Capítulo 22
❝El momento es perfecto, tu perfume llena mi cabeza.
Las estrellas se ponen rojas, y oh, el cielo es tan azul.
Y entonces voy y lo arruino todo
diciendo algo estúpido, como que te amo❞
Something Stupid — Frank & Nancy Sinatra
Shinsou tenía vergüenza de admitirlo... pero, ¿la verdad?
Podría decirse que se encontraba un poco emocionado de poder regresar a la casa de campo junto a Kaminari.
Midoriya no dejaba de molestarle por ello; aunque Uraraka estaba silenciosa, pero quizá tendría otros problemas más que molestarle como siempre. De cualquier forma, ambos prometieron dividirse sus tareas el viernes en el All Might's; incluso Toshinori accedió a pasar un día de picnic los dos solos junto con Eri.
Aizawa pasó también por la casa, pero rara vez se encontraba despierto como para prestar atención a lo que Shinsou decía. Sin embargo —y después de los eventos de su cumpleaños; tema que nadie volvió a tocar en la casa—, se prometió que dejaría una nota a su padre para que estuviera al tanto de todo.
Shinsou tenía ya vía libre para fugarse en cuanto quisiera.
Pero incluso Eri lo notaba —que terminaba ella con regaños hacia su hermano mayor por estar distraído en una nube, cuando se suponía que en realidad tenía que prepararla para sus exámenes.
En el transcurso hasta el viernes, ambos se vieron demasiado poco. Kaminari era una persona bastante sociable y ocupada, y Shinsou trató de no comerse la cabeza por su repentina desaparición. Se dijo a sí mismo que estaría pasando el rato con Jirou o cualquiera de los demás...
No podía ser algo grave.
Decidió no darle muchas vueltas al asunto. Él mismo se sentía diferente y renovado, a medida que las heridas de su cuerpo por la paliza con el vecino comenzaban a sanar —apenas podías distinguir las manchas moradas a lo largo de su cara, y el ojo ya estaba más que normal luego de varios días. Varios días que, incluso, ni siquiera tuvo que ver la horrorosa cara del vecino husmeando desde el pórtico. Las cosas parecían estar acomodándose de forma mejor.
Era casi como una metamorfosis para dejar atrás las heridas, tanto internas como externas, y así dar paso a un nuevo Shinsou que ya no quería sentirse miserable.
Eso no le hacía feliz —y aunque fingir que era feliz y no vivía en una tragedia tampoco ayudaba demasiado, era mucho mejor que hundirse en la mierda todo el tiempo. Podía decir que era una especie de limbo, en donde las cosas no mejoraban ni empeoraban; pero, al menos, Shinsou podía vivir en una temporal paz que nunca había conocido.
No quería pensar en Chisaki. No quería pensar en su casa viniéndose abajo. No quería pensar en cualquier problema que le arruinase sus tres días de descanso.
Todos sus miedos y ansiedades se terminaron de disipar en cuanto el muchacho se apareció en su casa el viernes en la siesta, con su flamante Volvo amarillo en la entrada y sonriendo como si fuese un vulgar galán de telenovela con los anteojos en forma de corazón puestos...
Eri le miraba curiosa —primero a Shinsou, después a Kaminari. Era como si su cabecita infantil intentara comprender lo que sea que se estuviera cocinando en ese momento, pero no pudiera descifrarlo del todo.
Pero ni siquiera el mismo Shinsou lo sabía.
¿Cómo podría habérselo explicado a su hermana menor?
—Kaminari —inquirió Eri, pestañeando con sus enormes ojos desde el asiento trasero—. ¿Puedo preguntarte algo?
Kaminari le dio una sonrisa galante. Él siempre lo hacía de esa forma, como si quisiera comerse al mundo y todos los humanos que habitasen en él.
Estúpido Kaminari. Estúpida sonrisa.
Estúpido Shinsou que se fijaba en esas cosas.
—¿Sí, Eri?
La niña se llevó un dedo a la boca, pensativa. Shinsou había estado tranquilo —Eri no era una niña que saliera con preguntas demasiado indiscretas o estrambóticas—, hasta que ella separó los labios otra vez y exclamó a vivo pulmón, con toda la inocencia del mundo:
—¿Vas a comprometerte con mi hermano?
El volantazo que dio Kaminari podría haberlos matado a los tres tras estrellarse con algún poste u otro vehículo. Escuchó un chillido, pero ni siquiera era de Eri.
Shinsou sentía que el corazón se le iba a escapar por la boca. Pero no estaba seguro que fuese producto de aquella experiencia cercana a la muerte a causa de un posible choque.
—¡¿Q-qué d-dices, Eri...?! —Kaminari preguntó, riendo a carcajadas como si fuese el chiste más gracioso del mundo, observando con ojos inquietos a Eri por el espejo retrovisor—. ¡Estos niños de hoy en día...!
—No le hagas caso —espetó Shinsou completamente tieso y sin mirar más que a la deshabitada calle en dirección al hogar de Midoriya—. Eri ha estado viendo demasiadas estupideces en internet...
La niña frunció la boca como si fuese un pato molesto. Sus mejillitas incluso se colorearon de rojo por la furia.
