Capítulo 3
❝Corriste hacia la noche, no puedes ser encontrado.
Pero este es tu corazón,
¿Puedes sentirlo?
¿Puedes sentirlo?
Bombeando a través de tus venas.
¿Puedes sentirlo?
¿Puedes sentirlo?❞
Laura Palmer — Bastille
Kaminari apenas tuvo apetito para mordisquear su hamburguesa triple.
Sero y Mina hicieron algunos chistes atrevidos sobre que a Kaminari le faltaba práctica para que le cupiera en toda la boca. A Jirou no parecían agradarle esos chistes —a él no le importaban.
Su mente no estaba presente en ese momento. Era como si estuviese teniendo un viaje extracorpóreo. Su cuerpo estaba allí, en esa mesa, en medio de hamburguesas a medio comer y patatas. Pero su cabeza...
No tenía idea en dónde es que estaba ese día.
Era como si ni siquiera estuviera adentro de su propio cuerpo.
—Ugh, este lugar es malditamente insalubre —Bakugo se quejó después de que su zapato pisara una patata frita de antes que ellos llegaran—. Seguro es culpa del maldito Deku.
—Ya déjalo —regañó Kirishima. Se limpió la salsa barbacoa con la muñeca—. Es solo una patata.
—Si van a hacer las cosas, deberían hacerlas bien.
—Ya te quiero ver trabajando —bufó Jirou mientras picoteaba sin ganas su comida.
—¡¿Qué has dicho?! —chilló indignado—. ¡Repite eso si tienes huevos!
—Por suerte no los tengo —Jirou encogió los hombres—. Porque no soy un apestoso hombre.
—¡Yeah! —exclamó Mina—. ¡Así se hace, amiga!
Kaminari, que usualmente intervenía a favor de Kirishima y Jirou para detener cualquier discusión, eligió mejor quedarse callado.
Le fue inevitable dar miraditas hacia la barra. Ochako Uraraka e Izuku Midoriya parecían estar enloquecidos llevando bandejas. De repente, el local estaba lleno de comensales adolescentes o padres con sus hijos pequeños.
Pero la verdad era que no quería ver realmente a Midoriya y Uraraka. Sus ojos zumbaron hasta el otro lado del local, en donde Shinsou llenaba su anotador de pedidos para las diferentes mesas.
Kaminari escuchaba voces a su alrededor, pero no estaba lo suficientemente concentrado en ninguna de ellas. No fue hasta que comenzaron a chasquear los dedos cerca de su oído que terminó sacudiendo la cabeza.
—Oye, tierra llamando a Denki —Sero pasó una palma frente a su cara—. ¿Hay vida inteligente en ese planeta?
—Creo que les ha caído un meteorito —Bakugo bufó—. Se extinguió cualquier posibilidad de vida humana.
—¡Te escuché! —masculló Kaminari. Mina rió.
—Pues deberías haber escuchado lo que te preguntó Sero, bobito —Mina rodó los ojos—. ¿La tendrás libre?
—¿Eh? —Denki arqueó las cejas—. ¿Libre? ¿De qué hablas?
—De tu cerebro —dijo Bakugo—. Pero ese siempre está libre.
Kirishima le dio un golpe a Bakugo; el chico refunfuñó al recibir su coscorrón cada vez que se burlaba de las capacidades intelectuales de Denki —su mejor amigo no estaba dispuesto a consentir aquello por mucho que le gustara el trasero de Bakugo.
—Tu casa de campo —agregó Mina—. ¡Así vamos en las vacaciones de verano!
—Imagínalo —Sero rodeó la cintura de Mina y la atrajo para sí—. Solo nosotros seis, un montón de cerveza, el cielo estrellado, la brisa de campo, buena música, nada de adultos metiches...
—Y espero que muchos condones —dijo Jirou por lo bajo con una risita socarrona—. O tendrán una bendición en nueve meses.
Sero y Mina no le prestaron atención al comentario malicioso de la chica; de hecho, prefirieron volver a besuquearse de forma muy ruidosa y también muy babosa.
