Capítulo 23 - Parte I
Atención:
1- Okay, antes de que me ustedes me maten xD ¡Dividir el capítulo fue super necesario! Yo sé que dije que lo subiría completo, y que tendremos la verdad, pero...
Les explico mejor en la nota de autor mis razones ;u; creo que acabarán coincidiendo conmigo en que es lo mejor
❝Amor de mi vida, me lastimaste.
Me rompiste el corazón, y ahora me dejas.
Amor de mi vida, ¿acaso no puedes verlo?
Devuélvelo, devuélvelo.
No me lo quites, porque tú no sabes lo que significa para mí❞
Love Of My Life — Queen
Cuando cumplió ocho años, sus padres le regalaron un gatito de pelaje negro.
Él había soñado con un siamés, pero no importaba. No tenía deseos —ni el derecho— a hacer un berrinche solo porque el gato no fuese como el que su mente soñaba.
Más que nada, Hitoshi soñaba con tener un animalito que le hiciera compañía. Y los perros le asustaban un poco, así que los gatos no podrían haber sido más perfecta opción.
—¡Feliz cumpleaños, Toshi! —Hizashi sonrió mientras le tendía al animalito envuelto en lazos azules de seda—. ¡Espero que puedan hacerse buenos amigos!
—Un gato no es un amigo —gruñó Aizawa—. Es una responsabilidad que Hitoshi tendrá que asumir. No es fácil cuidarles, pero espero que así comprenda lo que es ser responsa-...
—¡Shouta, no seas amargo! —bufó su otro padre—. ¡Te aseguro que no hubieses querido escuchar un sermón sobre la responsabilidad a los ocho años! ¡Y mira que tenías media docena de gatitos en tu casa!
Aizawa resopló abatido —cualquier pelea con su esposo era inútil. No es como si le importara, porque lo único en lo que pensaba en ese momento, era en no echarse a llorar sobre la bolita de pelos que ahora dormitaba en el hueco de sus infantiles bracitos.
Al final, Hitoshi le llamó Sombra, porque cada vez que se paseaba por la casa era como si un demonio sacado de los avernos se paseara por allí. Un demonio de ojos esmeralda que exigía leche, caricias y un lugarcito caliente a los pies de su cama para velar por los sueños de su pequeño amo.
Se había tomado demasiado en serio las palabras de Aizawa acerca de ser responsable: llevaba un pequeño calendario sobre los horarios de comida, cambiaba las piedras de su cajita de arena —aunque, al final, era Aizawa quien terminaba haciéndolo por él para evitarse el desastre que provocaba Hitoshi—, y le sacaba a pasear una vez a la semana con su pequeño arnés morado que tanto le gustaba.
Hitoshi había sido feliz con Sombra. Quería creer que Sombra también era feliz a su lado, a su felina y extraña manera.
Porque antes de que cumpliera los nueve años, el pequeño Sombra se fue de su vida tan rápido como llegó.
Hitoshi no escuchó mucho de la explicación, ya que solo lo supo cuando regresó de la escuela: un perro. Un carro. El cielo de los gatos y que ya estaba descansando en paz.
—Se fue muy rápido, hijito —dijo Yamada con lágrimas en los ojos—. ¡Él no sufrió, y además tuvo una vida feliz! ¡Sombra sabía que le amaste mucho, mucho, mucho!
—No entiendo —Hitoshi negó con la cabeza, hiperventilando cada vez con más fuerza—. Si Sombra sabía que yo lo amaba, ¿por qué se fue?
Su papá le miró con los ojos brillando. El hombre que alguna vez se vio como el sol siempre era ruidoso —y no es que a Hitoshi le molestara eso, al contrario; le encantaba—, pero la tarde que recibió la noticia acerca de Sombra era como si no tuviera las suficientes fuerzas para hacer muchos sonidos.
Y Hitoshi lo comprendía, porque las palabras apenas eran capaces de salir de forma atropellada de su boca. Sentía un nudo en el pecho que le hacía doler de una forma que jamás había sentido.
Ni siquiera cuando era un niño solitario en el orfanato.
Ni tampoco cuando murió su madre. Él ni podía recordarla.
