Capítulo 15

No puedes iniciar un fuego

sin una chispa

Dancing in the Dark — Bruce Springteen

Shinsou se levantó porque el sol se filtró a través de la fina tela de las cortinas. Y porque, de repente, estaba haciéndole tanto calor que una fina capa de sudor le recorría la espalda.

Intentó removerse en su lugar para apartar las sábanas. Era una mañana de verano y no tenían ni ventiladores —no era de sorprenderse que se acalorara.

Pero sí que le llamó la atención cuando no fue capaz de moverse del todo para quitar las sábanas. Era como si estuviera...

Atrapado.

Shinsou se dio cuenta entonces que, en efecto, estaba atrapado. Un par de flacuchos brazos se habían cerrado alrededor de su cintura, acariciándole la piel del estómago que se dejaba entrever por culpa de la vieja camiseta que llevaba.

—No, no puede ser... —masculló en susurros.

Apenas pudo girarse para observar encima de su hombro. Si lo hacía un poco más, acabaría con la boca enterrada en el adormecido rostro de Denki Kaminari.

Pero Shinsou no quería ahondar en lo cerca que estaban. Tan cerca que sentía su respiración erizándole los vellos de la nuca y generando una sensación extraña en la boca del estómago, así como acelerando su corazón por la incomodidad del momento.

Y no podía decir que se sintiera mal. No del todo. No es como si Shinsou pecara de jamás haber sido abrazado por las noches —pero solo por su hermanita menor. Aquello era distinto, incluso si en ambos casos involucraba dos pares de brazos y calor corporal.

Él solía ser quien dejaba que Eri se sujetara de su cuerpo por las noches. Para protegerla. Para hacerle saber que no estaba sola. Acariciaba los largos cabellos de su hermana, hasta que finalmente caía dormida y ya no pensaba en los miedos infantiles que la aquejaban.

Rara vez los adolescentes permitían que sus hermanitas invadieran sus camas para ello. La mayoría solo estaba pensando en meterse bajo las sábanas de la chica guapa del curso, pero no Shinsou. No le interesaba.

Kaminari, sin embargo... se había sujetado de su espalda solo porque sí. Porque le nacía hacerlo. O porque ni siquiera se había dado cuenta al estar dormido.

No había necesitado una verdadera razón para apretar a Shinsou contra su cuerpo.

Y eso era lo que verdaderamente asustaba.

Como pudo, levantó con solo dos dedos la mano de Kaminari que rodeaba todo su cuerpo. Procurando no despertarlo —y evitarse así las incómodas explicaciones—, Shinsou se levantó de la cama, no sin antes depositar una almohada en el hueco que dejaron sus brazos.

Kaminari se aferró a ella en cuanto se la acercó. Casi hasta podría haber confesado que se veía adorable, pero era difícil pensar con claridad cuando contenías la respiración y huías de puntillas solo para no despertar a tu compañero.

Shinsou dio un gran suspiro cuando llegó a la cocina. Todo seguía en el mismo caos que lo dejaron la noche anterior. La cosa todavía olía ligeramente a quemado, y la asadera seguía teniendo los sucios restos del bizcocho carbonizado.

Se frotó fuertemente los ojos, tratando de espabilarse un poco antes de entrar al baño para lavarse el rostro. Hacía rato que no conseguía una larga noche de sueño. Posiblemente porque desde hacía rato que podía pasar un día sin ningún tipo de preocupaciones.

No debía pensar en Eri ni alimentar al raquítico Señor Bigotes, si es que decidía aparecerse. Tampoco en si su padre lo haría. Ni debía pensar en limpieza, o en tareas, ni en tomar pedidos de grasosas hamburguesas, o en el vecino Chisaki molestándole con alguna de sus mierdas.

Shinsou se sintió extraño. Casi como si quisiera agarrar algún trapo y ponerse a limpiar la cocina, porque el silencio en su mente era demasiado atronador.

Se dio un fuerte golpe en la cara tras pensar aquello.

—A la mierda todo —dijo moviendo la cabeza de forma que se descontracturasen los huesos del cuello—. Mereces esto.

Shinsou decidió tomarse el descaro de buscar en la alacena. Si debía sobrevivir a todo lo que le restara experimentar durante aquel fin de semana, mejor lo hacía con una taza de café.

Por las telarañas, descubrió que los Kaminari no visitaban demasiado a menudo aquella residencia de campo. Era una verdadera lástima; aquel lugar era precioso.

Se preguntó si él, Eri y Aizawa alguna vez podrían viajar al campo a descansar; juntos, como familia. Pero sacudió la cabeza por lo absurdo de esos pensamientos.

Preparó la cafetera con suficiente café para despertar a un elefante. Puede que no lo admitiera, pero había pensado fugazmente en Kaminari mientras elegía de entre las cuatro bolsas de distintos café en la alacena.

¿Cuál bebería aquel chico? ¿Café en grano, o de máquina? ¿Quizá le gustaba el traído de Kenia, o el de Colombia? ¿Con leche y azúcar, o tal vez amargo? O puede que ni siquiera bebiera café...

Eran detalles que Shinsou no conocía. Y era extraño pensar que habían dormido abrazados —si le restaba importancia, se convencía a sí mismo de que no tenía que preocuparse—, pero no tenía idea de qué le gustaba desayunar.

Había estado tan absorto pensando, que solo se dio cuenta que la cafetera humeaba y pitaba cuando escuchó la adormilada voz de Kaminari a sus espaldas.

—¿Puedes apagar esa cosa? —Denki bostezó—. Así no se puede dormir...

Shinsou disimuló el respingo de sorpresa al verlo aparecer de forma tranquila, arrastrando los pies, con los ojos todavía pegados y el cabello rubio en distintas direcciones. Su mechón que llevaba teñido un pequeño rayo negro casi no podía distinguirse.