—¡No son estupideces! —exclamó ella—. ¡Mirio y su novio Amajiki se han comprometido! ¡Y se ven muy lindos los dos!
Kaminari dejó escapar otra risotada incómoda. Shinsou detectó por el rabillo del ojo que Kaminari buscaba intercambiar una mirada cómplice con él, pero no tenía las agallas.
Shinsou debía esconder la cara o sentiría que tomaría el control del vehículo para lanzarlos a todos en dirección a un barranco. Nunca en su vida sintió tanta pena como en ese instante.
—Pero, Eri... —carraspeó Kaminari—. ¿Qué tiene que ver con tu hermano y conmigo...? ¡Togata y Amajiki llevan años siendo pareja!
Eri volvió a quedarse pensativa. Shinsou quería dar un zape a Kaminari por incitarla a seguir hablando. Su hermana podía ser una pequeña cosita demoníaca cuando se lo proponía.
—Bueno... —Ella comenzó—. Mirio y Amajiki pasan mucho tiempo juntos... y me llevan ambos al cine, o al parque... ¡oh, y también salen de viaje los dos solos! Es muy bonito, la otra vez fueron a Disneyland... ¡y prometieron llevarme cuando fuese más grande!
Shinsou resopló. Quería decirle a su hermana que no, que él y Kaminari no eran como los prácticamente casados Mirio Togata y Tamaki Amajiki; estaban a años luz de ser como ellos.
Y, además, empezando por el hecho de que él y Kaminari no eran más que amigos. Un extraño par de amigos, pero nada más. Shinsou se lo repetía una y otra, y otra, y otra vez, como si fuese un mantra matutino que debía grabar a fuego en su piel.
Pero, ¿por qué se lo repetía? ¿Acaso era alguna clase de tonto? Tal vez lo fuera. No tenía motivos especiales para pensar que eran algo más que dos simples y muy unidos amigos.
Puede que Shinsou compartiese muchas cosas con Kaminari, y que ambos fuesen la persona en la que más confiaban en ese momento de sus vidas; pero no tenía por qué ser algo anormal entre amigos.
La amistad existía, claro que sí.
Kaminari se veía como si fuese a dar otro volantazo. Shinsou solo quería vomitar de los nervios.
—Eh, verás, Eri, nosotros debemos tener una charla... —Kaminari tosió varias veces—. Algunos adultos pueden ser muy unidos y, eh... está la flor... y la abeja...
—Kaminari, esa charla no es —Shinsou masculló. Le dio varios toques en el hombro antes de señalar a su izquierda—. Ya llegamos.
Kaminari exhaló con sorpresa —pero, al menos, eso sirvió para que dejase de balbucear acerca de flores y abejas a su hermana que no tenía ni siquiera una década de edad.
Eri se olvidó del tema por completo en cuanto Midoriya salió a recibirla con los brazos abiertos. Aquella debía ser la parte buena de tener una hermanita de apenas seis años: se olvidaba demasiado rápido de todas las cosas.
Midoriya se olió algo extraño en cuanto se acercó a saludar a Shinsou y Kaminari desde la ventanilla. Sus grandes ojos verdes no dejaban de zumbar del uno al otro, deteniéndose particularmente en la sonrisa falsa de Kaminari —y sin mencionar los lentes en forma de corazón, pertenecientes a su prima, que todavía no se quitaba— y la mueca compungida de Shinsou.
—¿Seguro que estás bien? —inquirió su amigo—. Puedo traerte agua, o una medicina...
—Solo estoy mareado —carraspeó Shinsou—. En cuanto antes lleguemos y pueda instalarme, mejor. Kaminari, ya avanza, maldita sea.
Ni siquiera tenía la suficiente cabeza como para despedirse de Midoriya, sino que golpeó varias veces a la mano de Denki para que hiciera los cambios de una maldita vez.
Se quedó un poco más tranquilo en cuanto el motor del Volvo rugió otra vez. Midoriya y Eri, ambos de la mano, quedaron atrás del carro. Shinsou les miraba de reojo; casi sentía como si estuviera dejando atrás su vida por tan solo unos instantes.
Era como si pudiera escapar del día a día, de su realidad, para adentrarse en esa fantasía que fue capaz de apenas rozar con los dedos durante las vísperas de su cumpleaños.
Al fin se animó a darse la vuelta para sonreír a Kaminari. Quería disipar el ambiente tenso de minutos atrás. Shinsou quería hacer las cosas bien.
Pero en cuanto comenzó a conseguir coraje para curvar sus labios hacia arriba, no recibió más que seriedad y frialdad por parte de Kaminari.
El rubio no se dio la vuelta para devolverle la sonrisa, incluso cuando Shinsou sabía que le descubrió de reojo mirándole.
Fue la cosa más extraña que Shinsou vivió al lado de Kaminari.
Y no podía decir dolorosa, porque su vida era simplemente una colección de recuerdos dolorosos —pero vaya que una estupidez como aquella podía doler más de lo que esperaba.
Shinsou volvió a voltearse, esta vez con un nudo en la garganta y la boca apretada en una incómoda línea recta.
Puede que Shinsou no tuviera mucha idea acerca de los humanos, las relaciones sociales, o la vida en general...
Pero sabía muy bien cuando las cosas no estaban funcionando de la forma normal y cotidiana.
