Capítulo 27
❝Alguna vez fui como tú eres ahora,
y sé que no es fácil❞
Father and Son — Cat Stevens
El ambiente de la cárcel fue suficiente pare revolverle el estómago vacío.
—Sígueme —Hawks hizo una seña con la cabeza—. Y no mires adentro de las jaulas hasta que yo te diga que llegamos a la de tu padre, ¿de acuerdo?
—¿Qué pasa si los miro? —preguntó Shinsou con el corazón en la garganta.
El oficial Hawks no le respondió. Aquello fue suficiente para que una mala sensación le recorriera toda la columna vertebral, pero la verdad era que llevaba con ese sentimiento desde esa fatídica mañana.
Casi doce horas. Llevaban casi doce horas sin tener una sola noticia de su hermana.
Y Shinsou necesitaba jugar bien sus cartas. Él podría haber destrozado toda esa estación de policía de ser necesario —pero también sabía lo que ocurriría tener ataques de ira tras la desaparición de una niña.
Pronto, la misma policía comenzaría a sospechar. Hacer teorías. Señalar de una forma sutilmente acusatoria a los miembros más allegados de la familia y los conocidos.
Aludirían a que el escape de Eri fue por culpa de malos tratos. Abusos. Golpes. ¿Quién sabe qué otras mierdas podrían decir los oficiales, la prensa y los vecinos?
En su vecindario no podrían considerarse fanáticos de Hitoshi, o de su padre. Por eso estaba ocurriendo lo que ocurría.
Apretó los puños al pensar en el maldito Chisaki.
Shinsou quería levantar la vista y mirar a los reos a la cara. Quería descubrir qué es lo que se veía en todas esas caras. Quizás imaginar a Chisaki Kai detrás de alguna de esas rejas podría darle algo de consuelo —que tintineaban y gritaban insultos al verlos pasar; aunque deducía que la mayoría de ellos se dirigían al oficial de cabellos rubios que caminaba por delante y con la frente en alto.
Shinsou tenía miedo de sus propios pensamientos. Chisaki no había sido más que una molestia en su vida. Un mosquito insignificante y que no podría dañarles a Eri o a él —porque ellos estaban juntos, y ese maldito miserable solo se tenía a sí mismo.
Qué equivocado estuvo al no tomar las suficientes precauciones. Qué distintas que podrían haber resultado todas las cosas.
Ahora solo quedaba la rabia y los deseos de venganza. Y el miedo. Sobre todo, el miedo —el cual Shinsou camuflaba con esa misma ira hacia Chisaki o quien fuera.
Porque era mucho más fácil estar enojado. Si comenzaba a asustarse y pensar lo peor, el simple hecho de imaginar un mundo sin Eri... Hitoshi ya no tendría esperanzas o deseos de continuar con vida.
La brillante burbuja del sueño de la noche anterior terminó por estallar.
—Niño, aquí estamos —escuchó decir al oficial—. Ya sabes: tienes diez minutos. Yo estaré vigilando por aquí...
Hawks metió una pesada llave sobre la cerradura de una de las jaulas. Escuchó el tintineo de metal contra metal con el corazón latiéndole de una manera furiosa contra las costillas.
Sus ojos se enfocaban solo en esa llave y el sonido electrificante de una alarma que pitaba cada vez que se abría una de las jaulas —Hawks se hizo a un lado para dejarle pasar, pero Shinsou tenía terror de levantar la mirada hacia el bulto de ropa oscura, y encorvado, que se agazapaba sobre la esquina del raído colchón.
—Hey —Hawks llamó al preso, que ni siquiera se inmutó ante la voz potente del joven oficial—, tienes visita.
No obtuvo ninguna respuesta. Shinsou tampoco se atrevió a avanzar; su cuerpo solo podía observar. El oficial exhaló un pesado suspiro.
—Es tu hijo.
Aquello sí que provocó que Aizawa levantara la mirada.
Hawks aprovechó para dar un empujoncito a Shinsou y hacerlo trastabillar hasta el interior de la jaula. Una vez allí, el oficial volvió a meter la pesada llave y encerrarlos esta vez a ambos en la jaula.