Tal vez fue porque aquella tarde, el pequeño Shinsou Hitoshi de casi nueve años, comprendió lo que significaba perder lo que amabas.
Perderlo para siempre.
—¿No lo amé lo suficiente? —preguntó Hitoshi con lagrimitas en los ojos, apretando los bordes del uniforme con sus pequeños puños—. ¿Me faltó d-darle amor...?
Su padre le observó con horror. No lo entendía en ese momento, pero el Shinsou adolescente sabía que era porque a una persona —como padre— debía dolerle en lo más profundo ver a su hijo machacarse por algo sobre lo que no tiene control.
Como lo era la muerte.
—Cariño, a veces... —Su papá se frotaba la cara, casi como si aquel gesto le ayudase a descubrir qué palabras decir para consolar a su hijo que empezaba a derramar lágrimas—. A veces, los animalitos y las personas no se van porque ellos quieren...
Hitoshi rompió a sollozar más fuerte de forma inevitable. No pasaron ni cinco segundos hasta que Hizashi le envolvió en un abrazo contra su delgado cuerpo, acariciando la espalda y los cabellos alborotados de su hijo.
Se recargó contra el cálido hombro de su padre, que olía a coco y colonia de hombre, pero ni siquiera eso era suficiente para detener sus calientes lágrimas en honor a Sombra.
Porque dolía. Pensar en ello dolía, pero era un dolor distinto a rasparse las rodillas o quemarse la lengua con la salsa que tu padre te advertía que no tomaras de la olla: dolía a un nivel más silencioso, más oculto, más difícil de alcanzar.
Era la simple idea de pensar que ya nunca más vería a Sombra lo que le destrozaba su corazón de niñito: no más paseos en el parque con el arnés, no más calendario para alimentarle, no más calor y ronroneos a sus pies...
No más Sombra, en pocas y duras palabras.
—Ya, ya, Toshi —murmuró cerca de su oído, casi como si estuviera cantándole una canción de cuna—. La verdad es que nadie casi nunca quiere irse; las personas les damos tanto amor, y a todos nos aterra dejar atrás a todos esos que nos aman de forma incondicional.
Su yo más adulto habría tal vez apreciado esas palabras, pero no se podía esperar que un niño de ocho años las comprendiera en absoluto.
Hitoshi lloró en los brazos de su padre. Y, en el fondo, casi sin darse cuenta... aprendió por primera vez acerca de la muerte de aquellos que uno ama.
Las cosas no estaban excelentes en su casa, pero estaban bien —a su extraña manera.
El pequeño Hitoshi extrañaba a Sombra, y se había negado a obtener otro gato, aunque su padre intentó convencerlo de ello. Pero para él no tenía sentido: ninguno de esos otros gatos sería Sombra.
¿De qué servía adoptar otro gatito? Él no quería sentir como si le reemplazara, porque no había sustituto para su adorada mascota en su corazón.
Al menos, desde el hecho, sus padres lo llevaban de picnic todos los domingos. Era de los pocos días que podían pasar juntos: Shouta enseñaba en una escuela diferente a la suya por las mañanas, mientras que Hizashi desempeñaba más de tres cargos que le ocupaban casi todo su día. Incluida la noche, cuando debía correr al programa de radio que conducía en plena madrugada y que tenía prohibido escuchar.
Solo los domingos podían pasar tiempo los tres a solas. Y era divertido: sin importar que Shouta y Hitoshi estuviesen serios como de costumbre, y Hizashi intentase llamar la atención con alguna de sus ruidosas monerías.
Disponían una vieja manta color amarillo —como le encantaba a Hizashi— sobre el césped color esmeralda, y llenaban una cesta con galletas caseras, sándwiches de varios tipos, cajitas de zumo, e incluso un pequeño recipiente lleno de agua que su padre utilizaba para depositar todas las flores o gajos de los árboles que se cortaban solos por el viento.
—¡Toshi, me han enseñado en el trabajo un truco de magia que te va a encantar! —exclamó su papá—. A ver, necesito un mazo de cartas...
—¿De dónde vas a sacar un mazo de cartas un domingo en el parque, anciano? —intervino Aizawa—. No te atrevas a molestar a la parejita jugando al truco allá. No.