También quiso disimular la extraña sensación en el pecho tras verlo de aquella forma. Shinsou nunca habría pensado que un ser humano podría seguir viéndose atractivo luego de madrugar.

—No seas flojo —masculló Shinsou mientras sacaba dos tazas del día anterior y les vertía el café—. La mañana no es para dormir. Hay que aprovechar el día.

Pero ni siquiera Shinsou se creía aquello. De haber sido por él, amaría pasar la mañana entera durmiendo despatarrado tras haberse desvelado toda la noche anterior.

—Eso dice mi abuela —Kaminari bufó mientras se arrastraba hasta el taburete de la mesada—. Tres de azúcar y un poco de crema batida, porfa.

—¿Tres? —Hitoshi sacudió la cabeza—. ¿Es que quieres tener un pico de azúcar?

Kaminari rió con malicia. Shinsou decidió ignorarlo, pero cumplió sus deseos de echar las tres cucharaditas de azúcar. Él prefería el suyo sin nada.

Tomó ambas tazas y se dirigió a la mesada del desayuno. Deslizó una de las tazas hacia Kaminari, quien se quedó observando todo perplejo entre parpadeos y alzando ambas manos.

Shinsou, que ya tenía su taza casi sobre los labios, arqueó ambas cejas.

—¿Qué?

—¿Y mi crema batida? —preguntó Kaminari con una mueca de pena.

—No soy tu madre —Shinsou resopló de tal forma que el humo de su taza desapareció un segundo—. Te lo tomas así.

—¡Qué malo eres! —exclamó Kaminari haciendo un puchero—. Ni siquiera cumples los caprichos de un pobre cumpleañero...

—Buen intento, pero no —Shinsou sonrió—. Ya no es tu cumpleaños. Vuelves a ser un vulgar mundano...

—Sí que sabes cómo clavarme puñales en el corazón, ¿eh?

Shinsou encogió los hombros sin dejarle de sonreír con malicia. Kaminari le hizo un puchero antes de rezongar para sí mismo mientras se dirigía al refrigerador en busca de mantequilla y dulce de melocotón. También tomó unas tostadas industriales de la bolsa que compró el día anterior en la gasolinera.

Cuando preguntó a Shinsou cómo las quería —y este respondió con ambas, mezcladas—, Kaminari le entregó una única tostada y cubierta con solo mantequilla.

Shinsou estrechó los ojos.

—Eres un verdadero diablo —dijo—. Luego no finjas conmigo.

—La venganza se sirve fría, Shin —Denki sonrió tras dar un bocado de su tostado—. Y el que ríe mejor, ríe último... ¡espera! Creo que era al revés...

Mientras Kaminari debatía consigo mismo cómo era verdaderamente el refrán, Shinsou agachó la cabeza para que no viera los estragos más inmediatos de escuchar aquel diminutivo de su nombre rodar otra vez por sus labios.

El recuerdo de la noche anterior se sintió demasiado pesado de repente.

—Oye, tuve un sueño extraño —habló Kaminari, pensativo—. No estuvo nada mal...

—¿Soñaste que no reprobabas otra vez biología? —intentó bromear Shinsou.

Kaminari le lanzó con la tapa del frasco de dulce. Shinsou la esquivó por poco, sin dejar de sonreír.

—¡Oye! ¡Ten respeto por los mayores! —masculló Kaminari—. Y no... supongo que eso es demasiado, incluso para mis sueños...

—¿Soñaste entonces con Pikachus voladores?

—No...

—¿Entonces fue que Bakugo dejaba de ser una perra escandalosa?

—¡Que no! —Kaminari suspiró. Se rascó en los cabellos despeinados—. Bueno, no es que lo recuerde exactamente...

—¿Y para qué me cuentas, entonces...?

Kaminari suspiró más fuerte, viéndose más frustrado. Aunque no parecía que aquello fuese precisamente por Shinsou, sino porque no lucía cómo si pudiera poner en palabras lo que pensaba.

Se quedaron un rato en silencio, siendo opacado solamente por el repiqueteo de las cucharillas al remover el café dentro de las tazas.

—Ya no importa —dijo Kaminari con una sonrisa triste—. Igual cuando me desperté, ya vi que solo era un sueño.

Shinsou no respondió nada. Siguió bebiendo lo poco que quedaba de su café, casi frío y sintiéndose insípido de repente.

Se mordió la lengua para no tener que decir nada. No tenía el suficiente coraje para hacerlo.

Las horas pasaron como un suspiro para Shinsou. Pero, al mismo tiempo, sintió que junto a Kaminari, creaban una extraña eternidad adentro de las paredes de aquella casita y los perímetros del campo.

Tal vez porque todo era demasiado nuevo para él. A cada minuto, se sentía como si pudiera dar un paso en falso que pusiera en evidencia su falta de conocimientos acerca del mundo.

Shinsou nunca se había sentido del todo atrás de los demás; no del todo, al menos. No entendía los estúpidos rituales adolescentes de asistir a fiestas y beber hasta el hartazgo; o los incesantes deseos de encontrar una persona acorde para ti y poder explorar los confines más inexplicables del cuerpo humano.

Eran solo cosas sin importancia. La vida tenía más aristas y cosas que atender, ¿no?

Para él era mucho más importante mantener su casa funcionando. Ese era su deber, y no podía escapar de él. Así que simplemente dejaba que la vida pasara sobre sus ojos: auto-convenciéndose de que nada de eso tenía importancia.

Hasta que Kaminari apareció en su vida como una estrella fugaz. Rápido y brillando de forma hermosa; pero devastadora cuando finalmente tocaba la tierra con su poder destructor.