—Los dejaré solos —dijo—. Volveré por ti en unos minutos. No los desperdicies, niño.
Shinsou sintió que el corazón le latía más fuerte por los nervios.
Él sabía muy bien que solo era un protocolo de seguridad —no que estuviera detenido realmente. Pero el encierro comenzaba a hacerle hiperventilar y sentir la claustrofobia.
O puede que estar en un confinado espacio junto a su padre fuese lo que detonara otro posible ataque de ansiedad en él.
—Hitoshi —murmuró la voz de Aizawa, parpadeando sus enrojecidos ojos varias veces como si no se lo creyera—. ¿Por qué estás...?
—¿Aquí? —completó Shinsou con un bufido—. ¿Acaso tienes idea de todo lo que ha ocurrido en este día tan nefasto?
Por supuesto que Aizawa lo sabía.
Shinsou lo supo en cuanto observó a sus tristes ojos, cargados de desolación y de líneas rojizas a causa del cansancio. O la resaca. Cual fuera la peor de las cosas en ese mismo momento.
Nunca podrías saberlo con Aizawa Shouta.
Su padre exhaló un suspiro cansado. Shinsou no pudo más que sentir pena de ese hombre encorvado y con el cabello en largas tiras grasosas de color azabache. No tendría que haberse acercado hasta la cama que apestaba a moho y orín, pero lo hizo. No le importó ninguna de esas cosas.
No es como si su padre oliera mucho mejor. Pero seguía siendo su padre, ¿cierto? Al menos, estaba a una distancia prudencial de la cama, recargado contra una de las paredes llenas de los arañazos desesperados de los reos.
Y, en ese momento, había una única cosa que les unía de forma irremediable. Lamentablemente, pensar en eso que les unía acababa por romper lo poco que quedaba del corazón de Hitoshi.
—¿No piensas preguntar por ella? —preguntó Shinsou con amargura en su tono—. ¿Acaso no te importa?
Aizawa no dijo nada.
Shinsou sentía que la furia en su ser volvía a crecer. Las pastillas ansiolíticas no parecían estar funcionando de la forma correcta. Todavía tenía un par en el bolsillo de su pantalón, pero no quería utilizarlas.
—Ya van casi doce horas que lleva perdida —continuó, pese a que decirlo le lastimaba—. Posiblemente con hambre, con miedo... ¿quién sabe si alguien la vio sola y se la llevó?
El silencio de su padre lo abofeteaba con cada segundo que corría.
—¿Acaso te importamos alguna vez? —preguntó Hitoshi—. ¿Tú querías tenernos, o solo elegiste cumplir los caprichos de papá?
Sus últimas palabras, aunque injustas, fueron las necesarias para que Aizawa finalmente dejara su frío silencio; le dedicó una mirada cargada de emociones, pero solo una de ellas parecía ser la que se destacaba entre todas.
Esa era la tristeza.
—Ustedes no fueron ningún capricho —contestó su padre—. Por supuesto que ambos los queríamos. Fueron la mayor felicidad que pudimos vivir junto a Hizashi, incluso si las cosas se fueron desmoronando poco a poco.
Lejos de sentirse conmovido, Shinsou estaba molesto.
Se sentía cansado y aterrado por Eri. Aquella mezcla creaba una combinación letal en sus otras emociones.
—Mira, yo sé que los ánimos no son los mejores en este momento. Y créeme que voy a cepillar esta maldita ciudad en cuanto ponga un pie fuera de esta celda —dijo—. Pero solo quería comprobar algo antes.
Aizawa dejó escapar una risotada entre dientes, algo amarga y también cínica. O, más bien, era algo así como una risa abatida. Como la de un gran villano que acaba de ser atrapado, pero que no les mostrará a sus enemigos que se siente totalmente asustado.
Solo que Aizawa no era un villano. No importaba las malas decisiones que él tomara, Shinsou nunca podría verlo como un villano.
—Entonces, ¿lo comprobaste, Hitoshi? —preguntó Aizawa—. ¿Comprobaste la escoria de padre que he sido todo este tiempo?