Hitoshi apretó los labios con una risilla mientras se cubría la boca. El tono duro de Aizawa contra Yamada solía ser divertido, sobre todo por la manera en que reaccionaba el segundo cada vez que era regañado.
—¡Pero, Shouta...! —rezongó—. ¡Nunca nos dejas divertirnos!
—Porque tu diversión siempre acaba con uno de nosotros en la cárcel —soltó Aizawa—. Hitoshi, esa es una historia que nunca debes preguntar, ni cuando seas mayor...
—¡No vuelvas al niño un amargado como tú! —Se quejó Yamada a viva voz—. ¡Mira, ni siquiera quiso ir a jugar con los otros niños!
Hitoshi se abrazó entonces las rodillas. Su papá no se equivocaba, ya que él en serio no quería jugar con el grupo de niñitos que invadían los juegos metálicos del parque.
Él no estaba acostumbrado a divertirse con otros niños. En la escuela, Midoriya Izuku —el hijo del amigo de sus padres— solía buscarlo para jugar a policías y ladrones con su grupito de amigos. Pero él no quería.
Los recuerdos del orfanato y los engaños para hacerlo salir de su zona de confort, para así luego gastarle una broma pesada, le venían una y otra vez como si fuesen bombas repentinas.
Y Hizashi no estaba ayudando en absoluto. Su padre era ruidoso, extravagante, avasallador —él no tenía problemas en entablar amistad con cualquier persona, incluso con las ancianitas en la fila del supermercado.
Shouta era más como él: tranquilo, reservado, silencioso. Aunque Hitoshi a menudo escuchaba la palabra tímido, cuando se referían a él; una cualidad que su padre no tenía.
Él simplemente no quería hablar con las personas.
—Déjalo ser —resopló Shouta—. Es domingo. Puede divertirse como se le dé la gana.
Yamada siempre rodaba los ojos cada vez que tenían esa conversación —lo cual era muy seguido. Sus padres parecían discutir por cualquier cosa nimia, siempre y cuando fuese en torno a Hitoshi.
—¡Pero él se siente solo! —Su papá bramó. Al darse cuenta que su hijo le miraba con grandes ojos confundidos, Hizashi sonrió antes de carraspear—. Como te digo, Shouta... Toshi necesita amigos. ¡Necesita liberarse más!
—Midoriya es su amigo —Aizawa encogió los hombros—. Si tanto te preocupa, le diré a Toshinori que traiga al niño a nuestra casa alguna tarde.
Hitoshi quiso reclamar, pero se limitó a hacer una mueca. No es que Midoriya le cayera mal —es solo que él no tenía ganas de hacer amigos.
No es como si se aburriera, o se sintiera solo. Leía algunos libros que encontraba en la biblioteca de sus padres, y también miraba la televisión. Incluso salía a andar en bicicleta con Aizawa tres veces a la semana desde que obtuvo la suya y aprendió a utilizarla.
El silencio que reinó entre sus padres fue incómodo. Nadie más que Hitoshi comía —y nunca había deseado tanto que uno de sus picnics semanales se terminara de una vez.
Yamada inspiró y exhaló aire de manera ruidosa varias veces. Aizawa se echó boca arriba sobre el espacio entre la manta y el césped, dejando que el sol le calentara su pálida y grisácea piel.
A la luz del sol, Hitoshi podía ver la incipiente barba de su padre. Quería tocarla, ya que era divertido sentir la forma en que esta le raspaba la piel. Sin embargo, fue Yamada el que se le adelantó —acariciaba suavemente el rostro de su marido con los nudillos de la mano, sonriendo hacia el otro pese a que tenía los ojos cerrados.
Hitoshi se sonrojó. Puede que llevase años junto a sus padres, pero no terminaba de acostumbrarse a las muestras de afecto tan explícitas.
A él no le gustaban mucho. Aizawa rara vez le abrazaba, aunque Yamada lo hacía cada vez que tenía la oportunidad —eso no quitaba que le siguieran incomodando un poco el amor en general.
—¿Sabes, Shouta? —Hizashi dijo sin dejar de acariciarle—. Se me ha ocurrido una idea para que Toshi no se sienta ya solo.