—Así que... nunca has besado a nadie —Kaminari dedujo tras un par de confesiones; carraspeaba incómodo—. Ni tampoco te ha gustado nadie más.

Shinsou permaneció unos segundos en silencio. Su corazón golpeaba tan fuerte que casi podía escucharlo en sus propios oídos.

Durante la tarde, ambos habían decidido que el confinamiento en la casa era demasiado; la idea de explorar los rincones de la pequeña hectárea del campo se escuchaban más tentadores.

Pero al final, ninguno de los dos tuvo las energías suficientes para cruzar la valla y explorar el vasto desierto del campo. Shinsou se recostó sobre el césped suave y que olía a tierra fresca, con el sol calentando sus pálidas mejillas.

Y Kaminari era descarado —no tenía dudas de aquello. Se recostó en la punta opuesta de su ángulo, apoyando la cabeza casi por encima de su hombro y solo permitiendo que sus mejillas se rozaran de una forma casi agónica.

La piel de Kaminari estaba caliente, pero también bastante reseca por la falta de buena hidratación típica de los jóvenes. No es como si pudiera decirle; él no era el mejor ejemplo de buena salud.

—Pensé que lo sabrías —Fue todo lo que dijo Hitoshi—. Tú mismo me preguntaste si acaso había tenido una novia, en la fiesta de Sero...

—O novio —agregó Kaminari con una risita—. Es importante aclarar.

Shinsou se tensó. Esperaba que Kaminari no pudiera sentir aquello con su cabeza que se apoyaba contra su cuerpo.

—No es importante, no realmente —suspiró—. No es como si eso me definiera como persona.

Sintió a Kaminari acomodarse mejor. Sentía sobre el hombro el peso de su cuello; y era una suerte que estuviesen en lados opuestos, sin poder mirarse.

Sus ojos sobre las esponjosas nubes podían ocultar toda la marea de emociones que le arrasaban en ese instante.

—Solo me parece curioso —notó Denki; sonreía tontamente—. Nunca había conocido a alguien de diecisiete sin haber dado su primer beso...

—Dieciséis, para ti —bufó Shinsou mientras le daba un coscorrón en la cabeza—. Todavía no he cumplido diecisiete.

Denki gimió un instante de forma exagerada. Luego, se quedó pensativo otra vez.

—Pero los cumplirás en unas horas —notó, con un dedo sobre los labios.

—¿Y eso qué?

—No es como si fueses a besar a alguien en las próximas siete horas o tal, Shinsou...

Agradeció que el sol les calentara a ambos lo suficiente las mejillas. Shinsou se detestó lo suficiente por no haber visto venir aquella tonta frase; todo por su propia culpa.

—¿Y cómo sabes que no he invitado a un grupo de chicas guapas para que me hagan mi propia fiesta privada? —Shinsou sonrió de costado—. Y no, tu hora ya pasó: no estarás invitado.

—¡Qué malo eres! —Kaminari ahogó un jadeo—. ¡Podrías tener misericordia de mí! ¡No follo hace meses...!

—Gracias por ese dato que no te pregunté —Shinsou exclamó mientras esquivaba los manotazos de Kaminari—. No te vendría mal un poco de castidad, ¿qué pasa si embarazas a alguna de ellas?

—Pues tendré un montón de bebés vestidos de Pikachu en mi casa —dijo Kaminari con una boba sonrisa y los ojos brillando—. Me gustan los bebés, aunque no sé si me gustaría que fuesen míos... son lindos hasta que te vomitan encima o tienes que cambiarlos...

—Dime a mí —bufó Shinsou—. Desde que tengo once años que he cambiado los pañales de mi hermana...

Kaminari se quedó en silencio otra vez. Nada bueno salía cuando se pasaba mucho tiempo pensativo: su cabeza siempre estaba llena de retorcidas ideas.

—Podrías ser la madre de mis hijos —Kaminari sonrió de repente—. Y así yo podré salir de parranda con Kiri y con Se-... ¡ahhh!

Kaminari chilló cuando Shinsou estiró uno de sus brazos y jalarle de una oreja por parlotear demasiado. Pensó que se había pasado de la raya cuando lo vio con lagrimitas en los ojos y frotándose su oreja; pero cuando Kaminari sonrió maliciosamente luego de ello, Shinsou dejó de arrepentirse.

Puso entonces los ojos en blanco. Kaminari alzó ambas manos.

—¡Entiendo, entiendo! —El rubio suspiró. Dejó ambas manos sobre su estómago mientras se enfocaba otra vez en el cielo—. Te gustan las chicas...

Shinsou arqueó solamente una ceja.

—Yo no he dicho eso.

—Entonces, ¿no te gustan? —inquirió Denki, curioso.

—No, sí me gustan —confesó Shinsou como si le restara importancia.

—¿Y por qué...?

—Tú mismo lo has dicho, ¿no? —Shinsou tragó saliva—. Te estás olvidando de los chicos.

Se había sentido particularmente nervioso tras decir aquello. No quería ver de frente a Kaminari pero tras espiarlo por el rabillo del ojo, descubrió que tenía la boca entreabierta y una gran mueca de sorpresa.

Al instante, sonrió.

—¡Eso es asombroso, colega! —Kaminari le dio un golpecito en el hombro—. ¡Tú sí que sabes! ¡Disfrutas lo mejor del mundo! Bueno, disfrutarás...

—Da igual —Shinsou encogió los hombros y cerró los párpados—. No me interesa si es un chico, una chica o el género que fuese. Supongo que soy bisexual; lo único que quiero es que sea alguien que me comprenda.

—Te oyes demasiado único y diferente, Shin...