Lo había presenciado desde el inicio en su propio hogar.
Incluso cuando arribaron a la casa de campo de Kaminari, Shinsou descubrió que seguía comportándose de forma tensa y extraña.
Era como si se transformara en una persona completamente extraña luego de que depositaron a Eri junto a Midoriya. ¿Acaso la indiscreción de su hermana fue capaz de levantar una cortina de acero entre los dos...?
No. No podía ser esa estupidez del compromiso. Ni siquiera Shinsou continuó dándole vueltas al asunto. Era solo la inocencia de una niñita que tampoco sabía mucho sobre humanos, relaciones sociales, o la vida en general —no es como si su hermano mayor pudiese ser alguna clase de ayuda en eso.
Pero Shinsou no era ningún idiota; era, de hecho, bastante avispado para notar cosas que los otros no. Incluso si se trataba de relaciones humanas en general.
Kaminari estaba sencillamente extraño. Más nervioso. Más torpe.
Tampoco quería mirar a Shinsou a los ojos.
Recordó la técnica de Uraraka y Aoyama para sacar información a Midoriya cuando este se ponía muy misterioso. No sabía si funcionaría con Kaminari, pero era mejor intentarlo que sufrir de ese ambiente de afilada tensión.
—Ha sido una semana de locos, ¿eh? —preguntó Shinsou de repente, acomodado en el sofá—. Al menos espero que podamos descansar.
La charla superficial siempre servía para poner nervioso a Midoriya y escupir todo lo que estaba pensando.
Pero Midoriya era más básico, y más nervioso. Kaminari era siempre una caja de sorpresas.
—Ajá —contestó Kaminari a la distancia, desde la cocina—. Eh... ¿quieres café o algo? Creo que queda un poco en la alacena.
—De acuerdo —carraspeó—. Lo que sea.
Kaminari soltó alguna expresión que debía ser afirmativa. Shinsou se quedó envuelto entre las mantas del sofá —de una lana que le picaba en la piel—, olfateando el leve aroma a polvo y desinfectante de hacía varias semanas. No sabía cómo explicarlo, pero podías oler el campo en el ambiente: la fresca hierba afuera, la temperatura más baja, la tierra húmeda, la soledad en esa pintoresca casita.
Era como entrar en un viejo cuento japonés sobre curiosos y traviesos yokai —esos místicos espíritus del folklore—; una casa solitaria en medio de la nada mientras el viento rugía sobre el techo, el escenario de la naturaleza con brillantes tonos de gamas opacas, un muchacho todavía más solitario, otro muchacho misterioso que no podías descifrar...
Y que, de alguna forma, debía tener algo mágico en su ser. Shinsou no lo diría en voz alta, pero Kaminari parecía un yokai a veces: efímero, fugaz, indescifrable, siempre con una historia espectacular para ofrecerte.
Y él era simplemente el protagonista dolorosamente humano de un cuento fantástico: soso, aburrido, poco especial y con una vida angustiante.
Pero, además de ser un humano patéticamente poético en su cabeza, Shinsou estaba recordando que más de un mes atrás se encontró dormitando en ese mismo lugar para escapar de compartir la cama con Kaminari.
¿Qué ocurriría ese fin de semana? Shinsou lo pensaba con un alboroto en el estómago.
¿Volverían a compartirla, o Kaminari esperaría que tomase otra vez el sofá?
¿Y qué pasaba con el jacuzzi? Metió incluso un viejo traje de baño que le pidió prestado a Todoroki —y el cual se lo obsequió—, ya que Shinsou no tenía ninguno de su talla.
No es como si pudiera ser tan confianzudo como para preguntar. Aunque... eran amigos, ¿cierto?
Su cabeza era un desastre. Tampoco había servido la poca charla de ellos durante la semana, o la incomodidad de ese momento íntimo que vivieron en su destartalado dormitorio.
¿Podría ser esa la causa de su alejamiento?
¿O podía ser... el encontronazo con su vecino Chisaki?
La cara ya no le dolía y casi se disipaban los moratones. Solo los rememoraba cada vez que los tocaba. Y procuraba no hacerlo, ya que no quería dedicar más segundos de su vida a un ser tan ruin como su vecino.
Shinsou no lo entendía, y eso le frustraba. Cada vez que parecían dar un paso más cerca a tocarse la punta de los dedos, era como si una ventisca inesperada los echase de vuelta a la línea de partida... separándolos irremediablemente.
Kaminari apareció por el hueco de la cocina. Shinsou se obligó a erguirse a sí mismo en cuanto el chico tomó asiento a su lado —pero guardando distancias—, y le alcanzaba una taza llena de humeante café a través de la mesita de enfrente.
—Gracias —contestó Shinsou con incomodidad—. Está haciendo algo de frío para ser principios de agosto.
—Sí... —Kaminari sonrió tímidamente, pero no le veía—. Supongo que, eh... tendremos que sacar algunas mantas del closet.
—De acuerdo.
Ah, la charla superficial. Shinsou empezaba a comprender por qué Midoriya se molestaba tanto cuando sus dos amigos lo hostigaban con ella —era increíblemente horrible e incómoda, en especial junto a una persona con la que compartiste más cosas profundas que con ninguna otra.