—¿Hm? —inquirió su padre, todavía recostado sobre el césped de forma relajada.
Hitoshi estaba curioso. Se sobresaltó cuando la mirada de Hizashi se levantó para encontrarse con la suya —incluso le guiñó un ojo de manera juguetona, antes de regresar hasta la imagen de su esposo recostado.
—Es eso que hablamos el otro día —soltó con nerviosismo—. Sobre... tener un hermanito.
Hitoshi no pudo evitar ahogar un jadeo de sorpresa al escuchar esa palabra. Incluso Aizawa dio un respingo, abriendo sus ojos inyectados en sangre con repentino asombro de que Yamada soltara algo como eso de manera tan liviana.
Tuvo miedo de que sus padres empezaran a discutir otra vez. Si la misma presencia de Hitoshi generaba discrepancias y discusiones entre sus padres, no tenía idea lo que podía provocar otro niño en la casa.
Especialmente si era un niño raro como él. Y de repente tuvo miedo, ¿y si su futuro hermano era de la manera que Hizashi deseaba que fuera?
Tal vez podría brillar como un sol, y jugar con otros niños, y no pasarse las noches llorando por su gato que llevaba muerto durante meses. No es como si su papá le hiciera sentir como menos, al contrario de eso —pero Hitoshi tenía esa semilla de inseguridad que le hacía pensar que no era lo que su papá buscaba cuando le eligió en el orfanato.
Pero para su sorpresa de nuevo... Shouta no replicó a la insinuación de Hizashi.
Su gesto su ablandó. Y quizá fuese un efecto de la luz; pero Hitoshi estaba casi seguro que vio a su padre sonreír.
Su hermanito no llegó hasta poco antes de que cumpliera los diez años.
O debería haber dicho mejor hermanita.
—Esta es la pequeña Eri, Toshi —dijo Hizashi una tarde que lo dejaron a cuidado de Toshinori en su casa—. Saluda a tu hermana.
Midoriya —que era más bajito y mucho más curioso que él— brincó apoyado en sus hombros para chismear el bultito de mantas rosadas que yacía entre los brazos de Hizashi.
Escuchó al niño jadear asombrado y con completo éxtasis.
—¡Es un bebé! —chilló Midoriya con los ojos brillando y un agujero en su sonrisa en donde debía tener sus colmillos de leche—. ¡Yo también quiero un bebé!
—Izuku —regañó Toshinori de forma suave y divertida—. Deja al joven Shinsou que conozca a su hermana, no seas chismoso.
—¡Pero...!
Toshinori tomó a su hijo en brazos mientras daba pataletas en el aire. Hitoshi se sorprendió por el hecho de que Midoriya no se echara a llorar en cuando Aizawa y Yamada entraron por la puerta con un bebé en brazos.
Después de todo, su madre —Inko— falleció luego de que intentara dar a luz a su primer hijo con Toshinori. Y el pequeño había sufrido mucho casi dos años atrás tras la partida de su progenitora, pero no veía un atisbo de tristeza en sus enormes ojos verdes.
Midoriya estaba emocionado con la idea de tener un bebé a tan escasa distancia. O, al menos, estaba más emocionado que Hitoshi.
Aizawa le hizo una seña para que se acercara. Él quería hacerlo, pero le daba miedo al mismo tiempo. Yamada se había hincado sobre su rodilla para estar a la altura de Hitoshi; Aizawa hizo lo mismo, pero abrazando a su marido por los hombros.
Dio un par de pasitos vacilantes.
De fondo, Midoriya seguía insistiendo para poder acercarse a besuquear a la pequeña Eri. Sus padres continuaban mirando a Hitoshi de manera suplicante; le tendían el bultito de mantas color rosa pastel y que olía tan suave como un algodón embebido en perfume de bebé.
Cuando asomó la cabeza, no esperaba encontrarse con un ser humano tan pequeñito y tan arrugado, con una incipiente pelusilla blanca que le cubría la cabeza. Su piel era todavía más pálida que la suya, pero no estaba cubierta de mugre o raspones típicos de la infancia: era como una tersa capa de porcelana, que la hacía ver todavía más como una muñequita de ojos cerrados y con una respiración tan suave que podría arrullarte para dormir.