Kaminari estuvo a punto de ganarse otro jalón de orejas, pero se atajó antes de tiempo. Shinsou reprimió una sonrisita al verlo adelantarse a sus actos, observándole de forma victoriosa tras sus brazos que le cubrían. Volvió a dejar su mano al costado de su cuerpo.

—Como sea —dijo Shinsou, al final—. No tendría que importarle a nadie esas cosas...

—A mí me importa —soltó Kaminari sin pensarlo.

Shinsou se giró rápidamente a mirarle, bastante sorprendido por lo que dijo. Kaminari dio un respingo, comenzando a balbucear mientras jugueteaba nerviosamente con los dedos.

—¡Porque eres mi bro! —rió Denki—. Y me importa todo lo que refiera a mis amigos...

—¿Bro? —preguntó confuso.

Kaminari entró en pánico.

—Eh... ¡sí! —carcajeó exageradamente—. Mi bro. Sh-Shin... Shinbro. ¡Eso! Mi Shinbro...

Shinsou apretó los ojos un instante, pero simplemente lo dejó estar. Aquella debía ser la respuesta correcta, aunque algo le apretara en el pecho y en la garganta.

Tenía que serlo, ¿no?

Él era amigo de Kaminari. Nada más tenía que importar en ese momento.

Tenía que ser agradecido de que podía festejar las vísperas de sus diecisiete años junto a alguien que de verdad parecía preocuparse por él. Alguien que quería conocer sus secretos, sus miedos y sus deseos.

Alguien que no pretendiera nada de él. No que fuera un hijo responsable, un tutor de una menor a la medida, un mozo eficiente en una hamburguesería, un alumno ejemplar...

Kaminari solo había pretendido que fuese Shinsou.

Pero, ¿quién era Shinsou?

¿Quién era el verdadero Shinsou?

Supuso que todavía tenía que encontrarlo.

—Está bien —carraspeó al final—. No me molesta que preguntes si eres tú, Kaminari.

El chico le dio una cálida sonrisa. Shinsou intentó convencerse que era fraternal y amistosa —aunque ni siquiera conocía la diferencia entre los tipos de sonrisas.

Lo vio levantarse con cuidado del césped. El sol comenzaba a caer, así que los rayos anaranjados del sol hacían brillar su cabellera como si fuese dorada. Se sacudió la ropa y trató de acomodarse el peinado, mientras Shinsou fingía no estar mirándolo en absoluto.

Pero lo miraba.

Lo miraba, y ni siquiera tenía el valor para dejar de hacerlo.

Kaminari sonrió tras descubrirlo. Le tendió entonces su mano: sus dedos eran más pequeños, algo torcidos y llenos de pequeñas cicatrices. Incluso notó las pulseras de cuero o hechas con cadenas que le decoraban las muñecas.

—Tengo una sorpresa para ti —confesó Denki, satisfecho—. ¿Listo para una última locura antes de los diecisiete?

Shinsou vaciló un momento, observando su mano tendida mientras se debatía internamente ante aquellos dedos que se agitaban al frente de su cara.

Pero solo se vivía una vez, ¿no?

Y solo se tenían dieciséis una vez en la vida. Y él estaba a punto de dejar de tenerlo.

Tomó la mano de Kaminari con algunas dudas, pero cuando el chico se la apretó fuertemente y le ayudó a levantarse... Shinsou le devolvió todavía más fuerte el agarre.

Resultó ser que la sorpresa de Kaminari era un jacuzzi.

Un bastante extenso —e íntimo— jacuzzi con humeantes aguas termales. Ni siquiera supo en qué momento se escabulló para hacerlo funcionar  sin que él se diera cuenta.

Por supuesto, Shinsou no lo supo hasta luego de cenar y quedarse un rato observando la televisión por satélite. Kaminari se negaba a mostrárselo todavía, y casi pudo deducir sus motivos.

Eso no significaba que no estuviera perplejo en ese instante.

—¿Un jacuzzi? —Shinsou inquirió, incrédulo—. Debo admitir, me estaba esperando cualquier otra cosa excepto esto...

Kaminari, que lucía orgulloso, bufó restándole importancia. Había comenzado a quitarse la camiseta.

—¿Y qué esperabas que te regale? —preguntó—. ¿Mi cerebro en una bandeja?

—Eso es casi una ofensa... —Shinsou se alarmó al ver de repente lo que Kaminari hacía en ese instante—. Pero, ¡¿qué crees que haces?!

Kaminari se detuvo tras terminar de remover sus pantaloncillos cortos por debajo de los pies. Shinsou tuvo que aguantarse la respiración.

—Eh... —Kaminari se rascó la cabeza—. No me voy a meter con ropa.

—Ya, me di cuenta —Shinsou se frotó la cara—. Pero, ¿sí lo harás en ropa interior?

Kaminari hizo una sonrisa socarrona. Se apoyó contra un pilar decorativo en aquel pequeño patio interno donde el jacuzzi descansaba bajo un techo de cristal que dejaba ver el hermoso cielo estrellado aquella noche.

Toda la vista era lo más precioso que Shinsou había visto jamás.

Excepto Kaminari desnudo, por supuesto. Al menos eso se repitió mientras esperaba una respuesta.

—¿Prefieres que me quede desnudo? —preguntó seductor.

—Claro que no —Shinsou gruñó—. Ya ponte un traje de baño.

—Es que no traje uno... —suspiró Kaminari—. Además, ¿con qué te piensas que entrarás tú? ¿Acaso tienes tu traje de baño?

Shinsou sintió que todos sus sentidos se alarmaban en ese momento. Al final, Kaminari había conseguido atraparlo con sus propias palabras.