Kaminari dio un sorbo de su propia taza, pero siseó al sentir lo caliente que se encontraba. Shinsou aprovechó para observar de reojo.
—No le pusiste crema batida —notó, aunque fingiendo desinterés—. Pensé que no tomabas tu café sin la crema batida.
Kaminari le miró curioso, parpadeando con los ojos clavados en el hueco de su taza donde brillaba un líquido completamente oscuro.
—¡Oh! —Se frotó la nariz—. Supongo que... lo olvidé.
—Ah —Shinsou asintió—. Lo olvidaste. Solo así.
—Eh... sip —Kaminari dio otro sorbo tras sonreír incómodo de nuevo—. Solo así.
Shinsou inhaló con fuerza. Esas cosas no hacían más que confirmarle que todo en ese contexto le gritaba que algo andaba mal.
Pero también se sintió molesto con Kaminari por un instante. ¿Acaso no estaba de humor?
¿Para qué insistía en arrastrar a Shinsou a su casa de campo, entonces?
Si tan solo supiese hasta donde caminar para conseguir un autobús, o si tuviera su bicicleta... él simplemente podría decirle que no se sentía bien y que quería marcharse.
Odiaba sentirse como un fragmento que no encajaba en la situación.
Pero, en ese instante, los dos estaban atrapados a su suerte en una casa de campo, con la tarde corriendo y el sol muy cercano a caer en el cielo.
Así que, si Shinsou no podía huir, solo le quedaba la otra única opción.
Continuar averiguando por qué las cosas se sentían tan mal entre los dos, después de haberse sentido tan bien durante mucho tiempo.
La tarde fue igual de silenciosa y aburrida. Kaminari trató de mantener la charla de una forma incómoda y sin sentido, pero Shinsou ya no podía dejar de pensar en todo aquello que reflexionó.
Además, seguía siendo dolorosamente obvio: Kaminari no estaba actuando como sí mismo.
Tras varios intentos fallidos de recuperar otra vez al parlanchín Kaminari —o de sacarle el motivo de su ensimismamiento con tirabuzón—, fue el mismo chico quien propuso que pasarán el resto de la velada viendo películas. Al menos, hasta la hora de la cena —o como Shinsou le llamaba, «la hora de quemar el otro guante en la cocina».
—¿Películas? —preguntó Shinsou con tranquilidad—. ¿Tenemos siquiera conexión para usar Netflix...?
—Ah, no la hay —Kaminari se rascó la cabeza—. Pero hay una pequeña colección de películas en Blu-Ray... tiene que haber alguna mierda decente por aquí.
Shinsou solo encogió los hombros. No tenía sentido negarse, ya que, de todas formas, Kaminari no estaba cooperando en volver la situación un poco menos tensa.
No había más opción que quedarse sentados, a varios metros de distancia, fingiendo que siquiera alguno de los dos estaba prestándole atención al televisor de pantalla plana.
Kaminari se puso a la búsqueda de alguna película. Shinsou resopló varias veces al observarlo depositar las cajas de los discos en un completo desorden sobre la estantería de cristal bajo la TV; siempre luego de arrugar la nariz y hacer una chistosa mueca de desagrado con la boca.
—Eh... esta mierda es de romance —dijo con un tono agudo, casi parecido al que siempre utilizaba—. No quiero ver a dos escuincles no aceptar que sus sentimientos durante tres horas de película...
—¿A qué me sonará eso? —suspiró Shinsou para sí mismo.
Kaminari no respondió, ya que continuaba con su ardua tarea de encontrar alguna película interesante —lo cual, para el muchacho, debía ser una con suficientes efectos de sonido para dejarte sordo por diez años y tanta sangre de utilería que serías capaz de llenar una piscina.
—¡Ajá! ¡Esta es! —Kaminari levantó la caja con sus dos manos por encima de la cabeza y con ojos brillantes; se volteó a mirar a Shinsou por primera vez en la tarde—. ¿Te gustan las películas de terror, Shin?
—Eh... no precisamente —tosió Shinsou, pero más por el hecho de escuchar su apodo otra ve—. Prefiero el romance de los escuincles tsunderes...
—¡Esta debe estar buenísima! —continuó exclamando Kaminari con emoción—. ¡Es de esas viejas y que sí te hacen cagarte entre las patas!
Shinsou apretó los ojos para poder leer el título en la caja, por encima de la poco agradable imagen de la cara de un hombre enmascarado con un machete:
«Viernes 13».
—Qué... lindo y adorable.
Shinsou se quedó tieso en su lugar, mientras Kaminari corría a la cocina en busca de chucherías y refrescos. Llevó una lata de cerveza sin alcohol para sí mismo, y un refresco para Shinsou.
Kaminari sabía lo mucho que despreciaba el alcohol, y el gesto de que decidiera beberse una cerveza sin alcohol —la cual, según Uraraka, sabía fatal— en su presencia, le hizo sentir que quizá solo estaba exagerado. Que Kaminari seguía siendo el tonto de siempre, ese que buscaba hacerte sentir a gusto a su lado... aunque más de una vez podía arruinarla con su torpeza.