Kirishima, Bakugo y Jirou se quejaron.
—Ustedes los heterosexuales, ¿tienen que ser tan condenadamente gráficos? —masculló Bakugo—. Debería ser ilegal ver sus asquerosos besos.
—Envidioso —Sero dijo—. Debe ser que Kirishima no te atiende del todo bien.
En lo que Bakugo juraba hacer plañir aquel día a Sero, Kaminari se encontró otra vez absorto y fuera de la conversación. No tenía demasiados ánimos de participar de la riña; y tampoco sintió que sus amigos estaban siendo lo suficientemente interesantes aquel día.
Por alguna razón, sus ojos se encontraron otra vez en Shinsou; el mesero extraño, el compañero casi invisible en la escuela, el chico al que rara vez alguien le prestaba atención.
Más de una vez, al llevar la comida, algunos comensales reclamaron que aquello no era lo que habían pedido; el 90% de las veces con el tono más grosero que encontraban —casi como si la culpa fuese del mesero; y no de ellos o tal vez del chico de la cocina. Podía ver el cansancio y la frustración en la mueca de Shinsou.
No era solo cansancio de una pesada jornada laboral y estudiantil. No; en Shinsou se dibujaba un agotamiento sistemático. Como si sus piernas no conocieran otra cosa que arrastrarse por el lugar, o sus ojeras ya demasiado acostumbras a una cara tan joven.
Sus ojos que parecían querer cerrarse o su lengua que deseaba chasquear ante el infinito capricho de los humanos. Pero en lugar de eso, forzaba una sonrisa cínica que no iba con su rostro y les decía que haría lo posible para arreglar el pedido.
Denki se preguntaba lo que aquello se sentiría. Había pasado su vida completa siendo un niño feliz y mimado —y le encantaba. No podía mentir.
Kaminari jamás había conocido lo que era salir a ganarse un plato de comida. En su casa siempre había variedad para elegir si es que algo no le apetecía. Podía darse el lujo de decidir qué comer cada día de su vida.
Tampoco tuvo restricciones en cuanto a sus lujos. Cada chuchería que Denki quiso, sus padres habían accedido a comprársela. Como cuando intentó aprender a tocar el bajo —que él mismo desarmó para comprender cómo funcionaba y luego rearmó—, o la colección de patinetas que rara vez utilizaba, pero que le encantaba quitar las partes que le gustaban de una para intercambiarlas en otras.
A Kaminari le gustaba armar y rearmar las cosas. Le gustaba arreglarlas. Puede que no fuese bueno en la mayoría de las cosas que se proponía —fracasaba más de lo que le gustaba—, pero era bueno comprendiendo el funcionamiento tras haber visto el interior de algo.
Denki era malo en casi todo, excepto dos cosas. Una de ellas era el reparar.
Recordaba haberse quejado de no recibir capricho tras otro. A los seis años le habían regalado un perro de raza Akita —Pikachu todavía le acompañaba, aunque comenzaba a hacerse viejo—; tres semanas después de eso, había querido un conejo negro pero sus padres no quisieron conseguírselo.
¿Por qué había llorado y pataleado tanto? ¿Por qué seguía sacándoselo en cara a sus padres, incluso si era en broma, todavía de grande?
¿Había tenido todo que ver con Naomi, su hermana mayor que ya no estaba y que jamás conoció?
¿Por qué Kaminari pensaba en todas esas cosas de repente?
Se suponía que debía estar bromeando con sus amigos y robando patatas de la bandeja de Jirou para fingir ser una morsa.
No preguntarse por qué algunos tenían más facilidades que otros.
Kaminari pasó un brazo por los hombros de Jirou cuando salieron del local. La chica, todavía temerosa y reacia la mayor parte del tiempo, se recargó contra el hueco de su hombro. Sus dedos pequeños buscaron entrelazarse con los suyos.