Shinsou endureció su propio corazón para poder acercarse a tener una charla con su padre. O con la sombra de lo que aquel hombre alguna vez fue.
Cuando apenas fue adoptado, Shinsou veía a Aizawa como si fuese la luna: brillante, imponente, con un poder tan fuerte que podía mover mareas.
Con los años descubrió que quizá no se equivocaba, pero incluso la luna tenía su lado negativo. No brillaba con luz propia. Y nunca podría haber opacado el calor que otorgaba el sol cada mañana.
¿Cómo haría la luna para brillar desde que sol ya no saldría nunca más=
—Papá, ayúdame —suplicó Shinsou mientras dejaba caer su máscara de hijo resentido—. Ya no puedo hacer esto solo. Las cosas se salen de control bajo mis manos...
—Hitoshi —Aizawa le cortó—, si las cosas se han mantenido en pie hasta este día fue gracias a ti, y solo por ti. En cualquier caso, los hechos a los que debemos atenernos ahora son por mi negligencia como protector. Les he fallado, y merezco estar en dónde estoy...
—¿Y eso es todo? —Shinsou alzó las manos y se golpeó en los muslos de forma ruidosa—. ¿Aceptas tu castigo callado? ¿Dejarás que Eri sufra ante las manos de algún desgraciado solo porque no quieres pagar por tus errores?
—Ustedes están mucho mejor sin mi presencia —respondió Aizawa de forma pacífica, pero las palabras dolían como agujas—. Tendría que haber sido menos egoísta entonces, y buscarles un hogar que los amara de verdad... pero no podía hacerlo. Porque los amo, pero no de la forma en que ustedes se merecen.
Hizo una corta pausa en la que todo pareció mantenerse estático durante una eternidad.
—Si Hizashi me viera ahora...
Los dientes le rechinaron de la rabia y el dolor. Su puño se estrelló contra la pared llena de arañazos.
—¡No somos unas putas mascotas! —bramó Shinsou—. ¡¿Acaso no lo entiendes?! ¡Ni Eri ni yo queríamos una nueva familia! ¡Te queríamos a ti! ¡Te queremos a ti, maldita sea! ¿Sabes lo que es pasar las noches sin dormir por el miedo a que nunca regreses? ¿Tienes una mínima idea lo que duele explicar a una niña de seis años que su padre es un borracho descuidado? ¿O el hecho de no encontrar las palabras suficientes para contarle sobre papá, al cual nunca pudo conocer?
Hitoshi no sabía si eran sus propias palabras o el silencio sepulcral de Aizawa lo que más le dolía. ¿Qué esperaba de su padre? ¿Acaso que estallara en lágrimas, que pidiera perdón por todos esos años?
—Perdóname, Hitoshi —musitó Aizawa sin mirarle a los ojos—. Perdóname.
Shinsou gruñó al escucharlo. Estaba comenzando a molestarse cada vez más.
Él no quería un estúpido perdón. Él no quería que Aizawa se azotara a sí mismo por caer en la depresión y el alcoholismo. No necesitaba ver a su padre suplicando de rodillas. Nada de eso cambiaría la situación en que se encontraban.
Tan solo deseaba que su padre abriera los ojos. Deseaba más que nada en el mundo que Aizawa pudiera tomar las riendas de su vida; que supiera que todavía quedaban razones para seguir vivo y disfrutar de tener salud.
Puede que no lo hiciera por Hitoshi —que ya era adulto, y no tenía problemas en ser grosero y crudo cuando la realidad lo requería—, pero al menos por la pequeña Eri.
Para que Eri no creciera de una forma abrupta como le hizo él.
Para que no fuese Eri la que encontrara muerto al único padre que les quedaba.
Shinsou se dejó caer en una esquina del raído colchón. Quizás un padre normal se acercaría para rodearte con sus brazos y darte un suave beso sobre la frente, susurrándote que todo estaba bien. Que papá estaba allí, que nada podría hacerte daño.
Pero Shouta no era Hizashi. Nunca lo fue, ni tampoco lo sería. Y no le culpaba por ser un padre normalmente frío. Aunque sí le culpaba por no querer abrir los ojos de una maldita vez.