Puso rápidamente la película. Las ilusiones de que todo estuviese en su cabeza se aplastaron en cuanto Denki tomó asiento en el extremo opuesto del sofá, tras haber apagado las luces amarillentas de toda la residencia.
Shinsou se abrazó a sí mismo, con las rodillas contra el pecho y su cuerpo en la esquina del sofá gris. No tenía sentido usar la manta. El frío no se iría de forma tan fácil.
Y también estaba el pequeño detalle de que...
Odiaba las películas de terror. Las aborrecía con todas las fuerzas de su alma.
No es que fuese un miedoso cualquiera. Él podía quedarse solo en su hogar, o regresar caminando por una carretera desértica. No le molestaba, porque desde pequeño, siempre había cosas más aterradoras dentro de la casa que fuera de ella.
Pero a Shinsou no le gustaban los sustos repentinos que te hacían saltar. Eran estúpidos. Y podrían haberle causado un infarto a alguien.
Y con alguien se refería a sí mismo.
—¡Amo las películas de terror! —chilló Denki tras frotarse las manos, su sonrisa brillando mientras pasaban los primeros créditos de la película—. La adrenalina es lo mejor que hay en este mundo.
—Habla por ti —espetó Shinsou, molesto, pero el otro ya no le prestaba atención.
La película dio comienzo. No es como si desde un inicio fuese horrífica en cuanto a sus saltos de miedo o escenas sangrientas, pero Shinsou podía sentir el tirón de los músculos por todo el cuerpo.
Se sentía más tenso de lo normal.
Kaminari devoraba ruidosamente los snacks que trajo de la cocina. Le estiró el paquete de palitos de queso hasta Shinsou —sin voltearse a verlo realmente—, pero este se negó más de una vez porque sentía la garganta cerrada en ese instante.
Si bien nada estaba ocurriendo al comienzo, Shinsou estaba incómodo de solo imaginar que en cualquier momento aparecería alguna imagen terrorífica que le detendría el corazón.
—No entres a ese cobertizo abandonado —gruñó el rubio a la pantalla—. Es obvio que será una muerte segura. ¡Son tan tontos en la ficción!
—Kaminari, es solo una película...
—Ay, pero es que esto no da miedo —Kaminari masculló con un gesto despectivo hacia la TV—. Qué suerte que no es en el cine, o me sentiría estafado de haber tenido que pag-...
Jason Voorhees, el protagonista enmascarado, apareció justo a espaldas de uno de los personajes para asesinarlo de forma cruda y salvaje con su machete. Incluso la música de la película tuvo un cambio tan repentino que hizo que diera un respingo sobre su asiento.
Kaminari, por su parte, y tras haber arrojado la bolsa de los palitos de queso hasta el infinito, chilló.
—¡Ahhhhhhh! —continuó gritando—. ¡Maldita sea, te dije que no entres ahí! ¡Tonto del culo!
Kaminari continuó lanzando improperios a la televisión. Shinsou respiraba profundamente mientras intentaba calmar su acelerado corazón.
Y no es como si la película —o los gritos de su acompañante, que parecía que lo estaban asesinando a él y no a los personajes— le dieran tregua.
A cada minuto que avanzaba, Shinsou solo conseguía ponerse más y más nervioso. Elegía no hacer comentarios para no molestar la concentración de Kaminari, pero la verdad era que se mordía la lengua y ocultaba la cara entre las rodillas cada vez que se aproximaba un posible asesinato en medio del silencio.
—¡Mierda, esta película es la leche! —reía Denki tras haber gritado por quinta vez en la noche, bebiendo de su lata para calmar su garganta seca—. Ver películas de terror es tan divertido... ¿eh? ¿Shinsou? ¿Estás bien?
No captó que le estaban hablando a él al principio. Shinsou tenía los ojos abiertos de par en par y clavados a la televisión, esperando analizar cada instante de la estúpida película; y, así, poder adelantarse a los malditos saltos de miedo que llevaba dando toda la noche.
Kaminari bajó un poco el volumen de la televisión. Shinsou notó que estaba cada vez más cerca por la forma en que el sillón se hundía a su lado bajo el peso del otro.
Estaba claro que esa acción tampoco iba a ayudar con sus nervios. De hecho, no podía evitar sentirse todavía más tenso al sentir de repente un calor a su costado, el cual manaba del cuerpo de Kaminari.
Se sentía bien. Se sentía extraño. Y Shinsou no sabía qué significaba todo eso.
—¿Tienes miedo? —preguntó con curiosidad, ladeando la cabeza para poder mirarle a la cara en medio de la oscuridad—. ¿Shin, quieres que quite la película...?
—¿Qué más da? —resopló Hitoshi—. Ya debe estar por terminar. Quiero saber si al final terminan de asesinar a esta pandilla de idiotas que se mete en cobertizos abandonados en medio de la noche...
Lo decía medio en serio, medio en broma, y medio también como mentira. Él sí quería quitar la condenada película, pero también se ponía a pensar en algo: de no haber sido por los tontos saltos y sustos, Kaminari no estaría a su lado y hablándole como si todo estuviera normal en ellos dos.
¿Estaba mal si quería aprovechar la situación?
Podrás averiguar después que le ocurre, se dijo. Por ahora, disfruta del tiempo juntos como siempre hacen.