Sero iba adelante, cargando a Mina sobre su espalda mientras ella reía a carcajadas. Los dos iban molestando a Bakugo. Kirishima caminaba un poco más adelante, de espaldas, como si nunca se hubiese dado contra un poste por ir haciendo estupideces.
Se suponía que Kaminari iría a su lado. Siempre apostaban quien se aventaría primero contra el poste.
—¿Qué la habrá pasado a Shinsou? —musitó entre dientes para sí mismo—. Se veía triste...
Jirou le picó en la mejilla con un dedo. Kaminari salió de su ensimismamiento.
—¿Hay vida inteligente por allí o es que se ha esfumado por completo, tal como dijo Sero? —preguntó ella con una sonrisa algo mordaz.
—Hmm.
—Denki —Le llamó Jirou—. ¿Estás otra vez pensando demasiado?
—Hmmm...
—Recuerda que se te sobrecalientan las neuronas...
—Me gusta pensar, a veces —suspiró Kaminari con una sonrisa temblorosa—. Ejercito mi cerebro para el futuro.
—No puedes ejercitar algo que ya está muerto —Jirou alzó las cejas. Le besó entonces una mejilla—. Solo estoy bromeando contigo.
Kaminari rodó los ojos. Jirou se soltó abruptamente de él.
Y no era para culparla. El Denki de todos los días hubiese fingido tener un infarto solo por recibir un beso de Jirou sin habérselo pedido.
Pero aquel día no era el Denki Kaminari de todos los días.
—¿Se puede saber qué te pasa a ti?
—Nada —contestó encogiendo los hombros—. Solo quiero pensar...
—Bueno, quizá no me gusta el Kaminari que piensa tanto —soltó Jirou—. Porque actúa como si no fuese él mismo.
Denki se detuvo para enfrentarla. Estaba con la boca entreabierta, parpadeando hacia una firme Jirou que no parecía querer retractarse de sus palabras.
Sus amigos ya habían avanzado demasiados metros. Ya casi estaban cerca del aparcamiento donde estaban los carros de Sero y Kaminari.
—¿Es por lo que pasó allá dentro? —Jirou señaló el local de hamburguesas con la cabeza—. ¿Es por Shinsou?
Kaminari levantó ambos brazos hacia el cielo. Estaba comenzando a indignarse.
—¿Qué tiene que ver Shinsou en todo esto? —bufó—. Ni siquiera recordaba que existía hasta hoy, Jirou.
—Oh, pero te conozco —espetó la chica—. Te conozco como a la palma de mi mano. Y puede que no lo conozca a él, pero puedo reconocer esa mirada que lleva. Y la mirada que pusiste tú.
—¿De qué diablos me hablas...? —Kaminari estaba estupefacto—. ¿Mirada...?
Jirou miró al suelo un instante para patear unas piedritas del camino. Levantó la cabeza otra vez hacia él.
—La mirada como si estuviera roto —contestó ella—. Y tu mirada como si quisieras repararlo.
—¡Yo no...! ¡Claro que...! —Kaminari se jaló del cabello—. ¿Es esto por celos? ¿Estás celosa de Shinsou porque te confesé que soy...?
Kaminari se tragó sus palabras. Apenas había comenzado a asimilarlo desde hacía meses atrás.
Y aquella fue la razón que le terminó uniendo a Jirou. Ambos comprendían lo que era vivir en un mundo de extremos —de blancos y negros, pero que ellos deseaban ver en gris.
Tanto Jirou como Kaminari no tenían restricciones personales para amar a quien fuese.
Jirou parecía todavía más molesta.
—¿Tú crees...? ¿Crees que yo...? —resopló frustrada—. ¿Crees que hago esto por unos tontos celos?
—No puedo explicarme que vengas de repente y soltarme todo esto solo porque una tarde estaba ausente —Kaminari cruzó los brazos—. Tal vez todos ustedes me asfixian demasiado y necesito tiempo para respirar otra vez.
Kyoka estrechó los ojos.
Kaminari sabía que acababa de cagarla.
Podía ver en los brillantes de Kyoka que la había lastimado. A pesar de que ella no le daría con el gusto de hacerle saber que lo hizo.