¿Cómo podía estar tranquilo? ¿Por qué no estallaba en ataques de ira y ansiedad como él mismo?
Pensó que Aizawa debía ser de aquellos que todo lo experimentaban por debajo de la piel. Puede que su padre estuviera rompiéndose en el interior; o puede que tratara de mantenerse firme para no poner más preocupaciones en su hijo.
¿Acaso un viejo borracho como él podría pensar en todas esas cosas? No debían ser más que tristes consuelos del mismo Hitoshi.
—¿Cómo crees que un inútil como yo podría ayudarte a encontrarla? —preguntó Aizawa de repente—. ¿Qué puedo hacer yo desde este cubículo al que me confiné por mis propios errores? ¿No haría seguramente más daño...?
—¿Y yo qué voy a saber? —bufó Shinsou—. ¿Acaso debería tener todas las respuestas...?
Solo tengo diecisiete, quiso agregar.
—Pediré un préstamo a Toshinori, no lo sé —continuó—. Pagaré la maldita fianza. ¡Venderé hamburguesas por el resto de mi vida! ¡Ya no me importa!
Se puso de pie tan rápido que sintió un pequeño mareo. La garganta empezaba a picarle por sus gritos roncos y las píldoras que le resecaban todo el interior. Tuvo que frotarse los ojos junto a algunas leves bofetadas para ver si así lograba recuperar la compostura.
El oficial Hawks ya estaba esperándole en la entrada de la celda. No necesitaba decirle nada. Sus diez minutos estaban terminados, pero Hitoshi todavía sentía el nudo que le oprimía el pecho.
Y parecía solo haberse ajustado en esa pequeña charla. Los silencios de Aizawa, y sus palabras llenas de derrota acabaron por arruinarle las pocas esperanzas que tuvo.
Le miró por encima del hombro. Su padre seguía hecho un ovillo de ropa oscura y mal olor en un rincón de la cama. Pero por arte de magia, levantó sus enrojecidos ojos para encontrar la furibunda mirada color índigo de su hijo.
—Si acaso estás interesado de enmendar alguno de tus errores, encuentra la manera de salir de aquí —dijo Shinsou con cuidado, pero el tono firme y determinante—. Búscame. Yo estaré esperándote para trabajar a tu lado.
La nuez de Adán en la garganta de su padre se movió con nerviosismo. Por primera vez en años, Aizawa parecía enseñar algo más que derrota y tristeza en toda su cara.
—Lo haremos por Eri —continuó tras tragarse el nudo en la garganta—. Tú y yo somos todo lo que ella tiene. Nos necesita.
Podía ser temor. Sí. Definitivamente era un profundo miedo, y la realización de que todo podría arruinarse si no dabas un paso al frente.
—Te necesita.
¿Podría su padre tener el valor suficiente para enfrentar los demonios internos que lo asediaban desde hacía tantos años?
—O puedes quedarte aquí, y dejar que las cosas se vayan al diablo —agregó al final—. Supongo que puedes elegir la que te sea más cómoda.
Con aquello dicho, Hitoshi se dio la vuelta y se encaminó a la puerta abierta de la celda que le ofrecía el oficial Hawks.
No se giró a mirar a Aizawa, porque si lo hacía, sabía que todo su plan se iría por el desagüe.
Quizá se estaba equivocando. Quizá su padre no tendría miedo de un mocoso iracundo de diecisiete años que prendería fuego toda una ciudad para encontrar a una hermana perdida.
Y era muy probable que sus esperanzas fuesen en vano otra vez. No tenía que dar un millón de oportunidades a Aizawa, pero allí estaba. Se las daba.
Shinsou esperó que sus palabras al menos removieran algo en el interior de su padre. O que, como mínimo, el temor de perderlos para siempre fuese suficiente para que abriera los ojos.
Kaminari le estaba esperando afuera en medio de la densa noche.
Shinsou no se resistió cuando el muchacho de cabellos dorados pegó un salto desde su lugar en uno de los escalones, y corrió hasta su encuentro para rodearle fuertemente el cuello con sus dos brazos flacuchos.