No podía tener más que un tres o cuatro meses de edad —sabía que sus padres llevaban meses con el tema de la adopción, por lo que Eri debió ser abandonada a una edad todavía más pequeña que la suya.
Y de repente, Hitoshi sintió una inmensa necesidad de proteger a ese pequeño bebé. Puede que nadie estuviese allí para protegerlo a él cuando tenía ese tamaño, pero Eri había nacido con una estrella diferente: tenía la posibilidad de no sufrir el dolor, el abandono, el rechazo.
Podía crecer siendo feliz.
Él se encargaría de que así fuera.
En ese entonces, no pensó que aquello podría ser demasiado pesado para un único niño.
—¿Quieres cargarla? —preguntó Hizashi con emoción, tendiéndole más cerca al suave bebé que dormitaba en sus brazos—. Si te sientas en el sofá, puedes cargarla un momento.
Y Hitoshi, cuyos ojos índigos habían comenzado a brillar pese a no darse cuenta de ello, le contestó a su padre sin vacilar:
—Sí.
Eri era el bebé más tranquilo que jamás conoció. No es que conociera a muchos bebés, pero no tenía dudas de que su hermana era algo así como un angelito caído de los cielos. Un ángel que le fue enviado para que tuviera esperanzas y dejara de sentirse solo.
Ella rara vez lloraba, pero cuando lo hacía, solo necesitabas mecerla un poquito entre tus brazos para que se durmiera otra vez; era como si el simple contacto con otra persona fuera suficiente para que se sintiera a salvo otra vez.
Sus padres solían dejarle a Eri a cargo, pero no como una carga pesada; sino porque Hitoshi les suplicaba poder cuidar de su hermanita. Le encantaba preparar la fórmula de leche tibia y verla emocionarse como un cachorrito cada vez que olfateaba el biberón demasiado cerca de ella.
También le contaba historias. Eran historias aburridas, por supuesto —Hitoshi no tenía demasiadas aventuras para narrarle a su hermanita de pocos meses.
Le contaba cosas de la escuela, o de Midoriya y Uraraka —la niñita que rara vez se separaba de su único amigo—, o incluso algunas historias divertidas de sus padres. Como cuando Yamada se comió la última rebanada de tarta de coco de Aizawa; y fingir inocencia se le dio tan mal que acabó echando refresco por la nariz gracias a las estridentes carcajadas.
Su hermana no decía nada. No es como si pudiera. Solo se limitaba a verle con esos inmensos ojos con los que fue dotada, y estirar sus manitas hacia él cada vez que escuchaba la voz de Hitoshi.
Él no podía hacer mucho más, pero no necesitaba más que eso. Solo dejaba que los deditos de su hermana le exploraran el rostro, aunque se volvía un poco más torpe con el paso del tiempo. Eri había aprendido a jalarte del cabello y darte golpecitos que le sacaban sonrisas desdentadas.
—Ya, ya —Hitoshi trató de sacarse sus manos de encima del cabello una tarde, pero la pequeña Eri de seis meses era mucho más fuerte—. Al final, creo que quien tendrá que defendernos de los bravucones será otra...
Eri sonrió dando algunas pataditas. El pelo blanco cada vez le cubría más parte de la cabeza, y comenzaba a verse como una niñita. O lo que se suponía que debía ser una niña, porque para Hitoshi esas cosas seguían sin tener sentido alguno.
—¿De todo te vas a quejar, Shouta? —Escuchó que Yamada vociferó desde el piso de abajo—. ¡Al final, a ti nada te cae bien!
Hitoshi sintió que se encendían las alarmas en su cabeza. Llevó un dedo a sus labios para que Eri dejase de balbucear animadamente hacia él —muy pronto diría sus primeras palabras, pero aquel no era el momento idóneo.
La acorraló entre almohadones y peluches en la cama de sus padres. Ella se entretuvo intentando mordisquear su propio pie, y fue entonces que aprovechó para acercarse de puntillas hasta la puerta entreabierta.
Los gritos de sus padres se hicieron todavía más contundentes e intimidantes.