También agradeció que Kaminari no fuese tan despistado y lo notara; le vio esbozar una sonrisa, mientras deslizaba un brazo por la espalda de Shinsou y lo depositaba sobre el apoyabrazos. El mismo en el cual descansaba su mano; esa mano que ahora sentía un par de cálidos dedos entrelazándose con los suyos.
Kaminari recostó la cabeza contra su huesudo hombro. Shinsou no era capaz de mover un solo músculo; en parte por la perplejidad, pero también porque tenía miedo que se lo tomara a mal y se alejase de él.
El peso de su cabeza no era molesto, sino suave. Le gustaba. No estaba acostumbrado a acurrucarse con la gente, pero no podía decir que se sintiera mal.
Poco a poco, Shinsou comenzó a relajarse.
Por un segundo casi olvidó todas las dudas que tuvo durante la tarde. Pero entonces...
Kaminari suspiró. Y no fue un suspiro como los de ese siempre: de esos cuando estabas cansados, o aquellos que dejaban escapar cuando la otra persona estaba diciendo algo muy estúpido hasta para sí mismos.
Era un suspiro abatido. Casi de tristeza, de resignación. No estaba seguro de cómo podía saber todo eso: pero era como si ese suspiro, mezclado con las extrañas actitudes de Denki durante el día, le estuvieran enseñando la antesala para lo que vendría.
¿Acaso podía ser tan malo?
Shinsou le sintió apretarse más contra su costado. Y él se permitió recostar la cabeza contra los rubios cabellos de Kaminari que olían a coco y perfume de hombre. La película quedó en un completo segundo plano —nada importaba más que ese extraño abrazo que compartían.
Quizá ese momento era una pequeña fantasía en medio de la cruda realidad. Pero no le importaba.
Si las cosas estaban empezando a desmoronarse y enseñar su verdadera cara, Shinsou quería exprimir cada segundo de su hermosa e idílica fantasía.
—Puedes tomar la cama —Le dijo Kaminari una vez dentro del cuarto, cuando Shinsou se sentó sobre las suaves sábanas olor a polvo—. Yo me iré al sofá...
Shinsou se había prometido dejar de indagar sobre el tema. No tenía sentido. No estaba consiguiendo nada, y pensó que podría dejar la paranoia para cuando el viaje terminase.
Pero esa pequeña frase fue como la gota que colmó el vaso.
Y Shinsou no sabía que él podía ser capaz de molestarse tan rápido, pero una especie de furia le recorrió las venas hasta que se posó en su boca, y la escupió:
—Ya deja eso —masculló—. ¿Se puede saber qué mierda contigo?
Notó cada gesto en el rostro de Kaminari: si estuviese siendo él mismo, el muchacho le vería primero con confusión y su boca formando una perfecta o. Tendría los ojos desencajados, y parpadearía hacia él mientras procesaba cada una de sus palabras.
Pero ese Kaminari no estaba siendo su Kaminari.
Había una especie de resignación pintada en todo su rostro. Puede que fuese el cansancio, pero Shinsou comenzaba a notar cosas que días atrás no estaban allí: unas incipientes ojeras, los ojos demasiado opacos y caídos, los hombros desgarbados.
—Estoy bien —contestó tras esbozar un patético intenso de sonrisa—. Shin, no me pasa nada...
—No soy estúpido —Le cortó. Incluso se puso de pie ya que comenzaba a sentirse nervioso por enfrentarle—. Todo ha estado extraño desde que quedamos solos... no, tacha eso. Estuviste desaparecido toda la semana. Supongo que eso cuenta como estar extraño...
Hitoshi quería morderse la propia lengua para detener la catarata de pensamientos que seguían saliendo. ¿Con qué derecho se creía él para reclamar esas cosas?
Los amigos no hacían todo eso. Los amigos tenían su propio espacio; que Kaminari fuese una persona cargosa usualmente, no significaba que siempre debiera serlo.
Y no tenía derecho de exigirle explicaciones.
—Fue el cumpleaños de Jirou, y el de Ashido también —Kaminari encogió los hombros; no le miraba, sino que observaba la punta de su pie descalzo juguetear por el suelo—. Y, ya sabes... los reportes...
—Ah, los reportes —bufó Shinsou—. Como si de repente te importaran las notas...
Kaminari levantó abruptamente la mirada. Sus cejas ahora se curvaban de forma recta hacia abajo, dándole a entender a Shinsou que no le estaban gustando sus palabras ni tampoco su tono.
—¿Acaso también soy un idiota para ti? —exclamó Denki y alzando un dedo para apuntar hacia su pecho—. ¿También me dirás que Denki Kaminari no puede ser otra cosa que un idiota?
—Pero, ¿de qué mierda hablas...? —Shinsou se frotó los ojos, cansado—. Nunca fuiste un idiota para mí, por todos los cielos. ¿Ahora no puedo preocuparme porque me esquivas la mirada y te comportas como si quisieras estar en cualquier parte excepto aquí conmigo?
Shinsou se mordió el interior de las mejillas. Estaba conteniéndose de decir todo lo que pensaba —eso le habría hecho ver vulnerable, o patético, o como si quisiera jugar a ser una víctima.