De repente, toda la realización de sus palabras le cayó encima como un balde de agua fría.
—Jirou...
Intentó acercarse a ella, pero se alejó de su alcance. Podía verse frágil y pequeña —más que otras mujeres— pero su voluntad siempre era de acero.
Si había decidido que Kaminari metió la pata, pues Kaminari tendría que solucionar su error.
—No —espetó—. Le pediré a Sero que me alcance.
Jirou giró sobre sus botas y se alejó dando zancadas hacia el aparcamiento a media calle de distancia. El carro de Sero todavía no parecía haberse ido.
Kaminari se quedó con los pies clavados sobre la grava. Jirou se volvió a detener, pero apenas le habló sobre el hombro.
—Llámame cuando decidas dejar de ser un capullo y volver a ser el idiota que todos queremos —dijo ella sin mirarle—. Y a ver cuándo aprendes que no puedes reparar a las personas como si fueran objetos... solo uno mismo puede hacerlo.
Entonces se fue. Y, una vez más, Kaminari se sintió como si lo viese todo de afuera y no estuviera adentro de su cuerpo.
Kaminari se quedó dando vueltas por los alrededores del All Might's. La noche ya casi caería, pero no tenía intención de subirse a su carro y conducir hasta la casa.
Podría haber provocado un accidente con aquel estado en el que se encontraba.
—Qué estúpido eres —bufó para sí mismo—. Al final, no solo no tienes cerebro sino que tampoco tienes corazón.
Se debatió varias veces en si debía llamar a Jirou o permitir que se le bajara la furia y el dolor.
Kaminari se sentó con las piernas cruzadas sobre la grava, contra el poste del gigante cartel con luces de neón de la hamburguesería. Se miró las yemas de sus dedos, tocándolas como si quisiera comprobar que sí estaba en su cuerpo y no fuera de él como se sentía.
Pese a que ya casi era verano, sintió que refrescaba. Se restregó sus propios brazos para entrar en calor —y cuando sopló entre sus palmas, vio un poco de vaho salir de sus labios.
Hubiese deseado tener un libro entre sus dedos. Tal vez Hemingway podría calentarle un poco la frialdad que sentía en su interior.
«El hombre tiene corazón, señor mío, aunque no siga sus dictados» habría dicho Hemingway. Pero Hemingway estaba muerto —así que, ciertamente, no podría haberle dicho nada.
Si Kaminari era bueno reparando, era mucho mejor cuando se trataba de literatura clásica.
Sí, nadie se lo creía. Sí, todos pensaban que robaba frases pretenciosas de internet y que fingía leer libros difíciles para que las chicas se le acercaran.
¿Cómo podría haberlos culpado? Kaminari no podía hacer una división sin sentir que se le quemaba la cabeza, ni tampoco podría haber señalado dónde quedaba el hígado.
Era pésimo en la escuela. Suspendía materias más de lo que cambiaba de calzones.
Pero literatura...
No podía evitar sentir un cosquilleo de placer en sus dedos cada vez que agarraba un libro viejo. Su nariz se sentía satisfecha cuando la pegaba entre las amarillentas páginas.
Y su cabeza siempre sentía que vivía un poco más cuando se adentraba en las historias que los libros le ofrecían.
—¿Qué haces ahí? —preguntó alguien—. ¿Estás borracho o algo?
Kaminari dio un respingo al reconocer la voz. Se puso de pie de repente al descubrir a Shinsou Hitoshi al frente suyo —capucha puesta, un audífono descalzado, extremidades lánguidas que solo podían querer llegar a la cama.
No supo qué diablos responder. Debió haberse visto como un zopenco tras haber y cerrar los labios como si fuese un pescado boqueando por aire.
—No —contestó tras unos segundos—. No tenía ganas de irme a mi casa. ¡Hay una vista estupenda del All Might's desde aquí...!
Shinsou arqueó una ceja con suspicacia. Kaminari estaba dándose palmaditas mentales en la frente. Con un palo. Lleno de clavos.