—¿Yo soy un amargado? —masculló Aizawa con su usual tono ronco, pero amenazante—. Tú eres un maldito inconsciente. ¿Cómo se te ocurre llevar a Hitoshi y Eri en el carro, ambos en el asiento de adelante, sin cinturón de seguridad...?
—¡Vamos, Shouta! —Yamada rio—. Solo fuimos por helado. No es nada. Necesitaba descanso, sabes que tuve que hacer toda una campaña gráfica para ese partido político... solo fueron diez minutos.
—Y esos son nueve minutos más de los que se necesitan para que ocurra una tragedia —Hitoshi escuchó otro gruñido—. En serio, no sé qué pasa contigo. Estás más imprudente que de costumbre.
Hitoshi se sujetó de los barandales, con los puños temblando. No es que tuviera miedo de que sus padres levantaran la voz de tal forma; sino el hecho de que esas situaciones eran cada vez más cotidianas.
Aizawa regañaba mucho a Yamada —y su papá siempre reía como si quisiera quitarle peso a la situación, lo cual enfurecía todavía más al hombre que era su marido.
Hitoshi se molestaba con Aizawa, también. Yamada no merecía que lo cuestionaran por cada decisión que tomaba. La idea del helado esa mañana de sábado fue suya, porque hacía mucho calor y quería que Eri probara uno.
Lo cual había derivado en otra pelea de sus padres.
—Y sabes que la niña no puede tomar helado con seis meses, Hizashi, por el amor a los dioses —Vio que Aizawa se frotaba las sienes—. ¿Acaso quieres matar a nuestra hija?
Su papá, siempre sonriente y divertido, cambió su mueca de repente. La boca, debajo de su divertido bigote rubio, se convirtió en una línea recta y sin expresión.
—¿Cómo puedes acusarme de eso, Shouta? —espetó—. ¿Crees que no amo a nuestros hijos? Estoy seguro que lo demuestro mejor que tú...
Hitoshi se dio la vuelta. No quería escuchar las cosas que seguían.
Regresó rápidamente de puntillas hasta donde yacía Eri, que se había quedado dormida entre sus peluches de unicornio que le regalaba su padrino Toshinori.
Se recostó al lado de su hermanita; le sujetaba la mano con suavidad, y entre sus sueños, ella le devolvió el agarre en uno de sus dedos. La imagen era tan tierna y derretía su corazón al punto que el labio le tembló hasta formar una sonrisa.
Eri debía ser el único lugar feliz en la casa. Mientras estuviera con Eri, que sus padres siguieran discutiendo por cosas que no tenían ningún sentido para su mente infantil —al menos Hitoshi ya no estaba solo.
Ni lo estaría nunca más.
Vean el lado positivo... ¡podemos tener una semana más de teorías! xD
Okya, mejor les explico mis razones para dividir el capítulo, cuando se suponía que lo subiría completo: de momento, solo tengo escrito hasta el 24
Y no sería un problema hacer el 25 hasta la otra semana, pero en este momento estoy súper enfocada en DHYL y otro short fic que ya casi termino y publicaré pronto. Sin mencionar, que tengo la cabeza en otra parte y ando distraída con todo. Casi ni me di cuenta cuando ya no tenía mas capítulos para subir xD
Así que tenía tres opciones: subir el 23 completo y el 24 la otra semana, y esperar a ver si tenía el 25 y andar al día (cosa que no quiero); tomar un break de una semana para ponerme al día (que tampoco quisiera); o dividir el capítulo, y darme dos semanas para ponerme al día y ustedes siguen teniendo capítulo todas las semanas ;u;
Pero ahora si, el próximo es el final de este flashback... y descubriremos todos! Última caja de teorías (sobre este tema)... o pueden teorizar que ocurrirá luego de saber la verdad! ——>
Muchísimas gracias por su apoyo, las palabras, la confianza, todo ♥️ no he tenido una semana fácil y ando como un ente, pero pensar en escribir y traerles algo me ayuda a distraer mucho. Estén atentos porque voy a subir una historia corta medio loca pronto xD que tiene angst y fluff como me gusta
Nos vemos el otro jueves! Besitos ♥️
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