No estaba seguro de cómo es que Kaminari podía saber que Shinsou necesitaba un abrazo en ese mismo momento.
Posiblemente horas atrás, al borde de un ataque de histeria, le habría alejado de forma brusca. No ahora. Se permitió fundirse en la calidez de aquel gesto. Disfrutó ser envuelto entre sus brazos, y él hizo lo mismo con el otro teniendo solo a la luna llena como testigo.
—Fue un desastre —confesó Shinsou cerca del oído del muchacho—. Mi padre es un jodido desastre.
Kaminari no le dio una respuesta instantánea. Solo se limitó a apretar más fuerte el hombro del cual se agarraba una de sus manos. Shinsou tuvo que inspirar fuertemente para no permitirse echar a llorar otra vez.
No es como si ese chico a su lado no le había visto llorar la mismísima noche anterior. Pero Shinsou tampoco quería abusar de Kaminari como si no fuese más que un paño de lágrimas.
—La buscaremos tú y yo, entonces —susurró Denki con simpatía—. ¡Denki y Hitoshi al rescate!
Shinsou rio, entre amargo y también divertido. Y triste. Siempre triste, porque desde hacía más de doce horas que cada sentimiento venía cargado con una cuota de tristeza.
Él sabía muy bien que Kaminari intentaba levantarle los ánimos. Lo apreciaba. Pero no existía una forma en el mundo que pudiera funcionarle.
Sus esperanzas solo conseguían caer en picada, cada vez con más velocidad. Como si se hubiera trepado al Empire State en Nueva York y se lanzara desde la punta más alta hacia el vacío.
Con cada segundo que transcurría... Shinsou estaba más seguro de que sería pronto engullido por el vacío.
Estaba tan oscuro que ni la fuerte mano de Kaminari sería suficiente para traerle de regreso.
Le apretó de regreso. No precisamente como un gesto de consuelo —sino, más bien, como una manera de apaciguar los nervios a los que se sometía su propio cuerpo en ese momento.
—Me asusta —confesó Shinsou con la voz más baja para que no se le rompiera—. Me asusta que sea demasiado tarde, Kaminari.
Se calló, entonces. Si continuaba hablando, Shinsou sabía que acabaría por romperse.
¿De qué servía si se rompía? ¿Qué clase de ayuda habría sido para Eri, si sus piezas estaban desperdigadas por todo el suelo y no podían buscarla hasta el fin del mundo?
Los niños huían de casa todo el tiempo. Los niños se perdían. Y, también, encontraban el camino de regreso.
Pero estaba tan abatido, y cansado, que Shinsou no era capaz de quitar la mancha negra de pesimismo de cada uno de sus pensamientos.
Los suaves dedos de Kaminari le acariciaron la mejilla con las yemas. Shinsou cerró los ojos, dejándose llevar por la pequeña caricia que parecía como un temporal bálsamo para la tristeza y la amargura.
—Te llevaré a mi casa —dijo Kaminari con una radiante sonrisa—. ¡Te conseguiré algo de comida, y puedes dormir un par de horas en mi cama! Ah, no es el lugar más limpio, me tendrás que perdonar...
—No —respondió tajante—. Yo no puedo...
Kaminari transformó la caricia en un golpecito lo suficientemente fuerte sobre la mejilla. Al menos para descolocarlo por un par de segundos.
—¡Tu trasero es el que no podrá, maldito Shinsou! —exclamó Kaminari—. ¡No recogeré tu cadáver cuando caigas fundido en un par de horas!
—No es como si yo fuese a ser capaz de dormir sabiendo que mi hermana está...
—Tu hermana está siendo buscada por Midoriya y su pandilla —Le cortó Kaminari—. ¡Y por mi pandilla!
—¿Cómo? —Shinsou se sorprendió gratamente al escuchar esas palabras.
—Bakugo, Kirishima, Jirou, ¡todos ellos! —Kaminari se soltó de Shinsou solo para estirar los brazos con emoción—. ¡Se han pasado todo el día buscándola por todas partes! ¡Y mira!