Le escrutó con sospechas en la mirada. Kaminari verse entre bromista y fingidamente inocente, pero Shinsou sabía la verdad.

Puede que Kaminari no preparase ropa de baño, pero podría habérselo mencionado a Shinsou cuando le gritó desde el pie las escaleras —luego de aparecerse en casa el día anterior— que preparase más de un juego de ropa.

Pero no podía decírselo. No si quería fingir restarle importancia.

Y mucho menos cuando Kaminari seguía observándole de forma desafiante y juguetona. Si se negaba, Shinsou estaría dejando entrever algo que no quería. Si simplemente se soltaba y se dejaba llevar, también estaría dándole alguna especie de mensaje.

Luego todos decían que Kaminari —incluido él mismo— era un idiota. Pero ese chico no tenía un solo pelo de idiota.

—Anda —Kaminari le alentó—. Se va a enfriar el agua.

Kaminari se dio la vuelta mientras encaraba para los bordes de mármol del humeante jacuzzi. Shinsou se quedó allí, de piedra, observándolo poner su empeine en punta para probar la caliente agua con solo su dedo.

Dejó escapar un jadeo, posiblemente por estar demasiado caliente. Pero no era solo el suave jadeo que exhaló de aquellos labios, sino toda la imagen completa. El vapor haciendo que su piel se viera brillante y sudada, y los calzones de Calvin Klein que apretaban con su elástico negro a la altura de su estrecha cintura y su vientre plano.

Shinsou había querido fingir que no lo miraba. Una vez más.

Pero lo hacía. Una vez más.

Sintió que su corazón daba un vuelco al desviar los ojos hacia la fina línea de vello oscuro que nacía desde el interior de sus bóxers hasta la altura del ombligo. ¿Desde cuándo aquel detalle era importante?

Nunca se había fijado en esas cosas de sí mismo. Pero en otro ser humano se sentían infinitamente interesantes.

Escuchó un ruido de chapuzón, seguido de un suspiro de alivio mientras una cabellera rubia agitaba las gotas que lo empapaban.

—¡Ah! —Kaminari exclamó—. ¡Vamos, Shinsou! El agua está hermosa, no seas gallina...

Shinsou apretó los puños. Debía aprender a controlarse más. Llevaba años escondiendo todo lo que sentía; pero le enfurecía pensar que con Kaminari aquello era demasiado complicado.

Se quitó, poco a poco, su propia ropa. Primero su vieja camiseta, y luego sus desgastados jeans que tenían roto en la parte de la rodilla.

Kaminari le observaba quieto, con la boca formando una pequeña y perfecta o. No hizo un solo comentario hasta que el propio Shinsou, más decidido que nunca, se metió de lleno en el jacuzzi sin detenerse a chequear por la temperatura del agua.

Soltó un siseo al sentir todo el calor invadir su cuerpo. Kaminari seguía chapoteando a su alrededor.

—Wow —Le escuchó exclamar—. Tienes hombros muy anchos. Creí que sería la ropa demasiado holgada...

—Ya —Shinsou le cortó, incómodo—. Y tú eres un flacucho sin remedio.

—¡Hey! —Kaminari le salpicó agua con la mano—. Yo estoy bueno. Buenísimo. Puede que no tenga tus hombros, ni tus muslos...

—¿Mis muslos? ¿Qué tienen mis muslos?

—Déjame ver... —Kaminari se llevó una mano al mentón—. Lucen tan fuertes como si pudieran aplastar mi propio cráneo.

Shinsou apretó los labios para no echarse a reír.

—Bueno, es que andaba mucho en bicicleta —atinó a contestar. Las ganas de sonreír se le esfumaron—. Me encantan las bicicletas.

—¿Andabas? —inquirió Kaminari, ladeando la cabeza.

—Pues vendí la mía hace un tiempo —contestó—. Supongo que es mejor. Puedo hacer ejercicio caminando...

Shinsou hubiese deseado no decir aquello. Se prometió a sí mismo ya no dar lástima a Kaminari, pero allí estaba otra vez. Y si bien el muchacho estaba al tanto de toda su situación, recordarle una y otra vez todas sus penurias, debía sentirse bastante lastimero e irritante.

Se odió a sí mismo por ello.

El agua del jacuzzi emanaba tanto vapor que hacía que se le calentaran las mejillas —o de eso quería convencerse. Shinsou se dejó fundir entre las aguas termales, dejando que todo su cuerpo entero se relajara y sus músculos comenzaran a picar por la presión del hidromasaje. El pelo le empezaba a molestar en los ojos: como el frizz lo hacía siempre indomable, rara vez Shinsou lo tenía hacia abajo. Y era en momentos así que descubría que ya iba necesitando un corte.

Sin embargo nunca, en sus casi diecisiete años de vida, Shinsou contempló ser digno de experimentar algo tan lujoso como un jacuzzi.

Kaminari suspiraba risueño —parecía haber olvidado ya la incómoda charla de su bicicleta vendida—, chapoteando como un pez en el agua, sonriendo hasta que probablemente le dolieran las mejillas. Como llevaba rato sin sumergirse, su pelo rubio se arremolinaba de una forma bastante chistosa a un lado de la cabeza.

—Si pudiese elegir un lugar donde morirme, sería en este jacuzzi —dijo Kaminari mientras se metía en el agua hasta el mentón y luego volvía a salir—. Esto es... vida.

—Entonces... ¿tengo permiso de asesinarte ahora mismo? —preguntó Shinsou intentando ser bromista.

—¡Eh! —masculló Kaminari mientras le escupía un chorro de agua—. ¡No he dicho que quiera morirme ahora...!

—Tampoco dijiste que no quisieras hacerlo —Shinsou encogió los hombros desnudos—. Tomaré el vacío legal a mi favor.