—Es tarde y hace frío, te vas a enfermar —Shinsou dijo—. Vuelve a tu casa, incluso si las cosas no están bien...
—No es eso —suspiró Denki—. Me he peleado con Jirou... solo quería estar solo un momento.
Shinsou volvió a hacer una mueca como si le estuviera pidiendo silenciosamente que no le contara de su vida.
Volvió a sentirse como el idiota Kaminari de todos los días. Aquel que todos daban por sentado.
—De acuerdo —asintió—. Pero ya vuelve a casa. Es peligroso andar solo a estas horas, Kaminari. Hace poco asaltaron a Midoriya...
—Tranquilo —Kaminari sonrió mientras enseñaba con el pulgar al aparcamiento—. Tengo mi carro. Puedo llevarte, si gustas...
Una alarma pareció encenderse en el rostro de Shinsou. Kaminari se sintió intimidado —pero también curioso hasta la médula.
Quizá fue eso lo que le llevó a querer insistir cuando se negó.
—Gracias, pero no gracias —carraspeó Shinsou—. No estoy lejos de la parada del autobús.
Kaminari sintió la mentira en sus palabras. Puede que jamás se subiese a un autobús en su vida, pero sí que sabía de las paradas —durante sus semanas de intento de coqueteo con Jirou, más de una vez pasó por todas las paradas de manera casual con su carro. Era su intento de llevarla y pasar unos minutos extra con ella.
Sabía que ninguna parada estaba por la zona.
—Vamos, Shinsou —Se tomó el atrevimiento de decir su nombre—. No me cuesta nada llevarte.
—Preferiría que no —Shinsou se dio la vuelta para empezar a caminar—. Te agradezco, de todas formas...
Denki se apresuró para perseguirlo. Shinsou aceleró el paso.
—¡Anda, pero es peligroso andar solo a estas horas! —Casi gritó—. ¿No puedo hacerle un favor a un amigo...?
—Pues ya te delataste solo —Shinsou dijo sobre su hombro. Y no olvidaría la mirada que le dio en ese instante—: tú y yo no somos amigos.
Sus piernas dejaron de trotar detrás de Shinsou. El chico aprovechó para apresurarse y perderse en la negrura del camino apenas iluminado con viejas farolas a través de la avenida.
Kaminari se quedó allí de pie durante un rato más. Pensando.
Hubiese querido darle la razón a Jirou. Quería ser otra vez el Kaminari idiota que no pensaba.
Como les dije... todavía no quieran pegar a nadie... tienen muchas cosas que aprender y cambiar de sí mismos ;u; así que no saquen los palos todavía
¡Al fin vemos el punto de vista de Kami! Y quizá ahora entiendan a lo que me refería con lo de Jirou, pero ella lo está diciendo por algo, no sin motivos... Ella es quien más conoce a Kaminari y huele sus intenciones antes que el las piense (?
Y oh, si, al fin en un fic decidí usar el dato de que a Kami le gusta la literatura xD es un headcanon medio canon (?) y pues no crean que dejara de ser un idiota solo por eso... el es idiota siempre, solo que le gusta leer
Se que parece ir lento, pero desde como el capítulo 5, creo? Las cosas agarran un ritmo más rápido ;u; téngame paciencia ;;; además, estoy capítulos están cortitos, desde más adelante ya todos tienen como 5K y los que ando escribiendo (del 12 en adelante) tienen todavía más
Hoy no creo que haga falta dejar la caja de teorías (? Pero bueno, por las dudas ——>
Muchísimas gracias por todos sus votos y comentarios ♥️ estoy sorprendida de que este fic recibiera tanto amor, pero me encanta!!! Me hace feliz saber que lo disfrutan, y les juro que se vienen muchos momentos preciosos entre estos dos TuT
Mañana hay actualización de Hechizo para enamorarte! El capítulo está listo. Y el lunes empieza el maratón de DHYL uwu
Nos vemos el otro jueves, besitos ♥️
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