Kaminari se apresuró en buscar su teléfono en los bolsillos traseros. Toqueteó la pantalla un par de veces hasta que la luz de la misma se encendió. No tardó en encontrar lo que buscaba en una historia de Instagram.
Shinsou se alejó un momento a causa del brillo de la pantalla. Achinó los ojos para leer con cuidado, mientras tomaba el teléfono entre sus dedos, y sintió que su corazón daba un vuelco por la emoción.
La radiante sonrisa de Eri ocupó toda la pantalla. Tenía su pelo claro trenzado de forma torpe —así como lo hacía Midoriya cuando estaban juntos. No era una sorpresa encontrarla abrazada al chico en la fotografía.
No podías ver el rostro de Midoriya ya que estaba recortado, pero sus fuertes brazos y manos con cicatrices rodeaban la cinturita de Eri. La foto era reciente, ya que su diente todavía no estaba terminado de crecer. Incluso tenía puesto su pijama nuevo y amarillo con margaritas —regalo de Mirio— que tanto le gustaba.
En el centro de la imagen, rezaba lo siguiente con letras blancas y un resaltado en color rojo:
AIZAWA ERI, 6 AÑOS
PERDIDA DESDE ESTE SÁBADO EN LA MAÑANA
CUALQUIER INFO, DATOS, ¡¡LO QUE SEA!! COMUNICARSE CON SHINSOU HITOSHI O MIDORIYA IZUKU
SE RECOMPENSARÁ CUALQUIER AYUDA
Kaminari debió verle pasmado, ya que fue él quien apretó la pantalla una y otra vez para que las historias de Instagram corrieran.
Pero el rostro de Eri no desaparecía. Debajo de cada diferente usuario —cuyos nombres reconocía de la escuela, pero muchos eran desconocidos todavía— su sonrisa brilló junto a las chillonas letras con la información de rescate.
No tenía idea de quién comenzó aquella cadena en redes sociales, pero ahora era imparable. Sintió una especie de calidez en su corazón al pensar en todos esos desconocidos que aportaban su granito de arena para que una dulce niña regresara a los brazos de su familia.
Los ojos de Shinsou se aguaron al ver esa pequeña carita redonda y esa sonrisa a la cual le faltaba un diente.
Casi podía imaginársela sonriendo mientras Toshinori les tomaba la fotografía. En su mente, la escuchaba riendo a carcajada luego de que Midoriya seguro la llenara de cosquillas y besos en la mejilla.
Esa foto no podría tener más de veinticuatro horas. Eri todavía estaba sana, feliz, viva.
Él tenía que encontrarla otra vez.
Tenía que ver esa sonrisa, no solo una vez más, sino un número infinito de veces. Tenía que velar por esa felicidad tan inocente e infantil.
Daría su vida si fuera necesario. La daría en ese mismo instante.
No, se dijo a sí mismo. No podía dar su vida. No todavía.
Primero debía asegurarse que Eri estaba a salvo y de regreso. Esa era la prioridad. Y segundo...
Shinsou arrastraría a Chisaki Kai hasta el infierno. No descansaría hasta volver la vida de ese miserable un completo infierno.
Por suerte, antes de que su corazón se siguiera llenando con aquel rencoroso veneno, la mano de Kaminari le trajo de regreso hasta el mundo de los mortales.
Pero fue su sonrisa la que le hizo recuperar la paz por tan solo un momento.
—Muchos están ayudando a Eri —dijo Kaminari—. ¡Ah! Cuando publiqué la primera imagen no creí que tendría tanta difusión...
—¿Fuiste tú? —preguntó Shinsou con inmensa sorpresa.
Kaminari se llevó una mano al pecho. Se veía visiblemente ofendido, pero de una manera exagerada y estúpida.
—¡Eso es cruel, Shin! —chilló—. ¡Estás subestimando mi gran poder en redes sociales! ¡Soy todo un influencer!
Shinsou se cruzó de brazos. Arqueó una ceja.
—Tus quinientos veintitrés seguidores y yo estamos dudando de eso.