Kaminari apretó la boca como si fuera un pato. Para Shinsou, bromear era la única salida que se le ocurría en ese momento para no estar pensando en el hecho de que se encontraban semi-desnudos en un íntimo jacuzzi, después de haber pasado todo un fin de semana al lado del otro y sin ninguna otra compañía.

Shinsou sentía como si una vida entera hubiese ocurrido desde que Kaminari se presentó ante su puerta para secuestrarlo. Una vida desde que dejó a Eri junto a Toshinori y su hijastro, Midoriya.

¿Cómo estaría su hermana? ¿Lo extrañaría? ¿Pensaría en él?

¿Era Shinsou una mala persona por no haber recordado a Eri en casi todo el fin de semana?

No se dio cuenta que Kaminari se acercó peligrosamente a su lado, nadando de espaldas. Shinsou carraspeó mientras volteaba la vista de la imagen de sus bóxers mojados y que le apretaban sus partes más íntimas.

Esperaba que el vapor camuflara cualquier sonrojo.

—Estás pensativo —Denki dijo con una sonrisa—. ¿Estás pensando en una chica?

A Shinsou no le gustó su tono cantarín. Le hizo sentir como si fuesen dos mejores amigos en las duchas del gimnasio, picándose el uno al otro a ver quien revelaba primero sus secretos.

Y él era bueno guardándolos. Kaminari ya conocía más de lo que cualquiera debería. Debía esconder algo para sí.

—¿Por qué pensaría en una chica? —gruñó Shinsou tras cruzarse de brazos.

—¿Un chico, entonces? —canturreó Denki mientras le picaba en la mejilla—. Ya sabes, luego de lo que me dijiste...

—No estoy pensando en nadie... —Rodó los ojos tras interrumpirle—. En lo último que pienso en este momento es en un romance estúpido.

Kaminari detuvo su torpe nado. Se sentó al frente de Shinsou, moviéndose de lado a lado para poder encontrar su mirada.

—¡Oh, vamos! —bufó Kaminari—. El amor es lo que hace el mundo andar...

—Es una pérdida de tiempo —Shinsou dijo todavía sin mirarle—. Tengo otras preocupaciones. Como mi hermana, terminar mis estudios...

—Shinsou, tienes casi diecisiete —Kaminari espetó—. Tu hermana no debería ser tu preocupación.

Sintió un nudo en la garganta. No es como si no supiera lo que Kaminari le decía. Pero el chico no entendía —se equivocaba en absolutamente todo.

O de eso se quería convencer Shinsou.

—Pero lo es —contestó—. No es como si pudiéramos elegir nuestras responsabilidades, Kaminari.

Shinsou dio un largo suspiro. Había tenido ese tipo de charlas con Midoriya y Uraraka más de una vez. Ellos también querían recordarle que era joven. Que tenía toda una vida por delante para disfrutar.

Que existía algo más que la rutina de criar a Eri como si fuese una hija que él jamás pidió —ni tenía la obligación— para cuidar. La monótona secuencia de levantarse a duras penas, y vivir para el trabajo y el estudio.

Como si no existiera más... mucho, mucho más...

Pero Shinsou se negaba en absoluto a darles la razón. Estaba cegado por sus prioridades —y así, eventualmente, Midoriya y Uraraka dejaron de intentar convencerle de vivir su vida.

Y eso no significaba que la chispa en su interior se hubiese apagado.

Porque ahí estaba. Siempre lo hacía. Era una llama, más pequeña que un cerillo, que titilaba tan fuerte buscando poder expandirse.

Y muchas veces, le preguntaba: «¿Qué significa estar vivo?».

«¿Estoy vivo, acaso?».

Se llevó una mano al pecho desnudo, sin darse cuenta. Su corazón seguía latiendo. Demasiado rápido. Un constante recordatorio de que Shinsou seguía vivo.

Aunque no significaba que supiera lo que aquello significara.

—¿Podemos no hablar de esto en mi casi cumpleaños? —masculló Shinsou—. Yo te dejé secuestrarme y quemar un guante en el tuyo, Kaminari...

El rubio hizo una sobria ladina, casi traviesa. Se meció suavemente en el agua termal, hasta que se posicionó de espaldas al hidromasaje que quedaba al lado del de Shinsou.

La cercanía fue un poco abrumadora. Shinsou carraspeó, casi ocultando el hecho de que estaba entrando en pánico en su interior.

—No quedan más guantes que quemar —rió Kaminari—. Y no necesitas secuestrarme, porque ya me tienes aquí, solo para ti...

—¿Significa que eres mi esclavo? —preguntó Shinsou con malicia, apoyando su mentón en la palma de la mano.

Kaminari se quedó un instante pensativo. Ahogó un jadeo después de unos momentos. Tenía cara de haber descubierto América.

—¡Diablos! —Se golpeó en la frente. Algunas gotas tibias saltaron hasta Shinsou—. Eso es técnicamente cierto... soy un idiota...

—No hay necesidad de aclarar lo obvio, ¿lo sabes?

Kaminari le echó otro salpicón de agua con las manos. Shinsou sonrió al verlo poner una cara tan adorablemente ridícula y enojada.

Shinsou no pudo reírse de aquello, intentando fingir que no lo hacía —por supuesto, Kaminari se enfureció todavía más y se arrojó hasta Shinsou para iniciar una pequeña lucha libre, portando una sonrisa maliciosa en el rostro.

Pero se adelantó lo suficiente como para sujetarle las muñecas. Kaminari intentó forcejear para hundirlo contra el mármol del jacuzzi, pero Shinsou tenía bastante más fuerza y altura.