Quisiera que pudieras verlo, pensó Shinsou con un nudo en la garganta. ¿Acaso no eres capaz de verlo?
¿No podía Kaminari entender que su mente funcionaba de otra manera?
¿No saltaba a la vista que Shinsou sentía que le valía tan poco a las personas? ¿Y que siempre divagaba en las mil maneras en que podrían abandonarlo?
Pero no iba a decírselo. No era correcto. Porque aquello seguía sin ser sobre Shinsou, y era más sobre cómo se sentía Kaminari.
Sin embargo, la mente era traicionera. Y Shinsou no quería pensar que era su culpa por meter la pata de forma inconsciente, o por no haberse dado cuenta a tiempo que Kaminari podría estar pasándola mal.
Todo era siempre sobre Shinsou, sobre Eri, sobre sus dramas económicos, sobre el drama de su padre... pero, ¿cuándo era sobre Kaminari?
Sentía que el pecho se le cerraba más a cada realización. ¿Así se habría sentido Aizawa?
¿Así se sentiría Aizawa actualmente?
Quizá beber hasta el hartazgo acallaba los malos pensamientos sobre ser el que arruinaba las cosas buenas de la vida.
—Solo quiero saber que estés bien, es todo —dijo Shinsou con aspereza—. Mi intención nunca fue hacerte sentir como un idiota, porque no creo que seas uno. Pero ya veo que metí la pata...
Shinsou no esperaba que aquello hiciera sentir mal a Kaminari. No fue intencional. Pero si él mismo tenía su propia gota que hiciera reventar el vaso con agua, debía ser lógico que el muchacho también la tuviera.
El gesto duro en Kaminari se ablandó de forma repentina, y su boca tembló a medida que los ojos se le llenaban de una película acuosa. Daba cortas bocanadas de aire para no permitir que un sollozo traicionero se le escapara de los labios.
—El que ha metido la pata soy yo —dijo de repente—. Lo he arruinado todo.
Shinsou se quedó petrificado. No era capaz de pensar de forma coherente, ni tampoco de mostrar un solo sentimiento en su cara —porque ni siquiera sabía qué cosas estabas sintiendo en el interior en realidad.
Una parte de sí mismo quería echarse a reír. Kaminari debía estar exagerando, ¿de qué manera podía meter la pata? No había. No existía ni una sola.
Kaminari no podría haber metido la pata con Shinsou ni aunque lo intentara. Él lo sabía en el fondo de su alma.
Pero otra parte de sí comenzó a sentir el temblor de los nervios y el peso de la gravedad del asunto: Kaminari no se echaría a llorar solo porque sí, con los ojos más tristes y arrepentidos que jamás vio.
Empezaba a sentir como si todas las paredes del mundo se vinieran abajo mucho más rápido de lo que pensó. Como si un gigante viniera a derribarlas con el poder de sus puños y tan solo dejase un montón de cenizas que se escurrirían entre los dedos de Shinsou.
—No cumplí mi promesa —Kaminari soltó, pese a que Shinsou no quería escucharlo—. Yo... le pregunté a Uraraka sobre tu padre... es que escuché a tu vecino... y yo no pude dejar de pensar... ugh, sí que soy un maldito idiota...
La voz de Kaminari comenzó a distorsionarse al punto de que ya no era capaz de entender lo que seguía diciendo.
El silencio que reinó segundos despueés en el cuarto le incomodó tanto que las piernas de Shinsou flaquearon. Necesitó sentarse otra vez —y aunque Kaminari se acercó hasta él balbuceando una chapurreada disculpa, Shinsou levantó la palma de la mano para que no siguiera hablando.
No sabía qué pensar en ese momento.
No quería pensar.
Deseaba poder enojarse con Kaminari por meterse en asuntos que no le incumbían, pero en realidad se odiaba a sí mismo —si Shinsou hubiese sido capaz de dejar el pasado en donde correspondía, la situación no sería tan delicada como para que se formase todo un drama a su alrededor.
Pero, ¿qué más podía hacer?
Pensar en la verdad le hacía sentir como un niño pequeño e inútil, que solo es capaz de observar la triste realidad como un mero espectador que nada puede hacer. Sus brazos eran demasiado cortos como para estirarse y provocar un cambio —un cambio que, por mucho que intentase convencerse, nadie podría haber realizado.
¿O quizá sí podían?
No puedes cambiar el pasado, pero sí puedes manejar tu futuro, le dijo la voz de su conciencia. O la que pensaba que podría serlo.
Shinsou sintió los dedos fríos y la respiración más rápida. Kaminari consiguió sentarse en una esquina lo suficientemente alejada para no invadir su espacio personal.
La luz del cuarto era demasiado fuerte pese a ser un foco amarillento de bajo consumo en una lámpara. De repente, Shinsou era consciente de todo al mismo tiempo, pero era como si no estuviera dentro de su propio cuerpo —casi parecía estar dentro de un sueño.
Nada de eso se sentía como la realidad de cuando ellos dos estaban juntos. Nada de los chistes de Kaminari que hacían que Shinsou se mordiera los labios para no reír a carcajadas.
Porque esos eran ellos dos —no los dos chicos que tenían encima un peso demasiado grande en sus jóvenes hombros.