—¡Eso es grosero! —Kaminari le dio un golpecito en el pecho—. ¡Todavía estoy creciendo en las redes! ¡Es todo un proceso!
Su boca fruncida sacó una sonrisa a Shinsou. La sonrisa no duró demasiado, ya que una voz en su cabeza le decía que todo aquello estaba mal.
No debería haber estado riendo o coqueteando con Kaminari en una situación así. Tenía que enfocar todas sus energías en encontrar a Eri.
Reírse era solo un mecanismo de defensa para fingir que todo estaba bien. Y aunque no podía culparse por ello, se odiaba por buscar maneras de escapar del desastre que era la realidad.
Kaminari lo supo en cuanto se le esfumó la sonrisa. Sus manos volvieron a buscar las suyas para apretarlas cerca del pecho.
—A lo que voy es que... —suspiró—. El mundo entero está preocupándose por Eri. Bueno, al menos nuestra ciudad, ¡lo cual es mucho!
—Kaminari...
—Pero no por eso vas a descuidarte a ti mismo —continuó Kaminari tras ignorar el tono de Shinsou—. Solo tú puedes cuidarte. Y, si no te cuidas a ti mismo, no serás capaz de cuidar de Eri cuando la recuperemos, ¿me entiendes?
Kaminari podía ser un bobo despistado, pero no era un idiota como la mayoría le pintaban. El pasarse tantas horas leyendo historias ficticias con un millón de posibilidades y escenarios le hacía ser un poco más despierto ante las circunstancias.
La batalla no terminaba en cuanto Eri regresara a sus brazos. Aquel sería solo el comienzo.
Servicios sociales continuaría al acecho. La policía todavía tenía a su padre. Chisaki seguía siendo su vecino.
Shinsou tenía solo un pequeño lapso de tiempo para volverse más fuerte.
Y luchar contra todos ellos para que no lo alejaran de la persona que más amaba en el mundo.
—Ven conmigo —El otro sonrió, y sus ojos brillaron con tal fuerza que sus rodillas temblaron ante la imagen—. Y déjame que te ayude a cuidarte.
Shinsou no supo qué decir. Vaciló un instante, y la parte de su cuerpo que seguía histérica solo quería gritarle que dejara de insistir con aquello.
Pero esas manos que lo sujetaban, de dedos largos y flacuchos, eran lo suficientemente fuerte como para hacerle desear el hecho de sentirse cuidado.
De poder ser él a quien protegieran del horrible mundo en el que vivían.
—Al menos por esta noche —continuó Kaminari con gran emoción—. ¡Y te prometo que nadie podrá evitar que mañana demos vuelta esta condenada ciudad hasta que encontremos a Eri!
He tenido los días más pesados del mundo ;;-;;
Pero aquí estoy, sobreviviendo (?) y espero les haya gustado el capítulo de hoy, y pues ustedes ya saben... ¡no odien a Aizawa todavía! Soy una persona que cree que el cambio no es de la noche a la mañana, y Aizawa necesita que le caiga la ficha antes de poder abrir los ojos finalmente.
Y lo hará, créanme! Aizawa no es un villano aquí, no he planeado que lo sea, solo es un hombre demasiado torturado. Y obvio, hablar en prisión no es la mejor forma de sincerarse con su hijo...
¿Quién tiene teorías?! Pueden dejarlas por acá! --->
También quiero contarles que ya hice una maquetación del final de este fic >:'0 y la verdad es que no me equivocaba... a partir de ahora, quedan cinco capítulos y el epílogo.
Dependiendo de si están quedándome muy largos, quizás... solo quizás... puede ser que le agregue un capítulo más. Pero ya cada acción del final está decidida, es solo cuestión de ver cómo va quedando ;;;
Ya me puse sad (?) mejor lo cortamos acá antes de que llore xD
¡Muchas gracias por todos sus hermosos comentarios y el apoyo! Ustedes saben que los adoro. Y como digo, he tenido unos días bien pesaditos... ténganme paciencia con lo que todavía me falta escribir ;-; pronto lo traeré.
Nos vemos el próximo jueves! Besitos.
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