Al final, sintió que su húmedo pecho chocaba contra el suyo. Shinsou tragó saliva ante aquello, pero no se permitió flaquear —aquella sería su perdición.

Pero su decisión le costó seguir en aquella extraña pose, donde los dos estaban demasiado cerca y respirando el mismo vapor caliente que brotaba del agua.

Kaminari contuvo la respiración durante un segundo. Lo supo tras sentir luego todo su pecho deshinchándose contra su piel tras haber largado el aire contenido.

Hitoshi sentía que podía morir en ese instante.

—Vaya —Kaminari exclamó. No le miraba a los ojos—. Tu nariz es muy bonita. Respingada. Y pequeña... me gusta.

—Eh, ¿gracias? —carraspeó Shinsou.

Kaminari parecía querer hurgar en cada rincón de su cara con la vista. Lo cual era estúpido. Shinsou no sentía que tuviera elementos lo suficientemente interesantes como para ser inspeccionados con tanto detenimiento.

Recordó las burlas de los niños cuando todavía vivía en el orfanato.

Sobre sus dientes torcidos.

Sobre sus cejas demasiado pequeñas.

Sobre su cara poco agraciada.

Ni siquiera se dio cuenta que estuvo apretando demasiado fuerte las muñecas de Kaminari hasta que lo escuchó quejarse tras soltar una risita. Lo liberó de su amarre, pero al menos tuvo la decencia de no salpicarle agua o intentar hundirle.

Sin embargo, Kaminari no se alejó. Seguía embelesado, demasiado cerca de su propio cuerpo como para fingir que todo eso no tenía importancia.

—Tus pestañas me gustan también —comentó.

—Gracias —respondió Shinsou, incómodo otra vez—. Me lo dijiste en la fiesta de Sero.

Kaminari soltó un silbido.

—Vaya, ¿lo hice? —preguntó divertido—. No recuerdo demasiado de esa noche... bueno, recuerdo... ya sabes, aunque no sé si quieres que lo diga...

Shinsou cerró los ojos. Buscó inhalar para controlar el desastre en su interior. No necesitaba más motivos para que se convirtiera en una bomba de tiempo que fuese a estallar.

—No hace falta —contestó él—. Y sé que lo recuerdas, Kaminari...

—Bien —agregó—. No quiero que lo olvides. No quiero que pienses que no me importas.

—No tendría por qué pensar es-...

—Pero lo haces —Kaminari le cortó. Le tomó del rostro para obligarlo a mirarle—. Todo el tiempo estás subestimándote y a los demás. Crees que nadie piensa en ti, pero quieres que lo hagan.

Shinsou se soltó de su agarre con un brusco manotazo. Se sintió lo suficientemente atacado tras esa declaración.

—No sabes lo que dices —masculló con voz ronca—. Estoy bien así, Kaminari.

—Tú tampoco sabes lo que dices, Shinsou.

Se permitió retarlo con su propia mirada. Sus ojos color índigo se encontraron con el dorado de los ojos de Kaminari —allí con la luz de la luna y el vapor de las aguas termales, se veían más ocre que el dorado que creyó observar bajo los rayos del sol.

Los ojos de Kaminari tenían diferentes motas de colores, lo cual le hacía parecer como si tuviera toda una paleta de amarillos y dorados en la mirada. Cualquier chico podría sentir de unos ojos tan bonitos.

Pero no Shinsou. Él prefería que aquellos ojos no fueran suyos.

Era muchísimo mejor poder ser quien tenía el honor de mirarlos.

Y debió verse como un idiota hipnotizado, ya que el propio Kaminari cambió su mueca molesta por una más confundida. Alejó solo un poco la cabeza, pero luego volvió a acercarse a Shinsou desde abajo.

—¿Shin? —preguntó—. ¿Estás bien? ¿Es otro...?

Negó la cabeza con una fuerte sacudida. No. No era otro ataque de pánico.

Aunque podría haberlo confundido con uno por lo fuerte que latía su corazón en ese momento. Tuvo miedo de que Kaminari pudiera sentirlo.

Y que también sintiera lo caliente y pesado del ambiente. Pero, ¿cómo podría darse cuenta? Kaminari no solo era bastante idiota y despistado, sino que todo aquello debía estar únicamente en la cabeza de Shinsou.

Eran solo locuras de su cabeza.

Sus delirios porque estaban demasiado cerca...

Y porque sus ojos de todos los dorados parecían invitarle a que se acercara hasta su pequeña boca...

Shinsou tragó saliva. Siempre había sido bueno con el autocontrol. Pero siempre había excepciones a la regla, ¿no?

Se acercó solo un poco. Fue un movimiento casi imperceptible de su cabeza —pero lo suficientemente obvio como para que hasta un cabeza dura como Kaminari lo notara.

Y se acercara también.

Aquello era una locura.

Una locura que no debía estar ocurriendo.

Nunca debieron meterse en el humeante jacuzzi.

Nunca debieron viajar solos hasta aquella casita en el campo para celebrar sus cumpleaños.

Pero allí estaban. Todas sus decisiones les llevaron hasta ese único momento.

¿Se arrepentiría luego? A Shinsou ni siquiera parecía importarle eso.

—Shin... —musitó Kaminari con una risita que no podía terminar de gesticular.

Su corazón dio un salto al escuchar su nombre de una forma tan trémula. Era como un imán para sus locos y delirantes deseos en ese momento.

Kami... —susurró Shinsou casi sobre su piel—. Ka-...

El chillido de una fuerte alarma le hizo dar un salto sobre sí. Kaminari gritó también del susto, lanzando agua por todas partes con las manos.

Si bien no se alejaron demasiado, si lo hicieron lo suficiente como para que sus pieles ya no se sintieran atraídas a la otra como un par de imanes.

