hizashi, y ella necesitaba poder comprender lo que sucedía para así cerrar esa etapa que no tenía idea de cómo comenzó.

Ya podría visitar aquel lugar de la mano de Kaminari, y contar a Hizashi un montón de parrafadas como las que Eri soltaba con su inocencia infantil. Algún día, cuando Shinsou tuviera el valor de enfrentar a sus demonios. Eran demasiados, ¿para qué iba a negarlo?

Pero poco a poco se enfrentaba a ellos. Como un caballero luchando contra un feroz dragón en algún viejo cuento de fantasía.

Shinsou agradeció con un asentimiento a su padre. No es que estaba a punto de escapar dramáticamente junto a Kaminari, montados en un corcel blanco bajo la luz de las estrellas.

No había estrellas en ese momento. Y seguro Kaminari se caería del corcel a medio camino.

—¡Shin! —exclamó Kaminari sin dejar de agitar la mano ni de sonreír—. ¡Te extrañé!

Yo también te extrañé, pensó Shinsou en su corazón. Y le dolió imaginar a su padre observándolos, quizá con la nostalgia de un viejo hombre que ha perdido todo lo que ama.

Bueno... casi todo.

Así que Shinsou decidió que viviría. No solo por él, Eri o Kaminari; viviría también por Aizawa y el recuerdo de Yamada, el eco de todas esas memorias olvidadas pero cargadas de amor.

Viviría en honor de sus padres y el inmenso amor que se tuvieron. Intentaría hacer su propio camino, con sus aciertos y errores, pero aprendiendo de todos esos golpes que les había dado la vida.

Era como si tuvieran una nueva oportunidad para hacerlas cosas de la mejor manera.

Y Hitoshi Shinsou estaba más que dispuesto a aprenderla, en especial si tenía al mejor maestro a su lado; el muchacho que disfrutaba de lo dulce y sencillo de esa vida tan benévola como para dar tantas nuevas oportunidades a todos.

Ese muchacho que respondía al nombre de Denki Kaminari.

Y así concluye la línea temporal actual de "Enséñame a vivir" ;;n;;

Sí, digo esto porque todavía queda el epílogo. Y como ya se lo estarán imaginando...

El epílogo toma lugar EN EL FUTURO! No les diré qué tan futuro. Pueden ser unas semanas, meses o incluso años. Quién sabe? Ustedes lo descubrirán recién el otro jueves :'D

Casi me puse a llorar escribiendo este capítulo pero porque se siente raro ir cerrando la historia luego de que me acompañara casi todo el año de una forma súper constante. Me siento un poco orgullosa de mí misma por esto xD se sentirá un pequeño vacío en mis semanas en cuanto ya no tenga más cosas de EAV que escribir, pero como siempre les digo...

Algunas historias deben terminar para que podamos experimentar otras nuevas ♥️

Pero bueno, no quiero ponerme sensible ;;o;; no todavía (? o si no, no tendré que escribir en los agradecimientos de la semana que viene... ahí me tendrán llorando como pendeja por tener que despedirme del que probablemente se volvió mi historia favorita a la hora de escribir

Sé que pueden quedar dudas todavía, yo lo sé (? trataré de cerrarlo todo en el epílogo, a su modo, pero es que tampoco me gustan los infodumps en un solo capítulo. Los personajes lo van descubriendo a su modo y, aunque quizá nosotros no lo veamos, pues... sabemos que en algún lugar del multiverso ellos lo harán :'D

Para los que quizá no sepan, Emi Fukukado es Mrs. Joke! No hay nada confirmado, claro, e incluso en el epílogo trataré de dejarlo ambiguo ya que no a muchos puede gustarle el ship... pero quería que Aizawa también tuviera su oportunidad de evolucionar

Hay un par de cabos sueltos que quedaron ahí y creo que nadie los recuerda, pero... espero sorprenderlos cuando los vean en el final XD

Muchísimas gracias por todo el amor y el apoyo que le han dado a esta historia! ♥️ Realmente, las palabras se quedan pobres cuando tengo que pensar en ello. No creo que exista una palabra que pueda plasmar aquí por escrito para demostrar lo agradecida que estoy. Intentaré hacerles saber todo lo que siento durante los agradecimientos del final, pero no quería perder la costumbre de agradecer aquí también

¡Nos vemos el próximo jueves para darle un último adiós a EAV! Besitos ♥️

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