—¿Es tan importante para ti saberlo? —preguntó Hitoshi con voz ronca y susurrante—. ¿Acaso cambiará tu forma de verme cuando sepas la verdad?
¿Me tendrás lástima?
Shinsou casi agregó muchas otras cosas, pero no tuvo el coraje de hacerlo. Quizá porque no quería darle ideas. Quizá porque si lo decía, su rostro por fin le traicionaría y abandonaría su máscara de estoicidad para mostrar lo que era en el fondo.
Un desastre emocional.
—Shinsou... no —Kaminari negó varias veces y tan rápido que algunas lagrimitas le saltaron—. Fui un estúpido, y pensé que podría ayudarte si lo sabía. Pero ahora sé mejor: no necesitas decirme nada, porque a mí solo me basta con estar a tu lado. Por favor, perdó-...
—No tienes que pedir disculpas —interrumpió Shinsou tras inflar el pecho con todo el aire que era capaz de contener—. No puedes disculparte por algo que no hiciste mal.
—Pero sí hice mal —La voz de Kaminari se puso aguda. Sintió que se estiraba solo un poco para envolver el antebrazo de Shinsou con sus manos—. Fui un amigo espantoso y...
Shinsou no estaba prestando mucha atención. Su mente ya estaba lejos, rememorando cada detalle de su infancia. Intentaba buscar un principio por el cual comenzar a hablar, pero él no estaba seguro de cuál de todos ellos lo era.
—Yo solo quería ayudar —Le escuchó decir—. Solo quiero ayudarte, Shinsou...
—No puedo comprender cuál es tu afán por ayudar —resopló—. No es como si tú o yo pudiésemos hacer algo para cambiar lo que ocurrió. No hay absolutamente nada por hacer.
El silencio de Kaminari —o el hecho de que no pudiese encontrar una rápida respuesta para validar sus propias palabras—, le hizo sentir a Shinsou que estaba en lo cierto.
Pero, en serio, ¿cuándo fue que todo eso comenzó? ¿Acaso fue cuando le adoptaron? ¿Era algo así como su culpa?
¿O fue cuando sus padres comenzaron a tener problemas de pareja?
¿O, quizá, cuando Eri llegó a sus vidas como una especie de parche temporal para curar las heridas?
¿Qué había hecho que todo estallase?
¿Había sido inevitable? Tal vez las cosas llevaban un rumbo catastrófico desde mucho antes de Hitoshi y Eri. Mucho antes de Aizawa, incluso.
Supuso que ya no podría descubrirlo nunca.
Tú no quieres convertirte en una bomba de tiempo, pensó lleno de miedo. No quieres guardarte las cosas y lidiarlas tú solo.
Shinsou tembló, pero ni una lágrima salía de sus ojos. Kaminari se deslizó por la cama, casi como si adivinara que el desastre estaba ocurriendo pese a no poder verlo a simple vista.
Apoyó la frente sobre su hombro, respirando demasiado cerca de él y esperando a que sus músculos se destensaran para poder acariciarle en los omóplatos.
Supuso que ya sería estúpido esconderlo todo.
Aquello era parte de Shinsou. Y sería parte de él siempre. Esconderlo a Kaminari —o a cualquier otro que se preocupase por él— sería como si ocultase una importantísima parte de su propio ser.
Shinsou Hitoshi era quién era en ese instante de su vida como una consecuencia de un montón de hechos inevitables.
Y era mejor aceptarlos de una vez.
—De acuerdo, Kaminari —habló Shinsou por fin—. Te contaré la historia de cómo se destruyó mi familia.
Ahora sí, niños y niñas... se viene... LA VERDAD >:0
Les contaré más o menos cómo irá la cosa la semana que viene: es un capítulo flashback. Y es largo. Probablemente el único capítulo de toooodo este fic que alcance semejante extensión. Todo está narrado en el pasado, contando diferentes fragmentos de la infancia y desde SU punto de vista
¿Y por qué aclaro lo de su punto de vista? Porque eso significa que, aunque tengamos la verdad, todavía hay retazos o detalles que Shinsou desconoce. Era un niño, después de todo. Y él y Aizawa nunca se sentaron a hablar correctamente de todo lo que ocurrió. Además que algunas cosas eran complicadas de asimilar para él
¡Eso es para que no me linchen antes de tiempo! Ya comprenderán a lo que me refiero... pero a medida que corra el fic, les juro que se revelarán todas las pequeñas (o grandes) dudas que puedan surgir a raíz del capítulo 23
¿Teorías? ¡Déjenlas por aquí! --->
Quedan solo dos capítulos (incluido el flashback) antes de que todo se desmadre. Ajusten sus asientos, porque se viene lo más intenso c:<
Muchísimas gracias por todos sus votos, comentarios o cualquier aporte que le hagan a este fic. Ya sea con sus fanarts bonitos, o canciones para proponer, o lo que sea. Es como si lo estuviéramos construyendo entre todos, y eso me hace feliz ♥️
Sigo ocupada a veces y con bastante estrés, pero estoy intentando ponerme al día con todo. Pls ténganme paciencia, saben que los quiero y luego los bombardearé con todo lo que debo ♥️
Nos vemos el próximo jueves! Besitos ♥️
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