Shinsou comenzó a sentir que toda la locura se esfumaba a cada pitido de aquel extraño sonido que venía de algún punto en la habitación. Era una extraña canción, que le recordaba misteriosamente...

¿Al opening de Pokemon, tal vez?

Gruñó al darse cuenta que debía ser el teléfono de Kaminari. Él chico se dio cuenta después de él, pero se golpeó en la frente tras haberse dado cuenta.

Todo se sintió demasiado incómodo luego de que la locura ya no les estaba nublando el juicio. Shinsou podría haber estallado por la vergüenza.

—¡Shinsou! —exclamó Kaminari con júbilo—. ¡Ya es tu cumpleaños!

Shinsou se quedó recalculando un momento, pero al instante cayó en cuenta de lo que estaba insinuando.

—¿Acaso pusiste una alarma para que te recordara mi estúpido cumpleaños? —inquirió—. ¿Para cuándo diera la medianoche?

Kaminari agachó la cabeza mientras esbozaba una tímida sonrisa. Jugueteó con los dedos bajo el agua. La alarma no dejaba de sonar de una forma que le perforaba los oídos.

—No podía permitir que se me fueran los minutos... —exhaló—. Quería ser el primero...

—Kaminari —espetó Shinsou—. No hay nadie más aquí.

Y tampoco nadie se esforzaría en saludarlo a medianoche, tampoco.

Las demás personas tenían otras prioridades que esperarlo despierto.

Kaminari no dijo nada. Solo rió tontamente como solo él sabía hacer. Como si no hubiesen estado a tan pocos centímetros que el aire para ambos era uno solo. Que incluso el calor de sus cuerpos parecía regular la temperatura para estar en sintonía con el otro.

Tan cerca que casi...

Shinsou bajó la mirada, cubriéndose con el húmedo cabello. Fingió que solo quería sacudirlo; pero en realidad quería ocultar cualquier posible mueca que lo delatara.

—Así que... —Kaminari carraspeó—. Ya tienes diecisiete...

Shinsou suspiró. Sí. Ya tenía diecisiete.

Diecisiete años de completa e inmensa estupidez. Diecisiete años de casi cagarla hasta el último instante.

Porque no tenía otra definición para lo que había hecho.

Pero Shinsou dejó de martirizarse internamente hasta que sintió los esponjosos labios de Kaminari posarse en su mejilla, demasiado cerca de la comisura de la boca. Su mano también estaba recargada contra su clavícula, pero aquello era lo de menos.

Podía sentir todavía el calor de sus labios contra su huesuda mejilla.

Abrió los ojos desmesuradamente al notarlo. Se volteó para pedir explicaciones, pero Kaminari todavía no se había separado de él.

De hecho, sus labios se movieron por su piel hasta acercarse hasta su oído y removiendo cada húmedo mechón de cabello color lavanda. Se le erizaron los vellos de todo el cuerpo al escuchar su voz:

—Feliz cumpleaños, Shin —dijo con diversión en la voz—. Espero que tus diecisiete vengan con más aventuras...

Sintió que suspiraba contra su piel. Un suspiro tan suave que incluso fue capaz de arrancar uno silencioso a él mismo.

—Al menos yo planeo asegurarme de eso.

Shinsou se quedó de piedra. No pudo hacer, ni tampoco decir nada. Tan solo escuchó el ruido de los hidromasajes termales golpeando con fuerza, y también la suave salpicadura ondulada que hacía el agua cuando un cuerpo se movía lo suficientemente rápido sobre su superficie.

Kaminari se había ido del jacuzzi a la velocidad de un rayo. Y Shinsou ni siquiera pudo dilucidar que había pasado, pero su mano sí parecía comprenderlo.

Se posó sobre su mejilla. Encima de la marca invisible —pero que nunca se iría— de la boca de Kaminari en su piel.

Sus diecisiete años habían empezado más fuerte que cualquier otra edad.

La tensión sexual aquí está a punto de explotar más que el quirk de Bakugo (?)

Y quizá no es lo que esperaban, pero hey! El cumpleaños apenas empezó... ademas, he caído en cuenta que esto es literalmente un slow-burn HAHA nunca me imaginé escribiendo uno, pero acá estoy

Espero ese slow no sea taaaaan slow (?) ya saben, lento, para quienes no conozcan el término ;o;

Que creen se vendrá en el próximo capítulo? Admito que está un poquito emocional... así que dejen sus teorías por acá ——>

Tengo dos noticias y ambas son buenas ♥️ la primera es que terminé el capítulo 20 de este fic, y medio que es mi favorito hasta ahora... pero tendrán que esperar hasta fines de julio para leerlo (? Y ya ando con el 21, y me motiva avanzar al fin

La segunda... YA TERMINÉ LA SHINKAMI WEEK )0) Y EMPIEZA ESTE SÁBADOOOOO DJDBSJDJSJS

Bueno, ya. Dejando de lado mi histeria, pues no todo es tan bueno (?) porque todavía no empece la TodoDeku Week, y me consuelo con que esa es apenas el 9 de julio... pero moriré

Muchas gracias por todos sus votos y comentarios ♥️ el fic está a punto de alcanzar las 16K leídas!! (O quizá ya lo hizo xD) y les juro que siempre me emociona ver como se elevan los números TwT amo hacer esta historia

Ya vieron que Wattpad es idiota, así que para quienes no pudieron ver la noti, el martes hice doble actu de HPE!! Intentaré hacer uno de DHYL si es que no me mata la TodoDeku Week antes ;o; hoy se acabaron unas mini vacaciones que tenía del trabajo </3

Nos vemos el sábado, espero!! :D o sino, el otro jueves. Besitos ♥️

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